CAPÍTULO I
En busca de la Trinidad
1. Andamos, es cierto, buscando, no una trinidad cualquiera, sino la Trinidad que es Dios; verdadero, sumo y único Dios. Tú que esto oyes espera: aun andamos buscando, y nadie con razón reprende al que se afana en tal empeño, siempre que busque, firme en la fe, algo que es muy difícil de conocer o expresar.
El que vea o conozca mejor, puede reprender con motivo al que inconsideradamente asevera. Buscad, dice el Salmo, a Dios, y vivirá vuestra alma1. Y para que nadie con temeridad se ufane de haber encontrado, añade: Buscad siempre su rostro2. Dice el Apóstol: Si alguno se imagina saber algo, todavía no sube como conviene saber; pero el que ama a Dios es conocido por Él3. No dice que conoce a Dios: sería presunción peligrosa; sino que dice: es conocido por Él. Y habiendo dicho en otro lugar: Ahora habéis conocido a Dios, como corrigiendo su expresión, añade al momento: O mejor, habéis sido conocidos por Dios4.
Y sobre todo en aquel pasaje: Hermanos, yo no creo haberla aún alcanzado (la perfección), pero, dando al olvido lo que atrás queda, me lanzo a la conquista de lo que tengo delante p corro hacia la patina de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús. Todos los perfectos hemos de sentir esto mismo5. Perfección llama en esta vida al olvido de lo que atrás queda y al avance intencional hacia la meta que delante tenernos. La intención del que busca, vía os de seguridad hasta alcanzar aquello hacia lo que nosotros tendemos y por lo que somos como extendidos. Pero la intención, para que sea recta, ha de partir de la fe. La fe cierta es principio siempre de conocimiento; pero nuestra ciencia sólo se perfecciona después de esta vida, cuando veamos a Dios cara a cara. Tengamos esto presente, y conoceremos que es más seguro el deseo de conocer la verdad que la necia presunción del que toma lo desconocido como cosa sabida. Busquemos como si hubiéramos de encontrar, y encontremos con el afán de buscar. Cuando el hombre cree acabar, entonces principia6.
No dudemos como infieles de las verdades que se han de creer ni afirmemos con temeridad sobre las verdades a comprender: en aquéllas hemos de seguir la autoridad, en éstas se ha de buscar la verdad. Por lo que a nuestra cuestión se refiere, creamos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios, Creador y Rector de todo lo existente; que el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo es el Padre o el Hijo, y que la Trinidad consiste en una mutua relación personal y en la unidad de esencia. Tratemos de comprender esto implorando el auxilio de aquel a quien comprender intentamos, con la ilusión do poder explicar -en la medida que Él nos lo otorgare-, con diligencia suma y piedad solícita, cuanto entendamos, para que, si afirmamos una cosa por otra, nada indigno digamos. Por ejemplo, si decimos del Padre lo que en sentido estricto al Padre no conviene, que al menos sea aplicable al Hijo, o al Espíritu Santo, o a la Trinidad; y si algo afirmamos del Hijo y no conviene propiamente al Hijo, que se pueda aplicar al menos al Padre, o al Espíritu Santo, o a la Trinidad; y si algo aseveramos que no armonice con la apropiación del Espíritu Santo, no sea, sin embargo, ajeno al Padre, o al Hijo, o al Dios uno y trino.
Deseamos ahora saber si el Espíritu Santo es en sentido propio caridad incomparable, pues si no lo es, entonces lo será el Padre, o el Hijo, o la Trinidad; porque no podemos contradecir la certeza de la fe ni la autoridad inconcusa de la Escritura, que nos dice: Dios es caridad7. Pero nunca cometamos el sacrílego error de atribuir a la Trinidad lo que conviene a la criatura, no al Creador, o lo que es tan sólo un vano engendro de la imaginación.
CAPÍTULO II
Análisis de la caridad. Sus elementos
2. Si esto es as i, fijemos nuestra atención en las tres cosas que nos parece haber descubierto en nosotros. No hablamos aún de las cosas de allá arriba, no nos referimos aún al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, sino a esta imperfecta imagen, pero al fin imagen; es decir, al hombre; estudio quizá más familiar y asequible a la debilidad de nuestra mente.
Heme aquí, yo que busco, cuando amo algo existen tres cosas: yo, lo que amo y el amor. No amo el amor, sino amo al amante; porque donde nada se ama no hay amor. Luego son tres los elementos: el que ama, lo que se ama y el amor.
Mas ¿qué decir si sólo a mí mismo me amo? ¿No serán entonces dos: lo que amo y el amor? Cuando uno se ama a sí mismo, el que ama y lo que ama se identifican, como se identifican también el amar y el ser amado cuando uno se ama a sí mismo. Cuando se dice que se ama y es amado por sí mismo, se repite la misma cosa dos veces. Entonces no son dos realidades amar y ser amado, como tampoco son dos cosas diferentes el amante y el amado. Mas el amor y el objeto amado son también aquí dos realidades distintas. Amarse a sí mismo no es amor, si no se ama el amor. Una cosa es amarse a sí mismo y otra amar su amor. No se ama el amor sino cuando se ama; porque cuando no se ama, no hay amor, En consecuencia, cuando uno se ama a sí mismo, hay dos realidades en él: el amor y el objeto amado. Y entonces el que ama y el amado son uno.
Por consiguiente, parece ilógico decir: "Dondequiera que exista el amor, hay tres realidades". Prescindamos en esta consideración de los múltiples elementos constitutivos del hombre, y n fin de poner en claro, si posible es en estas materias, el problema que nos ocupa, tratemos solamente del alma (mens).
La mente, cuando se ama a sí misma, evidencia dos cosas: la mente y el amor. ¿Qué es amarse sino un querer estar en presencia de sí mismo para gozar de sí? Y cuando quiere ser tanto como es, entonces la voluntad adecua a la mente y el amor es igual al amante. Y si es substancia el amor, ciertamente no es cuerpo, sino espíritu; y espíritu es la mente, no cuerpo. Con todo, la mente y el amor son un espíritu, no dos espíritus; una esencia, no dos esencias; sin embargo, el amante y el amor, o dicho de otra manera, el amor y lo que se ama, son dos realidades que forman una cierta unidad, y ambas dicen relación mutua. El amante dice relación al amor, y el amor al amante. El que ama, por amor ama, y el amor pertenece a alguien que ama.
Mente y espíritu son términos esenciales, no relativos. Ni por el hecho de ser la mente espíritu del hombre es mente y espíritu. Abstracción hecha de lo que es el hombre, pues lo es por la adición de su cuerpo; abstracción hecha del cuerpo, permanece la mente y el espíritu: si prescindimos del amante, no existe el amor, y desvanecido el amor, desaparece el amante. Por ende, en cuanto dicen habitud mutua, son dos realidades; en sí considerados, son un espíritu ambos, y cada uno un espíritu; cada uno es mente y los dos una mente. ¿Dónde, pijes, encontrar la Trinidad? Reconcentremos nuestra atención e imploremos el eterno esplendor para que ilumine nuestras tinieblas y veamos en nosotros, en La medida que nos fuere otorgado, la imagen de Dios.
CAPÍTULO III
La imagen de la Trinidad en la mente que se conoce y ama. Conocimiento del alma por el alma
3. La mente no puede amarse si no se conoce; porque ¿cómo ama lo que ignora? Hablaría a tontas el que afirmase que la mente, en virtud de cierta analogía general o específica, cree que es tal como por experiencia sabe que son las otras, y por eso se ama a sí misma. ¿Cómo puede la mente conocer otra mente si se ignora a sí misma? No se diga que la mente se ignora a sí misma y conoce a las demás, como ve el ojo del cuerpo los ojos de los demás, pero no puede verse a sí mismo. Con los ojos del cuerpo vemos los cuerpos. Los rayos que ellos emiten, y que tocan cuanto vemos, no podemos hacerlos refractar y rebotar sobre ellos mismos si no es cuando miramos un espejo. Cuestión ésta muy sutil y oscura, mientras no se demuestre que la realidad es o no como pensamos.
Pero de cualquier modo que se haya la potencia visiva, ora sea irradiación, ora otra cosa diversa, no la podemos ver con la vista, sino que la debemos buscar con la mente, y, si es posible, con la mente llegaremos a comprenderla. Percibe la mente, mediante los sentidos del cuerpo, las sensaciones de los objetos materiales, y por sí misma los incorpóreos. En consecuencia, se conoce a sí misma por sí misma, pues es inmaterial. Porque, si no se conoce, no se ama.
CAPÍTULO IV
Tres cosas iguales que son unidad: la mente, su conocimiento y el amor. Estas tres cosas son substancia y dicen relación. Las tres son inseparables, y las tres son, sin trabazón ni mezcla, una substancia y también términos relativos
4. Cuando la mente se ama existen dos cosas, la mente y su amor, y cuando la mente se conoce hay también dos realidades, la mente y su noticia. Luego la mente, su amor y su conocimiento son como tres cosas, y las tres son unidad; y si son perfectas, son iguales. Si la mente no se ama en toda la extensión de su ser: por ejemplo, 51 g alma humana se ama como se ha de amar el cuerpo, siendo ella superior al cuerpo, peca, y su amor no es perfecto. Y si se ama más allá de las fronteras del ser, es decir, si se ama como sólo Dios ha de amarse, siendo ella infinitamente inferior a Dios, peca en exceso y no se ama con amor de perfección. Y su malicia y perversidad es completa si ama a su cuerpo como sólo a Dios se ha de amar.
Asimismo, si el conocimiento es inferior al objeto conocido, cuando éste es plenamente cognoscible, no es perfecto. Empero, si es más excelente, entonces la naturaleza que conoce es superior a la naturaleza conocida; así es superior el conocimiento de un cuerpo al cuerpo mismo, objeto de dicho conocimiento. El conocimiento es una especie de vida en la mente del que conoce; el cuerpo no es vida; y una vida cualquiera es siempre superior al cuerpo, no en mole, sino en virtud. Pero la mente, cuando se conoce, no es superior a su conocimiento, pues ella conoce y se conoce. Y cuando se conoce toda y ninguna otra cosa con ella, su conocimiento es igual a ella, pues cuando se conoce, su conocimiento no lo saca de otra naturaleza; y cuando totalmente se conoce y ninguna otra cosa percibe, no es ni mayor ni menor. Con razón, pues, dijimos que estas tres cosas, cuando son perfectas, son, en consecuencia, iguales.
5. Y si somos capaces de verlas, nos damos al mismo tiempo cuenta que estas cosas existen en el alma, y, cual si ovilladas estuviesen, se desenvuelven y se dejan percibir y numerar, no como accidentes de un sujeto, como el calor y la figura en los cuerpos, ni como la cualidad o cantidad, sino de una manera substancial y, por decirlo así, esencialmente. Todo accidente no excede en extensión al sujeto en que radica. El color y la figura de un cuerpo determinado no pueden ser el color y la figura de aquel otro cuerpo.
Pero la mente puede amar otras cosas fuera de sí con el mismo amor con que se ama a sí misma. Y, del mismo modo, la mente no se conoce solamente a sí misma, sino otras muchas cosas. Luego el amor y el conocimiento no radican en la mente como en un sujeto, sino que son, al parigual de la mente, substancia; pues, aunque tenga un sentido de mutua relación, en sí son substancia. Porque esta relación no es como la del color respecto del cuerpo colorado, pues el color está en el cuerpo como en propio sujeto y no tiene en sí subsistencia, mientras la substancia es el cuerpo matizado de cierto color, y existe siempre en la substancia.
Mas nuestra habitud es como la que existe entre dos amigos, que son dos hombres y, en consecuencia, dos substancias. En cuanto hombres, no indican relación, si en cuanto amigos.
6. Pero aunque substancia es el que ama y conoce, substancia es la ciencia, substancia el amor; mas el amante y el amor, el sabio y la ciencia, entrañan, como el amigo, mutua habitud; la mente o el espíritu no son términos relativos, como tampoco lo son los hombres; con todo, el que ama y su amor, el que conoce y su ciencia, no pueden existir separados, sí los amigos. Mas, aunque los amigos puedan estar distanciados físicamente, no parece puedan estarlo en el alma, en cuanto amigos. No obstante, es posible que el amigo empiece a odiar al amigo, y desde este momento deja de ser amigo, aunque el otro lo ignore y siga profesándole amor. Pero si el amor con que el alma se ama deja de existir, cesa el alma de amar; corno cesa el conocimiento por el que conoce si cesa el alma de conocerse.
Un ejemplo. No hay cabeza en un tronco sin cabeza; cabeza y tronco son términos relativos, aunque en sí son substancia; porque realidad física es la cabeza y el que tiene cabeza, y si no existe la cabeza, tampoco el ser con cabeza. Pero, mediante un simple tajo, puede la cabeza separarse del cuerpo; en las realidades del alma, esto es imposible.
7. Y si se trata de cuerpos no divisibles ni seccionables, con todo, si no constasen de partes, no serían cuerpos. La parte dice relación al todo; porque toda parte es parte de algún todo, y el todo lo es con todas sus partes. Pero, como la parte y el todo son cuerpos, tienen no sólo valor relativo, sino también substancial, ¿Acaso es el alma el todo, y sus cuasi partos el amor con que se ama y la ciencia con que se conoce, de cuyas dos partes se compone aquel todo? ¿O son tres partos iguales las que completan el todo?
La parte nunca puede abrazar el todo cuya os parte; la mente, empero, cuando se conoce toda, esto es, cuando se conoce perfectamente, su conocimiento es total, y cuando se ama con amor de perfección, totalmente se ama. ¿Hemos entonces de razonar, cuando se trata de estas tres realidades: mente, conocimiento y amor, como se razona de una bebida compuesta de vino, agua y miel, bebida en la que cada uno de sus componentes se extiende por toda la masa y, sin embargo, son tres, pues la parte más diminuta de esta poción contiene estos tres elementos, y no superpuestos cual si fuera agua y aceite, sino mezclados, y los tres son substancias, y todo el líquido aquel una substancia compuesta de tres? Pero el vino, el agua y la miel no son de una misma naturaleza, aunque de su mezcolanza resulte tina substancia potable.
Mas no veo cómo aquellas tres realidades no sean de una misma substancia, sobre todo cuando la mente se conoce y se ama, y se compenetran de tal suerte estas tres cosas que el alma no es conocida ni amada por otro. Luego es necesario que estas tres cosas sean de una misma substancia; pues de existir en mezcla informe, no serían ya tres ni podrían relacionarse entre sí. Es como si de un mismo pan de oro haces tres sortijas semejantes y entrelazadas: dicen siempre mutua habitud, pues se asemejan, y lo semejante es semejante a alguna cosa; existe en este caso una trinidad de sortijas, y un pan de oro. Pero si se las somete a fusión y cada anillo se mezcla y confunde con la masa total, perece la trinidad y no puede ya subsistir. Se podrá entonces hablar de la unidad del oro, pero no de la trinidad áurea, como en el ejemplo de las tres sortijas.
CAPÍTULO V
Inmanencia y circumincesión de las tres facultades
8. Mas, cuando la mente se conoce y se ama, subsiste la trinidad -mente, noticia y amor- en aquellas tres realidades, y esto sin mezcla ni confusión. Y si bien cada una tiene en sí subsistencia, mutuamente todas se hallan en todas, ya una en dos, ya dos en una. Y, en consecuencia, todas en todas.
El alma está ciertamente en sí, pues se dice mente con relación a sí misma; pero como cognoscente, conocida o cognoscible, dice relación a su noticia, y con referencia al amor con quo si ama se la dice amable o amada y amante. Y la noticia, aunque se refiera a la mente que conoce y es conocida, no obstante, con relación a sí misma se la puede llamar cognoscente y conocida; no puede ser ignorada la noticia por la que se conoce la mente. Y el amor, aunque se refiere a la mente que ama y cuyo es el amor, sin embargo es amor para sí con subsistencia propia; pues se ama el amor, y el amor sólo puede ser amado por el amor, es decir, por sí mismo. Y así, cada una de estas tres realidades existe en sí misma.
Y están recíprocamente unas en otras: la mente que ama está en su amor; el amor, en la noticia del alma que ama, y el conocimiento, en el alma que conoce.
Cada una está en las otras dos. La mente que se conoce y ama está en su amor y en su noticia; el amor de la mente que se conoce y ama está en su mente y en su noticia; y la noticia de la mente que se ama y conoce está en su mente y en su amor, porque se ama cognoscente y se conoce amante. Y así hay dos en cada una, pues la mente que se conoce y ama está con su noticia en el amor, y con su amor, en su noticia; el amor y la noticia están simultáneamente en la mente que se conoce y ama.
Poco ha hemos visto cómo está toda en todas cuando la mente se ama toda, se conoce toda y conoce todo su amor, y ama toda su noticia cuando estas tres realidades son perfectas con relación a sí mismas. Y las tres son de un modo maravilloso inseparables entre sí, y, no obstante, cada una de ellas es substancia, y todas juntas una substancia o esencia, si bien mutuamente son algo relativo.
CAPÍTULO VI
Conocimiento de las cosas en sí mismas y en la eterna verdad. De las cosas corpóreas se ha de juzgar según la regla de la verdad eterna
9. Cuando la mente humana se conoce y se ama, no conoce ni ama algo inconmutable: todo hombre, atento a lo que en su interior experimenta, expresa (le una manera su mente al hablar y de otra muy diferente define lo que es la mente, sirviéndose de un conocimiento general o específico. Y así, cuando uno me habla (le su propia mente y me dice que comprende o no comprende esto o aquello, o que quiere o no quiere esto o lo otro, le creo; mas cuando de una manera general o especifica dice la verdad acerca de la mente humana, reconozco y apruebo.
Luego es manifiesto que una cosa es ver en si lo que otro no ve y ha de creerlo sobre la palabra del que habla, y otra contemplarlo en la misma verdad. Jo que también puede ver un tercero: lo primero puede cambiar en el tiempo, ésta es inmutable y eterna. No es viendo con los ojos del cuerpo una muchedumbre de mentes como nos formamos, por analogía, un concepto general o concreto de la mente humana, sino contemplando la verdad indeficiente, según la cual definimos, en cuanto es posible, no lo que es la mente de cada nombre, sino lo que debe ser en las razones eternas .
10. Cuanto a las imágenes de las cosas materiales percibidas por los sentidos del cuerpo y grabadas en cierto modo en la memoria y en su medio, nos representamos como en fingida imagen las cosas no vistas, ora muy diferentes de como son, ora, por pura casualidad, como son; al aprobarlas o rechazarlas en nuestro interior, obramos conforme a unas normas superiores a nuestra mente e inmutables, siempre que nuestro juicio sea, en su aprobación o crítica, recto. Así, cuando pienso en las murallas de Cartago, que vi, o me imagino las de Alejandría, que no vi, doy racionalmente preferencia a unas formas imaginadas sobre otras; pero es en las alturas donde brilla y se afirma el juicio de la verdad y le dan firmeza las leyes incorruptibles de su derecho; y aunque una nuble de imágenes materiales logre a veces velar su silueta, jamás podrá obscurecerla y confundirlas.
11. Mas me interesa saber si, envuelto yo en esa calígine o bajo su obscuridad, estoy privado de la vista del cielo sereno, o, cual suele acaecer en la cima elevada de la montaña, como suspendido entre el firmamento y los cirrus, gozo del aire puro y contemplo en lo alto la plácida luz y bajo mis pies densas tinieblas.
¿Por ventura no siento inflamarse en mí la llama del amor fraterno cuando oigo que algún varón sufrió atroces tormentos por sostener la belleza y solidez de su fe? Y si con el índico se me señala este varón, anhelo unirme a él, trabar con él amistad, darle a conocer. Y si la ocasión se me brinda propicia, me aproximo, le hablo, converso con él y le expreso mi afecto y ansío vivamente que él se aficione a mi trato y me lo haga saber; y me esfuerzo, no pudiendo al pronto leer en su interior, unirme a él en un amplexo espiritual por fe. Amo, con casto y fraternal amor, al varón fiel y valiente.
Mas si en el curso de nuestra charla me confiesa, o imprudentemente de otro modo cualquiera lo indica, y me da a conocer que siente de Dios cosas indignas o que busca en Él algún bien carnal, y por sostener su error, o con miras de lucre o bien llevado de estéril ambición de humana alabanza, sufrió tan acerbos tormentos, al instante el amor que me impulsaba hacia él, ofendido y como rechazado, se retira del hombre indigno y permanece en aquella forma que me lo hizo, cuando lo creía digno, amable. A no ser que aún le ame para que sea tal cual he comprobado que no es. En nuestro hombre nada ha cambiado, pero puede aún cambiar y hacerse lo que yo creí que era ya; en mi mente ha cambiado el aprecio, pues antes era de diferente manera que ahora. E1 mismo amor se ha desviado del anhelo del gozo al deseo de serle útil, bajo el imperio de le justicia inconmutable y excelsa. Es el ideal de la firme e inconcusa verdad, que me hacía gozar del hombre que bueno creía y que al presente me excita el deseo de que lo sea, el que baña de eternidad serena con la luz de la razón incorruptible y pura la mirada de mi alma y la nube de imágenes que allá abajo contemplo cuando pienso en el hombre que vi. Y otro tanto sucede cuando evoco en mi ánimo la imagen de un arco bella y uniformemente curvado que vi, pinto el caso, en Cartago: el objeto material es transmitido a la mente por los ojos y trasegado a la memoria para suscitar luego una representación imaginaria. Mas lo que mi mente contempla y, según esta visión, apruebo su belleza o corrijo lo que me desagrada, es muy otra cosa. Y así juzgamos de estas cosas corpóreas según la verdad eterna que percibe la intuición de la mente racional. Estas formas, si están presentes, las percibimos por el sentido del cuerpo; de las ausentes recordamos sus imágenes archivadas en la memoria, o, según la ley de las semejanzas, las fingimos tales como nosotros las crearíamos en la realidad si tuviéramos medos y voluntad. Una cosa es fingir en el ánimo las imágenes de los cuerpos o ver con el cuerpo los cuerpos, y otra intuir, por encima de la mirada do la mente, mediante la visión de la pura inteligencia, las razones y el arte inefablemente bello de tales imágenes.
CAPÍTULO VII
Concebimos y engendramos interiormente un verbo al contemplar las cosas en la eterna Verdad
12. Con la mirada del alma vemos en esta eterna Verdad, por la que han sido creadas todas las cosas temporales, una forma que es modelo de nuestra existencia y de cuanto en nosotros o en los cuerpos obramos, al actuar según la verdadera y recta razón: por ella concebimos una noticia verdadera de las cosas, que es como verbo engendrado en nuestro interior al hablar, y que al nacer no se aleja de nosotros.
Y cuando dirigimos la palabra a otros, añadimos a nuestro verbo interior el ministerio de la voz o algún otro signo sensible, a fin de producir en el alma del que escucha, mediante un recuerdo material, algo muy semejante a lo que en el alma del locutor permanece. Así, nada hacemos por los miembros del cuerpo, ni en palabras ni en obras, al aprobar o reprender la conducta moral de los hombres, sin que se anticipe en nuestro interior el verbo secreto. Nadie queriendo hace algo sin antes hablarlo en su corazón.
CAPÍTULO VIII
Eros y amor
13. Este verbo es engendrado o por el amor de la criatura o del Creador; esto es, o de la naturaleza caduca o de la verdad inmutable. Luego, o por la concupiscencia o por la caridad. Y no es que no haya de amarse la criatura: cuando este amor va flechado al Creador, no es sino caridad. Es, si, concupiscencia cuando se ama la criatura por la criatura. En este caso es útil al que no usa de ella; pero corrompe al que en ella se adelicia. La criatura o es igual o inferior a nosotros. De la inferior se ha de usar para Dios; de la igual hemos de disfrutar, pero en Dios. No te complazcas en ti mismo, sino en aquel que te hizo; y lo mismo has de practicar con aquel a quien amas como te amas a ti. Gocemos, pues, de nosotros mismos y de los hermanos, pero en el Señor, y no osemos nunca abandonarnos a nosotros mismos ni extender nuestros deseos hacia los bienes de la tierra.
Florece la palabra cuando agrada la idea, y entonces inclina al pecado o al bien. Es el amor un abrazo entre la palabra y la mente que la engendra, y a ellas se une como tercer elemento en amplexo incorpóreo, sin confusión alguna.
CAPÍTULO IX
El verbo en el alma casta y en el amor culpable
14. La concepción y el nacimiento del verbo se identifican cuando la voluntad descansa en la noticia, como en el amor de lo espiritual acontece. El que, por ejemplo, conoce perfectamente y ama con igual perfección la justicia, ya es justo, aunque, no actúe al exterior según este postulado de, la justicia mediante los miembros del cuerpo. Mas en el amor de las cosas carnales y transitorias -y lo mismo sucede en los fetos de los animales-, una cosa es la concepción de la palabra y otra muy diferente el parto. Lo que se concibe con el deseo, nace con el logro. No basta al avaro conocer y amar el oro si no lo posee; ni basta conocer y amar la comida o el ayuntamiento si no llega a realizar estos actos; ni basta conocer y amar el poder y el honor si no los consigue. Ni siquiera cuando se poseen todos estos bienes son suficientes. El que bebiere de esta agua, tendrá sed de nuevo8. Por eso se dice en el Salmo: Se empreñó de dolor y parió iniquidad9. Llama empreñarse de maldad o trabajos a la concepción de aquellas cosas cuyo conocimiento y deseo no bastan, pues el alma se consume en ardores y enferma de, indigencias hasta conseguir sus anhelos y entonces es como si los diese a luz. No sin cierta elegancia se dice en el idioma latino parta, reperta, comperta, tres palabras que se derivan de "parto". La concupiscencia, cuando ha concebido, pare el pecado10. Y el Señor dama: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados11. Y en otro lugar: ¡Ay de las que estuvieren encinta y de las que en aquellos días amamanten!12 Y dice aún, refiriendo al alumbramiento de la palabra, los pecados y el bien obrar: Por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado; entendiendo por palabra no la que nuestros labios pronuncian, sino el verbo secreto e invisible del pensamiento y del corazón.
CAPÍTULO X
Palabra del alma lo es solamente la noticia amada
15. Se pregunta, y con razón, si toda noticia es verbo o lo es sólo la noticia amada. Conocemos también lo que odiamos; pero lo que desagrada, ni se concibe ni nace en el alma.
No todas las cosas que nos tocan de alguna manera se conciben: hay cosas que simplemente son conocidas, sin llegar a ser verbo, como estas de las cuales ahora tratamos. Se llama verbo el sonido articulado silábicamente en el espacio y en el tiempo, ora lo modulen nuestros labios, ora quede recatada en nuestro pensar. En otro sentido es verbo todo lo conocido c impreso en el alma mientras lo retenga la memoria y puede ser definido, aunque en realidad nos desagrade. Por fin, se llama verbo el concepto de la mente cuando place. En esta acepción se ha de entender la sentencia del Apóstol: Nadie dice Señor Jesús sino en el Espíritu Santo13; aunque en otro sentido digan esto mismo aquellos de quienes habla el Señor: No todo aquel que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos14.
Mas cuando, con razón, nos disgustan y reprobamos las cosas odiadas, se da por buena su condena y agrada y es verbo. No nos enfada el conocimiento de los vicios, sino los vicios en sí. Me agrada conocer y definir la intemperancia, y éste es su verbo. Existen en el arte defectos palmarios, y se alaba su conocimiento al discernir un perito la especie y la privación de la virtud, como afirmar o negar, ser o no ser; sin embargo, carecer de virtud y precipitarse en el vicio es vituperable exceso. Definir la intemperancia y pronunciar su verbo pertenece a la ciencia moral; ser intemperante es lo que reprueba la ética. Conocer y definir qué es un solecismo pertenece al arte del bien decir; proferir solecismos es vicio que dicho arte condena. El yerto que ahora queremos insinuar y estudiar es la noticia en el amor. Cuando el alma se conoce y se ama, su verbo se une a ella por amor. Y porque ama su noticia, conoce su amor, y el amor está en el verbo, y ambos en el que ama y habla.
CAPÍTULO XI
La imagen en un alma que se conoce
16. Mas toda noticia es, según la especie, semejante al objeto que se conoce. Existe, además, una noticia, según la privación, que expresamos al desaprobar una cosa. Y esta repulsa de la privación es un elogio de la idea, y por eso se alaba. Tiene el alma una cierta semejanza con la especie conocida, ora le agrade, ora le ofenda su privación.
Por lo cual, en cuanto conocernos a Dios, nos hacemos a Él semejantes, pero no con semejanza de igualdad, porque no le conocemos como es en sí. Y cuando mediante un verbo como sensible conocemos los objetos corpóreos, se forma en nuestra alma una cierta semejanza de estos cuerpos, que es imagen de la memoria; pero no entran dentro de nosotros los cuerpos cuando en ellos pensamos, sino sus imágenes. Es, por consiguiente, un error tomar el objeto por la imagen, pues error es aprobar una cosa por otra; con todo, la imagen de un cuerpo cualquiera en el alma es mejor que la especie corpórea, en cuanto existe en tina naturaleza ms noble, por existir en una existencia vital, que es el alma. Así, cuando conocemos a Dios nos hacemos mejores que éramos antes de conocerlo, sobre todo cuando el objeto placentero y amado se hace palabra y la noticia se hace cierta semejanza con Dios. No obstante, es inferior, pues su naturaleza es más vil; el alma siempre es criatura, y Dios Creador.
De aquí se deduce que, cuando el alma se conoce y aprueba su ciencia, entonces su noticia es su verbo, y es en absoluto igual e idéntico a ella; porque la noticia no es de esencia inferior, como el cuerpo, ni de esencia más noble, como Dios. Y, pues toda noticia ofrece cierta semejanza con el objeto de quien ella es noticia, ésta es perfecta e igual a la mente que conoce y es conocida. En consecuencia, es imagen y es verbo, pues es su expresión cuando se iguala a ella por el conocimiento, y lo engendrado es igual al que engendra.
CAPÍTULO XII
Por qué la noticia del alma es su prole y no es su parto el amor. Solución de problema. La mente, su noticia y su amor, imagen de la Trinidad.
17. ¿Qué es el amor? ¿Será imagen? ¿Palabra? ¿Engendrado? ¿Por qué la mente engendra su noticia cuando se conoce y no engendra su amor cuando se ama? Porque si es causa de su noción en cuanto escible, será también causa de su amor, porque es amable.
Difícil es decir por qué no engendra el alma ambas cosas. Y esta misma cuestión surge al tratar de la Trinidad excelsa, Dios omnipotente y Creador, a cuya imagen fue el hombre formado, y sude inquietar a los hombres, a quienes la verdad do Dios invita a la fe en lenguaje humano. ¿Por qué al Espíritu Santo ni se le cree, ni se le dice engendrado por Dios Padre, ni se le llama hijo suyo?
Es lo que, de alguna manera, nos esforzamos por estudiar ahora en la mente humana, y para ello interroguemos, con el fin de obtener respuesta cumplida, a esta imagen inferior y más familiar que es nuestra misma naturaleza, dirigiendo luego la mirada de nuestra mente, ya más entrenada, de la criatura iluminada a la luz inconmutable; con todo, la misma verdad nos persuadirá que el Espíritu Santo es amor, y el Verbo, Hijo de Dios, verdad que ningún cristiano pone en duda.
Volvamos, pues, a esta imagen criada, esto es, a la mente racional, e interroguémosle con diligencia sobre esta cuestión, pues en ella temporalmente existe un conocimiento de ciertas cosas que antes no existía y un amor a cosas que antes no se amaban, y este conocimiento nos indica más claramente qué es lo que tenemos que decir, pues siempre es más hacedero explicar una realidad encuadrada dentro del orden de los siglos en un lenguaje temporal y humano
18. Es en principio manifiesto que puede darse algo cognoscible, es decir, que se puede conocer, y, sin embargo, se ignora; pero no se puede en modo alguno conocer lo incognoscible. Es, pues, evidente que todo objeto conocido coengendra en nosotros su noticia. Ambos, cognoscente y conocido, engendran el conocimiento. Y así la mente, cuando se conoce, ella sola es padre de su noticia y es a la vez la que conoce y lo que conoce. Era cognoscible antes de conocerse, pero no existía en ella su noticia antes de autoconocerse. Cuando se conoce, engendra su noticia igual a sí misma; entonces su conocimiento iguala a su ser, y su noticia no pertenece a otra substancia; y esto no sólo porque conoce, sino porque se conoce a sí misma, según arriba dijimos.
Mas ¿qué decir del amor? ¿Por qué, cuando se ama, no engendra su amor? Era ya amable antes de amarse, pues podía amarse, como era antes de conocerse cognoscible, pues podía conocerse; porque si no fuera cognoscible, jamás se podría conocer, y si no fuera amable, jamás se podría amar. ¿Por qué, pues, cuando se ama no se dice que engendra su amor, como al conocerse engendra su noticia?
¿Es, acaso, para indicar claramente el principio del amor de (loado procede, pues procede de la mente ya amable antes de amarse, siendo así principio del amor con que se ama; mas no puede decirse con verdad engendrado, como se dice la noticia de sí por la que se conoce, precisamente porque ha encontrado mediante el conocimiento lo que se pudiera llamar parto o encontrado (repertum), pues con frecuencia procede la búsqueda con la ilusión de reposar en este fin? Es la investigación una apetencia de encontrar, que es sinónimo de engendrar (reperiendi), Las cosas que se reencuentran es como si se alumbraran (pariuntur) y son semejantes a la filiación. Y ¿dónde se engendran sino en la noticia? Es aquí donde como expresándose se forman. Porque si ya existían las cosas que buscando encontramos, no existía la noticia que asemejamos a un hijo que nace. La apetencia que late en la búsqueda procede del que busca, y se balancea como en suspenso, y no reposa en el fin anhelado a no ser cuando se encuentra el objeto buscado y se une al que busca. Y esta apetencia o búsqueda, aunque no parezca ata amor con que se ama lo conocido -sólo se trata aún el conocimiento-, participa en cierto modo de su género.
Y se la puede llamar ya voluntad, porque todo el que busca quiere encontrar; y si se busca lo que pertenece a la noticia, el que busca quiere conocer. Y si con ardor lo ansia y constancia, se llama estudio, término muy usual en la investigación y adquisición de las ciencias. Luego al parto de la mente precede una cierta apetencia en virtud de la cual, al buscar y encontrar lo que conocer anhelamos, damos a luz un hijo, que es la noticia; y, por consiguiente, el deseo, causa de la concepción y nacimiento de la noticia no se puede llamar con propiedad parto e hijo; el mismo deseo que impele vivamente a conocer se convierte en amo al objeto conocido y sostiene y abraza a su prole, es decir, a su noticia, y lo une a su principio generador. Es, pues, cierta imagen de la Trinidad la mente, su noticia, hijo y verbo de sí misma, y en tercer lugar, el amor; y estas tres cosas son una sola substancia. Ni es menor la prole cuando la mente se conoce tal como es, ni menor el amor si se ama cuanto se conoce y es.