El concilio de Cartago (año 256)
I. 1. Podía ya quizá ser suficiente con los argumentos tantas veces repetidos y estudiados en múltiples discusiones, añadiendo las pruebas de las divinas Escrituras y con el aval de tantos testimonios del mismo Cipriano, podía ser suficiente para que aun los de talento más corto, según se me alcanza, lleguen a comprender que el bautismo de Cristo no puede ser deformado por perversidad alguna del hombre que lo dé o que lo reciba. La razón por la cual en aquellos tiempos, cuando frente a la costumbre antigua se discutía esta cuestión en debates polémicos, quedando a salvo la caridad y la unidad, pareció a algunos, incluso entre los ilustres obispos de Cristo, en cuyo número destacaba sobre todo el bienaventurado Cipriano, que no podía existir entre los herejes y cismáticos el bautismo de Cristo. Y la razón de esa opinión no era otra que el no distinguir entre sacramento y su efecto o el fruto del sacramento. Como ese efecto y ese fruto, es decir, la liberación del pecado y la rectitud del corazón no se hallaba entre los herejes, prevalecía la opinión de que no existía tampoco allí el sacramento.
Pero al volver la consideración a la multitud de quienes son paja dentro de la Iglesia, aparecen los que en el seno de la unidad llevan una vida perversa y escandalosa, y, por lo tanto, no pueden dar ni obtener la remisión de los pecados, ya que no es a los malos hijos sino a los buenos a quienes se dijo: A quien perdonéis los pecados, le serán perdonados; a quien se los retengáis, le serán retenidos 1; y, sin embargo, poseen, dan y reciben el sacramento del bautismo. Ante esta consideración, los pastores de la Iglesia católica esparcida por todo el orbe, que más tarde consolidaron con la autoridad del concilio plenario, la costumbre primitiva, vieron con claridad que la oveja que andaba por fuera errante y había recibido fuera el sello del Señor de sus ladrones embaucadores, al venir a la salud de la unidad cristiana, era corregida de su error, liberada de la cautividad, sanada de la herida, pero se reconocía en ella el sello del Señor en lugar de rechazársele. Lo mismo ocurre con tantos lobos que imprimen el mismo carácter a otros lobos, todos los cuales parece están dentro y, sin embargo, por los frutos de sus costumbres, en que se mantienen hasta el fin, son convencidos de no pertenecer a aquella Oveja que está constituida por muchas. Lo cual es debido a que, según la presciencia de Dios, como hay muchas ovejas errantes fuera, también hay muchos lobos que ponen asechanzas dentro; entre los cuales, no obstante, conoce el Señor quiénes son suyos 2, y éstos no escuchan más que la voz del pastor, aun cuando llama con voces semejantes a las de los fariseos, de quienes se dijo: Haced lo que os dicen 3.
2. Un hombre espiritual que vive la finalidad del precepto, esto es, la caridad que proviene de un corazón puro, de una conciencia buena y de una fe sincera, puede no discernir con toda nitidez alguna verdad a causa del cuerpo que se corrompe y entorpece el alma, y apreciar de distinta manera lo que Dios revela cuando quiere a quien permanece en la caridad; de igual manera puede en el hombre carnal y perverso encontrarse algún bien útil, que procede de otra parte, no de sí mismo. Lo mismo que en una rama fructuosa se encuentra algo que podar para que dé más fruto, así también en un sarmiento seco y estéril suele haber colgado algún racimo.
Sería insensato apreciar las inmundicias del ramo fructuoso; se busca la utilidad al no rechazar los hermosos frutos doquiera estén colgados. Así también procede insensatamente quien, apartado de la unidad, rebautiza precisamente porque le pareció a Cipriano que es preciso bautizar de nuevo a los que vienen de los herejes: rechaza con ello lo que hay de admirable en un hombre de tamaña grandeza, y practica sus errores, sin conseguir eso mismo que persigue. En efecto, Cipriano, al rechazar profundamente por el celo de Dios a los que se separaron de la unidad, juzgó que también se habían separado del bautismo; y los donatistas, teniendo como crimen pequeño que se hubieran separado de la unidad de Cristo, se esfuerzan por demostrar que ya no hay bautismo en ella, sino que se salió con ellos. Tan lejos se hallan de la fecundidad de Cipriano, que ni siquiera llegan a igualarse con los sarmientos rechazados por él.
II. 3. Lo mismo sucede con quien no tiene la caridad: camina por los caminos tortuosos de las malas costumbres, y cuando en realidad está fuera de la Iglesia, parece hallarse dentro, absteniéndose también de repetir el bautismo de Cristo ni siquiera a los herejes: de nada le sirve si es infecundo en su fruto, aunque esté cargado del ajeno. También puede suceder que alguien esté bien arraigado en la caridad y que piense rectamente en lo que se equivocó Cipriano, y sin embargo, haya en Cipriano mucha más fecundidad que en éste, y, a su vez, muchas más cosas en él que en Cipriano.
Por ello no comparamos en modo alguno a los malos católicos con el bienaventurado Cipriano, ni siquiera igualamos con él a los buenos, ya que lo cuenta la piadosa madre Iglesia entre los raros y escasos sujetos de santidad extraordinaria, por más que éstos reconozcan el bautismo de Cristo entre los herejes y él haya tenido opinión diferente; y así, mediante su visión más limitada y su permanencia inconmovible en la fe, se demuestra con toda claridad a los herejes qué sacrílego fue romper el vínculo de la paz. Como tampoco se deben comparar a los ciegos fariseos, aunque dijeran a veces lo que se debía hacer, con el apóstol Pedro, bien que dijera alguna vez cosas que no debían hacerse; no se puede poner en parangón la aridez del sarmiento donatista con la lozanía de Cipriano, ni los frutos de los unos con la fecundidad del otro. Nadie, en efecto, obliga hoy a los gentiles a hacerse judíos; mas no puede nadie, por mucho que haya aprovechado en la Iglesia, ser comparado con el apostolado fecundo de Pedro.
Y así, guardando la debida reverencia y tributando el honor que puedo al obispo pacífico y glorioso mártir Cipriano, me atrevo a decir que tuvo sobre el bautismo de los herejes y cismáticos diferente opinión de la que nos puso de manifiesto después la verdad, no precisamente según mi parecer, sino según el parecer de la Iglesia universal, reforzado y confirmado con la autoridad del concilio plenario. Así como también con toda la veneración que siento en atención a sus méritos por Pedro, el primero de los apóstoles y el más eminente de los mártires, me atrevo a afirmar que no obró rectamente al obligar a judaizarse a los gentiles; y esto también lo digo, no llevado de mis convicciones, sino de la doctrina saludable del apóstol Pablo, mantenida y conservada por toda la Iglesia.
4. En este debate sobre la opinión de Cipriano, aunque muy inferior en méritos a él, digo que buenos y malos pueden tener, pueden dar y pueden recibir el bautismo: los buenos, útil y saludablemente; los malos, para su perdición y castigo, quedando el bautismo igualmente íntegro en unos y en otros; y nada importa para su integridad, igual en todos, cuánta es la malicia de los malos; como nada importa la perfección de los buenos. Por esto también nada importa la malicia, como tampoco la virtud del que lo da; y de la misma manera nada importa la malicia, como nada importa la virtud del que lo recibe. El bautismo por sí mismo es igualmente santo en los que tienen un grado diferente de justicia o de malicia.
III. 5. Que los malos tienen el bautismo, que lo dan y lo reciben sin ninguna señal de conversión, pienso que ya queda bien demostrado por las Escrituras canónicas y por las cartas de San Cipriano; y que no pertenecen a la santa Iglesia de Dios, por más que parezca que están dentro, lo demuestra bien claro su calidad de avaros, ladrones, usureros, envidiosos, malévolos y cosas por el estilo; y, sin embargo, ella es la Paloma única, pudorosa y casta, esposa sin mancha ni arruga, huerto cerrado, fuente sellada, vergel de frutos y demás alabanzas que se le tributan. Y esto no se entiende sino en los buenos, santos y justos, es decir, no por los dones de Dios comunes a buenos y malos, sino también por tener ellos el Espíritu Santo con una caridad profunda y eminente, y por eso es a ellos a quienes dice el Señor: A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos 4.
IV. 6. No hay, pues, motivo justo para decir que no puede el malvado dar el bautismo, si puede tenerlo; cierto que, como lo tiene para su perdición, perniciosamente lo da también; no porque dé algo pernicioso, ni porque lo dé tal ministro, sino por dárselo a alguien malo. Pues cuando uno malo se lo da a uno bueno, que vive en la unidad y está renovado por una verdadera conversión, la malicia del ministro queda sin efecto por el buen sacramento que se da y el buen fiel que lo recibe. Y cuando se le perdonan los pecados al convertirse de verdad al Señor, le son perdonados por aquellos a quienes les une la conversión verdadera. El que los perdona es el mismo Espíritu Santo, que se ha dado a todos los santos unidos a El por la caridad, se conozcan o no se conozcan personalmente entre sí. De modo semejante, cuando se retienen los pecados de alguien, lo hacen aquellos de quienes se le separa por la desemejanza de su vida o por el alejamiento de su corazón perverso, se conozcan personalmente o no.
V. 7. Por consiguiente, todos los malos están separados espiritualmente de los buenos; si añaden a ello abierta separación corporal, se hacen peores todavía. Pero, como ya se dijo, nada importa para la santidad del bautismo la malicia que tiene el que lo da o la malicia con que lo da; puede darlo el que está separado, como puede tenerlo también; pero es para su perdición tanto lo uno como lo otro.
En cambio, el que lo recibe, puede recibirlo saludablemente si lo recibe sin estar separado. Así les ha sucedido a muchos, que en peligro de muerte, con espíritu católico y corazón propicio a la unidad de la paz, han acudido a un hereje y han recibido de él el bautismo de Cristo sin perversión suya, y sea que murieron o que salvaron la vida, no se quedaron en modo alguno con aquellos a quienes jamás se habían unido de corazón.
Ahora bien, si fuera un separado el que lo recibía, con tanto mayor mal lo recibiría cuanto es más grande el bien que no recibe con buena disposición, y tanto más contribuye a la perdición de ese separado cuanto más le serviría si estuviera unido. De este modo, si se corrige de aquella perversidad y se convierte de la separación, viniendo a la unidad católica, se le perdonan sus pecados por el vínculo de la caridad incluso con el mismo bautismo que había recibido, y con el cual le quedaban retenidos por el sacrilegio de la división: tanto en el hombre justo como en el injusto permanece santo lo que no experimenta aumento por la justicia humana ni disminución por la humana malicia.
8. Siendo esto así, ¿qué puede perjudicar a la verdad ya esclarecida el que muchos obispos estuvieran de acuerdo con Cipriano en aquel parecer y expresaran sus ideas de acuerdo con él? ¿No contribuyó esto a poner más y más de manifiesto su amor a la unidad de Cristo? Si hubiera permanecido solo sin que nadie estuviera de acuerdo con su opinión, podría parecer que había disminuido su ardor por el cisma al no encontrar compañeros de su error; en cambio, habiendo tantos de acuerdo con él, al permanecer en la unidad con los demás que no estaban de acuerdo, conservó el santísimo vínculo de la unidad, no por temor de hallarse solo, sino por amor a la paz.
Pudiera por ello parecer superfluo revisar cada una de las opiniones de los restantes obispos de aquel concilio; pero como los de inteligencia menos viva piensan que no se ha respondido si no se contesta a algún pasaje de cada discurso en el lugar propio en que debía hacerse, sino en otro lugar, es preferible ejercitarlos con larga lectura, para que afinen su ingenio, antes que una deficiente comprensión y un lamento por no ser refutados.
VI. 9. En primer lugar, hemos de recordar para estudiarla de nuevo la consulta de Cipriano, en que se revela su alma pacífica y desbordante de caridad, y con la que da comienzo el concilio. Dice así: "Habéis oído, carísimos compañeros, lo que me escribió nuestro colega Jubayano, consultando a mi humilde persona sobre el bautismo profano e ilícito de los herejes; y lo que yo le he contestado, es decir, mi opinión, una y muchas veces emitida: que es preciso bautizar y santificar con el bautismo de la Iglesia a los herejes que a ella vienen. También se os leyeron otras cartas de Jubayano, en que contestando a la mía con sincera y religiosa devoción, no sólo mostraba su acuerdo, sino que daba gracias por haber sido instruido. No resta sino que cada uno exprese lo que piensa sobre esto, sin juzgar a nadie, ni separarlo del derecho de la comunión porque tenga opinión diferente. Nadie, en efecto, de nosotros ha sido constituido obispo de los obispos, ni puede obligar con tiránico poder a sus colegas a una necesaria obediencia, ya que en virtud de su libertad y su potestad tiene cada obispo su propio criterio y no puede ser juzgado por otro, como tampoco puede él juzgar a los demás; al contrario, todos nosotros hemos de esperar el juicio de nuestro Señor Jesucristo, que es el único que tiene el poder tanto de ponernos al frente en el gobierno de su Iglesia como de juzgar sobre nuestra actuación".
VII. 10. En los libros anteriores hemos discutido bastante a la medida de nuestros alcances -creo yo- en pro del acuerdo de la universalidad católica y de su concilio, en cuya unidad permanecieron éstos como miembros; y todo ello a propósito de la carta que escribió a Jubayano, como de la que escribió a Quinto, y de la que junto con algunos obispos envió a otros colegas, y de aquella que escribió a Pompeyo.
Por ello parece ya oportuno considerar lo que en particular ha pensado cada uno de los demás, y hacer esto con aquella libertad que respetó Cipriano al decir: "Sin juzgar a nadie ni separarlo del derecho de la comunión porque tenga opinión diferente". No dijo esto para conocer el pensamiento escondido de sus colegas dándoles esa seguridad para romper su secreto, sino porque amaba de verdad la paz y la unidad; así se colige fácilmente de otras expresiones semejantes, al escribir a cada uno en particular, como al mismo Jubayano. Dice: "Te escribo esto tan brevemente, carísimo hermano, según lo que alcanza mi humilde persona, sin dar órdenes ni prejuzgar a nadie, a fin de que cada obispo haga lo que piensa, teniendo la libre facultad de su albedrío". Y para que nadie, al usar de esta libre facultad, por pensar de otra manera, pudiera parecer que iba a ser separado del consorcio de los demás, añade a continuación: "En lo que de nosotros depende, no discutimos a propósito de los herejes con nuestros colegas y coepíscopos; con ellos mantenemos la concordia de Dios y la paz del Señor"; y un poco después: "Mantenemos con paciencia y mansedumbre la caridad del corazón, el honor del Colegio episcopal, el vínculo de la fe, la concordia del sacerdocio". Igualmente, en la epístola que escribió a Magno, al tratar de averiguar si hay alguna diferencia entre el bautismo por inmersión y por infusión, dice: "En esto nuestra modestia y prudencia no debe condicionar a nadie; que piense lo que tenga por bueno y practique lo que piensa".
En estas palabras aparece claramente que se trataron estas cuestiones cuando todavía no se veían aclaradas sin ambigüedades, sino que por su oscuridad exigían un gran esfuerzo de investigación. Por lo que toca a nosotros, mantenemos la necesidad de reconocer un bautismo sin complicaciones según la costumbre de la Iglesia universal, confirmada por concilios universales. Las palabras de Cipriano nos aumentan la confianza, ya que nos autorizarían, aun entonces, a tener diferente opinión quedando a salvo el derecho de comunión, y dando primacía y alabando la unidad, como la mantuvieron Cipriano y sus colegas, que celebraron con él aquel concilio, unidos a los que tenían otro parecer, rechazando y demoliendo las insidiosas calumnias de herejes y cismáticos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que dice por medio de su Apóstol: Soportándoos los unos a los otros con caridad, solícitos en conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz 5;y también: Si en algo sentís de otra manera, Dios os lo hará ver 6.
Vamos ya a considerar y exponer las opiniones de los santos obispos, salvaguardando con ellos el vínculo de la unidad y de la paz, en cuyo empeño procuramos imitarlos a la medida de la ayuda del Señor.
VIII. 11. Cecilio de Bilta dijo: "Yo sé que hay un solo bautismo en la única Iglesia, y fuera de la Iglesia, ninguno. Este solo bautismo estará donde está la esperanza verdadera y la fe segura. Así está escrito: Una sola fe, una sola esperanza, un solo bautismo 7. No está él entre los herejes, donde no hay esperanza alguna y la fe es falsa, como todo lo que se hace es mentira, donde exorciza el demoníaco, pregunta sobre el sacramento quien arroja por su boca y por sus palabras la gangrena, da la fe el infiel, concede el perdón de los crímenes el malvado, bautiza en nombre de Cristo el anticristo, bendice el maldecido de Dios, promete la vida el muerto, invoca a Dios el blasfemo, administra el sacerdocio el profano, prepara el altar un sacrílego. A todo esto se añade este otro mal: se atreve a celebrar la Eucaristía el pontífice del diablo. Y si no, que digan los que están con ellos a ver si es falso todo esto sobre los herejes, ¡He aquí en qué cosas se obliga a consentir a la Iglesia, y cómo, sin bautismo ni perdón de los pecados, se la obliga a comulgar! Esto es, hermanos, lo que debemos huir y evitar, separándonos de crimen tan grande y manteniendo un solo bautismo, que se ha concedido a sola la Iglesia".
12. He aquí mi respuesta a esta intervención: Todos los que dentro confiesan que conocen a Dios y lo niegan con sus obras, como los avaros y envidiosos y los que por el odio fraterno son llamados homicidas, no según mi testimonio, sino el del apóstol Juan, todos estos carecen de esperanza, porque tienen mala conciencia; son unos pérfidos, porque no cumplen lo que prometieron a Dios; son mentirosos, porque profesan falsedades; son unos demoníacos, porque dan lugar en su corazón al diablo y a sus ángeles; sus palabras producen la gangrena, ya que corrompen las buenas costumbres con sus perversas conversaciones; son unos infieles, porque se burlan de las amenazas de Dios; son malvados, porque viven impíamente; son unos anticristos, por estar sus costumbres en oposición a Cristo; son malditos de Dios, porque en todas partes los maldice la Sagrada Escritura; están muertos, porque carecen de la vida de justicia; son unos inquietos, porque combaten con sus hechos la palabra de Dios; y unos blasfemos, porque con sus acciones perversas deshonran el nombre cristiano; y unos profanos, por estar excluidos espiritualmente de aquel santuario interior de Dios; y unos sacrílegos, porque con su mala vida corrompen en sí mismos el templo mismo de Dios; son unos pontífices del diablo, ya que sirven al fraude y a la avaricia, que es una idolatría.
Que existen algunos de éstos y aun muchísimos incluso en la Iglesia, nos lo atestigua el apóstol Pablo y el obispo Cipriano ¿Por qué, pues, bautizan? ¿Por qué también algunos, que renuncian al mundo con palabras y no con obras, son bautizados sin haber dejado estas costumbres, y cuando las cambian no son rebautizados? Ahora bien, respecto a aquellas palabras de indignación: "He aquí, hermanos, en qué cosas se obliga a consentir a la Iglesia y cómo sin el bautismo y el perdón de los pecados, se la obliga a comulgar", a buen seguro que no las habría dicho, si el resto de los obispos no presionasen a los otros a ello.
Por donde se concluye que era más verdadera la opinión de los que no se apartaron de la primitiva costumbre, que fue confirmada después unánimemente por el concilio. ¿Qué quiere decir con lo que añade: "Nosotros, hermanos, debemos huir y evitar esto y separarnos de crimen tan grande"? Si con esto indica que él ni practica ni aprueba esas faltas, es otra cuestión; pero si con ello pretende condenar a los que tienen otra opinión y segregarlos, contradice las citadas palabras de Cipriano, cuando dice: "No juzgamos a nadie ni lo separamos del derecho de la comunión por tener opinión diferente".
IX .[13]* 14. Esta es nuestra respuesta a lo que dice Félix de Misgirpa: Si el bautismo único y verdadero estuviera sólo en la Iglesia, no estaría en los que se apartan de la unidad. Pero sí está en ellos, ya que si tornan y no lo vuelven a recibir, no es por otro motivo sino porque no lo habían perdido al apartarse. En cuanto a las palabras: "Lo que se practica fuera no tiene efecto saludable alguno", estoy de acuerdo, y creo que es absolutamente verdadero. Pues una cosa es que no se encuentre allí, y otra que no tenga efecto saludable alguno. Cuando vienen a la paz católica, comienzan a serles de provecho las realidades que existían fuera, pero que no aprovechaban.
X. 15. A las palabras de Policarpo de Adrumeto: "Los que aprueban el bautismo de los herejes, anulan el nuestro", replico: Si el bautismo es de los herejes por darlo los herejes, será también de los avaros y homicidas el bautismo que éstos dan dentro de la Iglesia. Y si este bautismo no pertenece a tales malvados, tampoco el otro pertenece a los herejes; y así, dondequiera que esté, es de Cristo,
XI. [16] 17. Novato de Tamugadi nos ha dicho lo que él hizo, sin aducir testimonio alguno en favor de la obligación de hacerlo. Cierto que cita el testimonio de las Escrituras y el decreto de sus colegas, pero no aporta con ello nada que podamos tomar en consideración.
XII. [18] 19. Numerosos son los testimonios de la Escritura aducidos por Nemesiano de Tubuna aunque mucho de lo que ha hablado cede en favor de la tesis de la Católica, que me he propuesto declarar y apoyar. A no ser que hayamos de pensar que no se apoya en la falsedad quien se apoya en la esperanza de las cosas temporales, como todos los avaros y ladrones, y cuantos renuncian al mundo no con obras sino con palabras, como son, según el testimonio de Cipriano, los que en estas condiciones dan y reciben el bautismo dentro de la Iglesia.
Estos mismos van en pos de las aves que vuelan, ya que no llegan a alcanzar lo que desean. Deja, en efecto, su camino y se apartó de las sendas de su campo. Y así entra en lugares descarriados y áridos y en tierra condenada a la sed, y alcanza lugares estériles; pero no es sólo el hereje, sino todo el que vive mal, ya que toda justicia es fructuosa, e infructuosa toda iniquidad.
En cuanto a los que beben el agua ajena, de fuente extraña, no son sólo los herejes, sino todos los que no viven conforme a las enseñanzas de Dios, sino conforme a las del diablo. Si se refiriera al bautismo, no diría no bebas de la fuente extraña 8, sino no te laves en la fuente extraña.
Ahora bien, las palabras del Señor: Quien no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios 9, no veo en modo alguno qué relación tienen con su tesis. Pues una cuestión es que todo el que entra en el reino de los cielos renace primero del agua y del Espíritu, porque si no ha renacido del agua y del Espíritu no entrará en él, que es lo que dijo el Señor, y es verdad; y otra muy distinta que todo el que nace del agua y del Espíritu entrará en el reino de los cielos; lo cual es falso. Porque hasta el famoso Simón Mago había nacido del agua y del Espíritu, pero no entró en el reino de los cielos. Tal puede acontecer a los herejes.
Pues bien, si no nace del Espíritu sino quien cambia con una conversión verdadera, todos los que renuncian al mundo con palabras y no con hechos, nacen no ciertamente del Espíritu, sino del agua; y éstos se encuentran también dentro de la Iglesia, según Cipriano. Pues es necesario conceder una de dos: o que quienes falazmente renuncian al mundo, nacen del Espíritu -aunque para su condenación, no para su salud, y así puede suceder con los herejes-, o si lo que está escrito: El Espíritu Santo, que educa, huye del falso 10, se aplica también a que los que renuncian falazmente al mundo no nacen del Espíritu; y entonces sin razón dice Nemesiano: "Ni el Espíritu puede obrar sin el agua ni el agua sin el Espíritu".
Se ha dicho ya en otra parte muchas veces cómo puede suceder que tengan un solo bautismo en común quienes no tienen una sola Iglesia; cómo puede suceder dentro de la misma Iglesia que no tengan un mismo Espíritu los santos por su limpieza y los inmundos por su avaricia, y tengan, sin embargo, un solo bautismo. Lo mismo se habló de un solo cuerpo, esto es, la Iglesia, así como de un solo Espíritu y un solo bautismo 11.
El resto de sus afirmaciones corroboran más nuestras afirmaciones, Cita el testimonio del Evangelio: "Lo que nace de la carne, carne es; lo que nace del Espíritu, es espíritu 12, porque Dios es espíritu y ha nacido de Dios"; y concluye: "Todo lo que hacen los herejes y cismáticos es carnal, según dice el Apóstol: Las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza", y todo lo demás que dice allí el Apóstol, donde cita a los herejes; y, concluye Nemesiano: "Quienes tales cosas hacen no heredarán el reino de Dios" 13. Y añade a continuación: "Condena el Apóstol, junto con todos los males, a los que siembran la división, esto es, a los herejes y cismáticos". Está bien que al enumerar las obras de la carne, entre las que se encuentran las herejías, las encuentre todas condenadas por el Apóstol. Que pregunte también al santo Cipriano, y aprenda de él cuántos practican dentro las obras de la carne, condenadas por el Apóstol con las herejías, y, sin embargo, bautizan y son bautizados. ¿Por qué, pues, de sólo los herejes se dice que no pueden tener el bautismo que tienen sus compañeros de condenación?
XIII. 20. "Jenaro de Lambesa dijo: Siguiendo la autoridad de las santas Escrituras, decido que los herejes deben ser bautizados y así ser admitidos en la santa Iglesia".
21. Esta es la contestación: A tenor de las santas Escrituras, el concilio universal católico determinó que no se debía reprobar el bautismo de Cristo, que se encuentra en los herejes. Si adujese testimonios de las Escrituras, demostraríamos o que no iban contra nosotros o que iban más bien a favor nuestro, como el que vamos a citar.
XIV. [22] 23. Lucio de Castra Galba adujo el testimonio del Señor, que dice: Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se vuelve sosa, lo que se sale con ella ya no sirve más que para tirarlo a la calle y que lo pise la gente 14. Como si nosotros dijéramos que los hombres arrojados fuera de la Iglesia tienen alguna virtud para su salvación propia o para la de los otros. Aun esos que parecen estar dentro, no sólo están espiritualmente fuera, sino que al final serán separados hasta corporalmente. Ciertamente que los malvados no tienen virtud alguna, pero no por eso deja de tener su valor el sacramento del bautismo que se encuentra en ellos. Pues en los mismos que son arrojados fuera, si se convierten y vuelven, vuelve a ellos la salud que se había retirado.
El otro testimonio del Señor: Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo 15, no permitió que bautizaran sólo los buenos, ya que no habría dicho a los malos: A quien perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos 16. ¿Cómo, pues, bautizan dentro los malos, que no pueden perdonar los pecados? ¿Cómo bautizan incluso a los malos no convertidos, que tienen todavía sus pecados sobre sí, como dice San Juan: El que aborrece a sus hermanos, está aún en las tinieblas? 17
Si, en cambio, se les perdonan los pecados cuando se unen íntimamente por la caridad con los buenos y los justos, mediante los cuales se perdonan los pecados en la Iglesia, aunque estén bautizados por los malos, lo mismo sucede con los que vienen de fuera y se unen con el vínculo interno de la paz al mismo organismo del cuerpo de Cristo; en unos y otros hay que reconocer el bautismo de Cristo y no debe reprobarse en ninguno de ellos, tanto antes de convertirse, aunque nada les aproveche, como cuando se conviertan y les pueda ya aprovechar.
Dice Lucio: "Ya que al separarse por su fatuidad de la Iglesia, que es una, se han tornado contrarios a ella, llévese a cabo lo que esta escrito: Las casas de los enemigos de la Ley deben ser purificadas 18. Y así se sigue que, como los que han sido bautizados por los contrarios se han manchado, deben purificarse primero y luego ser bautizados". Pues qué, los ladrones y homicidas ¿no son enemigos de la Ley que dice: No matarás, no robarás? 19 Por consiguiente, deben ser purificados. ¿Quién puede negar esto? Y, sin embargo, no sólo los que dentro son bautizados por individuos así, sino los que, aun siendo malos, son bautizados sin convertirse, aunque necesitan purificarse para convertirse, no son bautizados de nuevo cuando se convierten. Tal es la fuerza del sacramento del bautismo que aun reconociendo que algún bautizado, por continuar todavía en su pecado, debe ser purificado, prohibimos que sea bautizado de nuevo.
XV. 24. "Crescencio de Cirta dijo: En asamblea tan venerable de sacerdotes tan santos, tras la lectura de las cartas de nuestro amadísimo Cipriano a Jubayano y Esteban, que encierran en sí tal cantidad de testimonios sagrados procedentes de las divinas Escrituras, que con razón nos obligan a todos los reunidos por la gracia de Dios a estar de acuerdo, pienso que todos los herejes o cismáticos que quieran venir a la Iglesia católica no deben ser admitidos sin ser exorcizados y bautizados, exceptuados los que hayan recibido antes el bautismo de la Iglesia católica; éstos, no obstante, deben ser reconciliados con la Iglesia por la imposición de las manos como señal de penitencia".
25. De nuevo se nos invita aquí a preguntarnos por qué dijo: "exceptuados los que recibieron antes el bautismo en la Iglesia católica". ¿Lo dice acaso porque no habían perdido lo que recibieron dentro? ¿Por qué no podían dar fuera lo que podían tener fuera? ¿Acaso se da ilícitamente fuera? Por cierto, no se tiene lícitamente fuera, pero se tiene; de la misma manera se da fuera ilícitamente, pero se da. Lo que se concede al volver al que lo había recibido dentro, es lo mismo que se concede al que viene habiéndolo recibido fuera, es decir, que tenga lícitamente dentro lo que ilícitamente tenía fuera.
Claro que puede alguno preguntar cuál es el contenido de la carta del bienaventurado Cipriano a Esteban, que se cita en este pasaje y no había sido citada en el comienzo del concilio; quizá, pienso yo, porque no se juzgó necesario. Cierto que Crescencio dijo que había sido leída en la asamblea de los colegas de sacerdocio; no dudo que fue así, como suele suceder, a fin de que pudieran los obispos ya reunidos tener algún conocimiento del asunto tratado en aquella carta. En realidad no tiene relación con la cuestión presente; y más me sorprende el haberla querido citar éste que el pasar por alto su citación en el comienzo del concilio. De todas formas, si alguien piensa que yo no he querido traer a colación alguna cuestión que se encuentre en ella y sea necesaria para este debate, léala y se dará cuenta que es verdad lo que digo; y si encuentra que no es así, puede refutarme. Ciertamente esa carta no tiene cosa alguna sobre el bautismo dado entre los herejes o cismáticos, que es de lo que ahora tratamos.
XVII. 26. "Nicomedes de Segermes dijo: Mi opinión es que los herejes que vienen a la Iglesia sean bautizados, ya que fuera, entre los pecadores, no pueden conseguir el perdón de los pecados".
27. A esto se le responde: Toda la Iglesia católica piensa que no se debe bautizar a los herejes que vienen a la Iglesia y han recibido ya el bautismo de Cristo, aunque haya sido en la herejía. En efecto, si no existe la remisión de los pecados entre los pecadores, tampoco los pecadores remiten los pecados dentro; y, no obstante, no se bautiza de nuevo a los que han bautizado ellos.
XVII. 28. "Monnulo de Girba dijo: Siempre permaneció y permanece entre nosotros, hermanos, la verdad de la Iglesia católica, nuestra madre, y de modo especial en la Trinidad del bautismo, según dijo nuestro Señor: Id, bautizad a las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo 20.
Sabiendo, pues, claramente que los herejes no tienen ni al Padre ni al Hijo ni al Espíritu Santo, al venir a la Iglesia, nuestra madre, deben renacer en verdad y ser bautizados, a fin de que el lavado santo y celeste los santifique del cáncer que los aquejaba, de la condenación de la cólera y de la ofuscación del error".
29. A éste le respondemos que en el sacramento tienen al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo cuantos bautizan con el bautismo consagrado por las palabras evangélicas; en cambio, en el corazón y en la vida, no lo tienen tampoco los que dentro llevan una vida perdida y detestable.
XVIII. 30. "Secundino de Quezas dijo: Al decir Cristo nuestro Señor El que no está conmigo está contra mí 21, y al llamar el apóstol Juan anticristos a los que se separan de la Iglesia, es indudable que los enemigos de Cristo, que han sido llamados anticristos, no pueden administrar la gracia del bautismo saludable; y por eso juzgo que quienes, huyendo de las asechanzas de los herejes, se acogen a la Iglesia, deben ser bautizados por nosotros, que por designación suya hemos sido llamados amigos de Dios".
31. Se responde a esto: Son enemigos de Cristo todos los que digan: Señor, ¿no hicimos muchos milagros en tu nombre? 22 Y todo lo demás que allí se dice; pero a los cuales responderá él al fin: Nunca os conocí, apartaos de mí, obradores de iniquidad 23. Toda esta paja, si persevera en la malicia hasta el fin, está destinada al fuego, ya haya volado a alguna parte fuera, antes de la limpia, ya parezca que se encuentra toda dentro. De suerte que, si el motivo de ser bautizados los herejes que vienen a la Iglesia es para que sean los amigos de Dios quienes los bautizan, ¿son acaso amigos de Dios aquellos avaros, ladrones, homicidas, y, por lo tanto, habrán de ser bautizados de nuevo aquellos a quienes éstos bautizaron?
XIX. 32. "Félix de Bagái dijo: Como un ciego que guía a otro ciego y ambos caen en el hoyo, así al bautizar un hereje a otro hereje, caen ambos en la muerte".
33. Esto es verdad, pero no lo es por ello lo que añade: "Y por eso hay que bautizar y vivificar al hereje, a fin de que nosotros, que estamos vivos, no tengamos comunión con los muertos". ¿No estaban muertos los que decían: Comamos y bebamos, que mañana moriremos? 24 Porque éstos no creían en la resurrección de los muertos. Los que se veían corrompidos por sus malas conversaciones y los seguían, ¿no caían junto con ellos en el hoyo? Y entre ellos, sin embargo, se encontraban estos individuos a quienes, ya bautizados, escribía el Apóstol, y no porque se corrigieran habían de ser bautizados de nuevo. ¿No dice el mismo Apóstol: Seguir los impulsos de la carne es la muerte? 25 Ciertamente seguían los impulsos de la carne los avaros, los fraudulentos, los ladrones, rodeados de los cuales, gemía el mismo Cipriano. ¿Le perjudicaban algo esos muertos a él que vivía en la unidad? O ¿quién puede decir que el bautismo de Cristo, que tenían y administraban estos tales, fue violado por sus iniquidades?
XX. 34. "Poliano de Mileo dijo: Es justo bautizar al hereje en la santa Iglesia".
35. Ciertamente nada se pudo decir con más brevedad. También pienso que es breve esto: justo es no exorcizar el bautismo de Cristo en la Iglesia de Cristo.
XXI. 36. "Teógenes de Hipona dijo: Según el sacramento de la gracia de Dios que hemos recibido, creemos en un solo bautismo que está en la Iglesia de Dios".
37. Esta puede ser también mi opinión. Es tan equilibrada que no contiene nada contra la verdad. También nosotros creemos en un solo bautismo, que está en la santa Iglesia. Si hubiera dicho: 'lo creemos en sólo la santa Iglesia', habría que responder como a los demás. Ahora bien, como se dice "creemos en un solo bautismo, que está en la Iglesia santa", de modo que se afirma hallarse ciertamente en la Iglesia santa, pero no se niega que esté también en otra parte, no es preciso disputar contra esas palabras, aunque él haya pensado otra cosa.
En efecto, si se me preguntase por separado si no hay más que un bautismo, respondería que sólo hay uno. Si luego se me pregunta si éste se encuentra en la Iglesia santa, respondería que así es, en efecto. Si aún se me pregunta si creía en ese bautismo, respondería que sí lo creía; y esa respuesta supondría que creía en un solo bautismo, que está en la santa Iglesia. Pero si se me pregunta si se encuentra sólo en la santa Iglesia y que no existe entre los herejes y cismáticos, respondería con toda la Iglesia que no es ésta mi fe.
Pero como aquél no puso esto en su opinión, me parece no es honrado atribuirle palabras que no he encontrado en él, para rebatírselas. Como si dijera 'una es el agua del río Eufrates, que está en el paraíso', diría ciertamente una verdad. Pero si, al preguntarle si esta agua se encuentra sólo en el paraíso, contestara afirmativamente, sería una falsedad lo que decía. En efecto, se encuentra también fuera del paraíso, en aquellas tierras por donde discurre desde aquella fuente. Pero ¿hay alguien tan temerario que afirme haber respondido aquél una falsedad, pudiendo quizá decir la verdad? Por ello no debe contradecirse la expresión de esta opinión, ya que en nada va contra la verdad.
XXII. 38. "Dativo de Badis dijo: Nosotros, en cuanto de nosotros depende, no tenemos comunión con el hereje si no ha sido bautizado en la Iglesia y ha recibido el perdón de los pecados".
39. Respuesta: Si la razón de querer bautizarle es porque no recibió el perdón de los pecados, suponte que encuentras a alguien dentro de la Iglesia que se bautiza teniendo odio hacia su hermano; y no pudiendo faltar la palabra del Señor: Si no perdonáis, tampoco se os perdonará a vosotros 26, cuando este tal se enmiende, ¿mandarás que sea bautizado de nuevo? En modo alguno. Pues lo mismo hay que hacer con el hereje. Cierto que no se debe pasar por alto por qué Dativo no dijo sencillamente "no tenemos comunión con el hereje", sino que añadió: "en cuanto de nosotros depende". En efecto, vio que muchos estaban de acuerdo con esta opinión, de cuya comunión, sin embargo, para no romper la unidad, no podían éstos separarse, y añadió: "en cuanto de nosotros depende". Con lo cual demostraba que no comunicaba voluntariamente con los que pensaba que no tenían el bautismo, pero que había que soportarlo todo por el bien de la paz y de la unidad; lo cual también practicaban los que pensaban que éstos no obraban rectamente, y mantenían aquella doctrina que después enseñó una verdad más ilustrada y persuadió con más fuerza la antigua costumbre confirmada por el concilio posterior. Con todo, aunque tenían diversas opiniones, quedaba a salvo la caridad y se toleraron mutuamente con solícita piedad, procurando conservar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz, hasta que a algunos de ellos les descubriera el Señor el error en que estaban. Escuchen bien esto los donatistas, que atacan la unidad amparándose en este concilio, que pone bien de manifiesto cómo debe amarse la unidad.
XXIII. 40. "El obispo Suceso de Abbir Germaniciana dijo: A los herejes, o no se les permite nada o se les permite todo. Si pueden bautizar, pueden dar también el Espíritu Santo; pero si no pueden dar el Espíritu Santo, porque no lo tienen, tampoco pueden bautizar espiritualmente. Por eso pensamos que los herejes deben ser bautizados".
41. La respuesta puede estar contenida casi en otras tantas palabras: A los homicidas no se les permite nada, o se les permite todo, Si pueden bautizar, pueden dar también el Espíritu Santo; pero si no pueden dar el Espíritu Santo, porque no lo tienen, tampoco pueden bautizar espiritualmente.
Según eso, juzgamos que deben ser bautizados tanto los bautizados por los homicidas como los mismos homicidas bautizados cuando se convierten, pero que no habían mudado de vida. Ahora bien, esto no es verdad, porque quien aborrece a su hermano es homicida. Y Cipriano conocía a tales homicidas dentro de la Iglesia, que ciertamente bautizaban. No tienen, pues, valor tales afirmaciones sobre el bautismo de los herejes.
XXIV. 42. "Fortunato de Tucabori dijo: Jesucristo, Dios y Señor nuestro, Hijo de Dios Padre y creador, edificó su iglesia sobre piedra, no sobre la herejía; y dio el poder de bautizar a los obispos, no a los herejes. Por lo cual, los que están fuera de la Iglesia y, enfrentándose con Cristo, dispersan sus ovejas y su rebaño, no pueden bautizar fuera".
43. Al añadir la palabra 'fuera', no nos permite responderle brevemente. Porque, de lo contrario, se le podría responder con las mismas palabras: 'Jesucristo, Dios y Señor nuestro, Hijo de Dios Padre y creador, edificó su Iglesia sobre piedra, no sobre la iniquidad, y dio el poder de bautizar a los obispos, no a los malvados. Por lo cual no pueden bautizar quienes no pertenecen a la piedra sobre la cual edifican los que oyen y practican la palabra de Dios, sino que viviendo enfrentados con Cristo, oyen su palabra y no la practican, y por eso al edificar sobre arena, corrompen sus ovejas y su rebaño con el ejemplo de sus perdidas costumbres'.
¿No tendría esta respuesta apariencia de verdad? Y, sin embargo, es una falsedad. En efecto, bautizan los malvados, ya que malvados son los ladrones que se encontraban con Cipriano en la unidad y a quienes él rebatía. Ahí está el motivo -se dirá- de añadir 'fuera'. ¿Por qué, pues, no pueden éstos bautizar fuera? ¿Acaso porque son peores aún por el hecho de estar fuera? Pero nada importa para la integridad del bautismo la mayor o menor malicia del que lo da. En efecto, no hay tanta diferencia entre el malo y el peor cuanta entre el bueno y el malo; empero, cuando bautiza el malo, no da cosa diferente de la que da el bueno. Por ende, cuando bautiza uno peor, no da cosa diferente de la que da uno menos malo cuando bautiza.
¿Habría que atender al mérito del hombre y no al sacramento del bautismo para que no pudiera darse fuera? Si fuera esto así, no se podría tener fuera, y sería preciso bautizar tantas veces cuantas, apartándose uno de la Iglesia, tornase de nuevo a ella.
44. Ahora bien, examinemos con más diligencia qué quiere decir 'fuera', sobre todo teniendo en cuenta que Fortunato mencionó la piedra sobre la cual está edificada la Iglesia: ¿No están acaso en la Iglesia los que están sobre piedra, y, en cambio, los que no están sobre ella tampoco están en la Iglesia?
Veamos ya si establecen sobre piedra su edificio los que oyen las palabras de Cristo y no las llevan a la práctica. Contra ellos está el mismo Señor al decir: Aquel que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente que edifica su casa sobre piedra 27; y un poco después: El que escucha estas palabras y no las pone por obra, será como el necio que edificó su casa sobre arena 28. Si la Iglesia, pues, está sobre la piedra, los que están sobre arena, al estar fuera de la piedra, están fuera de la Iglesia. Y así hemos de recordar cuántos cita Cipriano se encuentran dentro edificando sobre arena, esto es, oyendo las palabras de Cristo sin ponerlas en práctica. Y el hecho de estar sobre la arena demuestra que están fuera de la piedra, fuera de la Iglesia. Y no obstante, mientras se encuentran en esta situación, sin convertirse aún, o no convirtiéndose nunca, bautizan y son bautizados; y el bautismo que tienen permanece íntegro en ellos, destinados como están a la condenación.
45. No se puede argüir a este propósito: '¿Quién cumple todas las palabras del Señor, escritas en el discurso evangélico que concluyó el Señor diciendo que edifica sobre piedra el que las oye y las pone por obra, y sobre arena el que las oye sin ponerlas por obra?' Si alguno no las cumple todas, puso la medicina en el mismo discurso al decir: perdonad y seréis perdonados 29. Y a continuación de la oración dominical, citada y descrita en el mismo discurso, dice: Os lo aseguro, si vosotros perdonáis a los hombres sus faltas, os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras faltas 30. Por eso dice Juan: La caridad cubre una muchedumbre de pecados 31. La cual no tenían ciertamente los malvados, y por eso edificaban sobre arena, y de ellos dice el mismo Cipriano que se hallaban sin caridad dentro, con envidia mal intencionada aun en los tiempos apostólicos; parecían ciertamente estar dentro, pero estaban fuera, por no estar en aquella piedra que figura la Iglesia.
XXV. 46. "Sedato de Tuburbo dijo: Cuanto el agua del sacerdote, santificada por la Iglesia, borra los delitos, tanto el agua infectada, digamos, por el cáncer herético acumula los pecados. Por lo tanto, hemos de procurar pacíficamente con todo empeño que nadie tocado y manchado con el error herético se niegue a recibir el único y verdadero bautismo, sin cuya recepción todos serán extraños al reino de los cielos".
47. A éste hemos de responder que, si no se santifica el agua porque se deslicen algunas palabras erróneas por la impericia del que las dice, bien claro es que hay muchos, no sólo malos, sino también buenos hermanos en la misma Iglesia que no santifican el agua. En efecto, constantemente se corrigen las oraciones de muchos cuando las recitan personas más doctas, y aun entre ellas se encuentran muchos extremos contra la fe católica. ¿Acaso si se demuestra que, al ser tal vez bautizados algunos con la recitación de esas preces sobre el agua, se les manda bautizar de nuevo? ¿Por qué esto? Ciertamente tantas veces el afecto del que ruega supera el defecto de la oración, y aquellas palabras evangélicas, sin las cuales no puede celebrarse el bautismo, tienen tal poder, que por ellas quedan anulados todos los defectos de la plegaria contra la regla de fe, al igual que el demonio es lanzado en nombre de Cristo.
Si el hereje usa una plegaria viciosa y no tiene el buen afecto de la caridad que pueda superar esa impericia, es semejante a cualquiera que en la Iglesia católica es envidioso y malévolo, como los que reprueba Cipriano y puede, como suele suceder, usar alguna plegaria en la que se diga algo contra la regla de fe; también tropiezan muchos con oraciones compuestas no sólo por inexpertos charlatanes, sino también por herejes, y debido a la simpleza de la ignorancia, no pudiendo discernirlas, usan de ellas teniéndolas por buenas. Sin embargo, no anula lo perverso que hay en ellas la rectitud que contienen, sino más bien al contrario; al igual que en el mismo hombre de esperanza sana y fe probada, pero al fin hombre, si es presa de algún error, no por eso queda anulada la rectitud que hay en él, hasta que le descubra el Señor que no piensa como debe.
En cambio, si uno malo y perverso recita una plegaria recta en nada opuesta a la fe católica, no es justo él porque la plegaria sea justa. Y si en algún detalle usa una plegaria perversa, Dios está allí en sus palabras evangélicas, sin las cuales no se puede celebrar el bautismo de Cristo; y él mismo santifica su sacramento, de suerte que el hombre, ya antes de bautizarse, ya después, cuando de verdad se convierte, pueda conseguir su salud de aquello mismo que le serviría para su condenación si no se convirtiese.
Por lo demás, ¿quién ignora que no hay bautismo de Cristo si faltan allí las palabras evangélicas que constituyen el símbolo? Pero se encontrarán con más facilidad herejes que no bautizan en absoluto, que los que no bauticen con aquellas palabras. Por todo ello, decimos que no todo bautismo (pues se dice que se usa el bautismo también en muchos ritos sacrílegos de los ídolos), sino el bautismo de Cristo, esto es, el celebrado con las palabras evangélicas, es el mismo en todas partes, y que no hay perversidad de nadie que pueda profanarlo.
48. Ciertamente en esta misma opinión no se puede omitir negligentemente aquel inciso de Sedato: "Por lo tanto, hemos de procurar pacíficamente con todo empeño que nadie, tocado y manchado con el error herético", etc. Tuvo él en cuenta aquellas palabras del bienaventurado Cipriano: "Sin juzgar a nadie ni separarlo del derecho de la comunión por tener opinión diferente". Bien se muestra aquí cuánto poder tiene entre los buenos hijos de la Iglesia el amor a la unidad y a la paz. En efecto, si no podían corregir como pensaban a los que llamaban sacrílegos y profanos, admitidos sin el bautismo según su opinión, preferían más bien tolerarlos a romper por su causa aquel vínculo santo, no sea que a causa de la cizaña fuera arrancado a la vez el trigo; y dejaban así, en cuanto dependía de ellos, como en el famoso juicio de Salomón, que fuera alimentado el cuerpo infantil por la madre falsa antes que fuera hecho pedazos. Esto ni más ni menos hacían tanto los que tenían una noción verdadera del sacramento del bautismo como estos a quienes Dios, en pago de caridad tan grande, había de descubrir el error en que se hallaban.
XXVI. 49. "Privaciano de Sufétula dijo: Quien afirma que los herejes tienen el poder de bautizar, diga primero quién es el autor de la herejía. Pues si la herejía procede de Dios, puede obtener la clemencia divina; pero si no procede de Dios, ¿cómo podrá tener o conceder a alguien esa gracia de Dios? "
50. Con otras tantas palabras basta para responderle: Quien dice que los malévolos y envidiosos tienen el poder de bautizar, diga primero quién fue el autor de la malevolencia y la envidia. Pues si la malevolencia y la envidia proceden de Dios, sin duda pueden obtener la clemencia divina; pero si no proceden de Dios, ¿cómo pueden tener o conceder la gracia de Dios a alguien? Ahora bien, como estas conclusiones son abiertamente falsas, lo son también aquellas para cuya refutación se han traído. Bautizan, en efecto, como concede el mismo Cipriano, los malévolos y los envidiosos, pues da fe de que también éstos se encuentran dentro. Del mismo modo, pues, pueden bautizar los herejes, ya que el bautismo es sacramento de Cristo, pero la envidia y la herejía son obras del diablo, y quien las tuviere, no puede hacer por eso, aunque tenga el sacramento de Cristo, que sea contado éste entre las obras del diablo.
XXVII. 51. "Privato de Sufes dijo: Quienes aprueban el bautismo de los herejes, ¿qué hacen sino comunicar con los herejes?"
52. Se responde a éste: No es bautismo de los herejes el que aprobamos en los herejes; como no es el bautismo de los avaros, de los insidiosos, de los defraudadores, de los ladrones, de los envidiosos, el que aprobamos en éstos. Todos éstos, en efecto, son injustos; pero es justo Cristo, cuyo sacramento en sí, en cuanto toca al mismo, no pueden profanar con su iniquidad. De otra manera, podría decir otro: Quienes aprueban el bautismo de los injustos, ¿qué hacen sino comunicar con ellos? ¿Si alguien plantease esta objeción a la Iglesia católica, se le respondería lo que acabamos de responder a Privato.
XXVIII. 53. "Hortensiano de Lares dijo: Cuántos sean los bautismos, véanlo los espíritus presuntuosos o los partidarios de los herejes; nosotros reclamamos para la Iglesia el único bautismo, que no conocemos sino en la Iglesia. De otra manera, ¿cómo pueden bautizar a alguien en nombre de Cristo quienes son llamados por el mismo Cristo adversarios suyos? "
54. Podemos responder con palabras de tono semejante: Allá se las hayan con su opinión los espíritus presuntuosos o los partidarios de los injustos; nosotros, donde quiera que encontremos este bautismo, lo reclamamos para la Iglesia, ya que sólo en ella lo conocemos. Si no, ¿cómo pueden bautizar en nombre de Cristo quienes son llamados por el mismo Cristo adversarios suyos? Dice, en efecto, a todos los injustos: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de la iniquidad 32; y, sin embargo, cuando bautizan, no son ellos los que bautizan, sino aquel de quien dijo Juan: Ese es el que bautiza 33.
XXIX. 55. "Casio de Macomades dijo: Como no puede haber dos bautismos, el que concede el bautismo a los herejes, se lo quita a sí mismo. Juzgo, pues, que los herejes arrepentidos y llorosos, deben ser bautizados cuando vienen a la Iglesia, y una vez purificados en el lavado divino e iluminados por la luz de la vida, deben ser recibidos en la Iglesia no como enemigos, sino como hombres de paz; no como extraños, sino como domésticos de la fe del Señor; no como adúlteros, sino como hijos de Dios; no como seguidores del error, sino de la salud; eso sí, deben quedar exceptuados los fieles que, alejados de la Iglesia, pasaron a las tinieblas de la herejía, quienes deben ser restablecidos por la imposición de las manos".
56. Podría decir alguien: 'Como no puede haber dos bautismos de Cristo, quien se lo concede a los inicuos se lo quita a sí mismo. Pero al igual que nosotros, se resistirían estos rebautizantes y dirían: Concedemos el bautismo a los inicuos, aunque no es de ellos como lo es la iniquidad, sino de Cristo, de quien es la justicia, y cuyo sacramento, aun entre los inicuos, no es inicuo. Lo que dirían, pues, con nosotros sobre los inicuos, que se lo digan a sí mismos sobre los herejes.
De esta suerte, la conclusión de Casio más bien debía ser: juzgo que los herejes arrepentidos y llorosos no deben ser bautizados cuando vienen a la Iglesia si tienen ya el bautismo de Cristo, sino corregidos de su perversidad. Pues también se puede decir de los inicuos, parte de los cuales son los herejes. Así, juzgo que los corrompidos y deplorables inicuos, si han sido ya bautizados, no deben ser bautizados cuando vienen a la Iglesia, esto es, a aquella piedra fuera de la cual están cuantos oyen las palabras de Cristo y no las ponen por obra; antes, purificados ya en el baño sagrado y divino, e iluminados por la luz de la vida, deben ser recibidos en la Iglesia no como enemigos, sino como hombres de paz, pues los inicuos no tienen paz; no como extraños, sino como domésticos de la fe del Señor, pues a los inicuos se dijo: ¿Cómo te me has convertido en amargura de vid ajena? 34 No como adúlteros, sino como hijos de Dios, pues los inicuos son hijos del diablo; no como seguidores del error, sino de la salud, pues no salva la iniquidad; éstos deber ser recibidos en la Iglesia, es decir, sobre aquella piedra, en aquella Paloma, en aquel huerto cerrado y fuente sellada, que no es reconocida sino entre el trigo, no con las pajas, ya se vean llevadas lejos por el viento, ya aparezcan mezcladas con grano hasta la última limpia'.
En vano, pues, añadió Casio: "Deben quedar exceptuados los fieles que, alejados de la Iglesia, pasaron a las tinieblas de la herejía". Pues si ellos, al apartarse de la Iglesia, habían perdido el bautismo, debe dárseles también a ellos: pero si no lo habían perdido, es preciso reconocer el bautismo que ellos administraron.
XXX. 57. "Un nuevo Jenaro, de Villa César, dijo: Si el error no se acomoda a la verdad, mucho menos debe estar de acuerdo la verdad con el error; y por eso nosotros defendemos a la Iglesia, cuya cabeza somos, reclamando para sólo ella su bautismo y bautizando a los que la Iglesia no bautizó.
58. Respuesta: Los que bautiza la Iglesia, los bautiza ciertamente aquella piedra, fuera de la cual están cuantos oyen las palabras de Cristo y no las ponen por obra. Si no se practica esto, lo mismo que en los malvados, debe ser reconocido y aprobado el bautismo de los herejes, condenando, es cierto, o enmendando su iniquidad y su perversidad.
XXXI. 59. "Otro Secundino, de Carpes, dijo: ¿Son cristianos los herejes o no lo son? Si son cristianos, ¿por qué no están en la Iglesia de Dios? Si no son cristianos, que se hagan cristianos. Si no es así, ¿a qué se referirá la palabra del Señor que dice: El que no está conmigo, está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama? 35 Por donde consta que el Espíritu Santo no puede descender por sólo la imposición de la mano sobre los hijos extraños y la descendencia del anticristo, ya que es manifiesto que los herejes no tienen el bautismo".
60. Respondemos: Los malvados ¿son cristianos o no lo son? Si son cristianos, ¿por qué no están sobre aquella piedra en que se edifica la Iglesia? Porque ellos oyen la palabra de Cristo y no la ponen por obra. Si no son cristianos, que se hagan. ¿A qué se referirá, si no, la palabra del Señor, que dice: El que no está conmigo, está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama? 36 Ellos, en efecto, dispersan sus ovejas al llevarlas con su perversa imitación a la ruina de sus costumbres. Por donde consta que el Espíritu Santo, por sólo la imposición de la mano, si no hay verdadera conversión del corazón, no puede descender sobre los hijos extraños (como son llamados los injustos) y sobre el linaje del anticristo (formado por cuantos son contrarios a Cristo), ya que es manifiesto que los injustos, mientras lo son, pueden ciertamente tener el bautismo, pero no pueden tener la salvación que nace del sacramento del bautismo.
En efecto, veamos si se describe a los herejes en el salmo donde habla así de los hijos extraños: Señor, líbrame de la mano de los hijos extranjeros, cuya boca habla dolosamente y cuya diestra es diestra de perfidia, cuyos hijos son como plantas vigorosas, y sus hijas como pilares esculpidos como los de un templo. Sus graneros están llenos, rebosantes de frutos a granel; sus ovejas son fecundas, multiplicadas sobre sus campos; sus bueyes están gordos. Sus murallas no tienen brechas; no hay clamores en sus plazas. ¡Bienaventurado el pueblo que tiene esto; bienaventurado el pueblo cuyo Dios es el Señor! 37 Si son hijos extraños los que asientan la felicidad en los bienes temporales y en la abundancia de la felicidad terrena, despreciando los preceptos divinos, veamos si no son esos mismos de quienes habla Cipriano, haciéndose como su representante y manifestando así que se refiere a aquellos con quienes vive en la comunión de los sacramentos: "Mientras no mantenemos el camino del Señor, no observamos tampoco los mandatos que se nos han dado para nuestra salud. Cumplió nuestro Salvador la voluntad de su Padre, y nosotros no cumplimos la voluntad del Señor, dedicados a nuestro patrimonio y al lucro, siguiendo nuestra soberbia", etc. Pero si éstos podían tener y dar el bautismo, ¿por qué se niega que puede estar entre los hijos extraños? Sin embargo, les exhorta a éstos a cumplir los mandamientos celestiales que les ha enviado por su Hijo y a merecer de esta manera ser hermanos e hijos de Dios.
XXXII. 61. "Victorico de Tabraca dijo: Si los herejes tienen la facultad de bautizar y de dar la remisión de los pecados, ¿por qué les afrentamos con el calificativo de herejes ? "
62. Y ¿qué pasaría si otro dijera: 'Si los inicuos tienen la facultad de bautizar y de dar la remisión de los pecados, ¿por qué los afrentamos con el calificativo de inicuos?' Lo que se contestaría a éste en relación con los inicuos, contéstese a aquél en relación con los herejes, es decir, que el bautismo con que bautizan no es suyo, y que no hay consecuencia entre tener el bautismo de Cristo y estar seguro de la remisión de los pecados, si no tiene más que eso en el sacramento y no se ha convertido con una verdadera conversión del corazón, de suerte que se perdone al que ha perdonado.
XXXIII. 63. "Otro Félix, de Utina, dijo: Nadie tiene duda, santísimos colegas en el sacerdocio, de que no alcanza tanto la presunción humana cuanto la majestad adorable y veneranda de nuestro Señor Jesucristo. Acordándonos, pues, del peligro, no sólo debemos observar, sino también confirmar de común acuerdo que sean bautizados cuantos herejes acuden al seno de la madre Iglesia; y así el alma herética, que se vio manchada por una prolongada corrupción, se corrija y mejore purificada por la santidad de este baño".
64. Quizá este obispo que pone el motivo de la necesidad del bautismo de los herejes en la purificación de una corrupción prolongada, perdonaría a quienes, al precipitarse en alguna herejía, hubieran permanecido allí poco tiempo y, corregidos prontamente, hubieran tornado de ella a la Iglesia católica. Luego no se ha dado cuenta de que se podría afirmar la necesidad de bautizar también a todos los malvados que acuden a aquella piedra en que se simboliza a la Iglesia; de suerte que el alma corrompida, que edificaba en la arena fuera de la piedra, cuando oía las palabras de Cristo y no las llevaba a la práctica, sea trocada en mejor, una vez purificada por la santidad del baño. Sin embargo, no se hace esto si ya habían sido bautizados, aunque se demostrase que ya eran así cuando se bautizaban, es decir, que renunciaban al mundo con palabras y no con obras.
XXXIV. 65. "Quieto de Buruc dijo: Los que vivimos de la fe, debemos obedecer con diligente atención a lo que se nos ha declarado de antemano para nuestra instrucción. Así escribe Salomón: Si uno es lavado por un muerto, ¿qué le aprovecha su lavatorio? 38 Lo cual, ciertamente, se dice de los lavados por los herejes y de los mismos que los lavan. En efecto, si los que reciben el bautismo entre ellos consiguen la vida eterna por la remisión de los pecados, ¿por qué vienen a la Iglesia? Si, por el contrario, ninguna salud se puede recibir de un muerto, y por eso, reconocido el error pasado, vuelven arrepentidos a la verdad, deberán ser santificados con el único bautismo vital, que está en la Iglesia católica".
66. Qué signifique ser bautizado por un muerto, sin prejuzgar una consideración más detenida de la misma Escritura, ya lo hemos dicho en otra parte. Pregunto, no obstante, por qué entienden por muertos a sólo los herejes, cuando el apóstol Pablo ha dicho genéricamente del pecado: El salario del pecado es la muerte 39, y también: El apetecer según la carne es la muerte 40. Y al llamar muerta a la viuda que vive en delicias, ¿cómo no se han de considerar muertos los que renuncian al mundo con palabras y no con obras? ¿Qué aprovecha, pues, el baño de quien es bautizado por éstos? Si él es pecador, tiene ciertamente el baño, pero nada le aprovecha para la salud.
Al contrario, si quien le bautiza es pecador, pero él se convierte a Dios con corazón sincero, no es propiamente bautizado por ese muerto, sino por aquel que vive y del cual se dijo: Ese es el que bautiza 41, prescindiendo del ministro que bautiza corporalmente.
Dice de los herejes: "Si los que reciben el bautismo entre ellos consiguen la vida eterna por la remisión de los pecados, ¿por qué vienen a la Iglesia?" A esto respondo: vienen precisamente porque, aunque recibieron el bautismo de Cristo en la celebración del sacramento, sin embargo, no consiguen la vida eterna sino por la caridad propia de la unidad. Lo mismo que aquellos malévolos y envidiosos, a quienes no se perdonarían los pecados aunque sólo tuvieran odio contra aquellos de quienes sufren la injusticia, porque la Verdad dijo: Si no perdonáis, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras faltas 42, ¿con cuánta mayor razón si odian a aquellos a quienes devolvían males por bienes? Y, sin embargo, ni éstos renunciando al mundo con sólo palabras y no con obras, serían bautizados de nuevo; quedarían santificados por el único bautismo vital. Cierto que éste se encuentra en la Iglesia católica, pero no en ella sola; como tampoco en solos los santos, que están edificados sobre la piedra y que forman aquella única Paloma.
XXXV. 67. "Casto de Sica dijo: Quien con menosprecio de la verdad tiene la osadía de seguir la costumbre, una de dos: o es envidioso y maligno con sus hermanos, a los cuales se revela la verdad, o es ingrato para con Dios, cuya inspiración instruye a la Iglesia".
68. En verdad deberían hacernos temblar estas palabras, si éste convenciera a los que tenían otra opinión y mantenían lo que creyó todo el orbe, confirmado luego por un concilio cristiano; los convenciera, decimos, de que tanto se amarraban a la tradición, que llegaban a menospreciar la verdad. Ahora bien, al comprobar que aquella costumbre ha sido propagada y confirmada por la verdad, nada encontramos en esta tesis que nos haga temblar.
No obstante, si aquéllos eran envidiosos y malignos con sus hermanos o ingratos para con Dios, ahí están esas gentes con quienes se mantenían en comunión, esas gentes a las cuales, con ser de diferente opinión, como dice Cipriano, no apartaban del derecho de la comunión, gentes que no los manchaban en el mantenimiento de la unidad; ahí está cómo debe amarse el vínculo de la paz; ahí está un buen punto de meditación para los que nos calumnian sobre el concilio de los obispos predecesores, cuya caridad no imitan y cuyo ejemplo, mirado atentamente, los condena con toda razón. Si había la costumbre, como testifica esta opinión, de que los herejes que venían a la Iglesia fueran recibidos con el bautismo que tenían, o se procedía con rectitud, o los malos no contaminan a los buenos en la unidad. Si no se procedía con rectitud, ¿por qué acusan al orbe entero de que se reciben así? Y si los malos no manchan a los buenos en la unidad, ¿cómo pueden excusarse del crimen de sacrílega separación?
XXXVI. 69. "Eucratio de Tenas dijo: Nuestra fe, la gracia del bautismo y la regla de la ley eclesiástica las estableció cabalmente nuestro Dios y Señor Jesucristo, enseñando por su boca a los apóstoles: Id, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo 43. Por consiguiente, hemos de rechazar y reprobar con toda clase de argumentos el falso e inicuo bautismo de los herejes, cuya boca respira veneno, no vida, no la gracia celestial, sino la blasfemia contra la Trinidad. Y así es manifiesto que, al venir los herejes a la Iglesia, hay que bautizarlos con el bautismo auténtico y católico, a fin de que, purificados de la blasfemia de su presunción, puedan ser transformados por la gracia del Espíritu Santo".
70. Ciertamente, si el bautismo no está consagrado con el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, debe considerarse como propio de los herejes y debemos reprobarlo como malo con toda clase de argumentos. Pero si reconocemos en él este nombre, tenemos que establecer una distinción clara entre las palabras evangélicas y el error de los herejes, aprobando lo que en ellos encontramos recto y corrigiendo lo vicioso.
XXXVII. 71. Liboso de Vaga dijo: En el Evangelio dijo el Señor: Yo soy la verdad 44; no dijo: 'Yo soy la costumbre'. Así, puesta de manifiesto la verdad, ceda el puesto la costumbre a la verdad, y si en el pasado hubo alguien que no bautizaba a los herejes en la Iglesia, al presente comience a bautizarlos".
72. En nada ha intentado éste manifestar cuál debe ser la verdad, ante la cual dice que debe ceder la costumbre. Sin embargo, al confesar que existía aquella costumbre, nos proporciona un argumento más poderoso contra los que se separaron de la unidad, que su opinión de que debe ésta ceder ante la verdad no manifestada. Pues tal era la costumbre: si admitía a los sacrílegos al altar de Cristo sin la purificación del bautismo y no manchaba a ninguno de los buenos en la unidad, cuantos se separaron gratuitamente de esa misma unidad, en la cual no podían mancharse con el contagio de ningún malvado, cometieron un manifiesto sacrilegio de cisma. Pero si, contagiados por aquella costumbre, perecieron todos, ¿de qué caverna proceden los donatistas, sin verdad auténtica y con el subterfugio de la calumnia? Y si la costumbre de recibir así a los herejes había sido recta, depongan su furor, confiesen su equivocación; vengan a la Iglesia católica, no para ser lavados de nuevo en el sacramento del bautismo, sino para ser curados de la llaga de la separación.
XXXVIII. 73. Leucio de Teveste dijo: Juzgo que los herejes, blasfemos e inicuos, que con sus variados discursos desgarran las santas y adorables palabras de las Escrituras, deben ser exorcizados y bautizados".
74. También yo pienso que deben ser detestados, pero no por eso han de ser exorcizados y bautizados, la ficción que yo detesto es, efectivamente, propia de ellos, pero el sacramento que venero es de Cristo.
XXXIX. 75. "Eugenio de Amedera dijo: Yo también opino que se debe bautizar a los herejes".
76. Se le responde a éste: Pero no lo juzga la Iglesia a la que ya Dios reveló en un concilio plenario lo que, todavía entonces, pensabais diferente; pero como en vosotros estaba a salvo la caridad, permanecisteis en la unidad.
XL. 77. "Otro Félix de Bamacura dijo: Yo también, siguiendo la autoridad de las divinas Escrituras, juzgo que se debe bautizar a los herejes, e incluso a los que sostienen haber sido bautizados entre los cismáticos. Si, a tenor de la precaución de Cristo, nuestra fuente bautismal es exclusiva de nosotros, deben comprender todos los adversarios de nuestra Iglesia que no puede haber una fuente ajena, y que no puede dar agua saludable a dos pueblos aquel que es pastor del único rebaño. Y por ello, es manifiesto que no pueden recibir nada celestial los herejes y cismáticos que tienen la osadía de recibirlo de hombres y pecadores y extraños a la Iglesia. Si el donante no tiene nada, nada le aprovecha al que recibe"
78. He aquí la respuesta: Las divinas Escrituras en parte alguna mandaron que los herejes sean bautizados de nuevo; en cambio, han mostrado en muchos lugares que son extraños a la Iglesia cuantos no se encuentran sobre piedra ni pertenecen a los miembros de aquella Paloma, y, con todo, bautizan y son bautizados, y tienen el sacramento de la salud sin la salud.
De nuestra fuente, que es semejante a la fuente del paraíso, ya se demostró bien que corre fuera del paraíso como aquella. En cuanto a que aquel que es el único pastor no puede dar agua saludable a dos pueblos, esto es, el suyo y el extraño también lo concedo y estoy, de acuerdo. Pero ¿acaso por no ser saludable para los extraños, dejará ella de existir? Así, el agua del diluvio fue saludable para los que estaban en el arca, y mortal para los de fuera; sin embargo, fue la misma.
Muchos extraños, esto es, envidiosos, que dice Cipriano y lo demuestra por las Escrituras pertenecer al partido del diablo, parece que están dentro, y, sin embargo, si no estuvieran fuera del arca no morirían a causa del agua. A los tales causa la muerte el bautismo porque usan mal de él, como el buen olor de Cristo era causa de muerte para aquellos de quienes habla el Apóstol.
¿Por qué no van a recibir algo celeste los cismáticos o los herejes, como reciben el agua las espinas y la cizaña, como los mismos que estaban fuera del arca recibieron ciertamente el agua que caía de las cataratas del cielo, aunque para su muerte, no para su salud?
Así, no me preocupo de refutar lo que puso al final: "Si el donante no tiene nada, nada le aprovecha al que recibe". También nosotros afirmamos que nada les aprovecha a los que lo reciben cuando lo reciben en la herejía y están de acuerdo con los herejes; y por eso vienen a la paz y unidad católica, no para recibir el bautismo, sino para que comience a serles de provecho lo que habían recibido.
XLI. 79. "Otro Jenaro, de Muzula dijo: Me maravillo de que, confesando todos que no hay más que un bautismo, no entienden todos la unidad del mismo bautismo. Pues la Iglesia y la herejía son dos cosas diversas. Si tienen el bautismo los herejes, no lo tenemos nosotros; si lo tenemos nosotros, no pueden tenerlo los herejes. Y no hay duda alguna de que sólo la Iglesia posee el bautismo de Cristo, ya que es la única que posee la gracia y la verdad de Cristo".
80. Bien podría decir otro de manera tajante, y también de manera semejante no decir la verdad: 'Me maravillo de que confesando todos que no hay más que un bautismo, no entiendan todos la unidad del mismo bautismo. Así, la justicia v la iniquidad son dos cosas diversas. Si tienen el bautismo los inicuos, no lo tienen los justos; si lo tienen los justos, no pueden tenerlo los inicuos. No hay duda, sin embargo, de que sólo los justos poseen el bautismo de Cristo, ya que son los únicos que poseen la gracia y la verdad de Cristo'. Claro que esto es falso, según confiesan ellos también. En efecto, aun aquellos envidiosos que perteneciendo a la facción del diablo están dentro, como dice Cipriano, y son bien conocidos del apóstol Pablo, tenían el bautismo, y no pertenecían a los miembros de aquella Paloma, que está bien segura sobre piedra.
XLII. 81. "Adelfio de Tasvalte dijo: Sin motivo, ciertamente, con palabra falsa y envidiosa, atacan la verdad al decir que nosotros bautizamos de nuevo, cuando la Iglesia no rebautiza a los herejes, sino que los bautiza".
82. Y bien claro está que no los rebautiza, ya que no bautiza sino a los que no están bautizados; costumbre anterior, que una verdad, completada con más diligencia, lo confirmó en un concilio posterior.
XLIII. 83. "Demetrio de Leptimino dijo: Conservamos nosotros un solo bautismo, porque reclamamos para sola la Iglesia católica una cosa suya. Los que dicen que los herejes bautizan verdadera y legítimamente, ésos son los que establecen no dos, sino muchos bautismos: ya que, siendo muchas las herejías, habrá tantos bautismos cuantas herejías".
84. Respondemos a éste: Si es así, habrá tantos bautismos cuantas son las obras de la carne, de las cuales dice el Apóstol: Que quienes tales cosas hacen no heredarán el reino de Dios 45. Y entre ellas se cuentan las herejías; y dentro como entre la paja se toleran muchas de estas obras, y, sin embargo, todos tienen un solo bautismo, que no es profanado por obra alguna de iniquidad.
XLIV. 85. "Vicente de Tíbari dijo: Sabemos que los herejes son peores que los paganos. Si se convierten y quieren venir a Dios, tienen, ciertamente, la regla de la verdad, que señaló el Señor con mandato divino a los apóstoles, diciendo: Id en mi nombre, imponed la mano, arrojad los demonios 46. Y en otro lugar: Id, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo 47. Por consiguiente, poniéndoles primero la mano en el exorcismo, regenerándolos después con el bautismo, pueden llegar ya a la promesa de Cristo. No se puede obrar de otra manera".
86. En qué autoridad se basará para decir que los herejes son peores que los paganos, no lo sé, ya que dice el Señor: Si desoye a la Iglesia, sea para ti como gentil o publicano 48. ¿Es acaso el hereje peor aún que éste? No me opongo. Sin embargo, no por ser el hereje peor que el gentil y el pagano, el sacramento de Cristo que pueda tener se ha de mezclar con sus vicios y costumbres y perecer corrompido con la misma mezcla. Pues aun aquellos que se apartan de la Iglesia, y no sólo se convierten en secuaces de las herejías, sino hasta en sus autores, si se apartan ya bautizados, aunque sean peores que los paganos según esa regla, tienen, empero, el bautismo; ya que, si tornan corregidos, no lo reciben; y lo recibirían, claro está, si lo hubieran perdido.
Puede, pues, suceder que uno sea peor que el pagano, y que no sólo esté en él el sacramento de Cristo, sino que no esté en peores condiciones que en un hombre santo y justo. Pues aunque en cuanto depende de aquel hombre no lo conservó, sino que lo violó en su alma y en su voluntad, por lo que se refiere al sacramento permaneció íntegro e inviolado en el que lo menospreció y repudió. ¿No eran paganos, esto es, gentiles, los sodomitas? Pues aún eran peores los judíos, a quienes dice el Señor: El país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú el día del juicio 49, y aún les dice por el profeta: Has justificado a Sodoma 50, es decir, 'en comparación con vosotros, Sodoma queda justificada'.
Pero ¿acaso los sacramentos divinos que tenían los judíos eran por su causa semejantes a ellos, sacramentos que el mismo Señor aceptó y para cuyo cumplimiento envió a los leprosos que había limpiado? Estos sacramentos los celebraba Zacarías cuando el ángel se le apareció en pie y le anunció cuando sacrificaba en el templo que había sido oído. Estos mismos sacramentos se encontraban entre los hombres buenos de aquel tiempo y entre los malos, pues eran peores que los paganos, ya que fueron antepuestos en la malicia a los sodomitas. Y, sin embargo, aquellos sacramentos eran auténticos y divinos en unos y otros.
Aun lo que de bueno y de recto pudieron tener en su doctrina los gentiles, no lo reprobaron nuestros santos, aunque por sus supersticiones, idolatría y soberbia, y por las restantes costumbres corrompidas, fueran dignos de reprobación y habían de ser castigados por el juicio divino si no se corregían. También el apóstol Pablo, hablando de Dios a los atenienses, dio testimonio de que algunos de ellos habían dicho alguna cosa semejante; lo cual, ciertamente, si vinieran a Cristo, se les aceptaría, no se les reprobaría. Y el santo Cipriano cita testigos semejantes contra los mismos paganos. Dice, en efecto, al hablar de los amigos: "El principal de ellos, Ostanes, niega que se pueda ver la forma del verdadero Dios, y dice que los ángeles verdaderos asisten a su trono. En lo cual casi con la misma razón está de acuerdo Platón, y manteniendo que hay un solo Dios, llama a los demás ángeles o demonios. También Hermes Trismegisto habla de un solo Dios y le tiene por incomprensible e inasequible".
Si éstos hubieran llegado al conocimiento de la salvación cristiana, no se les hubiera dicho: 'Esto que tenéis es malo o es falso', sino que se les diría con toda claridad y razón: 'Aunque tenéis esto auténtico, cabal y verdadero, nada os aprovecharía si no vinierais a la gracia de Cristo'.
Por lo tanto, si entre los mismos paganos se puede encontrar algo divino y se debe justamente aprobar, por más que la salvación tenga que dársela Cristo, no debemos nosotros, aunque son peores los herejes, conmovernos hasta el punto de corregir lo que en ellos es un mal suyo propio, sin querer reconocer el bien de Cristo que existe en ellos.
La exposición de las restantes cuestiones de este concilio la emprenderemos en otro volumen.