CUESTIÓN 1
¿El alma existe por sí sola?
(Testimonios de esta cuestión: S. AGUSTINUS, Retractationes 1,26; S. POSSIDIUS, Indiculus 4,8; EUGIPPIUS, Excerpta ex operibus s. Augustini; CASSIODORUS, In Psalmum 38,140; Institutiones 1,16,4; S. BEDA, Collectio ex opusculis s. Augustini in epistulas Pauli apostoli)
Respuesta: Lo que es verdadero es verdadero por la verdad. Y toda alma es alma por lo mismo que es verdadera alma. Así pues, toda alma tiene de la verdad el ser alma por completo. Sin embargo, una cosa es el alma y otra cosa la verdad. En efecto, la verdad nunca tolera la falsedad; en cambio, el alma se engaña muchas veces. Luego, como el alma es por la verdad, no lo es por sí misma. Ahora bien, la verdad es Dios . Por tanto, Dios es el autor del alma.
CUESTIÓN 2
El libre albedrío
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retrat. 1,26,3; S. POSSID., Indic. 4,8)
Respuesta: Lo que se hace no puede ser igual al que lo hace. De lo contrario es necesario borrar de las cosas la justicia, que debe dar a cada uno lo suyo. Así, cuando Dios creó al hombre, aunque lo creó muy bueno, sin embargo no lo creó tal cual era Él mismo . Ahora bien, es mejor el hombre que es bueno por voluntad que el que lo es por necesidad. En consecuencia, fue necesario darle al hombre el libre albedrío .
CUESTIÓN 3
¿El hombre es malvado, siendo Dios su Creador?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,4; S. POSSEID., Indic. 1,7)
Respuesta: Ningún hombre sabio que actúa hace perverso al hombre. En efecto, no es pequeña semejante culpa; más aún, es tan grande que no puede caber en un hombre que sea sabio. Ahora bien, Dios es superior a todo hombre sabio. Luego, mucho menos Dios creador hace perverso al hombre. Porque la voluntad de Dios es mucho más excelente que la del hombre sabio. En consecuencia, cuando se dice que Él es el Creador, se dice que Él lo quiere. Luego es un vicio de la voluntad lo que hace perverso al hombre. Vicio que, si está tan lejos de la voluntad de Dios, como lo demuestra la razón, es preciso investigar en qué consista.
CUESTIÓN 4
¿Cuál es la causa de que el hombre sea perverso?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,5; S. POSSID., Indic. 10,1)
Respuesta: Para que el hombre se haga perverso, la causa está o en él mismo, o en algún otro, o en la nada. Si está en la nada, no existe ninguna causa. Si por en la nada se entiende en el sentido de que el hombre fue hecho de la nada, o al menos de los elementos que fueron hechos de la nada, la causa estará de nuevo en él mismo, porque su cuasi—materia es la nada.
Si está en algún otro, hay que investigar si está en Dios, o en otro hombre cualquiera o tal vez en algo que no sea ni Dios ni hombre. Pero no está en Dios, porque Dios es la causa del bien. Si en el hombre, está o por la fuerza o por la seducción. Por la fuerza, de ningún modo: ¡cómo va a ser más fuerte que Dios!, ya que Dios creó al hombre tan perfectamente, que, si él quisiera permanecer perfecto, ninguno se lo podría impedir. Si concedemos que el hombre se pervierte por la seducción de otro hombre, habría que investigar de nuevo: este seductor por quién fue pervertido. En realidad, un seductor semejante no puede no ser malvado. Nos queda un no sé qué, que no sea ni Dios ni hombre. Pero, sea lo que sea, o emplea la fuerza o la seducción. Si la fuerza, ya queda respondido arriba. Si la seducción como sea, porque la seducción no obliga al que no quiere, la causa de su perversión vuelve a la misma voluntad del hombre, ya sea pervertido con o sin un seductor.
CUESTIÓN 5
¿Puede ser feliz el animal irracional?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,6; S. POSSID., Indic. 10,2)
Respuesta: Todo animal, por carecer de razón, carece de ciencia. A la inversa, ningún animal, por carecer de ciencia, puede ser feliz. Luego no sienta bien a los animales, privados de razón, ser felices.
CUESTIÓN 6
El mal
(Testimonios de esta cuestión): S. AUG., Retract. 1,26,7; S. POSSID., Indic. 4,9)
Respuesta: Todo lo que es, o es corpóreoo es incorpóreo. Lo corpóreo está contenido por la forma sensible; lo incorpóreo, por la forma inteligible. Ahora bien, lo que es no está sin una forma. Y donde hay una forma, necesariamente hay una medida y un modo, es algo bueno. Luego el sumo mal no tiene modo alguno, porque carece de todo bien. Por consiguiente no es, puesto que no es por forma alguna. Y todo este nombre de mal se deriva de la privación de forma.
CUESTIÓN 7
Propiamente hablando, ¿a qué se llama alma en el ser que anima?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,8; S. POSSID., Indic. 10,3)
Respuesta: A veces se habla del alma de modo que se entiende junto con la mente. Por ejemplo, cuando decimos que el hombre consta de alma y cuerpo; otras veces, de modo que queda excluida la mente. Pero cuando se dice que está excluida la mente, se entiende el alma por esas operaciones que tenemos en común con las bestias. Porque las bestias carecen de razón, que es siempre propio de la mente.
CUESTIÓN 8
¿El alma se mueve por sí misma?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,9; S. POSSID., Indic. 10,4)
Respuesta: Todo el que se da cuenta de que en él hay voluntad, se da cuenta de que el alma se mueve de por sí. Efectivamente, si nosotros somos quienes queremos, no quiere otro distinto de nosotros. Este movimiento del alma es espontáneo, porque se lo ha dado Dios. Sin embargo, ese movimiento no es local, de un lugar para otro como el del cuerpo, ya que moverse localmente es propio del cuerpo. Y cuando el alma por la voluntad, es decir, mediante ese movimiento que no es local, mueve sin embargo localmente el cuerpo, no se demuestra por eso que también ella se mueva localmente , como vemos que un gozne mueve algo en un gran espacio sin que él se desplace del lugar.
CUESTIÓN 9
¿Los sentidos corporales pueden percibir la verdad?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,10; S. POSSID., Indic. 1,8)
Respuesta: Lo que percibe el sentido corporal, y que se llama también sensible, está sujeto a cambios sin interrupción de tiempo; por ejemplo, cuando crecen los cabellos de nuestra cabeza, o cuando el cuerpo camina hacia la vejez o luce florecido en la juventud, esto se hace continuamente sin la menor interrupción. Ahora bien, lo que no es estable no puede percibirse. Porque se percibe aquello que la ciencia entiende. Y lo que cambia sin interrupción no puede ser percibido. En consecuencia, los sentidos corporales no pueden percibir la verdad auténtica.
Y que no se diga que existen algunos sensibles que permanecen siempre del mismo modo, y se ponga la objeción del sol y las estrellas, sobre lo cual es difícil convencer a nadie; al menos no hay nadie que no se vea obligado a confesar que no hay nada sensible que no tenga alguna apariencia de falsedad, de modo que no sea posible distinguir. Finalmente, y para no poner más ejemplos, todo cuanto sentimos por medio del cuerpo, aun cuando no esté presente a los sentidos, sentimos sin embargo sus imágenes como si estuviesen realmente presentes, bien en los sueños, bien en la alucinación. Y cuando las sentimos, no somos capaces de distinguir si las sentimos perfectamente con los propios sentidos o si son imágenes de los mismos sensibles.
En consecuencia, si hay imágenes falsas de los sensibles que los propios sentidos no son capaces de distinguir, y no puede ser percibido nada sino lo que se distingue de la falsedad, se sigue que en los sentidos no está el criterio de la verdad.
Ved por qué se nos amonesta saludablemente a apartarnos de este mundo, evidentemente corpóreo y sensible, y a convertirnos con toda premura hacia Dios, es decir, hacia la verdad que es captada por el entendimiento y por la mente interior, que siempre permanece y es del mismo modo, sin falsificación posible.
CUESTIÓN 10
¿El cuerpo viene de Dios?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,1; S. POSSID., India 4,10)
Respuesta: Todo bien es de Dios, y todo lo que tiene una forma es bueno, en cuanto que tiene una forma. Y todo lo que tiene una forma es de la forma. Pero todo cuerpo, para que sea cuerpo, está en alguna forma. Así que todo cuerpo es de Dios.
CUESTIÓN 11
¿Por qué Cristo nació de mujer?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,12; S. POSSID., Indic. 1,9)
Respuesta: Dios, cuando libera, no libera una parte sola, sino que libera el todo, que se puede encontrar en peligro. Puesto que la Sabiduría y la Virtud de Dios1, que se llama Hijo unigénito, al asumir la humanidad, ha indicado la liberación de todo el hombre. Y la liberación de todo el hombre debió de manifestarse en los dos sexos. Luego, porque convenía hacerse varón, que es el sexo más representativo, era lógico que la liberación del sexo femenino se manifestase en que este varón nació de mujer.
CUESTIÓN 12
Sentencia de un sabio (Fonteyo de Cartago): La mente debe ser purificada para contemplar a Dios
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,13; S. POSSID., Indic. 10,5)
Respuesta: «Animo —dice—, desdichados mortales, veamos que el espíritu maligno jamás mancilla esta morada, porque, al insinuarse por los sentidos, no viola la santidad del alma, y no ofusca la luz de la mente. Se cuela este veneno por todos los ventanales de los sentidos: se adapta a las figuras, se acomoda a los colores, se acopla a los sonidos, se oculta en la ira, en la seducción de la palabra, se disfraza en los olores, se mezcla con los sabores, y mediante el fango de movimientos turbios oscurece los sentidos con afectos tenebrosos, obnubila todos los tránsitos de la inteligencia por los cuales el rayo de la mente suele iluminar la razón.
Y como haya un rayo de luz etérea —espejo de la presencia divina—, en realidad allí relumbra la divinidad, allí la voluntad inocente y allí el mérito de la obra buena.
Dios está presente en todas partes. Y al mismo tiempo está en cada uno de nosotros, cuando la pureza inmaculada de nuestra mente llega a tener conciencia de que está en su presencia. Porque como la visión de los ojos, sí fuere defectuosa, no cree que esté presente lo que no ha podido ver —pues es inútil que la imagen de las cosas se mantenga presente ante los ojos, cuando en los ojos falta la integridad—, lo mismo Dios, que no está ausente en ninguna parte, y cuando la ceguera de la mente no deja ver, en vano está presente en las almas impuras».
CUESTIÓN 13
Prueba de que los hombres son superiores a las bestias
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,14; S. POSSID., Indic. 10,6)
Respuesta: Entre las muchas pruebas con que se puede demostrar que el hombre es superior a las bestias, es evidente a todos la siguiente: Que las bestias pueden ser domadas y amansadas por los hombres, y de ningún modo los hombres por las bestias.
CUESTIÓN 14
El cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo no fue un fantasma
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,15; S. POSSID., Indic. 4,11)
Respuesta: Si el cuerpo de Cristo fue un fantasma, Cristo ha engañado. Y si Cristo engañó, no es la Verdad. Ahora bien, Cristo es la Verdad2. Luego su cuerpo no fue un fantasma.
CUESTIÓN 15
Sobre el entendimiento
(Testimonios sobre esta cuestión: S. AUG., Retract— 1,26,16; S. POSSID., Indic. 10,7)
Respuesta: Lo que se conoce a sí mismo, se comprende a sí mismo. Ahora bien, lo que se comprende a sí mismo es finito para sí mismo. Pero el entendimiento se conoce a sí mismo, luego es finito para sí mismo. Tampoco desea ser infinito, aunque pueda (desearlo), porque él quiere ser conocido para sí mismo, ya que él se ama a sí mismo.
CUESTIÓN 16
Sobre el Hijo de Dios
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,17; S. POSSID., Indic. 1,10)
Respuesta: Dios es la causa de todo lo que existe. Ahora bien, lo que es causa de todo es también causa de su propia sabiduría, y Dios jamás está sin sabiduría. Luego la causa de su propia sabiduría sempiterna es igualmente sempiterna, sin ser temporalmente anterior a su sabiduría. Además, si es esencial a Dios ser Padre sempiterno, y si no ha existido jamás sin ser Padre, jamás ha existido sin Hijo.
CUESTIÓN 17
La Ciencia de Dios
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,18; S. POSSID., Indic. 10,8; EUGIPP., Exc. Aug. 1032)
Respuesta: Todo lo pasado ya no es, todo lo futuro no es todavía. Luego, tanto lo pasado como lo futuro no existen. Ahora bien, en Dios todo existe, luego en Dios no hay ni pasado ni futuro, sino que todo es presente en Dios.
CUESTIÓN 18
La Trinidad
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,19; S. POSSID., Indic. 8; EUGIPP., Exc. Aug. 1032s)
Respuesta: Toda realidad es algo distinto por lo que es, algo distinto por lo que se distingue, algo distinto por lo que coincide. Pues bien, toda criatura, si ciertamente es de alguna manera, si ciertamente dista infinito de lo que es nada en absoluto, si ciertamente coincide consigo misma en todas sus partes, conviene también que su causa sea trina: por qué es, por qué es tal, por qué coincide consigo. Pero a la causa de la criatura, es decir a su Creador, la llamamos Dios.
Luego es conveniente que sea una Trinidad, más perfecta, más inteligente y más feliz que la cual la razón perfecta nada puede encontrar. Y por tanto, también cuando se busca la verdad, no puede haber más que tres géneros de cuestiones: si en verdad es, si es tal o cual, si debe ser aprobado o reprobado.
CUESTIÓN 19
Dios y su criatura
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract., 1,26,20; S. POSSID., Indic. 1,11; EUGIPP., Exc. Aug., 1033; ALCUINUS, Epist. 163)
Respuesta: Lo que es inmutable es eterno, porque siempre es del mismo modo. En cambio, lo que es mudable está sujeto al tiempo, porque no siempre es del mismo modo, y por eso se dice justamente eterno. En efecto, lo que cambia no permanece, lo que no permanece no es eterno. En esto está la diferencia entre lo inmortal y lo eterno, que todo lo eterno es inmortal, no todo lo inmortal se llama con precisión eterno, porque aunque algo viva siempre, sin embargo, si está sujeto a cambio, no se dice propiamente eterno, puesto que no es siempre del mismo modo, aunque pueda decirse con propiedad inmortal, porque vive siempre. Con todo, se dice eterno a veces también lo que es inmortal. Más aún, lo que está sujeto a cambio y se dice que vive por la presencia del alma, no siendo alma, ni puede entenderse como inmortal en modo alguno, y mucho menos como eterno . En efecto, lo eterno, hablando con propiedad, ni es cosa alguna pasada como si hubiese pasado, ni cosa alguna futura como cuando aún no es, sino que todo lo que es simplemente es.
CUESTIÓN 20
El lugar de Dios
(Testimonios sobre esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,21; S. POSSID., Indic. 10,9; EUGIPP., Exc. Aug. 1034)
Respuesta: Dios no está en un lugar. En realidad, lo que está en algún lugar es contenido por él, lo que es contenido por un lugar es cuerpo. Y Dios no es cuerpo. Por tanto, no está en un lugar. Con todo, porque es, y no está en un lugar, todas las cosas están en Él, más bien que Él en un lugar, y no obstante tampoco están en Él de modo que Él sea un lugar. Realmente, el lugar en el espacio es lo que está ocupado por la longitud, latitud y altura del cuerpo, y Dios no es algo semejante. En consecuencia, todas las cosas están en Él y Él no es un lugar.
Sin embargo, se dice abusivamente lugar de Dios al templo de Dios, no porque Él esté contenido allí, sino porque está presente en Él. Y esto de nada mejor se entiende que del alma pura.
CUESTIÓN 21
¿No es Dios el autor del mal?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract., 1,26,22; S. POSSID., Indic. 4,12)
Respuesta: A quien es autor de todas las cosas que son, y a cuya bondad pertenece únicamente el que sea todo lo que es, no puede pertenecer en modo alguno el no ser. Todo lo que falta, deja el ser de aquello que es, y camina hacia el no ser. Pero ser y no fallar en nada es el bien, fallar es el mal. Más aún, aquel a quien no pertenece el no ser no es causa del fallar, es decir, del caminar hacia el no ser, porque, diciéndolo de una vez, es la causa del ser. En consecuencia, únicamente es la causa del bien, y por tanto Él es el Sumo Bien. Por lo cual no es autor del mal quien es autor de todas las cosas que son, porque en tanto son buenas en cuanto que son3.
CUESTIÓN 22
Dios no tiene ninguna necesidad
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,23; S. POSSID., Iniic. 4,13)
Respuesta: Donde nada falta, no hay necesidad. Donde no hay deficiencia, nada falta. Pero en Dios no hay deficiencia, luego no hay necesidad alguna.
CUESTIÓN 23
Sobre el Padre y el Hijo
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,24; S. POSSID., Indic. 1,12)
Respuesta: Todo lo que es casto es casto por la castidad, y todo lo que es eterno lo es por la eternidad; todo lo bello es bello por la belleza, y todo lo bueno es bueno por la bondad. Luego, lo mismo, todo lo sabio es sabio por la sabiduría, y todo lo semejante es semejante por la semejanza. Pero lo que es casto por la castidad se dice en un doble sentido: o porque engendra la castidad, de manera que es casto por la misma castidad que engendra y para lo cual Él es principio y la causa de que lo sea; o, en otro sentido, cuando algo es casto por participación de la castidad, porque a veces puede no ser casto. Y así ha de entenderse de los otros ejemplos.
En efecto, también se conoce, sea por la razón, sea por la fe, que el alma alcanza la eternidad, pero esto sucede por la participación eterna de la eternidad. Y no es así como Dios es eterno, sino porque Él es el autor de la misma eternidad.
Esto mismo debe entenderse de la belleza y de la bondad. Asimismo, cuando se dice que Dios es sabio, también se dice que es sabio por la misma sabiduría, sin la cual no es lícito creer que alguna vez existió o pudo existir. Se dice que es sabio no por la participación de la sabiduría, así como el alma que puede ser y no ser nada, sino que Él mismo ha engendrado la misma sabiduría por la que se dice que es sabio. Así también, las cosas que son por participación o castas o eternas, o bellas o buenas o sabias, lo reciben de manera que, como ya he dicho, puedan no ser castas ni eternas, ni bellas ni buenas ni sabias. Más aún, la misma castidad, eternidad, belleza, bondad, sabiduría, de ninguna manera reciben o corrupción o, por decirlo de algún modo, temporalidad o torpeza o malicia.
Por tanto, también aquellas cosas que son semejantes por participación reciben la desemejanza. Pero la misma semejanza de ningún modo puede ser desemejante por parte alguna. De donde resulta que, siendo el Hijo, se dice la semejanza del Padre, puesto que por participación de Él son semejantes todas las cosas que son semejantes entre sí o a Dios. En efecto, ella misma es la especie primera por la cual son, por así decirlo, especificadas; y la forma por la que todas las cosas son formadas no puede ser desemejante al Padre por parte alguna. En consecuencia, es lo mismo que el Padre, de tal modo que éste es el Hijo y aquél el Padre, es decir: éste es la semejanza, aquél de quien Él es la semejanza, cuya sustancia es una sola. En realidad, si no es una sola sustancia, la semejanza recibe desemejanza. Hipótesis que rechaza toda razón veracísima.
CUESTIÓN 24
¿Tanto el pecado como la obra buena están en el libre albedrío de la voluntad?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,25; S. POSSID., Indic. 4,12)
Respuesta: Todo lo que sucede por casualidad, sucede sin reflexión. Lo que sucede sin reflexión, no lo hace la Providencia. Si en el mundo suceden cosas por casualidad, la Providencia no gobierna el mundo entero. Si la Providencia no gobierna el mundo entero, es que hay alguna naturaleza y sustancia que escapa a la acción de la Providencia. Pero todo lo que es, en cuanto es, es bueno. Porque es sumamente bueno aquel bien por cuya participación son buenas las demás cosas. Y todo lo que es mudable es bueno, en cuanto es no por sí mismo, sino por la participación del bien inmutable. Finalmente, el bien por cuya participación son buenas las demás cosas, sean las que sean, no por otro sino por sí mismo es bueno, al que llamamos más bien divina Providencia. En consecuencia, nada sucede en el mundo por casualidad.
Establecido esto, parece lógico que todo lo que se realiza en el mundo, en parte se realiza por la intervención divina, y en parte por nuestra voluntad. Puesto que Dios es con mucho incomparablemente mejor y más justo que el hombre mejor y más justo. Y el justo que rige y gobierna todas las cosas no deja sin castigo a cualquiera que se lo merezca, como a ninguno premia sin haberlo merecido. Pero el mérito del castigo es el pecado, y el mérito del premio es la obra buena; ni el pecado ni la obra buena pueden justamente ser imputados a quien nada haya hecho por propia voluntad. En consecuencia, tanto el pecado como la obra buena están en el libre albedrío de la voluntad.
CUESTIÓN 25
La cruz de Cristo
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,26; S. POSSID., Indic. 4,15)
Respuesta: La Sabiduría de Dios asumió la humanidad para enseñarnos con su ejemplo a que vivamos bien. Ahora bien, a una vida recta le conviene no temer lo que no debe ser temido. Efectivamente, la muerte no ha de ser temida. Luego fue conveniente que esto mismo fuera demostrado por la muerte de la humanidad que asumió la Sabiduría de Dios.
Pues hay hombres que, sin temer la muerte en sí, tienen horror a algún género de muerte. Ahora bien, lo mismo que no debe temer la muerte en sí, tampoco debe temer cualquier género de muerte el hombre que vive bien y rectamente. En consecuencia, eso mismo debió ser demostrado también por la cruz de esa humanidad. En verdad que, entre todos los géneros de muerte, nada había más execrable y horroroso que aquel género de la cruz.
CUESTIÓN 26
Diferencia específica de los pecados
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,27; S. POSSID., Indic. 10,10)
Respuesta: Hay pecados de debilidad, pecados de ignorancia y pecados de malicia. La debilidad es contraria a la virtud; la ignorancia, a la sabiduría; la malicia, a la bondad. Consiguientemente, todo el que sabe qué es la virtud y la sabiduría de Dios, puede apreciar cuáles son los pecados veniales. Y todo el que sabe qué es la bondad de Dios puede apreciar a qué pecados les corresponde tal pena tanto aquí como en la vida futura. Discutidos debidamente estos puntos, se puede juzgar con probabilidad quiénes no deben ser obligados a una penitencia dificultosa y lamentable, aunque reconozcan sus pecados; y quiénes no tienen ninguna esperanza de salvación, si no ofrecen a Dios en sacrificio un espíritu contrito por la penitencia.
CUESTIÓN 27
La Providencia
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,28; S. POSSID., Indic. 1,13; EUGIPP., Exc. Aug. 1034s)
Respuesta: Puede darse que la divina Providencia, por medio de un hombre malo, a veces castigue, a veces salve. Por ejemplo, la impiedad de los judíos perdió a los judíos y salvó a los gentiles. También puede darse que la divina Providencia a veces condene, y a veces salve por medio de un hombre bueno, como dice el Apóstol: Para unos somos olor de vida para la vida; para otros, olor de muerte para la muerte4. Y como toda tribulación es castigo de los impíos y prueba de los justos, porque ella misma desmenuza los cardos y las pajas, y separa el trigo de la paja, de donde viene el nombre de tribulación, del mismo modo, cuando la paz y el descanso de las molestias corporales aprovecha a los buenos y pierde a los malos, la divina Providencia dispone todo esto para mérito de las almas. Y, sin embargo, ni los buenos eligen para sí mismos el ministerio de la tribulación, ni los malos buscan la paz. Por lo cual estos mismos, que sirven de instrumentos sin saberlo, reciben no el premio de la justicia que se refiere a Dios, sino el de su propia malevolencia. De igual modo que no se les imputa a los buenos el mal que ocasionan a alguien, al querer ellos hacer el bien, sino que se imputa a su buena intención el premio por su caridad. Paralelamente, la creación entera según los méritos de las almas racionales, ya se haga sentir ya se mantenga oculta, ya sea molesta ya sea favorable. En efecto, para el Dios soberano, que administra bien todas las cosas que ha creado, nada hay desordenado en el universo, nada injusto, lo sepamos o no lo sepamos nosotros. Por su parte, es el alma pecadora la que sale perjudicada, y, con todo, como ella está por méritos propios allí donde es justo que esté como tal, y padece aquello que es justo que padezca en cuanto tal, no deforma el conjunto del Reino de Dios con ninguna de sus fealdades.
Por todo lo cual, como nosotros desconocemos lo que el orden divino dispone justamente para nuestro bien, nosotros actuamos según la ley sólo con la buena voluntad. En todo lo demás somos conformados según la ley, permaneciendo la misma ley inmutable, y gobernando todo lo que es mudable con una bellísima economía. Así pues: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad5.
CUESTIÓN 28
Por qué Dios quiso crear el mundo
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,29; S. POSSID., Indic. 1,14)
Respuesta: Buscar por qué Dios quiso crear el mundo es buscar el porqué de la voluntad de Dios. Pues bien, toda causa es realizadora. Y todo lo que es eficiente es superior a aquello que realiza. Pero nada hay superior a la voluntad de Dios. Luego no hay lugar para buscar su causa.
CUESTIÓN 29
Si hay algo por encima o por debajo del universo
Respuesta: «Saboread las cosas de arriba»6. Se nos manda saborear las cosas de arriba, es decir, las cosas espirituales; lo cual no debe entenderse que están por encima de los lugares y partes de este mundo, sino en razón de su excelencia, para que no fijemos nuestro corazón en parte alguna de este mundo, puesto que debemos despojarnos del mundo entero. El arriba y el abajo está en las partes del mundo. En efecto, ni siquiera el universo tiene arriba ni abajo, pues es corpóreo, porque todo lo visible es corpóreo, y nada hay en el cuerpo universal arriba y abajo. Realmente, aun cuando el movimiento que llamamos rectilíneo, a saber, el que no es circular, parece resolverse en seis direcciones: adelante y atrás, a derecha e izquierda, arriba y abajo, no hay ninguna razón en absoluto de por qué el cuerpo entero tenga nada adelante y atrás, ni derecha e izquierda, y sí arriba y abajo. Pero quienes lo consideran atentamente quedan sorprendidos, porque es difícil oponerse a los sentidos y a la costumbre. Por ejemplo, no nos es tan fácil la orientación del cuerpo que se hace cuando alguno quiere moverse cabeza abajo, como no es fácil hacerlo de derecha a izquierda y de adelante hacia atrás. Por lo cual, dejando de lado las palabras, el propio corazón debe procurar consigo mismo poder distinguir esta cuestión.
CUESTIÓN 30
Si todas las cosas han sido creadas para la utilidad del hombre
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,31; S. POSSID., Indic. 10,11)
Respuesta: Como hay diferencia entre lo honesto y lo útil, también la hay entre el gozar y el usar. Y aun cuando pueda defenderse agudamente que todo lo honesto es útil y todo lo útil es honesto, con todo, porque es más exacto y más usual llamar honesto a aquello que es deseable por sí mismo, y útil a lo que se refiere a otro fin, nosotros hablamos aquí según esta distinción, defendiendo sin dudar que lo honesto y lo útil no se contradicen en manera alguna. Porque a veces por ignorancia y superficialmente se cree que se oponen uno y otro. Se dice que gozamos de una cosa cuando de ella recibimos placer; que usamos de ella cuando la referimos a la causa de donde debe conseguirse el placer. De este modo, toda perversión humana, que se llama también vicio, consiste en querer usar de lo que debe gozarse, y gozar de lo que debe usarse. Y a su vez, toda rectitud, que se llama también virtud, consiste en gozar de lo que debe gozarse, y usar de lo que debe usarse. En efecto, ha de gozarse de lo que es honesto, y ha de usarse lo que es útil.
Yo llamo honestidad a la belleza inteligible, a la que propiamente llamamos espiritual, y utilidad a la divina Providencia. Por lo cual, aunque haya muchas cosas bellas visibles, las cuales propiamente se llaman honestas, sin embargo, la belleza misma, por la cual son bellas todas las cosas que son bellas, no es visible de ningún modo. Igualmente hay muchas cosas útiles visibles, pero la misma utilidad, por la cual nos sirve todo lo que nos sirve, y que llamamos divina Providencia, no es visible. Está claro en realidad que bajo el nombre de visibles se contienen las cosas corporales.
Por tanto, es conveniente gozar de las cosas bellas invisibles, es decir, honestas. Si de todas, es otra cuestión; aunque quizá deba llamarse honesto solamente a aquello que debe gozarse. Y debe usarse de todas las cosas útiles según se necesite de cada una de ellas. Incluso no es irracional pensar que hasta disfrutan las bestias del alimento y de cualquier placer corporal; en cambio, usar de las cosas no puede hacerlo sino el animal racional. Porque conocer el fin al que se ordena cada cosa no les ha sido concedido a los seres irracionales ni a los mismos seres racionales insensatos. Como tampoco puede usar de una cosa si ignora el fin para el que ha sido ordenada, y nadie puede saberlo si no es sabio. Por lo cual suele decirse con toda razón que abusan los que no usan correctamente. En efecto, lo que se usa mal no aprovecha a nadie, y lo que no aprovecha, evidentemente, no es útil. Pues todo lo que es útil, es útil para usarlo, y así nadie usa sino lo que es útil. Luego no usa todo el que usa mal.
En consecuencia, la razón perfecta del hombre, que se llama virtud, en primer lugar usa de sí misma para conocer a Dios, de manera que goce de Aquel que también la hizo a ella; además, se sirve de los otros animales racionales para formar la sociedad, y de los irracionales para ejercer su autoridad; incluso ordena la propia vida a ese fin para gozar de Dios, pues así ella es feliz. Ella usa también de sí misma. Que inaugura ciertamente la miseria por medio de la soberbia, si se ordena a sí misma y no a Dios. Usa también de algunos cuerpos para animarlos y hacer el bien —así usa, por ejemplo, de su propio cuerpo—, de otros para aceptarlos o desecharlos por la salud, bien para tolerarlos por la paciencia, bien para ordenarlos por la justicia, bien para investigarlos cuidadosamente por alguna enseñanza de la verdad. También usa de todo eso de lo que se abstiene por la templanza. Ella, pues, usa de todo, tanto de lo sensible como de lo no sensible, sin que haya una tercera categoría. Además juzga de todo lo que ella usa. Únicamente no juzga de Dios, porque juzga de todo según Dios. Tampoco usa de Dios, sino que goza de Él. En efecto, Dios no debe ser ordenado a otra cosa alguna, porque todo lo que debe ser ordenado a otra cosa es inferior a aquello a lo que debe ser ordenado, y no hay cosa alguna superior a Dios, no por el espacio, sino por la excelencia de su naturaleza. Luego todo lo que ha sido creado, para el uso del hombre ha sido creado. Porque la razón, que le ha sido dada al hombre, usa de todo por el juicio. Además, antes de la caída no usaba por tolerancia, ni usa después de la caída, sino una vez convertido ya en amigo de Dios, en cuanto es posible, y todavía antes de la muerte del cuerpo, porque es servidor de buen grado.
CUESTIÓN 31
Opinión de Cicerón sobre la división y definición de las virtudes del alma
(Testimonios de esta cuestión: S. AGU., Retract. 1,26,31; S. POSSID., Indic. 10,12; S. AUG., Contra Iulianum 4,3,19; cf. MARIUS VICTORINUS, Explanationes in Ciceronis rhetoricam, in Rhetores Latini Minores (1964) 2,52; CASSIODORUS, De anima 7)
Respuesta: 1. Definición de la virtud. La virtud es una disposición del alma conforme al modo de ser de la naturaleza y a la razón. Así, después de conocidas todas sus clases, habrá que estudiar atentamente el dinamismo entero de la honestidad sin artificio.
División. En resumen, tiene cuatro partes: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
La prudencia. Es el conocimiento de las cosas buenas, de las cosas malas y de las cosas indiferentes. Sus partes son: la memoria, la inteligencia y la providencia. La memoria es la facultad por la cual el alma evoca las cosas que ya han sido. La inteligencia es la facultad por la que el alma percibe las cosas presentes. La providencia es la facultad por la que el alma percibe algo que va a suceder antes de que sea un hecho.
La justicia. Es la disposición del alma exigida por la utilidad social que da a cada uno su mérito. Su origen proviene de la naturaleza; luego, algunos aspectos han pasado a la costumbre por razón de su utilidad; después, el respeto a las leyes y la religión han sancionado las cosas que la naturaleza ha inspirado únicamente y ha aprobado la costumbre. Hay un derecho natural que no es fruto de la opinión, sino que una fuerza innata lo ha inculcado como religión, piedad, gratitud, acción de la justicia, observancia y veracidad. La religión es la que aporta el cuidado y el culto de una naturaleza superior, que llaman divina. La piedad consagra a los parientes y a la patria el deber magnánimo y el servicio atento. La gratitud supone el reconocimiento de las amistades y de los deberes mutuos y la voluntad de corresponderlos. La acción de la justicia conjura la violencia o la ofensa y todo lo que puede perjudicar, bien defendiendo, bien castigando. La observancia hace dignas de algún respeto y honor a las personas que sobresalen por algún mérito. La veracidad manifiesta sin alteración las cosas tal como son, presentes, pasadas o futuras.
Además hay un derecho consuetudinario, que, insinuado levemente por la naturaleza, el uso lo ha desarrollado, como vemos en la religión y en alguna parte de las virtudes que hemos mencionado antes, lo cual, procediendo de la naturaleza, ha sido desarrollado por la costumbre, o la antigüedad lo ha elevado a costumbre con la aprobación popular. De este género son el pacto, la equidad, la ley y la cosa juzgada. El pacto es lo convenido entre varios. La equidad es lo que para todos es igual. Por ley se entiende lo que, codificado por escrito, es promulgado al pueblo para que lo observe.
La fortaleza. Consiste en afrontar los peligros y soportar los trabajos con madura reflexión. Comprende: la magnanimidad, la confianza, la paciencia, la perseverancia. La magnanimidad es la grandeza de espíritu en la práctica y la administración de las cosas grandes y elevadas, con disposición generosa y espléndida de alma. La confianza es la parte de la fortaleza por la que el alma pone en sí misma mucho aplomo para las cosas grandes y honestas con una esperanza segura. La paciencia es la firmeza voluntaria y constante para soportar las cosas arduas y difíciles por virtud o utilidad. La perseverancia es la constancia inquebrantable y continua con reflexión justa y ponderada.
La templanza. Es el dominio firme y mesurado de la razón sobre la pasión y los otros movimientos desordenados del alma. Sus componentes son: la continencia, la clemencia y la modestia. La continencia es para regir la pasión bajo la dirección de la prudencia. La clemencia es la afabilidad para templar los sentimientos del alma excitada y disparada temerariamente al odio contra alguno. La modestia es la conciliación del pudor honesto con el prestigio glorioso y sólido.
2. La práctica de las virtudes. Pues bien, todas estas cosas han de ser buscadas sin interés alguno. Tesis que no está en nuestro propósito demostrar y que no conviene al precepto de la brevedad. Se deben evitar por sí mismas no sólo las cosas que les son opuestas, como la cobardía a la fortaleza, y la injusticia a la justicia, sino también aquellas cosas que parecen próximas y semejantes, pero que son muy diferentes. Así, la desconfianza es algo contrario a la confianza y por eso mismo es un vicio; la audacia no es algo contrario, sino cercano y próximo a la confianza, y con todo es un vicio. De este modo, a cada virtud se le puede encontrar un vicio contiguo, sea designado con un nombre concreto, como la audacia que está muy cerca de la confianza, la terquedad de la perseverancia, la superstición que está muy próxima a la religión, sea designado sin nombre alguno preciso. Todo lo cual debemos poner igualmente entre las cosas que hay que evitar como contrarias a las cosas buenas. En fin, he hablado bastante de ese género de honestidad que se recomienda por sí solo. Ahora me parece que debo hablar de aquello donde se junta también la utilidad, que llamamos honestidad.
3. La atracción de las cosas. Así pues, hay muchas cosas que nos atraen tanto por su mérito como por su valor intrínseco. Tales son: la gloria, la dignidad, la grandeza, la amistad. La gloria es la fama frecuente de una persona con alabanza. La dignidad de alguno es el prestigio honesto digno de respeto, de honor y de reverencia. La grandeza es el poder, o la majestad o la gran abundancia de posibilidades. La amistad es la voluntad de querer el bien para uno por causa de la misma persona a la que se ama con una voluntad recíproca. Como aquí estamos hablando de causas civiles, añadimos a la amistad sus frutos para que se vea también por qué deben ser deseados, no vaya a ser que nos critiquen quienes piensan que estamos hablando de cualquier clase de amistad. Por más que hay quienes creen que la amistad debe buscarse sólo por interés, los hay que por ella sola, los hay también que por ella y por interés. De todo lo cual, qué es lo más conforme a la verdad, habrá otro lugar para examinarlo.
CUESTIÓN 32
Si uno entiende una cosa mejor que otro, y si la inteligencia de la misma cosa progresa indefinidamente
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,3; S. POSSID., Indic. 1,16)
Respuesta: Quien entiende una cosa de manera distinta a como es, se engaña, y todo el que se engaña no entiende aquello en que se engaña. En consecuencia, todo el que entiende una cosa de manera distinta a como ella es, no la entiende. Luego una cosa no puede ser entendida sino como ella es. Nosotros entendemos una cosa así como ella es, del mismo modo que no es entender nada eso mismo que se entiende no así como ella es. Por lo cual, no hay duda alguna de que hay una perfecta comprensión que no puede ser mayor, y por eso que no progresa indefinidamente lo que se entiende que es cada cosa, ni que uno pueda entenderla más que otro.
CUESTIÓN 33
El miedo
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,34; S. POSSID., Indic.10,13)
Respuesta: Es evidente a todo el mundo que la causa del miedo no es otra sino o el perder lo que amamos y poseemos o el no poder conseguir lo que esperamos. Por tanto, todo el que hubiere deseado la misma ausencia del miedo y llegare a tenerlo, ¿qué clase de miedo será el no poder quitarlo? En efecto, muchas cosas que amamos y poseemos, tememos perderlas; así es que las guardamos por miedo. Pero el no temer nadie lo puede guardar temiendo. Por lo mismo, quien ama el no temer, y eso aún no lo tiene pero espera tenerlo, no conviene que tema no conseguirlo. Efectivamente, con ese miedo no se teme otra cosa que el mismo miedo. Pues todo miedo huye de algo y ninguna cosa huye de sí misma. Luego el miedo no es temido como miedo. Mas si alguno cree que no se dice correctamente que el miedo tema algo, cuando el alma tiene miedo más bien por el mismo miedo, atienda a esto que es fácil de entender, que no hay miedo alguno sino de un mal futuro e inminente. Pues es necesario que quien tiene miedo huya de algo. En consecuencia, todo el que teme tener miedo es realmente el más absurdo de todos, porque al huir tiene eso mismo de lo que huye. Así es, porque no se tiene miedo sino de que suceda algún mal, y tener miedo de que suceda el miedo no es otra cosa sino aceptar lo mismo que rechazas. Si esto es contradictorio como lo es, todo el que no ama otra cosa que el no tener miedo no tiene miedo en modo alguno. Y, por tanto, nadie puede amar eso solo y no tenerlo. Otra cuestión es si debe amar eso solo. Entonces, a quien el miedo no aterra, tampoco le arruina la codicia, ni la enfermedad le agota ni le espanta la loca y vana orgía. En efecto, si lo codicia, porque no otra cosa es la codicia sino el amor de las cosas pasajeras, es necesario que tenga miedo o de perderlas cuando las haya conseguido o de no conseguirlas. Pero el que no tiene miedo es que no codicia. Del mismo modo que, cuando el alma está angustiada, es necesario que también sea presa del miedo, porque los que tienen angustia de los males presentes tienen miedo de los males inminentes. Pero no tiene miedo, luego carece también de angustia. Asimismo, cuando se alegra sin fundamento se está alegrando de esas cosas que puede perder, por lo que es necesario que tenga miedo de perderlas. Pero no tiene miedo en modo alguno, luego no se alegra sin fundamento en modo alguno.
CUESTIÓN 34
Si no se debe desear otra cosa que no tener miedo
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,35; S. POSSID., Indic. 10,14)
Respuesta: Si es un vicio no tener miedo, no hay que desearlo. Pero nadie que es perfectamente feliz tiene miedo, y nadie perfectamente feliz es vicioso. En consecuencia, no es un vicio no tener miedo. Más aún, la audacia es un vicio. Luego no todo el que carece de miedo es audaz, aun cuando todo el que es audaz no tenga miedo. Del mismo modo que todo cadáver no tiene miedo. Por tanto, cuando el no tener miedo es común tanto al que es perfectamente feliz, como al audaz, como al cadáver, pero el que es perfectamente feliz lo posee por la tranquilidad del alma, el audaz por la temeridad y el cadáver porque carece de sensibilidad, debemos desear no tener miedo, puesto que queremos ser felices, y ni siquiera debemos desearlo, porque no queremos tampoco ser ni audaces ni insensibles.
CUESTIÓN 35
Qué debe ser amado
Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,36; S. POSSID., Indic. 10,15; EUGIPP., Exc. Aug. 1082—1084)
Respuesta: 1. La definición de amor. Ya que todo aquello que no vive no tiene miedo, ni nadie va a persuadir a nadie de que hay que carecer de vida para que podamos también carecer de miedo, hay que desear el vivir sin miedo. Por otra parte, como una vida que no tiene miedo, cuando además carece de inteligencia, no es apetecible, hay que amar vivir sin miedo con inteligencia. ¿Eso solo debe ser amado o también debe ser amado el mismo amor? Sí, por cierto, puesto que sin él no se ama lo demás. En cambio, cuando el amor es amado por aquellas cosas que deben ser amadas, no se dice con propiedad que se aman. Porque amar no es otra cosa que desear una cosa por sí misma.
Por tanto, ¿es que el amor hay que amarlo por sí mismo cuando, al faltar aquello que se ama, eso es una evidente miseria? Además, siendo el amor un movimiento, y no hay movimiento alguno sino hacia algo, cuando buscamos aquello que debe ser amado, estamos buscando qué es aquello hacia lo cual nos conviene movernos. Así pues, si el amor debe ser amado, de cierto que no debe ser amado todo amor. En efecto, hay también un amor torpe, por el que el alma persigue las cosas inferiores a ella misma, y que se llama propiamente codicia, es decir, la raíz de todos los males.
Amor y conocimiento. Así pues, no debe ser amado aquello que al que ama y al que goza le puede ser arrebatado. ¿Y qué amor debe ser amado sino el de aquello que no puede fallar cuando se ama? Esto es: poseer no es otra cosa que conocer. Y así debe ser amado eso que poseerlo no es otra cosa que conocerlo. En efecto, poseer el oro y todo lo corporal no es más que conocerlo, y no por eso debe ser amado. Y como algo puede ser amado sin poseerlo, no solamente de entre las cosas que no deben ser amadas, como cualquier cuerpo hermoso, sino aun de las mismas cosas que se deben amar, como la vida feliz, y, a la inversa, se puede poseer algo sin amarlo, como por ejemplo las cadenas, con razón se pregunta si puede alguno no amar eso que, cuando lo posea, es decir, cuando lo haya llegado a conocer, el poseerlo no es nada más que conocerlo. Cuando nosotros estamos viendo a algunos que estudian, v.gr., matemáticas, no por otra cosa sino para hacerse ricos y ser estimados de los hombres gracias a esa disciplina, que una vez que la han aprendido la encaminan al mismo fin que se habían propuesto cuando la iban aprendiendo. También dominar una disciplina no es otra cosa que conocerla. Y puede suceder que alguno posea algo que poseerlo sea lo mismo que conocerlo sin que lo ame. Por más que el bien que no se ama, nadie puede poseerlo o conocerlo perfectamente. ¿Quién puede, en efecto, conocer cuán grande es el bien del que no goza? Pues no goza si no ama; en consecuencia, tampoco posee lo que debe ser amado el que no ama, aun cuando pueda amar el que no posee. Por tanto, nadie conoce la vida feliz y es infeliz, porque si debe ser amada como ella es, conocerla es lo mismo que poseerla.
2. La vida feliz. Siendo esto así, ¿qué otra cosa es vivir felizmente sino poseer, conociéndolo, algo que es eterno? Porque lo eterno es lo único de lo cual uno está seguro de que no puede serle arrancado al que ama, y eso es lo mismo que el poseer, no es otra cosa sino el conocer. En efecto, lo que es eterno es lo más excelente de todas las cosas; y así no podemos poseerlo si no es por medio de eso por lo que nosotros somos más excelentes, es decir, por la mente. Pero todo lo que se posee por la mente, se posee conociendo, y ningún bien se conoce perfectamente si no se ama perfectamente. Como la mente sola no puede conocer, así tampoco sola puede amar. En verdad que el amor es una especie de apetito; y vemos además que en las otras partes del alma está dentro el apetito, el cual, si está de acuerdo con la mente y la razón, en esa paz y tranquilidad se vacará a contemplar con la mente lo que es eterno. Luego el alma debe amar también con las otras partes suyas eso tan grande que debe ser conocido por la mente. Y porque eso que se ama es necesario que afecte de suyo al amante, sucede que lo eterno es amado de tal manera que afecta al alma con la eternidad.
En consecuencia, ésa es precisamente la vida feliz que es eterna. Y lo que todavía es más, ¿qué es lo eterno que afecte al alma con la eternidad sino Dios? Ahora bien, el amor de las cosas dignas de ser amadas se llama con más propiedad caridad o dilección. Por lo que es necesario meditar con todas las fuerzas del pensamiento aquel salubérrimo precepto: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma y con toda tu mente7; y lo que dice el Señor Jesús: Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, solo Dios verdadero, y a quien tú has enviado, Jesucristo8.
CUESTIÓN 36
Obligación de alimentar la caridad
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,37; S. POSSID., Indic. 10,16; EUGIPP., Exc. Aug. 1092—196)
Respuesta: 1. Definición de la caridad. Llamo caridad al amor por el cual son amadas aquellas cosas que no deben ser aborrecidas comparadas con el mismo amante, a saber: lo que es eterno, y lo que puede amar al mismo Eterno. Así pues, Dios y el alma, cuando se aman, se dice propiamente caridad depuradísima y consumada, cuando ninguna otra cosa se ama; a ésta me agrada llamarla también dilección. Pero cuando Dios es amado más que el alma, de modo que el hombre prefiera ser de Él antes que suyo, entonces se atiende verdadera y soberanamente al alma, y, en consecuencia, también al cuerpo, sin preocuparnos nosotros de cualquier apetito que lo perturbe, sino aceptando únicamente las cosas que son patentes y se nos ofrecen.
A la inversa, el veneno de la caridad es la esperanza de conseguir y conservar bienes temporales; su alimento es la disminución de la codicia; su perfección, la ausencia de la codicia; la señal de su progreso es la disminución del temor; prueba de su perfección es la ausencia de todo temor, porque también la raíz de todos los males es la codicia9, y la dilección consumada echa fuera todo temor10. Así pues, quien quiera alimentarla, que se dedique con tesón a disminuir las codicias. Pues la codicia es el deseo de conseguir y conservar las cosas temporales.
El temor. El comienzo de esa disminución es el temor de Dios, el único que no puede ser temido sin amor. Porque se tiende hacia la sabiduría, y nada más veraz que lo que se dijo: El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor11. Ciertamente que no hay nadie que no huya del dolor más que apetezca el placer, cuando estamos viendo hasta a las bestias más feroces apartarse de los máximos placeres por miedo a los dolores, lo cual, cuando llega a convertirse en hábito suyo, se dice que están domadas y amansadas. Por lo mismo que el hombre tiene la razón, cuando se pone al servicio de la codicia por una perversión miserable, y para no temer a los hombres, llega a sugerir que puede ocultar sus fechorías, y para esconder los pecados ocultos prepara las falacias más astutas, resulta que los hombres, a quienes no deleita todavía la hermosura de la virtud, sólo son apartados del pecado por los castigos anunciados con toda verdad por medio de varones santos y divinos, y aun estando de acuerdo en que aquello que ocultan a los hombres no puede ser ocultado a Dios, con todo son domados más difícilmente que las fieras. Mas para que Dios sea temido es necesario persuadirlos de que todas las cosas son regidas por la divina Providencia, y no tanto con razones que el que es capaz de penetrar puede hasta captar la hermosura de la virtud, como con ejemplos, ya sean recientes si han ocurrido algunos, ya sean tomados de la historia, y principalmente de esa historia que, guardada por la misma divina Providencia, ha recibido la excelsa autoridad de la religión, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Y al mismo tiempo se ha de tratar tanto de los pecados como de los premios de las obras buenas.
2. La piedad. Por otra parte, cuando alguna costumbre de no pecar llega a persuadir de que es fácil lo que creía difícil, que comience a gustar la dulzura de la piedad, y a dar valor a la hermosura de la virtud, para que la libertad de la caridad se eleve sobre la servidumbre del temor. Entonces ha de persuadirse a los fieles, habiendo precedido los sacramentos de la reconciliación, que es necesario que los conmueva profundamente la diferencia que hay entre los dos hombres: el viejo y el nuevo, el exterior y el interior, el terreno y el celestial; es decir: entre el que sigue los bienes carnales y temporales y el que sigue los espirituales y eternos, y se les debe amonestar que no esperen de Dios beneficios perecederos y transitorios, en los cuales también los hombres malos pueden abundar, sino los firmes y sempiternos, que para conseguirlos se debe despreciar completamente cuanto en este mundo se tiene por bueno y malo. Aquí es necesario proponer aquel ejemplo incomparable y único del Hombre—Señor, el cual, demostrando con tantos milagros que Él tenía tanto poder sobre las cosas, despreció aquellas que los ignorantes tienen por grandes bienes, y soportó las que tienen por grandes males. Costumbres y disciplina que nadie se atreve a poner en práctica, tanto menos cuanto más le honra; y se ha de demostrar por sus promesas y sus exhortaciones, y por la multitud de imitadores: apóstoles, mártires y santos innumerables, cómo no debe perderse la esperanza.
3. Dificultades: la vanagloria. Por lo menos, en cuanto hayan sido superadas las seducciones de los placeres carnales, hay que tener cuidado de que no se introduzca y progrese la codicia de agradar a los hombres, sea por algunos hechos sensacionales, sea por una continencia y una paciencia heroicas, sea por alguna magnificencia, sea por el renombre de la ciencia o de la elocuencia. En este género entra también la codicia de los honores. Contra todo ello se debe dar a conocer cuanto esté escrito sobre el mérito de la caridad, y sobre la vacuidad de la jactancia; y se debe enseñar cómo hay que avergonzarse de querer agradar a aquellos a los que no quieres imitar. Porque o ésos no son buenos, y no es gran cosa que los alaben los malos, o son buenos, y entonces es conveniente imitarlos.
Pero los que son buenos lo son por la virtud, y la virtud no codicia lo que está en el poder de otros hombres. Luego el que imita a los buenos no pretende la alabanza de ningún hombre, y quienes imitan a los malos no son dignos de alabanza. En cambio, cuando buscas agradar a los hombres para ayudarlos a amar a Dios, entonces ya no codicias eso, sino lo otro. Y el que codicia agradar, necesariamente tiene todavía temor: en primer lugar, porque al pecar ocultamente es contado por el Señor entre los hipócritas, y en segundo lugar, porque cuando busca complacerse en las buenas obras, al atrapar esa honrilla, pierde aquello que Dios le iba a dar.
4. La soberbia. Y una vez vencida semejante codicia, se ha de evitar la soberbia. Realmente que es difícil de condescender en acercarse a hombres a quienes no desea ya agradar, cuando se cree lleno de virtudes. También aquí es necesario el temor para que no le sea quitado hasta aquello que cree poseer12, y atado de manos y pies sea echado a las tinieblas exteriores13. Por tanto, el temor de Dios no sólo es el comienzo, sino también la perfección del sabio. Ahora bien, sabio es el que ama a Dios sobre todo, y al prójimo como a sí mismo. Pero en cuanto a qué peligros y dificultades hay que temer en este camino, y con qué remedios sea conveniente combatirlos, eso ya es otra cuestión.
CUESTIÓN 37
El siempre nacido
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,38; S. POSSID., Indic. 8,2)
Respuesta: Es mejor el siempre nacido que el que nace siempre, porque el que nace siempre aún no es nacido, y nunca es sabido ni será nacido, si siempre nace. En efecto, una cosa es nacer y otra cosa ser nacido. Y, por consiguiente, nunca es Hijo si nunca es nacido. Ahora bien, el Hijo, porque es nacido, es también siempre Hijo; luego siempre es nacido.
CUESTIÓN 38
La conformación del alma
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,39; S. POSSID., Indic. 10,17)
Respuesta: Siendo una cosa la naturaleza, otra la disciplina, otra el uso, y todo esto se entiende en una sola alma sin diversidad alguna de sustancia. Siendo, asimismo, una cosa el ingenio, otra la virtud, otra la tranquilidad, e igualmente de una sola y de la misma sustancia. Y como el alma es de otra sustancia que Dios, aunque creada por Él, pero el mismo Dios es la sacratísima Trinidad, bien conocida de palabra y poco en la realidad, se debe investigar con toda diligencia lo que dice Jesús: Nadie viene a mí sino aquel a quien el Padre lo atrajere14; y: Nadie va al Padre sino por mí15; y: Él mismo os introducirá en toda verdad16.
CUESTIÓN 39
Los alimentos
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,40; S. POSSID., India 10,18; EUGIPP., Exc. Aug. 1038)
Respuesta: ¿Qué es quien se toma una cosa y la transforma? Un animal que asimila la comida. ¿Qué es lo que se toma y se transforma? Es la misma comida. ¿Qué es lo que se toma y se transforma para los ojos y para los oídos? Es la luz recibida por los ojos y el sonido percibido por los oídos. Pero eso lo recibe el alma por medio del cuerpo. En cambio, ¿qué es lo que recibe por sí misma y lo transforma en sí? Es otra alma, a la que, recibiendo en amistad, hace semejante a sí. Y ¿qué es lo que recibe por sí misma y no lo transforma? Es la verdad. En consecuencia, hay que comprender también qué es lo que se dijo a Pedro: Mata y come17; y qué es lo dicho en el Evangelio: Y la vida era la luz de los hombres18.
CUESTIÓN 40
Siendo idéntica la naturaleza de las almas, ¿de dónde son diversas las voluntades de los hombres?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,40; S. POSSID., Indic. 4,16)
Respuesta: De los diversos pareceres nacen los diversos deseos de las almas; del diverso deseo, el diverso procedimiento para adquirir; del diverso procedimiento, la diversa costumbre; de la diversa costumbre, la diversa voluntad. Pero el orden de las cosas hace los diversos pareceres, orden ciertamente misterioso, establecido siempre bajo la divina Providencia. Así pues, no se ha de pensar por eso que las naturalezas de las almas son diversas porque son diversas las voluntades, cuando también la voluntad de una sola alma cambia según la diversidad de los tiempos; por ejemplo, en un tiempo codicia ser rica; en otro tiempo, despreciadas las riquezas, desea ser sabia. Y en el mismo apetito (o deseo) de las cosas temporales, en un tiempo le pete al hombre el negocio y en otro momento la milicia.
CUESTIÓN 41
Puesto que Dios creó todas las cosas, ¿por qué no las creó iguales?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,41; S. POSSID., Indic. 10,19)
Respuesta: Porque no serían todas las cosas, si fueran iguales. En efecto, no existirían las múltiples especies de cosas que constituyen el universo, al estar jerarquizadas las criaturas en primeras, segundas y sucesivamente hasta las últimas. Y esto es lo que se llama la universalidad de cosas.
CUESTIÓN 42
¿De qué modo la sabiduría de Dios, el Señor Jesús, pudo estar a la vez en el seno de la Madre y en los cielos?19
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,42; S. POSSID., Indic. 1,17)
Respuesta: Como la palabra humana, que, aunque muchos la escuchan a la vez, cada uno la escucha toda entera.
CUESTIÓN 43
¿Por qué el Hijo de Dios apareció como hombre20, y el Espíritu Santo como paloma?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,43, S. POSSID., Indic. 4,17; EUGIPP., Exc. Aug. 1054)
Respuesta: Porque el uno vino para mostrar un ejemplo de vida a los hombres, y el otro apareció para significar el mismo don adonde se llega viviendo bien. Y uno y otro se hicieron visibles por los carnales, para trasladarlos, por grados sacramentales, desde estas cosas que entran por los ojos corporales a aquellas que se entienden con la mente. Por cierto, también las palabras suenan y pasan; en tanto que esas cosas que las palabras significan, no pasan del mismo modo cuando al hablar se expone algo divino y eterno.
CUESTIÓN 44
¿Por qué el Señor Jesucristo vino tan tarde, y no al principio del pecado del hombre?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,44; S. POSSID., Indic. 1,18)
Respuesta: Porque todo lo bello viene de la suma Belleza, que es Dios, y la belleza temporal se realiza enteramente con las cosas que mueren y se suceden. Ahora bien, cada una de las edades tiene su hermosura en cada uno de los hombres desde la infancia a la senectud. Luego así como es absurdo pretender que en el hombre, sujeto del tiempo, su edad fuera solamente la juvenil, porque estaría envidioso de las otras hermosuras que tienen sus cambios y orden en las otras edades, igualmente es un excéntrico el que desea una única edad para el mismo conjunto del género humano. En efecto, como el mismo tiene sus edades como un hombre solo, tampoco fue conveniente que el divino Maestro, con cuya imitación el hombre se formaría en las mejores costumbres, viniese a la edad de la juventud. A esto se refiere lo que dice el Apóstol, que los párvulos estaban custodiados21 bajo la ley como bajo un pedagogo, hasta que viniese el prometido por los profetas a quien estaba reservado. Efectivamente, una cosa es lo que la divina Providencia obra particularmente con cada uno, y otra cosa lo que decide públicamente con respecto a todo el género humano. Así, por ejemplo, a los que han llegado a la sabiduría verdadera, tan sólo los ha iluminado la misma verdad en la oportunidad de cada una de las edades. Y esta Verdad asumió la humanidad en la edad oportuna del mismo género humano para que el pueblo se hiciese sabio.
CUESTIÓN 45
Réplica a los matemáticos
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,26; S. POSSID., Indic. 2,1; EUGIPP., Exc. Aug. 1052—1054)
Respuesta: 1. Matemáticos eran los astrólogos. Los antiguos no llamaron matemáticos a los que nosotros llamamos ahora, sino a aquellos que calcularon la medida de los tiempos por el movimiento del cielo y de los astros. De ellos, con mucha razón, se dice en las Escrituras santas: Pero ni siquiera éstos son perdonables. Porque si lograron saber tanto que fueron capaces de averiguar el principio del cosmos, ¿cómo no encontraron más fácilmente a su Señor?22 Efectivamente, la mente humana, que juzga de las cosas visibles, puede comprender que ella misma es mejor que todas las cosas visibles. Y ella misma, que reconoce que es mudable por su retroceso en la sabiduría, descubre que por encima de ella está la verdad inmutable. Y así, uniéndose a ella, como está escrito: Mi alma está unida a Ti23, llega a ser feliz, descubriendo interiormente también al Creador y Señor de todas las cosas visibles sin buscar exteriormente las cosas visibles, aunque sean celestes; las cuales o no se conocen o se conocen inútilmente con gran esfuerzo, a no ser que por la belleza de las cosas que están fuera sea conocido el artífice interior, que realiza primero en el alma las bellezas superiores, y después las inferiores del cuerpo.
2. Contra los que ahora se llaman matemáticos, que pretenden hacer depender nuestros actos de los cuerpos celestes y vendernos a las estrellas y recibir de nosotros el mismo precio de la venta, no se puede decir nada más verdadero y breve que ellos no responden sino con las constelaciones cobradas. En cuanto a las constelaciones, dicen que se distinguen partes diferentes, como las 360 que dicen que tiene el zodíaco; y que el movimiento del cielo durante una hora se hace en quince partes, de manera que avanzan quince grados en el espacio de una hora; cada uno de cuyos grados, dicen, tiene sesenta minutos. En cambio, ya no encuentran división de partes en las constelaciones, de donde pretenden ellos hacer las predicciones.
En cuanto a la concepción de gemelos, que se realiza en una sola fecundación según los médicos, cuya disciplina es mucho más segura y experimentada, sucede en un tiempo tan breve que no llega ni a los dos segundos. Y entonces, ¿de dónde tan gran diversidad de acciones, de sucesos y de pareceres en los gemelos, que necesariamente tienen en su concepción una misma constelación, y por qué al matemático se le ofrece una sola constelación para los dos como de un solo hombre? Y si quieren atenerse a las constelaciones del nacimiento, quedan excluidas por los mismos gemelos, porque frecuentemente salen del seno materno uno después del otro en un intervalo de tiempo que llega a ser de segundos, divisiones de tiempo que los matemáticos nunca toman en cuenta para distinguir constelaciones ni son capaces de distinguirlas. En cuanto a lo que aseguran haber predicho muchas cosas verdaderas, la razón está en que los hombres olvidan sus falsedades y errores, y únicamente se fijan en aquello que puede salir bien con sus respuestas, olvidando lo que no tiene éxito y recordando lo que sucede no por ese arte adivinatorio que no existe, sino por cierta coincidencia inverificable de las cosas. Y si se quiere atribuir a su pericia y arte, que confiesen que también adivinan artificialmente los pergaminos escritos, de los cuales sale muchas veces la suerte según su voluntad; y si no sale por arte adivinatorio de los códices ese verso que con frecuencia predice el futuro, ¿por qué admirarse si de la mente del que habla sale también, no por arte sino por suerte, alguna predicción de las cosas futuras?
CUESTIÓN 46
Las ideas
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,47; S. POSSID., lndic. 3,1)
Respuesta: 1. El nombre. Se dice que fue Platón el primero que empleó este nombre de Ideas. No que antes de que él lo inventase, y cuando este nombre no existía, tampoco existían las mismas realidades que él llamó ideas, ni eran conocidas por ninguno, sino tan sólo nombradas por unos con un nombre y por otros con otro. Porque se puede poner un nombre cualquiera a cualquier cosa desconocida que no tenga un nombre usual. En efecto, es inverosímil o que no haya habido filósofos antes de Platón, o que esas que Platón llama ideas, sean las realidades que sean, como he dicho, no las hayan entendido. Puesto que tanta fuerza se encierra en ellas que, si no han sido entendidas, nadie puede ser filósofo. También es de creer que fuera de Grecia han existido filósofos en otros pueblos. Lo cual hasta el mismo Platón lo ha afirmado, no sólo viajando para perfeccionar su sabiduría, sino que también lo recuerda en sus escritos. No se puede pensar que éstos, si existieron algunos, desconocieran las ideas, aunque ellos las hayan llamado quizá con otro nombre. Pero ya he dicho bastante sobre el nombre.
Veamos la realidad, porque vale la pena para estudiarla cuidadosamente y conocerla, dejando en libertad las palabras para que cada cual llame como quiera a esa realidad que haya conocido.
2. Nosotros podemos llamar a las ideas en latín formas o especies, para que se vea que traducimos una palabra por otra. Y si las llamamos razones nos apartamos de su etimología rigurosa, porque razones en griego se dice logoi, no ideas. Con todo, quien quiera usar este vocablo no desnaturaliza por ello la misma realidad. Por supuesto que las ideas son las formas principales o las razones estables e inmutables de las cosas, las cuales no han sido formadas, y por ello son eternas y permanentes en su mismo ser que están contenidas en la inteligencia divina, y como ellas ni nacen ni mueren, decimos que según ellas es formado todo lo que puede nacer y morir, y todo lo que nace y muere.
Conocimiento de las Ideas. En cuanto al alma, hay que negar que pueda contemplar las ideas, a no ser el alma racional, por esa parte de su ser por la que sobresale, es decir, por la misma mente y razón, que es como su rostro, o su ojo interior e inteligible. Además, no toda y cualquier alma, asimismo racional, sino la que fuere santa y pura, ésa se afirma que es idónea para tal visión, es decir, la que tuviere aquel mismo ojo con el que se ven estas cosas, sano, sincero y sereno, semejante a esas realidades que pretende ver.
Pues ¿qué hombre religioso y formado en la verdadera religión, aunque todavía no pueda contemplar esas cosas, va a atreverse a negar, más aún, no va a confesar que todas las cosas que existen, es decir, todo lo que se contiene en su género por su propia naturaleza específica para que existan, han sido procreadas por Dios creador, y que todas las cosas que viven, viven siendo El su autor, y que la conservación universal de las realidades, y el mismo orden por el cual las cosas que cambian ejecutan sus ciclos periódicos con un gobierno seguro, todas están guardadas y gobernadas por las leyes del Dios soberano? Asegurado y admitido todo esto, ¿quién va a atreverse a afirmar que Dios creó irracionalmente todas las cosas? Si eso no puede decirse y creerse con razón, queda que todas las cosas han sido creadas con la razón. No con la misma razón de ser el hombre que el caballo, porque es absurdo pensar tal cosa. Ya que cada cosa ha sido creada con sus propias razones. Y ¿dónde hay que pensar que existen esas razones sino en la mente misma del Creador? En efecto, El no contempla cosa alguna fuera de Sí para que lo que iba creando lo crease según aquello. Pensar tal cosa es sacrílego. Y si esas razones de todas las realidades creadas y por crear están contenidas en la mente divina, y en la mente divina no puede existir cosa alguna si no es eterno e inmutable, y a esas razones principales de las realidades Platón las llama Ideas, es que no solamente existen las ideas, sino que ellas mismas son verdaderas, porque son eternas, y permanecen en su ser, e inconmutables, por cuya participación resulta que existe todo lo que existe, de cualquier modo que existe.
Pero en cuanto al alma racional, supera a todas las cosas entre esas realidades que han sido creadas por Dios. Está próxima a Dios cuando es pura, y en la medida en que se hubiese unido a Él por la caridad, en esa medida ella contempla inundada e iluminada por Él con aquella Luz inteligible, no por medio de ojos corporales, sino por la luz principal de su propio ser con la cual sobresale, es decir, por medio de su inteligencia, esas razones por cuya visión se hace felicísima. A esas razones, como he dicho, se las puede llamar ideas, formas, especies, razones, y a muchos se les permite llamarlas lo que quieran, pero solamente a muy pocos ver lo que es verdadero.
CUESTIÓN 47
¿Podremos ver nuestros propios pensamientos?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,48; S. POSSID., Indic. 10,20)
Respuesta: Se pregunta a veces cómo, después de la resurrección y de la transformación del cuerpo, que está prometida a los santos, podremos ver nuestros pensamientos. Ha de tomarse, pues, la interpretación por esa parte de nuestro cuerpo que tiene más luces, porque los cuerpos angélicos, como esperamos que vamos a tener, es de creer que son lucidísimos y etéreos. Luego si muchos movimientos de nuestra alma ahora son conocidos a nuestros ojos, es probable que ningún movimiento del alma va a estarnos oculto cuando todo el cuerpo llegare a ser etéreo, en cuya comparación los ojos actuales son carne.
CUESTIÓN 48
Los creíbles
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,49; S. POSSID., Indic. 1,19)
Respuesta: Tres son los géneros de creíbles. Los que siempre se creen, y nunca se comprenden, como toda la historia que recorre los sucesos temporales y humanos. Los que se comprenden luego que se creen, como son todos los razonamientos humanos, bien sobre números, bien sobre cualquier disciplina. En tercer lugar, los que primero se creen y después se comprenden, cuales son las cosas que no pueden ser comprendidas acerca de las realidades divinas sino por aquellos que son limpios de corazón, lo que sucede cuando son guardados los preceptos aceptados para bien vivir.
CUESTIÓN 49
¿Por qué los hijos de Israel sacrificaban visiblemente las víctimas de animales?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,50; S. POSSID., Indic. 4,18)
Respuesta: Porque hay también sacrificios espirituales, cuyas imágenes era conveniente que celebrara el pueblo carnal, para que la prefiguración del pueblo nuevo se hiciese por la esclavitud del viejo. Conviene advertir la diferencia de estos dos pueblos también en cada uno de nosotros, siendo necesario que cada cual trabaje desde el seno de su madre al hombre viejo hasta que llegue a la edad juvenil, en la cual ya no es necesario saborear según la carne, sino que puede convertirse voluntariamente a lo espiritual, y ser regenerados interiormente. Eso que en un hombre educado rectamente acontece por el orden de la naturaleza y la disciplina, que se realice proporcionalmente en todo el género humano por medio de la divina Providencia, y que eso se consiga enteramente es algo maravilloso.
CUESTIÓN 50
La igualdad del Hijo
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,51; S. POSSID., Indic. 8,3)
Respuesta: Dios ha debido engendrar igual a sí al que ha engendrado, porque Dios no ha podido engendrar a nadie mejor que Él (puesto que nada hay mejor que Dios). En efecto, si Él quiso y no pudo, es incapaz; si pudo y no quiso, es envidioso. Luego se deduce que engendró un Hijo igual.
CUESTIÓN 51
El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,52; S. POSSID., Indic. 4,19; EUGIPP., Exc. Aug. 1041; CASSIOD., In Psalm. 38,7)
Respuesta: 1. El hombre exterior y el hombre interior. Como la divina Escritura menciona al hombre exterior y al interior, y los distingue hasta llegar a decir el Apóstol: Y aunque nuestro hombre exterior se deteriora, (pero) el interior se renueva de día en día24, se puede preguntar si uno solo de ellos ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Pues cuando es uno solo, parece absurdo preguntar cuál de los dos. De hecho, ¿quién va a dudar en decir que ese que se renueva es mejor que el que se deteriora? Pero la gran cuestión está en si son los dos. En efecto, si el hombre exterior es Adán y el interior es Cristo, se comprenden los dos perfectamente. Pero cuando Adán no permaneció bueno, tal como Dios lo creó, y, amando las cosas carnales, llegó a hacerse carnal, no puede parecer absurdo que, para él, pecar fue lo mismo que perder la imagen y semejanza de Dios. Por eso él mismo se renueva y él mismo es interior. ¿Cómo entonces él mismo es también exterior? ¿Acaso es según el cuerpo, de manera que interior es según el alma, y del interior es la resurrección y la renovación, que ahora se realiza según la muerte de la vida primera, es decir, del pecado, y según la regeneración de la vida nueva, es decir, de la justicia? En ese sentido los llama dos hombres, de tal modo que recuerda que el primero es el viejo al que debemos despojar, y el segundo es el nuevo y de él debemos ser vestidos25. Y otra vez al primero lo llama imagen del hombre terreno, porque procede según el pecado del primer hombre, que es Adán; y al segundo, imagen del hombre celestial26, porque procede según la justicia del hombre segundo, que es Jesucristo. Y en cuanto al hombre exterior que ahora se deteriora, será renovado por la resurrección futura, cuando haya pagado la deuda de esa muerte que debe a la naturaleza, por aquella Ley que le fue dada en el paraíso mediante un precepto.
2. La criatura mejor. Y cómo no hay inconveniente en decir que también el cuerpo fue creado a semejanza de Dios, lo entiende fácilmente quien preste atención con diligencia a lo que se dijo: Y Dios hizo todas las cosas muy buenas27. Por supuesto, nadie duda de que él mismo sea originariamente bueno. Cierto que las realidades pueden decirse semejantes a Dios en muchos sentidos: unas creadas según la virtud y la sabiduría, porque en Él está la virtud y la sabiduría increada; otras solamente en cuanto que viven, porque Él vive soberana y originalmente; otras en cuanto que existen, porque Él existe soberana y originalmente. Y por eso las realidades que existen simplemente, sin que vivan ni entiendan, no existen perfecta sino escasamente a imagen suya, porque ellas mismas son también buenas en su orden, mientras que Él es bueno sobre todas las cosas, por quien todas las cosas son buenas. En cambio, todas las cosas que viven y no entienden, participan un poco más la semejanza. Realmente, lo que vive además existe; en cambio, no todo lo que existe también vive. Ahora bien, las cosas que entienden están tan próximas a esa semejanza que nada hay más próximo en las criaturas. Pues lo que participa de la sabiduría también vive y también existe, pero lo que vive es necesario que exista, y no necesariamente que entienda. En consecuencia, como el hombre puede ser partícipe de la sabiduría según el hombre interior, así es a imagen según él mismo, de tal manera que se forma sin ninguna naturaleza intermedia, y por eso nada hay más unido a Dios. Y porque entiende, vive y existe, nada hay mejor que esa criatura.
3. El hombre exterior propiamente dicho. Si por hombre exterior se entiende esa vida por la que sentimos, mediante el cuerpo, con los cinco sentidos conocidísimos, que tenemos en común con las bestias —porque también ellas se pueden corromper por las molestias sensibles que se lanzan con tantas persecuciones—, con toda razón este hombre se dice partícipe de la semejanza de Dios, no sólo porque vive —lo cual también se ve en las bestias—, sino más bien porque se convierte hacia la mente que le rige, a la que ilumina la sabiduría, lo cual no es posible en las bestias, que carecen de razón. También en cuanto al cuerpo del hombre, porque él solo entre los cuerpos de los animales terrestres no está humillado, inclinado hacia el vientre, sino visible y erguido para mirar al cielo, que es el principio de las cosas visibles, aunque se sabe que él no vive por su vida propia, sino por la presencia del alma; con todo, no sólo porque existe y en cuanto existe es ciertamente bueno, sino también porque existe tal que es el más apto para contemplar el cielo, con razón puede parecer creado más a semejanza de Dios que los demás cuerpos de los animales. Sin embargo, porque el hombre sin vida no se llama propiamente hombre, tampoco el cuerpo solamente es llamado hombre exterior, ni solamente la vida que está en la sensibilidad del cuerpo, sino que se entiende quizá con más propiedad el uno y la otra juntamente.
4. La imagen y semejanza de Dios. Tampoco es un disparate distinguir que una cosa sea la imagen y la semejanza de Dios, que también se llama el Hijo, y otra cosa a imagen y semejanza de Dios, como entendemos al hombre creado.
Hay también algunos que entienden, no sin razón, que las dos expresiones han sido dichas a imagen y semejanza, cuando afirman que, al ser una sola realidad, ha podido bastar un solo hombre. Con todo, quieren que a imagen fue creada la mente, que, sin ninguna sustancia interpuesta, es formada por la misma verdad, que se llama también espíritu, no el Espíritu Santo, que es de la misma sustancia de la que es el Padre y el Hijo, sino el espíritu del hombre. En efecto, el Apóstol los distingue de esta forma: Nadie sabe qué se obra en el hombre sino el espíritu del hombre, y nadie sabe qué se obra en Dios sino el Espíritu de Dios28. Y dice también del espíritu del hombre: Que Dios salve vuestro espíritu, el alma y el cuerpo. Porque también este espíritu fue creado por Dios igual que toda criatura. Ciertamente está escrito en los Proverbios de este modo: Sábete que el Señor conoce los corazones de todos; y Aquel que ha dado el espíritu a todos, El sabe todas las cosas. Luego se entiende unánimemente que ha sido creado a imagen de Dios este espíritu en el que está la inteligencia de la verdad; porque se adhiere a la verdad sin criatura alguna intermedia. Lo demás del hombre quieren que parezca hecho a imagen, porque toda imagen ciertamente es semejante, pero no todo lo semejante es también propiamente imagen, aunque a veces puede llamarse abusivamente.
Habrá que guardarse en tales casos de hacer afirmaciones exageradas, defendiendo razonablemente bien la realidad de que todo cuerpo tiene extensión espacial, para que no vaya a creerse que una cosa así es sustancia de Dios. Ciertamente, la realidad que en la parte es menor que en su totalidad, no conviene a la dignidad del alma; ¿cuánto menos a la majestad de Dios?
CUESTIÓN 52
Sobre lo que está escrito: «me pesa de haber creado al hombre»29
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,53; S. POSSID., Indic. 4,20; EUGIPP., Exc. Aug. 1039—1040)
Respuesta: Las divinas Escrituras, para elevarnos desde el sentido terreno y humano al divino y celestial, han descendido hasta ese lenguaje de que se sirve el uso familiar, aun de los más incultos. Por esto, aquellos varones, por quienes ha hablado el Espíritu Santo, no dudaron en escribir muy a propósito en libros hasta los nombres de esas afecciones que padece nuestra alma, y que el mejor catador ya entiende que están alejadas infinitamente de Dios. Por ejemplo, porque es muy difícil que el hombre se vengue sin ira, estimaron no obstante que la venganza de Dios, que se hace completamente sin esta perturbación, debía ser llamada ira.
Del mismo modo, porque los maridos han procurado guardar la castidad de su cónyuge poniéndose celosos, han llamado celo de Dios a la Providencia divina por la que se manda y se actúa para que no se corrompa el alma, y, por así decir, se prostituya siguiendo a los dioses, unas veces a unos y otras a otros. Igualmente, mano de Dios a la fuerza con que obra; y pies de Dios, a la fuerza con que se encamina a salvaguardar y gobernar todas las cosas; oídos de Dios y ojos de Dios, a la fuerza con que percibe y entiende todo; faz de Dios, a la fuerza con que se manifiesta y es reconocido; y todo lo demás en forma parecida, a saber: porque nosotros, a quienes habla, solemos trabajar con las manos y caminar con los pies adonde se tiene intención de ir, y percibir las cosas corporales con los oídos y los ojos y los demás sentidos del cuerpo, y darnos a conocer por la cara. Y cualquier otra expresión se adapta a esta especie de regla. Más aún, en general, porque no solemos cambiar fácilmente algo comenzado y mudarlo por otra cosa si no es con pesar; aun cuando la divina Providencia aparece a los que ven con mente serena que lo administra todo con un orden que no falla, sin embargo se dice que, acomodándose a la humilde inteligencia humana, esas cosas que han comenzado a existir y no permanecen cuando se esperaba que iban a permanecer, quedan suspendidas por una especie de arrepentimiento de Dios.
CUESTIÓN 53
El oro y la plata que los israelitas recibieron de los egipcios
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,54; S. POSSID., Indic. 4,21)
Respuesta: 1. Progreso humano en la virtud. Todo el que considera atentamente las economías de los dos Testamentos, adaptadas con todo cuidado a las edades del género humano, comprende muy bien, según creo, qué era conveniente en particular a la primera edad del género humano, y qué a la segunda. En efecto, la divina Providencia, al ordenar con armonía todas las cosas, gobierna la serie entera de las generaciones desde Adán hasta el final del siglo, del mismo modo que la existencia de un solo individuo, que va llenando el período de su tiempo con los pasos de la edad desde la niñez a la senectud. Por esto mismo, quien ponga atención piadosa en las lecciones divinas conviene que distinga los grados de las virtudes en las costumbres hasta que llegue a la virtud suma y perfecta del hombre; no vaya a ser que al encontrarse con que a veces se mandan pequeñas cosas a los pequeños, y a veces cosas mayores a los mayores, juzgando que en comparación de los mayores son pecados aquellos que son menores, no se vaya a pensar que es indigno de Dios ordenar tales cosas a los hombres. Pero sería muy largo discutir ahora sobre los grados de las virtudes; con todo, ya es suficiente para tratar la presente cuestión.
Perfeccionamiento en la verdad. Por lo que se refiere al engaño, la virtud suprema y perfecta es no engañar a nadie, y practicar aquello que está escrito: Que en vuestra boca esté el sí, sí; no, no30. Y como eso les fue mandado a quienes prometió el reino de los cielos, se sigue que es una gran virtud el cumplir las cosas grandes a las que se les debe esa recompensa, porque el reino de los cielos sufre violencia; y los que hacen violencia lo arrebatan31. Hay que preguntarse entonces por qué grados se llega a tal supremacía y perfección. En esos grados se encuentran con seguridad aquellos a quienes se prometía el reino todavía terreno, con cuya promesa se ejercitasen de antemano como párvulos, y se atreviesen a esperarlo del único Dios, que es el Señor de todo, pidiendo entretanto los gozos terrenos, que todavía codiciaban, para progresar desde allí y crecer en el espíritu. Luego, como es virtud suprema y casi divina no engañar a nadie, así es el último de todos los vicios engañar a todo el mundo. Para los que se encaminan desde ese último de los vicios hacia aquella suprema virtud, hay un grado: el no engañar a nadie, sea amigo o desconocido, pero sí engañar a veces a un enemigo. De donde también aquel dicho del poeta ha conseguido casi el uso ya habitual de un proverbio: «Engaño o virtud, ¿quién lo echa de menos en un enemigo?» Pero como hasta el mismo enemigo puede ser engañado a veces sin razón, por ejemplo cuando se concluye una tregua de paz temporal sin guardar la fidelidad y las demás cláusulas, es mucho más escrupuloso y más próximo a aquella suprema virtud el que, aunque tenga intención de engañar al enemigo, sin embargo no lo engaña, a no ser con autorización divina. Porque solamente Dios conoce, infinitamente más alta y verazmente que los hombres, de qué castigo o premio es digno cada uno.
2. Dios ha permitido el engaño. Ahora bien, Dios por sí mismo a nadie engaña, porque es el Padre de la Verdad, y la Verdad y el Espíritu de la Verdad. Sin embargo, cuando distribuye lo merecido a los que se lo merecen (porque también esto pertenece a la justicia y a la verdad), se sirve de las almas según los méritos y dignidad que corresponden a sus grados de perfección, para que, si alguno es digno de ser engañado, no solamente no lo engañe Dios por sí mismo, pero ni siquiera por un hombre semejante que ama ya convenientemente, y es fiel en guardar lo de: que en vuestra boca esté el sí, sí; no, no32; tampoco por un ángel a quien no cuadra un papel de engañador. Sino que, o bien engaña por medio de un hombre tal que todavía no se ha despojado de esta clase de pasiones, o bien por medio de un ángel tal que por la perversidad de su voluntad esté relegado a los grados ínfimos de la naturaleza, ya para venganza de los pecados, ya para ejercitar y purificar a aquellos que son regenerados según Dios. En efecto, leemos que un rey fue engañado por el vaticinio falso de los seudoprofetas. Y leemos así para que sepamos lo que sucedió por juicio divino, porque aquel rey era digno de ser engañado de ese modo; no por medio de un ángel a quien no podría convenir el oficio de engañador, sino por medio del ángel del error, que reclamó espontáneamente para sí con alegría que se le confiara tal misión33. De hecho, en algunos lugares de las Escrituras está expuesto más claramente algo que un lector diligente y piadoso entiende también en otros pasajes en los que está menos claro. Y es que nuestro Dios ha dispuesto por el Espíritu Santo de tal modo los libros divinos para la salvación de las almas, que no solamente nos quiere alimentar con lo que está claro, sino también ejercitar con lo que es oscuro.
Por esta inefable y sublime administración de las cosas, que se hace por medio de la divina Providencia, la ley natural está como transcrita en el alma racional, de modo que los hombres en su misma convivencia y costumbres terrenas aprendan los ejemplos de semejante ordenación. De aquí procede el que un juez estima que es indigno de su persona e inmoral castigar a un condenado; sin embargo, por mandato suyo hace eso el verdugo, el cual por su propia voluntad está ordenado en su oficio para que castigue según las leyes a un condenado que sería capaz de castigar con su crueldad a cualquier inocente. Porque ni el juez hace eso por sí mismo, ni por medio del príncipe ni del abogado o por un oficial cualquiera a quien no se encarga convenientemente tal ministerio. Por eso también nos servimos de los animales irracionales para esas cosas que es inmoral hacerlas por medio de los hombres. Por ejemplo, cierto que un ladrón es digno de que sea mordido. Sin embargo, eso el hombre no lo hace por sí mismo, o por medio de su hijo, o por un pariente o por su criado, sino por el perro, animal al que conviene hacer tal oficio por el orden de su naturaleza.
Por tanto, como es conveniente que algunos sufran algún castigo que no conviene que otros lo apliquen, hay algunos ministerios intermedios a los que se les encomiendan oficios dignos, de tal modo que, al servirse de ellos la misma justicia, no solamente ordena que se aplique tal castigo a uno, como lo tiene merecido, sino también que se aplique por medio de aquellos a quienes no desdice en nada el hacerlo.
Los hebreos despojaron a los egipcios. Ved por qué cuando los egipcios merecían ser engañados, y el pueblo de Israel, según aquella edad del género humano, estuviese constituido aun en un nivel moral tal que no fuese indigno para él engañar al enemigo, sucedió que Dios ordena, o más exactamente permite, según la codicia de aquellas gentes, que pidiesen a los egipcios para no devolverlos los vasos de oro y plata que codiciaban con avidez los amadores todavía del reino terreno, y que los recibiesen como para devolverlos34. Recompensa que Dios quiso que no fuese injusta, como compensación de un trabajo tan prolongado y penoso en proporción al nivel de tales almas, y como castigo de aquellos a los que hizo perder justamente lo que ellos debieron restituir. Dios no es por lo mismo engañado; ¿quién no va a entender que es sacrílego e impío creer tal cosa? Pero es el distribuidor justísimo de los méritos y de los castigos al aplicar por sí mismo algunas cosas que son dignas de Él solo, y que no convienen más que a El: como es iluminar las almas y, dándose a ellas para que gocen de Él, hacerlas sabias y felices, atendiendo a unas y acudiendo a otras la divina Providencia por medio de una criatura a su servicio, ordenando con leyes justísimas según los méritos, que manda algunas cosas, y permite otras, hasta el cuidado de los pajarillos, como dice el Señor en el Evangelio, y hasta el encanto de la hierba, y el número de nuestros cabellos35. De esta Providencia está dicho también: Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna todo con mesura36.
3. Dios es juez justo. Y que Dios castiga por medio de los ministerios de las almas al servicio de sus leyes, y que proporciona castigos dignos a los dignos de ellos, permaneciendo El moderadísimo, está escrito con toda claridad así: Por cierto, estimas también incompatible con tu poder condenar a quien no merece castigo. Porque tu fuerza es el principio de la justicia; y por eso que eres el Dueño de todos haces que perdones a todos. En efecto, tú muestras tu poder cuando no creen que eres consumado en el poder, pero en esos que lo reconocen cambias su atrevimiento. Y tú, Dueño de las fuerzas, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran reverencia37.
4. Las almas, instruidas según el grado de madurez. El Señor manifiesta también que en las cosas terrenas hay grados hasta la justicia celeste que se exige aun a los más seguros, cuando dice: Si en lo ajeno no sois de fiar, ¿quién os dará de lo vuestro?38 Y que las almas son instruidas por sus grados también lo demuestra el mismo Señor al decir: Muchas cosas tengo que deciros, pero no las podéis soportar ahora. También el Apóstol diciendo: Hermanos, yo no he podido hablaros como a espirituales, sino como a carnales. Os he dado leche por bebida, no alimento sólido; porque no podíais, pero ni podéis aún, porque todavía sois carnales39. Pues, lo que obró con éstos según sus grados de madurez, sabemos que eso obra con todo el género humano, de modo que, según la conveniencia de los tiempos, unas cosas son prescritas al pueblo carnal y otras al espiritual. Luego no es de extrañar que a aquellos que eran todavía dignos de engañar a un enemigo les ordenó que engañasen al enemigo digno de ser engañado. Porque aún no estaban en condiciones de que se les dijese: Amad a vuestros enemigos, sino que eran tales que convenía se les dijera solamente: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo40. En verdad que aún no era el tiempo de mostrar cuan ampliamente habría de ser entendido ese prójimo. Es decir, que se ensayó un comienzo bajo la dirección del pedagogo, de modo que su perfección estuviese reservada al Maestro, cuando hasta el mismo Dios había dado también a los párvulos el pedagogo, a saber: la Ley por su siervo, y a los más maduros el Maestro, es decir, el Evangelio por su Unigénito.
CUESTIÓN 54
Sobre lo escrito: «para mí lo bueno es estar junto a Dios»
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,54; S. POSSID., Indic. 10,21)
Respuesta: Todo lo que es, o es siempre del mismo modo o no. Y a propósito, toda alma es mejor que todo cuerpo, porque es mejor todo lo que vivifica que aquello que es vivificado. Pero nadie pone en duda que el cuerpo es vivificado por el alma, y no el alma por el cuerpo.
Ahora bien, lo que no es cuerpo, y sin embargo es algo, o es alma o algo mejor que ella. En efecto, nada hay más inferior que todo cuerpo, porque hasta cuando alguno llame materia a aquello de donde es hecho el mismo cuerpo, con razón se dice que es nada, porque carece de toda especie. Además, entre el cuerpo y el alma no se encuentra algo que sea mejor que el cuerpo e inferior que el alma. Porque si existiese algo intermedio, o sería vivificado por el alma o vivificaría al alma, o ni una cosa ni otra, o bien vivificaría al cuerpo o sería vivificado por el cuerpo, o ni una cosa ni otra. Pero todo lo que es vivificado por el alma es cuerpo, y si algo vivifica al alma es mejor que el alma. Por otra parte, lo que vivifica al cuerpo es el alma, lo que es vivificado por el cuerpo es nada. Ahora bien, ni una cosa ni otra; es decir, lo que no tiene necesidad alguna de vida y lo que no da ninguna vida, o no es en absoluto, o es algo mejor que el cuerpo y el alma. Pero si existe algo parecido en la naturaleza es una cuestión distinta.
Por ahora, la razón descubre que no hay nada entre el cuerpo y el alma que sea mejor que el cuerpo e inferior que el alma. Pues a lo que es mejor que el alma lo llamamos Dios, a quien está unido todo el que lo entiende. Porque lo que se entiende es verdadero, y no todo lo que se cree es verdadero. Pero todo lo que es verdadero y está separado de los sentidos y de la mente, puede solamente ser creído, no ser sentido o entendido. Ahora bien, lo que está unido a Dios es lo que entiende a Dios. Pero el alma racional entiende a Dios. Porque entiende aquello que es siempre del mismo modo y que no admite ninguna mutación. Pero tanto el cuerpo por el tiempo y el espacio, como la misma alma, que a veces es sabia y a veces necia, sufre cambios. Y lo que siempre es del mismo modo, es realmente mejor que aquello que no es así. Ni hay algo mejor que el alma racional fuera de Dios. Por tanto, cuando entiende algo que tiene siempre su ser del mismo modo, ella lo entiende sin duda alguna. Pero ésta es la misma Verdad, a la cual se une el alma racional entendiendo, y ése es el bien del alma. Es, pues, justo admitir que eso es lo dicho: Y para mí lo bueno es estar junto a Dios41.
CUESTIÓN 55
Sobre el texto: «sesenta son las reinas y ochenta las concubinas, y las doncellas son sin número»
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,55; S. POSSID., Indic. 4,22; EUGIPP., Exc. Aug. 1040)
Respuesta: El número de diez (denario) puede significar la ciencia universal. Si se aplica a las cosas interiores e inteligibles, que están significadas con el número seis (senario), resulta diez veces seis, que son sesenta. Si se aplica a las cosas terrenas y corruptibles, que pueden estar significadas con el número ocho, resulta diez veces ocho, que son ochenta. Luego las reinas son las almas que reinan sobre las cosas inteligibles y espirituales; las concubinas son las que reciben el premio de las cosas terrenas de las cuales se dijo: Han recibido su premio42. Las doncellas, que son sin número, porque no tienen una ciencia determinada, pueden peligrar con doctrinas diversas para que el número, según lo dicho, signifique la confirmación cierta e indudable de la ciencia.
CUESTIÓN 56
Los cuarenta y seis años de la construcción del templo
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,56; S. POSSID., Indic. 3,2; EUGIPP., Exc. Aug. 879; CASSIOD., In Ps. 46, conclusio)
Respuesta: Seis, nueve, doce y dieciocho, sumados, hacen cuarenta y cinco. Añade además la misma unidad, y hace cuarenta y seis. Esto multiplicado por seis hace doscientas setenta y seis. Ved cómo se dice que la concepción humana se va desarrollando hasta su perfección, de modo que en los seis primeros días tiene el parecido como de leche, en los nueve días siguientes se convierte en sangre, en los doce días después se consolida, en los dieciocho días que quedan se van formando hasta los rasgos perfectos de todos los miembros, y desde aquí, ya durante el tiempo restante hasta el momento del parto, va aumentando en corpulencia. Luego, añadiendo a los cuarenta y cinco un día más, que significa la suma total, porque 6 más 9, más 12, más 18 suman 45, y añadido uno más, según hemos dicho, hacen 46. Los cuales multiplicados por el mismo número seis, que es cabeza de la serie, dan 276, es decir, los nueve meses y seis días que se cuentan desde el octavo de las calendas de abril, 25 de marzo, día en el cual se cree que fue concebido el Señor, y que también en el mismo día sufrió la pasión, hasta el octavo de las calendas de enero, 25 de diciembre, día en el cual nació. Por tanto, no es absurdo decir que durante cuarenta y seis años fue construido el templo que significaba su cuerpo43, de suerte que hubiese tantos días en la perfección del cuerpo del Señor cuantos años hubo en la construcción del Templo.
CUESTIÓN 57
A propósito de los ciento cincuenta y tres peces
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,57; S. POSSID., Indic. 10,22)
Respuesta: 1. El número 10. Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo, y Cristo de Dios44. Si se cuenta desde la cabeza de serie se obtienen: uno, dos, tres, cuatro. Igualmente: El varón es la cabeza de la mujer, Cristo es la cabeza del varón45, y Dios es la cabeza de Cristo. Si se cuenta del mismo modo, se obtiene igualmente: uno, dos, tres y cuatro. Pero uno y dos, más tres y cuatro sumados a la vez, hacen diez. Por eso el número diez significa rectamente la doctrina que insinúa a Dios como creador y a la criatura como creada. Y cuando un cuerpo perfecto e indestructible se somete a un alma perfecta e indestructible, y a su vez ella misma se somete a Cristo, y Cristo a Dios, no como desemejante o de otra naturaleza, sino como el Hijo al Padre, el número diez significa correctamente todo eso que después de la resurrección esperamos que ha de durar para siempre. Y quizá por eso los contratados para la viña reciben un denario a título de salario46.
El número 40. Y lo mismo que uno más dos, más tres, más cuatro sumados hacen diez, así uno más dos, más tres, más cuatro por cuatro hacen cuarenta.
2. Y si el número cuarenta significa correctamente el cuerpo por las cuatro naturalezas bien conocidas de que consta: la seca, la húmeda, la fría y la cálida, y porque el progreso tridimensional de un punto en longitud, de la longitud en latitud, de la latitud en altitud constituye el volumen de un cuerpo, que a su vez está contenido en el número cuatro, no es absurdo entender que el número cuarenta significa la economía temporal, realizada por nuestra salvación, cuando el Señor tomó cuerpo y se dignó manifestarse visiblemente a los hombres. En efecto, uno más dos, más tres, más cuatro, que significan el Creador y la criatura, multiplicados por cuatro, es decir, manifestados por medio del cuerpo que el Señor tomó en el tiempo, hacen cuarenta. Porque entre cuatro y cuatro veces hay esta diferencia: que cuatro expresa un estado fijo, y cuatro veces está en movimiento. Luego, como el cuatro se refiere al cuerpo, así cuatro veces se refiere al tiempo; y está insinuando un misterio realizado corporal y temporalmente a causa de aquellos que eran esclavos del amor de los cuerpos y sometidos a los tiempos. Por tanto, el número cuarenta se cree, como he dicho, que significa con bastante fundamento la misma economía temporal. Y tal vez por eso el Señor ayunó cuarenta días, manifestando la indigencia de este siglo47, que evoluciona por el movimiento de los cuerpos y por los tiempos, que convivió con los discípulos cuarenta días después de la Resurrección, insinuándose, según creo, esta misma economía temporal que El realizó por nuestra salvación.
El número 50. Y el número cuarenta, sumándole sus partes alícuotas que lo valoran, alcanza hasta el número cincuenta, dándole su valor completo, cuando esos factores que lo evalúan con exactitud son enteros entre sí, lo cual procura al hombre la perfección cuando la acción corporal y visible en el tiempo es administrada equitativamente. Perfección que, como he dicho, está significada con el número diez, del mismo modo que el número cuarenta, sumando sus partes enteras, da el número diez, con el que se llega al número cincuenta, como dije más arriba. Efectivamente, el uno que el cuarenta contiene cuarenta veces, y el dos que lo contiene veinte veces, y el cuatro que lo contiene diez veces, y el cinco que lo contiene ocho veces, y el veinte que lo contiene dos veces, sumados a la vez dan cincuenta. Ningún otro número puede evaluar en partes enteras el número cuarenta fuera de esos que he enumerado, y sumándolos todos llegamos hasta el número cincuenta. Ahora bien, habiendo pasado el Señor cuarenta días después de la Resurrección con sus discípulos, es decir, encomendándoles lo que Él había hecho por nosotros en el tiempo, subió al cielo, y después de otros diez días envió al Espíritu Santo48, por quien serían perfeccionados espiritualmente para captar las cosas invisibles aquellos que habían creído en las cosas visibles y temporales. Está claro que por aquellos diez días después de los cuales envió el Espíritu Santo, indicando aquella perfección que se confiere por medio del Espíritu Santo con el número diez que ha producido el número cuarenta al sumar sus números enteros y se hace el número cincuenta, del mismo modo que por la economía temporal administrada con equidad se llega a la perfección que significa el número diez, el cual, sumado juntamente con el cuarenta, hace el número cincuenta.
En consecuencia, porque la perfección que se obra por medio del Espíritu Santo, mientras vivimos aún en la carne, aunque no vivamos carnalmente, está asociada con esa economía temporal, parece correcto pensar que el número cincuenta se refiere a la Iglesia, pero ya purgada y perfecta, que abraza en la caridad la fe de la economía temporal y la esperanza de la eternidad futura, es decir, como uniendo el número cuarenta al número diez.
El número 150. Y esta Iglesia a la que se aplica el número cincuenta, sea porque se compone de tres géneros de hombres: judíos, paganos y cristianos carnales, sea porque está caracterizada por el sacramento de la Trinidad, con cuyo número, que multiplicado por tres la significa, llega al ciento cincuenta. En efecto, cincuenta por tres hacen ciento cincuenta. Al cual si le añades los tres, porque debe ser insigne y eminente lo que es purificado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo por el baño de la purificación49, se obtienen los ciento cincuenta y tres.
El número 153. Este es el número de peces que se captura, porque las redes han sido echadas a la derecha, y por eso son grandes50, es decir, perfectos y aptos para el Reino de los cielos. En cuanto a la parábola de la red no echada a la derecha, capturó a la vez buenos y malos, que son separados en la orilla51. Porque ahora viven juntamente buenos y malos dentro de las redes de los preceptos y sacramentos de Dios en el estado actual de la Iglesia. Y la separación se hace al final del siglo, como al final del mar, es decir, a la orilla, cuando los justos van a reinar primero en el tiempo, como está escrito en el Apocalipsis52, cuando, ya descansando la economía temporal, que está significada por el número cuarenta, queda el diez como denario, que es la recompensa que han de recibir los santos que trabajan en la viña.
3. Otra interpretación. Si bien se considera este número, puede aplicarse también a la santidad de la Iglesia, que es realizada por medio de nuestro Señor Jesucristo. En el sentido de que con el número siete se abarca a toda criatura, cuando el número tres se atribuye al alma y el número cuatro se atribuye al cuerpo, la misma asunción del hombre se cuenta hasta el tres por siete veces. Porque de una parte el Padre envió al Hijo, de otra el Padre está en el Hijo, y nació de la Virgen por gracia del Espíritu Santo. Y son tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En cambio, el siete es la misma humanidad asumida en la economía temporal, para que llegara a ser eterna. La suma total es el número veintiuno, es decir, tres por siete. Y esta asunción de la humanidad sirvió para la liberación de la Iglesia, que tiene una Cabeza53, de tal modo que la misma Iglesia, por el alma y el cuerpo, se encuentra significada en el mismo número siete. Así pues, se multiplica veintiuno por siete, en razón a aquellos que son liberados por medio del Hombre—Señor, y hacen justamente ciento cuarenta y siete; al cual se suma el número seis, símbolo de la perfección porque consta de dígitos que lo evalúan exactamente. De modo que no se halla nada de más ni nada de menos. Justamente se valora el uno que lo contiene seis veces, y el dos que lo contiene tres veces, y el tres que lo contiene dos, los cuales sumados a la vez: uno, más dos, más tres, hacen seis. Lo cual tal vez se aplique también a ese misterio de que Dios terminó todas sus obras el día sexto54. En consecuencia, cuando hubieres añadido al ciento cuarenta y siete el número seis, que es signo de perfección, se forma el ciento cincuenta y tres, que es el número de peces capturado después de que por mandato del Señor fueron echadas las redes a la parte derecha, donde no se encuentran los pecadores, que pertenecen a la parte izquierda.
CUESTIÓN 58
Juan el Bautista
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,58; S. POSSID., Indic. 20,23)
Respuesta: 1. Juan es figura de la profecía. Se puede creer con probabilidad, por muchos documentos, que Juan Bautista, teniendo en cuenta la Escritura que se lee de él en el Evangelio, personifica a la profecía, y sobre todo porque el Señor dice de él: Que es más que profeta55. El representa, en efecto, todas las profecías que han sido hechas sobre el Señor desde el principio del género humano hasta la venida del Señor. Ahora bien, en el mismo Señor está personalizado el Evangelio que estaba anunciado por la profecía, cuya predicación se va extendiendo por el mundo entero desde la misma venida del Señor; mientras que la profecía va apagándose después que llega lo que ella anunciaba. Por eso dice el Señor: La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan Bautista; desde entonces se anuncia el Reino de Dios56. Y el mismo Juan dice: Conviene que él crezca y que yo mengüe57. Lo cual está figurado tanto por los días en que nacieron como por las muertes de que murieron. En efecto, Juan nace en el día a partir del cual los días comienzan a acortarse; el Señor nace en el día desde el cual los días comienzan a alargarse. Aquel es disminuido por la cabeza cuando es muerto; éste, en cambio, es elevado en cruz. Por tanto, tan pronto como la profecía personificada en Juan señaló con el dedo como ya presente a Aquel que desde el principio del género humano había anunciado que iba a venir, comienza a disminuir, y a crecer desde entonces la predicación del Reino de Dios. También por eso Juan bautizó para penitencia58: porque la vida vieja se mide hasta la penitencia, y desde entonces comienza la nueva.
2. Todo el Antiguo Testamento es una profecía. Y no sólo en esos que propiamente se llaman profetas, sino en la historia entera del Antiguo Testamento; los que investigan piadosamente, y son asistidos por Dios para investigar, comprenden que la profecía no deja de elevar su voz. Con todo, se revela especialmente en esas figuras más significativas: como que el justo Abel es asesinado por su hermano59 y el Señor por los judíos; que el arca de Noé es gobernada como la Iglesia en el diluvio del siglo60; que Isaac es conducido para ser sacrificado y un carnero entre las zarzas, como el Crucificado, es puesto en su lugar61; que en los dos hijos de Abrahán, el uno de la esclava y el otro de la libre, se entienden los dos Testamentos62; que los dos pueblos están representados por los gemelos Esaú y Jacob63; que José perseguido por sus hermanos es honrado por los extraños64, como el Señor matado por los judíos perseguidores es glorificado entre los gentiles. Es largo recordar cada una detalladamente, puesto que así concluye el Apóstol y dice: Pues todas esas cosas les sucedían a ellos en figura; pero fueron escritas por nosotros, a quienes ha llegado el final de los siglos65.
Las seis edades del mundo. Ahora bien, el final de los siglos, al igual que la senectud del hombre viejo, si es que llegas a comparar a todo el género humano como un solo hombre, está designado por la sexta edad, en la cual ha venido el Señor. Porque hay también seis edades en cada uno de los hombres: infancia, niñez, adolescencia, juventud, madurez y senectud. Así pues, la edad primera del género humano es desde Adán hasta Noé; la segunda, desde Noé hasta Abrahán. Etapas que son muy claras y conocidas. La tercera es desde Abrahán hasta David, porque así la divide el evangelista Mateo66; la cuarta, desde David hasta la deportación a Babilonia; la quinta, desde la deportación a Babilonia hasta la venida del Señor; la sexta hay que esperarla desde la venida del Señor hasta el final del siglo. Edad en la cual se desmorona, como la senectud, el hombre exterior, que también se llama nombre viejo, y se renueva el hombre interior día a día67. Desde entonces comienza el descanso sempiterno, que está significado por el sábado. A esa realidad conviene el que el hombre fue creado el día sexto a imagen y semejanza de Dios68.
Además, nadie ignora que la vida de los hombres, cuando toma alguna iniciativa, se apoya en el conocimiento y en la acción, puesto que hasta la acción es temeraria sin conocimiento, y el conocimiento es inútil sin acción. Para la primera vida del hombre, a la que se cree con razón incapaz de ordenarse, está dotado de los cinco sentidos del cuerpo, que son: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Y por eso las dos primeras edades del género humano están definidas de diez en diez generaciones, como la infancia y la niñez, o sea, en cinco veces por dos, porque la generación se propaga por los dos sexos. En consecuencia, son diez las generaciones desde Adán hasta Noé, y desde aquí otras diez hasta Abrahán, las dos edades a las que he llamado la infancia y la niñez del género humano. En cambio, la adolescencia, la juventud y la madurez, es decir, desde Abrahán hasta David, y desde él hasta la transmigración a Babilonia, y desde aquí hasta la venida del Señor, están figuradas por catorce generaciones, a causa del número siete duplicado por la misma generación de los dos sexos, al añadirse al número cinco, que está en los sentidos del cuerpo, la acción y el conocimiento.
En cuanto a la senectud, suele durar generalmente otro tanto que todas las demás edades. En efecto, cuando se dice que la senectud comienza desde los sesenta años, pudiendo llegar la vida humana hasta los ciento veinte años, está claro que la senectud sola puede ser tan larga como todas las demás edades anteriores. Así pues, la última edad del género humano, que comienza desde la venida del Señor hasta el final del siglo, es incierto con qué generaciones va a contar. Y eso el Señor lo quiso ocultar útilmente, como está escrito en el Evangelio69, y lo atestigua el Apóstol al decir que el día del Señor vendrá como un ladrón en la noche70.
3. La venida del Señor en la sexta edad. Las generaciones detalladas más arriba enseñan que la venida humilde del Señor visitó al género humano en la edad sexta. Visita que comenzó a hacer visible la profecía que estaba oculta en las cinco edades anteriores. Porque Juan personificaba esa profecía, como he dicho antes, por eso nace de padres ancianos, como si, al entrar en la senectud el siglo, la profecía se comenzase a revelar; y durante cinco meses se oculta su madre, como está escrito: Isabel estaba oculta durante cinco meses71. En cambio, es visitado por María, madre del Señor, al sexto mes, y el infante exulta en el vientre, como si comenzase a manifestarse la profecía desde la primera venida del Señor, en la cual se dignó aparecer con humildad, por así decirlo, en el vientre; esto es, todavía no tan claramente que todo el mundo confiese que es manifiesta. Eso que creemos va a suceder en la segunda venida del Señor, cuando venga en su gloria, venida en la que es esperado Elías como precursor, del mismo modo que Juan lo fue de Él. Ved por qué dice el Señor: Elías vino ya, y los hombres lo trataron a su antojo; y si queréis saberlo, el Elías que tenía que venir es el mismo Juan Bautista72, porque éste ya ha venido, y con el mismo espíritu y la misma virtud, como en el oficio del heraldo que va por delante, aquél también vendrá. Por esta razón se dice que por medio del espíritu con que el padre, profeta suyo, estuvo lleno, que sería el precursor del Señor con el espíritu y la virtud de Elías. Finalmente, María, después de haber pasado tres meses con Isabel, se volvió73. Con este número me parece a mí que se significa la fe de la Trinidad y el bautismo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, por el que el género humano es purificado gracias a la venida del Señor en humildad, e incluso es exaltado por la venida futura en su gloria.
CUESTIÓN 59
Las diez vírgenes
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,60; S. POSSID., Indic. 10,24; EUGIPP., Exc. Aug. 882—888; CASSIOD., In ps. 140,5; S. BEDA, Coll. ex opusc. s. Aug., in margine ad Excerpta 254)
Respuesta: 1. Advertencia. Entre las parábolas del Señor, ésta de las diez vírgenes suele poner en gran aprieto a los estudiosos. Y, por cierto, muchos han opinado sobre ello muchas cosas que, sin ser incompatibles con la fe, hay que sudar para ver cómo su exposición se adapta convenientemente en todos sus detalles. He leído también, en un escrito del género que llaman apócrifo, algo que, sin ser contra la fe católica, a mí me ha parecido menos acorde con este pasaje al considerar todos los detalles de esta parábola. Sin embargo, no me atrevo a juzgar temerariamente nada sobre esa interpretación, no vaya a ser que no me haya metido en aprieto su inexactitud, sino más bien no haya encontrado mi torpeza su perfecto acuerdo. Expondré, pues, lo más breve y diligentemente que pudiere, qué me parece más razonable en este pasaje.
2. La parábola. En resumen, preguntado nuestro Señor en secreto por sus discípulos acerca del fin del siglo, entre otras muchas cosas que les habló, dijo también esto: Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que cogieron sus lámparas y salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes. Las cinco necias, al tomar sus lámparas, no llevaron consigo el aceite; las prudentes, en cambio, tomaron consigo el aceite en sus alcuzas, además de las lámparas. Como el esposo tardaba, todas se durmieron. Y a media noche se oyó un clamor: ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! Entonces se levantaron las vírgenes aquellas y despabilaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan nuestras lámparas. Pero las sensatas contestaron diciendo: Por si acaso no hay bastante para todas, id más bien a la tienda y comprad para vosotras. Mientras iban a comprarlo llegó el esposo; y las que estaban preparadas entraron con El a las bodas, y se cerró la puerta. Finalmente llegaron las otras vírgenes diciendo: Señor, Señor, ábrenos. Pero él, respondiendo, dijo: Os aseguro que no os conozco. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis el día ni la hora74.
Evidentemente que, de las diez vírgenes, cinco sean admitidas y cinco excluidas, significa la separación de los buenos y los malos. Pero entonces, si el nombre de virgen es tan honorable, ¿por qué es común a las que son admitidas y a las excluidas? Además, ¿qué quiere decir el número cinco en una y otra parte? Y ¿qué significa el aceite? Parece misterioso que las sensatas no compartan con las que se lo piden, cuando, de una parte, no es lícito tener envidia a aquellas que son tan perfectas que las recibe el esposo, con cuyo nombre, sin duda alguna, está significado nuestro Señor Jesucristo; y, de otra parte, es conveniente que sean misericordiosas para prestar de lo que tienen, mandándolo la sentencia del mismo Señor que dice: Da a todo el que te pide75. ¿Qué es, entonces, eso de que, al dar, no pueda haber suficiente para las unas y las otras? Todo esto, principalmente, aumenta la dificultad de la cuestión, aunque también hay que tener mucho cuidado en considerar las demás cosas con diligencia, de tal modo que todo concurra a un mismo fin, y que lo que se dice sobre una parte no esté en contradicción con la otra.
3. Explicación de la parábola. A mí me parece que las cinco vírgenes significan la continencia quíntuple de las bagatelas y halagos de la carne. En efecto, hay que mantener al apetito del alma alejado del placer de los ojos, del placer de los oídos, del placer del olfato, del gusto y del tacto. Pero como tal continencia se hace en parte ante Dios para agradarle en el gozo íntimo de la conciencia, y en parte ante los hombres para granjearse la gloria humana, por eso cinco son llamadas sensatas y cinco necias. Sin embargo, tanto unas como otras son vírgenes, porque todas son continentes, aunque se complazcan en estímulos diferentes. En cuanto a las lámparas, como las llevan en las manos, llegan a ser las obras de acuerdo con tal continencia. Pues está dicho: Que vuestras obras brillen delante de los hombres76. En cuanto a que todas tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo, se ha de entender que aquellos de quienes se trata sean valorados por el nombre de Cristo, porque los que no son cristianos no pueden salir al encuentro del Esposo, que es Cristo. Pero las cinco necias, al tomar sus lámparas, no llevaron consigo el aceite. En efecto, muchos, aunque esperen muchísimo de la bondad de Cristo, sin embargo no tienen el gozo de vivir continentemente, sino con las alabanzas de los hombres; así que no llevan el aceite consigo. Porque yo creo que el aceite significa la misma alegría: Por eso —dice— te ha ungido Dios, tu Dios, con el aceite de la alegría77. Y quien no se goza por esta razón, porque agrada a Dios interiormente, no lleva consigo el aceite. Pero las prudentes tomaron consigo el aceite en las alcuzas con sus lámparas, es decir: pusieron la alegría de las obras buenas en el corazón y en la conciencia; así lo aconseja el Apóstol: Que el hombre se pruebe a sí mismo —dice —, y entonces tendrá motivo de satisfacción en sí mismo y no en el otro78. En cuanto a que como el esposo tardaba, todas se durmieron, porque de los dos géneros de hombres continentes, bien de los que exultan ante Dios, bien de los que se complacen en las alabanzas de los hombres, se mueren todos en ese intervalo de tiempo hasta que suceda la resurrección de los muertos en la venida del Señor.
Y a media noche, es decir, cuando nadie lo sabe ni lo espera, ya que al decir el mismo Señor: Del día y la hora nadie lo sabe79, y el Apóstol: El día del Señor vendrá como ladrón en la noche80, con lo que se significa que está completamente oculto cuándo va a venir. Se oyó un clamor: que llega al esposo. Salid a recibirlo. En un abrir de ojos y al son de la trompeta final, todos resucitaremos81. Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes y despabilaron sus lámparas, es decir, para dar razón de sus obras. Porque conviene que nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que allí reciba cada uno lo que obró en el cuerpo, bueno o malo82. Y dijeron las necias a las sensatas: Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas. Efectivamente, aquellos que apoyan sus obras en la alabanza ajena, se encuentran vacíos cuando ésta falta, y por fuerza de la costumbre el alma busca siempre aquello en donde suele gozarse. Así pues, quieren obtener el testimonio de los hombres, que no ven los corazones, delante de Dios, que es el inspector del corazón. Pero ¿qué respondieron las sensatas? Por si acaso no hay bastante para nosotras y vosotras. Porque cada uno ha de dar cuenta de sí, y ninguno es ayudado por el testimonio de otro delante de Dios, a quien están presentes los secretos del corazón; y apenas cada uno se basta para que su propia conciencia le dé testimonio. ¿Quién se gloriará, en efecto, de que él tiene el corazón limpio?83 Ved por qué dice el Apóstol: En cuanto a mí, me importa muy poco que me exijáis cuentas vosotros o un tribunal humano; más aún, ni yo mismo me las exijo84. Verdaderamente, cuando cada uno o no es capaz por completo o apenas es capaz de dar una sentencia verdadera sobre sí mismo, ¿cómo puede juzgar sobre otro, si nadie sabe lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre?85 Id más bien a los tenderos, y compradlo para vosotras. No hay que pensar que ellas les dan un consejo, sino que indirectamente les recuerdan su falta. Porque los que venden el aceite son los aduladores que, alabando lo falso o lo desconocido, inducen a las almas al error, y, comprándoles los gozos vanos como para necias, reciben de ellos algún beneficio, ya sea alimentario, sea pecuniario, sea honorífico, ya sea de cualquier comodidad temporal, porque no entienden lo que está dicho: los que os llaman felices os inducen a error86. Pues es mejor ser reprendido por el justo que ser alabado por el pecador. Dice: Me corregirá el justo con misericordia y me reprenderá; pero que el aceite del pecador no ponga aceitosa mi cabeza87. Id, pues, cuanto antes a los tenderos y compradlo para vosotras; es decir, veamos ahora cómo os ayudan aquellos que acostumbraron a venderos lisonjas y a induciros al error para que buscaseis la gloria no delante de Dios, sino de los hombres.
En cuanto a que: Yendo ellas a comprarlo, llegó el esposo, es decir, cuando ellas se inclinaban hacia las cosas que están afuera, y buscaban solazarse con las cosas acostumbradas, porque no habían reconocido los gozos interiores, llegó aquel que juzga. Y las que estaban preparadas, esto es, aquellas a quienes la conciencia daba un buen testimonio delante de Dios, entraron con Él a las bodas, es decir, allí donde el alma limpia, para ser fecundada, se une al Verbo de Dios, puro, perfecto y sempiterno.
Y se cerró la puerta, es decir, después de la recepción de aquellos que han sido cambiados a la vida angélica. Porque —dice— todos resucitaremos, pero no todos seremos cambiados88, se cerró la entrada al reino de los cielos. En efecto, después del juicio no ha lugar ya para las súplicas y los méritos.
En cuanto a que: A última hora llegaron también las otras vírgenes diciendo: Señor, Señor, ábrenos, no se dijo que habían comprado el aceite, y por tanto hay que entender que ellas, sin el gozo de las alabanzas ajenas, vuelven entre angustias y grandes aflicciones a implorar a Dios. Pero, después del juicio, es grande la severidad de aquel cuya misericordia inefable antes del juicio tentaban sin límite. Y así, respondiendo, dice: Os aseguro que no os conozco, a saber, por ese principio en el que ya no entra la Providencia de Dios, es decir, la Sabiduría de Dios, para que puedan ser admitidos a su felicidad aquellos que han aparentado conformarse a sus preceptos no delante de Dios, sino para agradar a los hombres.
Y así concluye: Por tanto, estad en vela, porque no sabéis el día ni la hora. No sólo ignora cada uno el día y la hora de aquel momento último en que vendrá el Esposo, sino el día y la hora de su propia muerte. Ahora bien, todo el que está preparado hasta la dormición, es decir, hasta la muerte que está decretada para todos, también se encontrará preparado cuando llegue a sonar a media noche aquella voz por la que todos despertarán.
4. Conclusión. En cambio, lo que dijo: que las vírgenes salían al encuentro del esposo, yo creo que ha de entenderse en el sentido de que las vírgenes representan a la que es llamada esposa, como si a todos los cristianos que concurren a la Iglesia se les llama hijos alrededor de su madre, cuando la madre de que se habla está justamente formada por los mismos hijos reunidos.
De hecho, ahora la Iglesia está desposada, y como virgen está para ser conducida a las bodas, es decir, cuando se contiene de la corrupción del siglo; y se casará en aquel momento en que, pereciendo en ella toda la mortalidad, llegue a gozar de la unión inmortal. Yo os he desposado —dice— con un solo esposo para presentaros a Cristo como una virgen casta89. Vosotros —dice— como una virgen, concluyendo del plural al singular, de suerte que puede decirse tanto «las vírgenes» como «una virgen». Finalmente, me parece que ha quedado claro por qué se habla de cinco.
Sin embargo, nosotros ahora vemos en enigma, y entonces cara a cara; ahora limitadamente, y entonces del todo90. El mismo ver en enigma y conocer ahora limitadamente algo en las Escrituras, aunque sea conforme a la fe católica, es resultado de la ganancia que ha recibido por la venida humilde de su Esposo la Iglesia—virgen, que será desposada con Él en la última venida, cuando venga en su gloria y lo contemple ya cara a cara. En verdad, como dice el Apóstol, Él nos ha dado en prenda el Espíritu91.
En conclusión, esta explicación no considera nada cierto, sino que para que sea conforme a la fe; tampoco prejuzga otras explicaciones que pudieran igualmente estar de acuerdo con la fe.
CUESTIÓN 60
Pero «de aquel día y hora nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo del Hombre, sino sólo el Padre»
(Testimonios de esta cuestión; S. AUG., Retract. 1,26,61; S. POSSID., Indic. 10,25)
Respuesta: Como se dice que Dios sabe hasta cuando hace el que lo sabe, según está escrito: El Señor vuestro Dios os tienta, para saber si lo amáis92. Realmente, eso no se dijo como si Dios no lo supiese, sino para que ellos sepan cuánto iban adelantando en el amor del Señor, lo cual no conocen plenamente sino por medio de las tentaciones que les vienen. Y el mismo «tienta» está puesto en el sentido de que permite ser tentados. Asimismo, cuando se dice que no sabe, o bien se dice porque no lo aprueba, es decir, que Él no lo reconoce en su disciplina y en su doctrina, como dijo: No os conozco93; o bien porque hace que ignoren útilmente lo que es inútil conocer. Así se entiende bien el dicho de que sólo lo sabe el Padre, cuando lo dijo porque Él lo hace saber al Hijo. Y lo de que lo ignora el Hijo, se dijo así en cuanto que hace que los hombres no lo sepan, es decir, que no les sirve de nada aquello que les sería inútil conocer.
CUESTIÓN 61
Sobre lo escrito en el evangelio: «que el Señor alimentó en la montaña a las turbas con cinco panes»
(Testimonios de esta cuestión—. S. AUG., Retract. 1,36,62; S. POSSID., Indic. 10,26)
Respuesta: 1. La multiplicación de los cinco panes de cebada. Los cinco panes de cebada, con los cuales el Señor alimentó en el monte a las turbas, significan la ley antigua: sea porque fue dada a los que todavía no eran espirituales, sino carnales aún, es decir, esclavos de los cinco sentidos —por cierto que hasta las mismas turbas fueron cinco mil hombres—94; sea porque la ley fue dada por medio de Moisés, y de hecho Moisés escribió cinco libros. En cuanto a que los panes eran de cebada, significan perfectamente o la misma ley, que había sido dada de manera que en ella estuviese encubierto el alimento vital del alma con los sacramentos corporales, porque el grano de cebada está recubierto de una paja muy consistente; o al mismo pueblo no despojado aún del apetito carnal, que como la paja se adhería a su corazón, es decir, todavía no circuncidado de corazón, de tal modo que ni por la trilla de las tribulaciones, cuando era conducido por los desiertos durante cuarenta años, depusiese las envolturas carnales por el entendimiento revelado, como tampoco la cebada es desnudada por la trilla de la era de la envoltura pajiza. Ved por qué a tal pueblo le fue dada convenientemente tal ley.
2. Los dos peces. En cuanto a los dos peces, que daban al pan un sabor suave, parece significar las dos autoridades que gobernaban a aquel pueblo para que por su medio aceptase la dirección de sus consejos, a saber, la regia y la sacerdotal, a las cuales también pertenecía aquella sacrosanta unción. Su oficio era no ser nunca arrasados ni corrompidos por las tormentas y las agitaciones populares, deshacer muchas veces los enfrentamientos violentos de las turbas como olas enemigas, ceder de vez en cuando sin comprometerse, bregar en suma con el gobierno violento del pueblo a la manera de los peces en el mar proceloso.
Cristo, Rey y Sacerdote. Esas dos autoridades, sin embargo, prefiguraban a nuestro Señor. Porque sólo El asumió a las dos, y sólo El, no en figura sino propiamente, les dio cumplimiento.
Cristo, Rey. En primer lugar, Jesucristo es nuestro Rey, el cual nos dio ejemplo para luchar y vencer, al tomar nuestros pecados en su carne mortal, resistiendo a las tentaciones del enemigo, tanto seductoras como intimidatorias, al presentar su carne para despojar con valentía a los principados y potestades y triunfar de ellas en su persona95. De este modo, con El como guía somos liberados de las cargas y trabajos de esta peregrinación nuestra, como aquéllos lo fueron de Egipto, y los pecados que nos persiguen son sepultados por el sacramento del bautismo, mientras nosotros escapamos. Y mientras vivimos con la esperanza de su posesión que no vemos todavía, peregrinamos como ellos por los desiertos, consolándonos en las Escrituras santas el Verbo de Dios, como a ellos el maná bajado del cielo. Y con El mismo como guía esperamos poder ser introducidos en la Jerusalén celestial, como aquéllos en la tierra de promisión, y allí ser guardados para siempre por El, como Rey y Pastor. De este modo nuestro Señor Jesucristo es proclamado Rey nuestro.
Cristo, Sacerdote. El es también nuestro Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec96, que se ofreció a sí mismo como holocausto por nuestros pecados, y nos encomendó celebrar la renovación de su sacrificio en memoria de su pasión, de tal manera que lo que Melquisedec ofreció a Dios97, veamos que ahora se ofrece en la Iglesia de Cristo por toda la tierra.
Debido a que nuestro Rey cargó con nuestros pecados para demostrarnos la manera de combatir y vencer, significando el evangelista Mateo la asunción de nuestros pecados y su autoridad regia, al tomar la genealogía según la carne procediendo desde Abrahán, que es el Padre del pueblo creyente, y enumerando la sucesión de la prole en orden descendente llega hasta David, en quien aparece la solidez clarísima del reino, y desde aquí, descendiendo la estirpe regia por Salomón, nacido de aquella con quien su padre había pecado, llega hasta la generación del Señor98. En cambio, Lucas, el otro evangelista, aunque también toma la genealogía del Señor según la carne, para explicar la dignidad sacerdotal, a la cual corresponde la purificación y la destrucción de los pecados, comienza a exponer gradualmente su origen no desde el principio del libro como Mateo, sino desde aquel pasaje en que fue bautizado Jesús, donde ha prefigurado la limpieza de nuestros pecados, no en orden descendente como el anterior, que lo mostraba descendiendo para asumir los pecados, sino en orden ascendente, como aquel que le sugería que ascendiese después de borrar los pecados, sin nombrar ya a los antepasados que aquél nombra99. En efecto, el origen sacerdotal es diferente, porque por uno de los hijos de David, que, como suele ocurrir, tomó matrimonio de la tribu sacerdotal, había de lograr que María tomase el parentesco de una y otra tribu, es decir, de la regia y de la sacerdotal. Igualmente, cuando José y María son censados, está escrito que ellos eran de la casa, es decir, de la familia de David100.
También Isabel, que es mencionada nada menos que como pariente de María, era de la tribu sacerdotal101. Y como Mateo, que presenta a Cristo Rey como descendiendo para tomar nuestros pecados, desciende desde David por Salomón, porque Salomón nació de aquella con la cual David había pecado, así Lucas, que presenta a Cristo Sacerdote como ascendiendo después de destruir los pecados, asciende por Natán hasta David, porque había sido enviado el profeta Natán, con cuya corrección David, arrepintiéndose, alcanzó el perdón de su propio pecado102.
Así pues, luego que Lucas pasa la persona de David, no difiere ya de Mateo en la nomenclatura de las generaciones. Puesto que ascendiendo a partir de David hasta Abrahán nombra a los mismos que Mateo descendiendo desde Abrahán hasta David. En efecto, a partir de David esta genealogía se divide en dos familias: la regia y la sacerdotal, de las cuales dos familias, como he dicho, Mateo, descendiendo, siguió la regia, y Lucas, ascendiendo, la sacerdotal, para que nuestro Señor Jesucristo, Rey—Sacerdote nuestro, tomara el parentesco de la estirpe sacerdotal sin que fuese de la tribu sacerdotal, es decir, de la tribu de Leví, pero fuese de la tribu de Judá, esto es, de la tribu de David, de la cual ninguno está destinado al servicio del altar. Por esta razón es llamado también y sobre todo Hijo de David según la carne, porque, tanto Lucas ascendiendo como Mateo descendiendo, han venido a encontrarse en David. Y era conveniente que, teniendo que abolir los sacrificios que se hacían en el sacerdocio levítico según el orden de Aarón, no fuese de la tribu de Leví, para que la limpieza de los pecados que el Señor realizó con la oblación de su propio holocausto, que estaba figurado en el sacerdocio antiguo, no pareciese que pertenecía a la misma tribu y al mismo sacerdocio, que temporalmente era sombra del que había de venir. Y encomendó la renovación de su holocausto para celebrar la memoria de su pasión en la Iglesia, para que El fuese Sacerdote eternamente, no según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec103. El misterio de esta realidad puede ser estudiado aún con más atención. Pero sea suficiente lo que he tratado hasta aquí a propósito de los dos peces, en los cuales he dicho que estaban figuradas las dos autoridades, la regia y la sacerdotal.
3. La muchedumbre se recuesta sobre la hierba. En cuanto a que aquella multitud se recostó sobre la hierba, significa a los que aceptaron el Antiguo Testamento, que se habían instalado en una esperanza carnal, puesto que se les prometía un reino temporal y una Jerusalén temporal. En efecto, toda carne es heno y la gloria del hombre como flor de heno104. Y lo de las sobras que llenaron doce canastos significaba que los discípulos del Señor, en los cuales tiene la primicia el número doce, fueron instruidos a fondo sobre el sentido y la discusión de la misma Ley, que los judíos habían de abandonar y rechazar. En realidad, aún no existía la Escritura del Nuevo Testamento cuando el Señor llenó a los discípulos como rompiendo y abriendo lo que estaba duro y cerrado en la Ley, al haberles declarado las antiguas Escrituras después de la Resurrección, comenzando por Moisés y los Profetas, interpretándoles lo que trataba de El en todas las Escrituras. Y por cierto que dos de ellos lo reconocieron al partir el pan105.
4. La segunda multiplicación de los panes. Ved por qué la segunda comida del pueblo, que realizó con siete panes, se entiende con razón que se refiere a la predicación del Nuevo Testamento. En efecto, ningún evangelista dice que estos panes fuesen de cebada, como Juan dijo de aquellos cinco. Por tanto, esta comida con siete panes se refiere a la gracia de la Iglesia, que se reconoce alimentada por aquella señaladísima operación septenaria del Espíritu Santo. Y ved por qué aquí no se dice que hubo dos peces, como en la antigua Ley, donde eran ungidos dos solamente, el rey y el sacerdote; sino unos pocos peces, simbolizando a los primeros que creyeron al Señor Jesucristo, y fueron ungidos en su nombre, y enviados a predicar el Evangelio y a afrontar el mar turbulento de este siglo para cumplir con la misión en nombre del mismo gran pez, es decir, en nombre de Cristo, como dice el apóstol Pablo106.
Tampoco hubo en aquella multitud cinco mil hombres, como allí, donde están representados los carnales que reciben la ley, es decir, entregados a los cinco sentidos de la carne; sino más bien cuatro mil, para significar con este número a los espirituales, por las cuatro virtudes del alma con que se vive espiritualmente en esta vida: la prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia. La primera de ellas es el conocimiento de las cosas que hay que intentar hacer y evitar. La segunda es el control de la concupiscencia sobre todo lo que deleita temporalmente. La tercera es la firmeza del alma frente a las cosas que son molestas en esta vida. La cuarta es el amor de Dios y del prójimo que se difunde por todas las demás.
5. Primero hubo cinco mil, después cuatro mil. Es verdad que se recuerda que primero hubo cinco mil, y después cuatro mil, exceptuados mujeres y niños107. Lo cual me parece a mí que se refiere a que entendamos tanto que en el pueblo del Antiguo Testamento hubo hombres débiles para cumplir la justicia legal, en la que el apóstol Pablo atestigua que él la ha observado sin faltar108, como que también hubo otros que fácilmente serían seducidos al culto de los ídolos. Dos categorías, esto es, de la debilidad y del error, que están representadas con los nombres de mujeres y de niños. Porque el sexo femenino es débil para la acción y la niñez proclive al juego. Y ¿qué hay tan parecido al juego infantil como el culto a los dioses, cuando hasta el Apóstol refirió al juego ese género de superstición cuando dice: Tampoco seáis servidores de los ídolos, como algunos de ellos, según dice la Escritura: El pueblo se sentó a comer y a beber y se levantaron a danzar109. Luego eran semejantes a las mujeres los que en las pruebas de la expectación hasta que llegasen las promesas de Dios, al no perseverar virilmente, tentaron a Dios; y a los niños los que se sentaron a comer y a beber, y se levantaron a danzar. Y no solamente entonces, sino también en el pueblo del Nuevo Testamento, los que no perseveran hasta llegar al hombre perfecto110, bien por debilidad de fuerzas, bien por ligereza de espíritu, deben ser comparados a las mujeres y a los niños. En efecto, a los unos se les dice: Siempre que mantengamos firme hasta el final la actitud del principio111, y a los otros: No queráis haceros niños con los sentidos; sed niños en la malicia, para que seáis perfectos en los sentidos112. Y por esto, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento esos tales entran contados en el número, sino que tanto allí se dice que fueron cinco mil como aquí cuatro mil, sin contar las mujeres y los niños113.
6. Sin embargo, ambas multitudes fueron alimentadas en la montaña. Con todo, tanto allí como aquí, por el mismo Cristo, que de continuo es llamado Monte en la Escritura, una y otra multitud del pueblo sería alimentada con toda razón en el monte aunque la segunda vez no se recostó sobre la hierba, sino sobre la tierra. En efecto, la primera vez la grandeza de Cristo queda velada por la esperanza y el deseo de la carne a causa de los hombres carnales y la Jerusalén terrena; en cambio, la segunda vez, removida toda concupiscencia carnal, la consistencia de una esperanza firme, comparable a la solidez del mismo monte, servía de lecho a los convidados del Nuevo Testamento sin necesidad de hierba alguna.
7. Las tres edades del género humano. Y porque con toda verdad dice el Apóstol: Antes de que llegara la fe, estábamos custodiados por la Ley114, también el Señor parece significar eso cuando dice de los que iba a alimentar con cinco panes: No necesitan irse; dadles vosotros de comer115. Por esas palabras son retenidos figuradamente como en custodia, cuando los discípulos habían aconsejado ya que los despidiese. En cuanto a la multitud que se refiere a los siete panes, Él dice espontáneamente que siente compasión, porque ya era el tercer día desde que estaban en ayunas junto a Él. Efectivamente, en la historia del género humano es en la tercera etapa cuando ha sido dada la gracia de la fe cristiana. La primera etapa es la que precede a la Ley; la segunda es bajo la Ley, y la tercera, bajo la gracia. Y porque aún queda la cuarta, en la cual hemos de llegar a la paz perfectísima de la Jerusalén celestial, adonde tiende todo el que cree rectamente en Cristo, por eso dice el Señor que Él va a alimentar a aquella multitud para que no desfallezcan en el camino. Esta es la economía por la que el Señor se dignó aparecerse a nosotros en la humanidad temporal y visiblemente, y nos dio en prenda el Espíritu Santo. Por cuya acción septenaria seríamos vivificados, añadiendo el sabor a semejanza de unos pocos peces con la autoridad apostólica. Consiguientemente, esa economía, ¿para qué otra cosa obra sino para que podamos llegar sin desfallecer hasta el premio de la vocación suprema? Porque caminamos por la fe, no por la visión116. Y el mismo Apóstol dice que él aún no ha obtenido el Reino de Dios: Sino que, olvidando lo que queda atrás y lanzándome a lo que está adelante, yo sigo en la línea marcada —dice— hacia el premio de la vocación superior. En todo caso, en tanto que llegamos, sigamos caminando con él117. Porque uniéndonos al Señor durante tres días, y alimentados por El, no desfalleceremos en el camino.
8. Las viandas sobrantes. Tampoco la segunda vez se pudo terminar con las provisiones, sino que sobraron alimentos. Porque no en vano se dijo sobre lo que ha de venir:
¿Creéis que cuando venga el Hijo del hombre va a encontrar fe en la tierra? Así creo yo que va a suceder a causa de las mujeres y los niños. Con todo, los trozos sobrantes llenaron siete cestos, que se refieren a la Iglesia septiforme, que está descrita justamente en el Apocalipsis: Todo el que haya perseverado hasta el final. Quien dijo: ¿Crees que cuando venga el Hijo del hombre va a encontrar fe en la tierra118, ha querido decir sin duda que al final del convite era posible que despreciasen y desechasen sus viandas. Pero como dijo también119 que el que haya perseverado hasta el fin, ése se salvará120, ha querido significar que no fallará la Iglesia, que bajo el número siete recibe abundantemente los siete panes, y que los conserva con la amplitud de corazón, que parece simbolizar en los cestos la misma perseverancia.
CUESTIÓN 62
A propósito de lo escrito en el evangelio: «que Jesús bautizaba a más que Juan, aunque no bautizase él personalmente, sino sus discípulos»
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,63; S. POSSID., Indic. 10,27)
Respuesta: Se pregunta si los que fueron bautizados en. aquel tiempo en que está escrito que el Señor bautizó por medio de sus discípulos a más que Juan, recibieron el Espíritu Santo; porque en otro lugar del Evangelio se dice así: Pues aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado todavía121.
Y en verdad que se responde muy fácilmente, porque el Señor Jesús, que hasta resucitaba muertos, podía permitir que ninguno de ellos muriese hasta que después de su glorificación, es decir, su resurrección de los muertos ascensión al cielo, recibiese el Espíritu Santo. Pero viene a la memoria el ladrón aquel a quien se dijo: Te aseguro hoy estarás conmigo en el Paraíso122, el cual ni siquiera había recibido el bautismo. Aunque Cornelioy los paganos que habían creído con él recibieron el Espíritu Santo antes de que se bautizasen123. Con todo, no veo cómo el ladrón aquel pudo decir también sin el Espíritu Santo: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino124. Porque nadie dice Señor, Señor, según el Apóstol, sino por el Espíritu Santo125. Y el Señor personalmente mostro el fruto de su fe al decir: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso126. Luego como la potestad inefable y la justicia de Dios soberano otorgó también el bautismo al ladrón creyente y lo consideró como recibido en su alma libre, porque él no podía recibirlo en el cuerpo crucificado, así también el Espíritu Santo le fue dado de un modo invisible antes de la glorificación del Señor; mientras que después de la manifestación de su divinidad fue dado ostensiblemente. Y se dijo eso: Pues aún no había sido dado el Espíritu127, es decir, todavía no se había manifestado, para que todos confesasen que Él había sido dado. Del mismo modo que el Señor aún no había sido glorificado entre los hombres, aunque su glorificación eterna jamás dejó de existir. Así también aquella misma aparición en carne mortal se dice su venida. En verdad, Él vino allí adonde Él estaba: Porque vino a los suyos; y Él estaba en este mundo y el mundo fue hecho por Él128. Por tanto, del mismo modo que la aparición corporal se entiende como venida del Señor, aunque antes de esta aparición Él personalmente habló en todos los Profetas santos como Verbo de Dios y Sabiduría de Dios, así también la venida del Espíritu Santo es la manifestación del Espíritu Santo aun a los mismos ojos de carne, cuando apareció un fuego distribuido sobre ellos, y comenzaron a hablar diversas lenguas129.
En cuanto a que si el Espíritu Santo no estaba en los hombres antes de la glorificación visible del Señor, ¿cómo pudo decir David: Y no apartes de mí tu santo espíritu?130 O ¿cómo fue llena Isabel y Zacarías su esposo para profetizar, y Ana y Simeón, de todos los cuales está escrito que, llenos del Espíritu Santo, anunciaron eso que nosotros leemos en el Evangelio?131 Que Dios obre algunas veces invisiblemente y, en cambio, otras visiblemente por medio de la criatura visible, pertenece al gobierno de la Providencia, con que se realizan todas las acciones divinas con el orden y la distinción hermosísima de lugares y tiempos, sin que la misma Divinidad esté contenida ni se mueva en los espacios ni se dilate o cambie con los tiempos.
En cuanto a cómo el Señor en persona tenía consigo ciertamente el Espíritu Santo en la humanidad que había asumido, cuando se acercó a Juan para ser bautizado, y después de que fue bautizado, se vio descender sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma132. Así se ha de entender también que, antes de la venida manifiesta y visible del Espíritu Santo, todos los hombres santos lo han podido poseer invisiblemente. Esto supuesto, he dicho eso para entender también por esta personal manifestación visible del Espíritu Santo, que se llama su venida, la plenitud de Él infusa en los corazones de los hombres de un modo inefable y hasta inconcebible más espléndidamente.
CUESTIÓN 63
El Verbo
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,64; S. POSSID., India 10,28; EUGIPP., Exc. Aug. 1054)
Respuesta: «En el principio existía la Palabra»133. Lo que en griego se dice logos, en latín significa tanto razón como palabra. Pero en este pasaje lo interpreto como palabra, para significar no sólo su relación al Padre, sino también su relación a todo lo que por medio de la Palabra fue creado por su potencia operativa. En cuanto a razón, aunque nada se haga por medio de ella, está bien dicho razón.
CUESTIÓN 64
La mujer samaritana
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,64; S. POSSID., Indic. 10,29)
Respuesta: 1. Regla para interpretar las Escrituras. No todos entienden los misterios evangélicos señalados en los dichos y hechos de nuestro Señor Jesucristo, y muchos, interpretándolos superficialmente y sin moderación, ocasionan muchas veces la ruina en vez de la salvación, y el error en vez del conocimiento de la verdad. Entre ellos está ese misterio escrito, a saber: que el Señor a la hora sexta llegó al pozo de Jacob, que fatigado del camino se sentó, y le pidió de beber a una mujer samaritana, y los demás detalles que están referidos en el mismo pasaje de las Escrituras para discutirlos y comentarlos. Sobre lo cual hay que tener en cuenta, en primer lugar, que se debe custodiar con todo cuidado lo que está en todas las Escrituras, de manera que la explicación de los misterios divinos sea conforme a la fe.
2. La hora sexta. Pues bien, a la hora sexta del día, nuestro Señor llegó al pozo. Yo veo en el pozo una profundidad tenebrosa. Y advierto que yo entiendo las partes más inferiores de este mundo, es decir, la tierra, adonde el Señor Jesús vino a la hora sexta, a saber, en la sexta edad del género humano, igual que en la vejez del hombre viejo, del que se nos manda despojarnos, para vestirnos del nuevo, que ha sido creado según Dios134. De hecho, la edad sexta es la vejez, porque la primera es la infancia, la segunda la niñez, la tercera la adolescencia, la cuarta la juventud, la quinta la madurez. Por tanto, la vida del hombre viejo, que se recorre según la carne desde la creación del tiempo, se concluye en la sexta edad con la vejez o senectud. En esta vejez del género humano, como he dicho, nuestro Señor ha venido a nosotros como creador y redentor, para que, por así decirlo, muriendo el hombre viejo, constituya en sí al hombre nuevo al que, purificado del pecado terreno, iba a transportar a los reinos celestiales. Por tanto, aquí el pozo, como he dicho, significa en su profundidad tenebrosa los trabajos terrenos y los errores de este mundo. Además, porque el exterior es el hombre viejo, y el interior el nuevo, al decir del Apóstol: Y aunque el hombre exterior se corrompe, pero el interior se renueva de día en día135(ya que al hombre exterior pertenecen todas las cosas visibles, a las cuales renuncia la disciplina cristiana), con la más absoluta razón el Señor llegó al pozo a la hora sexta, es decir, a medio día, cuando ya este sol visible comienza a declinar hacia el ocaso, puesto que también para nosotros, llamados por Cristo, comienza a disminuir el deleite de las cosas visibles, para que el hombre interior recreado por el amor de las cosas invisibles se convierta a la luz interior que nunca muere, según la doctrina apostólica: sin poner la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es temporal, y lo que no se ve es eterno136.
3. Jesús, fatigado, se sentó. En cuanto a que llegó fatigado al pozo, significa la flaqueza de la carne; que Él se sentó, significa la humildad, porque Él tomó por nosotros tanto la debilidad de la carne como se dignó humildemente aparecer hombre ante los hombres. De esa enfermedad de la carne dice el Profeta: Hombre acostumbrado al sufrimiento, y que sabe soportar la enfermedad137. Y sobre la humildad, el Apóstol se expresa en estos términos: Se humilló, hecho obediente hasta la muerte138 . Aunque eso de que se sentó, porque suelen sentarse los doctores, podía demostrar en otro sentido no la modestia de la humildad, sino la personalidad del maestro.
4. Jesús pide de beber a la samaritana. Pero se presenta la cuestión siguiente: ¿Por qué pidió de beber a una mujer samaritana que había llegado a llenar el cántaro de agua, cuando en seguida le iba a anunciar que El personalmente podía dar la abundancia de una fuente espiritual a los que se lo pidan? Pero es que el Señor tenía sed de la fe de aquella mujer, porque era samaritana, y Samaria suele llevar el sambenito de la idolatría. En efecto, los samaritanos, separados del pueblo judío, habían prostituido la dignidad de sus almas a los simulacros de animales mudos, es decir, a unos becerros de oro; y el Maestro, Señor Jesús, había venido a conducir la multitud de los pueblos, que servían a los ídolos, a la fortaleza de la fe cristiana y de la religión incorrupta. Porque dice: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos139. Luego tiene sed de la fe de aquellos por quienes derramó su sangre. Por consiguiente, Jesús le dice a ella: Mujer, dame de beber140. Y para que sepas de qué tenía sed nuestro Señor, poco después llegan sus discípulos, que habían ido a la ciudad a comprar provisiones, y le dicen: Maestro, come. Pero Él les contestó: Yo tengo que comer un alimento que vosotros no conocéis. Los discípulos comentan entre sí: ¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra141. ¿Es que se entiende aquí una la voluntad del Padre que le ha enviado, y otra la obra suya que responde que Él quiere llevar a cabo, de no ser la de convertirnos del error pernicioso del mundo a su fe? Luego, cual es su alimento, tal es también su bebida. Así pues, de eso tenía sed en aquella mujer, de hacer en ella la voluntad del Padre, y de llevar a cabo su obra.
Conversación de Jesús con la mujer samaritana. Pero ella, entendiéndolo carnalmente, le responde: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. A lo cual le respondió nuestro Señor: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide: dame de beber, le pedirías tú más bien a Él, y Él te daría agua viva142, para demostrarle con ello que no le había pedido un agua como ella había entendido, sino que El en persona tenía sed de su fe, y que El deseaba darle el Espíritu Santo a ella que también tenía sed. Verdaderamente entendemos por esa agua viva que es el don de Dios, como El mismo dice: Si conocieras el don de Dios. Y como el mismo Juan evangelista lo atestigua en otro lugar diciendo: Que Jesús estaba de pie y gritaba: Quien tenga sed, que venga y que beba. Al que cree en mí, como dice la Escritura, le manarán de su entraña ríos de agua viva143. Absolutamente de acuerdo, dice: Al que cree en mí le manarán de su entraña ríos de agua viva, porque primero creemos para merecer esos dones. Luego los ríos de agua viva que quería dar a la mujer es el premio a la fe de que El antes tenía sed en ella. Así añade la interpretación de esa agua viva: Decía esto del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en El. Pues aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús todavía no había sido glorificado144. Así pues, se trata del don del Espíritu Santo, que dio a la Iglesia después de su glorificación, como dice la Escritura en otra parte: Subiendo a lo alto llevó cautiva la cautividad; dio dones a los hombres145.
5. Réplica de la samaritana. Pero aquella mujer todavía lo entiende carnalmente, porque replica así: Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde tienes para darme agua viva? ¿Vas a ser tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y bebió él mismo de él, sus hijos y sus ganados?146 Ahora ya el Señor explica sus palabras; dice: El que bebe agua de ésta vuelve a tener sed; el que beba del agua que yo voy a dar, nunca tendrá más sed; porque el agua que voy a dar se le convertirá en él en un manantial de agua que salta hasta la vida eterna147. La mujer aún se abraza a la prudencia de la carne. Y le responde: ¿Señor, dame agua de ésa, para que no tenga ya más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Jesús le responde: Vete a llamar a tu marido y vuelve acá148. Como Él sabía que ella no tenía marido, cabe preguntar: ¿por qué le dijo eso? Vemos que cuando la mujer le contestó: Yo no tengo marido, Jesús le dice: Muy bien dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad149. Todas estas palabras no hay que entenderlas carnalmente, para no parecer que somos también semejantes a esa misma mujer samaritana. Si ya hemos gustado un poco ese don de Dios, pasemos a tratarlo espiritualmente.
6. Los cinco maridos de la samaritana. Algunos entienden los cinco maridos por el Pentateuco dado por medio de Moisés. En cuanto a lo dicho: Y el que tienes ahora no es tu marido, entender que el Señor lo dijo de sí mismo en este sentido: En primer lugar, tú has tenido por maestro a los cinco libros de Moisés como a los cinco maridos; en cambio, al que tienes ahora, es decir, a quien estás oyendo, no es marido tuyo, porque todavía no has creído en El. Sin embargo, como al no creer aún en Cristo ella estaba cogida sin duda por la relación hasta ahora de aquellos cinco maridos, es decir, del Pentateuco, se puede preguntar cómo pudo decir: has tenido cinco maridos, como si ahora ya no los tuviese, cuando vivía aún ciertamente sometida a ellos. Además, como los cinco libros de Moisés no anuncian otra cosa que a Cristo, como Él mismo lo dice: Si creyerais a Moisés, me creeríais también a Mí, porque de Mí escribió Él150. ¿Cómo se puede entender que un hombre abandone aquellos cinco libros para pasarse a Cristo, cuando el que cree en Cristo, lejos de abandonar el Pentateuco, se abraza a ellos más apasionadamente para entender su sentido espiritual?
7. Otra interpretación. Hay también otra interpretación de cómo entender los cinco maridos por los cinco sentidos corporales. El primero se refiere a los ojos, con los que distinguimos esta luz visible y todos los colores y formas de los cuerpos. El segundo es el oído, con el cual percibimos las vibraciones de todas las voces y sonidos. El tercero es el olfato, por el que nos deleitamos con la variada suavidad de los olores. El cuarto es el gusto en la boca, que nos hace sentir lo dulce y lo amargo y distingue todos los sabores. El quinto es el tacto, que extendiéndose por todo el cuerpo distingue el calor y el frío, lo blando y lo duro, lo suave y lo áspero, y todo lo que es sensación del tacto. Así pues, la edad primera del hombre está embebida de estos cinco sentidos de la carne por necesidad de la naturaleza mortal con que nacemos después del pecado del primer hombre; de tal modo que sin haber recobrado aún la luz de la razón, y sometidos a los sentidos de la carne, pasamos la vida carnal sin inteligencia alguna de la verdad. Y es necesario que sean así los niños infantes y párvulos, que no pueden todavía recibir el uso de la razón. Y porque son naturales estos sentidos que rigen la edad primera, y que nos han sido dados por Dios Creador, son llamados con razón maridos, es decir, esposos, en tanto que legítimos, porque no los ha proporcionado un error por vicio propio, sino la naturaleza por obra de Dios. En cambio, cuando cualquiera alcanza la edad en que ya pueda ser capaz de usar la razón, si llegare entonces a comprender la verdad, no usará ya de aquellos sentidos como guías, sino que tendrá por marido al espíritu racional, a cuyo servicio sujeta aquellos sentidos, al someter su cuerpo a la obediencia Al tiempo que el alma no está sometida ya a los cinco maridos, es decir, a los cinco sentidos del cuerpo, sino que tiene al Verbo divino por legítimo marido, a quien unida y uniéndose, al tiempo que también el mismo espíritu del hombre se ha unido a Cristo, porque Cristo es la cabeza del marido151, disfruta con el abrazo espiritual de la vida eterna sin temor alguno de separación. Porque ¿quién nos podrá separar del amor de Cristo?152 Al contrario, porque aquella mujer estaba atrapada por el error que significaba la muchedumbre del siglo sometido a las vanas supersticiones, después de aquellos tiempos de los cinco sentidos carnales que, como he dicho, gobiernan la primera edad, el Verbo de Dios no la había tomado en matrimonio, sino que el diablo la retenía con su abrazo adulterino.
Por tanto le dice el Señor, al verla carnal, es decir, que saboreaba carnalmente: Anda, llama a tu marido, y vuelve acá153, esto es, libérate de la pasión carnal en la cual ahora estás afincada, por lo que no puedes entender lo que te digo: llama también a tu marido, es decir, que está presente por el espíritu de la inteligencia. En efecto, el espíritu del hombre, que rige la pasión animal como una esposa, es en cierto modo como el marido del alma. No se trata de aquel Espíritu Santo que permanece inconmutable con el Padre y el Hijo, y que se da inconmutablemente a las personas dignas, sino del espíritu del hombre del que dice el Apóstol: Nadie conoce lo que hay en el hombre sino el espíritu del hombre. Verdaderamente, aquel Espíritu Santo es el Espíritu de Dios, de quien también habla así: lo mismo lo que es de Dios, nadie lo conoce sino el Espíritu de Dios154. Entonces, cuando este espíritu del hombre está presente, es decir, está atento, y por la piedad se somete a Dios, el hombre entiende lo que se dice espiritualmente. Pero cuando el error del diablo domina en el alma, como si el entendimiento estuviese ausente, es adúltero. Por eso dice: llama a tu marido, es decir, al espíritu que está en ti, con el cual el hombre puede entender las cosas espirituales si le ilumina la luz de la verdad; él mismo está presente, cuando te hablo, para que puedas recibir el agua espiritual. Y como ella le dijese: Yo no tengo marido, le contesta: Muy bien dicho, porque has tenido cinco maridos, es decir, los cinco sentidos de la carne, que te han gobernado en la primera edad; y el que ahora tienes no es tu marido, porque no está en ti el espíritu, que entiende a Dios, con quien puedas tener un matrimonio legítimo; sino que más bien te tiraniza el error del diablo que te corrompe para la contaminación adulterina.
8. La samaritana nombra a Cristo—Mesías. Y tal vez para advertir a los inteligentes que los recordados cinco sentidos del cuerpo están significados en la denominación de los cinco maridos, esa mujer, después de cinco respuestas carnales, nombra a Cristo en la respuesta sexta. Efectivamente, su primera respuesta es: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí? La segunda: Señor, no tienes cubo, y el pozo es hondo. La tercera: Señor, dame agua de ésa, para que no tenga más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. La cuarta: Yo no tengo marido. La quinta: Veo que tú eres un Profeta. Nuestros Padres dieron culto en este monte155. Porque esta respuesta es también carnal. En efecto, a los carnales les fue dado un lugar terreno donde orasen; en cambio, el Señor dijo que los espirituales habían de orar en espíritu y en verdad. Después de esto que habló el Señor, la sexta respuesta de la mujer confiesa que Cristo es el Maestro de todos éstos, porque dice: Sé que va a venir el Mesías, que se llama Cristo; cuando Él venga, nos anunciará todas las cosas156.
Pero todavía se equivoca, porque no ve que ha llegado ya Aquel a quien espera que va a venir. Con todo, la misericordia del Señor disipa ahora ese error como adúltero, pues le responde el Señor: Soy yo, el que habla contigo157. Al oírlo, ella no responde, pero al instante, dejando su cántaro, fue corriendo a la ciudad, no solamente para dar testimonio de su fe, sino también para predicar el Evangelio y la venida del Señor. El hecho de que se fue, abandonando el cántaro, no hay que pasarlo a la ligera. Porque tal vez el cántaro significa el amor de este siglo, es decir, la concupiscencia con la cual los hombres se procuran el placer de la profundidad tenebrosa, cuya imagen representa el pozo, esto es, del comercio terreno, el cual, gustado, excita de nuevo el apetito, como Él dice: El que bebe de esta agua vuelve a tener sed158: En cambio, era conveniente que la que creía en Cristo renunciase al siglo, y, abandonando el cántaro, demostrase que ella había dejado la concupiscencia secular; no solamente creyendo de corazón para la justicia, sino también confesando con la boca y predicando lo que ella ha creído para la salvación159.
CUESTIÓN 65
La resurrección de Lázaro
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,66; S. POSSID., Indic. 10,30)
Respuesta: Principio exegético sobre los sentidos: histórico y figurado o alegórico. Vaya por delante que, según la historia evangélica, creo con fe absoluta que Lázaro fue resucitado160. Sin embargo, yo no dudo que significa también algo con sentido alegórico. Ni que por ser alegorizados los hechos históricos van a perder por eso la certeza histórica. Por ejemplo, Pablo explica como una alegoría que los dos hijos de Abrahán son los dos Testamentos161; ¿es que por eso ni existió Abrahán ni tuvo esos dos hijos? Tomemos entonces también como alegoría a Lázaro en el sepulcro por el alma que está sepultada por causa de los pecados terrenos, es decir, todo el género humano; a quien en otro lugar dice el Señor que lo representa por la oveja perdida y que ha descendido para liberarlo, dejando en los montes las noventa y nueve162.
Sentido alegórico de la resurrección de Lázaro. En cuanto a la pregunta ¿Dónde lo habéis puesto?163, yo creo que significa nuestra vocación que se hace en lo secreto. De hecho, la predestinación de nuestra vocación es misteriosa; un signo de este misterio es la pregunta del Señor como quien lo ignora, cuando somos nosotros los que lo ignoramos, lo mismo que dice el Apóstol: para que conozca como yo soy conocido164. O lo que el Señor en otro lugar manifiesta que El no conoce a los pecadores cuando dice: No os conozco165. Lo que estaba significando el Lázaro sepultado, porque en la disciplina y en los preceptos del Señor no hay pecados. Un eco de esta pregunta es aquello del Génesis: Adán, ¿dónde estás?166, porque había pecado y se ocultaba de la presencia de Dios. Este ocultamiento lo significa aquí la sepultura: como el que muere tiene la semejanza del que peca, el que es sepultado tiene la semejanza del que está escondido de la presencia de Dios.
En cuanto al Retirad la piedra que el Señor dice, yo creo que significa a aquellos que querían imponer la carga de la circuncisión a los que venían a la Iglesia desde los gentiles, contra los cuales escribe el Apóstol más de una vez167, o a aquellos que en la Iglesia viven corruptamente, y son escándalo para los que quieren creer. Marta le dice: Señor, ya hace cuatro días, y huele mal168. La tierra es el último de los cuatro elementos, luego significa el hedor de los pecados terrenos, es decir, de las concupiscencias carnales. Eres tierra —dijo el Señor a Adán después que pecó—, y volverás a la tierra169. Y, quitada la losa, salió del sepulcro, envuelto de manos y pies, y su cara cubierta con un sudario. Lo de que salió del sepulcro significa el alma que se aparta de los vicios carnales. En cambio, lo de que envuelto con vendas significa a los que se apartan de los carnales y sirven de corazón a la ley de Dios; sin embargo, constituidos en el cuerpo no podemos ser ajenos a las molestias de la carne, al decir el Apóstol: Yo con el espíritu sirvo a la ley de Dios, pero con la carne sirvo a la ley del pecado170. En cuanto a que su rostro estaba cubierto con un sudario, es que en esta vida no podemos tener conocimiento pleno, como dice el Apóstol: Ahora vemos por un espejo confusamente, pero después cara a cara171. Y dijo Jesús: Desatadlo y dejadle andar172, que significa que después de esta vida caerán todos los velos para que veamos cara a cara. Y en cuanto a la distancia entre la humanidad asumida por la Sabiduría de Dios para quienes hemos sido liberados, y los demás hombres, se deduce de esto que Lázaro no es soltado sino saliendo del sepulcro, es decir, que el alma, aunque haya renacido, no puede ser liberada de todo pecado e ignorancia sino por la disolución del cuerpo, en tanto ve al Señor como por un espejo y confusamente, mientras que las vendas y el sudario de Aquel que no hizo pecado, y no ignoró nada, fueron encontrados en el sepulcro173. Porque sólo El no estuvo prisionero del sepulcro en la carne, como si se encontrara en El algún pecado174, pero ni siquiera envuelto con los lienzos como si algo le ocultase o le retardase su salida.
CUESTIÓN 66
Sobre lo que está escrito: «¿ignoráis acaso, hermanos (y hablo a gente que sabe la ley), que la ley obliga al hombre sólo mientras vive?», hasta el pasaje donde se dice: «vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros»
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,67; S. POSSID., Indic. 10,31)
Respuesta: 1. La comparación. El Apóstol en esta comparación, en la cual habla del marido y su mujer, porque la mujer está obligada a la ley del marido, recomienda considerar estos tres elementos: la mujer, el marido y la ley, a saber, a la mujer sujeta al marido mediante el vínculo de la ley, del cual se libera por la muerte del marido, de manera que ella se pueda casar con quien quiera. En efecto, lo dice así: La mujer casada está legalmente vinculada al marido, mientras el marido está vivo; pero si su marido ha muerto, queda exenta de la ley del marido. Así pues, si, mientras vive el marido, se fue con otro, será declarada adúltera; en cambio, si hubiese muerto su marido, está exenta de la ley, para que no sea adúltera si se va con otro175. Hasta aquí la comparación. A continuación comienza a exponer el asunto para cuyo esclarecimiento y prueba ha traído la comparación.
El hombre, el pecado y la ley. También en esta cuestión hay que tener en cuenta igualmente tres cosas: el hombre, el pecado y la ley. Porque dice que tanto tiempo el hombre está bajo le ley cuanto vive bajo el pecado; del mismo modo, tanto tiempo la mujer está bajo la ley del marido cuanto vive el marido. Pues aquí se ha de entender por pecado ese que viene por causa de la ley. Pecado que el Apóstol dice que sobrepasa toda medida, porque se comete con todo aun cuando aparezca como pecado, y se dobla por la prevaricación que se le junta. Porque donde no hay ley, tampoco hay prevaricación176. Y ese es el sentido de lo que dice: Para que el pecador y el pecado pasen a ser sobre toda medida por causa del precepto177.
Por esta razón dice que la ley, aunque prohíbe el pecado, con todo no ha sido dada para librar del pecado, sino para desenmascarar el pecado, sirviendo al cual el alma, para ser liberada del pecado, debe convertirse a la gracia del Libertador. Porque por medio de la ley hay conocimiento del pecado178. Y en otro pasaje dice: Pero el pecado, para que aparezca como pecado, por medio del bien, me ha causado a mí la muerte179. Luego donde no está la gracia del Libertador, la prohibición de los pecados aumenta el deseo de pecar. Lo cual ciertamente es un bien, para que el alma sienta que ella misma es incapaz para librarse de la esclavitud del pecado; y de este modo, desinflada y extinguida toda soberbia, se someta a su Libertador, y el hombre diga con sinceridad: Mi alma va unida en pos de ti180. Lo cual ya es no estar bajo la ley del pecado, sino en la ley de la justicia.
La ley del pecado es de muerte, la ley del espíritu es de vida. En cuanto se dice ley del pecado, no es porque la ley misma sea pecado, sino porque se impone a los pecadores. Por esto se dice también: ley de muerte, porque la muerte es la paga del pecado181, aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley182. Pues, al pecar, nos precipitamos en la muerte. En efecto, pecamos más gravemente cuando lo prohíbe la ley que si no lo prohibiese ley alguna. En cambio, al venir la gracia, cumplimos ya sin trabajo y de buen grado aquello mismo que la ley había mandado trabajosamente. Luego la ley del pecado y de la muerte, es decir, la que fue impuesta a los pecadores y a los que están sujetos a la muerte, manda sólo que no deseemos desordenadamente, y sin embargo tenemos toda clase de deseos desordenados. Al contrario, la ley del espíritu de vida, que pertenece a la gracia, y libera de la ley del pecado y de la muerte, hace que no deseemos desordenadamente, y que cumplamos los mandatos de la ley, ya no como esclavos por temor, sino como amigos por la caridad y servidores de la justicia, por quien esa ley fue promulgada. Pues a la justicia se le ha de servir no servilmente, sino con libertad, es decir, con caridad y no con temor. Por eso es una gran verdad el dicho: Entonces ¿derogamos la ley por la fe? De ningún modo. Al revés, convalidamos la ley183. Porque la fe realiza eso que la ley prescribe. Luego la ley es convalidada por medio de la fe. Fe que, cuando no existe, sólo manda la ley; a los que no cumplen lo mandado los declara reos, para que algún día convierta a la gracia del Libertador a esos que gimen y no pueden cumplir lo que está mandado.
2. Análisis de la comparación. Como vemos tres elementos en la comparación: la mujer, el marido y la ley; y en este asunto por el que he traído la comparación, también hay tres elementos: el alma, el pecado y la ley del pecado, aparece aquí una sola diferencia: que en la comparación muere el marido para que la mujer se case con quien quiera, porque está libre de la ley del marido; en cambio, aquí es la misma alma la que muere al pecado para desposarse con Cristo, pues cuando muere al pecado, muere también a la ley del pecado. Dices: Pues bueno, hermanos míos, también vosotros estáis muertos a la ley por el cuerpo de Cristo, para que seáis del que resucitó de los muertos para que fructifiquemos para Dios. Cuando estábamos en la carne184—continúa—, es decir, cuando estábamos atrapados por los deseos carnales, las pasiones pecaminosas, que existen por causa de la ley, operaban en nuestros miembros, para que llevasen frutos de muerte. A la concupiscencia incentivada, que la ley prohíbe, cuando aún no había fe, y al crimen de prevaricación unido al cúmulo de pecados, porque donde no hay ley, tampoco hay prevaricación185, a eso llama pasiones, que son por causa de la ley activadas en nuestros miembros para que lleven por fruto a la muerte. Antes de que viniese la gracia por la fe, el alma vivía bajo el imperio de esas pasiones, como bajo un marido tirano. Luego aquel que sirve de corazón a la ley de Dios muere a esas pasiones, aunque las mismas pasiones no estén muertas todavía, mientras por la carne sirve a la ley del pecado. Conque a aquel que está bajo la gracia le queda aún un algo que no le venza ni haga cautivo, mientras es mortificado todo lo que está arraigado en la mala costumbre, y de ahí se dice que el cuerpo ahora está también muerto, mientras no sirve perfectamente al espíritu. Sucederá que sirva perfectamente, cuando llegue a ser vivificado también el mismo cuerpo mortal.
3. Las cuatro etapas de la vida humana. Esto nos hace comprender que en todo hombre hay también como cuatro etapas, que pasadas sucesivamente desembocarán en la vida eternal, En efecto, porque convenía, y eso era justo después de que nuestra naturaleza pecó, que, perdida la beatitud espiritual que viene significada con el nombre de paraíso, naciésemos animales y corporales, la primera etapa es la acción antes de la ley; la segunda, la acción bajo la ley; la tercera, bajo la gracia; la cuarta, en la paz. La acción antes de la ley es cuando ignoramos el pecado y seguimos las concupiscencias carnales. La acción bajo la ley, cuando, ya se nos prohíbe el pecado, y sin embargo pecamos vencidos por la costumbre del pecado, porque todavía no nos ayuda la fe. La tercera acción es cuando ya creemos del todo en nuestro Libertador, sin atribuir nada a nuestros méritos, sino que, amando su misericordia, ya no somos vencidos por el deleite de la mala costumbre, cuando se esfuerza por llevarnos al pecado; pero con todo sufrimos todavía sus asaltos importunos, aunque no cedamos a ellos. La cuarta acción es cuando no hay en el hombre ya completamente nada que se oponga al espíritu, sino que todo, armoniosamente unido y concordado, guarda un algo con paz sólida; lo cual va a suceder una vez vivificado el cuerpo mortal, cuando esto corruptible llegue a vestirse de incorrupción y esto mortal llegue a vestirse de inmortalidad186.
4. La primera acción o etapa. Para demostrar la primera acción, he aquí los testimonios que nos vienen entretanto: Por un hombre entró el pecado en este mundo, y por el pecado la muerte; y así se propagó a todos los hombres, en quien todos los hombres pecaron. Porque hasta la ley hubo pecado en el mundo. Pero no se imputaba cuando no existía la ley187. Y también: De hecho, sin la ley el pecado está muerto; y yo estaba vivo cuando no había ley188. Lo que dice aquí: Está muerto, es lo mismo que ha dicho arriba: que no se imputaba, esto es, que no era conocido. Lo que declara a continuación diciendo: sino que el pecado, al aparecer como pecado, me ha causado a mí la muerte por medio de un bien189, esto es, por medio de la ley; porque la ley es buena cuando alguien se sirve de ella legítimamente190. En consecuencia, si aquí dice: al aparecer como pecado, está claro que por eso lo llama muerte, y que no era imputado, porque no era conocido antes de que lo delatase la ley que lo prohibía.
5. La segunda acción o etapa. Para la segunda acción acuden estos testimonios: En cuanto a la ley se metió por medio para que abundase el delito191. Porque se le juntó también la transgresión que no existía. Y el otro texto ya citado: Cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que existen por la ley operaban en nuestros miembros para fructificar para la muerte192. Y aquello: ¿Qué diremos entonces? ¿Que la ley es pecado? ¡Ni mucho menos! Sino que yo no he conocido el pecado sino por la ley. Realmente, yo desconocía la concupiscencia si no hubiese dicho la ley: No codiciarás. Y con esta ocasión el pecado actuó en mí toda concupiscencia por el pecado193. También poco después dice: Al llegar el precepto revivió el pecado. Y yo fui muerto, y me encontré con que el precepto que era para la vida, ese mismo era para la muerte. Porque el pecado, tomando la ocasión por el precepto, me engañó, y por él me mató194. Luego al decir: fui muerto, quiere dar a entender que me he dado cuenta de que yo estoy muerto, porque ahora peca también por transgresión el que advierte por la ley qué es lo que no debe hacerse y sin embargo lo hace. En cuanto a que: me engañó el pecado, tomando la ocasión por el precepto, quiere dar a entender: o que el envite del deleite hacia el pecado es más vehemente, al estar presente la prohibición, o que aun cuando el hombre hiciere algo de acuerdo con el precepto de la ley, si no tiene todavía la fe que está en la gracia, quiere atribuírselo a sí mismo, no a Dios, y peca más ensoberbeciéndose. Continua y dice: Así que la ley es santa, y el precepto, santo y justo y bueno. ¿Es que lo que es bueno se ha hecho muerte mí? No, tampoco, sino que el pecado, al aparecer como pecado, me ha causado a mí la muerte por medio de un bien, de modo que sea hecho pecador sobremanera, y el pecado el que delinque gracias al precepto. Pues nosotros sabemos bien que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, esto es, yo cedo a la carne, en tanto que no he sido aún liberado por la gracia espiritual. Vendido como esclavo del pecado195, esto es, pecando al precio de los placeres temporales. Porque lo que realizó, lo ignoro196, esto es, no entiendo que esté en los preceptos de la verdad, donde está la ciencia verdadera. En este sentido dice el Señor a los pecadores: No os conozco197. En efecto, a Él nada se le oculta, pero porque no se encuentran pecados en las prescripciones de la ley que contiene la verdad, por eso la misma Verdad dice a los pecadores: No os conozco.
Porque así como los ojos sienten la oscuridad cuando no ven, así el alma siente los pecados sin conocerlos. Por esto creo yo que se dijo en los Salmos ¿Quien conoce sus fallos?198 Pues yo no hago lo que quiero, sino lo que odio es lo que hago. Y si hago lo que es contra mi voluntad estoy de acuerdo con la ley en que es buena. Pero entonces ya no realizo yo eso, sino lo que habita en mí que es el pecado. En efecto, yo creo claro que no habita en mí es decir, en mi carne el bien. Porque en mi está querer el bien, pero no encuentro el realizarlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso es lo que hago. Pues si hago eso que no quiero, ya no lo realizo yo, sino lo que habita en mí que es el pecado. Descubro entonces para mí que quiero hacer el bien, esa ley; que el mal habita en mi Pues yo me complazco con la ley de Dios según el hombre interior; pero veo otra ley en mis miembros que se opone a la ley de mi razón, y que me hace cautivo de la ley del pecado que está en mis miembros199. Hasta aquí las palabras del hombre constituido bajo la ley, aún no bajo la gracia, porque aun cuando no quiere pecar, le vence el pecado. Puesto que está fortalecido el hábito de la carne y el vínculo natural de la mortalidad por el que descendemos de Adán. Que implore ayuda quien se encuentre en esta situación, y que reconozca que fue suyo lo que le hizo caer, y que no es suyo lo que le levanta. Y una vez liberado, reconociendo la gracia de su Libertador, dice: ¡Desgraciado de mí, pobre hombre!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo Señor nuestro200.
6. La tercera acción o etapa. Ahora comienza el lenguaje del hombre constituido ya bajo la gracia en la acción o etapa que he presentado como la tercera, la cual tiene sin duda recalcitrante a la mortalidad de la carne, pero ni vencedora ni cautivadora para arrancar el consentimiento al pecado Efectivamente dice así: En resumen: yo, de por mí, por un lado sirvo con la razón a la ley de Dios; por otro lado, con la carne sirvo a la ley del pecado. En consecuencia, ahora no hay condena alguna para los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Lo cual era imposible para la ley porque estaba debilitada a causa de la carne, es decir, por los deseos carnales. Por eso, pues, no era cumplida la ley, porque todavía no existía el amor de la misma justicia, que ocupase el alma con la alegría interior para que no fuese arrastrada al pecado por el deleite de las cosas temporales. Por tanto, la ley estaba debilitada por causa de la carne, es decir, no hacía justos a los entregados a la carne. Pero Dios envió a su propio Hijo a semejanza de la carne de pecado201. No era, pues, una carne de pecado porque no había nacido del deleite carnal; pero, sin embargo, en ella estaba la semejanza de la carne de pecado, porque era una carne mortal, ya que Adán no mereció la muerte sino pecando. En cambio, ¿qué hizo el Señor? Acerca del pecado condenó al pecado en la carne202; es decir, tomando la carne del hombre pecador, y enseñando de qué modo deberíamos vivir, condenó el pecado en la misma carne, para que el espíritu, inflamado por el amor de las cosas eternas, no fuese hecho cautivo para consentir en la libido.
Y continúa: Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos según la carne, sino según el espíritu203. De ese modo se cumplen por el amor los preceptos de la ley que no podían ser cumplidos por el temor. Porque los que son según la carne, saborean las cosas de la carne204, es decir, codician los bienes carnales en vez de los bienes celestiales. En cambio, los que son según el espíritu, sienten las cosas que son del espíritu. Pues la prudencia de la carne es la muerte; mientras que la prudencia del espíritu es la vida y la paz. Porque la prudencia de la carne es enemiga contra Dios205. El mismo explica el sentido de la palabra enemiga: para que nadie piense erróneamente que interviene otro principio. En efecto, añade y dice: Pues no está sometida a la ley de Dios; de hecho, ni siquiera puede206. Luego obrar contra la ley, eso es ser enemiga contra Dios, no porque a Dios le pueda hacer daño cosa alguna, sino porque se perjudica a sí mismo todo el que resiste a la voluntad de Dios; y eso es dar coces contra el aguijón, como se le dijo divinamente al apóstol Pablo cuando todavía perseguía a la Iglesia. Del mismo modo se dijo207: Pues no está sometida a la ley de Dios; de hecho, ni siquiera puede, como si dijera: «La nieve no calienta; en realidad, ni siquiera puede». Porque en tanto que es nieve, no calienta, pero puede ser derretida y hervir para que caliente, y cuando hace eso ya no es nieve. Del mismo modo, también se llama prudencia de la carne cuando el alma codicia los bienes temporales en vez de los bienes supremos. Porque mientras tal apetito esté presente en el alma no puede estar sometida a la ley de Dios, es decir, no puede cumplir lo que manda la ley. Pero en cuanto haya comenzado a desear los bienes espirituales y a despreciar los temporales, deja de ser prudencia de la carne, y no resiste al espíritu. Se dice, por tanto, que tiene prudencia de la carne cuando la misma alma codicia las cosas inferiores; no porque la prudencia de la carne sea una sustancia de la cual se viste o se desviste el alma, sino que es un afecto del alma misma que desaparece por completo cuando se convierte toda entera a las cosas superiores. Y los que están en la carne —dice— no pueden agradar a Dios208, es decir, los que se complacen en placeres carnales. Pues para que nadie llegue a pensar que se habla de los que todavía no han salido de la vida presente, añade muy oportunamente: Vosotros, en cambio, no estáis en la carne, sino en el espíritu209. Evidentemente habla de los que están de pie todavía en la vida presente. En efecto, ellos estaban en el espíritu porque descansaban en la fe, esperanza y caridad de las cosas espirituales. Ya que el Espíritu de Dios —dice— habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ese no es de Él. En cambio, si Cristo está en vosotros, el cuerpo ciertamente está muerto por el pecado, pero el espíritu tiene vida por la justificación210. Llama muerto al cuerpo en tanto que es tal que molesta con la necesidad de las cosas corporales, y aun solicita a desear las cosas terrenas con algunos movimientos que provienen de la misma necesidad. Sin embargo, existiendo esas solicitaciones, el alma no las consiente para hacer lo que no es licitico, porque ella ya sirve a la ley de Dios, y está constituida en gracia. Aquí vale lo dicho arriba: Yo, por un lado, sirvo con la mente a la ley de Dios, pero, por otro lado, con la carne sirvo a la ley del pecado211. Ved que este hombre descrito aquí está bajo la gracia, el cual aún no tiene la paz perfecta, que ha de tener con la resurrección y la transformación del cuerpo.
7. La cuarta acción o etapa. Queda, por tanto, tratar de esta misma paz de la resurrección del cuerpo, que es la cuarta acción o etapa de la humanidad, si es que conviene llamar acción a lo que es el supremo descanso. En efecto, prosigue y dice: Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por el Espíritu suyo que habita en vosotros212. Aquí hay también un testimonio evidentísimo sobre la resurrección del cuerpo, y aparece ciertamente mientras estamos en la vida presente, que no faltan molestias a causa de la carne mortal ni algunas provocaciones de los deleites camales. Y aun cuando no ceda a ellas el que constituido bajo la gracia sirve a la ley de Dios, con todo, en la carne sirve a la ley del pecado. Al ser perfeccionado el hombre por estos grados, no se encuentra sustancia alguna como un mal, ni es mala la ley que muestra al hombre en qué lazos de los pecados está atrapado, para que, implorando el auxilio del Libertador por medio de la fe, merezca ser liberado, ser elevado y asegurado firmísimamente.
En resumen: en el primer acto, que es el de antes de la ley, no hay lucha alguna con los placeres de este mundo; en el segundo, que es bajo la ley, luchamos, pero somos vencidos; en el tercero, luchamos y vencemos; en el cuarto, ya no luchamos, sino que descansamos con la paz perfecta y eterna. Porque queda sometido a nosotros lo que es nuestro ser inferior, que no se sometía por eso, porque nosotros habíamos abandonado a Dios, superior a nosotros.
CUESTIÓN 67
Sobre el pasaje: «sostengo además que los sufrimientos del tiempo presente no son dignos para la gloria futura que va a ser revelada en nosotros», hasta las palabras: «pues con esa esperanza hemos sido salvados»
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,67; S. POSSID., Indic. 10,32; CASSIOD., In Rom. 8)
Respuesta: 1. Advertencia. Este capítulo es oscuro porque no aparece suficientemente a qué llama aquí criaturas. Ahora bien, según 1a doctrina católica, se llama criatura a todo lo que ha hecho y creado Dios Padre por el Hijo unigénito en la unidad del Espíritu Santo. Por tanto, no sólo los cuerpos, sino también nuestras almas y los espíritus están comprendidos en la palabra criaturas. Y así dijo: Toda la creación será liberada de la esclavitud de la muerte para la libertad de la gloria de los hijos de Dios213, como si nosotros no fuéramos esa criatura, sinolos hijos de Dios, para cuya libertad de la gloria la creación será liberada de la esclavitud. También dice: De hecho sabemos que toda la creación gime y sufre con gemido universal hasta el presente, y no sólo ella, sino también nosotros mismos214, como si nosotros fuésemos una cosa, y otra cosa distinta toda la creación. En consecuencia, hay que estudiar con detalle el capítulo entero.
2. Exposición v.18-19: La creación espera impaciente la manifestación de los hijos de Dios. Dice el Apóstol: Sostengo además que los sufrimientos del tiempo presente no son dignos para la gloria futura que va a ser revelada en nosotros. Esto está claro, puesto que más arriba había dicho: Al contrario, si con el espíritu dais muerte a los hechos de la carne, viviréis215. Lo cual no es posible sin sufrimiento, para lo cual es necesaria la paciencia. A esto pertenece también lo que acaba de decir: Si sufrimos con Él, para ser glorificados también con Él216. Así Pues,yo creo que dice lo mismo del texto: De hecho, la expectación de la creación espera impaciente la revelación de los hijos de Dios217. En efecto, es lo mismo que sufre en nosotros cuando mortificamos las obras de la carne, es decir, cuando tenemos hambre o tenemos sed por la abstinencia, cuando refrenamos el placer sexual por la castidad, cuando soportamos las 1aceraciones de las injurias y los dardos de los ultrajes por la paciencia, cuando despreciado y pospuesto nuestro propio bienestar trabajamos por el bien de la madre Iglesia; todo cuanto sufre en nosotros con esta atrición y cosa parecida, es criatura. Porque sufre el cuerpo y el alma, que ciertamente es criatura, y espera impaciente la revelación de los hijos de Dios; quiero decir, está esperando la hora en que aparezca el objeto de la vocación, con esa gloria a la que ha sido llamado. Y porque el Hijo unigénito de Dios no puede ser llamado criatura, puesto que por Él fueron creadas todas las cosas que Dios creó, nosotros evidentemente, por una parte, somos llamados criatura antes de esa manifestación de la gloria, y por otra, hijos de Dios, aunque esto lo merezcamos por la adopción, porque el Unigénito es Hijo por naturaleza. Por tanto, la expectación de la creación, es decir, nuestra expectación, espera impaciente la revelación de los hijos de Dios, quiero decir, está expectante por la hora en que aparezca lo que ha sido prometido, la hora en que se manifieste en realidad lo que ahora somos en esperanza. Porque somos hijos de Dios, y todavía no ha aparecido lo que seremos. Pero sabemos que, cuando llegue a aparecer seremos semejantes a Él, porque le veremos como Él es218. Esta es la manifestación de los hijos de Dios que ahora la expectación de la creación espera impaciente. No es que la creación está esperando la manifestación de otra naturaleza que no sea criatura, sino la misma cual es ahora está esperando el momento en que ella sea cual va a ser. Como si se dijera: Cuando un pintor está trabajando con los colores junto a él ya preparados para su obra, la expectación de los colores está esperando la manifestación de la imagen; no que entonces son unos, y luego serán otros, o no serán colores, sino tan solo que tendrán una dignidad distinta.
3. Exposición v.20.21: La creación está sometida al pecado no por su gusto. Porque —dice— la creación está sometida a la vanidad219. Que es lo mismo de: Vanidad de los vanidosos y todo vanidad. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo que él trabaja bajo el sol?220 A quien le fue dicho: Con trabajo comerás tu pan. Pues la creación está sometida a la vanidad no por su gusto. Bien precisado: no por su gusto, como quiera que el hombre pecó por su gusto, y fue condenado por su gusto. De hecho, el pecado fue espontáneo al obrar contra el precepto de la verdad; al contrario del castigo del pecado, al quedar sometido al engaño. Por tanto, la creación no está sometida a la vanidad por su gusto, sino por aquél que la sometió en la esperanza221, es decir, por la justicia y la clemencia a la vez de aquel que no ha dejado el pecado impune ni ha querido que el pecador sea incurable.
4. Criatura es la humanidad pecadora. Porque hasta la criatura justamente, es decir, el mismo hombre que al haber borrado por el pecado el sello de la imagen permanece simplemente criatura; y así la criatura justamente, es decir, esa misma que todavía no es llamada forma perfecta de hijos, sino simplemente criatura, será liberada de la servidumbre de la muerte222. Al decir que hasta ella misma será liberada, da a entender que también ella misma lo mismo que nosotros, es decir, que tampoco hay que desesperar de esos justamente que aún no son llamados hijos de Dios porque todavía no han creído, sino solamente criatura porque también ellos han de creer y serán liberados de la servidumbre de la muerte, del mismo modo que nosotros, que ya somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que seremos Por tanto, serán liberados de la servidumbre de la muerte, para la libertad de la gloria de los hijos de Dios223; es decir, hasta ésos justamente serán, de siervos, libres, y de muertos, gloriosos con la vida perfecta que tendrán los hijos de Dios.
5. Exposición del v.22: El hombre recapitula toda la creación. Sabemos bien que toda la creación gime con gemido universal y se duele hasta el presente224. Toda la creación está recapitulada en el hombre, no porque en él estén todos los Ángeles y las Virtudes superiores y las Potestades, o el cielo y la tierra y el mar con todo lo que hay en ellos, sino porque toda criatura en parte es espiritual, en parte es animal y en parte es corporal. Si lo consideramos desde abajo arriba, la criatura corporal se difunde por los espacios, la animal da vida a la corporal, la espiritual rige a la animal; y la rige bien cuando ella misma se somete para ser regida por Dios; en cambio, cuando quebranta sus mandatos, se ve envuelta en quebrantos y duelos por medio de las mismas criaturas que ella misma podía regir. En consecuencia, el que vive del cuerpo se llama hombre carnal o animal: carnal, porque persigue apasionadamente las cosas carnales, y animal, porque le arrastra la lascivia disoluta de su alma, a la que no rige el espíritu ni la mantiene dentro de los límites del orden natural; porque tampoco él mismo se somete para ser regido por Dios. En cambio, el que rige al alma por el espíritu, y al cuerpo por medio del alma (lo cual no puede hacer si no tiene a Dios por rector y guía, porque como la cabeza de la mujer es el varón, así la cabeza del varón es Cristo)225, se llama espiritual. Vida que al presente se vive con alguna molestia, pero después no sufrirá ninguna. Y porque los ángeles del cielo viven espiritualmente, los del infierno, en cambio, animalmente, y en cuanto a las bestias y a todos los animales viven carnalmente; el cuerpo, empero, no vive si no recibe la vida. Toda la creación está en el hombre, porque tanto entiende con el espíritu como siente con el alma y se mueve localmente con el cuerpo. Así pues, toda la creación gime y se duele en el hombre con gemido universal. Porque no ha dicho la creación entera, sino toda, como cuando alguno dice que todos los hombres que están sanos ven el sol, sin que todos los sanos lo vean, puesto que solamente lo ven con los ojos; de igual modo, en el hombre está toda la creación en cuanto que él entiende, vive y tiene un cuerpo, pero no está en él la creación entera, porque además de él hay también ángeles que entienden, viven y son, y animales que viven y son y cuerpos que únicamente son. Siendo el vivir más que el no vivir, y el entender más que el vivir sin entendimiento. Por consiguiente, cuando el pobre hombre gime y se duele con gemido universal, toda la creación gime y se duele con gemido universal hasta el presente.
Hasta el presente lo ha dicho con razón, porque aunque hay ya algunos justos en el seno de Abrahán226, y el ladrón aquel admitido en el Paraíso con el Señor227, en aquel día en que creyó, dejó de sufrir, sin embargo, hasta el presente toda la creación gime y se duele con gemido universal, porque en los que aún no han sido liberados está toda por el espíritu, por el alma y por el cuerpo.
6. Exposición del v.23-24: Nuestra esperanza de adopción. No solo —dice— toda la creación gime y se duele con gemido universal. Más aún, incluso nosotros mismos, es decir, que en el hombre no solo el cuerpo y el alma y el espíritu sufren conjuntamente por las dificultades del cuerpo, sino que incluso nosotros mismos, además de los cuerpos, gemimos con gemido universal en nosotros mismos poseyendo las primicias del espíritu228. Precisión óptima: poseyendo las primicias del espíritu, es decir, cuyos espíritus han sido ya ofrendados a Dios como sacrificio e inflamados por el fuego divino de la caridad. He ahí las primicias del hombre, porque la verdad posee primero nuestro espíritu, para dominar por medio de él todo lo demás. Por tanto, ya tiene ofrecidas a Dios las primicias aquel que dice: Yo, de por mí, sirvo a la ley de Dios con la razón, pero, por otro lado, a la ley del pecado con la carne229. También el que dice: Dios, a quien sirvo en mi espíritu230, lo mismo que aquel de quien se dice: El espíritu en verdad es animoso, mas la carne débil231. Pero como añade todavía: Desgraciado de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?232 Y también se refiere a ellos: vivificará vuestros cuerpos mortales por el Espíritu que habita en vosotros233, aún no es un holocausto; lo será cuando la muerte sea absorbida en la victoria; cuando sea interpelada en estos términos: ¿Dónde está, muerte, tu pelea? ¿Dónde está muerte, tu aguijón?234
En consecuencia, al presente, dice, no solamente toda la creación, es decir, con el cuerpo, sino incluso nosotros mismos, que poseemos las primicias del espíritu; es decir, nosotros, almas que ya hemos ofrecido a Dios nuestros espíritus como primicias, gemimos con gemido universal en nosotros mismos, esto es, para que también el propio cuerpo, recibiendo el beneficio de la adopción de los hijos de Dios a la que somos llamados, manifieste que enteramente todos los liberados235, desaparecidas todas las tribulaciones, son en todos los sentidos hijos de Dios, pues con esta esperanza hemos sido salvados. Ahora bien, la esperanza que se ve, ya no es esperanza236. En resumen: Entonces será realidad lo que ahora es esperanza, cuando llegue a aparecer lo que seremos; es decir, semejantes a Él, porque le veremos tal cual es237.
7. Conclusión. Al exponer este capítulo en el sentido en que lo he tratado, se evitan esas dificultades que hacen decir a casi todo el mundo que todos los Ángeles y las Virtudes celestes están con dolores y gemidos, antes de que nosotros seamos liberados del todo por este pasaje: La creación toda gime y se duele con gemido universal. Porque, aunque nos ayudan según su dignidad, obedeciendo a Dios que se dignó enviarnos hasta a su Hijo único, sin embargo debe admitirse que eso lo hacen sin gemidos ni dolores; de otro modo serían infelices, y más feliz aquel Lázaro de los nuestros que ya descansa en el seno de Abrahán. Y tanto más porque ha dicho el Apóstol que la misma creación, que gime y se duele con gemido universal, está sometida a la vanidad. Lo cual no es lícito pensar de las criaturas supremas y excelentes que son las Virtudes y las Potestades. Además, he dicho que tiene que ser libertador de la servidumbre de la muerte; donde no podemos pensar que han caído aquellos que viven en el cielo la vida felicísima.
Con todo, nada hay que afirmar temerariamente, sino que han de ser consideradas aún con más piadoso respeto las palabras divinas. Ni tal vez pueda entenderse la creación que gime y se duele con gemido universal y está sometida a la vanidad de otro modo diferente como si se tratara de los ángeles del cielo, mientras ayudan por mandato de nuestro Señor a nuestra debilidad, sin caer en la impiedad. Pero, sea que se adopte la explicación que he expuesto, sea alguna otra de este capítulo, una cosa sí hay que evitar: no contradecir o lesionar la fe católica. Porque yo sé que herejes vanos han dicho muchas cosas impías e inútiles a propósito de este capítulo.
CUESTIÓN 68
Sobre el pasaje de la escritura: «¡vamos, hombre!, ¿quién eres tú para replicar a Dios?»
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,69; S. POSSID., Indic. 10,33)
Respuesta: 1. Objeciones. Como parece que el Apóstol ha corregido a los curiosos, al decir: ¡Vamos, hombre!, ¿quién eres tú para replicar a Dios?, hacen cuestión de eso mismo, y no dejan de ser curiosos con esa opinión que condena su propia curiosidad, y de hecho los impíos lo hacen con injuria para decir que el Apóstol ha fracasado en la solución, y que ha condenado a los que lo intentan, porque él era incapaz de explicar lo que se buscaba. Y algunos herejes, que no engañan sino cuando prometen una creencia que ellos no tienen, y enemigos de la Ley y los Profetas todo lo que el Apóstol ha introducido sobre ellos en su enseñanza dicen calumniosamente que son falsedades y corrupciones; incluso que prefieren enumerar este pasaje entre las interpolaciones, y negar que haya dicho Pablo: ¡Vamos, hombre!, ¿quién eres tú para replicar a Dios? Porque si se les dice a esos que recurren a la calumnia para engañar a los hombres, no tienen más remedio que callarse, y no se atreverán a prometer, a los ignorantes que ellos quieren engañar, ciencia alguna sobre la voluntad de Dios todopoderoso. En cambio, algunos lectores buenos y piadosos de las Escrituras piden qué es lo que se puede responder aquí a los maldicientes y calumniadores. Pero nosotros, que nos unimos provechosamente a la autoridad apostólica y que de ningún modo pensamos que los libros que la disciplina católica custodia están falsificados, reconocemos lo que es verdadero: que esos a quienes estas cosas se resisten son indignos y enfermos para comprender los secretos divinos. Y cuando protestan y se indignan de que no son unos iniciados en los designios de Dios, comenzando a decir: En resumidas cuentas, ¿qué? Dios tiene misericordia de quien quiere, y deja endurecerse a quien quiere; ¿entonces de qué se queja?, porque ¿quién resiste a su voluntad?238 Con semejantes palabras, o comienzan a calumniar a las Escrituras o a buscar un subterfugio a sus pecados para despreciar los mandamientos, con los cuales se llega a la vida virtuosa. Nosotros respondamos fidelísimamente: ¡Vamos, hombre!, ¿quién eres tú para replicar a Dios? Nosotros, guardándoles a ellos el respeto, no echemos lo santo a los perros, ni arrojemos nuestras margaritas ante los puercos239; con tal de que nosotros mismos no seamos ya ni perros ni puercos, y de que entreveamos, al menos en parte y en enigma, algo sublime y muy superior a las teorías vulgares acerca de los méritos de las almas cuando el Espíritu Santo lo revele.
2. El Apóstol se dirige al hombre carnal. En realidad, no es que el Apóstol prohíba a los santos la investigación, sino a esos que todavía no están enraizados y fundados en la caridad, para que puedan abarcar con todos los santos la anchura, longitud, altura y profundidad, y lo que sigue a continuación en el mismo pasaje240. Así que no ha prohibido la investigación aquel que dice: En cambio, el hombre de espíritu puede enjuiciarlo todo, mientras que a él nadie puede enjuiciarlo241; y sobre todo esto otro:Y nosotros no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el espíritu que viene de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha hecho242. Luego ¿a quiénes ha prohibido sino a los de barro y de tierra que, no regenerados ni alimentados aún en su vida interior, llevan la imagen del aquel primer hombre, que fue hecho de la tierra y es terreno?243 Y puesto que él no quiso obedecer a aquel que le hizo, cayó en lo mismo de que fue hecho, y mereció oír después del pecado: Eres tierra, y volverás a la tierra244. Así que a hombres tales dice el Apóstol: ¡Vamos, hombre!, ¿quién eres tú para replicar a Dios? ¿Es que va a decirle la arcilla al que la ha moldeado: por qué me has hecho así?245 En tanto, pues, que eres arcilla, aún no eres hijo perfecto, porque tú no has libado aún la plenitud de la gracia, que nos da la potestad de ser hechos hijos de Dios246 para que puedas oír: Ya no os llamaré siervos, sino amigos247; ¿quién te crees tú para replicar a Dios? ¿Y pretendes conocer el designio de Dios? ¡Tú, que serías un imprudente si hubieras pretendido conocer las intenciones de un hombre igual a ti, antes de que tú fueses admitido a su amistad! Por tanto, como hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevemos también la imagen del hombre celestial248, desnudándonos del hombre viejo y vistiéndonos del hombre nuevo249, para que no se nos reproche como al vaso de arcilla: ¿Es que va a decirle la arcilla al que la ha modelado: por qué me has hecho así?250
3. Dios se manifiesta al corazón puro. Y para que quede bien patente que esas palabras se dirigen no al espíritu santificado, sino a la arcilla carnal, atiende a lo que sigue: ¿No tiene el alfarero derecho sobre la arcilla para hacer de una misma masa un vaso de valor y otro ordinario?251 Desde que nuestra naturaleza pecó en el paraíso, la misma Providencia divina nos forma, no según el cielo, sino según la tierra, es decir, no según el espíritu, sino según la carne, por la generación mortal, y todos somos constituidos una misma masa de lodo, que es la masa del pecado. Así pues, como perdimos el mérito al pecar, y, alejada la misericordia de Dios, ninguna otra cosa les es debida a los pecadores sino la condenación eterna, ¿qué pretende el hombre de esa masa para replicar y decirle a Dios: ¿Por qué me has hecho así? Si quieres saberlo, no quieras ser barro y llega a ser hijo de Dios por la misericordia de aquel que ha dado potestad de ser hechos hijos de Dios a cuantos creen en su nombre. Pero no, como tú pretendes, a los que ambicionan conocer las cosas divinas antes de tener fe. Porque esa recompensa se da al mérito del conocimiento, y el mérito se adquiere por la fe. En cambio, la gracia que es dada por la fe, es dada sin que preceda ningún mérito de nuestra parte. En efecto, ¿cuál es el mérito del pecador y del impío? Sin embargo, Cristo murió por los impíos y los pecadores252, para que nuestra vocación a la fe fuera debida no al mérito, sino a la gracia, y por la fe adquiriésemos también el mérito. Puesto que los pecadores son invitados a la fe, para que por la fe sean purificados de los pecados. De hecho ignoran qué han de llegar a ver si viven rectamente. Y si no viven rectamente, y no pueden vivir rectamente si no creen, está claro que no pueden llegar a ver. Y es evidente que han de comenzar por la fe, para que los preceptos a los que es necesario creer para que sean apartados de este siglo les hagan un corazón limpio donde pueda manifestarse Dios. En efecto, Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios253. Y por la profecía se canta: Buscadlo en la simplicidad del corazón254. Por esta razón se dice justamente a los hombres que permanecen en la vida del hombre viejo, y en consecuencia tienen el ojo del alma oscurecido: ¡Vamos, hombre!, ¿quién eres tú para replicarle a Dios? ¿Es que dice la arcilla al que la modela: por qué me has hecho así? ¿O no tiene el alfarero del barro derecho para hacer del mismo barro una vasija ciertamente de honor y otra de uso ordinario?255 Limpia la Levadura vieja para que seas una masa nueva256; y en esa nueva vida no seas aún párvulo en Cristo para ser alimentado con leche257, sino trata de llegar al hombre perfecto para ser de aquellos de quienes se dice: nosotros hablamos la sabiduría entre los perfectos258. Entonces, sí, oirás correctamente, y no al revés, los secretos de Dios omnipotente que pueda haber sobre los méritos de las almas, sobre la gracia o la justificación.
4. Dios da la gracia a quien quiere. Por ejemplo, la respuesta es fácil a propósito del Faraón: por los malos tratos anteriores con que afligió en su reino a los peregrinos mereció justamente un endurecimiento del corazón que no diese crédito ni a los milagros más clamorosos de Dios que todo lo ordenaba. Pues de esa misma masa, quiero decir, de pecados, Dios sacó vasos de misericordia, a los que iba a salvar, cuando los hijos de Israel se lo pidiesen; y vasos de ira, a saber, el Faraón y su pueblo, con cuyo castigo los iba a instruir, porque, aunque unos y otros fueron pecadores, y en consecuencia perteneciesen a una misma masa, sin embargo habían de ser tratados de otra manera los que habían suplicado al único Dios. Pues Él soportó con mucha paciencia a los vasos de ira que habían sido hechos para la perdición259. Al decir el Apóstol: con mucha paciencia, ha significado bien claramente sus pecados antiguos por los que Él los soportó, para vengarlos oportunamente entonces cuando con su venganza había de ayudar a esos que Él estaba librando. Y para dar a conocer las riquezas de su gloria y los vasos de la misericordia, que Él ha preparado para la gloria260. Puede ser que, turbado, aquí te plantees la cuestión: Él tiene misericordia de quien quiere y deja endurecerse a quien quiere; ¿de qué se queja entonces?, porque ¿quién puede resistir a su voluntad?261 Ciertamente que tiene misericordia de quien quiere, y deja endurecerse a quien quiere. Pero esta voluntad de Dios no puede ser injusta, porque, en efecto, se apoya en los merecimientos más secretos. Y es que hasta los mismos pecadores, aun cuando han formado una masa sola por el pecado general, sin embargo no es sin diversidad entre ellos. Luego en algunos pecadores precede un algo por lo que, aun sin estar justificados, sean hechos dignos de justificación; y por lo mismo en otros pecadores precede un algo por lo que son dignos de endurecimiento. Tienes al mismo Apóstol que dice en otra parte: Porque no aceptaron seguir reconociendo a Dios, Dios los entregó a un sentido réprobo262. Esto último significa que Dios endureció el corazón del Faraón263; y que ellos no aceptaron seguir reconociendo a Dios, quiere decir que ellos se hicieron dignos de ser entregados a un sentido réprobo.
5. Nadie viene si antes no es llamado. En resumen, es verdad que no es del que quiere o del que se afana, sino de Dios que tiene misericordia. Efectivamente, aun cuando uno con los pecados más leves o incluso hasta con los pecados más graves y muchos se hiciere digno de la misericordia de Dios por su gran sentimiento y dolor de arrepentirse, esto no es obra suya, porque, si fuese abandonado, perecería, sino que es obra de Dios que tiene misericordia, porque atiende a sus súplicas y dolores. Cierto que es poca cosa querer, si Dios no tiene misericordia. Pero Dios, que llama a la paz, no tiene misericordia si no ha precedido la voluntad, porque la paz en la tierra es para los hombres que ama el Señor264. Y puesto que nadie puede ni siquiera el querer si no es prevenido y llamado, bien sea íntimamente, donde ningún hombre lo ve, bien sea externamente por la predicación o por algún signo visible, resulta que Dios obra en nosotros también el mismo querer265.
En verdad, a aquella cena, que el Señor en el Evangelio afirma que tiene preparada, ni quisieron venir todos los que fueron llamados, ni aquellos que vinieron hubiesen podido venir si no fueron llamados266. Por tanto, ni los que vinieron deben atribuírselo a sí mismos, ni los que no quisieron venir deben atribuirlo a otro, sino sólo a sí mismos, porque para que viniesen habían sido llamados con libre voluntad. Luego la llamada mueve la voluntad antes del mérito. Por eso también, cuando alguno se atribuye el que ha venido una vez llamado, no puede atribuirse el que ha sido llamado. En cambio, quien una vez llamado no viene, así como no ha tenido mérito de premio para ser llamado, comienza también el mérito del castigo, cuando una vez llamado ha menospreciado el venir. Por eso estarán unidas estas dos cosas: Yo te cantaré, Señor, la misericordia y el juicio267. A la misericordia se refiere la llamada; al juicio, la felicidad de los que una vez llamados han venido, y el castigo de los que no han querido venir. ¿Es que no sabía el Faraón todo el bien que su país había conseguido por la llegada de José?268 Pues el conocimiento de toda aquella historia fue su llamada para que no fuese ingrato tratando con misericordia al pueblo de Israel. En cambio, al no haber querido secundar esta llamada, sino que se ensañó cruel con aquellos a quienes debía humanidad y misericordia, mereció el castigo de que le fuese endurecido el corazón, y sufriese tanta ceguera de alma que no diese crédito a tantos, tan grandes y espectaculares milagros de Dios, para que con su castigo, tanto del desendurecimiento como de la sumersión final visible, pudiese ser instruido aquel pueblo con cuyos sufrimientos Él se había ido acarreando el mérito tanto del endurecimiento oculto como de la sumersión bien manifiesta269.
6. Conclusión: La llamada es ordenación altísima y misericordiosa de la Providencia de Dios. Esta llamada, que obra según las circunstancias tanto en cada hombre como en los pueblos y en el conjunto del género humano, pertenece a la altísima y misericordiosa Providencia. A ello se refiere el pasaje: En el seno materno te santifiqué, y: Cuando estabas en los riñones de tu padre te vi270, y: He amado a Jacob; en cambio, he odiado a Esaú271, puesto que está anunciado antes de que naciesen. Y no puede ser entendido sino tal vez por aquellos que aman a Dios con todo el corazón, y con toda el alma, y con toda su mente, y aman a sus prójimos como a sí mismos272. Porque, fundados en tan grande caridad, pueden ya tal vez comprender la largura, anchura, altura y hondura273. Con todo, hay que sostenerlo con la fe más inquebrantable: que Dios no hace cosa alguna injustamente, que no hay naturaleza alguna que no deba a Dios eso que ella es. Porque a Dios le es debido todo honor, hermosura y armonía de las partes que, si la llegares a atacar del todo, y a eliminarla de las cosas hasta todas sus huellas, no queda nada.
CUESTIÓN 69
Sobre el texto: «entonces también el Hijo en persona se someterá a Aquél que le ha sometido todas las cosas»274
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,70; S. POSSID., Indic. 8,4)
Respuesta: 1. La objeción y la regla de fe católica. Los que sostienen que el Hijo de Dios es igual al Padre, suelen citar más frecuentemente ese testimonio donde dice el Apóstol: Y cuando todo le quede sometido, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que le ha sometido todo, para que Dios sea todo en todos275. Y es que no les sería posible camuflar su error con el nombre cristiano si no es entendiendo mal las Escrituras. Ellos dicen efectivamente: Si es igual, ¿cómo le estará sometido? Que se parece a aquella cuestión del Evangelio: Si es igual ¿cómo el Padre es mayor? En efecto, lo afirma personalmente el Señor: Porque el Padre es mayor que yo276.
Pero la regla de fe católica dice que, cuando los pasajes hablan en las Escrituras del Hijo, que es menor que el Padre, hay que entenderlos en tanto que es Hombre; en cambio, cuando hablan para demostrar que es igual, hay que tomarlas en cuanto que es Dios. Así se ve en qué sentido se dijo: El Padre es mayor que yo; y: Yo y el Padre somos uno277; y: El Verbo era Dios; y: El Verbo se hizo carne278; y: El no creyó una usurpación ser igual a Dios; al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo279.
Pero porque hay también muchas expresiones según la propiedad de la persona, exceptuado lo que se refiere a la asunción de la humanidad, se habla del Hijo de modo que convenga entender que el Padre no es otra cosa que el Padre, y que el Hijo no es otra cosa que el Hijo, los herejes piensan que en esos pasajes que así se expresan y entienden no puede haber igualdad. En efecto, está escrito: Todo ha sido hecho por Él280, entendiendo: por medio del Hijo, es decir, por medio del Verbo de Dios, y ¿por quién sino por el Padre? En ninguna parte está escrito que el Hijo haya creado criatura alguna por medio del Padre. También está escrito que el Hijo es la imagen del Padre; pero en ninguna parte está escrito que el Padre sea la imagen del Hijo281. Además, uno es el que engendra, otro el engendrado; y otras expresiones parecidas que no se refieren a la igualdad de la sustancia, sino a la propiedad de las personas, donde, cuando afirman esos que no es posible que haya igualdad, porque tienen sus mentes demasiado groseras para penetrar estas cuestiones, han de ser obligados por el peso de la autoridad. Si realmente en estos pasajes no se pudiese entender la igualdad de Aquel por medio del cual fueron hechas todas las cosas, y de Aquel por quien todo fue hecho, de la imagen y de Aquel de quien es imagen, del engendrado y del que engendra, el Apóstol no pondría hasta la misma palabra para cerrar la boca de los hombres disputadores, cuando dice: No creyó una usurpación ser igual a Dios.
2. Primera cuestión. Así pues, cuando los pasajes que están escritos para la distinción del Padre y del Hijo han sido escritos así, en parte por las propiedades de las personas, y en parte por la asunción de la humanidad, siempre que se mantenga en todo la deidad y la unidad y la igualdad de la divina sustancia del Padre y del Hijo, es correcto preguntar en este pasaje si el Apóstol ha dicho, según las propiedades de las personas o según la asunción de la humanidad, que Entonces también el Hijo en persona se someterá a Aquel que le ha sometido todo282. El contexto suele iluminar una sentencia de la Escritura, cuando se examina con un análisis diligente todo aquello sobre lo que se ha escrito como interesante a la cuestión presente. Así constatamos que se ha llegado a este pasaje de modo que se dijese antes: Pero, de hecho, Cristo ha resucitado de los muertos como primicia de los que duermen283. Se trata de la resurrección de los muertos, lo cual se realizó en el Señor, en tanto que era hombre. Por lo demás, salta a la vista cuando sigue y dice: Porque si por un hombre vino la muerte, también por un hombre la resurrección de los muertos. Es decir, como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos volverán a la vida. Pero Cada uno en su propio orden: como primicia, Cristo; después, aquellos que son de Cristo, en su venida; luego, el final, cuando haya entregado el reino a Dios y al Padre, cuando haya aniquilado todo principado, y todo poder y fuerza. Porque tiene que reinar basta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. Como enemigo último será destruida la muerte. Pues todo lo ha sometido bajo sus pies, Pero aunque baya dicho que todo está sometido, es evidente que se exceptúa Aquel que le ha sometido todas las Cosas. Y cuando todas las cosas le hayan sido sometidas, entonces también el mismo Hijo se someterá a Aquel que le sometió todo, para que Dios sea todo en todos284. Por tanto, es evidente que este texto fue dicho en tanto que es hombre.
3. Segunda cuestión. Pero suelen cuestionarse otros aspectos de este capítulo, cuyo texto he citado entero: en primer lugar, la frase: cuando haya entregado el reino a Dios y al Padre, como si el Padre no poseyera el reino ahora. Después, la frase: porque tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies285, como si no fuera a reinar después, y a eso se refiere la frase: Luego, el final. Esto loentienden con una interpretación sacrílega así, como si por el final hubiese dicho la extinción de su reino; cuando está escrito en el Evangelio: Y su reino no tendrá fin286. Finalmente, la frase: Y cuando todas las cosas le hayan sido sometidas, entonces también el mismo Hijo se someterá a Aquel que le sometió todo287; donde pretenden entender o que ahora algo no está sometido al Hijo, o que el mismo Hijo no está sometido al Padre.
4. Solución. Pues bien, toda la cuestión se resuelve por el género coloquial. En efecto, el estilo habitual de la Escritura es tal, que lo que existe siempre se dice que comienza a hacerse en alguno desde el momento en que comienza a ser conocido por él. Así decimos nosotros en la oración: Santificado sea tu nombre288, como si alguna vez no fuera santo. Pues así como Santificado sea significa que demuestra que es santo, del mismo modo también Cuando haya entregado el reino a Dios y al Padre significa: cuando haya manifestado que el Padre reina de modo que se vea por visión y epifanía lo que ahora creen los fieles y los infieles no creen. Y anulará todo principado y poder, manifestando precisamente el reino del Padre, a fin de que todo el mundo reconozca que ningún príncipe o potestad, ya del cielo, ya de la tierra, ha tenido por sí mismo principado o potestad alguna, sino de Aquel por quien tienen origen todas las cosas, no solamente para que sean, sino también para que sean ordenadas. En esta manifestación, en efecto, a nadie le quedará esperanza alguna en un jefe o en cualquier hombre. Es lo que se canta también proféticamente: Mejor es esperar en el Señor que esperar en el hombre, mejor es esperar en el Señor que esperar en los jefes289. Así, con esta meditación el alma se eleva ya al reino del Padre, sin hacer caso del poder de cualquier otro fuera de El ni complacerse fatalmente de sí mismo.
Por tanto, entregará el reino a Dios y al Padre cuando el Padre sea conocido por medio de El en visión. Realmente son reino suyo aquellos en quienes reina ahora por la fe. De hecho se dice, en un sentido, reino de Cristo en tanto que es Dios, por lo cual le está sujeta toda criatura; y en otro sentido se dice reino de Dios a la Iglesia en tanto que le pertenece por la fe que hay en él, por la cual ora el que dice: Poséenos290. Porque sólo El posee todas las cosas. Así también se dice: Cuando erais esclavos del pecado erais libres para la justicia291. Luego anulará todo principado y toda potestad y fuerza, para que nadie que vea al Padre por medio del Hijo tenga necesidad o complacencia en poner su descanso en el poder de criatura alguna o en el suyo propio.
5. Exégesis del versículo 25. Pues tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies292, quiere decir que su reino tiene que manifestarse hasta que todos sus enemigos confiesen que El reina, pues esto es lo que quiere decir que sus enemigos estarán bajo sus pies. Si esto lo entendemos de los justos, se dice enemigos porque de injustos han sido hechos justos, y se someten a Él por la fe. En cuanto a que los injustos que no pertenecen a la felicidad futura de los justos, hay que entenderlo en el sentido de que también ellos tendrán que reconocer llenos de confusión, ante aquella manifestación de su reino, que Él reina.
Por consiguiente, que tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies, no significa que, cuando haya puesto a sus enemigos bajo sus pies, no vaya a reinar después, sino que tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies, está diciendo que tiene que llevar su reino a tal grado de evidencia que hasta sus enemigos no se atrevan en modo alguno a negar que El reina. Porque está escrito: Así están fijos nuestros ojos en el Señor nuestro Dios, hasta que se compadezca de nosotros293, no por eso quiere decir que cuando se haya compadecido de nosotros tenemos que apartar los ojos de Él. Porque en tanto Él es nuestra felicidad en cuanto que gozamos de su contemplación. Lo mismo quiere decir ese texto. La mirada de nuestros ojos no se dirige al Señor solamente hasta conseguir su misericordia, no para apartarla después de allí, sino para no buscar ya nada más desde entonces. Por tanto, el hasta que está puesto para que entiendas que ya nada más. En efecto, ¿qué más, es decir, hasta qué manifestación mayor se podrá manifestar el reino de Cristo sino hasta que todos sus enemigos confiesen que El reina? Una cosa, pues, es no manifestarse más, y otra no permanecer más. No manifestarse más es no hacerse más manifiesto; no permanecer más significa no hacerse más perseverante. Pero ¿cuándo el reino de Cristo será más manifiesto que cuando aparezca radiante a los ojos de todos sus enemigos?
6. Exégesis del versículo 26. Como último enemigo será destruida la muerte294. Porque no habrá otra cosa que destruir, después de que esto mortal se haya vestido de inmortalidad, pues ha puesto todo bajo sus pies, esto es: para destruir también la muerte. Pero cuando ha dicho que todas las cosas han sido sometidas —efectivamente lo ha dicho el Profeta en los Salmos—295, es evidente que exceptúa a Aquel que le ha sometido todo296, quiere que se entienda que el Padre ha sometido todo al Hijo, como el mismo Señor comenta y predica en muchos pasajes del Evangelio, no sólo en razón de su forma de siervo, sino también en razón del principio de donde Él es, y por el que Él es igual a Aquel de quien Él procede. Efectivamente, Él se complace en referir todas las cosas a su único principio, como imagen suya, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad297 .
7. Exégesis del versículo 28. Y cuando todas las cosas le estén sometidas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que le sometió todo298. No como si ahora no sea así, sino que entonces será evidente, según la locución explicada antes. Para que Dios lo sea todo en todos299. Él es el final, que he recordado más arriba, cuando al principio ha querido resumirlo todo brevemente, y después explicarlo y desarrollarlo como al detalle. Él hablaba realmente de la resurrección, cuando dice: Como primicia, Cristo; después, los que son de Cristo en su venida; luego, el final300. A saber, el final será que Dios sea todo en todos. En un sentido se dice final por lo que pertenece a la consumación, en otro sentido por lo que pertenece a la consunción. Por ejemplo, se termina una túnica al tejerla, en un sentido, y en otro se consume un alimento al comerlo. En cambio, se dice que Dios es todo en todos cuando ninguno de los que le están unidos ama su propia voluntad en contra de Él, y quede bien patente a todos los que el mismo Apóstol dice en otro lugar: Y en todo caso, ¿qué tienes que no hayas recibido?301
8. Otra exégesis. Hay también quienes entienden ese pasaje: Tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies302, atribuyendo una significación a la palabra reinar distinta a la de reino, donde dice: Cuando haya entregado el reino a Dios y al Padre303, de manera que habría llamado a éste así el reino por el que rige a toda la creación, y habría llamado a aquél reinar para que se entienda por conducir un ejército contra el enemigo o defender una ciudad, como si hubiese dicho: tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies, porque no había ya ninguna razón de tal reino cual lo tienen los jefes de los ejércitos, una vez sometido el enemigo de modo que no pueda rebelarse. Por cierto que se dice en el Evangelio: Y su reino no tendrá fin304, que quiere decir que El reina eternamente. Y en cuanto a la lucha que bajo sus órdenes se libra contra el diablo, durará justamente hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies, pero después ya no habrá más lucha, cuando gocemos de la paz perpetua.
9. Cómo reina actualmente. Todo esto está dicho para que nosotros lleguemos a comprender que tenemos que considerar con más atención y diligencia este punto: en qué consiste el reino actual del Señor por la actuación misteriosa de la Encarnación y la Pasión. Porque en tanto que Él es el Verbo de Dios, su reino es tan sin fin como sin comienzo y sin interrupción. Y en tanto que el Verbo se hizo carne305, comenzó a reinar en los creyentes por la fe en su Encarnación. De donde también el texto: El Señor ha reinado desde el madero306. Pues a partir de aquí ha aniquilado todo principado y todo poder y fuerza, cuando los que creen en Él se salvan no por su gloria, sino por su humildad. Esto está escondido a los sabios y prudentes y es revelado a los pequeños307, porque le plugo a Dios salvar a los creyentes por la necedad de la predicación308. Y el Apóstol dice que él no sabe otra cosa con los pequeños que a Jesucristo, y éste crucificado309.
Predicación que es necesaria todo el tiempo que falta hasta que todos los enemigos sean puestos bajo sus pies, es decir, hasta que toda la soberbia del siglo caiga y se postre ante su misma humildad, que creo que se significa con el nombre de pies; como ya ha sucedido en grandísima parte, y vemos que está sucediendo cada día.
Pero ¿para qué todo esto? Para que El entregue el reino a Dios y al Padre, es decir, para llevar a los alimentados por la fe de su Encarnación hasta la visión con la cual Él es igual al Padre. Porque Él se estaba refiriendo ya a aquellos que iban a creer, cuando decía: Si permanecierais en mi palabra, en verdad seréis discípulos míos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres310. Efectivamente, Él entregará el reino al Padre cuando Él llegue a reinar en los que contemplen la verdad por eso por lo que Él es igual al Padre y por lo que El hará que sea contemplado el Padre en visión por medio de Él, que es el Unigénito. Puesto que ahora Él reina en los creyentes por medio de esto con que Él se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo311. Pero entonces entregará el reino a Dios y al Padre, cuando haya aniquilado todo principado y todo poder y fuerza. ¿Cómo los anulará sino por la humildad y la paciencia y la debilidad?
Pues ¿qué principado no quedará aniquilado cuando el Hijo de Dios reina en los creyentes por eso justamente por lo que los príncipes de este siglo lo juzgaron a Él? ¿Qué potestad no quedará aniquilada, cuando Él mismo, por quien todo fue hecho, reina en los creyentes justamente por eso por lo que Él fue sometido a las potestades de manera que dijese a un hombre: ¿Tú no tendrías sobre mí potestad alguna si no te fuese dada de arriba?312 ¿Qué fuerza no quedará aniquilada, cuando El mismo, por quien los cielos han sido asentados, reina en los creyentes por eso precisamente por lo que se hizo débil hasta la muerte? Es así como el Hijo reina propiamente por la fe de los creyentes. Porque no se puede decir o creer que sea el Padre ni el encarnado, ni el juzgado ni el crucificado. En cambio, por medio de la visión por la que Él es igual al Padre, reina con el Padre en los que contemplen la verdad. Y en cuanto que entregará el reino a Dios y al Padre, conduciendo desde la fe en su encarnación hasta la visión de la deidad a los que ahora creen en Él, Él no lo pierde, sino que uno y otro se dan como una sola cosa a los que los contemplen para gozar. Y en tanto que los hombres no son capaces aún de ver con la luz nítida de la mente la igualdad del Padre y del Hijo, que Cristo reine por medio de eso que los tales hombres pueden captar y que El mismo asumió propiamente, es decir, la humildad de la encarnación, hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies, esto es, hasta que toda la soberbia del siglo quede abatida ante la humildad de su encarnación.
10. Corolario: una cuestión secundaria. Bien que el texto: Entonces también el Hijo personalmente se someterá a Aquel que le sometió todo313, se entienda de la asunción de la humanidad, porque de ahí ha surgido la cuestión cuando se trataba de la resurrección de los muertos, sin embargo es correcto preguntar si se aplica solamente a Cristo mismo en cuanto que es cabeza de la Iglesia314, o a Cristo total, comprendiendo su cuerpo y sus miembros. En realidad, cuando habla a los Gálatas: No dice y a los descendientes como en plural, sino como en singular, y a tu descendencia, que es Cristo315; para que no entendamos en este pasaje solamente a Cristo, que nació de María Virgen, añade después: Pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, sois, por consiguiente, descendencia de Abrahán. Y a los Corintios, hablando de la caridad, tomando una comparación de los miembros del cuerpo: Porque como es un solo cuerpo —dice— y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, es un solo cuerpo, así también Cristo316. No dijo: así también los de Cristo, sino así también Cristo, manifestando que se llama con todo derecho también Cristo total, es decir, la cabeza con su cuerpo, que es la Iglesia. En otros muchos pasajes de las Escrituras encontramos que Cristo es llamado también de este modo para que lo entendamos con todos sus miembros, a los cuales les dijo: vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros317.
En consecuencia, no es absurdo entender: Entonces también el Hijo personalmente se someterá a Aquel que le sometió todo318, de modo que se refiera al Hijo no sólo como Cabeza de la Iglesia, sino también a todos los santos con El, los cuales son una cosa en Cristo, única descendencia de Abrahán, sometida al contemplar la verdad sempiterna, para conseguir la bienaventuranza sin ningún movimiento del alma, ni parte alguna del cuerpo que se oponga, a fin de que en esta vida, no complaciéndose nadie en su valer personal, Dios sea todo en todos.
CUESTIÓN 70
Sobre el texto del Apóstol: «la muerte ha sido absorbida en la victoria. Muerte, ¿dónde está tu victoria? Muerte, ¿dónde está tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley»319
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,70; S. POSSID., Indic. 10,34; EUGIPP., Exc. Aug. 877—879)
Respuesta: Yo creo que la muerte significa en este pasaje la concupiscencia de la carne, que se opone a la buena voluntad con el deleite al disfrutar de las cosas temporales. En efecto, no diría: ¿dónde está, muerte, tu victoria?, si no hubiese resistencia y repugnancia. Además, esta lucha está descrita en el pasaje: La carne codicia contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Porque ellos están en conflicto mutuamente y pelean para que no hagáis lo que queréis320. Es decir, que se logra por medio de la santificación perfecta el que todo apetito carnal se someta a nuestro espíritu iluminado y vivificado, que es lo mismo que a la buena voluntad. Y como nosotros ahora nos vemos privados de multitud de antojos pueriles, que cuando nos eran negados como a los niños nos atormentaban muy vivamente, así hay que creer que sucederá con todo deleite carnal cuando la santidad perfecta haya restaurado a todo el hombre. Por ahora, en tanto que está en nosotros lo que se opone a la buena voluntad, necesitamos de la ayuda de Dios por medio de los hombres buenos, y de los ángeles buenos, para que, hasta que sea sanada nuestra herida, no nos moleste de tal modo que haga perecer hasta la buena voluntad.
Y esta muerte la hemos merecido por el pecado, pecado que estaba al principio absolutamente en el libre albedrío, cuando en el paraíso ningún disgusto por un placer negado oponía resistencia a la buena voluntad del hombre como ahora. Por ejemplo, si hay uno a quien nunca le ha gustado la caza, es libre absolutamente de querer cazar o no, y no le afecta que alguien lo prohíba. Pero si, abusando de esa libertad, va a cazar contra la orden del que lo prohíbe, el placer, insinuándose poco a poco, mortifica al alma, para que si quiere abstenerse no pueda hacerlo sin molestia y sin pena, cuando antes con toda la salud eso no lo sentía. Luego el aguijón de la muerte es el pecado321 y es que el pecado ha causado el deleite, porque ya es capaz de oponerse a la buena voluntad, y de reprimirla con sufrimiento. A este deleite, con toda razón, lo llamamos muerte, porque consiste en un defecto del alma que se ha hecho inferior.
Y la fuerza del pecado es la ley322, porque se cometen con mucha mayor perversidad y depravación las cosas que prohíbe la ley que cuando no están prohibidas por ley alguna. Así pues, entonces la muerte será absorbida en la victoria, cuando por medio de la santificación el deleite carnal quede arrasado en toda parte del hombre por el deleite perfecto de las cosas espirituales.
CUESTIÓN 71
Sobre el pasaje: «llevad mutuamente vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo»323
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,71; S. POSSID., Indic. 10,35; EUGIPP., Exc. Aug. 891—896)
Respuesta: 1. El argumento. Como la observancia del Antiguo Testamento implicaba el temor, no se pudo señalar con mayor claridad que la gracia del Nuevo Testamento es la caridad que por este texto, en donde el Apóstol dice: Llevad mutuamente vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo. En verdad que se entiende que él habla aquí de la ley de Cristo, por la que el Señor nos ha mandado que nos amemos unos a otros, poniendo en esa sentencia tanta fuerza obligatoria que llega a decir: en esto conocerán que sois discípulos míos, si os amáis unos a otros324. El servicio propio de este amor es llevar nuestras cargas mutuamente. Pero este servicio, que no es sempiterno, conducirá ciertamente a la bienaventuranza eterna, donde no habrá carga alguna nuestra que tengamos que llevar mutuamente. En cambio, al presente, mientras estamos en esta vida, es decir, en este camino, procuremos llevar mutuamente nuestras cargas para que merezcamos llegar a aquella vida que carece de toda carga. Por ejemplo, fijaos en los ciervos, como algunos expertos en estas materias han escrito: cuando atraviesan un brazo de mar hasta una isla en busca de pastos, se organizan de tal modo que llevan los unos sobre los otros las cargas de sus cabezas con la cornamenta, de tal manera que el que va detrás coloca su cabeza sobre el anterior, llevando el cuello levantado. Y como es necesario que haya uno que, siendo el primero de todos, no tiene delante de él en quien apoyar la cabeza, dicen que hacen lo siguiente por turno: que cuando el que va primero se ha cansado de la carga de su cabeza se pone el último y le sucede aquel cuya cabeza llevaba cuando iba el primero. De ese modo, llevando sus cargas mutuamente, pasan el brazo de mar hasta que llegan a tierra firme. Tal vez Salomón estaba pensando en este instinto de los ciervos cuando dice: Que el ciervo, amigo de la amistad, y el vástago de todas las gracias se entretengan contigo325. Porque nada manifiesta mejor al amigo como llevar la carga del amigo.
2. La solución. Sin embargo, nosotros no podríamos llevar mutuamente nuestras cargas si al mismo tiempo fuesen débiles los dos que llevan sus cargas o tuviesen una misma clase de enfermedad, sino que tiempos diversos y clases diversas de enfermedades hacen que podamos llevar nuestras cargas mutuamente. Por ejemplo, tú soportarás la ira de tu hermano entonces cuando tú no estés irritado contra él, para que, a su vez, en el momento en que la ira te haya saltado a ti, él te soporte a ti con su dulzura y tranquilidad. Este ejemplo viene a cuento cuando son diferentes los tiempos de los que llevan sus cargas, aun cuando la debilidad no sea distinta, porque en los dos la ira es soportada mutuamente. Veamos otro ejemplo en cuanto a una clase diferente de debilidad; supongamos a uno que ha vencido su locuacidad, pero aún no ha vencido su terquedad; el otro, en cambio, todavía es locuaz sin que sea ya tozudo; aquél debe llevar con cariño la locuacidad de éste, y éste la tozudez de aquél, hasta que se cure lo uno en aquél y lo otro en éste. Supongamos una debilidad igual en los dos; si eso ocurre al mismo tiempo, no pueden tolerarse mutuamente, puesto que se topa contra sí mismo. En verdad, contra un tercero hasta dos encolerizados llegan a ponerse de acuerdo y se toleran, aunque no deba decirse que se toleran mutuamente, sino que más bien se consuelan mutuamente. Del mismo modo, también los tristes por un mismo asunto se soportan y como que se apoyan mejor que si el uno estuviese triste y el otro alegre; pero si están tristes el uno contra el otro, no se pueden soportar jamás. Es por lo que en debilidades semejantes conviene condescender en parte con la misma enfermedad de la que tú quieres liberar al prójimo; y se ha de condescender de tal manera que sirva para ayudar, no para nivelarse en la miseria; del mismo modo que se abaja el que tiende la mano al que está caído por tierra. En efecto, uno no se abaja para caer los dos, sino que se inclina lo justo para levantar al que está caído.
3. La imitación de Cristo. Ningún motivo hace que gaste este trabajo con más gusto solícito en llevar las cargas de los demás que cuando pensamos todo lo que el Señor ha sufrido por nosotros. Amonestando con este pensamiento, dice el Apóstol: Tened los mismos sentimientos entre vosotros que en Cristo Jesús, el cual, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se anonadó a si mismo tomando la forma de siervo, haciéndose uno de tantos, y presentándose como simple hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz326. Porque más arriba había dicho: Que cada uno no mire únicamente por lo suyo, sino también por lo de los demás327. Con esta sentencia ha empalmado el texto citado, porque prosigue: Tened los mismos sentimientos entre vosotros que en Cristo Jesús. A esto exactamente nos invita: a que como El, siendo el Verbo, se hizo carne y habitó entre nosotros328, y siendo sin pecado tomó nuestros pecados, no atiende a su interés sino al nuestro, así también nosotros debemos llevar con gusto, a imitación suya, nuestras cargas mutuamente.
4. Comprender es compartir. A este pensamiento se le añade también este otro: que El asumió la humanidad, mientras que nosotros somos hombres. Y tenemos que admitir que la debilidad, bien del alma, bien del cuerpo, que nosotros vemos en otro hombre, también nosotros hemos podido o podemos tenerla. Manifestemos, por tanto, a ese cuya debilidad queremos llevar, eso que querríamos que él nos manifestase a nosotros, si por desgracia nosotros estuviésemos en ella y él no lo estuviese. A esto se refiere lo que el mismo Apóstol dice: Me hice todo para todos, para ganarlos a todos329, por supuesto, pensando que él también había podido estar en ese mismo defecto del que él quería liberar al prójimo. Porque obraba así más bien por compasión y no por fingimiento, como algunos sospechan, sobre todo esos que, al defender sus mentiras, que no pueden negar, andan buscando el mecenazgo de algún gran patrono.
5. Estímulo de la caridad. Aún debemos tener presente otra consideración, que no hay ningún hombre que pueda tener algún bien que tú todavía no tienes, aunque esté oculto, por el que sin duda pueda ser superior a ti. Pensamiento que es válido para rebatir y refrenar la soberbia, no vayas a creerte que tus pocos meritejos sobresalen y lucen, y que por eso el otro no tiene bien alguno porque tiene ocultos tal vez bienes de mayor peso por los que te supera a ti que estás ignorando. Porque el Apóstol nos recomienda no ser engañados, o, mejor aún, no ser juguetes de la adulación, cuando dice: Nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimando cada cual con humildad de alma que el otro es superior a él330. Ni debemos estimar esto de modo que no lo valoremos, sino que finjamos que lo estimamos. Nosotros deberíamos estimar verdaderamente que en el otro puede haber algo oculto por lo que él es superior a nosotros, aun cuando el bien nuestro, por el que nosotros parecemos superiores a él, no esté oculto. Estas reflexiones, que abaten la soberbia y estimulan la caridad, hacen que sobrellevemos las cargas fraternas mutuamente, no sólo con paciencia, sino también con muchísimo gusto. En modo alguno se debe juzgar de un desconocido, y nadie es conocido sino por la amistad. Y por eso toleramos mejor los defectos de los amigos, porque sus buenas cualidades nos agradan y cautivan.
6. La verdadera amistad. No debemos repudiar la amistad de nadie que se interfiere para anudar una verdadera amistad; no para aceptarlo inmediatamente, sino para que se haga querer quien ha de ser recibido y sea tratado de modo que pueda ser recibido. Porque nosotros podemos llamar amigo a aquel a quien nos atrevemos a confiar todos nuestros sentimientos. Y si alguno no se atreve a hacerse amigo nuestro, porque se siente cohibido por algún honor o dignidad nuestra del siglo, hay que abajarse hasta él y ofrecerle con afabilidad y deferencia lo que él no se atreve a pedir por sí mismo.
Es cierto, aunque más raro, que a veces conocemos antes los defectos que las buenas cualidades de aquel a quien queremos admitir a nuestra amistad, por lo que, disgustados y como dolidos, lo dejamos, sin llegar a indagar en sus buenas cualidades que tal vez estén más ocultas. Es por lo que el Señor Jesucristo, que nos quiere imitadores suyos, nos amonesta que toleremos sus debilidades para conseguir llegar por medio de la caridad comprensiva hasta las buenas cualidades donde podamos descansar complacidos. En efecto, dice: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos331. Así pues, si por amor de Cristo no debemos rechazar de corazón ni aun a aquel que está enfermo desde cualquier punto de vista, porque puede ser sanado por el Verbo de Dios, cuánto menos al que nos puede parecer un enfermo total por la chica razón de que hemos sido incapaces de soportar en los comienzos de la amistad algunos defectos suyos, y, lo que es más grave aún, nos hemos atrevido con desprecio a hacer juicios temerarios prejuzgando a toda la persona sin temor a la palabra de la Escritura: No juzguéis y no seréis juzgados, y: En la medida con que juzguéis, con la misma medida seréis juzgados332.
Otras veces, en cambio, aparecen primero las buenas cualidades. Entonces es necesario también evitar el juicio temerario por benevolencia, no vaya a ser que, después de haberlo supuesto todo bueno, vayan apareciendo esos defectos que luego resultan males, te encuentren seguro y poco preparado, y te ofendan tan gravemente que a quien habías amado temerariamente llegues a odiarlo implacablemente, lo cual es pecado. Porque incluso cuando no haya precedido ninguna buena cualidad, y ésta, que resulta luego que se va descubriendo que es mala, se manifiesta al principio, es necesario tolerarlo, hasta que apliques con él todos los remedios con que suelen curarse males parecidos. ¿Cuánto más cuando se han manifestado primeramente aquellas buenas cualidades que como garantía nos deben contener para tolerar los defectos que vayan apareciendo?
7. Amar por Cristo. Esta es la ley de Cristo: que nosotros llevemos nuestras cargas mutuamente. Pues amando a Cristo, soportamos fácilmente la debilidad del prójimo, a quien no amamos todavía por sus cualidades buenas. Porque pensamos que el Señor murió por aquel a quien amamos. Caridad que el Apóstol nos ha inculcado cuando dice: Y por tu ciencia parecerá débil un hermano por quien Cristo murió333.
Que si nosotros amamos menos a ese débil a causa del defecto por el cual es débil, veamos en él a Aquel que ha muerto por él. Pues no amar a Cristo no es una enfermedad, sino que es la muerte. En consecuencia, debemos vigilar con todo cuidado e implorar la misericordia de Dios para no perder de vista a Cristo a causa de un prójimo débil, cuando nosotros debemos amar al prójimo débil por Cristo.
CUESTIÓN 72
Los tiempos eternos
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,72; S. POSSID., Indic. 10,36; EUGIPP., Exc. Aug. 1040—1041)
Respuesta: La cuestión está en qué sentido ha podido decir el apóstol Pablo: Antes de los tiempos eternos334. Porque si son tiempos, ¿cómo son eternos? A no ser que el Apóstol tal vez quiso dar a entender antes de todos los tiempos. Porque si hubiese dicho: antes de los tiempos, y no hubiese añadido: eternos, se habría podido entender por antes de algunos tiempos que por delante tendrían otros tiempos. En cambio, prefirió decir: eternos, en vez de «todos», tal vez por eso, porque el tiempo no tiene el comienzo desde el tiempo. ¿Es que por los tiempos eternos ha significado la eternidad, cuya diferencia entre ella y el tiempo está en que aquélla es estable, y el tiempo, en cambio, es mudable?
CUESTIÓN 73
Sobre el texto de la escritura: «y presentándose como simple hombre»335
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,73; S. POSSID., Indic. 4,23; EUGIPP., Exc. Aug. 1035—1038; CASSIOD., In Phil. 2)
Respuesta: 1. La palabra «habitus», porte. Nosotros empleamos la palabra habitus con muchas acepciones. Bien por la cualidad del alma, como es la comprensión de una disciplina, fortalecida y asegurada con la práctica; bien por la complexión del cuerpo, en el sentido en que decimos que uno tiene mejor aspecto, y es más fuerte que otro, que suele llamarse con más propiedad porte exterior; bien por la indumentaria, que adaptamos exteriormente a nuestros miembros, y así decimos que uno va vestido, calzado, armado, etc. En todas estas acepciones, puesto que esta palabra se deriva del verbo habere, tener, es evidente que se entiende por hábito de una cosa, cuando se ha adquirido de tal modo que se puede también dejar de tenerlo. Efectivamente, la instrucción es tan accidental al alma como la savia y la fuerza al cuerpo, como la indumentaria y el armamento, sin duda alguna, son accidentales a nuestros miembros, de tal modo que el alma puede ser una ignorante si no se le acerca la instrucción; y el cuerpo, un enclenque y escuálido sin los nutrientes de las vísceras y el vigor; y un hombre puede estar desnudo sin vestido, y desarmado sin armas, y descalzo sin calzado. Luego hábito se dice de todo aquello que se llega a nosotros para que lo tengamos.
Con todo, aquí nos interesa advertir que algunas cosas llegan a nosotros para constituir un hábito sin que nosotros las cambiemos, sino que ellas nos cambian, quedando íntegras e intactas. Por ejemplo, la sabiduría, cuando llega al hombre, no se muda, si no que muda al hombre al que de ignorante hace sabio. Otras, en cambio, llegan de tal modo que se mudan y son mudadas. Por ejemplo, el alimento que pierde su propia naturaleza para convertirse en nuestro cuerpo; y nosotros, restablecidos por el alimento, cambiamos de la anemia y la debilidad a la fortaleza y a la salud. Y todavía aún hay una tercera clase, cuando las cosas que llegan se mudan para constituir un hábito, y de algún modo reciben su forma de aquellos a quienes confieren un hábito, algo así como es la indumentaria que, cuando se quita o se retira, no tiene esa forma que toma cuando se viste y se adapta a los miembros. Conque la indumentaria vestida recibe la forma que no tiene desvestida, mientras que los mismos miembros, tanto vestidos como sin vestir, permanecen en su mismo estado. Puede incluso darse una cuarta clase, cuando las cosas que llegan para hacer hábito, ni cambian a quienes acceden ni ellas son cambiados por éstos. Por ejemplo, el anillo al dedo, sin detenerse en sutilezas. En verdad que esta clase, si lo examinas con diligencia, o no existe o es completamente rarísima.
2. El «hábito» aplicado a Jesucristo. Cuando el Apóstol hablaba del Hijo unigénito de Dios, desde el punto de vista de su divinidad, en tanto que es auténticamente Dios, dijo «que es igual al Padre, porque Él no lo ha tenido como una usurpación», es decir, como si codiciase lo ajeno, a condición de que, permaneciendo siempre en aquella igualdad, no codiciase ser vestido de hombre y manifestarse a los hombres como un hombre; sino que se anonadó a sí mismo, sin alterar su propia forma, pero tomando la forma de siervo, no convertido y transmutado en hombre, a costa de inmutabilidad permanente, sino igual que asumiendo del todo la verdadera humanidad, el que personalmente la asume queda hecho semejante a los hombres, no para sí, sino para aquellos para quienes ha aparecido en su humanidad, reconocido como hombre por el hábito336 (porte exterior), es decir, que teniendo la humanidad es reconocido como hombre. De hecho, Él no podía ser reconocido por aquellos que tenían el corazón impuro y no podían ver al Verbo en el Padre, a no ser asumiendo Él lo que serían capaces de ver, y por ello fuesen guiados a esta iluminación interior. Sin embargo, este hábito no es el de la primera acepción, porque la naturaleza humana permaneciendo sustancialmente no ha cambiado la naturaleza divina; ni de la segunda, porque no es verdad ni que el hombre ha cambiado a Dios ni que Dios ha cambiado al hombre; ni de la cuarta, porque la humanidad no ha sido asimilada de suerte que ni ella cambiase a Dios ni Dios la cambiase a ella; sino que más bien es de la tercera acepción, puesto que la humanidad fue asumida de tal modo que transformada para lo mejor fuese formada por El de manera inefable mucho más perfecta y más adaptadamente que la indumentaria cuando es vestida por el hombre. En consecuencia, el Apóstol con esta palabra hábito ha significado suficientemente en qué sentido ha dicho: hecho a semejanza de los hombres. Porque no por una transfiguración, sino por el hábito (o porte exterior) fue hecho hombre, cuando Él se ha vestido de la humanidad para que al unirla y conformarla consigo la asociase a la inmortalidad y a la eternidad.
Pero aquel hábito que consiste en la adquisición de la sabiduría y la instrucción los griegos lo llaman ezin; en cambio, a ese a quien decimos que está vestido o armado lo llaman mejor sjema. De donde se entiende que el Apóstol ha hablado de esta acepción de hábito, puesto que en los ejemplares griegos está escrito sjemati, lo que nosotros tenemos en latín por habitus. Con este nombre debe entenderse que el Verbo no fue mudado por la asunción de la humanidad, así como tampoco se mudan los miembros vestidos por la indumentaria, aunque esa asunción haya unido de modo inefable lo que era asumido al que lo asumía. Pero, en cuanto las palabras humanas pueden ser adaptadas a las cosas inefables, para que no se entienda que Dios, que ha asumido la debilidad humana, ha sido mudado, se ha preferido que esta asunción se llamase en griego sjema y habitus en latín.
CUESTIÓN 74
Pasaje de la epístola de San Pablo a los Colosenses: «en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados, el cual es la imagen de Dios invisible»337
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,74; S. POSSID., Indic. 10,37)
Respuesta: Explicación. Es necesario distinguir imagen, igualdad, semejanza. Porque donde se da la imagen, a continuación se da la semejanza, y no necesariamente la igualdad; donde se da la igualdad, al punto se da la semejanza, y no necesariamente la imagen; donde se da la semejanza, ni al punto se da la imagen, ni necesariamente la igualdad. Donde se da la imagen, al punto se da la semejanza, y no necesariamente la igualdad. Por ejemplo, en el espejo se da la imagen del hombre, porque está sacada de él; y se da también necesariamente la semejanza; sin embargo, no se da la igualdad, puesto que a la imagen le faltan muchas cosas que con todo se dan en aquella realidad de donde está sacada. Donde se da la igualdad, necesariamente se da la semejanza, y no necesariamente la imagen. Por ejemplo, en dos huevos idénticos, porque se da la igualdad y se da también la semejanza; en efecto, todo lo que se da en el uno, se da también en el otro; con todo, no se da la imagen, porque ninguno de los dos es sacado del otro. Donde se da la semejanza, no necesariamente se da la imagen, ni necesariamente la igualdad. Lo cierto es que todo huevo, en cuanto que es huevo, es semejante a todo huevo; pero el huevo de perdiz, aunque, en cuanto que es huevo, es semejante al huevo de gallina, ni es su imagen, porque no es sacado de él; ni es igual, porque es más pequeño y de otra especie de animales.
Pero cuando se dice no necesariamente, se da a entender que puede darse alguna vez. Luego puede haber alguna imagen en la que se dé también la igualdad, como entre padres e hijos se daría la imagen, la igualdad y la semejanza, de no mediar la diferencia del tiempo; porque, de una parte, la semejanza del hijo está sacada del padre, para que se la pueda llamar con razón su imagen, y, por otra parte, la semejanza puede ser tan grande que con razón se la pueda llamar también igualdad, a no ser porque el padre en el tiempo es anterior. De lo cual se comprende que a veces la igualdad tiene no solamente la semejanza, sino también la imagen, lo cual es evidente en el ejemplo anterior. También puede darse a veces la semejanza y la igualdad, aunque no se dé la imagen, como lo he dicho a propósito de los dos huevos iguales. Asimismo puede darse la semejanza y la imagen, aunque no se dé la igualdad, como he demostrado en el espejo. Incluso puede darse la semejanza en donde se dé también la igualdad y la imagen, como he recordado a propósito de los hijos, exceptuado el tiempo por el que los padres son anteriores. Así también decimos que una sílaba es igual a otra sílaba, aunque la una preceda y la otra siga.
En cambio, en Dios, porque falta la condición de tiempo —por cierto que no puede suponerse correctamente que Dios engendró en el tiempo al Hijo por quien ha creado los tiempos—, es lógico que sea no solamente su imagen, porque es de Él, y la semejanza, porque es la imagen338, sino también la igualdad, tanta que ni siquiera se da el más mínimo intervalo de tiempo.
CUESTIÓN 75
La herencia de Dios
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,75; S. POSSID., Indic. 10,38)
Respuesta: 1. Explicación. Como dice el Apóstol a los Hebreos: El testamento es válido por la muerte del testador339, por eso, luego que Cristo ha muerto por nosotros, afirma que el Nuevo Testamento ha entrado en vigor, del cual era una semejanza el Antiguo Testamento, en el que la muerte del testador estaba prefigurada por el sacrificio. Luego si se quiere saber por qué título nosotros somos, según la palabra del mismo Apóstol, coherederos de Cristo e hijos y herederos de Dios340, y cómo la herencia justamente entra en vigor por la muerte del que cede sus bienes, sin que pueda entenderse la herencia de otro modo, la respuesta es que nosotros somos constituidos en herederos precisamente desde que El mismo ha muerto, porque nosotros hemos sido llamados también hijos suyos: los hijos del esposo —dice— no ayunan mientras el esposo está con ellos341. Luego somos llamados herederos suyos, porque nos ha dejado la posesión de la paz de la Iglesia por medio de la fidelidad de la economía temporal que nosotros poseemos en esta vida, lo cual ha testado El al decir: ha paz os dejo, mi paz os doy342.
Y seremos coherederos suyos cuando, al final del siglo, la muerte sea absorbida en la victoria343. Efectivamente, entonces seremos semejantes a Él, cuando le veamos tal cual es El344. Herencia que no conseguimos por la muerte de su Padre, el cual no puede morir; antes bien, El mismo se constituye en herencia nuestra según lo que está escrito. El Señor es la porción de mi herencia345; pero porque como llamados somos todavía párvulos, y poco aptos para contemplar las cosas espirituales, la divina misericordia se abajó hasta nuestros pensamientos más humildes, para que nosotros de algún modo nos levantásemos para ver lo que no veíamos clara y nítidamente; eso mismo que veíamos en enigma desaparece cuando comencemos a ver cara a cara. Por tanto, con razón se dice que morirá lo que será anulado: Y cuando llegue lo perfecto, lo limitado se acabará346. Así, en algún sentido, para nosotros muere el Padre en enigma, y El mismo en persona se hace la herencia, al contemplarlo cara a cara, no porque El muera, sino porque nuestra visión imperfecta de El queda abolida por la visión perfecta. Y, sin embargo, nosotros nunca llegaríamos a ser aptos para esta visión plenísima y evidentísima si aquella primera no nos alimentase.
2. Aplicación. Ahora bien, esto se ve que está claro cuando el pensamiento católico juzga bien del Señor Jesucristo, no según el Verbo, que al principio es Dios en Dios347, sino según la niñez que progresaba en edad y en sabiduría348, salvada aquella asunción propia, que no le es común con los demás hombres, por cuya muerte como que le entrega en posesión la herencia. Porque nosotros no podemos ser coherederos suyos como Él no sea heredero.
En cambio, si no es ortodoxo admitir que el Hombre—Señor al principio gozaba de una visión parcial y después total, así como se ha dicho que progresaba en sabiduría, es necesario entender que es heredero en su cuerpo, es decir, en la Iglesia, cuyos coherederos somos nosotros, del mismo modo que se dice que somos hijos de esta madre, aunque ella esté formada por nosotros.
3. Otra cuestión. Se puede preguntar también por la muerte de quien nosotros hemos sido hechos también heredad de Dios según aquello: Te daré en herencia tuya las naciones349, a menos que se entienda de la muerte de este mundo que nos tenía antes bajo su dominio. Y después, cuando decimos: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo350, Cristo nos posee, una vez muerto aquel que nos poseía; cuando nosotros renunciamos a él, nosotros estamos muertos para él, y él está muerto para nosotros.
CUESTIÓN 76
Sobre lo que dice el apóstol Santiago: «¿quieres enterarte, estúpido, de que la fe sin obras es inútil?»351
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,76; S. POSSID., Indic. 10,39)
Respuesta: 1. La objeción. Porque el apóstol Pablo, al predicar que el hombre se justifica por la fe sin obras, ha sido mal entendido por quienes han tomado la frase de manera que piensan que habiendo creído una vez en Cristo, aun cuando se obrase mal, y se viviese criminal y perversamente, pueden salvarse por la fe, el pasaje de esta carta expone el mismo sentido del apóstol Pablo, cómo debe ser entendido352. Y por esto se sirve más del ejemplo de Abrahán para probar que la fe es inútil si no tiene buenas obras, porque igualmente el apóstol Pablo se sirvió del ejemplo de Abrahán para probar que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley353. De hecho, al recordar las obras buenas de Abrahán, que han acompañado su fe, hace ver suficientemente que el apóstol Pablo no quiere enseñar por medio de Abrahán que el hombre es justificado por la fe sin obras, como si cualquiera que haya tenido fe estuviese dispensado de hacer obras buenas, sino más bien que nadie piense que él ha llegado por los méritos de sus obras buenas anteriores a la gracia de la justificación que está en la fe. Precisamente en esto pretendían los judíos ser superiores a los gentiles creyentes en Cristo, porque decían que ellos habían llegado a la gracia del Evangelio por los méritos de las obras buenas que hay en la Ley; y, por eso, muchos que de ellos hubiesen creído, se escandalizaban de que la gracia de Cristo fuera dada a los gentiles incircuncisos. Ved por qué el apóstol Pablo dice que el hombre sin las obras, pero las anteriores, puede ser justificado por la fe.
En verdad, el que ha sido justificado por la fe, ¿cómo puede obrar después sino en justicia, aunque, sin haber obrado antes nada en justicia, haya llegado a la justificación de la fe no por el mérito de las obras buenas, sino por la gracia de Dios, que no puede ser estéril en él cuando él ya está obrando el bien por el amor? Y si llegase a morir inmediatamente después de haber abrazado la fe, la justificación de la fe permanece en él, no por las obras buenas anteriores, porque él ha llegado a la justificación no por mérito, sino por gracia; tampoco por las obras buenas siguientes, porque no se le permite vivir. Por tanto, es evidente lo que dice el apóstol Pablo: Sostenemos que el hombre es justificado por la fe sin las obras354, no en el sentido de que llamemos justo a aquel que ha vivido después de haber recibido la fe, aunque haya vivido en pecado.
Así pues, tanto el apóstol Pablo se sirve del ejemplo de Abrahán, porque él ha sido justificado por la fe sin las obras de la Ley que él no había recibido, como Santiago, porque demuestra que las obras buenas habían acompañado a la fe del mismo Abrahán, haciendo ver de qué modo hay que entender lo que el apóstol Pablo ha predicado.
2. La respuesta. En efecto, quienes opinan que esta tesis de Santiago es contraria a la otra del apóstol Pablo pueden pensar también que el mismo Pablo se contradice a sí mismo, porque dice en otro pasaje: Porque no basta escuchar la ley para estar a bien con Dios, hay que practicar la ley para ser justificados355. Y en otro lugar: sino la fe que obra por el amor356. Y de nuevo: Si vivís según la carne, vais a la muerte; y al contrario, si con el espíritu dais muerte a las obras de la carne, viviréis357. Y cuáles son las obras de la carne a que hay que dar muerte con las obras del espíritu, lo declara en otro pasaje, cuando dice: Las obras de la carne son manifiestas: las fornicaciones, las inmoralidades, el libertinaje, la idolatría, los maleficios, las enemistades, las discordias, las rivalidades, las disputas, los egoísmos, los partidismos, las envidias, las borracheras, las orgías, y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que obran tales cosas no poseerán el reino de Dios358.
También dice a los Corintios: No os llaméis a engaño: los inmorales, idólatras, adúlteros, invertidos, sodomitas, ladrones, avaros, borrachos, difamadores y estafadores no poseerán el reino de Dios. Eso erais algunos antes; pero estáis lavados, pero estáis santificados, pero estáis justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios359. Con estas sentencias enseña clarísimamente que ésos no han llegado a la justificación de la fe por las obras buenas pasadas ni se les ha dado esa gracia por sus méritos, cuando afirma: eso erais algunos antes, sino que cuando dice: los que obran tales cosas no poseerán el reino de Dios, deja bien claro que desde que han abrazado la fe deben producir obras buenas. Lo cual afirma también Santiago, y el mismo apóstol Pablo insiste en multitud de pasajes abundante y formalmente que todos los que han recibido la fe en Cristo deben vivir correctamente para evitar los castigos. Que es también lo que el mismo Señor recuerda, diciendo: No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése entrará en el reino de los cielos360. Y en otra parte: ¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?361 Y: Todo el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parecerá a un hombre prudente que edificó su casa sobre roca, etc. Y el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parecerá a un hombre necio, que edificó su casa sobre arena362, etc.
En resumen: No hay contradicción en las afirmaciones de los dos apóstoles, Pablo y Santiago, cuando el uno dice que el hombre es justificado por la fe sin obras y el otro afirma que es inútil la fe sin obras, porque el primero habla de las obras que preceden a la fe, y el segundo de las obras que siguen a la fe, como también el mismo Pablo enseña en muchos lugares.
CUESTIÓN 77
¿El temor es pecado?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,78; S. POSSID., Indic. 10,40)
Respuesta: Toda perturbación es pasión; toda codicia es perturbación; luego toda codicia es pasión. Pero desde que toda pasión anida en nosotros, sufrimos por esa pasión; luegodesde que toda codicia anida en nosotros, sufrimos por esa codicia; y padecemos en cuanto anida la codicia. Y toda pasión, en cuanto padecemos por esa pasión, no es pecado; por consiguiente, si padecemos temor de ese modo, no es pecado.
Crítica. Como si se dijese: si es bípedo, no es animal. Luego si esto no es consecuente porque muchos animales son bípedos, luego tampoco es consecuente lo otro, porque hay muchos pecados que padecemos. En efecto, la objeción contraria es ésta: no es lógico que si padecemos temor, por eso no sea pecado. En cambio, tú dices que es lógico que si padecemos temor, no sea pecado. De acuerdo si concedes que hay pecados que padecemos.
CUESTIÓN 78
La belleza de las estatuas
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,78; S. POSSID., Indic. 10,41)
Respuesta: Planteamiento. Este arte supremo de Dios omnipotente, por medio del cual creó de la nada todas las cosas, que se llama también su sabiduría, es igualmente el que trabaja por medio de los artistas para que hagan obras bellas y armoniosas, aunque éstos trabajen no sobre la nada, sino sobre alguna materia, por ejemplo madera o mármol o marfil, o cualquiera otra clase de materia que se hace dúctil por las manos del artífice. Pero ved la razón de por qué ellos no son capaces de fabricar algo de la nada, porque es un trabajo físico servil del cuerpo, al contrario de cuando esas proporciones y armonía de líneas, que por medio del cuerpo se imprimen a otro cuerpo, las perciben de esta suprema sabiduría que ha impreso tales proporciones y tal armonía con un arte mucho más perfecto en todo el universo corporal que fabricó de la nada. En lo cual están comprendidos también los cuerpos de todos los animales, que ya han sido fabricados de algo, es decir, de los elementos cósmicos, pero de una manera mucho más potente y más perfecta que cuando los hombres artistas reproducen imitando en sus obras las mismas figuras de los cuerpos y sus formas. De hecho, en una estatua no se encuentran todos los detalles del cuerpo humano; pero todo lo que allí se encuentra proviene, por medio de la mano del artista, de esta sabiduría, que fabrica el cuerpo humano de un modo natural.
Valoración. Después de todo, hay que tener en gran estima a los artistas que fabrican tales obras y a los amantes de las obras de arte, porque un alma absorta en las obras de menor importancia, que realiza por medio del cuerpo, se une tanto menos a esta sabiduría suprema de donde tiene ella tales facultades, de las cuales ella usa mal, cuando las ejerce desde fuera, porque, al amar las cosas en las que ella las ejerce, olvida su forma interior estable, y viene a ser más vana y más débil. En cuanto a los que hasta les han dado culto, puede deducirse de ello cuánto se han desviado de la verdad, porque si diesen culto a los mismos cuerpos de los animales, que han sido creados con mucha mayor perfección, y de los cuales son copias esas obras, ¿qué hay, diríamos, más miserable que ellos?
CUESTIÓN 79
¿Por qué los magos del faraón hicieron algunos prodigios como Moisés, siervo de Dios?
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,80; S. POSSID., Indic. 10,12; EUGIPP., Exc. Aug. 1047—1052)
Respuesta: 1. El poder de los demonios. Toda alma tiene en parte un poder de autonomía personal, y en parte está controlada y regida por el derecho natural como por el derecho público. Así pues, como toda cosa visible tiene en este mundo como superior a ella a la potestad angélica, según la divina Escritura lo afirma en muchos pasajes sobre esas cosas de las que es superior, unas veces actúa en función del derecho privado y otras veces se ve obligada a actuar en conformidad con el derecho público. Porque el todo es más importante que la parte, por eso aquello que hace en función del derecho privado en tanto se le permite hacerlo en cuanto lo permite la ley natural.
Pero toda alma es de una piedad tanto más depurada cuanto menos complacida en su interés personal, y considera la ley natural y se somete a ella con devoción y de buen grado. Porque la ley natural es la sabiduría divina. En cambio, cuanto más se complace en su propio interés, y olvidando a Dios que gobierna todas las almas útil y saludablemente, ella pretende ser como Dios para sí misma y para otros cuantos pudiere, prefiriendo su poder personal sobre sí y sobre las almas al poder de Dios sobre todos, tanto más se envilece, y tanto más se ve obligada a servir a las leyes divinas como un derecho público.
En consecuencia, también, cuanto el alma humana, abandonando a Dios, se llegare a complacer en sus propios honores o en su poder personal, tanto más se somete a tales potestades que gozan de su autonomía propia y codician ser honradas por los hombres como dioses. A las cuales la ley divina permite con frecuencia que a quienes se les han sometido según sus propios méritos, les concedan en la esfera de su autonomía propia incluso algo prodigioso para hacer ostentación en esas cosas en las cuales son superiores al menos en un grado ínfimo, si bien perfectísimamente jerárquico entre las potestades. Pero cuando la ley divina, como derecho público o ley general, lo manda, anula evidentemente las licencias particulares, tanto más que estas licencias particulares no existirían si no fuera por una permisión del poder divino universal. Así se explica que los santos servidores de Dios, cuando es útil tener este don, tienen dominio en virtud de la ley pública, y en cierto modo imperial, que no es otro que el de Dios soberano, sobre las potestades inferiores para hacer algunos milagros visibles. Porque en ellos quien ejerce ese dominio es el mismo Dios, de quien ellos son templo y a quien aman con el amor más ardiente, despreciando su propia autonomía personal. En cuanto a los encantamientos mágicos, con el fin de engañar, para someter a ellos a sus clientes, atienden a las peticiones y a los ritos de ellos procurándoles, según su autonomía propia, lo que les es permitido dar a los que los honran, y que están a su servicio, y que mantienen con ellos algunos pactos en sus misterios. Y cuando los magos se dan la importancia de mandar con imperio, impresionan terroríficamente a sus inferiores por los nombres de los poderes superiores y exhiben a sus clientes estupefactos algunos efectos visibles que, a causa de la debilidad de la carne, tienen la apariencia de cosas grandes a los hombres incapaces de contemplar las cosas eternas, que el verdadero Dios tiene reservado para los que lo aman. Y todo eso lo permite Dios, que gobierna con justicia todas las cosas, para proporcionar, según sus pasiones o la libre elección de cada uno, las servidumbres o las libertades; y si alguna vez alcanzan algo en favor de sus malas pasiones con la invocación del Dios soberano, no es una gracia, sino una venganza. Porque el Apóstol no dice sin razón: Dios los ha entregado a los deseos de su corazón363. En efecto, la facilidad de cometer algunos pecados es el castigo de otros pecados ya cometidos.
2. El artificio de los demonios con los magos. En cuanto a lo que dice el Señor: Satanás no puede echar a Satanás364, para que no vaya a suceder que alguno, cuando invoca los nombres de potestades inferiores y ha conseguido echar al demonio, piense que es falsa esta sentencia del Señor, debe entenderlo en este sentido: que, aun cuando Satanás respeta el cuerpo o los sentidos del cuerpo, por eso los respeta, para asegurarse un mayor triunfo sobre la voluntad del propio hombre por medio del error impío. Y bajo este punto de vista Satanás no sale, sino que más bien penetra a lo más íntimo para actuar en él de la manera que dice el Apóstol: según el príncipe de este aire que actúa ahora en los hijos de la incredulidad365. Porque no turbaba y atormentaba él sus sentidos corporales ni golpeaba sus cuerpos, sino que él reinaba en sus voluntades o, mejor, en sus pasiones.
3. Advertencia del Señor. En cuanto a lo que dice que los falsos profetas van a realizar muchos signos y prodigios, hasta engañar, si fuera posible, aun a los elegidos366, advierte claramente que hasta los hombres perversos hacen algunos milagros que los mismos santos no pueden hacer, y sin embargo no se ha de pensar por eso que ellos están en mejor situación delante de Dios. Porque no eran más gratos a Dios que el pueblo de Israel los magos de los egipcios, porque este pueblo no era capaz de hacer lo que ellos hacían, aunque Moisés había podido obrar prodigios mayores con el poder de Dios367. Sino que la razón por la cual no se dan tales poderes a todos los santos es para que los débiles no caigan en un error especialmente funesto, imaginando que en semejantes hechos hay dones mayores que en las obras de santidad, con que se consigue la vida eterna. Por esa causa el Señor prohíbe a los discípulos felicitarse de ello, cuando dice: No queráis alegraros de eso porque se os someten los espíritus, sino alegraos porque vuestros nombres están escritos en los cielos368.
4. El discernimiento de los espíritus. Puesto que los magos hacen tales prodigios, semejantes a los que a veces hacen los santos, ciertamente aparecen visiblemente como tales, pero son realizados con otro fin y otro principio. En verdad, los primeros los realizan buscando su propia gloria; los segundos, buscando la gloria de Dios; los primeros los hacen por medio de algunas concesiones a las potestades en sus rangos so pretexto de negocios y beneficios privados; los segundos, en cambio, por un servicio público a las órdenes de aquel a quien está sometida toda criatura. Porque una cosa es que un propietario sea obligado a dar un caballo a un soldado, y otra que lo dé a un comprador o que lo regale o lo preste a quien quiera. Y del mismo modo que con frecuencia los malos soldados, a quienes condena la disciplina militar, intimidan con violencia a algunos propietarios con las insignias de su general, y obtienen de ellos por la fuerza algo que no ordena el derecho público; así algunas veces los malos cristianos, cismáticos o herejes, exigen por el nombre de Cristo, bien con las oraciones, bien con los sacramentos cristianos, algo de las potestades a las que se les ha intimado que se rindan al honor de Cristo. Y cuando se rinden a los malos que los mandan, obedecen de buen grado para seducir a los hombres, de cuyo engaño se están riendo. Por ese motivo, de una forma hacen milagros los magos, de otra los buenos cristianos, y de otra los malos cristianos: los magos en virtud de pactos particulares, los buenos cristianos por el bien común, los malos cristianos por las apariencias del bien común.
Y no es de extrañar que esos signos sean eficaces cuando los emplean, porque también son eficaces cuando los usurpan los extraños que no están inscritos en esta milicia por el honor del Emperador Supremo. De éstos fue aquel de quien los discípulos comunicaron al Señor que arrojaba demonios en su nombre, aunque no seguía con ellos.369 Y cuando las potestades de este rango no obedecen a esos signos, es que Dios mismo se lo prohíbe por secreta disposición, estimando lo justo y útil. Porque no hay espíritu alguno que se atreva a despreciar esos signos; en realidad, tiemblan dondequiera que los perciben. Seguramente, lo ordena una decisión divina sin que lo sepan los hombres, sea para confundir a los malos, cuando es conveniente confundirlos, como leemos de los hijos de Sceva en los Hechos de los Apóstoles, a quienes dice el espíritu inmundo: Yo conozco a Jesús, y sé quién es Pablo, pero vosotros ¿quiénes sois?370; sea para recomendar a los buenos que progresen en la fe, y que utilicen tales poderes no por jactancia, sino por utilidad; sea para discernir los dones de los miembros de la Iglesia, como dice el Apóstol: ¿Hacen todos milagros?, ¿tienen todos dones de curaciones?371 Tales son los motivos más ordinarios, como he dicho, por los cuales, sin que lo sepan los hombres, lo ordena la decisión divina, es decir, para que las potestades de esta especie no se sometan a la voluntad de los hombres, a pesar de emplear esos signos.
5. Poder permitido a los demonios. Pero muchas veces reciben algún poder sobre los buenos, de modo que dañen en el orden temporal a los buenos, para su mayor utilidad por el ejercicio de la paciencia. Así el alma cristiana está en vela para seguir en sus tribulaciones la voluntad de su Señor, no vaya a ser que resistiendo a las órdenes de Dios se procure un juicio más grave. Porque lo que el mismo Señor, viviendo como hombre, dijo a Poncio Pilato, eso mismo Job le podría decir al diablo: No tendrías potestad alguna sobre mí si no te hubiese sido dada de arriba372. Luego no debemos querer la voluntad de aquel cuya potestad maliciosa se concede contra los buenos, sino la voluntad de Aquel que da esa potestad. Porque la tribulación produce paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza; y la esperanza no defrauda, porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado373.
CUESTIÓN 80
Réplica a los Apolinaristas
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,80; S. POSSID., Indic. 9)
Respuesta: 1. La herejía. Como algunos herejes, llamados apolinaristas, según dicen, por un tal Apolinar su fundador, afirmaron que nuestro Señor Jesucristo, en cuanto que se dignó hacerse hombre, no tuvo mente humana, siguiéndolos algunos y escuchándolos con atención, se regodeaban por cierto de tamaña perversidad, con que disminuían la humanidad en Dios, diciendo que El no tuvo mente, es decir, el alma racional, por la que el hombre se diferencia de los animales según el espíritu. Pero si es así, cuando reflexionan consigo mismos tendrán que reconocer que el Hijo unigénito de Dios, Sabiduría y Verbo del Padre, por quien todo fue hecho, según ellos creen, había asumido una especie de animalidad con la figura del cuerpo humano, se disgustarán de sí mismos, si bien no para corregirse y volver al camino de la verdad, y confesar que la Sabiduría de Dios había asumido la humanidad entera sin disminución alguna de la naturaleza, sino que llevaron más lejos su audacia, y, quitando de El hasta la misma alma y todo lo característico del hombre, dijeron que había asumido únicamente el cuerpo humano, aduciendo incluso el testimonio del Evangelio; más aún, al no entender ese texto, se atreven los perversos a combatir la verdad católica, afirmando que está escrito: El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros374, porque en estas palabras ellos creen que el Verbo se unió y se identificó con la carne de tal modo que en Él no tiene sitio no sólo la mente, pero ni siquiera el alma humana.
2. Refutación. Es necesario responderles en primer lugar que eso está escrito en el Evangelio, porque esa asunción de la naturaleza humana fue hecha por el Señor hasta la carne visible, y que en toda esa unidad de la asunción el Verbo es lo principal, y la carne la última y más humilde. Queriendo de este modo el evangelista resaltar para nosotros el amor excesivo de la humildad de Dios, que llegó a humillarse, y, al expresar hasta qué punto llegó a humillarse, ha nombrado el Verbo y la carne, sin decir nada de la naturaleza del alma, que es inferior al Verbo, pero superior a la carne. En efecto, él pone más de relieve la humildad con la expresión: El Verbo se hizo carne375, que si dijese: El Verbo se hizo hombre. Porque, si se apuran mucho estas palabras, otro no menos perverso puede desde ahí calumniar a nuestra fe de manera que diga que el Verbo se ha convertido y cambiado en carne, y que ha dejado de ser el Verbo, porque lo escrito es: El Verbo se hizo carne; así como la carne humana, cuando se hace ceniza, no es carne y ceniza, sino ceniza de la carne. Y según el modo de hablar y la costumbre más común, una cosa que llega a ser lo que no era, deja de ser lo que era. Por tanto, nosotros no entendemos así estas palabras; pero hasta los mismos apolinaristas entienden con nosotros de modo que, permaneciendo el Verbo lo que es, de eso que ha tomado la forma de siervo, no de eso que por alguna mutación se ha convertido en esta forma, se dijo: El Verbo se hizo carne. Después, dondequiera que fuere nombrada la carne y callada el alma, es necesario entender de modo que se crea que allí no hay alma ni que tienen alma esos de quienes se dijo: Y toda carne verá la salvación de Dios376; y este pasaje en el salmo: Escucha mi súplica, a ti vendrá toda carne377; y el otro en el Evangelio: Así como le diste potestad sobre toda carne para que todo lo que le has dado no perezca, sino que tenga vida eterna378. De donde se sigue que por la mención de sola la carne suele significarse a los hombres, para que según este modo de hablar también pueda ser entendido esto: que la frase El Verbo se hizo carne no es otra sino que El Verbo se hizo hombre. En verdad, como por la parte se entiende de ordinario el todo, nombrada sola el alma se entiende el hombre, por ejemplo: Tantas almas descendieron a Egipto379; lo mismo que aquí por la parte se entiende el todo, también por carne se entiende el hombre, como lo prueban los ejemplos citados.
3. Contrarréplica. Así pues, lo mismo que nosotros respondemos a esa objeción suya, que toman del Evangelio, de manera que ningún hombre se engañe hasta llegar a pensar que por esas palabras nos vemos obligados a creer y a confesar que el Mediador de Dios y de los hombres, el Hombre Cristo Jesús380, no tuvo alma humana, así les demando a mi vez cómo responden ellos a nuestras objeciones tan palmarias, donde probamos por innumerables pasajes de la Escritura evangélica que los Evangelios narran de Él lo que llegó a hacer en esas afecciones que no pueden existir sin el alma. Por ejemplo, sin hablar de las que el mismo Señor en persona menciona muchas veces: Triste está mi alma hasta la muerte381; y: Tengo poder para entregar mí alma, y poder para recobrarla382; y: Nadie tiene mayor amor que el que da su alma por sus amigos383, textos que un contradictor obstinado no puede decir que el Señor los dijo en sentido figurado, como es manifiesto que habló muchas cosas en parábolas. Pues bien, aunque no es este el caso, sin embargo no es necesario insistir tercamente, cuando tenemos los relatos de los Evangelios, por los cuales sabemos que Él nació de la Virgen María, que fue apresado por los judíos, que fue flagelado, que fue crucificado, y además muerto, que fue sepultado en un sepulcro. Cosas todas que nadie puede entender que sean hechas sin cuerpo. Ni siquiera el más insensato puede decir que hay que tomarlo todo en sentido ficticio y figurado, cuando han sido dichas por los que han contado los hechos tal como los recordaban.
Por tanto, lo mismo que esos hechos prueban que Él tuvo un cuerpo, así manifiestan que Él tuvo un alma con esas afecciones que no pueden estar sino en un alma, las cuales, con todo, las leemos porque las cuentan los mismos evangelistas: que Jesús se maravilló384, que se enfadó385, que se contristó386, que se regocijó387 y muchas cosas semejantes sin número. Como también aquellas que demuestran funciones mixtas a la vez del cuerpo y del alma, por ejemplo: que tuvo hambre388, que durmió389, que fatigado del camino se sentó390, y otras del mismo género. Porque no pueden objetar que también en los libros antiguos se habla de la ira y de la alegría de Dios y de algunas emociones parecidas, sin que se siga por eso que hay que creer que Dios ha tenido un alma; porque esas expresiones están dichas con las imaginaciones proféticas y no con la objetividad histórica de la narración. Y también se habla de los miembros de Dios: de las manos, de los pies, de los ojos, de la cara y cosas semejantes; y, por el contrario, del mismo modo que lo narrado es algo real, cuando son mencionadas las manos de Cristo y la cabeza y lo demás, que indican su cuerpo, así también las mencionadas sobre las afecciones del alma, con el mismo tenor de la narración, están indicando su alma. Y es inconsecuente creer al evangelista cuando narra que ha comido y no creerle que tuvo hambre. Porque, aun cuando no es inconsecuente que todo el que come tenga hambre, puesto que leemos que hasta un ángel comió391, pero no leemos que tuvo hambre; como tampoco que todo el que tiene hambre, coma, cuando o se cohíbe por alguna obligación, o le falta el alimento o la facultad de comer, con todo, cuando el evangelista narra lo uno y lo otro392, es necesario creer ambas cosas, porque, como indicador de los hechos reales, han sido escritas como verdaderas e históricas. Y del mismo modo que no es posible entender, sin un cuerpo, que comió; del mismo modo no es posible, sin un alma, que tuvo hambre.
4. La perfecta libertad de Cristo. Tampoco nos asusta esa otra calumnia sin fundamento y estúpida con que los obstinados dicen vanidosamente: Luego estuvo sometido a las necesidades, si tuvo esas afecciones verdaderas del alma. En realidad, la respuesta nos es muy fácil: Luego estuvo sometido a las necesidades, puesto que fue apresado, flagelado, crucificado y muerto, para que, por fin, entiendan sin terquedad, si es que quieren, que lo mismo que El asumió, como quiso, las pasiones del alma, es decir, las afecciones, siempre verdaderas, por condescendencia, del mismo modo asumió las pasiones del cuerpo por la misma condescendencia de su voluntad sin necesidad alguna. A la manera que nosotros no morimos por propia voluntad, así como tampoco nacemos voluntariamente, El, en cambio, manifestó lo uno y lo otro voluntariamente, como era conveniente, y siempre con toda veracidad. Por tanto, así como en nombre de la necesidad nadie nos arranca, ni a nosotros ni a ellos, de la fe en una veracísima pasión por la que queda demostrado su cuerpo, tampoco a nosotros, en nombre de la misma necesidad, nos aparta nadie de la fe en una veracísima afección por la cual conocemos su alma, ni tampoco a ellos debe retraerlos de aceptar la fe católica, si es que no los aparta la vergüenza fatal de cambiar una opinión a pesar de ser tan falsa como se quiera, defendida con todo por mucho tiempo y con temeridad.
CUESTIÓN 81
La cuaresma y la quincuagésima
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,8; S. POSSID., Indic. 10,43; EUGIPP., Exc. Aug. 888—891)
Respuesta: 1. Su significado. Toda enseñanza de la sabiduría que se refiere a la formación de los hombres consiste en distinguir al Creador y a la criatura, en adorar al primero, que es el Señor, y en reconocer la segunda, que le está sometida. En cuanto al Creador, es Dios, de quien son todas las cosas, por quien son todas las cosas, en quien son todas las cosas393, y por tanto la Trinidad, el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo.
En cuanto a la criatura, en parte es invisible, como el alma; en parte visible, como el cuerpo. El número tres se atribuye a lo invisible, por lo que se nos manda amar a Dios de tres maneras: con todo el corazón, con toda el alma, y con toda la mente394. Al cuerpo se atribuye el número cuatro, a todas luces por su naturaleza, esto es: que es cálida y fría, húmeda y seca. Luego el número siete se atribuye a la creación universal. En consecuencia, toda enseñanza que distingue y discierne al Creador y la criatura viene insinuada con el número diez. Enseñanza que, mientras está expresada en el tiempo por los movimientos del cuerpo, se apoya en la fe, y en la autoridad de los sucesos que vienen y van a la manera como alimenta a los párvulos con la leche, para hacerlos aptos para la contemplación que no viene y se va, sino que permanece siempre. En la cual, habiendo Dios narrado las cosas realizadas en el tiempo para la salvación de los hombres, o las que se han de realizar, anunciadas aún como futuras, cualquiera que llegare a permanecer en la fe esperando en las cosas prometidas, y llegare a preocuparse de cumplir con un amor constante lo que ordena la autoridad divina, vivirá correctamente los trabajos y la temporalidad de esta vida que está representada por el número cuarenta. Porque el número diez, que resume toda la enseñanza, tomado cuatro veces, es decir, multiplicado por el número que se atribuye al cuerpo —ya que por medio de los movimientos corporales se realiza la administración que, según lo dicho, consta de la fe—, hace el número cuarenta. De este modo se alcanza también la enseñanza estable, y que no tiene necesidad alguna del tiempo, representada por el número diez, para que los diez sean añadidos a los cuarenta, ya que los factores enteros del número cuarenta, sumados todos, llegan a cincuenta.
Respecto al número cuarenta, tiene factores enteros: en primer lugar, cuarenta veces uno; después, veinte veces dos, diez veces cuatro, ocho veces cinco, cinco veces ocho, cuatro veces diez, dos veces veinte. Así: uno más dos, más cuatro, más cinco, más ocho, más diez, más veinte hacen cincuenta. Por eso, lo mismo que el número cuarenta, sumados sus factores enteros, da una decena más y hace cincuenta, del mismo modo el tiempo de la fe en las cosas cumplidas y por cumplir para nuestra salvación, vivido con equidad, alcanza la inteligencia de la sabiduría permanente, para que la enseñanza se apoye no sólo en la fe, sino también en el conocimiento.
2. El simbolismo de los cincuenta días. Ved por qué la Iglesia presente, aunque seamos hijos de Dios, con todo, antes de que aparezca lo que seremos, vive entre trabajos y aflicciones, y en ella el justo vive de la fe395. Porque —dice— si no llegáis a creer, no entenderéis396. Y ese es el tiempo en que gemimos y sufrimos, esperando la redención de nuestro cuerpo397, que es el tiempo que se celebra en la Cuaresma. Pero sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es, cuando se añada diez a cuarenta, para que merezcamos no sólo creer lo que pertenece a la fe, sino también entender la verdad clara. Esa Iglesia en la que no habrá ninguna tristeza, ninguna promiscuidad de hombres malos, ninguna iniquidad, sino alegría y paz y gozo, está prefigurada por la celebración de la Quincuagésima.
Ved el porqué: Después que nuestro Señor resucitó de los muertos, pasados cuarenta días con los discípulos, es decir, insinuando con el mismísimo número esta dispensación temporal, que se refiere a la fe, subió al cielo398; y, pasados otros diez días, envió el Espíritu Santo399; es decir, que el diez se añade al cuarenta para contemplar no las cosas humanas y temporales, sino las divinas y eternas, por esa especie de soplo e incendio del amor y de la caridad. Ved ya por qué el total, es decir, el número cincuenta de días, está señalado por una celebración de alegría.
3. Comparación de los dos tiempos. En cuanto a estos dos tiempos, es decir: el uno de trabajos e inquietudes, el otro de gozo y seguridad, nuestro Señor los señala también con las redes lanzadas al mar. Por ejemplo, antes de la pasión se habla de la red echada al mar, porque cogieron tanta cantidad de peces que apenas los llevaban arrastrando hasta la orilla, y se rompían las redes400. Porque no estaban echadas a la derecha, ya que la Iglesia actual tiene muchos malos, ni tampoco a la izquierda, ya que tiene también buenos, sino indistintamente, para significar la promiscuidad de buenos y malos. En cuanto a que las redes se rompen, significa que, violada la caridad, han aparecido muchas herejías. En cambio, después de la resurrección, como quisiera prefigurar a la Iglesia del tiempo futuro, donde todos han de ser perfectos y santos, mandó que las redes se echasen a la derecha, y fueron capturados ciento cincuenta y tres peces grandes, maravillándose los discípulos de que, con ser tan grandes, no se rompían las redes401. El gran tamaño de éstos significa la magnitud de la sabiduría y de la justicia, y su número, la misma enseñanza perfecta, tanto por la administración temporal como por la regeneración eterna, que dijimos se expresaba por el número cincuenta. Ciertamente que entonces no habrá necesidad de auxilios materiales, y que el alma será la sede de la fe y de la sabiduría, y porque hemos dicho que al alma le es atribuido el número tres, multiplicamos cincuenta por tres y hacen ciento cincuenta. A este número se le añade la Trinidad, porque toda esa perfección está consagrada en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Así hacen ciento cincuenta y tres, que es el número de peces capturados a la derecha.
CUESTIÓN 82
Sobre el texto: «porque el Señor corrige al que ama, y azota a todo el que recibe por hijo»402
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,82; S. POSSID., Indic. 10,44)
Respuesta: 1. Las pruebas de los justos. Son muchos los que criticando a las claras el gobierno de Dios promueven la cuestión, cuando ven que los justos sufren muchas veces graves aflicciones en esta vida, como si no les sirviera de nada el ser servidores fieles de Dios, porque o bien padecen como todo el mundo y hasta con la misma indiferencia los trabajos tanto de los cuerpos como de las fortunas, del honor, y de todo lo que los mortales tienen por males, o bien sufren trabajos incluso mayores que los demás a causa de la palabra de Dios y de su justicia, lo cual, inaguantable para los pecadores, provoca contra sus animadores sediciones tumultuosas o traiciones y odios.
La respuesta es que, si los hombres no tuviesen más que esta vida sola, no parecería tan absurdo decir que no servía de nada o incluso que era perjudicial vivir en la justicia. Reconociendo, con todo, que no habrían de faltar los que tratarían de compensar la suavidad de la justicia y su gozo íntimo con todos los trabajos y molestias corporales que el género humano sufre por la condición de su mortalidad, hasta con todo lo que a causa de la misma justicia se dispara con la mayor injuria en contra de los que viven justamente, de tal modo que, secuestrada la esperanza de la vida futura, se atormentarían con mayor agrado y regocijo a causa de la verdad que los lujuriosos se embotan por la embriaguez de sus placeres.
2. Respuesta al pensamiento de los impíos. Pero es necesario responder también a aquellos que creen que Dios es injusto, cuando ven a los justos entre dolores y trabajos, o ciertamente que si no se atreven a decir que Dios es injusto, al menos piensan que no se ocupa de las cosas humanas, incluso que El determinó de una vez la fatalidad del destino, contra la cual ni El mismo hace nada para que no se crea que el orden establecido por El queda alterado por la versatilidad; y a los que opinan esto otro, que Dios no es todopoderoso, y no sería capaz de librar a los justos de esos males.
La respuesta es que no sería posible justicia alguna entre los hombres si Dios no se preocupara de las cosas humanas. Porque toda esta justicia de los hombres, que hasta el alma humana puede conseguir haciendo el bien y perder haciendo el mal, no se imprimiría en el alma si no existiese alguna justicia inmutable, que los justos encuentran íntegra cuando se convierten a ella, y los pecadores la dejan íntegra cuando se apartan de su luz. Justicia inmutable que evidentemente es de Dios, y no la manifestaría para iluminar a los que se convierten a Él si no se preocupara de las cosas humanas. Por otra parte, si permitiese que los justos sufran cosas adversas, sólo por no querer ir en contra del orden de cosas dispuesto por Él, Él mismo no sería justo, no porque quiera conservar su disposición, sino porque ha dispuesto el orden de las cosas de tal modo que los justos sufran males sin merecerlo. En cuanto a que Dios no es todopoderoso para apartar lejos los males que sufren los justos, quien esto piense, es por lo mismo un insensato, porque no entiende que como es impío decir que Dios es injusto, así es impío negar que es omnipotente.
3. Razón de por qué sufren los justos. Establecidos brevemente los principios según las circunstancias de la cuestión propuesta, a saber, que es de la más perniciosa impiedad dudar que hay Dios, y que es tan justo como es omnipotente, ninguna causa se ofrece más probable de por qué los justos sufren ordinariamente en esta vida, sino porque eso les es provechoso. En efecto, una es la justicia actual de los hombres para recibir la salvación eterna, y otra aquella que debió ser la del hombre constituido en el paraíso para conservar y no para perder la misma salvación eterna. Porque lo mismo que la justicia de Dios consiste en mandar aquello que es saludable, y en distribuir a los desobedientes los castigos y a los obedientes los premios, así la justicia del hombre consiste en obedecer los preceptos saludables. Pero, porque la felicidad está en el alma, así como la salud en el cuerpo, por lo mismo una es la medicina que se prescribe en el mismo cuerpo para que no se pierda la buena salud, y otra para recuperarla una vez perdida, igualmente en la condición general del hombre unos preceptos fueron dados entonces para no perder la inmortalidad, y otros son establecidos ahora para recobrarla. Y así como en la salud del cuerpo, cuando alguno por no obedecer los preceptos del médico con que es guardada la misma salud buena, cae en alguna enfermedad, recibe otras prescripciones para que pueda ser curado, las cuales no son suficientes cuando es tal la enfermedad, a no ser que el médico recurra a otras ayudas a menudo desagradables y dolorosas, que con todo son eficaces para recuperar la salud. De donde resulta que el hombre, aunque ahora está obedeciendo al médico, sin embargo sufre además no sólo por causa de la enfermedad todavía no curada, sino también por el tratamiento de la medicina. Lo mismo el hombre caído por el pecado en la mortalidad de esta vida mórbida y calamitosa, porque no quiso obedecer al primer precepto, con que guardaría y retendría la salud eterna, ya enfermo, ha recibido los preceptos segundos, que, obedeciéndolos, ciertamente y con razón se puede decir que vive en justicia, pero con todo las molestias que padece las padece tanto por la misma enfermedad no sanada todavía como por el tratamiento de la medicina. A este tratamiento se refiere lo que está escrito: Porque el Señor corrige al que ama, y da azotes a todo el que recibe por hijo403.
En cuanto a que los desobedientes de los preceptos salubérrimos viven inicuamente, ellos aumentan más y más sus enfermedades, ya sea que sufran por sí mismos los innumerables trabajos y dolores de esta vida, ya sea por las penas aplicadas también para que sea auscultado y duela eso que no está sano, y estén advertidos en qué desorden están para que, convertidos a la medicina, se salven por la gracia de Dios. Si desprecian todo esto, es decir, los avisos de las palabras divinas y de los dolores, habrán merecido una justa condenación después de esta vida.
En conclusión: puede decir que tales cosas pasan injustamente aquel que, creyendo que existe sólo la vida mortal que ahora vivimos, no cree que las cosas futuras han sido predichas por Dios, para ser castigado con suplicios gravísimos por la obstinación en sus pecados y en su incredulidad.
CUESTIÓN 83
El matrimonio. A propósito de lo que dice el Señor: «si alguno se divorcia de su mujer, excepto por fornicación»404, ETC.
(Testimonios de esta cuestión: S. AUG., Retract. 1,26,83; S. POSSID., Indic. 10,45)
Respuesta: Si el Señor no admite otra causa que la fornicación para repudiar a su cónyuge, no prohíbe que se disuelva el matrimonio pagano, y se sigue que el paganismo es considerado como fornicación. Ahora bien, está claro de una parte que el Señor ha exceptuado sólo la causa de fornicación, cuando habla en el Evangelio de divorciarse de su mujer; y, en cambio, de otra parte se prohíbe que se anule el matrimonio pagano, porque cuando el Apóstol sobre este asunto da el consejo de que el fiel no se divorcie de su cónyuge infiel que consiente cohabitar con él, dice: lo digo yo, no el Señor405, para que se entienda que el Señor no manda, de seguro, que se divorcie; no vaya a parecer que el Apóstol da un consejo contra el mandato del Señor, sino que lo permite, de suerte que en ese caso nadie se vea obligado por la necesidad de un precepto, sino que obre libremente por la voluntad de un consejo.
Con todo, si alguien afirma que el Señor admite como causa de divorciarse de su cónyuge solamente la fornicación, que vulgarmente se llama prostitución, es decir, la que se comete por comercio carnal ilícito, puede decir también que el Señor, al hablar de este asunto, lo dijo de los dos cónyuges fieles, tanto el marido como la mujer, para que si los dos son fieles, no le sea lícito a ninguno de los dos divorciarse del otro, a no ser por la causa de fornicación, donde no es posible que se entienda el paganismo, porque los dos son fieles. El Apóstol parece hacer también la misma distinción cuando dice: Pues a los casados les mando, bueno, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe de su marido. Y, si llega a separarse, que no vuelva a casarse, o que haga las paces con su marido406. Donde se entiende también que si, por esa única causa por la cual es permitida esa sola separación, la mujer se separa de su marido, debe permanecer sin casarse; y si ella no es capaz de vivir en continencia, que haga las paces con él, ya corregido o al menos soportándolo, antes que casarse con otro. Y continúa diciendo: Y el marido, que no se divorcie de su mujer407, intimando brevemente en el varón la misma forma que imponía en la mujer. Después de insinuadas estas indicaciones por el precepto del Señor, sigue así: A los demás les digo yo, no el Señor: si un cristiano está casado con una mujer infiel, y ella está de acuerdo en cohabitar con él, que no se divorcie. Y si una mujer está casada con un marido infiel, y él está de acuerdo en cohabitar con ella, que no se divorcie del marido408. Donde da a entender que el Señor habló de todo esto para que ninguno de los dos se divorcie del otro cuando los dos sean fieles.