LA GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO

Traducción: P. Gerardo Enrique de la Vega, O.S.A.

Tema: Controversia semipelagiana

A Valiente y sus monjes de Hadrumeto

Año 426

Capítulo I

1. Ya mucho hemos hablado y escrito —cuanto al Señor le plugo concedernos—, porque hay algunos que tanto ponderan y defienden la libertad, que osan negar y pretenden hacer caso omiso de la divina gracia, que a Dios nos llama, que nos libra de los pecados y nos hace adquirir buenos méritos, por los que llegar podemos a la vida eterna. Pero porque hay otros que al defender la gracia de Dios niegan la libertad, o que cuando defienden la gracia creen negar el libre albedrío, me determiné, impulsado por la caridad, ¡oh hermano Valentín!, a dirigir este escrito a ti y a los demás que contigo a Dios sirven. Pues he tenido noticias vuestras, hermanos, por algunos de vuestra misma congregación que de ahí vinieron a verme y por los que os mando este escrito. Cuéntanme que hay disensiones entre vosotros en torno a este problema. Así, pues, amadísimos, para que no os conturbe la obscuridad de esta cuestión, os advierto en primer lugar que deis muchas gracias a Dios por las cosas que entendéis; y en relación con las que todavía no penetráis, pedid al Señor os las haga entender, pero guardando la paz y caridad entre vosotros, e insistid en el propósito hasta que Dios os lleve a la penetración de lo que no entendéis. Esto lo advierte Pablo apóstol, quien, al decir que no era aún perfecto, poco después añade: Quienes, pues, somos perfectos, esto vivamos; es decir, de tal manera somos perfectos, que todavía no hemos llegado a la perfección que a nosotros compete, y a continuación añade: Y si algo entendéis de otra manera, también esto os lo revelará el Señor, mas vivamos lo entendido1. Cumpliendo esto, podremos llegar a lo que no entendemos, pues Dios nos revelará si algo entendemos de manera distinta, siempre que no abandonemos lo que ya nos enseñó.

Capítulo II

2. Nos reveló el Señor por sus santas Escrituras que el hombre posee un libre albedrío. Cómo, pues, lo revelara, os lo recuerdo no con palabras humanas, sino divinas. Primero, porque los mismos preceptos divinos de nada servirían al hombre si no tuviera libertad para cumplirlos, y así llegar al premio prometido. Con ese fin se dieron, para que el hombre por ignorancia no se excusara. Y así, dice el Señor en el Evangelio de los judíos: Si no hubiese venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero así, no tienen excusa de su pecado2. ¿De qué pecado habla sino de aquel execrable que como futuro preveía cuando así hablaba, y es decir que a El le habían de matar? Porque antes de la encarnación de Jesucristo, de ningún pecado eran reos. Además, dice el Apóstol: Manifiéstase la ira de Dios desde el cielo contra la impiedad e injusticia de los hombres, que retienen la verdad de Dios en la iniquidad, toda vez que lo conocido de Dios se manifiesta en ellos, pues Dios a ellos se lo manifestó. Sus cosas invisibles, después que el mundo fue creado, entendidas por las cosas hechas, resultan visibles, lo mismo que su poder y divinidad, de manera que son inexcusables3. ¿De qué excusa les dice inexcusables sino de aquella por la que la soberbia humana suele decir: "De saberlo, lo hubiera hecho; no lo hice porque lo ignoraba"; o también: "Lo haría si lo supiese; precisamente no lo hago porque lo ignoro"? Háceseles vana esta excusa cuando se les manda o el modo de no pecar se les manifiesta.

3. Pero hay hombres que del mismo Dios pretenden excusarse, a quienes dice el apóstol Santiago: Nadie en la tentación diga: "Soy tentado por Dios", porque Dios ni puede ser tentado al mal ni tienta a nadie. Cada uno es tentado por sus propias concupiscencias, que le atraen y seducen. Luego la concupiscencia, cuando ha concebido, pare el pecado, y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte4. Y queriéndose excusar del mismo Dios, les responde el libro de los Proverbios de Salomón: La necedad del hombre tuerce sus caminos y luego le echa la culpa a Dios5. Y el libro del Eclesiástico dice: No digas: "Mi pecado viene de Dios", que no hace El lo que detesta. Ni digas que El te empujó al pecado, pues no necesita de gente mala. El Señor aborrece toda abominación y evita que en ella incurran los que le temen. Dios hizo al hombre desde el principio y le dejó en manos de su albedrío. Si tú quieres, puedes guardar sus mandamientos, y es de sabios hacer su voluntad. Ante ti puso el fuego y el agua; a lo que tú quieras tenderás la mano. Ante el hombre están la vida y la muerte; lo que cada uno quiere, le será dado6. Bien a la luz aparece aquí el libre albedrío de la humana voluntad.

4. ¿Qué significa el que Dios mande tan repetidas veces guardar y cumplir todos sus preceptos? ¿A qué manda, si no hay libertad? ¿Por qué es bienaventurado aquel de quien el Salmo dice que su voluntad estuvo al servicio de la ley de Dios?7 ¿Por ventura no aparece manifiesto que el hombre permanece en la ley de Dios por propia voluntad? Y luego hay muchos mandatos que en cierto modo, pero expresamente, a la voluntad convienen, como No te dejes vencer del mal8, y otros semejantes, cuales son: No seas sin entendimiento como el caballo y como el mulo9, y No desdeñes las enseñanzas de tu madre10, y No te tengas por sabio, y No desdeñes las decisiones de tu Dios, y No descuides la ley, y No niegues un beneficio al que lo necesita, y No trames mal alguno contra tu prójimo11, y No atiendas a los engaños de la mujer12, y No quiso entender para obrar bien13, y No quisieron aprender14, y otros innumerables que en los antiguos libros de la palabra divina, ¿qué otra cosa prueban sino el libre albedrío de la humana voluntad? Y también en los libros nuevos, así evangélicos como apostólicos, ¿qué se manifiesta donde se dice: No alleguéis tesoros en la tierra15, y No tengáis miedo a los que matan el cuerpo16, y El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo17, y Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad18, y lo que dice el apóstol Pablo: Haga lo que quiera, no peca; que la case. Pero el que firme en su corazón, no necesitado, sino libre y de voluntad, determina guardar virgen a su hija, hace mejor19 Y también: Si de mi voluntad lo hiciera, tendría recompensa20; y en otro lugar: Volved, como es justo, a la cordura y no pequéis21; y también: Acabad, pues, ahora vuestra obra, a fin de que, según la prontitud de la voluntad, así sea la ejecución de aquélla, conforme a vuestras facultades22. Y dirigiéndose a Timoteo, dice: Porque una vez que lujurian contra Cristo, buscan marido23; y en otro lugar: Y todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones24; y al mismo Timoteo: No descuides la gracia que posees25. Y a Filemón: A fin de que ese favor no me lo hicieras por necesidad, sino por voluntad26. Y a los siervos también les advierte que a sus amos sirvan de corazón con buena voluntad27. Y el apóstol Santiago: Hermanos míos, no juntéis la acepción de personas con la fe de nuestro glorioso Señor Jesucristo28 y No murmuréis unos da otros29. También San Juan en su Carta: No améis al mundo30, y las demás expresiones de esta especie. Es decir, que cuando en los mandatos divinos "No hagas esto o aquello" o la obra de la voluntad se exige para hacer u omitir algo, bien se prueba la existencia del libre albedrío. Nadie, por consiguiente, haga a Dios responsable cuando peca, sino cúlpese a sí mismo. Ni tampoco, cuando bien obra, juzgue el obrar ajeno a su propia voluntad, porque si libremente obra, entonces existe la obra buena, entonces hay que esperar el premio de aquel de quien está escrito: Quien dará a cada uno según sus obras31.

Capítulo III

5. Quienes, pues, conocen los preceptos divinos no tienen la excusa que suelen tener los hombres por ignorancia. Pero ni aun los que ignoran la ley de Dios se evadirán sin pena. Cuantos hubiesen pecado sin ley, sin ley perecerán; y los que pecaron en la ley, por la ley serán juzgados32. Antójaseme que el Apóstol no pretende significar un castigo mayor para los que ignoran la ley en sus pecados que para los sabedores, pues parece peor perecer que ser juzgados; mas, dirigiéndose el Apóstol a los gentiles y a los judíos —porque aquéllos sin ley y éstos con ella—, ¿quién se atreverá a decir que no han de perecer los judíos que en la ley pecan, pues no creyeron en Cristo, porque de ellos se ha dicho que por la ley serán juzgados? Sin la fe de Cristo nadie puede ser libertado, y por ello serán juzgados de manera que perezcan. Porque si peor es la condición de los ignorantes que la de los conocedores de la ley, ¿cómo será verdad lo que dijo el Señor en el Evangelio: El siervo que ignora la voluntad de su señor y hace cosas dignas de castigo recibirá menos azotes; pero él siervo que conoce la voluntad de su señor y hace cosas dignas de castigo recibirá muchos?33 Estas palabras muestran ser más grave el pecado del sabedor que del ignorante; ni por ello conviene protegerse en las tinieblas de la ignorancia para en ellas buscar una excusa, porque una cosa es ignorar y otra haber querido ignorar. Achácase a la voluntad cuando se dice: No quiso entender para bien obrar34. Pero nadie excusa la ignorancia involuntaria hasta tal punto que diga no va a arder con fuego eterno quien no creyó precisamente porque ignoraba lo que había de creer; sino que quizá diga ha de arder menos, pues no sin causa está escrito: Derrama tu ira sobre las gentes que no te conocen35; y lo que dijo el Apóstol: Tomando venganza en llamas de fuego sobre los que desconocen a Dios36. Mas para que tengamos todos la ciencia y nadie diga: "Lo ignoré", "No lo vi", "No entendí", la voluntad humana es requerida donde se dice: No seas sin entendimiento como el caballo y como el mulo37, siquier mala aparezca en aquellas palabras de los Proverbios: No con sólo palabras se corrige el esclavo, porque entiende bien; pero de obedecer, nada38. Mas cuando el hombre dice: "No puedo obedecer, pues me vence mi concupiscencia", ya excusa por ignorancia no tiene ni defiende a Dios en su corazón, sino que conoce el mal en sí mismo y se duele; a quien, con todo, dice el Apóstol: No te dejes vencer del mal, antes vence al mal con el bien39. Y, ciertamente, a quien se dice No te dejes, supónesele, sin duda, el árbitro de su voluntad. El querer y no querer, cosa es de propia voluntad.

Capítulo IV

6. Pero es de temer que todos estos divinos testimonios a favor del libre albedrío y cualesquiera otros, que, por cierto, son muchísimos, se interpreten en forma de no dejar lugar ninguno al auxilio y gracia de Dios en orden a la vida piadosa y honesto peregrinar, recompensados con premio eterno, y que el hombre miserable se gloríe en sí y no en el Señor y en sí ponga la esperanza de bien vivir cuando bien vive y bien obra, o mejor así lo cree, incurriendo por ello en la maldición del profeta Jeremías, que dice: Maldito el hombre que en el hombre pone su confianza y de la carne de su brazo hace su apoyo y aleja su corazón de Yave40. Entended, hermanos, este profético testimonio. Pues porque no dijo el profeta: "Maldito sea el hombre que pone la esperanza en sí mismo", podría parecer a alguno que fue dicho: "Maldito sea el hombre que pone la esperanza en el hombre", para que nadie confíe en otro sino en sí. Para mostrar, pues, que ni en sí ni en otro debe poner el hombre su esperanza, tras haber dicho: ¡Maldito sea el hombre que confía en el hombre, añade: y de la carne de su brazo hace su apoyo. Brazo significa la facultad de obrar, y por carne, la humana fragilidad hemos de entender. Y así, hace apoyo de la carne de su brazo quien para bien obrar fía de su frágil y deleznable poder humano y no espera el auxilio de Dios. Y por eso añadió: y aleja su corazón de Yave. Tal es la moderna herejía pelagiana, que, después de haberla mucho combatido, por muy recientes exigencias ante concilios episcopales ha sido presentada. Fue ésta la razón de haberos enviado algo para que lo leyerais. Nosotros, pues, para bien obrar, no fiamos del hombre, ni hacemos apoyo de la carne de nuestro brazo, ni nuestro corazón de Dios se aparta, sino más bien al Señor decimos: Sé mi socorro, no me rechaces ni me abandones, ¡oh Dios, mi salvador!41

7. Por tanto, carísimos, como para bien vivir y obrar con rectitud probamos el libre albedrío en el hombre por los citados testimonios de las santas Escrituras, veamos ahora cuáles abonan la gracia de Dios, sin la que nada de bueno podemos hacer. Y en primer lugar, os diré algo de vuestra misma profesión, porque no estaríais reunidos en esta sociedad Viviendo en pureza si no hubieseis despreciado el placer conyugal. De aquí que al decir los discípulos al Señor, que estaba enseñando: Si tal es la condición del hombre y la mujer, es preferible no casarse, respondióles: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado42. ¿No exhortaba el Apóstol a la libre voluntad de Timoteo cuando le decía: Vive en continencia?43 Y en punto a esto, mostró el poder de la voluntad cuando dijo: No necesitado, sino libre y de voluntad, determina guardar virgen a su hija. Y, sin embargo, No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Los demás, o no quieren o no llegan a realizar lo que quieren; mas aquellos a quienes es dado, quieren de tal manera, que cumplen su deseo. El que, por tanto, sea por algunos entendido esto, qua no lo es por todos, gracia de Dios es y libre albedrío.

8. De la misma honestidad conyugal también dijo el Apóstol: Haga lo que quiera, no peca; que la case44; y con todo, también esto es gracia de Dios, pues dice la Escritura: Por Dios la mujer se une a su marido45. Por eso, el Doctor de las Gentes mostró ser gracia de Dios la honestidad conyugal, cuya virtud evita los adulterios, y la más perfecta continencia, que ninguna unión busca, recomendando ambas con sus palabras y aconsejando a los cónyuges que no se engañen; y cuando lo hubo hecho, añadió a los corintios: Quisiera yo que todos fuesen como yo, quien por cierto se abstenía de toda unión; y a seguida escribe: Pero cada uno tiene de Dios su propia gracia, éste una, aquél otra46. ¿Acaso tantos preceptos divinos, en evitación de fornicaciones y adulterios, prueban otra cosa sino la libertad de albedrío? No se mandaría todo eso si el hombre no tuviese propia voluntad con que obedecer a Dios. Y, sin embargo, don suyo es, sin el que observar los preceptos de pureza no se puede. Por eso, en el libro de la Sabiduría está escrito: Conociendo que nadie puede ser casto si Dios no se lo da y que era parte de la sabiduría conocer de quién es el don47. Mas para que estos santos mandatos de pureza no se cumplan, cada uno es tentado por sus propias concupiscencias, que le atraen y seducen48. Y si alguien dijera: "Quiero guardar mi pureza, pero me vence mi pasión", la Escritura le respondería como antes con el libre albedrío: No te dejes vencer del mal, antes vence el mal con el bien. Y para lograr esto, la gracia de Dios ayuda, porque si falta, nada será la ley y todo el poder del pecado, porque la concupiscencia crece y se vigoriza con la ley prohibente si el espíritu de la gracia no nos ayuda. Esto es lo que dice el mismo Apóstol de las Gentes: El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley. Diga, pues, el hombre: "Quiero cumplir la ley, pero la fuerza de mi concupiscencia me puede". Y cuando a su voluntad se apela y se le dice: "No te dejes vencer del mal", ¿qué le aprovechará esto, si le falta la gracia auxiliadora? Es el pensamiento del Apóstol; porque habiendo escrito: la fuerza del pecado es la ley, añadió en seguida: Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo49. Luego la victoria sobre el pecado es don de Dios que ayuda a la libre voluntad en este combate.

9. Por todo ello, dice el Maestro celestial: Vigilad y orad para que no caigáis en la tentación50. Por tanto, orar debe cada uno luchando contra su concupiscencia, para que no caiga en la tentación, es decir, para que ni le atraiga ni seduzca su pasión. No caerá en la tentación si con voluntad buena vence la concupiscencia mala. Mas, con todo, no basta la libre voluntad humana, a menos que la victoria sea por Dios concedida a quien ora para no caer en la tentación. ¿Qué se manifestará más patente que la gracia de Dios cuando se recibe lo que se ha suplicado? Porque Si nuestro Salvador dijera: "Vigilad para no caer en la tentación", parecería sólo haber avisado a la voluntad humana; pero al añadir y orad, manifestó que Dios ayuda para no caer en la tentación. Dicho fue al libre albedrío: No desdeñes, hijo mío, las lecciones de tu Dios51; y el Señor dijo: Yo he rogado por ti, Pedro, para que no desfallezca tu fe52. Es, por consiguiente, el hombre por la gracia ayudado, para que no sin causa su voluntad sea imperada.

Capítulo V

10. Cuando Dios dice: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros53, parece que una de estas proposiciones pertenece a nuestra voluntad —que nos volvamos a Él—; y la otra, en cambio, corresponde a la gracia —que Él se vuelva a nosotros—. Y podrían los pelagianos en ellas ver su pensamiento, en cuya virtud afirman que la gracia de Dios se nos confiere según nuestros méritos. Lo que ciertamente Pelagio no se atrevió a sostener en Jerusalén de Palestina cuando fue oído por los obispos. Porque, entre otras cosas que se le reprocharon allí, fue el afirmar que la gracia de Dios se nos confiere según nuestros méritos, lo que es tan ajeno y contrario de la doctrina católica y de la gracia de Cristo, que si él no hubiese detestado tal proposición, de allí saliera excomulgado. Pero la detestó con falsía, toda vez que sus libros posteriores, en los que no defiende otra cosa, muestran que la gracia de Dios se nos da según nuestros méritos. Tales pensamientos los coligen de testimonios sagrados, como el aducido al principio de este capítulo: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, como si el mérito de nuestra conversión a Dios fuese la medida de la gracia, por lo que el Señor se vuelve a nosotros. Y no reparan los que tal piensan que, si nuestra conversión a Dios no fuese gracia suya, no le diríamos: Dios de las virtudes, vuélvenos a ti54; y Dios, tú, convirtiéndonos a ti, nos vivificarás; y Vuélvenos a ti, Dios de nuestra salud55; y muchísimos otros que sería largo enumerar. Porque el venir a Cristo, ¿qué otra cosa es sino volver a El por la fe? Y con todo, dijo Jesús: Nadie puede venir a mí si el Padre no le trae56.

11. Y también lo que está escrito en el libro segundo de los Paralipómenos: Dios está con vosotros cuando vosotros estáis con El; si vosotros le buscáis, le hallaréis; pero si vosotros le abandonáis, El os abandonará a vosotros57, manifiesta el libre albedrío. Mas los que aseguran que la gracia de Dios se nos confiere según nuestros méritos, interpretan estos testimonios de manera que nuestro mérito lo ponen en el estar con Dios y que, según este mérito, se nos da la gracia de estar él con nosotros. De manera análoga, nuestro mérito reside en buscar a Dios, y por este mérito se nos da la gracia de encontrarle. Y lo que en el primer libro de los Paralipómenos se dice: Y tú, Salomón, hijo mío, conoce al Dios de tu padre y sírvele con corazón perfecto y ánimo generoso, porque Dios escudriña los corazones de todos y penetra todos los designios y todos los pensamientos. Si tú le buscas, le hallarás; mas si le dejas, te rechazará para siempre58, manifiesta también el libre albedrío. Mas los pelagianos ponen el mérito del hombre en las palabras Si tú le buscas; y según este mérito, se confiere la gracia de le hallarás; y se esfuerzan cuanto pueden por probar que la gracia de Dios se nos da según nuestros méritos o, lo que es lo mismo, que la gracia no es gracia, porque a quienes gracia se da según el mérito, no se les computa el salario como gracia, sino como deuda59, lo que con toda claridad dice el Apóstol.

12. Mérito, pero malo, fue en el apóstol San Pablo el perseguir a la Iglesia, por lo que dijo: No soy digno de ser llamado apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios. Teniendo, pues, este mérito malo, devolviósele bien por mal, y, en consecuencia, siguió escribiendo: Mas por la gracia de Dios soy lo que soy. Y para poner en claro el libre albedrío añadió: Y la gracia que me confirió no ha sido estéril, antes he trabajado más que todos ellos. Y este libre albedrío lo exhorta en otros lugares, donde dice: Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios60. ¿Para qué, pues, los exhorta, si al recibir la gracia de Dios perdieron la propia voluntad? Mas para que no se crea que la misma voluntad hacer puede algo de bueno, de seguida cuando dijo: Su gracia no fue en mí estéril, antes he trabajado más que todos ellos, añadió: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo61; es decir, no sólo yo, sino Dios conmigo; y por ello, ni la gracia de Dios sola ni él solo, sino la gracia de Dios con él. Y para que fuese llamado con voz celestial y con tan eficaz conversión a Dios volviese62, sólo la gracia de Dios intervino, porque sus méritos muy grandes eran, pero malos. Finalmente, en otro lugar dice a Timoteo: Soporta con fortaleza los trabajos por causa del Evangelio en el poder de Dios, que nos salvó y nos llamó con vocación santa; no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su propósito y de la gracia, que nos fue dada en Cristo Jesús63. Y también recordando sus méritos, pero malos, dice: Pues nosotros fuimos también alguna vez necios, desobedientes, extraviados, esclavos de toda serie de concupiscencias y placeres, viviendo en la maldad y en la envidia, dignos de odio y aborreciéndonos unos a otros. ¿Qué se debía a estos méritos malos sino el castigo? Pero volviendo el Señor bien por mal, en gracia que se nos confiere no según nuestros méritos, aconteció lo que luego cuenta: Mas cuando apareció la bondad y el amor de Dios, nuestro Salvador, hacia los hombres no por las obras justas que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, nos salvó mediante el lavatorio de la regeneración y renovación del Espíritu Santo, que abundantemente derramó sobre nosotros por Jesucristo nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos herederos de la vida eterna, según nuestra esperanza64.

Capítulo VI

13. Por estos y otros semejantes testimonios queda probado que la gracia de Dios no se nos confiere según nuestros méritos. Es más: a veces hemos visto y diariamente lo vemos que la gracia de Dios se nos da no sólo sin ningún mérito bueno, sino con muchos méritos malos por delante. Pero cuando nos es dada, ya comienzan nuestros méritos a ser buenos por su virtud; porque, si llegare a faltar, cae el hombre, no sostenido, sino precipitado por su libre albedrío. Por eso, cuando el hombre comenzare a tener méritos buenos, no debe atribuírselos a sí mismo, sino a Dios, a quien decimos en el Salmo: Sé mi socorro, no me abandones65. Al decir no me abandones manifiesta que, si abandonado fuera, nada bueno por sí hacer podría; por lo que dijo aquél: Yo dije en mi fortuna: no seré jamás conmovido. Y juzgó ser suyo todo el bien que tanto le abundaba hasta no temer ser conmovido. Mas a fin de que entendiese de quién era aquella fortuna de la que se gloriaba, apartada nada más un poquito la gracia, y así advertido, dice: Pues tú, Señor, por tu benevolencia, me asegurabas honor y poderío. Apenas escondiste tu rostro, fui conturbado66. Por tanto, necesario es al hombre que por la gracia de Dios no sólo de impío sea hecho justo, cuando a cambio de sus méritos malos se le devuelven buenos, sino que cuando ya por la fe está justificado, menester es que en la gracia viva y en ella se apoye para no caer. Por eso se escribió de la Iglesia en el Cantar de los Cantares: ¿Quién es esta que sube blanqueada, reclinándose sobre su amado?67 Blanqueada es la que por sí misma no puede ser blanca. ¿Y quién la ha blanqueado sino aquel que por el profeta dice: Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarían corno la nieve?68 Cuando, pues, fue blanqueada, nada bueno merecía. Ya blanqueada, vive bien, si de continuo se apoya en aquel que la blanqueó. Por lo cual el mismo Jesús, sobre el que blanqueada se reclina, dijo a sus discípulos: Sin mí nada podéis hacer69.

14. Volvamos, pues, a Pablo el apóstol, que encontramos sin mérito alguno bueno y sí con muchos méritos malos. Pero, conseguido que hubo la gracia de Dios, veamos qué dice escribiendo a Timoteo cuando ya se le acercaba su pasión: Cuanto a mí, a punto estoy de derramarme en libación, siendo ya inminente el tiempo de mi partida. He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. Ahora ciertamente recuerda sus méritos buenos, para tras ellos lograr la corona quien tras los méritos malos logró la gracia. Por fin, reparad en lo que sigue: Ya me está preparada la corona de la justicia que me otorgará aquel día el Señor, justo Juez70. ¿A quién dará la corona el justo Juez si no hubiese antes dado la gracia como padre misericordioso? Y ¿cómo había de ser ésta corona de justicia si no precediera la gracia que justifica al impío? ¿Cómo se devolverían estas cosas debidas si antes no se dieran aquéllas gratuitas?

15. Mas porque los pelagianos dicen que sólo la gracia, por la que se perdonan los pecados, no es según nuestros méritos, pero que, en cambio, aquella gracia final, la vida eterna, se nos da por nuestros méritos, fuerza es que les contestemos. Si nuestros méritos los entendiesen de manera que vieran en ellos dones también de Dios, no habría por qué rechazar tal sentir; pero como entienden los méritos humanos de modo que el hombre por sí mismo los adquiera, con toda razón responde el Apóstol: ¿Quién es el que a ti te hace preferible? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no lo hubieras recibido?71 A quien tal piensa, con suma razón se le dice: "Dios corona sus dones y no tus méritos, si éstos por ti y no por él son méritos. Si tales son, malos son y Dios no los corona; pero si son buenos, dones son de Dios, porque como dice el apóstol Santiago: Todo buen don y toda dádiva perfecta viene de arriba, desciende del Padre de las luces72. Por lo que Juan, el precursor del Señor, dice también: No debe el hombre tomarse nada si no le fuere dado del cielo73; ciertamente del cielo, de donde viene también el Espíritu Santo, porque, subiendo Jesús a las alturas, llevó cautiva la cautividad, repartió dones a los hombres. Si, por consiguiente, dones de Dios son tus buenos méritos, no corona el Señor tus méritos en cuanto méritos tuyos, sino en cuanto dones suyos.

Capítulo VII

16. Por tanto, consideremos los méritos del apóstol San Pablo, por los que dijo había de darle una corona de justicia el justo Juez, y veamos si son suyos, es decir, por él adquiridos, o más bien son dones de Dios. He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. En primer lugar, estas buenas obras serían nulas de no haber sido precedidas de pensamientos buenos. Reparad en lo que dice de estos pensamientos al escribir a los Corintios: No que de nosotros seamos capaces de pensar algo como de nosotros mismos, que nuestra suficiencia viene de Dios74. Después veamos ya en particular: He combatido el buen combate, dice. Y pregunto yo con qué fuerza combatió, si con una que de sí mismo procediera o más bien con otra que de arriba le fuera dada. Pero ni pensar que tan excelso doctor ignorase la ley de Dios, cuya voz dice en el Deuteronomio: No digas en tu corazón: mi fuerza y el poder de mi mano me ha dado esta riqueza; sino que te acordarás del Señor, Dios tuyo, que es quien te da poder para adquirirla75. Pero ¿de qué sirve un buen combate si no es coronado por la victoria? Y ¿quién da la victoria sino aquel de quien el mismo Apóstol dice: Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo76? Y en otro lugar, al recordar el paso de aquel salmo: Antes por tu causa nos entregan a la muerte cada día y somos tenidos por ovejas para él matadero, añadió y dijo: Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó77. Luego no por nosotros, sino por aquel que nos amó. A continuación dice: He terminado mi carrera. Pero afirma aquí esto quien en otro lugar dijo: Por consiguiente, no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia78, proposición que no puede convertirse de manera que diga: No de Dios, que tiene misericordia, sino del hombre, que quiere y que corre, porque quien se atreviere a decir tal, paladinamente contradice al Apóstol.

17. Por fin dijo: He guardado mi fe; y lo dijo quien en otro lugar escribió: He obtenido del Señor la misericordia para que sea fiel79. No dijo: He conseguido la misericordia porque era fiel, sino para que sea fiel, probando así que la fe no puede poseerse sino por la misericordia de Dios y que es gracia suya. Lo que con todas las palabras enseña al decir: Pues de gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, que es don de Dios. Porque podrían decir: "Recibimos la gracia precisamente porque creímos", como atribuyéndose a sí la fe y la gracia a Dios; y por ello, habiendo dicho el Apóstol: por la fe, añadió: y esto no os viene de vosotros, que es don de Dios. Y, de nuevo, para que no dijeran haber tal don merecido por sus obras, escribió de seguida: Esto no viene de las obras, para que nadie se gloríe80. No porque negara o suprimiera las buenas obras cuando afirma que Dios ha de remunerar a cada uno según sus obras81, sino porque las obras proceden de la fe y no la fe de las obras, y por eso nuestras obras de justicia provienen de aquel mismo de quien proviene la fe. De ésta está escrito: El justo vive de la fe82.

18. Mas los hombres, no entendiendo lo que el mismo Apóstol dijo: Sostenemos que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley83, creyeron ser al hombre suficiente la fe siquier malviva y no cuente con buenas obras. Lo que en manera alguna pensó San Pablo, quien al decir: Pues en Cristo Jesús ni vale la circuncisión ni vale el prepucio, luego añade: sino la fe actuada por la caridad84. Esta es la fe que separa a los fieles de los inmundos demonios, pues también éstos, como lo dice el apóstol Santiago, creen y tiemblan85, pero no obran bien. No tienen, por tanto, esta fe, de la cual vive el justo y que obra por la caridad, de manera que Dios le confiere la vida eterna de acuerdo con sus obras. Y porque esas mismas obras buenas provienen de Dios igual que nuestra fe y nuestra caridad, por eso el Doctor de las Gentes gracia llamó a la vida eterna.

Capítulo VIII

19. Y de aquí nace otro problema de no poca importancia, que, con la gracia de Dios, hemos de resolver. Si la vida eterna se da a las buenas obras, como con toda claridad lo dice la Escritura: Porque Dios dará a cada uno según sus obras86, ¿cómo puede ser gracia la vida eterna, si la gracia no se da por obras, sino gratis, de acuerdo con el Apóstol: Al que trabaja no se le computa el salario como gracia, sino como deuda?87 Y en otro lugar: En el presente tiempo ha quedado un resto en virtud de una elección graciosa; y a continuación: Pero si por gracia, ya no es por las obras, que en este caso la gracia ya no sería gracia88. ¿Cómo, pues, será gracia la vida eterna, si a las obras responde? ¿O es que quizá no llama gracia el Apóstol a la vida eterna? Es más: tan claramente lo dice, que es de todo punto innegable. Y no es que requiera esta cuestión un ingenio agudo. Basta sólo un oyente atento. Porque cuando dijo: El salario del pecado es la muerte, en seguida añadió: pero el don de Dios es la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo89.

20. Este problema, a mi parecer, sólo puede resolverse entendiendo que nuestras buenas obras, a las que se da la vida eterna, pertenecen también a la gracia de Dios, toda vez que nuestro Señor Jesucristo dice: Sin mí nada podéis hacer90. Y el mismo Apóstol, al decir: Pues de gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no., os viene de vosotros, es don de Dios. No viene de las obras, para que nadie se gloríe, vio que los hombres podrían entender como no necesarias las obras y bastar sólo la fe, como también que los hombres podrían gloriarse por sus buenas obras, cual si a sí mismos se bastaran para realizarlas; y por eso añadió: que hechura suya somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó para que en ellas anduviésemos91. ¿Y qué significa, pues, esto, que, recomendando el Apóstol la gracia y asegurando que no proviene de las obras, a fin de que nadie se gloríe, da luego la razón y dice: Hechura suya somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras? ¿Cómo, pues, no por las obras, para que nadie se gloríe? Pero repara y entiende: no por las obras como tuyas y de tu procedencia, sino como obras en las que el Señor te plasmó, es decir, te formó y creó, porque esto es lo que dice: Hechura somos suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, no con la creación que dio vida a los hombres, sino con aquella otra que ya supone al hombre y de que habla el Salmo: Crea en mí, Señor, un corazón puro92, y de la cual dice el Apóstol: Quien es de Cristo se ha hecho nueva criatura y lo viejo pasó; todo se ha hecho nuevo y todo viene de Dios93. Somos plasmados, os decir, somos formados y creados en buenas obras, que no preparamos nosotros, sino Dios, para que en ellas vivamos. Así, pues, carísimos, si nuestra vida buena no es más quo gracia de Dios, sin duda alguna que la vida eterna, que se da a la vida buena, don es de Dios, ambas por cierto gratuitas. Pero sólo aquella que se da es gracia; mas la que se da en este caso, ya que es premio de la vida buena, es gracia que recompensa a otra gracia, como retribución por justicia, para que se cumpla, ya que es verdadero que Dios dará a cada uno según sus obras.

Capítulo IX

21. Acaso vuestra curiosidad os lleve a preguntar si en los libros santos se lee la frase "gracia sobre gracia". Y precisamente en el evangelio de San Juan, tan esplendente por su claridad, encontramos aquel pasaje en el que San Juan Bautista dice de nuestro Señor Jesucristo: Pues de su plenitud recibimos todos y gracia sobre gracia94. En consecuencia, de su plenitud recibimos, según nuestra capacidad, nuestras porciones para bien vivir, al igual que Dios repartió la medida de la fe95. Porque cada uno tiene de Dios su propia gracia, éste una y aquél otra96; fe que también es gracia. Pero además recibiremos gracia sobre gracia cuando se nos dé la vida eterna, de la que dijo el Apóstol: Don de Dios es la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo, habiendo antes dicho: El salario del pecado es la muerte. Con razón dice salario, porque muerte eterna se da a la milicia diabólica como paga. Y bien podría decir, y acertadamente, que el salario de la justicia es la vida eterna; mas prefirió decir: Don de Dios es la vida eterna, para que así entendiésemos que no por nuestros méritos, sino por su misericordia, Dios nos lleva a la vida eterna. De acuerdo con esta verdad, dice el hombre a su alma: Quien te corona con misericordia y gracia97. Mas ¿acaso no se da la corona a las obras buenas? Pero como es El quien en los buenos ejecuta las buenas obras, por lo que fue escrito: Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar, según su beneplácito, por eso dijo el Salmista: Quien te corona con misericordia y gracia, pues por su misericordia obramos el bien que con corona es premiado. Y no porque diga que Dios obra en vosotros el querer y el obrar hemos de concluir a la negación del libre albedrío, porque si así fuese, no hubiera dicho poco antes: Con temor y temblor trabajad por vuestra salud98. Cuando se manda trabajar, al libre albedrío se manda, y por ello con temor y temblor, no sea que, atribuyéndose a sí mismo las buenas obras, de ellas se enorgullezca. Viene todo a ser cual si al Apóstol so le preguntara: "¿Por qué dijiste que con temor y temblor?" El, dando la razón de tales palabras, diría: "Dios es quien obra en vosotros. Si teméis y tembláis, no os exaltaréis por vuestras buenas obras, como si vuestras fuesen, porque es Dios quien en vosotros obra".

Capitulo X

22. Por consiguiente, hermanos, con vuestro libre albedrío debéis no hacer el mal y practicar el bien, porque esto es lo mandado por la ley de Dios en los libros santos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Ahora leamos y con la gracia del Señor entendamos al Apóstol, que dice: Por las obras de la ley nadie será reconocido justo ante él, pues de la ley sólo nos viene el conocimiento del pecado99. Conocimiento dijo, no consumación. Al conocer el hombre el pecado, si la gracia no viene en su ayuda para evitar lo conocido, sin duda que la ley engendrará la ira, como con estas mismas palabras lo dice en otro lugar el Apóstol: La ley trae consigo la ira. Y dijo esto porque la ira de Dios es mayor en el prevaricador, que por la ley conoce el pecado, y, sin embargo, lo comete; porque tal hombre es prevaricador de la ley, como en otro pasaje lo dice el Apóstol: Donde no hay ley, no hay transgresión100. Y por esto, con otro motivo escribió: Sirvamos en espíritu nuevo, no en la letra vieja. Y queriendo que entendamos por la letra vieja la ley, ¿qué entenderemos por el espíritu nuevo sino la gracia? Y para que no se creyese que acusaba o reprendía a la ley, en seguida se propone el problema y dice: ¿Qué diremos entonces: que la ley es pecado? No, por Dios. Y añade a continuación: Pero yo no conocí el pecado sino por la ley. Pues yo no conocería la codicia si la ley no dijera: "No codiciarás". Mas con ocasión del precepto obró en mí el pecado toda concupiscencia, porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo viví algún tiempo sin ley; pero sobreviviendo el precepto, revivió el pecado y yo quedé muerto, y hallé que el precepto, que era para vida, fue para muerte. Pues el pecado, con ocasión del precepto, me sedujo y por él me mató. En suma: que la ley es santa, y el precepto, santo y justo y bueno. ¿Luego lo bueno me ha sido mortal? Nada de eso; pero el pecado, para mostrar toda su malicia, por lo bueno me dio la muerte, haciéndose por el precepto sobremanera pecaminoso101. Y escribiendo a los Gálatas: Y sabiendo que no se justifica el hombre por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, hemos creído también en Cristo Jesús, esperando ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, pues por éstas nadie se justifica102.

Capítulo XI

23. ¿Qué, pues, afirman esos falacísimos y más que perversos pelagianos cuando dicen que la gracia de Dios es la ley, por la que somos socorridos para no pecar? ¿Qué dicen esos miserables, que sin titubeo ninguno contradicen a tan gran Apóstol? Este dice que el pecado recibe fuerzas de la ley contra el hombre y que es muerto por el mandato, siquier santo y justo y bueno, y por el bien le causa la muerte, de la que no se libraría si el espíritu no vivificara a quien muerto fue por la letra, como en otra ocasión dice el mismo San Pablo: La letra mata y el espíritu vivifica103. Los indóciles pelagianos, en cambio, ciegos a la luz de Dios y sordos a su voz, dicen que la asfixiante letra vivifica, y al vivificante espíritu contradicen. Por consiguiente, hermanos —para advertiros con las mismas palabras del Apóstol—, no somos deudores a la carne de vivir según la carne, que si vivís según la carne, moriréis; mas si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis. Estas cosas os he dicho para con palabras apostólicas apartar vuestro libre albedrío del mal y recomendarle el bien. Y, sin embargo, no debéis en el hombre, es decir, en vosotros mismos, gloriaros, sino en Dios, cuando no según la carne vivís y con espíritu mortificáis las acciones de la carne. Y para que no se exaltaran —a quienes estas cosas decía—creyendo que tantas buenas obras podían hacer con su espíritu y no con el de Dios, al decir si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis, añadió en seguida: Porque los que son movidos por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios104. Cuando, pues, con espíritu mortificáis las obras de la carne para vivir, glorificad a El, alabad a El, dad gracias a El, por cuyo Espíritu sois movidos a hacer esto, y así mostraréis ser hijos de Dios. Los que por el Espíritu de Dios son movidos, éstos son hijos de Dios.

Capítulo XII

24. En consecuencia: cuantos con sólo la ayuda de la ley y sin el auxilio de la gracia, confiando en sí misinos, son movidos por su espíritu, no son hijos de Dios. Tales son de los que dice el Apóstol: Que ignorando la justicia de Dios y buscando afirmar la propia, no se sometieron a la justicia de Dios105. Esto lo dijo de los judíos, quienes presumiendo de sí rechazaban la gracia, y por eso en Cristo no creían. Y dice que buscaban afirmar su justicia, es decir, la justicia que procede de la ley; no porque ésta fuese por ellos forjada, sino que afirmaban su justicia en la ley que do Dios procedía al esperar cumplir esa ley por sus propias fuerzas. Ignorando la justicia de Dios, no la justicia por la que Dios es justo, sino la justicia que el hombre tiene de Dios recibida. Y para que comprendáis bien estas dos justicias, ved lo que hablando de Jesucristo dice en otro lugar: Y aun todo lo tengo por daño, a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por estiércol con tal de gozar a Cristo y ser hallado en El, no en posesión de mi justicia de la ley, sino de la justicia que procede de Dios, que se funda en la fe y que nos viene por la fe de Cristo106. ¿Por qué, pues, dice no en posesión de mi justicia de la ley, siendo su justicia la de Dios y no la ley misma, sino porque suya la llama —siquier de la ley proceda— al creerse capaz de cumplir la ley sin el auxilio de la gracia, por la fe en Jesucristo? Por ello, habiendo dicho: no en posesión de mi justicia, en seguida añadió: sino de la justicia que procede de Dios, que se funda en la fe de Cristo. Esta es la ignorada por aquellos de quienes dice: Ignorando la justicia de Dios, es decir, que de Dios procede (ésta es conferida por el espíritu, que vivifica, y no por la letra, que mata), y buscando afirmar la propia, que el Apóstol llamó justicia de la ley al decir: no en posesión de mi justicia de la ley, no se sometieron a la justicia de Dios, es decir, a la gracia de Dios. Bajo la ley vivían y no bajo la gracia, y por ello los dominaba el pecado, toda vez que de éste no es el hombre libre por la ley, sino por la gracia. Así, dice en otro lugar: Porque el pecado no tiene ya dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia107. No porque es mala la ley, sino porque bajo ella viven los que son hechos reos por el mandato y no por el auxilio, puesto que la gracia ayuda para que cada uno sea cumplidor de la ley, sin la cual, quien bajo la ley vive, será tan sólo de la ley oyente. A los tales dice San Pablo: Los que buscáis la justicia en la ley habéis perdido la gracia108.

Capítulo XIII

25. ¿Quién será tan sordo a las voces del Apóstol, quién en tan mal gusto, o, más bien, en la insania de hablar sin saber, habrá incurrido, para atreverse a decir que la ley es la gracia, cuando el que sabe lo que dice afirma: "Los que buscáis la justicia de la ley habéis perdido la gracia"? Si, pues, la ley no es la gracia, ya que para cumplir la ley no puede ésta ayudar, sino la gracia, ¿acaso la naturaleza será la gracia? Porque los pelagianos hasta esto se han atrevido a afirmar: que la graciaes la naturaleza, en la cual hemos sido creados, por cuya virtud somos racionalesy entendemos y estamos hechos a la imagen de Dios y dominamos los peces del mar y las aves del cielo y los animales que vagan por la tierra. Mas no es la gracia que recomienda el Apóstol por la fe de Jesucristo. La naturaleza es común a fieles e infieles, y la gracia, por la fe de Jesucristo, sólo vive en quienes late la misma fe. No de todos es la fe109. Por último, así como a los que quieren justificarse con la ley les dice con toda razón que pierden la fe: Si por la ley se obtiene la justicia, en vano murió Cristo110, de igual manera, a quienes naturaleza llaman a la gracia, que el Apóstol alaba y que debida es a la fe de Cristo, les dice: "Si por naturaleza se obtiene la justicia, en vano murió Cristo". Ya aquí la ley existía y no justificaba; ya aquí existía la naturaleza y no justificaba; por eso Cristo no murió en vano, para que se cumpliese la ley por el que dijo: No vine a derogar la ley, sino a cumplirla111; y la naturaleza, por Adán perdida, fuese reparada por quien dijo: Venir a buscar y salvar lo que había perecido112, en quien creían habían de venir los antiguos padres que a Dios amaban.

26. Dicen también —los pelagianos— que la gracia de Dios, por la fe en Cristo conferida y bien distinta de la ley y de la naturaleza, vale sólo para el perdón de los pecados pasados, no para evitar los futuros o superar las repugnancias. Mas si esto fuera cierto, al decir en la oración dominical: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no añadiríamos: y no nos dejes caer en la tentación113. Aquello lo decimos pidiendo perdón para nuestros pecados, y esto ya para evitarlos, ya para vencerlos, lo que ciertamente no pediríamos a nuestro Padre celestial si lograrlo pudiésemos con el poder de la voluntad humana. Aconsejo y con todo encarecimiento exhorto a vuestra caridad que atentamente leáis el libro que de la oración dominical escribió el bienaventurado Cipriano, y con la ayuda de Dios lo penetréis y de memoria lo aprendáis. En el veréis cómo apela a la libre voluntad de sus lectores para probar que los preceptos a cumplir en la ley es menester pedirlos en la oración. Y en vano esto se haría si la voluntad humana capaz fuese do cumplirlos sin la gracia divina.

Capítulo XIV

27. Mas ya están convencidos, no los defensores, sino quienes tanto exaltan el libre albedrío, que lo destruyen; ya saben que ni el conocimiento de la ley divina, ni la naturaleza, ni la sola remisión de los pecados es la gracia que por Jesucristo, Señor nuestro, se nos confiere, y en cuya virtud la ley se cumple, la naturaleza es libre y el pecado no impera. Convencidos de todo esto, antójaseles por todos los medios probar que la gracia de Dios se nos da según nuestros méritos, y así dicen: "Siquier no se nos confiera según los méritos de las buenas obras, toda vez que por la gracia las hacemos, sin embargo, se nos da de acuerdo con los méritos de buena voluntad, porque abre el camino la buena voluntad del que suplica, y ésta es precedida por la buena voluntad del que cree, para que según estos méritos siga la gracia de Dios que oye".

28. Ya en los números 16 y 18 de este tratado dilucidé el problema de la fe, es decir, de la voluntad del creyente, probando que ésta es debida a la gracia hasta tal punto, que el Apóstol no dice: He alcanzado la misericordia porque soy fiel, sino: He logrado la misericordia para ser fiel114. Hay otros textos, entre los que está el Sentid modestamente, cada uno según Dios le repartió la medida de la fe115, y el otro ya recordado: Pues de gracia habéis sido salvados por la fe; y esto no os viene de vosotros, es don de Dios116. Y aquello que escribió a los Efesios: Paz a los hermanos y caridad con fe de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo117; y también: Porque os ha sido otorgado no sólo creer en Cristo, sino también padecer por El118. Por consiguiente, ambas cosas son gracia de Dios, y la fe de los creyentes, y la tolerancia de los pacientes, porque una y otra —dice— son merced de Dios. Y es de notar aquel otro texto: Teniendo el mismo espíritu de fe119. No dijo: la ciencia de la fe, sino el espíritu de la fe, para que entendiésemos que la fe no pedida se concede a fin de otorgar otros bienes al que ora. Pero ¿cómo pueden invocar a aquel en quien no han creído?120 Luego el espíritu de la gracia engendra en nosotros la fe, y por ésta orando logramos cumplir los preceptos. Por esto de continuo el Apóstol antepone la fe a la ley, porque no podemos cumplir lo mandado sino impetrando en la oración por la fe lo que debemos hacer.

29. Si la fe sólo afectase u la libre voluntad y don de Dios no fuera, ¿a qué rogar por los que no quieren creer a fin de que crean? En vano haríamos esto si no creyésemos, y con mucha razón, que Dios omnipotente puede volver a la fe aun las más perversas y contrarias voluntades. A la libre voluntad humana se le exhorta en aquellas palabras del Salmo: Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón121. Si el Señor no pudiese librarnos de la dureza de corazón, no diría por el profeta: Quitaré de su cuerpo su corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Bien claro muestra el Apóstol que tales palabras del Nuevo Testamento fueron dichas: Mi carta sois vosotros, escrita no con tinta, sino con el espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne que son vuestros corazones122. Lo que ciertamente no fue dicho para que carnalmente vivan quienes vivir deben espiritualmente, sino que por no sentir la piedra, es a ella comparado un corazón duro, y a la carne sensible, en cambio, un corazón generoso. Así se lee en la profecía de Ezequiel: Y les daré otro corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo, quitaré de su cuerpo su corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que sigan mis mandamientos y observen y practiquen mis leyes y sean mi pueblo y sea yo su Dios123. ¿Podremos, pues, afirmar, sin desatino que en el hombre preceder debe el mérito de la buena voluntad para que en él sea cambiado el corazón de piedra, cuando éste significa voluntad pésima y absolutamente contraria a Dios? Donde precede la buena voluntad ya no hay corazón de piedra.

30. Y en otro lugar, también por el mismo profeta, Dios paladinamente declara que hace esto no movido por mérito alguno nuestro, sino por la gloria de su nombre. Así, dice: No lo hago por vosotros, casa de Israel, sino más bien por el honor de mi nombre, profanado por causa vuestra de entre las gentes a que habéis ido. Yo santificaré mi nombre grande, profanado entre las gentes a causa de vosotros en medio de ellas, y sabrán las gentes que yo soy Dios, dice el Señor, cuando yo me santificaré en vosotros a sus ojos. Yo os tomaré de entre las gentes, y os reuniré de todas las tierras, y os conduciré a vuestra tierra. Y os aspergeré con aguas puras y os purificaré de vuestras impurezas, de todas vuestras idolatrías. Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo. Os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y os haré ir por mis mandamientos y observar mis preceptos y ponerlos por obra124. ¿Quién será tan ciego que no vea y tan de piedra que no se percate de que la gracia no se confiere según los méritos de la buena voluntad, cuando el mismo Señor lo atestigua al decir: No lo hago por vosotros, casa de Israel, sino más bien por el honor de mi nombre? ¿Por qué, pues, dijo: No lo hago sino por el honor de mi nombre santo, sino para que nadie creyese en la colación por los buenos méritos, cual no se avergüenzan de afirmar los pelagianos? Y no sólo que carecen totalmente de buenos méritos, sino que sus méritos malos van delante, lo demuestra al decir: por el honor de mi nombre, profanado por causa vuestra entre las gentes. ¿Quién no verá un horrendo crimen en la profanación del nombre santo de Dios? Sin embargo, por el mismo nombre mío, dice, que profanasteis, yo os haré buenos, no por vosotros. Y santificaré mi nombre grande, profanado entre las gentes a causa de vosotros en medio de ellas. Dice que santificará su nombre, al que antes llamó santo, lo mismo que suplicamos en la oración dominical al decir: Santificado sea tu nombre125, para que santificado sea en los hombres lo que en sí mismo siempre y sin duda es santo. Finalmente, añade: Y sabrán todas las gentes que yo soy Dios, dice el Señor, cuando yo me santificaré en vosotros a sus ojos. Siendo, por consiguiente, El santo, se santifica, sin embargo, en aquellos a quienes da su gracia, arrancándoles el corazón de piedra, por el que profanaron el nombre de Dios.

Capítulo XV

31. Para que no se piense en la inutilidad del libre albedrío para los hombres, dícese en el Salmo: No endurezcáis vuestros corazones. Y por el mismo profeta Ezequiel: Arrojad de sobre vosotros todas las iniquidades que cometéis y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de querer morir, casa de Israel? Que no quiero yo la muerte del que muere. Convertíos y vivid126. Reparemos que dice: Convertíos y vivid, a quien nosotros decimos: Vuélvenos a ti, Señor127. Recordemos que dice: Arrojad de sobre vosotros todas las iniquidades. Siendo así que El es quien justifica al pecador128. Advertid que dice: Haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo, quien en otra ocasión asegura: Os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Cómo, pues, nos asegura que nos dará quien nos dice: Haceos? ¿Por qué nos manda, si El nos lo dará? ¿Por qué lo da, si el hombre lo ha de hacer, sino porque da lo que manda cuando ayuda a cumplir lo mandado? Siempre, por tanto, gozamos de libre voluntad; pero no siempre ésta es buena; porque o bien es horra de justicia, si al pecado sirve, o bien es horra de pecado, si sirve a la justicia, y entonces es buena. Mas la gracia de Dios siempre es buena y hace que tenga buena voluntad el hombre que antes la tenía mala. Por ella se logra que la misma buena voluntad que se inició aumente y crezca tanto, que llegue a poder cumplir los divinos preceptos, cuando con toda eficacia lo quiera. Refiérese a esto lo que se escribió: Si tú quieres, puedes guardar sus mandamientos129, para que, si alguien quisiere y no pudiere, conozca que todavía no quiere con plena eficacia. Ore, pues, a fin de lograr tanta voluntad cuanta menester es para cumplir los mandatos. Así, son todos ayudados en el cumplimiento de los preceptos, ya que vale el querer cuando podemos y vale el poder cuando queremos; porque ¿a qué serviría el querer, si no podemos, o el poder, si no queremos?

Capítulo XVI

32. Los pelagianos creen saber algo de mucha importancia cuando dicen "que Dios no manda lo que sabe no puede cumplir el hombre". ¿Quién ignora esto? Mas precisamente por eso ordena Dios algunas cosas que no podemos cumplir, para que sepamos lo que le debemos pedir. Es una misma la fe que por la oración impetra lo que la ley manda. Finalmente, quien dijo: Si quieres, puedes guardar los mandatos, en el mismo libro del Eclesiástico, poco después dice: ¡Quién pusiera una guarda a mi boca y un sello de circunspección a mis labios para que por ellos no cayese y no me perdiera, preservando del mal mi lengua!130 Por cierto, el mandato estaba dado: Preserva del mal tu lengua, y tus labios, de las palabras mentirosas131. Si, pues, verdad es lo que dijo: Si quieres, puedes guardar mis mandatos, ¿por qué luego le interesa una guarda para su boca, como en otro salmo: Pon, Señor, una guarda a mi boca?132 ¿Por qué no le basta el divino precepto y su voluntad, toda vez que, si quiere, puede guardar los mandatos? Muchos son los preceptos divinos contra la soberbia. Los conocen. Si quiere, podrá guardarlos. ¿Por qué, pues, dice luego: Señor, Padre y Dios de mi vida, la provocación en la mirada no me la des? La ley ya le había mandado: No apetecerás133. Quiera y cumplirá, porque si quisiere, podrá guardar los mandatos. ¿Por qué, pues, dice luego: Aparta de mí la concupiscencia? Y contra la lujuria también Dios mandó muchas cosas; cúmplalas, porque, si quiere, puede guardar los mandatos; entonces, ¿por qué clama al Señor: No se adueñen de mí los placeres y la sensualidad?134 Si todas estas cosas y cuanto al Señor pedimos en la oración se lo dijésemos a El en presencia, con muchísima razón nos respondería: Si quieres, puedes guardar los mandatos. Es indudable que, si queremos, podemos cumplir lo ordenado. Mas como nuestra voluntad es por Dios preparada, razón es que tanta voluntad le pidamos cuanta suficiente sea para que queriendo cumplamos. Cierto que queremos cuando queremos; pero aquél hace que queramos el bien, del quo fue dicho: La voluntad es preparada por el Señor135, y Dios ordena los pasos del hombre, guía y sostiene al que va por buen camino136, y Dios es el que obra en vosotros el querer137. Sin duda que nosotros obramos cuando obramos; pero El hace que obremos al dar fuerzas eficacísimas a la voluntad, como lo dijo: Haré que viváis en mis justificaciones y que observéis y cumpláis mis preceptos. Cuando dice: Haré que viváis, ¿qué otra cosa dice sino arrancaré de vosotros el corazón de piedra, por el que no obráis, y os daré el corazón de carne, por el que obraréis? Y esto, ¿quizá es otra cosa quo os quitaré el corazón duro, que os impedía obrar, y os daré un corazón obediente, que os haga obrar? Aquel a quien dice el hombre: Pon, Señor, una guarda a mi boca, hace que nosotros obremos, ya que esta frase equivale a decir: "Haz, Señor, que yo ponga una guarda a mi boca?, beneficio que ya había logrado quien dijo: Puse una guarda a mi boca138.

Capítulo XVII

33. Quien, por tanto, cumplir desea el mandato de Dios y no puede, ya cuenta con una buena voluntad, pero todavía endeble y ruin. Ya podrá cuando la tenga fuerte y firme. Cuando los mártires cumplieron aquellos grandes mandatos, muy de grado los cumplieron, es decir, con gran caridad; de la cual dijo el Señor: Nadie tiene mayor amor que este de dar uno la vida por sus amigos139. Por lo que dice el Apóstol: Quien ama al prójimo ha cumplido la ley, pues No adulterarás, No matarás, No robarás, No codiciarás y cualquier otro precepto, en esta sentencia se resume: Amarás al prójimo como a ti mismo. El amor no obra el mal del prójimo, pues el amor es el cumplimiento de la ley140. Esta caridad no la tenía el apóstol San Pedro cuando de miedo negó al Señor tres veces141. La caridad no tiene miedo, como dice San Juan en su Epístola, sino la caridad perfecta echa fuera el temor142. Mas siquier poco e imperfectamente, ya amaba, pues decía: Daré por ti mi vida143. Creyó poder lo que sentía querer. Y ¿quién comenzado había a dar este amor, siquier pequeño e imperfecto, sino el que prepara la voluntad y cooperando perfecciona lo que por obra inicia? Porque en verdad comienza El a obrar para que nosotros queramos, y cuando ya queremos, con nosotros coopera para perfeccionar la obra. Por ello, dice el Apóstol: Cierto estoy de que el que comenzó en vosotros la buena obra la llevará al cabo hasta el día de Cristo Jesús144. Por consiguiente, para que nosotros queramos, sin nosotros a obrar comienza, y cuando queremos y de grado obramos, con nosotros coopera. Con todo, si El no obra para que queramos o no coopera cuando ya queremos, nada en orden a las buenas obras de piedad podemos. De la acción de Dios para que nosotros queramos está escrito: Dios es quien obra en vosotros el querer; y de la acción con la que coopera cuando ya queremos y de voluntad obramos dijo el Apóstol: Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman145. ¿Qué significa ese todas las cosas sino hasta las mismas terribles y violentas pasiones? Porque la carga aquella de Cristo que a la enfermedad pesada le resulta, hácela ligera la caridad. A quienes ésta viven les dijo Cristo que su carga era ligera146, como le resultó a San Pedro cuando por Cristo sufrió, no cuando le negó.

34. Recomendando el Apóstol esta caridad, o más bien, esta voluntad de amor divino inflamadísimo, dice: ¿Quién nos arrebatará al amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Según está escrito: "Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, somos mirados como ovejas destinadas al matadero". Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque persuadido estoy de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente ni lo venidero, ni las virtudes, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra creatura podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor147. Y en otro lugar dice: Pero quiero mostraros un camino mejor. Si hablando lenguas de hombres y de ángeles no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y si, teniendo el don de profecía y conociendo todos los misterios y toda la ciencia, tuviese gran fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada. Y si repartiese toda mi hacienda y entregare mi cuerpo al fuego, no teniendo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no es interesada, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad no pasa jamás. Y un poco después: Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad. Procuraos la caridad148. Y también dice a los Gálatas: Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero cuidado con tomar la libertad por pretexto para servir a la carne; antes servíos unos a otros por la caridad. Porque toda la ley se resume en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo149. Igual que dice a los Romanos: Quien ama al prójimo ha cumplido la ley150. Y a los Colosenses: Pero por encima de todo esto, vestíos de la caridad, que es vínculo de perfección151. Y a Timoteo: El fin del precepto es la caridad. Y determinando mejor su especie, añade: De corazón puro, de una conciencia buena y de una fe sincera152. Y cuando a los Corintios dice: Todas vuestras obras sean hechas en caridad153, ya muestra que aun las correcciones duras y amargas, con caridad es menester hacerlas. Y por eso, al decir en otro lugar: Amonestad a los revoltosos, alentad a los pusilánimes, acoged a los enfermos y sed sufridos con todos, añade: Ninguno vuelva a nadie mal por mal154. Luego también cuando se corrige a los inquietos, no mal por mal, sino el bien se les devuelve. Y ¿de qué es efecto todo esto sino de la caridad?

35. El apóstol San Pedro dijo: Ante todo, tened los unos para los otros ferviente caridad, porque la caridad cubre la muchedumbre de los pecados155. Y el apóstol Santiago: Si en verdad cumplís la real ley de la Escritura: "Amarás al prójimo como a ti mismo", bien hacéis156. Y San Juan en una de sus cartas: El que ama a su hermano está en la luz157. Y en otro lugar: El que no practica la justicia no es de Dios, y tampoco el que no ama a su hermano. Porque éste es el mensaje que desde el principio habéis oído: que nos amemos unos a otros. Y en el mismo capítulo: Y su precepto es que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y nos amemos mutuamente158. Y en otra ocasión dice: Y nosotros tenemos de El este precepto, que quien ama a Dios, ame también a su hermano159. Poco después: Conocemos que amamos a los hijos de Dios en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues ésta es la caridad de Dios: que guardemos sus preceptos, y sus preceptos no son pecados160. Y en la Carta segunda del mismo Apóstol está escrito: No como un precepto nuevo, sino el que desde el principio tenemos: que os améis unos a otros161.

36. Nuestro Señor Jesucristo enseña que todo el cumplimiento de la ley y de los profetas consiste en los dos preceptos del amor a Dios y al prójimo162. De los cuales escrito está en el evangelio de San Marcos: Y se le acercó uno de los escribas que había escuchado la disputa, que, viendo cuán bien había respondido, le preguntó: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?" Y Jesús contestó: "El primero es: Escucha, Israel, al Señor, vuestro Dios, el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu, alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y el segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mayor que éstos no hay mandamiento alguno"163. Y en el evangelio según San Juan dice también nuestro Señor: Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis caridad unos para con otros164.

Capítulo XVIII

37. Todos estos preceptos del amor, es decir, de la caridad, son de tal naturaleza, que si el hombre creyese haber hecho algo bueno, pero sin caridad, totalmente se equivoca. Y en vano se darían al hombre estos mandatos si no gozara de libre voluntad. Pero ¿quién, sino el mismo Dios, da a los hombres este amor a Dios y al prójimo, que por la ley antigua y la nueva se manda? Bien es de notar que la gracia prometida en la antigua se da en la nueva, y que la ley sin la gracia es letra que mata; con la gracia, en cambio, es espíritu que vivifica. Si la caridad no procede de Dios, sino de los hombres, razón tienen los pelagianos; mas si procede de Dios, hemos vencido a los pelagianos. Sentémonos, pues, todos en torno al apóstol San Juan, y que éste nos diga: Carísimos, amémonos unos a otros. Y cuando en estas palabras comiencen ya los pelagianos a ver el albor de su triunfo y digan: "¿Por qué se nos manda amarnos sino porque de nosotros depende?", continúa San Juan, y confundiéndolos dice: Porque la caridad procede de Dios165. No viene, pues, de nosotros, sino de Dios. Y si se nos dice: Amémonos unos a otros, porque la caridad procede de Dios, es, sin duda, para advertir a nuestro libre albedrío que debe buscar el don de Dios. Lo que ciertamente sin fruto alguno se le advertiría si antes no se le diese algo de caridad, de manera que en el mismo precepto encuentre ya fuerza para cumplirlo. Cuando se nos dice: Amémonos unos a otros, tenemos ley; cuando se añade: Porque la caridad de Dios procede, se anuncia la gracia; porque la sabiduría de Dios lleva en sus palabras la ley y la misericordia166. Y por eso se escribió en el Salmo: Bendición dará el legislador167.

38. Nadie, pues, os engañe, hermanos míos; no amaríamos nosotros a Dios si El primero no nos hubiese amado a nosotros. Esto mismo dice San Juan sin ambages: Amemos a Dios, porque El nos amó primero168. La gracia nos hace amantes de la ley, y la ley sin la gracia, prevaricadores, lo que consta por las palabras de Nuestro Señor: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros169. Si nosotros hubiésemos sido los primeros, por nuestro mérito nos amaría El; le elegimos primero nosotros a El para merecer ser por El elegidos. Pero Dios, que es la misma verdad, dice bien otra cosa, que se opone abiertamente a la vanidad de los hombres: No me habéis elegido vosotros a mí. Si, pues, no elegisteis, sin duda ninguna que no amasteis. Y ¿cómo habían de elegir a quien no amaban? Pero yo, dice, os elegí a vosotros. Y ¿no fue después, cuando ellos le eligieron y antepusieron a todos los bienes de este mundo? Mas porque fueron elegidos, eligieron, y no al contrario. Nulo es el mérito de los hombres que eligen si la gracia de Dios —elector— no los previniese, y por eso, bendiciendo San Pablo a los tesalonicenses, les dice: El Señor os acreciente y haga abundar en caridad de unos con otros y con todos170; Y esta bendición dio para que nosotros nos amáramos quien primero dio la ley mandándolo. Y en otro lugar de la misma carta, porque ya en algunos veía realizado su deseo, dice: Siempre estamos dando gracias a Dios, hermanos, por vosotros, como es razón, porque se acrece vuestra fe y abunda la caridad mutua entre vosotros. Dijo esto para que no se envanecieran de tanta gracia de Dios recibida, creyéndola quizá cosa propia. Porque se acrece vuestra fe y abunda la caridad entre vosotros, hemos de dar gracias al Señor y no alabaros a vosotros, como si esto se debiese a vuestras personas.

39. Escribiendo a Timoteo, dice: Que no nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza171. Y hemos de evitar, en la interpretación de estas palabras del Apóstol, el juzgarnos faltos del temor de Dios, que es don excelso suyo, del cual dice Isaías: Sobre El reposará el espíritu de Dios, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y piedad, espíritu de temor del Señor172. No el temor por el que Pedro negó a su Maestro, sino el espíritu de aquel temor al que Cristo se refería cuando dijo: Temed a quien poder tiene para echar el cuerpo y el alma en la gehenna. A éste habéis de temer. No importa el temor por el que podríamos negarlo y que ofuscó a San Pedro. Este temor lejos de nosotros debe estar; así lo dijo Jesucristo: No temáis a los que matan el cuerpo y después no tienen ya más que hacer173. No recibimos el espíritu de este temor, sino el de fortaleza, caridad y templanza. De este espíritu dice el Apóstol escribiendo a los Romanos: Nos gloriamos en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, la virtud probada, y la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado174. Que la tribulación, por consiguiente, no termine con la paciencia, sino más bien la produzca, no se debe a nosotros y sí al Espíritu Santo, que nos ha sido dado; a esa caridad don de Dios, como enseña el Apóstol: Paz, dice éste a los Efesios, a los hermanos y caridad con fe. Grandes bienes; pero diga de dónde proceden. Y contesta: De parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo175. Grandes bienes son éstos, en verdad, mas pura gracia de Dios.

Capítulo XIX

40. Y no es esto de maravillar, si la luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la abrazan176. En San Juan dice la luz: Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que llamados hijos de Dios, lo seamos177; y en los pelagianos, las tinieblas dicen: "El amor a nosotros, de nosotros mismos procede". Mas si tuvieran la verdadera, es decir, la cristiana caridad, sabrían bien de dónde procede, porque San Pablo escribe: Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el espíritu de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido178. Y San Juan en su primera carta escribe: Dios es caridad179. Los pelagianos afirman que a Dios lo poseen ellos no por gracia del Señor, sino por virtud propia; y si bien confiesan que el conocimiento de la ley a nosotros nos viene de Dios, la caridad, en cambio, creen poseerla por sí mismos. Y no oyen al Apóstol, que dice: La ciencia hincha, sólo la caridad deifica180. Y ¿puede concebirse algo más sin razón y descabellado y ajeno a la santidad del amor que el estimar procedente de Dios la ciencia, que sin la caridad hincha, y la caridad de nosotros mismos? Y diciendo el Apóstol que la caridad de Cristo supera a toda ciencia181, ¿cómo se atreven a decir que la ciencia, inferior a la caridad, procede de Dios, y que la caridad, que supera toda ciencia, procede de los hombres? Mas la verdadera fe y la doctrina sana enseñan que ambas proceden de Dios, porque escrito está: Del semblante de Dios procede la ciencia y el entendimiento182; y también: La caridad procede de Dios183; y espíritu de sabiduría y de inteligencia184; y espíritu de fortaleza, de amor y de templanza185. Mayor don es la caridad que la ciencia, toda vez que ésta, al darse en el hombre, necesita de la caridad para no hincharse. La caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha186.

Capítulo XX

41. Antójaseme haber hablado ya bastante contra los que combaten la gracia de Dios, que no anula la humana voluntad, sino que de mala la hace buena y luego le ayuda. Mejor dicho, más bien que yo, ha sido la misma sagrada Escritura la que ha departido elocuentísimos testimonios de verdad con vosotros. Y si con diligencia estudiáis estas divinas Escrituras, veréis que Dios no sólo hace buenas las malas voluntades y por el bien de actos honestos las encamina a la vida eterna, sino que el querer de los hombres está siempre en las manos de Dios.

Él lo inclina a donde quiere y cuando quiere, ora a prestar favores o bien a infligir penas, según su beneplácito y de acuerdo con sus juicios ocultísimos, si; pero cargadísimos de razón. Encontramos a veces que los pecados penas son de otros, cual los vasos de ira, aptos para la perdición187 de que habla San Pablo; o el endurecimiento del Faraón, medio para mostrar el Señor su poder188; o la fuga de los israelitas ante el enemigo de la ciudad de Gai; el temor se apoderó de sus ánimos y huyeron, y así aconteció para ser vengado con justicia el pecado del pueblo. Por lo que dijo el Señor a Josué: Los hijos de Israel no han podido resistir ante sus enemigos y les dieron las espaldas189. ¿Qué significa el no han podido resistir? ¿Por qué siendo libres fue ganada por el temor su voluntad y huyeron, sino porque el Señor impera sobre las voluntades de los hombres y sume en el terror a los que quiere? ¿No combatieron acaso por propia voluntad los enemigos de Israel contra el pueblo de Dios, mandado por Josué? La sagrada Escritura nos da la razón: Era designio de Dios que estos pueblos endureciesen su corazón en hacer la guerra a Israel para que éste los destruyera190. Y aquel malvado hijo de Gémini, ¿acaso no maldecía a David por propia y libre voluntad? Y con todo, ¿qué dijo David, lleno de profunda y santa sabiduría, a quien pretendía vengarle? ¿Qué vamos a hacerle yo y vosotros, hijos de Sarvia? Déjale que maldiga, que si Dios le ha dicho: "Maldice a David", '¿quién va a decirle: "Por qué lo haces"? Y luego, la divina Escritura, como recomendando el pleno sentir del rey, toma desde el principio y dice: David dijo a Abisai y a todos sus seguidores: "Ya veis que mi hijo, salido de mis entrañas, busca mi vida; con mucha más razón ese hijo de Benjamín. Dejadle maldecir, pues se lo ha mandado Dios. Quizá Dios mirará mi aflicción y me pagará con favores las maldiciones de hoy"191. ¿Quién será el sabio que entender pueda cómo el Señor dijo a este hombre que maldijese a David? No se lo dijo mandando, pues en tal caso habríamos de alabarle por su obediencia, sino que, por oculto y justo designio, inclinó Dios la voluntad, viciada de mal propio, hacia el pecado, y por eso está escrito: Díjole el Señor. Si de obediencia al Señor se tratara, razón habría más bien para alabarle que para castigo, como por este pecado sabemos que fue después afligido. Y no se calla en esta ocasión la causa por qué dijo el Señor que maldijese a David o, con otras palabras, por qué el Señor dejó caer en el pecado al corazón malo de aquel hombre. Quizá Dios mirará mi aflicción y me pagará con favores las maldiciones de hoy. Y por este relato queda manifiesto que el Señor emplea las malas voluntades para alabanza y ayuda de los buenos. Así, empleó a Judas cuando entregó a Cristo, y así, empleó a los judíos que crucificaron a Cristo. Y ¡cuántos bienes de ahí se siguieron a los pueblos creyentes! Y también de manera sapientísima emplea el Señor a nuestro pésimo enemigo con el fin de ejercitar y probar la fe y la piedad de los buenos. Nada busca el Señor para sí, que todo lo conoce y sabe antes de que se realice; sino para nosotros, quienes necesitamos pasar por esto o por aquello. ¿No eligió libremente Absalón el consejo que le convenía? Y con todo, así lo hizo, porque el Señor había oído la oración de su padre, por lo cual dice la Escritura: Porque había dispuesto Dios frustrar el acertado consejo de Ajitofel para traer Dios el mal sobre Absalón192. Dijo acertado porque en aquel momento aprovechaba a su causa, que era terminar con su padre, ya que contra él se había rebelado, y por cierto que lo lograra si el Señor, obrando en el corazón de Absalón, no hubiese disipado el buen consejo de Ajitofel, de manera que Absalón lo desechó y eligió lo que de ningún modo le convenía.

Capitulo XXI

42. ¿Quién, pues, no temblará ante estos juicios divinos, por los que Dios obra en el corazón de los malos lo que quiere, dando a cada uno según sus méritos? Roboán, hijo de Salomón, despreció el consejo saludable de los ancianos, en no tratar con dureza al pueblo, y asintió al de los jóvenes, respondiendo con amenazas a quienes dulzura debía. Y ¿no obró con entera libertad? Mas por esto se le apartaron diez de las tribus, que tomaron por rey a Jeroboán, cumpliéndose de este modo la voluntad de Dios airado, que así lo había predicho. ¿Qué dice la Escritura? Desoyó, pues, el rey al pueblo, porque así lo dispuso el Señor, para cumplir la palabra que El había dicho por medio de Agías de Silo a Jeroboán, hijo de Nábat193. Cumplióse esto por voluntad del hombre, mas fue disposición de Dios. Leed el libro de los Paralipómenos: Despertó entonces Dios contra Jorán el espíritu de los filisteos y de los árabes, que habitan cerca de los etíopes, los cuales subieron contra Judá, invadieron la tierra y pillaron toda la hacienda que hallaron de la casa del rey194. Descúbrese en tales palabras que el Señor suscita enemigos que talen los países dignos de tal pena. ¿Acaso filisteos y árabes subieron sin querer a la tierra de Judá, o si con voluntad lo hicieron, falsamente está escrito que despertó el Señor el espíritu de esos enemigos? Más bien, ambos sentires están en lo cierto, porque por libre voluntad subieron, y con todo, el Señor despertó su espíritu. Lo que podemos invertir diciendo que Dios despertó su espíritu, y con todo, por libre voluntad subieron. Imprime el Omnipotente en el corazón de los hombres un movimiento de sus propias voluntades, de manera que por ellos hace cuanto quiere quien jamás supo querer injusticia. ¿Qué dijo el hombre de Dios al rey Amasías? No vaya contigo el ejército de Israel, pues no está Dios con Israel, con todos esos hijos de Efraín. Si tú vas con ellos, aunque tú hagas esfuerzos de valor, Dios te hará caer ante el enemigo, porque tiene Dios poder para levantar y para derribar195. ¿Cómo es que el poder de Dios ayuda a algunos en la guerra, y a otros, invadiéndolos de terror, los hace huir, sino porque en el cielo y en la tierra cumple todo lo que quiere196 y aún obra en los corazones de los hombres? Leemos qué dijera Joás, rey de Israel, por un embajador al rey Amasias, que quería la guerra, porque la contestación fue: Quédate en casa. ¿Para qué has de meterte en una empresa desgraciada que será tu ruina y la de Judá?197 Y añade la Escritura: Pero Amasías no le escuchó, porque había resuelto Dios entregarle en sus manos, por haber buscado a los dioses de Edón198. He aquí que, queriendo el Señor vengar el pecado de idolatría, movió su corazón para que no oyera el aviso saludable —ya que airado justamente con él estaba— y fuese a la guerra, en la que perecería con todo su ejército. Por el profeta Ezequiel dice el Señor: Si el profeta, seducido, dice alguna cosa, seré yo, Dios, quien le habrá seducido y tenderé sobre él mi mano y le exterminaré del medio de mi pueblo Israel199. Cuenta la Sagrada Escritura que Ester fue una joven del pueblo de Israel que el extranjero rey Asuero tomó por esposa en la tierra de la cautividad. Dio el rey orden de exterminar todo el pueblo de Israel, y teniendo que interceder la joven reina por su pueblo ante el rey, que ni la había llamado ni dado permiso, Ester oró al Señor200. Y ved qué dice la Escritura: Levantando el rostro radiante de majestad, en el colmo de su ira, dirigió su mirada, y al punto la reina se desmayó, y demudado el rostro, se dejó caer sobre la sierva que la acompañaba. Pero mudó Dios el espíritu del rey en mansedumbre201. Dícese en los Proverbios de Salomón: El corazón del rey es arroyo de aguas en manos de Dios y El las dirige donde le place202. Y en el salmo centésimo cuarto leemos lo que el Señor mandó a los egipcios: Que se volviese el ánimo de éstos para odiar a su pueblo y para vejar dolosamente a sus siervos203. Y si miramos las cartas apostólicas, vemos que San Pablo, escribiendo a los Romanos, dice: Por eso los entregó Dios a los deseos de su corazón: a la impureza. Unas líneas más abajo: Por lo cual los entregó Dios a las pasiones vergonzosas. Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir, que los lleva a cometer torpezas204. El mismo Apóstol, en la segunda Carta que escribió a los fieles de Tesalónica, dice de algunos: Porque no recibieron el amor de la verdad para ser salvos, Dios les envía un poder engañoso para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacen en la iniquidad205.

43. Con estos testimonios divinos y otros semejantes que sería largo enumerar ha quedado bien patente, a mi entender, que Dios obra en el corazón de los hombres con el fin de inclinar las voluntades humanas donde El quisiere, ya con misericordia hacia el bien, ya de acuerdo con sus méritos hacia el mal, en virtud siempre de su designio, a veces claro, otras oculto, pero sin remisión justo. Indeleblemente grabado en vuestro corazón debéis tener que en Dios no hay injusticia206. Y por eso, cuando leéis en los libros sagrados que Dios seduce a los hombres o que endurece o embota sus corazones, estad seguros que sus méritos malos han sido la causa de todo cuanto padecen, y por cierto con razón; y no incurráis nunca en aquello que reprueban los Proverbios de Salomón: La necedad del hombre tuerce sus caminos y luego echa la culpa a Dios207. La gracia, en cambio, no se da según los méritos, puesto que en caso contrario la gracia ya no sería gracia208. Llámase de hecho gracia porque se da gratis. Si tan poderoso es Dios que puede obrar por los ángeles buenos o malos, o por cualquier otro medio, en el corazón de los malos según sus méritos, teniendo presente que la malicia de éstos no es hechura de Dios, sino procedente del pecado original o de la propia voluntad, ¿nos maravillaremos que por el Espíritu Santo obre el bien en el corazón de sus elegidos quien de corazones malos los hizo buenos?

Capitulo XXII

44. Supongan precedentes para ser justificados por la gracia de Dios cuantos méritos buenos quieran, sin percatarse que así niegan la gracia de Dios; pero supónganlos para las personas mayores, porque en cuanto a los niños, los pelagianos no saben qué responder, toda vez que éstos carecen del mérito de una voluntad precedente, y además, cuando son bautizados, parecen resistirse con lágrimas a recibir los divinos sacramentos, lo que como grave pecado contra la piedad se les imputaría si gozasen del libre albedrío. Y con todo y resistiéndose, la gracia de Dios se les confiere sin que preceda ningún mérito bueno, pues en caso contrario, la gracia ya no sería gracia. Y a veces dase la gracia a hijos de infieles cuando, por una oculta providencia de Dios, caen en manos de fieles cristianos; otras quédanse sin ella los hijos de los fíeles, por surgir un obstáculo y no haber quien venga en su ayuda. Acontece todo esto por una secreta providencia de Dios, cuyos juicios son insondables e inescrutables sus caminos, como dijo el Apóstol. Mas para que veáis la razón de estas palabras, reparad en lo que venía diciendo: Trataba de los judíos y de los gentiles y escribía a los romanos: Pues así como vosotros algún tiempo fuisteis desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por su desobediencia, así también ellos, que ahora se niegan a obedecer para dar lugar a la misericordia a vosotros concedida, alcanzarán a su vez misericordia, pues Dios nos encerró a todos en la desobediencia para tener de todos misericordia209. Y al reparar en sus palabras, admirando la certísima verdad de su sentir, mas también su gran profundidad —pues concluye que Dios a todos nos encerró en la infidelidad para de todos compadecerse—, como haciendo el mal para lograr el bien, exclama y dice: ¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios y cuán inescrutables sus caminos! Y no pensando ni en estos juicios ni en estos caminos, los hombres perversos, siempre prontos al vituperio cuanto tardos a entender, achacaban al Apóstol aquello de: Hagamos el mal para que venga el bien210. Lo que no puede estar más lejas del sentir del Apóstol; mas tal entendían los torpes cuando el Apóstol escribía: Se introdujo la ley para que abundase el pecado; pero donde abundó el pecado sobreabundó la gracia211. La gracia hace que los que mal obraban hagan el bien, no que perseveren en el mal y crean por ello recibir el bien. No deben, pues, decir: Hagamos el mal para que venga el bien, sino: "Hicimos el mal y nos vino el bien"; razón es que por eso hagamos el bien, para que en la vida futura recibamos bien por bien quienes en ésta recibimos bien por mal. Por eso está escrito en el Salmo: Quiero cantarte misericordia y justicia212, porque antes no vino el Hijo del Hombre al mundo para juzgarle, sino para salvarle213, y esto por misericordia; después, en cambio, vendrá para juzgar a los vivos y a los muertos, bien que nadie se salve sin ser juzgado secretamente, por lo que se escribió: Yo he venido al mundo por un juicio, para que los que no ven, vean, y los que ven, se vuelvan ciegos214.

Capítulo XXIII

45. Reducid siempre a los secretos juicios de Dios cuanto referirse pueda al mal hereditario que los niños al nacer traen de Adán, como el que éste sea bautizado y aquél muera sin el bautismo; igual que conservar en la vida al bautizado que Dios sabe ha de ser un impío y que el otro, bautizado también, se lo lleva Dios de esta vida para que la maldad no pervirtiese su inteligencia y el engaño no extraviase su alma215. Y no llaméis a Dios injusto ni ignorante, porque en El está la fuente de la sabiduría y justicia. Más bien, como al principio de este libro os he exhortado, sentid la vocación a la que habéis llegado, pues Dios os lo revelará216, si no en esta vida, ciertamente en la otra, porque nada hay oculto que no se venga a descubrir217. Cuando, pues, oigáis que dice el Señor: Yo, el Señor, seduje a aquel profeta218, y lo que dice el Apóstol: Tiene misericordia de quien quiere y a quien quiere le endurece219, entended en el permitir que aquél sea seducido o endurecido; entended, digo, sus méritos malos, como en el compadecerse del otro entender debéis la gracia de Dios, que no vuelve mal por mal, sino bien por mal, y esto confesadlo fiel e indubitablemente. Y no creáis a Faraón sin libre voluntad porque en muchos lugares de la Sagrada Escritura leáis: Yo endurecí a Faraón; o endurecí o endureceré el corazón de Faraón220. De hecho, el corazón de Faraón se endureció, porque así lo dice la Escritura al contar que desapareció de los egipcios el tábano: Pero el Faraón endureció su corazón también esta vez y no dejó salir al pueblo221. De esta manera, Dios, por su justo juicio, endureció el corazón de Faraón, y éste se endureció por su libre albedrío. Estad, pues, ciertos que no trabajaréis en vano si aprovecháis en el buen propósito perseverando hasta el fin. El Señor que a los suyos no da ahora según sus obras, entonces a cada uno le dará según sus méritos222. De hecho, Dios dará mal por mal, porque es justo, y bien por mal, porque es bueno, y bien por bien, porque bueno y justo es. Únicamente no dará mal por bien, porque injusto no es. En resumen: dará mal por mal, es decir, pena por el pecado; bien por mal, o gracia por la iniquidad, y bien por bien, lo que equivale a gracia por gracia.

Capítulo XXIV

46. Leed con asiduidad este libro, y si lo entendéis, dad gracias a Dios; si no, orad para entenderlo. Dios, el Señor, os dará entendimiento. Acordaos que está escrito: Si alguno de vosotros se halla falto de sabiduría, pídala a Dios, que a todos da largamente y sin reproche, y le será otorgada223. Esa es la sabiduría que viene de arriba, como lo dice el mismo apóstol Santiago. Y rechazad aquella otra que detesta el mismo apóstol y pedid que nunca esté en vosotros. Recordad aquellas palabras: Pero tenéis en vuestros pechos un corazón lleno de amarga envidia y rencilloso, no os gloriéis, ni mintáis con la verdad, que no será sabiduría de arriba la vuestra, sino sabiduría terrena, animal, demoníaca. Porque donde hay envidia y rencillas, allí hay desenfreno y todo género de males. Mas la sabiduría de arriba es primeramente pura, luego pacífica, modesta, indulgente, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial y sin hipocresía224. ¿De qué bien carecerá quien esta sabiduría pidiera y lograra del Señor? Y tomadla por verdadera gracia, porque si nuestra fuese esta sabiduría, no vendría de arriba ni a Dios habría que pedirla. Hermanos, rogad también por mí, para que vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la venida gloriosa del gran Dios y de nuestro Salvador, Cristo Jesús, a quien se debe honor y gloria y reino con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.