SALMO 145

Traductor: Balbino Martín Pérez, OSA

[Sólo en Dios debe ponerse la confianza]

SERMÓN AL PUEBLO

1. En donde no hay dolor sin gozo, los cánticos divinos son las delicias de nuestro espíritu. Para el hombre creyente y peregrino en el mundo, no hay recuerdo más gozoso que el de la ciudad a la cual se encamina; pero el recuerdo de la ciudad en la peregrinación no se halla sin dolor y sin gemido. Sin embargo, la esperanza segura de nuestra vuelta consuela y hace revivir en la peregrinación a los tristes. Arrebate las palabras de Dios vuestro corazón, y vuestro poseedor reclame para sí su posesión, es decir, vuestras mentes, para que no se entreguen a otra cosa. Cada uno de vosotros esté todo aquí de suerte que no esté aquí; es decir, se halle entregado por completo a la palabra de Dios, la cual suena en la tierra para ser ensalzado Dios por ella, y no se halle en la tierra, pues Dios está con nosotros para que nosotros estemos con Él. El que para estar con nosotros bajó a nosotros, hace que estemos con Él subiéndonos a Él. El no miró con aversión nuestra peregrinación, porque jamás es peregrino el que creó todas las cosas.

2 [v.2-3]. Oíd, que ya suena el salmo. La voz es de cierto individuo, y, si queréis, es vuestra también, que exhorta a su alma a alabar a Dios y que se dice a sí mismo: Alaba, alma mía, al Señor. Alguna vez, hallándote en las tribulaciones y tentaciones de la vida presente, quieras o no, te perturba tu alma. De esta perturbación habla otro salmo, diciendo: ¿Por qué estás triste, alma mía, y por qué me conturbas? Pero para apartar de sí esta perturbación le sugiere el gozo no de la realidad, sino de la esperanza, y le dice al alma perturbada, acongojada, triste y afligida: Espera en el Señor, porque aún le confesaré (le alabaré)1. Él, como si su alma, que le conturbaba con la tristeza, le dijese: "¿Por qué me dices: Espera en el Señor?", afianzó la esperanza, con la cual levantó su espíritu en la confesión o alabanza. Con todo, el alma le responde: "La conciencia de los pecados me llama a cuentas; yo conocí los pecados que cometí, y me dices: ¿Espera en el Señor?" Pecaste; es cierto. Entonces ¿por qué esperas? Porque le confesaré o alabaré. Así como Dios aborrece al que defiende sus pecados, así ayuda al que los confiesa. Teniendo esta esperanza, la cual no puede subsistir sin gozo, aun cuando nos hallemos en trances penosos durante esta vida y llenos de inquietudes y tempestades, sin embargo, elevada el alma con esta esperanza, puesto que se goza en la esperanza, conforme dice el Apóstol: Gozándonos en la esperanza y soportando en la tribulación2, se encamina hacia Dios para alabarle y le dice: Alaba, alma mía, al Señor.

3. Pero ¿quién dice y a quién dice? ¿Qué diremos, hermanos? ¿Dice la carne: Alaba, alma mía, al Señor? Pero ¿puede sugerir la carne un buen consejo al alma? Para que la carne esté por completo sometida y sujeta a nuestra servidumbre, habiendo recibido las fuerzas de Dios, de suerte que de esta manera nos sirva en absoluto a nosotros como esclavo, que no puede evadir la servidumbre, es suficiente que no ponga estorbos. Después, carísimos, es cuando se recaban consejos de los mejores. Pues, si nuestra alma es, en cierto modo, un bien, y nuestra carne lo mismo, porque ambas fueron creadas por Aquel que hizo todas las cosas muy buenas3; con todo, aunque ambas sean un bien cada una en su género, no obstante, dice el Apóstol: El cuerpo está muerto ciertamente por el pecado. Sin embargo, él es también aquel cuerpo que se nos promete y que aún no tenemos, en cuya esperanza de redención nos alegramos, diciendo el Apóstol: Dentro de nosotros mismos gemimos esperando la adopción y la redención de nuestro cuerpo. Porque con la esperanza hemos sido salvados. Pero la esperanza que se ve no es esperanza, pues lo que alguno ve, ¿a qué lo espera? Y, si lo que no vemos lo esperamos, con paciencia aguardamos4. Luego, aunque nuestro cuerpo sea algún bien, sin embargo, cuando es mortal por causa del pecado, mientras es indigente, mientras es corruptible, mientras es de tal modo mudable que ni por un instante permanece en sí mismo, sin duda es tal, que deseamos su redención, por la cual sea en otro tiempo distinto. Pero ¿cómo será en otro tiempo? Del modo que dice el Apóstol en otro lugar: Conviene que este corruptible se vista de incorrupción, y este mortal se vista de inmortalidad5. Pero ni aun cuando nuestro cuerpo sea tal, es decir, ya cuerpo celeste y espiritual, cuerpo angélico en la compañía de los ángeles, dará un consejo al alma. Pues siempre será cuerpo, y, como es cuerpo, será inferior al alma; y cualquier alma ínfima siempre será más excelente que cualquier cuerpo excelentísimo.

4. No os parezca mentira que cualquier alma, por vil y pecadora que sea, es mejor que cualquier cuerpo por grande y excelentísimo que sea. No es mejor por los méritos, sino por la naturaleza. El alma ciertamente es pecadora, se halla contaminada de ciertas inmundicias concupiscibles; (sin embargo, es mejor que el cuerpo), pues el oro, aunque esté impuro, es mejor que el plomo refinado. Recorra vuestra mente la escala de todas las criaturas, y veréis que no es increíble lo que digo, de suerte que, aun cuando el alma sea digna de vituperación, sin embargo, es más estimable que cualquier cuerpo estimable. Estamos ante dos seres: ante el alma y ante el cuerpo. Vitupero al alma y alabo al cuerpo; vitupero al alma, porque es inicua; alabo al cuerpo, porque está sano. Sin embargo, en su especie alabo o vitupero al alma, y también en la suya alabo y vitupero al cuerpo. Si me preguntas: "¿Qué es mejor, lo que vituperé o lo que alabé?", recibirás una respuesta maravillosa. Yo ciertamente vituperé al alma y alabé al cuerpo; pero, al ser preguntado: " ¿Qué cosa es mejor? ", respondo que es mejor lo que vituperé que lo que alabé. Si te maravillas por la respuesta de estas dos cosas, atiende a las dos que puse a la vista y que arriba conmemoré referente al oro y al plomo. Ved que vituperé el oro; no el bueno, sino el impuro, el que no brilla, el no purificado. El plomo, por el contrario, es óptimo, nada más puro. Sin embargo, vituperé a aquél y alabé a éste. Te presenté a ambos, vituperando al uno y alabando al otro. Después de este vituperio y alabanza mía, pregúntame cuál de los dos es mejor, y te responderé: "Mejor es el oro aún impuro que el plomo purificado." "¿Por qué es mejor? Entonces ¿por qué lo vituperaste?" "¿Por qué lo vituperé? Porque aún no es el oro que puede llegar a ser." "¿Qué puede llegar a ser?" "Puro, y, por tanto, mejor. Se vituperó porque aún no está purificado." "¿Por qué se alabó el plomo?" "Porque ya está de tal modo purificado, que no puede ser mejor." En el mismo sentido dices que el caballo es óptimo, y el hombre pésimo; sin embargo, anteponemos el hombre vituperado al caballo alabado. Si de estos dos te preguntan: "¿Cuál es el mejor?", responderás: "El hombre"; no por los méritos, sino por la naturaleza. Referente a las artes, dices también, por ejemplo, que el zapatero es bueno, y censuras a un abogado porque ignora muchas leyes. Alabaste al zapatero, censuraste al abogado; sin embargo, indaga, examina cuál de los dos sea el más estimado, y antepondrás el abogado indocto al zapatero perfecto. Atienda vuestra caridad. Alabando muchas cosas y vituperando otras, preguntados, frecuentemente anteponemos las vituperadas a las alabadas. La naturaleza del alma es más excelente que la del cuerpo; la sobrepasa en mucho; es naturaleza espiritual, incorpórea y cercana a la naturaleza de Dios. Es invisible, rige el cuerpo, mueve los miembros, dirige el sentido, prepara el pensamiento, ejecuta las acciones y capta las imágenes de infinitas cosas. ¿Quién hay, carísimos hermanos, que alabe convenientemente al alma? Y si se queda uno corto en las alabanzas del alma, ¿cuál será la alabanza que merece el que creó el alma? Con todo, tanta es su excelencia, que este hombre dice: Alaba, alma mía, al Señor. ¿Quién puede alabar a Dios? Si dijese: "Alábate a ti misma", quizá todavía le faltasen palabras; y, sin embargo, dice: Alaba al Señor. Inténtalo por afecto de piedad, y desfallecerás en sus alabanzas. Pero te conviene más desfallecer alabando a Dios que adelantar alabándote a ti. Cuando alabas a Dios y no te extiendes cuanto quieres, tu pensamiento se centra en el interior, y esta recapacitación te hace más idóneo de Aquel a quien alabas.

5. ¿Quién es, según comencé a exponer, el que dice: Alaba, alma mía, al Señor? No es la carne, ya que, por más que sea un cuerpo angélico, siempre es inferior al alma; por tanto, no puede dar un consejo al superior. Desgraciada el alma que espera un dictamen del cuerpo. La carne, obedeciendo ordenadamente, es esclava del alma; ésta gobierna, aquélla es gobernada; ésta manda, aquélla obedece. ¿Cuándo puede la carne ordenar esto al alma? Luego ¿quién dice: Alaba, alma mía, al Señor? En el hombre únicamente hallamos el alma y la carne; todo el hombre es espíritu y carne. ¿O es que quizá el alma se dictamina a sí misma y en cierto modo se manda y se aconseja y excita? En ciertas perturbaciones, por una parte de ella vacila; por otra, a la cual llaman mente racional, a saber, aquella por la que piensa en la sabiduría, uniéndose a Dios y suspirando por Él, advierte que son perturbadas ciertas partes inferiores de ella por las agitaciones mundanas y que se dirige al exterior por la codicia de los deseos terrenos, abandonando interiormente a Dios; ante esto se llama a sí misma de las cosas externas a las internas, de las inferiores a las superiores, y dice: Alaba, alma mía, al Señor. ¿Qué te agrada en el mundo? ¿Qué quieres alabar? ¿Qué quieres amar? A cualquier parte que te dirijas con los sentidos del cuerpo, se te presenta el cielo, la tierra. Lo que amas de la tierra es terreno; lo que amas del cielo es corpóreo. Amas en todo lugar, en todas partes alabas. ¿De qué modo, pues, debe ser alabado Aquel que hizo todas las cosas que alabas? Ya viviste por largo tiempo encadenada; pues bien, azotada por la diversidad de deseos, soportas heridas; maltratada, dividida por muchos amores, en todas partes te encuentras inquieta y jamás segura; repliégate a ti y busca a quien tiene por autor todo lo que te agradaba fuera. Ninguna cosa hay mejor en la tierra que esto y aquello, a saber, el oro, la plata, los animales, los árboles, la frondosidad; piensa en toda la tierra. ¿Qué cosa hay mejor en el cielo que el sol, la luna y las estrellas? Piensa en todo el cielo. Todas estas cosas en conjunto son sobremanera buenas, porque Dios hizo todas las cosas sobremanera buenas. Por todas las partes (aparece) la hermosura de la obra que te recuerda al Artífice. Te maravilla la fábrica, ama al arquitecto. No te entregues a aquello que fue hecho y te apartes de Aquel que lo hizo. Pues estas cosas que se apoderaron de ti fueron hechas por Él inferiores a ti, y Él te hizo inferior a sí. Si te adhieres a lo superior, pisotearás lo inferior; por el contrario, si te apartas del superior, estas cosas se te convertirán en suplicio. Pues así aconteció, hermanos míos. El hombre recibió un cuerpo para servidumbre, teniendo a Dios por Señor, y al cuerpo por siervo; por encima de sí tiene al Creador; por debajo, lo que fue creado inferior a él; pero, colocada el alma racional en un lugar intermedio, recibió la orden o ley de unirse al superior y de regir o gobernar al inferior; mas ella no puede regir al inferior si no es gobernada por el superior. Por tanto, al ser arrastrada por el inferior, abandonó al mejor. De esta manera no puede gobernar lo que gobernaba, porque no quiso ser gobernada por quien lo era. Luego retroceda ahora y alabe. El alma, mediante la mente racional, se da a sí misma el consejo procedente de la luz divina, por la que concibió el dictamen estable en la eternidad de su Creador. Allí lee algo digno de ser temido, alabado, amado, deseado y apetecido; aún no lo posee, aún no lo consigue, ya que, deslumbrada por cierto relampagueo, no es tan vigorosa que permanezca allí. Por tanto, se reconcentra en sí atendiendo a la salud y dice: Alaba, alma mía, al Señor.

6. ¿Qué hay, hermanos? ¿Por ventura no alabamos al Señor? ¿No cantamos continuamente un himno? ¿No canta todos los días nuestra boca, según nuestra capacidad, y prorrumpe nuestro corazón en alabanzas de Dios? ¿Y qué alabamos? Grande es lo que alabamos, pero por lo que alabamos aún es flaco. ¿Cuándo alaba cumplidamente el loador la excelencia del Alabado? Ved a un hombre; algunas veces canta a Dios prolijamente; frecuentemente se mueven sus labios cantando; sin embargo, su pensamiento anda vagando por no sé qué deseos. Nuestra mente, en cierto modo, permanecía atenta alabando a Dios, pero nuestra alma vagaba por aquí y por allí entretenida en distintas aficiones o cuidados de negocios mundanos. Por tanto, como atalayando nuestra mente la fluctuación de un lado y de otro, volviéndose como a la inquietud de sus molestias, dice: Alaba, alma mía, al Señor. ¿Por qué te preocupas de otras cosas? ¿Por qué te entretiene el cuidado de las cosas terrenas y mortales? Permanece aquí conmigo, alaba al Señor. Pero el alma, como sobrecargada y sin fuerzas para permanecer como conviene, responde a la mente: Alabaré a Dios en mi vida. ¿Qué significa en mi vida? que ahora me encuentro en mi muerte. Luego primeramente amonéstate y di: Alaba, alma mía, al Señor. Pero tu alma te responde: "Alabo cuanto puedo: tenue, débil, malamente." ¿Por qué? Porque, mientras estamos en el cuerpo, peregrinamos hacia Dios6. ¿Por qué alabas al Señor imperfecta e inestablemente? Pregunta a la Escritura: El cuerpo corruptible sobrecarga al alma, y la habitación terrena abate la mente que piensa muchas cosas7. "Despójame del cuerpo, que apesga el alma, y alabaré al Señor. Mientras permanezco de esta manera, no puedo, me encuentro sobrecargada." Entonces ¿qué? ¿Callarás y no alabarás perfectamente al Señor? Alabaré al Señor en mi vida.

7. ¿Qué significa en mi vida? Tú eres aquí mi esperanza.—decimos— eres mi esperanza en este mundo; pero no eres aquí mi porción, sino en la tierra de los vivientes8. Esta tierra de aquí es de los muertos; de aquí pasaremos; pero interesa saber a dónde. Porque aquí peregrina el hombre malo y el bueno, y no pasa aquí el hombre bueno y se queda el malo, ni tampoco pasa el malo y se queda el bueno; ambos pasan, pero no al mismo sitio. Hubo dos hombres: uno pobre y ulceroso que yacía a la puerta de un rico; otro rico que se hallaba vestido de púrpura y lino y que comía todos los días opíparamente. Ambos estuvieron en el mundo; ambos pasaron, pero no al mismo lugar, pues recibieron en suerte distintos lugares, porque llevaban distintos méritos. El pobre pasó al seno de Abrahán, y el rico a los tormentos del infierno. En la tierra se hallaban corporalmente cercanos: el rico, en el palacio; el pobre, ante la puerta; sólo después de la muerte fueron separados, y de tal modo, que dice Abrahán: Entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo9. Luego, hermanos, como aquí nos sostiene la esperanza y nuestra vida no es perfecta, sino la prometida, pues aquí gemimos, aquí nos rodean tentaciones, angustias, tristezas y peligros, por lo mismo, nuestra alma, cuando toda nuestra ocupación sea la alabanza, alabará al Señor como debe ser alabado, según se dice en otro salmo: Bienaventurados los que habitan en tu casa; por los siglos de los siglos te alabarán10. Pero ¿cuándo tendrá lugar esto? En mi vida. Entonces ahora, ¿qué es? Podría decirte: mi muerte. ¿Cómo es mi muerte? Porque peregrino hacia Dios; si el estar unido a Él es vida, el estar apartado de Él es muerte. Pero ¿qué te consuela? La esperanza. Ya vives de la esperanza; alaba, canta en la esperanza. En donde se halla la muerte no cantes; canta en donde vives. Tu muerte se halla en la aflicción de este mundo, y vives con la esperanza del siglo futuro. Alabaré —dice— al Señor en mi vida.

8. ¿Cómo alabarás a tu Señor? Salmearé a mi Dios mientras existo. ¿Qué alabanza es ésta: Salmearé a mi Dios mientras existo? Ved, hermanos míos, cuál será aquel ser o existir. En donde ha de ser eterna la alabanza, eterno será el existir. Ahora existes. ¿Por ventura salmearás a tu Dios mientras existes? Ve que salmeabas, pero te entregaste a otra ocupación; ya no salmeas, y, sin embargo, existes; ve que existes y no salmeas. Quizá también, llevado por la codicia de algún negocio, no sólo no salmeas, sino que ofendes sus oídos, y, sin embargo, existes. ¿Qué alabanza será aquella por la que mientras existes alabes? ¿Por qué dice mientras existo? ¿Por ventura no has de existir en algún tiempo? ¿Qué digo? Eterno será aquel mientras, y por eso será verdadero mientras. Porque todo lo que en el tiempo tiene fin, por mucho que se prolongue, no es mientras. Salmearé a Dios mientras existo.

9. Entre tanto que salmees bien a tu Dios en el futuro mientras existes, alabarás al Señor en tu vida. Muy bien, pero; espera tú de Dios todo lo que en este mundo ha de emprenderse. Estamos rodeados por todas las partes de trabajos y angustias, no nos abandone la esperanza en esta peregrinación y tentación, en estas audacias e insidias del enemigo. ¿Qué haremos? Oye lo que sigue: No confiéis en los príncipes. Hermanos, aquí hemos recibido una gran ocupación; es voz divina la que de arriba se deja oír para nosotros. Ahora, no sé por qué debilidad, el alma humana, al ser atribulada, desespera del Señor en este mundo y pretende confiar en el hombre. Se diga a un hombre que se encuentra en algún aprieto: "Hay un hombre poderoso el cual puede librarte." Al oír esto, le vuelve el resuello al cuerpo, se goza y levanta el ánimo. Pero si se le dice: "Dios te libra", como desesperanzado, se congela. ¡Te promete socorro un mortal, y te gozas; te lo promete el Inmortal, y te entristeces! Te promete librarte el que ha de ser librado contigo, y te alborozas como de algún gran socorro; te lo promete el Libertador, que no necesita de libertador, y lo tienes por fábula. ¡Ay de tales pensamientos! ; peregrinan muy lejos, en ellos se encuentra la verdadera y desgraciada muerte. Acércate, comienza a desear, comienza a indagar y conocer a Aquel por quien fuiste hecho. No abandonará su obra si su obra no le abandona. Dirígete a Aquel a quien dices: Alabaré al Señor en mi vida y salmearé a mi Dios mientras existo. Lleno de un gran espíritu, el salmista nos avisa y dice como a alejados y a peregrinos distanciados, y que no sólo no quieren alabar a Dios, sino que ni aun esperan en Dios. No confiéis en los príncipes ni en los hijos de los hombres, en quienes no hay salud. Sólo existe la salud en un solo hijo del hombre; y en él no porque es hijo del hombre, sino' porque es Hijo de Dios; no por lo que recibió de ti, sino por lo que reservó en sí. Luego en ningún hombre existe la salud; porque en Aquel que existe, existe porque es también Dios. Dios sobre todas las cosas, digno de ser bendecido por los siglos. De Cristo se dijo: De quienes procede Cristo según la carne11. ¿De quiénes procede? De los judíos, de los patriarcas según la carne; pero ¿Cristo es todo por lo que se refiere a la carne? No. Porque en cuanto a la carne no es Dios sobre todas las cosas, digno de ser bendecido por los siglos. Luego en Él se halla la salud, porque del Señor es la salud. Otro salmo dice: Del Señor es la salud y tú bendices a tu pueblo12. Sin razón, pues, se arrogan los hombres la facultad de dar la salud. Se la den a sí mismos. Responde al hombre soberbio: "¿Te glorías de darme la salud? Dátela a ti. Ve si la tienes. Si consideras bien tu flaqueza, verás que aún no la tienes. Luego no me aconsejes que la espere de ti; espérala conmigo. "No confiéis en los príncipes, ni en los hijos de los hombres, en los cuales no hay salud. Ved que nos salen al paso ciertos príncipes que no sé de dónde proceden y nos dicen: "Yo bautizo; lo que yo doy es santo; y, si lo recibes de otro, nada has recibido; si de mí, recibiste algo. "¡Oh hombre, oh príncipe! ¿Quieres contarte entre los hijos de los hombres, entre los príncipes en quienes no hay salud? ¿Yo poseo la salud porque tú me la das? ¿Es tuyo lo que das? ¿Das tú ciertamente? ¿O se ha de i decir que das tú? Diga también el caño que él da el agua, diga i también el canal que él es el que mana, diga el pregonero que él es el que libra. Yo, en el agua, atiendo a la fuente; en la voz del pregonero veo al juez. No eres tú ciertamente el autor de mi salud, sino Aquel de quien estoy seguro; de ti nada confío. Si no eres soberbio, no sólo yo no confío en ti, sino que tú tampoco confiarás en ti. Mi salud procede de Aquel que está sobre todas las cosas, porque del Señor es la salud. Tú te hallas entre los hijos de los hombres, entre los príncipes; pero yo oigo la voz del salmo, que dice: No confiéis en los príncipes ni en los hijos de los hombres, en quienes no hay salud.

10 [v.4]. Atendiendo a la multitud de los hombres, ¿qué son estos hijos de los hombres? ¿Quieres saber qué son? Saldrá su espíritu, y (la carne) volverá a su tierra. Ved lo que habla, ignorando por cuánto tiempo hable; amenaza, ignorando cuánto ha de vivir. De repente saldrá su espíritu, y (la carne) volverá a su tierra. ¿Por ventura saldrá cuando quiera su espíritu? Saldrá, pero cuando no quiera salir, y, cuando lo ignora, se volverá a su tierra. Saliendo su espíritu, la carne se volverá a la tierra. Pero como era la carne la que así hablaba, pues únicamente dirían: "Confía en mí, yo te lo doy", aquellos de quienes se dijo: Son carne13; por lo mismo, saldrá el espíritu, y (la carne) volverá a su tierra; y en aquel día perecerán todos sus pensamientos. ¿En dónde está la hinchazón? ¿En dónde la soberbia? ¿En dónde la jactancia? Pero quizá pase al lugar bueno, al de los justos, si es que pasa; porque quien así habla no sé a dónde pasará. Hablaba, pues, la soberbia; e ignoraría a dónde han de pasar tales hombres si no fuese porque consulto otro salmo y veo que su tránsito es malo: Vi al soberbio que se ensalzó sobre los cedros del Líbano, y que pasó y ya no existía; le busqué, y no encontré su lugar14. El justo que pasó y no encontró al impío, llegó a donde no está el impío. Luego, hermanos, oigamos todos; amados de Dios, oigamos todos. En cualquier tribulación, en cualquier deseo de los bienes divinos no confiemos en los príncipes ni en los hijos de los hombres, en los cuales no hay salud. Todo esto es mortal, transitorio y caducó. Saldrá su espíritu, y la (carne) volverá a su tierra; en aquel día perecerán todos sus pensamientos.

11 [v.5]. ¿Qué haremos si no ha de confiarse en los hijos de los hombres ni en los príncipes? ¿Qué haremos? Bienaventurado aquel que tiene por ayudador al Dios de Jacob. No a este o a aquel ángel, sino bienaventurado todo el que tiene por ayudador al Dios de Jacob; pues de tal modo ayudó a Jacob, que de Jacob le hizo Israel. Inmensa ayuda, pues Israel es el que ve a Dios. Luego, colocado en esta peregrinación, aún no viendo a Dios, si recibieres al ayudador Dios de Jacob, serás Israel, y verás a Dios; y desaparecerá todo trabajo y todo gemido, pasarán los afanes amargos y sucederán las alabanzas dichosas. Bienaventurado aquel que tiene por ayudador al Dios de Jacob15, de este Jacob. ¿Cómo es bienaventurado, siendo así que aún permanece gimiendo en esta vida? Su esperanza reside en el Señor, su Dios; por tanto, es bienaventurado, porque su esperanza reside en el Señor, su Dios; y aquel que es su esperanza será su realidad. Hermanos, ¿acaso erré porque dije que Dios ha de ser nuestra realidad? ¿Qué sucedería si dijese que ha de ser nuestra heredad? Tú eres mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivos16. Tú serás mi porción. Tú serás posesión y poseerás: serás posesión de Dios, y Dios i será tu posesión; tú serás posesión para ser cuidado por Él, y Él será tu posesión para que le cuides, pues tú cultivas a Dios, y Dios te cultiva a ti. Con razón se dice " cultivo a Dios"; pero ¿cómo eres cultivado por Dios? Porque vemos que el Apóstol dice: Sois agricultura de Dios y edificación de Dios17; y el Señor dice también: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, y mi Padre el agricultor18. Dios te cultiva para que des fruto, y tú cultivas a Dios para dar fruto. Te es un bien que te cultive Dios y que cultives tú a Dios. Si el agricultor Dios se aparta del hombre, el hombre queda hecho un desierto; si el agricultor hombre se aparta de Dios, queda convertido también en un erial. Dios no crece acercándose a ti ni disminuye apartándose de ti. Luego El será nuestra posesión para alimentarnos, y nosotros seremos su posesión para que nos gobierne.

12 [v.6]. Su esperanza está en el Señor, su Dios. ¿Quién es este Señor, Dios suyo? Atended, hermanos. Muchos cuentan con muchos dioses, y los llaman señores y dioses suyos. Pero el Apóstol dice: Si bien hay quienes se llaman dioses, ya en el cielo, ya en la tierra, conforme hay muchos dioses y muchos señores; sin embargo, para nosotros hay un solo Dios, el Padre, por quien tienen ser todas las cosas; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas19. Luego sea tu esperanza el Señor, Dios tuyo; en El permanezca tu esperanza. En el señor, su dios, se halla la esperanza de aquel que adora a Saturno, a Marte, a Neptuno, a Mercurio; añado más, que adora al vientre, pues de éstos se dijo: El vientre es su dios20. Luego unos tienen un dios y otros otro. ¿Quiénes de éstos son bienaventurados? Aquellos que ponen la esperanza en el Señor, Dios suyo. ¿Y quién es éste? El que hizo el cielo y la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellos. Hermanos míos, tenemos un gran Dios; bendigamos su santo nombre, porque se dignó hacernos su posesión. Aún no ves a Dios, no puedes amar por completo lo que aún no ves. El hizo las cosas que ves. Te admiras del mundo; ¿por qué no del Artífice del mundo? Miras al cielo, y te estremeces; piensas en la tierra, y tiemblas; ¿cuándo comprenderás la magnitud del mar? Mira la infinidad de estrellas, considera la multitud de semillas, las clases de animales, todo lo que nada en el mar, repta en la tierra, vuela en el aire y da vueltas en el cielo; todas estas cosas, ¡qué grandes, qué excelsas, qué hermosas, qué estupendas son! Ve que el que hizo todo esto es tu Dios. Pon en El tu esperanza para que seas bienaventurado. Su esperanza está en el Señor, su Dios. ¿En qué Dios? En el que hizo el cielo y la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellos. Tenemos un gran Dios.

13. Atended, hermanos: tenemos un gran Dios, un buen Dios que hace todas estas cosas. Luego ¿qué pensó Dios, si ha de decirse que pensó al hacer el cielo y la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellos? Quizá diría este hombre: "Veo todas estas cosas excelsas; Dios hizo el cielo, y la tierra, y el mar; pero ¿cuándo Dios me nombra a mí entre las cosas que hizo? ¿Se cuida de mí, piensa ahora en mí, sabe si vivo?" ¿Qué dices? No se apodere de tu corazón este mal pensamiento. Sé tú de aquellos de quienes hace poco decíamos: Alabaré al Señor en mi vida, salmearé al Señor mientras existo. Éste habla a otros, no sé a qué tibios, a los cuales exhorta y como teme desesperen de sí por juzgar que no se hallan en el cómputo de Dios. Muchos piensan de este modo; y abandonan a Dios, entregándose a cualquier clase de pecados, porque creen que Dios no se preocupa de lo que hagan. Oye la palabra divina, no desconfíes de ti. El que se cuidó de crearte, ¿no se cuidará de restaurarte? ¿Por ventura no es tu Dios el que hizo el cielo, y la tierra, y el mar? Si dijese esto sólo, quizá responderías: "Dios, que hizo el cielo, la tierra y el mar, es grande; pero ¿acaso piensa en mí?" Él te hizo, se te contestará. "¿Cómo? ¿Acaso soy yo cielo, tierra o mar? Es evidente que no soy cielo, tierra o mar, aunque estoy en la tierra." Muy bien, a lo menos me concedes que estás en la tierra. Oye que Dios no sólo hizo el cielo, la tierra, el mar. Hizo —dice el salmista— el cielo, la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellos. Luego, si hizo cuanto hay en ellos, también te hizo a ti. Digo poco diciendo "a ti"; también hizo al pájaro, a la langosta y al gusano; hizo todos estos seres y además se cuida de todos ellos. No los cuida mediante un precepto, porque éste únicamente se le dio al hombre. Pues dice un salmo. A hombres y jumentos salvarás, Señor, según la muchedumbre de tu misericordia, ¡oh Dios!21 Luego según la muchedumbre de tu misericordia, dice, salvarás a los jumentos y a los hombres. El Apóstol escribe: ¿Por ventura se cuida Dios de los bueyes? Por una parte, Dios no se cuida de los bueyes; por otra, a los hombres y a los jumentos salvarás, Señor. ¿Acaso estas sentencias son contrarias? ¿Qué dice el Apóstol? ¿Por ventura se preocupa Dios de los bueyes? Entonces ¿a qué viene el precepto: No pondrás bozal al buey que trilla?22 ¿No se preocupó Dios, según esto, de los bueyes? Sin duda que aquí pretendió señalar a ciertos bueyes. Dios no se preocupa de aconsejarte qué debas hacer con los bueyes; esto lo hace la naturaleza humana. Pues de tal modo fue hecho el hombre, que sabe mirar por sus jumentos; y, por tanto, para esto no recibió mandato de Dios, sino que lleva grabado por Dios en la mente el poder hacerlo sin mandato. Tal le hizo Dios. Pero como El gobierna al animal, así debe ser él gobernado por otro; para esto recibió el precepto de Aquel que le gobierna. Dios no se cuida, en cuanto al precepto, del buey; pero, atendiendo a la providencia universal, por la que creó todas las cosas y gobierna al mundo, a los hombres y a los jumentos salvarás, Señor.

14. Atienda vuestra caridad. Quizá me diga alguno aquí: "Pertenece al Nuevo Testamento: Dios no se cuida de los bueyes; y al Viejo: Salvarás, Señor, a los hombres y a los jumentos. Hay algunos que critican y dicen que estos dos Testamentos no concuerdan entre sí. Para que no diga que una cosa se consigna en el Viejo Testamento y otra en el Nuevo, y exija de mí que le aduzca una sentencia del Nuevo igual a esta del Viejo: A los hombres y a los jumentos salvarás, Señor, ¿qué haré? Nada hay tan principal del Nuevo Testamento como el Evangelio. En el Evangelio encuentro que todas estas cosas pertenecen a Dios, y ya no hay nadie que lo contradiga. ¿Por ventura el Apóstol se opondrá al Evangelio?" Oigamos al mismo Señor, Maestro y Caudillo de los apóstoles: mirad a las aves —dice—, que no siembran, ni siegan, ni congregan en trojes, y vuestro Padre celestial las alimenta23. Luego estos animales, además de estar bajo el dominio del hombre, están bajo el cuidado de Dios para alimentarlos, mas no para recibir preceptos. Por lo que toca a la imposición de la ley, Dios no se preocupa de los bueyes; por lo que se refiere a crearlos, alimentarlos, gobernarlos y regirlos, todos ellos están bajo la dirección de Dios. ¿Por ventura no se venden dos pajarillas por un maravedí —dice nuestro Señor Jesucristo—; y uno de ellos no caerá en la tierra sin quererlo vuestro Padre? ¡Cuánto más valéis vosotros que ellos! Luego no digas: "No pertenezco a Dios." Tu alma pertenece a Dios; también pertenece tu cuerpo, porque Dios hizo tu alma y tu cuerpo. Pero tal vez dirás: " Dios no me nombra entre la gran multitud de los seres." Aquí tienes presente una sentencia maravillosa del Evangelio: Todos los cabellos de vuestra cabeza se hallan contados24.

15 [v.7-8]. Luego es mi Dios, y mi esperanza se halla en Aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellos. Por lo que a mí se refiere, ¿qué hace conmigo? Guarda verdad eternamente. Recomendó amar a Dios y temerle. El que guarda verdad eternamente. ¿Qué verdad eternamente? ¿Cuál y en qué guarda verdad? Haciendo justicia a los que sufren injuria. Venga, hermanos míos, a los que sufren injuria haciéndoles justicia. ¿A quiénes? A los que soportan injuria, castigando a todos los injustos. Si ha de socorrer a los que soportan injuria y castigar a los injuriadores, ve ahora entre quiénes deseas contarte. Ve, atiende, si quieres estar entre aquellos que soportan injuria o entre los que la cometen. Al instante te sale al encuentro la voz apostólica y te dice: Es en absoluto delito que tengáis pleitos entre vosotros. ¿Por qué más bien no soportáis injurias?25 Corrige a los hombres que no soportan injurias. No te exhorta a padecer molestias, sino a soportar injurias, pues no toda molestia es injuria. Todo lo que en justicia soportas no es injuria. Para que no digas: "Yo me cuento también entre los que padecen injurias, porque padecí aquello en aquel lugar, aquello por aquel motivo." Ve si padeciste injuria. Los ladrones padecen muchos males, pero no injurias. Una cosa es padecer injuria, y otra soportar tribulación, o castigo, o molestia, o suplicio. Considera en dónde te encuentras; ve qué hiciste, por qué padeciste, y por ello te darás cuenta qué padeciste. La justicia y la injusticia o la injuria son cosas contrarias. La justicia es lo que es justo, y no todo lo que se dice justo es justo. Pues ¿qué diríamos si alguno estableciese un derecho inicuo? No podría denominarse derecho, porque es injusto. Luego es justicia verdadera o verdadero derecho lo que al mismo tiempo es justo. Examina entonces lo que haces, no lo que padeces. Si obraste justicia, soportarás injurias; si cometiste injurias, soportarás la justicia.

16. ¿Por qué dije estas cosas, hermanos? Para que no se engrían los herejes cuando quizá padecen algo debido a los decretos de los príncipes terrenos; para que no se cuenten entonces entre aquellos que soportan injurias y digan: "Ved que el salmo nos consuela, pues yo adoro al Dios que hace justicia a los que soportan injurias." Con razón pregunto si soportas injuria. Si obraste con justicia, padeces injuria. Pero ¿es justicia arrojar a Cristo; es justicia levantar un altar con rebelde orgullo; es justicia tolerar por un lado a los perseguidores de la túnica de Cristo26 y rasgar por el otro la Iglesia de Cristo? Luego, si esto no es justicia, todo cuanto tú padecieres por esto es justo. No eres, pues, del número de los que padecen injurias. Pero leo algo más claro en el Evangelio: Bienaventurados —dice— los que padecen persecución. Espera, no corras tanto. ¿Qué dices? ¿Yo soy éste? Espera, te diré: lo leeré todo. Oíste: Bienaventurados los que padecen persecución; ya veo que comenzabas a engreírte. Si me permites, leeré la sentencia completa. Ve lo que sigue: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia27. Ahora di: "Yo soy éste." Si te atreves a decir: "Yo soy éste", corregiré lo que anteriormente dije; o, por no hacerme demasiado pesado, pregunto sólo esto: Si condenases a un hombre del cual ignoras la causa, ¿te atreverías a decir que obraste con justicia?; o, si padecieses algo por este motivo, ¿lo llamarías injuria? Eriges en tu corazón un tribunal inseguro, del que has de ser precipitado al atreverte a proferir sentencia sobre un hombre del que ignoras la causa. Si esto lo hicieres con un solo hombre, serías injusto; lo haces con toda la tierra, ¿y serás justo? Hermanos carísimos, ¿quién soporta injuria sino la Iglesia católica, que padece todas estas injurias? Ella gime entre tantos escándalos de los herejes; ve que por malos consejos y perversos engaños son apartados de su regazo los débiles, y que, arrastrados los niños por no sé qué secretos de tenebrosas cavernas a rebautizarse, a arrojar de ellos a Cristo, a dar muerte en ellos, no lo propio mortal, por lo que son hombres, sino aquello por lo que habían de vencer para siempre, se incita a decir al hombre: "No soy cristiano", y esto se llama justicia. Cuando te hayas de acercar al obispo, dice el hereje donatista al cristiano para arrastrarle a su credo, no digas que eres cristiano, ya que, si dijeses que eres cristiano, no serás recibido por él; para ser recibido di que no eres. ¿Qué aconsejas tú que te llamas cristiano? ¿Qué enseñas? Sin duda, padecerás persecución, y tanto mayor cuanto más acérrimo perseguidor eres tú. Cuando los emperadores perseguían a los cristianos, forzaban con amenazas a hacer lo que tú haces aconsejando. Aconsejas al cristiano que niegue que es cristiano; lo que tú haces persuadiendo, no lo hizo el perseguidor matando. Bajo tu obediencia vive el hombre que niega ser cristiano. Niega, ¿y vive? Perdió ya la vida; te habla un cadáver. El que fue herido por la espada del perseguidor murió y vive; a quien tú hablas está en pie y murió. Obrando estas cosas, por mucho que padecieres, ¿será ello injuria? No te lisonjees; si son injustas todas estas cosas que haces, será justo cuanto padecieres. ¿Para quién hace justicia el que guarda la verdad eternamente? Para los que reciben injuria.

17 [v.7-8]. Tú prosigue, y, puesto que tú alimentas, di con tus buenos, agudos y sutiles raciocinios: " Es famélico, ¿puede alimentar?; es decir, el pecador, ¿puede dar lo santo? El hambriento, ¿puede dar de comer? El extenuado, ¿puede curar? El atado, ¿puede desatar?" Estos son raciocinios al parecer grandes y sutiles; con ellos engañan a los indoctos. Tápeles la boca este salmo, diciendo que Dios da alimento a los hambrientos. Por tanto, ve que nada espero de ti; Dios da alimento a los hambrientos. ¿A qué hambrientos? A todos. ¿Qué significa "a todos"? A todos los animales, a todos los hombres, Él les da el alimento. ¿Y no reserva ningún alimento especial para los escogidos? Si tienen otra clase de hambre, tendrán también otro alimento. Investiguemos primero su clase de hambre, y encontraremos su alimento: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados28. Debemos tener hambre de Dios; mendiguemos orando ante su puerta, pues Él da alimento a los hambrientos. ¿Por qué te engríes, hereje, de que tú sueltas, iluminas y ensalzas? ¿Acaso porque tú fuiste librado, porque tú estás en pie, porque tú eres luz? No hay tal cosa. Atiende a lo de arriba: No confié» los príncipes ni en los hijos de los hombres, en los cuales no hay salud. Ellos no dan la salud. Luego se aparten del medio los herejes. El Señor desata a los aprisionados, el Señor endereza a los lisiados, el Señor da sabiduría a los ciegos, es decir, convierte en sabios a los ignorantes. Por esta sentencia admirablemente nos señaló a todos los que están en lugar más excelso, para que no aplicásemos el Señor desata a los aprisionados a los aprisionados que por algún delito están encadenados por sus señores y para que al decir: Levanta o endereza a los lisiados, no se nos ocurriese que se trataba de aquellos que tropiezan y caen o los tira el caballo. Hay otras caídas, hay otras cadenas, como hay otras tinieblas y otra luz. Cuando dijo: Da sabiduría a los ciegos, no quiso decir ilumina a los ciegos, para que no lo entendieses carnalmente, conforme iluminó a aquel a quien el Señor, haciendo barro con su saliva, embadurnó los ojos y le salvó29. Para que no esperases algo parecido cuando se habla de cosas espirituales, dio a conocer cierta luz de sabiduría con la que son iluminados los ciegos (espirituales). Luego como son iluminados los ciegos con la luz de la sabiduría, así son desatados los aprisionados, así son ensalzados los lisiados. ¿Cómo estamos aprisionados? ¿Cómo lisiados? Nuestro cuerpo fue nuestro adorno; pecamos, y por ello recibimos la prisión. ¿Cuál es nuestra prisión? Nuestra mortalidad. Oye al apóstol San Pablo cómo también él se hallaba aprisionado aún en esta peregrinación. Sin embargo, ¡cuántas tierras no recorrió este prisionero! No le fueron pesados los grillos, puesto que con ellos predicó en todo el orbe el Evangelio. El espíritu de la caridad arrastraba las cadenas y recorrió cuanto pudo. Sin embargo, ¿qué dice? Deseo ser desatado y estar con Cristo. ¿Qué quiere decir ser desatado? Quedar libre de la prisión de la mortalidad. Con todo, por misericordia deseaba todavía hallarse apresado atendiendo a otros aprisionados a quienes administraba, pues me es necesario —dice— permanecer en la carne por vosotros30. Luego el Señor desata a los aprisionados, es decir, de mortales les hace inmortales. El Señor endereza a los lisiados. ¿Por qué están lisiados o encorvados? Porque estaban enderezados. ¿Por qué fueron enderezados? Porque se humillaron. Cayó y se lisió Adán. El cayó, Cristo bajó. ¿Por qué bajó el que no Cayó? Para levantar al caído. El Señor da sabiduría a los ciegos, el Señor endereza a los lisiados o encorvados. Por eso hace justicia a los que reciben injuria.

18 [v.9]. ¿Quiénes son estos justos? ¿Hasta qué punto son justos? Hasta tal como se consigna: El Señor guarda a los prosélitos. Los prosélitos son los forasteros. Toda la Iglesia de los gentiles es extranjera. Es advenediza con relación a los patriarcas, pues no nació de su carne, sino que se hizo su hija imitando. Sin embargo, la guarda el Señor, no algún hombre. Amparará a la viuda y al huérfano. Nadie piense que es como huérfano. Nadie piense que es como huérfano en atención a la heredad, o como viuda por alguna particular ocupación. En verdad, Dios favorece a éstos, y en todas las ocupaciones del género humano hace el bien el que mira por el huérfano y no abandona a la viuda; pero, en cierto modo, todos somos huérfanos hallándose ausente el padre, mas no muerto. Los huérfanos entre los hombres son aquellos a quienes se les murió el padre. Si indagáis la verdad, hermanos, veréis que viven nuestros padres, porque no muere el alma; y, por tanto, más bien son huérfanos los que lo son por la ausencia de nuestros padres; pues los que hubieren sido malos viven en penas, y los que hubieren sido buenos, en el descanso. Todas las cosas están por completo en manos del Creador. Para nosotros, mientras estamos avecindados en este cuerpo y habitamos en el lugar de la peregrinación, se halla ausente nuestro Padre, al cual clamamos: Padre nuestro, que estás en los cielos31. Por eso la Iglesia es viuda al hallarse ausente el esposo, el varón. Vendrá el que ahora la protege sin verle, pero deseándole, pues somos arrastrados por un gran deseo y por el amor de Aquel a quien no vemos le deseamos. Nos uniremos a Él con los abrazos de amor viendo si ahora le retenemos con la fe no viendo. Luego, hermanos, ¿a quién quiso entender por huérfano y viuda? A los desprovistos de todo recurso y socorro. Desprovista el alma de toda ayuda del mundo, espere el socorro de Dios. Todo lo que tengas aquí será oro ¿Presumiste de él? Ya no eres forastero, no eres huérfano, no te contarás entre las viudas. Tienes un amigo; si presumes de él y abandonas a Dios, no estás desamparado. Tienes todas estas cosas. Pero ¿no presumes de ellas? Eres huérfano y viuda de Dios. Luego Él sustenta o ampara a los desamparados, pues dijo que ampara a la viuda y al huérfano.

19. Y destruirá el camino de los pecadores. ¿Cuál es el camino de los pecadores? Reírse de estas cosas que dijimos. ¿Quién es el huérfano, quién la viuda, qué es el reino de los cielos y las penas del infierno? "Estas cosas son fábulas cristianas. Viviré entregado a lo que veo: Comamos y bebamos, pues mañana moriremos". Ve no te persuadan estos hombres tales cosas; no entren en tu corazón por el oído; encuentren en él una valla de espinas. El que intentare entrar de este modo, se aleje punzado, pues las malas palabras corrompen las buenas costumbres32. Pero quizá has de decir aquí: "¿Por qué son felices? He aquí que no adoran a Dios y diariamente cometen toda clase de iniquidades; abundan en los bienes por los que yo, siendo indigente, trabajo." No envidies a los pecadores. Ves lo que reciben, pero no ves lo que se les reserva. ¿Cómo he de ver lo invisible? La fe tiene ojos más grandes, más potentes y perspicaces que el cuerpo. Estos ojos no engañan a nadie: Estén siempre puestos en el Señor para que Él saque de estos lazos a tus pies33. Te agrada el camino del pecador porque es ancho, y muchos caminan por él; ves su anchura, no ves su fin o largura. En donde termina hay un precipicio, en donde termina hay una profundidad abismal; alegres y desbordados en este camino, se sumergen en este final. No puedes alargar la mirada para ver este fin; cree al que ve. ¿Y qué hombre lo ve? Quizá ningún hombre; pero vino a ti tu Señor para que creyeses a Dios. ¿Y no has de creer al Señor, tu Dios, que te dice: Ancho y espacioso es el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que transitan por él?34 El Señor destruirá este camino, porque es camino de pecadores.

20 [v.10]. Y cuando fuere destruido el camino de los pecadores, ¿que nos restará? Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo35. El salmo concluye así: Y destruirá el camino de los pecadores. Y tú, ¿qué dirás? El Señor reinará para siempre. Alégrate, porque reinará para ti; alégrate, porque tú serás su reino. Ve lo que sigue. Eres ciertamente ciudadano de Sión, no de Babilonia; es decir, no de la ciudad perecedera de este mundo, sino de Sión, que peregrina y sufre temporalmente, pero que ha de reinar eternamente. Oíste el fin; perteneces a Él. El Señor, tu Dios, reinará eternamente, ¡oh Sión! ¡Oh Sión!, tu Dios reinará para siempre. Pero ¿acaso tu Dios reinará sin ti? Por generación y generación. Lo dijo dos veces porque no puede decirlo siempre. Pero no pienses que, porque se acabaron las palabras, se acaba la eternidad. La palabra eternidad consta de cuatro sílabas, pero en sí no tiene fin. No se te puede recomendar la eternidad de otra manera: Tu Dios reinará por generación y generación. Dijo poco; pero, si todo el día estuviese hablando, quedaría corto; si toda la vida, ¿no callaría en algún tiempo? Ama la eternidad; reinarás sin fin si tu fin es Cristo, con el cual reinarás por los siglos de los siglos. Amén.