Sermón al pueblo
Años 414/416 (Z.), o bien el 415 (R.), o después del 415 (R.)
1. [v.1]. Así es el título de este salmo: Oración de Moisés, hombre de Dios. Por medio de este hombre suyo, Dios dio la ley a su pueblo, y por su medio lo libró de la esclavitud, y lo condujo por el desierto durante cuarenta años. Fue, pues, Moisés ministro del Antiguo Testamento y Profeta del Nuevo Testamento, puesto que todas estas cosas les acontecían a ellos simbólicamente, como dice el Apóstol; pero han sido escritas como aviso para nosotros, que nos ha tocado vivir en el fin de los tiempos1. Según este designio, llevado a cabo por Moisés, es como ha de entenderse este salmo, que ha tomado el título de su oración.
2. Dice: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación: es decir, sea en toda generación, o bien en dos generaciones, la antigua y la nueva; porque, como he dicho, Moisés fue ministro del Testamento perteneciente a la antigua generación, y profeta del Testamento perteneciente a la nueva. Como garante de este Testamento, y como esposo del matrimonio de la generación que le cayó en suerte, dice el mismo Jesús: Si creyerais a Moisés, me creeríais también a mí, ya que él escribió de mí2. De ninguna manera ha de creerse que este salmo haya sido escrito por Moisés, pues no se encuentra en ninguno de los libros en los cuales se han consignado sus cánticos. Se ha citado el nombre de un tan grande y meritorio siervo de Dios, para darle al salmo un significado más profundo, e incentivar la atención de quien lo lea o lo esté escuchando. Dice, pues: Tú te has hecho, Señor, nuestro refugio de generación en generación.
3. [v.2]. ¿De qué modo se hizo Dios nuestro refugio? Está claro que comenzó a ser para nosotros algo que antes no era, a saber, nuestro refugio; no es que él no existiese antes de ser nuestro refugio; así lo asegura en lo que sigue: Antes que nacieran los montes, o fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre, tú existes. Luego tú que siempre eres, antes de existir nosotros, y de que el mundo existiera, te has hecho nuestro refugio desde el momento en que nos hemos convertido a ti. No me parece que se deba entender de cualquier modo esto que dice: Antes de que se hicieran los montes, y fuera formada la tierra; o (como algunos códices dicen, provenientes de un mismo término griego): o fuera modelada la tierra. Los montes, en efecto, son las partes más altas de la tierra; por lo tanto, si Dios existía antes de que fuese formada la tierra, que fue por él fue formada, ¿qué grandezas se dicen de los montes o de cualquiera otra de sus partes, dado que Dios existe no sólo antes que la tierra, sino antes que el cielo y la tierra, y antes que toda criatura corporal y espiritual? Pero, al querer hacer esta distinción con la criatura racional, se ha pretendido, quizá, establecer una diferencia entre la universal criatura racional, porque bajo el nombre de montes tal vez se simbolice la sublimidad de los ángeles, y con el nombre de tierra, la bajeza de los hombres. Y, por tanto, aun cuando se diga congruentemente que todas las cosas que fueron creadas, fueron hechas o formadas, no obstante, si encierran alguna especial propiedad estas dos palabras, habrá que decir que los ángeles fueron hechos, ya que al ser enumerados entre sus obras celestes, se concluyó así su recuento: Él lo dijo, y fueron hechas, él lo mandó y fueron creadas3. En cambio, cuando se refiere a la creación del hombre, en cuanto a su cuerpo, lo formó de la tierra. Esta es la palabra que usa la Escritura, en la que leemos: Dios modeló, o bien: Dios formó al hombre del polvo de la tierra4. Luego antes de que viniesen a la existencia las realidades que hay en tu más excelsa y grande criatura —¿y qué criatura hay mayor que la racional y celestial?— y antes de que se modelase la tierra; para que hubiera alguien que te conociese y te alabase en la tierra; y como esto es poco, porque todas estas cosas comenzaron a existir en el tiempo o con el tiempo, dice: Tú existes desde el siglo y hasta el siglo (a saeculo et usque in saeculum); lo que más exactamente se diría: ?desde la eternidad hasta la eternidad? (ab aeterno in aeternum), puesto que Dios es anterior a los siglos, y no tendrá fin. Pero por una palabra griega ambigua, sucede con frecuencia en la Escritura que los traductores latinos escriben ?siglo? por ?eternidad?, o también ?eternidad? en lugar de ?siglo?. Pero con toda razón no dice: ?Tú exististe desde el siglo y existirás hasta el siglo?, sino que puso el verbo en presente: ?Tú existes?, insinuando así que la naturaleza de Dios es absolutamente inmutable, donde no hay el ?fue? ni el ?será?, sino únicamente el ?es?. Por eso está escrito. Yo soy el que soy; y también: El que es me ha enviado a vosotros5. Y leemos también: Tú cambiarás todas cosas, y se cambiarán; pero tú sigues siendo el mismo, y tus años no cambiarán6. Ved cómo y qué eternidad se ha hecho nuestro refugio, para que, huyendo de esta mutabilidad temporal, podamos refugiarnos en ella y permanecer allí para siempre.
4. [v.3]. Pero dado que mientras estamos aquí en la tierra, nos hallamos rodeados de muchas y grandes tentaciones, ha de temerse que por ellas nos apartemos de este refugio. Veamos, pues lo que pide en su oración este hombre de Dios: No entregues al hombre al abatimiento: es decir, no permitas que se aleje de de tus bienes eternos y sublimes, entregándose al disfrute de los temporales y terrenos. Pide a Dios lo que el mismo Dios ya ha ordenado. Es lo que con palabras muy semejantes, pedimos en la oración dominical: No nos dejes caer en la tentación7. Y luego añade: Y tú has dicho: Convertíos, hijos de los hombres. Es como si dijera: Te pido lo que tú has mandado, dando así gloria por su gracia, de manera que quien se gloríe, que se gloríe en el Señor8; ya que sin tu ayuda, por nuestra libre voluntad no podemos superar las tentaciones de esta vida. Dice: No arrojes al hombre a la humillación. Y no obstante, tú dijiste: Convertíos, hijos de los hombres. Da, pues, lo que pides, escuchando la plegaria del que pide y dando ayuda a la fe del que tiene voluntad.
5. [v.4]. Porque mil años ante tus ojos, son como un ayer que pasó. Por eso debemos dirigirnos, desde estos días que pasan y desaparecen, a tu refugio, donde tú estás sin cambio alguno; porque por muy larga que esperemos sea nuestra vida, mil años en tu presencia son como un ayer que pasó. Ni siquiera, al menos, como el día de mañana, que aún está por venir; todo lo que termina con el tiempo, ha de tenerse por pasado. De ahí que el Apóstol le quitó importancia y se olvidó de las cosas pasadas, en las que conviene entender todas las cosas temporales, fijando su atención en las realidades que estaban por delante9, es decir, nos indica el deseo de las eternas. Y para que no creyesen algunos que los mil años ante Dios se podían comparar como un día, como si los días de Dios fueran de esa duración, siendo así que se dijo esto para desestimar la duración del tiempo, se añadió: y como una vigilia nocturna, cuya duración no es más de tres horas. ¡Y aun así hay hombres que se han atrevido a monopolizar la ciencia de los tiempos! A los discípulos que deseaban conocerlos, el Señor les dice: No os pertenece a vosotros conocer los tiempos que el Padre ha fijado con su propia autoridad10. Y estos hombres han señalado la duración de este mundo en seis mil años, como si se pudiera reducir a seis días. No han tenido en cuenta lo que se dijo: Como un solo día que pasó, pues no habían transcurrido sólo mil años, cuando esto se dijo. Y por eso les debió insistir en que no jugasen con la incertidumbre del tiempo, que es como una vigilia nocturna. Tampoco parece verosímil la opinión sobre los seis días primeros, en los que Dios concluyó su obra, y no pueden ellos fijar su opinión en seis vigilias, es decir, en dieciocho horas.
6. [vv.5-6]. Después este hombre de Dios, o mejor dicho, el espíritu profético, parece que promulga , en cierto modo, la ley de Dios grabada en los secretos de su Sabiduría, en la que estableció el modo de deslizarse la vida pecadora de los mortales y la miseria de la mortalidad. Así dice: Lo que consideraban como nada, eso serán sus años. La mañana pasará como la hierba, por la mañana florecerá y pasará; por la tarde caerá, se endurecerá y se secará. La felicidad que los herederos del Antiguo Testamento habían pedido al Señor su Dios, como un gran bien, mereció, en la oculta providencia de Dios, ser fijada en la ley que Moisés parece describir, cuando dice: Sus años serán como cosas estimadas por nada. Por nada se tienen las cosas que antes de llegar, no existían todavía, y una vez llegadas, dejan de ser; no vienen para quedarse, sino para desaparecer. Por la mañana, es decir, al principio, pasará como la hierba; por la mañana florecerá y pasará; por la tarde, es decir, después, caerá, se endurecerá y se secará. Caerá, o sea, morirá; se endurecerá siendo cadáver; se secará en el polvo. ¿Y quién sufrirá esto, sino la carne, sede de la reprobada concupiscencia de los hombres carnales? Toda carne, —nos dice Isaías— es hierba, y el esplendor del hombre, como flor de heno: se seca el heno y cae la flor; pero la palabra del Señor permanece para siempre11.
7. [v.7]. Declarando que este castigo nos ha venido del pecado, añade a continuación: Porque nos ha consumido tu cólera, y nos ha trastornado tu indignación. Nos hemos hundido por nuestra flaqueza, y nos ha trastornado el temor de la muerte. Nos hemos debilitado, y tenemos pánico de llegar al máximo de nuestra debilidad. Otro te ceñirá, dice el Señor, y te llevará adonde tú no quieras12, aun cuando el martirio no era un castigo, sino que por él sería coronado. Incluso hasta el alma del mismo Señor, queriendo transfigurar en sí mismo nuestra realidad, se puso triste hasta la muerte13, ya que no quiso tener otra salida de este mundo sino por la muerte14.
8. [v.8]. Pusiste nuestras culpas ante ti: es decir, no las pasaste por alto. Y nuestro siglo a la luz de tu rostro; (se sobreentiende: pusiste). A la luz de tu rostro es lo mismo que antes dijo: ante ti; y la palabra nuestro siglo es lo que dijo antes: nuestras culpas.
9. [vv.9-10]. Porque todos nuestros días se desvanecieron, y nosotros hemos desfallecido por tu ira. En estas palabras se expresa claramente que nuestra mortalidad es un castigo. Dice que nuestros días se fueron, sea porque en ellos, los hombres, se vienen abajo amando las cosas pasajeras, sea porque los días han disminuido hasta un límite; lo cual viene aclarado en lo que dice a continuación: Nuestros años se consideraban como una tela de araña. Los días de nuestra vida se limitan a setenta años; y quizá los más robustos hasta ochenta, y la mayor parte de ellos son fatiga y dolor. Estas palabras, sin duda, parecen declarar la brevedad y la calamidad de esta vida; de hecho en este tiempo se les llama longevos también a los que han cumplido setenta años. Hasta los ochenta parece que conservan todavía algunas fuerzas. Pero a los que vivan más, se le multiplican en ese período los dolores y las molestias. Pero muchos también, antes de los setenta años, viven una vejez llena de achaques y calamidades; y por el contrario, con frecuencia muchos ancianos, habiendo pasado los ochenta, demuestran disfrutar de una probada y admirable fortaleza. Es más recomendable, pues, buscar en estos números algún significado espiritual. Pues no es que sobre los hijos de Adán (el solo hombre por el cual entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, que se propagó a todos los hombres)15, haya aumentado la ira de Dios, razón por la que ahora los hombres viven mucho menos de lo que vivieron los antiguos; siendo así que se ha ridiculizado su longevidad, al decir que mil años son como un ayer que pasó, y como tres horas. Y entonces los hombres, por cierto, vivían mucho más, cuando provocaron la ira de Dios, hasta el punto de enviarles el diluvio, que los exterminó a todos.
10. Como sabemos, setenta y ochenta años suman ciento cincuenta; y este libro de los salmos sugiere suficientemente que este número es sagrado. En cuanto al significado tiene el mismo valor el número ciento cincuenta que el número quince, número que se forma con la suma del siete y del ocho. El primero de ellos, dada la referencia a la observancia del sábado, nos recuerda el Antiguo Testamento, y el segundo el Nuevo Testamento, por la referencia a la resurrección del Señor. Por ello en el templo hay quince gradas o peldaños; por lo mismo en los salmos hay quince cánticos de grado, o quince salmos graduales; y por eso también las aguas del diluvio superaron en quince codos a los montes más altos16. Y si en algún otro pasaje se encuentra este número, se propone como sagrado. Dice, pues: Nuestros años se consideraban como una tela de araña. Como si dijera: nos afanábamos en cosas corruptibles, tejíamos algo inconsistente, que, como dice el profeta Isaías, de ningún modo nos cubría17. Los días de nuestra vida son, en sí mismos, setenta años, o, quizá, en los más robustos, ochenta. Una cosa es en sí mismos, y otra distinta es en los más robustos. En sí mismos, es decir, en los años o días mismos, se da a entender las cosas temporales; por eso son setenta, puesto que, según parece, lo que se promete en el Antiguo Testamento son realidades temporales. Pero si nos fijamos no en los años en sí mismos, sino en los más robustos, es decir, no en las cosas temporales, sino en las eternas, entonces son ochenta años, lo cual se refiere al Nuevo Testamento, que en esperanza nos anuncia la renovación y la resurrección eterna. Y lo que se sale de ellos es fatiga y dolor; es decir, todo el que viola esta fe, y busca algo más encuentra fatiga y dolores. Puede también entenderse de este otro modo: aunque ya nos hallamos establecidos en el Nuevo Testamento, simbolizado en el número ochenta, esta nuestra vida tiene más fatiga y dolor, mientras gemimos en nuestro interior, esperando la adopción como hijos y la redención de nuestro cuerpo; ya que nosotros hemos sido salvados en esperanza, y lo que todavía no vemos, lo esperamos con paciencia18. Y esto pertenece a la misericordia de Dios; y por eso el texto continúa y dice: Porque nos sobrevino la mansedumbre y seremos corregidos. El Señor corrige al que ama, y azota a todo el que recibe como hijo19; incluso a algunos de los más fuertes, les da el aguijón de la carne, que les abofetee, para que no se envanezcan con la grandeza de sus revelaciones, y se perfeccione la virtud en la debilidad20. Algunos códices no dicen seremos corregidos, sino seremos instruidos, lo cual hace alusión a la misma mansedumbre. Pues nadie puede ser adoctrinado sin trabajo y sin dolor, puesto que la virtud se perfecciona en la debilidad.
11. [vv.11-12]. ¿Quién conoce la vehemencia de tu ira, y quién sabrá calcularla por el temor que te tiene? Es de muy pocos hombres, dice, conocer la potencia de tu ira, pues con muchísimos te aíras muchas más veces cuando los perdonas, de suerte que el trabajo y el dolor con el que corriges y adoctrinas a los que amas, para que no sean atormentados con las penas eternas, se entiende que no pertenece a la ira, sino más bien a tu mansedumbre, pues así se lee en otro salmo: El pecador ha irritado al Señor; por la magnitud de su ira no lo buscará21. ¿Quién conoce, entonces, es decir, cuán pequeño es el número de hombres que conocen el poder de tu ira, y que saben calcularla por el temor que te tienen? Muy difícilmente alguien que sepa calcular tu ira por el temor que te tiene, y al mismo tiempo comprender que a algunos, con quienes te aíras más, parece que los perdonas, para que el pecador avance en su camino, y al final reciba mayores bienes. De hecho, el poder de la ira humana termina con la muerte del cuerpo. En cambio, Dios tiene el poder de castigar en esta vida y de mandar al infierno después de la muerte del cuerpo22. En realidad, pocos eruditos entienden la vana y seductora felicidad de los impíos como una mayor ira de Dios. Esto no lo conocía aquel cuyos pies casi resbalaron, porque envidió a los pecadores, al ver su paz. Pero lo aprendió al entrar en el santuario de Dios y llegó a entender sus postrimerías23; pero son pocos los que entran por aquí, llegando a saber valorar la ira de Dios por el temor que le tienen, y a considerar en el número de castigos la prosperidad de los malvados.
12. Haz conocer así tu diestra. Esto es lo que con preferencia ofrecen los códices griegos; pero no así algunos latinos, que dicen: Dame a conocer a mí tu diestra. ¿Qué significa, pues: Haz conocer así tu diestra? A tu Cristo, del cual se dijo: Y el brazo del Señor ¿a quién fue revelado?24 Dalo, pues, a conocer de tal modo que tus fieles aprendan a pedirte y a esperar más bien los premios de la fe que no aparecen en el Antiguo Testamento, sino que se revelan en el Nuevo; para que no piensen que ha de ser tenida, preferida y estimada como gran felicidad la de los bienes temporales y terrenos; para que no tropiecen sus pies cuando la vean en aquellos que no te adoran, y no vacilen sus pasos al no saber valorar tu ira. Así pues, según esta plegaria del hombre de Dios, de tal modo dio a conocer a su Cristo, que hizo evidente con sus padecimientos, que no debíamos codiciar aquellos bienes tan resonantes y ensalzados en el Antiguo Testamento, donde se hallan las simbólicas sombras de las realidades futuras, sino buscar los bienes eternos. La diestra de Dios puede también entenderse como aquélla en la que colocará a sus justos, separándolos de los impíos; y también ella se patentiza bien cuando azota a todo el que recibe como hijo, y, airándose, no le permite engolfarse más en sus pecados, sino que, en su mansedumbre, flagelándolo con la izquierda, y logrando que se corrija, lo ponga a su derecha25. En cuanto a lo que dicen muchos códices: Dame a conocer tu diestra, puede referirse a ambas cosas, es decir, a Cristo, o bien a la felicidad eterna. Dios no tiene una mano derecha corporal, como tampoco su ira se enfurece de una manera pasional.
13. En cuanto a lo que añade: Y a los que tienen el corazón prisionero de la sabiduría, otros códices no dicen prisioneros, sino: sabios o sensatos. La palabra griega suena muy semejante tanto para un significado como para el otro, ya que se trata de una sola sílaba. Así que son adoctrinados en la sabiduría aquellos que meten, como está escrito, el pie en sus cepos26, (no el pie del cuerpo, naturalmente, sino el pie del corazón), quedando así atados por unas como cadenas de oro, y no se apartan del camino de Dios, ni huyen de él; cualquiera de estas dos lecturas que se elija, deja siempre a salvo la doctrina de la verdad. Y a estos prisioneros, o adoctrinados de corazón por la sabiduría Dios los ha puesto tan de relieve en el Nuevo Testamento, que menospreciaron todas las cosas por la fe, una fe despreciada por la impiedad de los judíos y de los gentiles; y han tolerado el verse privados de los beneficios prometidos en el Antiguo Testamento, que se tenían en gran estima por los que juzgaban según la carne.
14. [v.13]. Y puesto que se han dado a conocer, por el desprecio de aquellas promesas humanas y temporales, y han dado testimonio con sus sufrimientos de que hay que aspirar y buscar las celestiales (y de ahí les viene el nombre de ?testigos?, que es lo que significa ?mártires? en griego), por eso han sufrido mucho, y han padecido horribles suplicios temporales. A esto se refiere este hombre de Dios y su espíritu profético, prefigurado en el nombre de Moisés, y dice: Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos. Es la voz de ellos, o a favor de los que, soportando muchas desgracias, al ser perseguidos en este mundo, se nos dan a conocer con su corazón prisionero de la sabiduría. Y, a pesar de tantos sufrimientos, no se apartan de Dios, volviéndose a los bienes de este mundo. En cuanto a lo que se dice en otro lugar de la Escritura: ¿Hasta cuándo apartarás tu rostro de mí?27 También aquí se dice: Vuélvete, Señor, ¿Hasta cuándo? Y con relación a aquellos que atribuyen a Dios de una forma demasiado carnal un cuerpo humano, deben saber que Dios no vuelve ni retira su rostro con un movimiento semejante al de nuestro cuerpo. Que recuerden éstos las palabras que más arriba nos ofrecía este mismo salmo: Pusiste nuestras culpas ante ti, y nuestro siglo (nuestra vida) ante la luz de tu rostro. ¿Y cómo es que dice aquí: Vuélvete (o sea, sé favorable a nosotros), como si hubiera retirado su rostro airado, siendo así que allí mismo de tal suerte manifiesta estar airado, que no apartó su rostro de sus culpas ni de su vida, por la que se había airado, sino al contrario, las colocó delante de sí, y ante la luz de su mirada? La expresión: ¿Hasta cuándo? Son más bien palabras de justicia del orante, que impaciencia indignada. Bien se ha escrito aquí: Sé flexible (con nosotros), es decir, déjate implorar. Pero dado que el verbo latino implorar es ambiguo (deprecari —deponente—), al decir ?déjate implorar?, se evita la confusión, ya que siguiendo el verbo latino, puede entenderse tanto ?suplicar·, o implorar, como ?ser suplicado?.
15. [vv.14-15]. Anticipando, a continuación, en esperanza, aquellos bienes futuros, y mostrándolos como si fuesen actuales, dice: Desde la mañana nos has colmado de tu misericordia. En esta noche de agobios y dolores, esta profecía parece que nos ha encendido una lámpara, como una antorcha que arde en lugar oscuro hasta que despunte el día y amanezca el lucero de la mañana en nuestros corazones28. Pues son bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios. Entonces serán saciados los justos de aquella felicidad, de la que ahora tienen hambre y sed29 mientras peregrinan por la fe, lejos del Señor30. Por eso dice también: Me saciarás de gozo con tu presencia31. Por la mañana se presentarán y contemplarán32; o como otros han traducido: En la mañana nos hemos saciado de tu misericordia, entonces se saciarán, como se dice en otro lugar: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria33. Por eso mismo se dice también: Muéstranos al Padre y con eso nos basta; y a propósito dice el mismo Señor: Yo mismo me manifestaré a él34. Hasta que esto suceda, ningún bien nos saciará, ni nos debe saciar, no sea que nuestro anhelo quede detenido en el camino, ya que hay que seguir caminando hasta conseguirlo. En la mañana hemos sido colmados de tu misericordia; y nos hemos regocijado y alborozado durante todos nuestros días. Aquel día es el día que no tiene fin. Todos aquellos días son simultáneos; por eso colman o sacian. No hay que dar paso a los que vienen, allí donde todos existen sin haber llegado, y no se van, no pasan, porque su existencia no termina: esta es la eternidad. Estos son los días de los que se dice: ¿Quién es el hombre que ama la vida y desea ver días de prosperidad?35 En otro pasaje a estos días se les llama años, donde se le dice a Dios: Tú eres siempre el mismo, y tus años no tienen fin. No son los años que se tienen como una nada, ni los días que pasan como una sombra36; sino que son días que tienen consistencia, cuyo número deseaba conocer el que decía: dame a conocer, Señor, cuál es mi fin, (llegando al cual, permanezca, y no tenga ya nada más que buscar), y cuál es el número de mis días. Es decir, de los días que son, porque los días de los que a continuación dice: mis días los has puesto como pasados, y son nada ente ti37, ésos en realidad no son, no permanecen, transcurren aceleradamente; y ni siquiera se encuentra en ellos una hora, en la que podamos mantenernos sin que una parte haya pasado, mientras la otra esté viniendo, y ninguna se detenga ni permanezca. Por el contrario, aquellos años y días que no pasan, en los que nosotros no dejaremos de existir, sin carencia alguna; ésos no pasarán. Que se inflame nuestra alma en el deseo de aquellos días; que sienta una ardiente e insaciable sed, para que allí seamos saciados, allí seamos colmados, y allí podamos decir lo que aquí anunciamos: Desde la mañana nos hemos saciado de tu misericordia, y nos hemos alborozado y regocijado durante todos nuestros días. Nos hemos alegrado por los años en que hemos visto desdichas.
16. [v.16]. Pero ahora, nosotros, mientras nos hallamos todavía en estos días calamitosos, digamos lo que sigue: Mira a tus siervos, mira a tus obras. Tus siervos son esas tus obras: y no sólo en cuanto que son hombres, sino también porque son tus siervos, y por ello cumplidores de tus mandatos. Somos, ciertamente, obra tuya, no solamente en Adán, sino porque hemos sido también creados en Cristo Jesús para las buenas obras, que Dios preparó de antemano para que caminemos en ellas38. Pues es Dios, quien por su benevolencia, obra en nosotros el querer y el obrar39. Y encamina a sus hijos, para que sean rectos de corazón, con los que Dios es bueno. Pues bueno es el Dios de Israel, pero con los rectos de corazón. No con los que se parecen a aquel a quien le vacilaban sus pasos, al ver la paz que disfrutan los pecadores, y comenzó a desagradarle Dios, como si él ignorase estas cosas y no se preocupara de ellas, y le tuviera sin cuidado el gobierno del género humano40.
17. [v.17]. Y que venga sobre nosotros el esplendor del Señor nuestro Dios. Sobre lo cual se dice en otro salmo: Grabada está en nosotros la luz de tu rostro, Señor41. Y dirige en nosotros las obras de nuestras manos, para que no las hagamos buscando la recompensa de las cosas terrenas, porque entonces no serían rectas, sino torcidas. Muchos códices terminan aquí este salmo, pero en algunos otros se lee como último verso: Y encamina la obra de nuestras manos. Este versículo es señalado por los más cuidadosos y doctos con una estrella, que llaman asterisco, haciendo notar lo que se halla en hebreo o en otras traducciones griegas, pero no en la llamada ?Versión de los Setenta?. Y si os quiero comentar este versillo, diré que su significado es que todas nuestras buenas obras se resumen en una sola: la caridad, puesto que la plenitud de la ley es la caridad42. Ya en el versículo anterior había dicho: Y dirige en nosotros las obras de nuestras manos; y en este último verso no dice las obras, sino en singular: dirige la obra de nuestras manos, como queriendo subrayar que esas obras son una sola, es decir, se dirigen a una sola obra, y entonces son rectas las obras que se dirigen hacia este único fin: el fin del precepto es la caridad, que brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe no fingida43. Luego la obra única, que contiene a todas las demás es la fe que obra por medio del amor44. Por eso dice también el Señor en el Evangelio: Esta es la obra de Dios: que creáis en aquel que él ha enviado45. Así pues, dado que en este salmo se distingue con toda claridad la vida antigua y la vida nueva, la vida mortal y la llamada vital, los años que son tenidos por nada, y los días que contienen la plenitud de la misericordia y de la verdadera alegría, es decir, el castigo del primer hombre, y el reino del segundo. Teniendo esto en cuenta, creo que en el título de este salmo se le ha puesto el nombre de Moisés, hombre de Dios, para dar a conocer a cuantos estudian las Escrituras con ánimo piadoso y recta intención, que incluso aquella ley de Dios, que fue dada por Moisés, en la que parecería que sólo, o casi sólo, Dios prometió bienes terrenales, como premio de las buenas obras, sin duda alguna se oculta bajo el velo algo diverso que este salmo quiere mostrar. Pero cuando todos se hayan convertido a Cristo, el velo será quitado46, y los ojos serán iluminados para que puedan admirar las maravillas de la Ley de Dios. Será un don de aquel a quien decimos: ábreme los ojos, y contemplaré las maravillas de tu ley47.