SALMO 66

COMENTARIO

Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero O.S.A.

Sermón al pueblo

1. [v. 2]. Recuerda vuestra Caridad que los dos salmos ya expuestos, exhortaban a nuestra alma a bendecir al Señor, y que con piadoso canto decían: Bendice, alma mía al Señor1. Si en ellos fuimos exhortados a que nuestra alma bendiga al Señor, con razón en este salmo se dice: El Señor tenga piedad y nos bendiga. Bendiga nuestra alma al Señor, y que Dios nos bendiga a nosotros. Cuando Dios nos bendice crecemos, y cuando nosotros le bendecimos, también crecemos. Ambas cosas nos son provechosas. Él no crece con nuestra bendición, ni disminuye con nuestra maldición. Quien maldice al Señor, se degenera, y crece quien le bendice. Primero le Señor nos bendice a nosotros, y como consecuencia, nosotros le bendecimos a él. Su bendición es como la lluvia; la nuestra es el fruto. Luego se le da como el fruto al agricultor, a Dios, que hace llover y que cultiva. Cantemos estas cosas con devoción no estéril, con voz no inútil, sino con sincero corazón. Claramente Dios, llamado Padre, es tu agricultor. Dice el Apóstol: Vosotros sois campo de Dios, edificio de Dios. En las cosas visibles de este mundo, la vid no es edificio, ni el edificio es vid. Pero nosotros somos la viña del Señor, porque nos cultiva para que demos fruto, y somos edificio de Dios, porque quien nos cultiva habita en nosotros. ¿Qué dice el mismo Apóstol? Yo planté, Apolo regó, pero Dios le dio el crecimiento. Luego ni quien planta es algo, ni quien riega, sino Dios, que da el crecimiento2. ¿Pero éstos son agricultores? Se llama agricultor aquel que planta y riega, y el Apóstol dijo: Yo planté, Apolo regó. ¿Preguntamos cómo hizo esto? Y responde el Apóstol: No he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo3. Luego a cualquier parte que te dirijas, sea a los ángeles, sea a los profetas, o a los Apóstoles, tu agricultor es Dios. Entonces ¿qué somos nosotros? Quizá somos obreros de aquel agricultor, y esto mismo con las fuerzas de él recibidas, como una gracia dada por él. Luego él mismo cultiva y da el crecimiento. El hombre agricultor cultiva la viña arándola, podándola, prestándole las demás labores que son propias del agricultor, pero no puede hacer que llueva para su viña, aunque sí, quizá, pueda regarla. ¿De quién recibe ese poder? Él sí puede conducir el agua al canal, pero es Dios quien llena las fuentes. En fin, el hombre no puede dar el crecimiento a los sarmientos de su viña, ni formar el fruto, ni cambiar la semilla, ni programar la época de la germinación. Dios, que puede todas estas cosas, es nuestro agricultor. Estamos seguros. Quizá alguno diga: Tú dices que Dios es nuestro agricultor. Más aún, yo digo que son agricultores los Apóstoles que dijeron: Yo planté, Apolo regó. Si soy yo quien lo dice, que no me crea nadie, pero si lo dice Cristo, ¡Ay del que no crea! ¿Y qué dijo Cristo el Señor? Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, y mi Padre es el labrador4. Que tenga, pues sed la tierra, y clame al Señor su sed, puesto que está escrito: Mi alma tiene sed de ti, como tierra sin agua5. Que diga nuestra tierra, digamos nosotros, anhelando la lluvia de Dios: Que Dios tenga piedad de nosotros y nos bendiga.

2. Ilumine su rostro sobre nosotros. Quizá ibas a preguntar qué significa que nos bendiga. De varias maneras quieren los hombres que Dios les bendiga: uno desea la bendición de Dios para tener llena la casa de las cosas necesarias para esta vida; el otro desea ser bendecido para tener la salud perfecta de su cuerpo; el otro desea la bendición para recuperar la salud, pues tal vez está enfermo; el otro por su deseo de tener hijos, entristecido porque no le nacen, desea la bendición para tener descendencia.¿Quién podrá enumerar los diversos anhelos de los hombres, que desean ser bendecidos por el Señor Dios? ¿Y quién de nosotros podrá decir que no es una bendición de Dios, cuando la agricultura le produce frutos, o que su casa abunda de cosas temporales, o por la misma salud del cuerpo, sea para no perder la que tiene, o para recuperar la que le falta? La fecundidad de las mujeres, o el casto deseo de quienes esperan hijos, ¿a quién pertenece, sino al Señor Dios? El que ha creado cuando no existía, es el que concede la descendencia de lo que creó. Poco es que digamos: Dios hace estas cosas, son un don de Dios; pero es él solo quien las realiza y quien las concede. ¿Qué sucedería, si Dios las hiciera, pero también fueran obra de otro que no es Dios? Él las hace y sólo él. No tiene sentido que se pidan a los hombres o a los demonios. Cualesquiera cosas buenas que reciban los enemigos de Dios, de él las reciben; y aunque se pidan a otros, cuando las reciben, vienen de él, aunque no lo saben. Lo mismo pasa cuando son castigados: creen que es obra de otros, pero, aunque ellos no lo sepan, es obra de Dios. Eso mismo ocurre cuando son renovados, colmados de beneficios, salvados, liberados, y sin saberlo se lo atribuyen a los hombres, a los demonios o a los ángeles; con todo, únicamente lo han conseguido de él, en quien se halla el poder sobre todas las cosas. Hemos dicho esto, hermanos, para que todo el que desea también estas cosas terrenas, sea para remediar una necesidad, o curar una enfermedad, no las desee sino de aquél que es la fuente de todos los bienes, y el creador y restaurador de todas las cosas.

3. Pero unos son los dones que Dios da incluso a sus enemigos, y otros los que reserva únicamente para sus amigos. ¿Cuáles son los que da a sus enemigos? Los que he enumerado antes. Porque no sólo los buenos tienen las casas abastecidas de lo necesario para la vida, ni sólo los buenos son librados de algún peligro, o sanados de sus enfermedades; tampoco tienen sólo hijos los buenos, o dinero, o las demás cosas convenientes para esta vida transitoria y temporal. Las tienen también los malos, y carecen de ellas los buenos. O al revés, les faltan a los malos y más que a los buenos, o al revés. Dios quiso que estas cosas temporales las poseyeran indistintamente unos y otros; porque si las tuvieran sólo los buenos, creerían los malos que se debe dar culto a Dios para obtenerlas; y si las tuvieran sólo los malos, tendrían recelo de convertirse los buenos de espíritu débil, temiendo que les faltasen a ellos. Porque todavía hay almas débiles, poco preparadas para el reino de Dios; por eso el Señor, nuestro agricultor, debe nutrirlas. El árbol, que ya resiste con su fortaleza las tempestades, al brotar era una hierba. No sólo sabe nuestro agricultor podar y limpiar los árboles robustos; también sabe proteger con un seto a las tiernas, recién brotadas. Por tanto, hermanos queridos, como comencé diciéndoos, si sólo a los buenos se dieran estas cosas, todos se querrían convertir a Dios para obtenerlas, y los de espíritu débil, en su conversión temerían perderlas si sólo se dieran a los malos. Se han concedido, pues, indistintamente a buenos y malos. Por otra parte, si sólo se privase de ellas a los buenos, dudarían los débiles de convertirse, por temor a perderlas; y si sólo se privase de ellas a los malos, se pensaría que este era la única pena con que serán castigados los malos. El concedérselo a los buenos es un consuelo para los caminantes; y al dárselas también a los malos, amonesta a los buenos a que aspiren a otras cosas, que no tienen en común con los malos. A los buenos les priva de esas cosas cuando quiere, para que se pregunten cómo están sus fuerzas, y vean quienes tal vez no se conocían a sí mismos, si ya pueden decir: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como a Dios le agradó, así se hizo; sea bendito el nombre del Señor6. Ahí tenemos un alma que bendijo al Señor, y dio frutos de bendición, alimentada con lluvia abundante. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; le quitó lo que le dio, pero no le privó del donante. Bendita toda alma sencilla, que no se apega a las cosas terrenas, ni yace en el suelo pegadas al cuerpo sus alas plegadas, sino que mostrando todo el esplendor de las virtudes, en sus dobles alas desplegadas, se alegra por las espaciosas y libres auras del cielo, sostenida por las dos alas del doble amor. Y ve cómo se le ha quitado lo que la oprimía, no aquello sobre lo que descansaba; y dice segura: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como al Señor le agradó así ha sucedido; sea bendito el nombre del Señor. Dio y quitó; queda el que lo dio, y quitó lo que había dado: sea bendito su nombre. Para esto, sin duda, se le quitan a los buenos estas cosas. Pero para que tal vez algún débil no vaya a decir: ¿Cuándo voy yo a tener tanta virtud como el santo Job? Te admiras de la robustez del árbol, porque acabas de nacer. El que contemplas ahora tan grande, bajo cuyos ramos y sombra te refrigeras, antes fue una ramita. ¿Y temes que se te quiten estas cosas, cuando seas como él? Ten en cuenta que también se le quitan a los malos ¿Por qué retrasas tu conversión? Lo que temes perder siendo bueno, quizá lo has de perder siendo malo. Pero si lo pierdes siendo bueno, tienes cerca el consolador que te lo quitó; el arca se quedó vacía de oro, pero el corazón lleno de fe; eres pobre por fuera, pero en tu interior eres rico. Contigo llevas las riquezas, que no perderás aunque salgas desnudo del naufragio. Lo que quizá has de perder siendo malo, ¿por qué no te encuentra bueno esta pérdida, ya que muchas veces ves sufrir el daño a los malos? A ellos esta herida les causa más daño, porque tienen la casa vacía, pero más vacía está su conciencia. Cualquier malo que sufra estas pérdidas, no tendrá exteriormente lo que tenía, ni tendrá interiormente en qué apoyarse para estar tranquilo. Huye de donde padeció la privación, de donde se jactaba con la ostentación de sus riquezas, ante las miradas de la gente. Ahora ya no se puede jactar a la vista de los hombres, ni se vuelve a su interior, porque allí no tiene nada. No imitó a la hormiga, no recogió para sí los granos en el verano7. ¿Qué dije del verano? Cuando vivía con tranquilidad, cuando le rodeaba la prosperidad de este mundo, cuando no tenía preocupaciones, cuando los hombres le llamaban feliz, entonces era su verano. Habría imitado a la hormiga, si hubiera oído la palabra de Dios; habría recogido granos y los habría almacenado dentro. Luego vendría la prueba del sufrimiento, y sobrevendría el invierno del entorpecimiento, la tempestad del temor, el frío de la tristeza, sea por alguna desgracia o peligro para la salud, o la pérdida de algún ser querido, o también por alguna deshonra o humillación. Sí llegó el invierno: la hormiga se vuelve a lo que recogió en el verano; y allí, en la intimidad de su escondite, donde nadie la ve, se recrea en los trabajos hechos en el verano. Cuando en verano iba recogiendo todo esto, todos la veían; ahora, cuando se alimenta de ello en el invierno, nadie la ve. ¿Qué significa esto? Fíjate en la hormiga de Dios: se levanta todos los días, acude presurosa al templo del Señor, ora, oye la lectura, canta el himno, medita lo que oyó, recapacita en su interior, y esconde en su corazón los granos que recogió en la era. Estas cosas que se oyen ahora, las ponen en práctica quienes oyen con sabiduría. Todos los ven venir a la iglesia, volver de la iglesia, oír el sermón y la lectura, encontrar el libro, abrirlo y leer: todo eso es al hacerlo. Esta es la hormiga que allana el camino, llevando y guardando el alimento a la vista de los espectadores. Algún día llegará el invierno. ¿A quién no le llega? Viene una desgracia, vine la pérdida de un ser querido; y quienes ignoran el granero reservado de la hormiga, dirán: ¡Desgraciado aquel, a quien le sobrevino esto o aquello! ¿Qué fortaleza de ánimo piensas que tiene? ¡Mira cómo acabó! Lo mide por la fortaleza de sí mismo, lo compara consigo y se equivoca; lo está juzgando por lo que desconoce. Ves al que ha sufrido una contrariedad, una humillación, o una pérdida; ¿y qué piensas tú? Éste algún mal ha hecho, para que le suceda esto. Que sea éste el sentir y la actitud de mis enemigos. Estás ignorando, oh hombre, que eres tu propio enemigo, al no recoger para ti, durante el verano, lo que éste ha recogido: ahora la hormiga se sustenta en su escondite con los trabajos del verano. Podías verla cuando hacía esta labor; no la puedes ver ahora comer lo que almacenó. He dicho estas cosas, hermanos, según me lo ha concedido .el Señor, y conforme se dignó sugerir e inspirar a mi flaqueza y debilidad, en cuanto ella es capaz, de explicaros por qué da Dio estas cosas tanto a buenos como a malos, y por qué se las quita a unos y a otros. ¿Te las dio a ti? No te engrías. ¿Te las quitó? No te descorazones. Temes que te las quite: puede quitarlas al bueno y al malo; tú, si eres bueno, pierdes lo que viene de Dios, pero tienes a Dios. También le pasa esto al malo; a él le exhortamos: Has de padecer algún mal (¿quién no ha de sufrir alguna pérdida de un ser querido?); Se precipita alguno en el infortunio, le sobrevine alguna calamidad; de esas cosas está lleno el mundo, no faltan ejemplos; te hablo en el verano; no faltan granos para recoger, fíjate en la hormiga, perezoso8; almacena en el verano, cuando puedes; el invierno te impide recogerlos, es para comer los recogidos. Cuántos padecen alguna tribulación que no les permite ni leer, ni escuchar algo; ni, quizá la presencia de alguna compañía que los pueda consolar. Permaneció la hormiga en su hormiguero; mire a ver si recogió algo en el verano que le ayude en el invierno.

4. Ahora nos bendice Dios. ¿Por qué nos bendice? ¿Qué bendición suplica esta voz del salmo: Que Dios nos bendiga? Es la bendición que reserva para sus amigos; la que da sólo a los buenos. No vayas a tener como algo grande la que da también a los malos; porque Dios, que es bueno, hace salir el sol sobre buenos y malos, y envía la lluvia sobre justos e injustos9. ¿Qué reserva, pues para los buenos? ¿Qué especialmente para los justos? Ilumine su rostro sobre nosotros. Tú,que el rostro de este sol, lo iluminas sobre buenos y malos, haz brillar tu rostro sobre nosotros. La luz de este sol la ven los buenos y malos, junto con las bestias: pero dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios10. Ilumine su rostro sobre nosotros. De dos maneras se puede entender esto; hay que explicar las dos. Ilumina, dice, tu rostro sobre nosotros; muéstranos tu rostro. No ilumina alguna vez su rostro, como si estuviera oscurecido, sino que lo ilumina sobre nosotros para que se nos revele lo que se nos ocultaba; ilumine quiere decir que se nos revele. O, sin duda, puede significar: Ilumina tu imagen sobre nosotros, pues grabaste tu imagen en nosotros, nos hiciste a tu imagen y semejanza11, nos hiciste moneda tuya; y no debe permanecer tu imagen oscurecida; envía el rayo de tu sabiduría, para que disipe nuestras tinieblas y brille tu imagen en nosotros; reconozcámonos imagen tuya, oigamos lo que se dice en el Cantar de los cantares: Si no te has conocido a ti misma, Oh hermosa entre las mujeres12. Y se dice también de la Iglesia: Si no te has conocido a ti misma. ¿Qué quiere decir esto? Si no has conocido que has sido hecha a imagen de Dios. ¡Oh alma preciosa de la Iglesia, redimida con la sangre del Cordero inmaculado! Mira lo que vales, piensa qué gran precio se ha pagado por ti. Digamos, pues, anhelantes: Ilumine su rostro sobre nosotros. Somos portadores de su rostro; como el pueblo llama rostro del emperador a sus representantes, así de alguna manera el rostro sagrado de Dios está en nosotros, que somos su imagen; pero los malvados desconocen que son imagen de Dios. ¿Y qué deben decir éstos, para que se ilumine el rostro de Dios en ellos? Tú iluminarás mi lámpara, Señor; tú, Dios mío, iluminarás mis tinieblas13. Estoy en las tinieblas del pecado, pero un rayo de tu sabiduría disipará mis tinieblas; que aparezca tu rostro, y si quizá apareciese un tanto deformado por mi culpa, sea reformado por ti lo que por ti fue formado. Ilumine, pues, su rostro sobre nosotros.

5. [v. 3]. Para que conozcamos en la tierra tu camino. En la tierra es aquí, en esta vida, conozcamos tu camino. ¿Qué es tu camino? El que conduce hasta ti. Conozcamos adónde ir, y por dónde debemos ir. Si estamos en tinieblas no podemos conocer ni una ni otra cosa. Estás lejos de los que hallamos desterrados; pero nos has abierto el camino por el que debemos volver a ti: Conozcamos en la tierra tu camino. ¿Cuál será su camino, ya que hemos expresado este deseo, de que conozcamos en la tierra tu camino? Debemos de buscarla, pero no somos nosotros mismos quien hemos de decidirla. Sí podemos conocerla en el Evangelio: Yo soy el camino, dice el Señor. Cristo dijo: Yo soy el camino. ¿Y temerás equivocarte? Y añadió: Y la verdad. ¿Quién se equivoca en la verdad? Está en el error el que se apartó de la verdad. Cristo es la verdad, Cristo el camino: ¡Camina, pues! ¿Temes morir antes de llegar? Yo soy la vida; yo soy, dice, el camino, y la verdad y la vida14. Como si dijera: ¿Por qué temes? Caminas por mí, caminas hacia mí, y en mí descansas. Cuando dice: Conozcamos en la tierra tu camino, ¿qué quiere decir, sino: Conozcamos en la tierra a tu Cristo? Pero que conteste el mismo salmo: no creáis que debe ser citado otro texto de las Escritas, porque falte aquí; repitiendo la frase, deja en claro su pensamiento: Para que conozcamos en la tierra tu camino; y como si tú preguntases: ¿En qué tierra, y qué camino? Contesta: En todos los pueblos tu salvación. ¿En qué tierra, preguntas? Escucha: En todos los pueblos. ¿Y qué camino? Escucha: Tu salvación. ¿No es Cristo su salvación? ¿Y qué es lo que dijo aquel anciano Simeón; el anciano aquel, repito, en el Evangelio, conservado lleno de años hasta la infancia del Verbo? Tomó en sus manos al infante Verbo de Dios. El que se dignó estar en el seno materno, ¿iba a rehusar estar en las manos del anciano? El que estuvo en seno de la Virgen estuvo también en las manos del anciano; un niño débil dentro del seno materno, y en manos de un anciano, para darnos a nosotros la fortaleza por la que todo fue hecho; y si todo, también su misma madre; vino humilde, pero revestido de una debilidad que había de ser cambiada: Porque aunque fue crucificado por su debilidad, vive ahora por el poder de Dio15s, Dice al Apóstol. Estaba en las manos del viejo. ¿Y qué dijo el viejo aquel, qué dijo congratulándose, porque ya, presto a salir de este mundo, viendo que tenía en sus manos a aquél, de quien y en quien estaba su salvación? Así dijo: Ya puedes, Señor dejar que tu siervo se vaya en paz, porque mis ojos han visto tu salvación16. Luego: Que Dios nos bendiga y se apiade de nosotros; ilumine su rostro sobre nosotros, para que conozcamos en la tierra tu camino. ¿En qué tierra? En todos los pueblos. ¿Qué camino? Tu salvación.

6. [v. 4]. ¿Y cómo sigue? ¿Es que se conoce en la tierra el camino de Dios, se conoce en todas las naciones la salvación de Dios? Que te alaben los pueblos, oh Dios, que te alaben, dice, todos los pueblos. Viene un hereje y dice: Yo los pueblos los tengo en África; y viene otro de otra parte: Yo los tengo en Galacia. Tú en África, y el otro en Galacia; yo busco al que los tiene en todas partes. Lógicamente vosotros os habéis permitido saltar de alegría, cuando habéis oído: Oh Dios, que te alaben los pueblos. Y ahora escuchad el versículo siguiente, porque no habla de una parte: Que te alaben todos los pueblos. Andad por el camino con todas las gentes, caminad junto con todos los pueblos, oh hijos de la paz, hijos de la única Iglesia Católica; avanzad por el camino, cantad caminando. Hacen esto los caminantes, para aliviar el cansancio. Vosotros cantad en este camino; os lo pido por aquel que es el camino, cantad en este camino; cantad un cántico nuevo; que nadie en él entone viejos cánticos: cantad himnos de amor a vuestra patria, nadie cante cosas antiguas. Nuevo es el camino, nuevo el caminante, que sea nuevo el cántico. Mira cómo te exhorta el Apóstol a que cantes un canto nuevo: Si uno en Cristo es ya criatura nueva, lo viejo pasó; todo se ha convertido en nuevo17. Cantad un cántico nuevo en el camino que habéis conocido en la tierra. ¿En qué tierra? En todos los pueblos. Por eso el cántico nuevo no pertenece a un grupo. El que canta en una parte, canta algo viejo; cante lo que cante, canta algo viejo, canta el hombre viejo; está dividido, es carnal. No hay duda de que en tanto es carnal, en cuanto es viejo, y en tanto es nuevo, en cuanto es espiritual. Fíjate en lo que dice el Apóstol: No pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales. ¿Cómo demuestra que son carnales? Porque cuando uno dice: Yo soy de Pablo; y otro: yo de Apolo, ¿no estáis, dice, siendo carnales?18 Luego si estás en el camino seguro, canta en el espíritu un canto nuevo. Como cantan los caminantes, y con frecuencia lo hacen de noche. Todo alrededor ruge y da miedo, o más bien no hace ruido, sino que hay un silencio en torno; y cuanto más silencio, tanto más da temor. Hay quien canta, incluso, por miedo a los bandidos.¡Cuánto más seguro cantas en Cristo! Este camino no tiene ladrones, a no ser que te salgas del camino y vayas a dar con el ladrón. Canta seguro, repito, un cántico nuevo en el camino que has conocido en la tierra, es decir, en todas las naciones. Mira que este cántico nuevo no lo puede cantar contigo el que eligió separarse. Cantad al Señor, dice, un cántico nuevo; y continúa: Cantad al Señor toda la tierra19. Que te confiesen, oh Dios, los pueblos. Encontraron tu camino: que lo confiesen. El mismo cantar es ya una confesión: es el reconocimiento de tus pecados, y del poder de Dios. Confiesa tu maldad, confiesa la gracia de Dios; acúsate a ti mismo, y glorifícalo a él; repréndete a ti y alábalo a él, para que cuando venga a ti te encuentre como tu propio castigador, y él se te muestre como tu salvador. ¿Por qué teméis confesarlo, vosotros, que habéis encontrado este camino en todas las naciones? ¿Por qué teméis confesarlo, y en vuestra confesión cantar un cántico nuevo junto con toda la tierra, en toda la tierra, en la paz católica? ¿Temes confesar a Dios, no sea que por la confesión te condene? Si crees que te puedes ocultar por no hacer tu confesión, una vez confeso serás condenado. Temes confesar, tú que sin confesar no puedes quedar escondido, y serás condenado por haber callado, tú que puedes liberarte confesando. Oh Dios, que te confiesen los pueblos; que todos los pueblos te confiesen.

7. [vv. 5—6]. Y como esta confesión no conduce al suplicio, continúa diciendo: Que se alegren y exulten las naciones. Si los malhechores convictos y confesos lloran ante un hombre, alégrense ante Dios los fieles confesos. Si el que juzga es un hombre, sucede que la tortura y el temor obligan a la confesión. Es más, algunas veces el temor encubre la confesión, pero lo descubre el dolor; y aquel que llora en los tormentos, teme la muerte si confiesa, soporta el dolor todo lo posible, y si le venció el dolor, pronuncia su propia sentencia de muerte con sus palabras. Jamás alegre, jamás exultante: antes de la confesión, el garfio tortura sus carnes; y una vez que haya confesado, el verdugo conduce el condenado al suplicio; por todas partes desgraciado. Pero gócense y exulten las naciones. ¿De qué? De la confesión. ¿Y por qué? Porque es bueno aquel a quien confiesan: exige la confesión para liberar al humilde; y condena al que no confiesa, para castigar al soberbio. Por eso puedes estar triste antes de confesar; y regocíjate después de haber confesado, pronto serás sanado. Tu conciencia estaba purulenta, se había hinchado con el tumor, te atormentaba, no te dejaba en paz; El médico usa el cataplasma de la palabra, y alguna vez hace un corte; utiliza el bisturí para eliminar la tribulación: tú reconoce la mano del médico; confiesa y que en la confesión salga fuera el pus, y entonces ya exulta, alégrate; lo que ha quedado sanará fácilmente. Oh Dios, que te confiesen los pueblos, que todos los pueblos te confiesen. Y puesto que te confiesan, que se regocijen y salten de alegría las naciones; porque riges los pueblos con justicia. Nadie te engaña: que se alegre el que va a ser juzgado, y que temía al juez. Porque previó y preparó su rostro en la confesión; y cuando llegue el juez, juzgará a los pueblos con justicia.¿De qué servirá, entonces, la astucia del acusador, donde la conciencia es testigo, donde estarás tú solo y tu causa, donde el juez no busca testigo? Te ha mandado un abogado: Por amor a él, y por su mediación, confiesa; expón tu causa, él es defensor del arrepentido y demandante del perdón del que confiesa, y también juez del inocente.¿Podrás temer con fundamento, cuando tu abogado será tu juez? Alégrense, pues, y exulten las naciones; porque juzgas a los pueblos con equidad. Pero podrán ser temerosos de ser juzgados desfavorablemente; que se entreguen para ser corregidos, que se entreguen para ser encauzados por aquél juez que ya conoce a los que ha de juzgar. Corríjanse aquí, en vida, y no teman cuando vayan al juicio. Mira lo que dice otro salmo: Oh Dios, sálvame por tu nombre, y hazme justicia con tu poder. ¿Qué dice? Si no me salvas antes en tu nombre, deberé temer al juzgarme con tu poder; pero si primero me salvas en tu nombre, ¿cómo voy a temer al que me juzga con su poder, al que por su nombre precedió la salvación? Por eso dice también aquí: Que te confiesen todos los pueblos20. Y para alejar toda sospecha de temor en la confesión: Que se alegren, dice, y exulten las naciones. ¿Por qué esta alegría exultante? Porque juzgas a los pueblos con equidad. Nadie ofrece un don en nuestra contra, nadie te soborna, nadie te engaña. Puedes estar tranquilo. Pero ¿qué pasará con tu causa? Nadie corrompe a Dios, es cosa cierta. Por tanto, quizá ha de ser temido más porque no puede ser corrompido en modo alguno. ¿Cómo podrás, entonces, estar seguro? Por lo que ya se ha dicho: Oh Dios, sálvame por tu nombre, júzgame con tu poder21; así dice también aquí: Alégrense y salten de gozo las naciones, porque juzgas a los pueblos con equidad, y para que los malos no teman, añadió: Y gobiernas las naciones de la tierra. Depravadas estaban las naciones, distorsionadas y pervertidas; con razón temían la venida del juez por su depravación y corrupción; llegó su mano y se extendió con misericordia sobre los pueblos; son gobernadas las naciones para que vayan por el recto camino. ¿Por qué han de temer al juez que ha de venir, los que primero aceptaron sus correcciones? Entréguense en sus manos: él gobierna las naciones de la tierra. Así regidas las naciones, caminando en la fe, se regocijan en él y ejecutan las buenas obras; y si por casualidad, dado que vas navegando por el mar, entra algo de agua por pequeñas hendiduras, por diminutas rendijas, al fondo de la nave, extráela por las buenas obras, para que no se llene y corra peligro de hundirse; hazlo todos los días, mediante el ayuno, la oración, dando limosnas, diciendo con sincero corazón: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores22. Obrando así, camina tranquilo, alégrate en el camino, canta por el camino. No temas al juez; cuando aún no tenías fe, en contraste al Salvador. Te buscó cuando eras malvado, para redimirte; y ahora, ya redimido, ¿te dejará que te pierdas? Y gobiernas las naciones de la tierra.

8. [vv. 6—7]. Exulta, se alegra, exhorta, repite los mismos versículos como exhortación. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben; la tierra ha dado su fruto. ¿Qué fruto? Que todos los pueblos te alaben. Era tierra, y estaba llena de espinas: se acercó la mano del que las arrancó de raíz, llegó la llamada de su majestad y de su misericordia; y la tierra comenzó sus alabanzas, y ya da su fruto.¿Daría el fruto si antes no hubiera llovido? ¿Daría este fruto suyo, si antes no hubiera descendido de lo alto la misericordia de Dios? Léanme, dices, que la tierra, regada con la lluvia dio su fruto. Escucha cómo Dios envía la lluvia: Haced penitencia, porque se acerca el reino de los cielos23. Llueve, y la misma lluvia es trueno; atemoriza: teme al que truena, y recibe al que llueve. Después de aquella voz de Dios que truena y llueve, después de aquella voz, veamos algo del Evangelio. He aquí aquella meretriz, con mala fama en la ciudad, entró en casa ajena, sin ser invitada por el dueño, pero sí llamada por el invitado, no de palabra, sino por gracia. Sabía la enferma que allí ocupaba un sitio el que era su médico. Entra la pecadora y sólo se atreve a acercarse a sus pies; llora sobre sus pies, los riega con sus lágrimas, los seca con sus cabellos, y los unge con ungüento24. ¿De qué te admiras? La tierra ha dado su fruto. Esto sucedió porque el Señor envió la lluvia de sus palabras; sucedió lo que leemos en el Evangelio: enviando la lluvia por sus nubes, enviando a sus Apóstoles que predicaron la verdad, la tierra dio su fruto en abundancia; y esta cosecha ya ha llenado toda la tierra.

9. [v. 8]. Mira lo que se dice después: Que nos bendiga Dios, nuestro Dios; que Dios nos bendiga. Que nos bendiga, como ya he dicho; que una y otra vez nos bendiga, que multiplique sus bendiciones. Fíjese vuestra Caridad cómo ya el fruto de la tierra ha precedido en Jerusalén. De allí tuvo origen la Iglesia; vino allí el Espíritu Santo, y llenó a los santos que estaban congregados juntos; se realizaron milagros, hablaron en lenguas de todo el mundo25. Fueron colmados del Espíritu de Dios, y se convirtieron los que estaban allí; llenos de temor, y recibiendo la lluvia divina, dieron en la confesión de su fe tanto fruto, que todo lo suyo lo pusieron en común, repartiendo a los pobres, de manera que nadie llamaba nada propio, sino que todo lo tenían en común, y tenían un alma sola y un solo corazón orientados hacia Dios26. Se les había dado la sangre del Señor que ellos habían derramado; y se les había dado con el perdón del Señor, para que lo que habían derramado, aprendieran también a beberlo. Qué gran fruto se dio allí. La tierra ha dado su fruto, y mucho fruto, y fruto magnífico. ¿Acaso aquella tierra solamente debía dar su fruto? Que nos bendiga Dios, nuestro Dios; que Dios nos bendiga. Que siga bendiciendo; en efecto, la bendición suele entenderse principalmente como multiplicación. En el Génesis tenemos la prueba: vete mirando las obras de Dios. Hizo Dios la luz; y separó Dios la luz de las tinieblas: llamó a la luz día, y a las tinieblas noche. Y no dice el texto: Bendijo la luz. Es la misma luz la que va y viene, alternando con los días y las noches. Llamó cielo al firmamento entre aguas y aguas; y no se dijo; Bendijo el cielo. Separó el mar de la parte seca, y le puso nombre a ambas partes: a la parte seca la llamó tierra, y a la masa de aguas la llamó mar; y tampoco se dice: Dios bendijo. Se llega a los seres que han de ser fecundos, y cuya existencia proviene de las aguas. Estos tienen la gran capacidad de multiplicarse en abundancia; y el Señor los bendijo diciendo: Creced y multiplicaos, y llenad las aguas del mar; y que las aves se multipliquen sobre la tierra. Y así también, cuando todo lo sometió al hombre, a quien hizo a su imagen, está escrito: Y los bendijo Dios, diciendo: Creced y multiplicaos, y llenad la superficie de la tierra27. Luego la bendición propiamente sirve para la multiplicación y para llenar la tierra. Escucha también en este salmo: Que nos bendiga Dios, nuestro Dios; que Dios nos bendiga. Y esta bendición ¿para qué sirve? Y lo teman todos los confines de la tierra. Luego, hermanos míos, tan copiosamente nos bendijo Dios en el nombre de Cristo, que con sus hijos llena la superficie de la tierra, adoptados para su reino, como coherederos de su Unigénito. Engendró al Único, y no quiso que fuera uno solo: engendró, insisto a su único Hijo, y no quiso que quedara solo él. Le dio hermanos; y aunque no engendrándolos, no obstante por adopción los hizo coherederos suyos. A él lo hizo primero partícipe de nuestra mortalidad, para que creyéramos que podíamos ser partícipes de su divinidad.

10. Fijémonos en cuál es nuestro precio. Todo fue anunciado de antemano, y ahora se va manifestando todo; el Evangelio anda por toda la tierra: todas las actividades humanas en este tiempo dan testimonio de que se ha cumplido todo lo que estaba predicho en las Escrituras. Como hasta el día de hoy se han ido cumpliendo todas estas cosas, así también se cumplirán las que restan. Temamos el día del juicio; vendrá el Señor. El que vino humilde vendrá glorioso; el que primero vino a ser juzgado, vendrá a juzgar. Reconozcamos al humilde, para que no nos asuste el glorioso; echémonos en brazos del humilde, para desear al poderoso. Porque vendrá benigno para aquellos que lo desean. Lo desean quienes se hayan mantenido en su fe y hayan cumplido sus mandatos. Porque venir vendrá, aunque no lo queramos. Deseemos, pues, la venida de quien vendrá, aunque no lo queramos. ¿Y cómo desearemos que venga? Viviendo bien, obrando bien. Que no nos deleiten las cosas pasadas, ni nos retengan las presentes; no tapemos un oído con la cola, como el áspid, y el otro lo peguemos a la tierra; no nos detengamos oyendo cosas del pasado, ni nos enredemos con las presentes, impidiéndonos meditar en las venideras: más bien lancémonos a las que están por delante, y olvidemos el pasado28. Y lo que ahora sufrimos, lo que ahora nos hace gemir, nos hace suspirar, lo que ahora hablamos, y que sólo podemos entender una parte, o no lo podemos comprender, lo comprenderemos, lo disfrutaremos en la resurrección de los justos. Se renovará nuestra juventud como la del águila; únicamente que debemos quebrar nuestra vejez sobre la roca que es Cristo. Sea verdad, hermanos, lo que se dice de la serpiente y del águila, o más bien sean rumores humanos sin fundamento, no obstante la verdad está en la Escrituras, y no en vano dijeron esto las Escrituras; pongamos en práctica lo que esto significa, y no nos preocupemos de cuánto hay de verdad en esos rumores o leyendas. Tú compórtate de tal manera que tu juventud se pueda renovar como la del águila29. Y sabrás que no se puede renovar, si tu vejez no es pulverizada en la piedra; es decir, a no ser con el auxilio de la piedra, con el auxilio de Cristo, no podrás renovarla30. Tú no te hagas sordo a la palabra de Dios, por complacerte en las dulzuras de la vida pasada. No te dejes atrapar por las presentes, e impedirte, de manera que digas: No tengo tiempo para leer, no me queda tiempo para oír. Esto es pegar el oído a la tierra. No sea tú así; al contrario, olvídate de las cosas pasadas, y entrégate a las que tienes por delante para que pulverices tu vejez sobre la roca. Y si se te ofrecieran algunas semejanzas, si las encuentras en las Escrituras, créelas; y si encuentras que sólo se han difundido por el rumor de la gente, no les des demasiado crédito. Puede la realidad ser así, o puede que no lo sea. Tú saca provecho de ello; que te sirva esta semejanza para tu salvación. ¿No quieres que sea por esta semejanza? Hazlo por otra, ¡Pero hazlo! Y espera con tranquilidad el reino de Dios, para que tu oración no se vuelva en tu contra. Porque cuando tú, cristiano, dices: Venga tu reino. ¿Cómo dices: Venga tu reino?31 Examina tu corazón: mira, tú dices: Venga tu reino. Y te responde gritando: Ya voy; ¿y no te da temor? Con frecuencia lo hemos dicho a vuestra Caridad: predicar no sirve de nada, si el corazón no está de acuerdo con la lengua; y lo mismo, el escuchar la verdad de nada sirve, si a la escucha no sigue el fruto. Yo os dirijo la palabra desde este lugar más elevado; pero bien sabe Dios, que se hace indulgente con los humildes, cómo estoy, por temor, a vuestros pies, porque no me complacen tanto las aclamaciones de los que me alaban, como la devoción de los que confiesan y la conducta de los responsables. Únicamente me complace vuestro progreso, y estas alabanzas que me dais son un peligro, del cual sabrá librarme el que me libra de todo peligro, y yo, junto con vosotros, a salvo de toda tentación, se digne reconocernos y coronarnos en su reino.