SALMO 63

COMENTARIO

Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero O.S.A.

Sermón al pueblo

1. Al celebrar hoy la fiesta de la pasión de los santos mártires, alegrémonos al recordarlos, y pensemos en sus padecimientos; tratemos de comprender la luz que en su espíritu brillaba en ese momento. Porque jamás habrían tolerado tales sufrimientos en su cuerpo, si no hubieran tenido una gran paz en su espíritu. Vamos a recorrer este salmo de acuerdo con esta solemnidad. Ayer vuestra caridad pudo oír muchas cosas. Hoy no podemos negar a esta festividad el homenaje de mi ministerio. Y además porque en este salmo se trata principalmente de la pasión del Señor, y los mártires nunca habrían llegado a esa fortaleza, si no hubieran tenido presente al que padeció primero; como tampoco habrían podido soportar en su martirio torturas como las de Cristo, si no hubieran esperado la recompensa de la resurrección, como él lo había demostrado en sí mismo. Bien sabe vuestra santidad que nuestra cabeza es el Señor nuestro Jesucristo, y todos cuantos están unidos a él son miembros de esa cabeza. Y su voz os es de sobra conocida, ya que habla no sólo en nombre de la cabeza, sino también del cuerpo; y sus palabras no significan o proclaman únicamente a nuestro Señor Jesucristo, que ya ha ascendido al cielo, sino también a sus miembros, que han de seguir a su propia cabeza. Reconozcamos, pues, aquí no sólo su voz, sino también la nuestra. Y nadie vaya a decir que hoy no pasamos dolores y sufrimientos. Siempre habéis oído que la Iglesia era hostigada antaño casi en su totalidad, mientras que hoy lo es sólo en algunos de sus miembros. Cierto que el diablo está encadenado para que no logre hacer cuanto puede o cuanto quiere; no obstante se le permite tentar en todo aquello que conviene para nuestro mayor provecho. No nos conviene estar sin tentaciones; y a Dios no le pedimos que no seamos tentados, sino que no nos deje caer en la tentación.

2. [v. 2]. Digamos, pues también nosotros: Escucha, oh Dios, mi plegaria, que estoy sufriendo; libra mi alma del temor al enemigo. Los enemigos se ensañaron contra los mártires; y esta voz, la voz del cuerpo de Cristo, ¿qué era lo que suplicaba? Ser librados de sus enemigos; que no pudieran llegar a matarlos. Luego ¿no fueron escuchados, puesto que murieron a manos de ellos? ¿Abandonó Dios a sus siervos con sus corazones afligidos, y despreció a los que tenían puesta su esperanza en él? No, en absoluto. Porque ¿quién invocó al Señor y fue abandonado? ¿Quién esperó en él y no le hizo caso?1 Eran oídos y perdían la vida, sí, y sin embargo eran librados de sus enemigos. Hubo otros que, por temor consentían con sus enemigos, y conservaron la vida. Y sin embargo fueron devorados por sus enemigos. Los muertos eran liberados, y los vivos, devorados. De ahí aquella voz agradecida: Quizá nos habrían tragado vivos2. Muchos fueron devorados, y lo fueron vivos; otros muchos fueron devorados muertos. Los que juzgaron la fe cristiana como una bagatela, fueron devorados muertos; en cambio los que, sabiendo que la verdad estaba en la predicación del Evangelio, sabiendo que Cristo es el Hijo de Dios, y creyendo esto, y manteniéndolo firme en su corazón, y no obstante cedieron ante los tormentos y sacrificaron a los ídolos, éstos fueron devorados vivos. Unos fueron devorados por estar ya muertos, los otros murieron por ser devorados. Una vez devorados no pudieron seguir viviendo, aunque fueran devorados vivos. Esta plegaria era la voz de los mártires: Libra mi alma del temor al enemigo, no para que el enemigo no me mate, sino para que yo no tenga miedo al enemigo que mata. Pide el siervo en el salmo lo que ahora manda el Señor en el Evangelio. ¿Qué mandaba el Señor en la lectura de hoy? No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que tiene el poder de matar cuerpo y alma en la hoguera del infierno3. E insistió: Sí, os lo repito, a ése debéis temerlo4. ¿Quiénes son los que matan el cuerpo? Los enemigos. ¿Y qué es lo que ordenaba el Señor? Que no se les temiera. Oremos, pues, para nos conceda lo que manda. Libra mi alma del temor al enemigo. Líbrame del temor al enemigo, y sométeme a tu temor. Que no tenga yo miedo al que mata el cuerpo; que lo tenga al que tiene poder de matar cuerpo y alma en la hoguera del infierno. No, no quiero estar inmune de temor, sino libre del temor al enemigo, y, como siervo, bajo el temor del Señor.

3. [v. 3]. Me has protegido de la conjura de los perversos, y del motín de los malhechores. Contemplemos ahora a nuestra cabeza. Muchos han sido los mártires que han padecido la misma clase de torturas; pero nada descuella tan luminosamente como el cabeza de los mártires; en ella contemplamos mejor lo que ellos padecieron. Fue protegido de la multitud de los malhechores, protegiéndose Dios a sí mismo, protegiendo su carne como Hijo de Dios y como Hijo del hombre que había asumido; porque es Hijo del hombre y es Hijo de Dios: Hijo de Dios por su condición divina, e Hijo del hombre por su condición de siervo5, teniendo el poder de entregar su vida y de recuperarla6. ¿Qué pudieron hacerle sus enemigos? Mataron su cuerpo, pero no su alma. Fijaos bien. Hubiera valido poco el exhortar el Señor de palabra a los mártires, si no quedase reforzada su exhortación con el ejemplo. Ya conocéis qué conjura urdieron aquellos malvados judíos, y qué motín armaron aquellos malhechores. ¿Cuál fue su maldad? El querer matar al Señor Jesucristo. Os he dado a conocer, les dice, muchas cosas buenas: ¿por cuál de ellas queréis matarme?7 Se había preocupado de todos sus enfermos, había sanado a todos sus lisiados, predicó el reino de los cielos, no se calló sus vicios, a fin de que fueran ellos mismos quienes los rechazaran, y no el médico que los curaba. Más ellos, ingratos ante todas estas curaciones, como en delirio de una intensa fiebre, y ensañados contra el médico que había venido a curarlos, tramaron la forma de acabar con él. Todo como queriendo demostrar si realmente era un hombre que podía morir, o se trataba de algo superior, que no permitía su muerte. Reconocemos sus palabras en la Sabiduría de Salomón: Condenémosle, dicen, a una muerte humillante. Vamos a preguntarle, ya que sus palabras indicarán si está protegido; si es realmente el Hijo de Dios, que lo libre8. Veamos, pues, nosotros qué es lo que sucedió.

4. [v. 4]. Afilaron sus lenguas como una espada. Dice otro salmo: Los hijos de los hombres: sus dientes son armas y flechas, y su lengua una espada afilada9. Así se dice aquí: Afilaron sus lenguas como una espada. Que no digan los judíos: Nosotros no hemos matado a Cristo. Si lo entregaron al juez Pilato, fue para dar la impresión de que ellos quedaban exentos de culpa en su muerte. De hecho, cuando Pilato les dijo: ajusticiadlo vosotros, respondieron: A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie10. Querían descargar sobre un juez humano la maldad de su crimen; ¿Pero acaso podían engañar al divino juez? En lo que Pilato hizo, por el hecho de realizarlo, se hizo algo responsable; pero en comparación de ellos, es mucho más inocente. Insistió, de hecho, cuanto pudo para librarlo de sus manos. Por esto se lo presentó después de haberlo flagelado11. No lo azotó para castigar al Señor, sino intentando aplacar el furor de los judíos, a ver si se amansaban un poco, y al verlo flagelado, desistían en su empeño por matarlo. Esto llegó a hacer Pilato. Pero como ellos siguieron insistiendo, ya sabéis que se lavó las manos, diciendo que no era su voluntad realizar tal cosa, y que era inocente de su muerte12. Y sin embargo, la llevó a cabo. Ahora bien, si es culpable el que, contra su voluntad, realizó el crimen, ¿serán inocentes quienes le obligaron a consumarlo? De ninguna manera. Pero fue él quien pronunció la sentencia en su contra, y lo mandó crucificar, por eso de algún modo fue él personalmente quien lo mató13; pero también vosotros, judíos, lo matasteis. ¿Cómo? Con la espada de la lengua: afilasteis vuestras lenguas. ¿Y cuándo lo habéis herido, sino cuando gritasteis: crucifícalo, crucifícalo?14

5. Para que a nadie le perturbe, quizá, la lectura de los Libros sagrados, no pasaré por alto lo que ahora me viene a la mente: se trata de que un evangelista dice que el Señor fue crucificado a la hora sexta15, y otro que a la hora tercia16; si no lo comprendemos, podemos quedar intranquilos. Se dice en uno que ya al comienzo de la hora sexta, Pilato se sentó en el tribunal, y cuando Jesús fue levantado en la cruz, era plenamente la hora sexta. Pero otro evangelista, atento a la intención de los judíos, que querían aparecer como inmunes de culpa en la muerte del Señor, en su narración demostró que eran reos, diciendo que el Señor fue crucificado a la hora tercia. Pero considerando todas las circunstancias de la narración, y todo lo que pudo llevarse a cabo cuando el Señor fue acusado ante Pilato, con el fin de lograr su crucifixión, advertimos que pudo bien ser a la hora tercia cuando ellos gritaron: Crucifícalo, crucifícalo. Y así, cuando realmente le dieron muerte fue cuando gritaron pidiéndola. Los ordenanzas de la autoridad lo crucificaron a la hora sexta; los prevaricadores de la ley gritaron a la hora tercia; lo que ellos cumplieron a la hora sexta con sus manos, éstos lo perpetraron con sus lenguas a la hora tercia. Más culpablemente se ensañaban éstos con sus gritos, que los que cumpliendo órdenes lo ejecutaban. He aquí toda la argucia de los judíos; esta fue su gran ocurrencia: Matémoslo, pero sin matarlo; matémoslo, pero sin que aparezcamos como sus asesinos. Afilaron sus lenguas como una espada.

6. [v. 5]. Tensaron el arco, una trama alevosa. Al arco lo llama "insidias". Porque el que combate con la espada cuerpo a cuerpo, lo hace a las claras, mientras que el que dispara una flecha, lo hace a traición, ya que la saeta llega antes de prever la herida. Pero ¿a quién se le ocultan las insidias del corazón humano? ¿Tal vez a Cristo, nuestro Señor, que no necesitaba de ningún testimonio sobre el hombre? Porque él conocía lo que hay en el hombre, como nos atestigua el evangelista17. Pero oigámoslos a ellos y veamos qué es lo que están tramando, como si el Señor no se enterase. Tensaron el arco, una trama alevosa, para herir a escondidas al inocente. Lo de tensaron el arco equivale a escondidas: como urdiendo engañosas insidias. Sabéis con qué trampas llevaron esto a cabo; cómo corrompieron con dinero al discípulo que vivía con él, para que se lo entregara en sus manos18; cómo se consiguieron testigos falsos, de qué insidias y engaños se valieron para herir a escondidas al inocente. ¡Qué gran villanía! Ya veis cómo de lo oculto viene la flecha que hiere al inocente, un inocente que no tiene la más mínima mancha, susceptible siquiera de ser herida con la punta de una flecha. Se trataba del Cordero inmaculado, totalmente inmaculado, siempre inmaculado. Y no porque se le hubieran limpiado sus manchas, sino porque nunca las contrajo. Precisamente él hizo a muchos inmaculados, perdonando sus pecados, él, que era inmaculado por no tener personalmente pecado alguno. Para herir a escondidas al inocente.

7. [v. 6]. Lo asaetearán por sorpresa y sin temor alguno. ¡Oh dureza de corazón! ¡Empeñarse en matar al hombre que resucitaba a los muertos! Por sorpresa, es decir, insidiosamente, inesperadamente, sin sospecharlo. El Señor aparentaba como si nada supiese, estando entre ellos, ignorantes de lo que él conocía y desconocía, o mejor, ignorantes de que él nada desconocía y lo conocía todo, y que había venido precisamente para que ellos le hiciesen lo que creían hacerle por su propia autoridad. Lo asaetearán por sorpresa y sin temor alguno.

8. Se obstinaron en su mala intención. Se obstinaron: se habían realizado grandes milagros; y ellos ni se conmovieron: persistieron en la decisión de sus malvadas palabras. Fue entregado Cristo al juez; tiembla el juez, y no tiemblan quienes al juez lo entregaron; se estremece la autoridad, y la crueldad se queda impávida; quiere Pilato lavarse las manos, y ellos envenenan sus lenguas. ¿Y esto por qué? Se obstinaron en su mala intención. ¿Cuántas cosas hizo Pilato? ¿Cuánto no intentó para frenarlos? ¿Cuántas cosas dijo? ¿Cuántas hizo? Pero ellos se obstinaron en su mala intención: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Esta insistencia es la obstinación de su maligno intento. Veamos cómo se obstinaron en su mala intención. ¿A vuestro rey he de crucificar? Le respondieron: No tenemos otro rey que el César19. Se obstinaron en su mala intención. Les ofrecía como rey al Hijo de Dios; ellos reclamaban a un hombre: se les hizo dignos de tenerlo como rey, y no lo tuvieron. Oye una vez más cómo se obstinaron en su mala intención. No encuentro nada, dijo el juez, que sea digno de muerte en este hombre20. Pero ellos, que se habían obstinado en su mala intención, replicaron: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!21 Se obstinaron en su mala intención. Se obstinaron en su mala intención, sí, pero no contra el Señor, sino contra sí mismos. ¿Cómo no va a ser en su propio perjuicio, cuando dicen: Sobre nosotros y sobre nuestros hijos? Lo que confirmaron, lo confirmaron en su contra. Ya lo dice la misma voz en otro lugar: Me cavaron delante una fosa, pero han caído en ella22. La muerte no mató al Señor, fue el Señor quien dio muerte a la muerte; la maldad les dio muerte a ellos, ya que ellos no quisieron dar muerte a la maldad.

9. Es totalmente cierto, hermanos: o das muerte a la maldad, o la maldad te da muerte a ti. Pero no andes buscando matar la maldad como algo que está fuera de ti. Mírate a ti mismo, y descubre qué es lo que en tu interior lucha contra ti. Pon atención, no sea que te venza tu propia maldad; él es tu enemigo, mientras no sea derrotado en ti; de ti procede, es tu propia alma que guerrea contra ti, no es ninguna otra cosa. Por una parte estás unido a Dios; por otra te atrae el mundo: eso que te deleita del mundo lucha en contra de tu alma, que está en unión con Dios. Que esté unida, que siga unida, que no desfallezca, que no desista; cuenta tu alma con una gran ayuda. Si persevera en la lucha, vencerá lo que a ella se le opone. En tu cuerpo está el pecado. Pero que no reine en él. Que en vuestro cuerpo mortal, dice el Apóstol, no reine el pecado, por someteros a sus requerimientos23. Si no les haces caso, aunque te quiera convencer, aunque te ofrezca los placeres del mal, no sometiéndote logras que no reine el mal que ya existe en ti, y con el tiempo lograrás que desaparezca. ¿Cuándo será eso? Cuando la muerte sea devorada por la victoria, cuando esto corruptible se revista de incorrupción24. Entonces ya no habrá nada que se te oponga, no te deleitará nada fuera de Dios. Esta fue la razón por la que estos judíos odiaron al Señor: a ellos les apetecía el poder. A algunos les parecía que Cristo les arrebataba su poder, y porque estaban apegados a él, se volvieron contra el Señor. Si hubieran luchado contra su mala inclinación, habrían vencido el odio, en lugar de ser vencidos por él, y el Señor, que había venido a sanarlos, habría sido su salvador. Pero en lugar de esto, se pusieron del lado de la fiebre, y rechazaron al médico. Lo que les sugería la fiebre, eso realizaban; lo que el médico les ordenaba en contra de ella, lo ignoraban. Por eso más bien fueron muertos ellos, y no el Señor. Lo que se mató en el Señor, fue la muerte, y en ellos continuó viva la maldad; al quedar viva en ellos la maldad, ella fue quien les dio muerte.

10. Han calculado cómo esconder trampas; han dicho: ¿Quién las descubrirá? Pensaban que iban a quedar ocultos de aquel a quien mataban, ocultos de Dios. Mira lo que pensaban: Cristo es un hombre como todos los demás, y no sabe lo que se trama contra él. ¿Y Dios tampoco lo sabe? ¡Oh corazón humano! ¿Cómo es que llegaste a decirte: Quién me va a ver, cuando te está viendo el mismo que te ha creado? Han dicho: ¿Quién las descubrirá? Las estaba viendo Dios, las estaba viendo Cristo, porque también Cristo es Dios. Pero ¿cómo podían creer que no eran vistos? Escucha lo que sigue a continuación.

11. [v. 7]. Han estado discurriendo cómo hacer el mal; han fracasado de tanto discurrir e inventar, es decir, de tomar decisiones perversas y sutiles. Que no sea entregado por nosotros, sino por un discípulo suyo; no seamos nosotros quienes lo matemos, sino el juez; que todo sea obra nuestra, pero que no lo parezca. ¿Y dónde queda el Grito de vuestra lengua: Crucifícalo, crucifícalo? ¿Tan ciegos estáis, que llegáis a ser sordos? Una inocencia fingida no es inocencia; una imparcialidad fingida no es imparcialidad; es doble maldad, ya que además de maldad, es simulación. Han fracasado de tanto discurrir e inventar. Cuanto más sutilmente les parecía que urdían sus planes, tanto peor les iba, porque de la luz de la verdad y la justicia, se sumergían en las profundidades de sus perversas decisiones. Tiene una cierta luz propia la justicia; inunda e ilumina el alma que se une a ella; en cambio, el alma que se aparta de la luz de la justicia, cuanto más se afana por encontrar lo que es adverso a la justicia, tanto más es rechazada por la luz, y se va sumergiendo en las tinieblas. Con razón éstos, que andaban tramando cómo perjudicar al justo, se alejaban de la justicia, y cuanto más se apartaban de la justicia, tanto más iban decayendo en su discurrir e inventar. ¡Gran decisión de inocencia la que llevaron a cabo! Cuando Judas se arrepintió de haber traicionado a Cristo, y arrojó por tierra el dinero que le habían dado, ellos se negaron a ponerlo en las arcas del templo, y dijeron: Este dinero es precio de sangre; no lo pongamos en el gazofilacio25. ¿Qué es el gazofilacio? El arca de Dios, las alcancías donde se recogían las aportaciones de la gente para las necesidades de los siervos de Dios. ¡Que tu corazón, oh hombre, sea más bien el arca de Dios, donde estén depositadas las riquezas de Dios, donde tu espíritu, que tiene grabada la imagen de tu Emperador, sea la moneda de Dios. Siendo esto así, ¿cuál fue la simulación de su inocencia? No introducir el precio de la sangre en el arca de Dios, mientras se echaban sobre su conciencia esa misma sangre.

12. ¿Pero qué les ocurrió? Fracasaron de tanto discurrir e inventar. ¿Cómo? Nos lo dice el salmo: ¿Quién los descubrirá? Es decir, que nadie los veía. Esto lo decían ellos, pensando que nadie se daría cuenta. Mira lo que le sucede al alma maligna: se aleja de la luz de la verdad, y al no ver a Dios, se cree que Dios no la ve. Así les pasó a éstos: se alejaron de la luz y cayeron en la oscuridad, hasta no ver a Dios; y dijeron: ¿Quién nos va a ver? Lo estaba viendo aquel a quien crucificaban; mas ellos, obcecados como estaban, no veían ni al Hijo ni al Padre. Ahora bien, si él lo estaba viendo, ¿cómo es que les permitía que lo arrestaran y lo mataran? Y si los veía ¿por qué permitió que la decisión por ellos tomada, prevaleciese sobre él? ¿Por qué? Porque era hombre por amor al hombre, y Dios oculto en el hombre, que había venido a dar ejemplo de fortaleza a los que lo desconocían. Esa es la razón por la que soportó tantas vejaciones, aun sabiéndolo todo.

13. [v. 8]. ¿Y cómo continúa el salmo? Se acerca el hombre y su corazón profundo; y Dios será exaltado. Ellos dijeron: ¿Quién nos va a ver? Se equivocaron discurriendo e inventando, en sus planes malvados. Se acercó el hombre a tales deliberaciones, y soportó el ser tenido como hombre. No hubiera sido apresado, sino como hombre; ni visto, sino como hombre; ni habría sido torturado, sino como hombre; ni crucificado y muerto, sino como hombre. Se acercó, pues, el hombre a todos aquellos sufrimientos, que en él no habrían tenido valor alguno, si no fuera hombre. Pero si él no hubiera sido hombre, el hombre no habría sido liberado. Se acercó el hombre, de corazón profundo, es decir, de corazón inescrutable, mostrando su humanidad a las miradas humanas, y guardando a Dios en su interior; ocultando su condición divina, por la que era igual al Padre, y presentando su forma de siervo, por la que era menor que el Padre. Él mismo había hablado de ambas realidades: pero una cosa es lo relacionado con su condición divina, y otra distinta lo concerniente a su condición de siervo. Dijo, por ejemplo, de su condición divina: El Padre y yo somos una sola cosa26. Y asimismo por su condición de siervo: El Padre es mayor que yo27. ¿Por qué dice refiriéndose a su divinidad: El Padre y yo somos una sola cosa? Porque aun siendo de condición divina, no tuvo como un tesoro codiciable el ser igual a Dios. ¿Y por qué aludiendo a su condición de siervo dice: El Padre es mayor que yo? Porque se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo28. Se acercó el hombre, con su profundo corazón, y Dios fue exaltado. El hombre es muerto, y Dios es exaltado. El haber sido matado se debe a la debilidad humana; y el haber resucitado y ascendido al cielo, se debe al poder divino29. Se acercará el hombre y su corazón profundo, un corazón secreto, escondido, que no manifiesta lo que sabe, ni muestra lo que es. Ellos, suponiendo que lo que veían era totalmente lo que era, dan muerte al hombre en su corazón profundo, y Dios es exaltado en su corazón divino. Fue exaltado por el poder de su majestad. Y una vez exaltado, ¿adónde fue? Al mismo lugar de donde no se había apartado cuando se humilló.

14. Se acercará el hombre, y su corazón profundo; y Dios será exaltado. Poned, pues, atención, hermanos míos, al corazón profundo del hombre. ¿De qué hombre? ?La Madre Sión?, la llamará el hombre; y se hizo hombre en ella, y el Altísimo en persona la ha fundado30. Se ha hecho hombre en esa misma ciudad, que el Altísimo, él mismo, ha fundado, y es en ella donde se ha hecho hombre. Luego se ha acercado el hombre y su corazón profundo. Fíjate en el hombre de corazón profundo; descubre en lo posible, si es que puedes, también a Dios en lo profundo del corazón. Se acercó el hombre; y como era Dios, e iba a padecer voluntariamente31, y en su pasión dar un ejemplo a los débiles; y puesto que, además, nada le podían hacer con su saña, ya que era Dios quien iba a sufrir, pero en su humanidad, en su carne, ¿qué es lo que dice a continuación el salmo? Sus golpes se han convertido en flechas de niños. ¿Dónde ha quedado aquella crueldad? ¿Dónde aquel rugido de león, del pueblo que bramaba gritando: Crucifícalo, crucifícalo? ¿Dónde están las insidias de los que tensaban el arco? ¿No es cierto que sus golpes se han convertido en flechas de niños? Ya sabéis que los niños hacen sus saetas de cañas. ¿Y qué hieren, y cómo hieren? ¿Qué manos o qué flecha usan? ¿Qué armas y qué utensilios? Sus golpes se han convertido en flechas de niños.

15. [v. 9]. Sus lenguas se han vuelto contra ellos. Que afilen ahora sus lenguas como una espada, refuercen contra ellos su maligno discurso. Con razón lo han fortalecido en su contra, ya que sus lenguas se han vuelto contra ellos. ¿Acaso podía tener fuerza contra Dios este discurso? La maldad, dice un salmo, se ha mentido a sí misma32: Sus lenguas se han vuelto en contra de ellos. He aquí que el Señor, a quien habían matado, resucitó. Pasaban delante de la cruz o se paraban, y lo miraban en aquel estado, tanto tiempo atrás predicho por el salmo: Han traspasado mis manos y mis pies; han contado todos mis huesos. Ellos me miraban y me observaban33. Y meneaban la cabeza, diciendo: Si es el Hijo de Dios, que baje de la cruz. Estaban probando a ver si era Hijo de Dios, y de algún modo se convencieron que no lo era, ya que al insultarlo, no bajaba de la cruz; si hubiera descendido, habrían creído que era Hijo de Dios34. Y a ti ¿qué te parece el hecho de no descender de la cruz, y luego resucitar del sepulcro? ¿Qué consiguieron? Y aunque el Señor no hubiera resucitado, ¿qué habrían conseguido, sino lo que consiguieron los perseguidores de los mártires? Es verdad que los mártires todavía no han resucitado, pero ellos ninguna ventaja han conseguido. Y aunque no hayan resucitado, ya celebramos su entrada en la gloria. ¿Dónde ha quedado el furor de los crueles? Sus golpes se han convertido en flechas de niños, y sus lenguas se les han vuelto en su contra. ¿Cuál fue el final de aquellas maquinaciones, que fracasaron de tanto maquinar, y que llegaron incluso a que, muerto y sepultado el Señor, pusieran unos guardianes junto al sepulcro? Le dijeron a Pilato: Ese seductor...Con este nombre quiso ser llamado el Señor Jesucristo, para consuelo de sus discípulos, cuando les llaman seductores. Le dijeron, pues, a Pilato: Ese seductor dijo en vida: Resucitaré a los tres días. Manda, pues, que sea custodiado el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos y se lo lleven, y luego digan a la gente: Resucitó de entre los muertos, y el último engaño sea peor que el primero. Pilato les contestó: Ahí tenéis la guardia; id y custodiadlo como sabéis. Ellos marchándose aseguraron el sepulcro, poniendo los guardianes y sellando la piedra35. Pusieron una guardia militar junto al sepulcro. Tembló la tierra y el Señor resucitó; tales milagros hubo cerca del sepulcro, que los mismos soldados, venidos como custodios, deberían haber dado testimonio, si hubieran querido decir la verdad. Pero aquella misma avaricia que aprisionó al discípulo y compañero de Cristo, cautivó también a los soldados custodios del sepulcro. Les dijeron: Os damos un dinero; decid que mientras vosotros dormíais, vinieron sus discípulos y se lo llevaron36. Realmente fracasaron en su discurrir e inventar. ¿Qué es lo que has dicho, oh infeliz astucia? ¿Hasta tal punto le vuelves la espalda a la luz del designio del bien, y te sumerges en el abismo de la hipocresía, que llegas a ordenarles: Decid que mientras vosotros dormíais vinieron sus discípulos y se lo llevaron? Presentas unos testigos dormidos; eres tú el que te has dormido, cuando inventando tales patrañas, has fracasado. Si estaban dormidos, ¿qué pudieron haber visto? Y sin ver nada, ¿cómo pueden ser testigos? Realmente fracasaron en su afán de urdir engaños: fracasaron apartándose de la luz de Dios, fracasaron en el resultado de sus propósitos. Cuando de lo que pretendieron nada pudieron conseguir, ciertamente fracasaron. ¿Y esto por qué? Porque se acercó el hombre de corazón profundo; y Dios fue exaltado. Por eso, cuando después se conoció la resurrección de Cristo, y descendió el Espíritu Santo, quedaron llenos de valentía aquellos tímidos discípulos, hasta el punto de tener la intrepidez de predicar lo que habían visto, sin tener miedo a la muerte. Sí, Dios fue exaltado en su majestad, él que para remediar nuestra debilidad, fue juzgado como uno cualquiera; y ahora que comenzaron a resonar las trompetas celestiales, anunciando que iba a venir como juez el mismo que habían visto antes sometido a juicio: Quedaron atemorizados todos cuantos los veían. Una vez que Dios, insisto, fue exaltado, y Cristo predicado, los judíos se vieron decepcionados por algunos otros judíos, al verlos cómo fracasaron en sus maquinaciones. En efecto, veían cómo en nombre del crucificado y muerto por sus manos, se hacían tamaños milagros, se apartaron en su corazón de aquellos que permanecieron en la impiedad. Les desagradó su obstinación, decidieron ir por el camino de su salvación, y dijeron a los Apóstoles: ¿Qué debemos hacer? Quedaron atemorizados todos cuantos los veían37; es decir, los que comprendían que sus lenguas se habían vuelto contra ellos, los que llegaban a descubrir que en todas sus malignas maquinaciones y decisiones, habían fallado por completo. Estos fueron los que se llenaron de temor.

16. [v. 10]. Y todo hombre se atemorizó. Los que no se atemorizaron, no fueron ni hombres siquiera. Todo hombre se atemorizó. Es decir, cuantos eran capaces de usar de su razón para entender lo que había sucedido. Por eso, los que no se atemorizaron, más bien habría que llamarles animales, o bestias crueles y sanguinarias. Aquel pueblo todavía es un león rapaz y rugiente. Sin embargo todo hombre se atemorizó, es decir, aquellos que quisieron creer, los que temieron el juicio venidero. Y todo hombre se atemorizó; y anunciaron las obras de Dios. Aquel que decía: Libra mi alma del temor del enemigo, ése es el hombre que se atemorizó38. Era librado del temor del enemigo, pero se sometía al temor de Dios. Ya no temía a los que matan el cuerpo, sino al que tiene poder para enviar cuerpo y alma al infierno39. De esta forma anunciaron al Señor, y en primer lugar Pedro tuvo miedo al enemigo; todavía su alma no había sido liberada del enemigo. Preguntado por la sirvienta si formaba parte del grupo de sus discípulos, negó al Señor tres veces40. Resucitó el Señor y afianzó la columna; ya Pedro está predicando sin temor y con temor: sin temor a los que matan el cuerpo; y con temor al que tiene poder de matar cuerpo y alma en el fuego eterno. Todo hombre se atemorizó; y anunciaron las obras de Dios. De hecho, los príncipes de los sacerdotes hicieron comparecer en su presencia a los Apóstoles, que estaban anunciando las obras de Dios, y les dijeron con amenazas que no predicaran en el nombre de Jesús. A lo que ellos contestaron: Decidnos: ¿a quién debemos obedecer, a Dios o a los hombres?41 ¿Qué les iban a contestar? ¿A los hombres antes que a Dios? Sin duda que su respuesta habría sido a Dios primero. Pero bien sabían los Apóstoles cuál era el mandato de Dios, por eso despreciaron las amenazas de los sacerdotes. Precisamente porque todo hombre se atemorizó, no tuvo miedo el hombre, y se anunciaron las obras de Dios. Si el hombre tiene temor, que no se asuste; a quien el hombre debe temer es a quien hizo al hombre. Ten temor de aquello que está por encima del hombre, y los hombres no te harán temblar. Ten miedo a la muerte eterna, y no te preocupará la de ahora. Anhela aquel bienestar puro y el descanso sin fin, y te reirás de quien te promete los bienes temporales y el mundo entero. Ama, pues, y ten el debido temor: ama lo que Dios promete, y teme aquello que Dios amenaza. Así no te corromperás con lo que promete el hombre, ni te asustarás de sus amenazas. Y todo hombre se atemorizó; y anunciaron las obras de Dios, y comprendieron sus acciones. ¿Qué significa: Comprendieron sus acciones? ¿Se trataba de aquello, oh Señor Jesucristo, cuando tú te callabas, y eras llevado como oveja al matadero, y no abrías tu boca ante el esquilador, mientras nosotros pensábamos que estabas en el tormento y el dolor, y que tú, consciente, cargabas con nuestra debilidad? ¿Tenía, acaso, que ver con que ocultabas tu hermosura, oh tú, el más bello de los hombres?42 ¿Tal vez era aquello de que aparecías sin aspecto agradable ni belleza?43 Clavado en la cruz soportabas los insultos de quienes te gritaban: Si es el Hijo de Dios, que baje de la cruz44. ¿Qué siervo y amante tuyo, conociendo tu poder, no exclamó, quizá, en su corazón, diciendo: Ojalá bajase ahora, y todos estos que lo están insultando quedarían desconcertados? Pero no era ese el camino; debía morir por los condenados a morir, y resucitar por los destinados a vencer eternamente. Esto no lo llegaban a entender los que pretendían que Jesús bajara de la cruz; pero en cuanto resucitó, y subió glorificado al cielo, comprendieron las obras del Señor. Anunciaron las obras del Señor, y comprendieron sus acciones.

17. [v. 11]. El justo se alegrará en el Señor. El justo ya no está triste. Los discípulos estaban tristes cuando fue crucificado el Señor: contristados y afligidos, se alejaron después; creyeron haber perdido la esperanza. Resucitó; e incluso cuando se les apareció, los encontró tristes. Mantuvo velados los ojos de aquellos dos que iban caminando, para que no lo reconocieran, y los encontró gimiendo y suspirando; los mantuvo así mientras les explicaba las Escrituras, y por ellas demostrarles que era necesario que sucediera todo tal como sucedió. Les mostró en las Escrituras que debía el Señor resucitar al tercer día. ¿Y cómo iba a resucitar al tercer día, si hubiera bajado de la cruz? Vosotros ahora, que en el camino estáis tristes, si lo hubierais visto bajar de la cruz ante los insultos de los judíos ¡cómo lo habríais celebrado! ¡Qué alegría de que se les tapase así la boca a los judíos! Pero esperad el dictamen del médico. No bajó de la cruz, quiso ser muerto: está preparando el antídoto. ¡Pero al fin resucitó! Ya habla, aunque no se le conoce todavía, para que se le reconozca con un mayor regocijo. Después, en la fracción del pan, les abrió los ojos: lo reconocen45, se alegran y gritan. El justo se alegrará en el Señor. A un discípulo algo terco le dicen: —Han visto al Señor, resucitó el Señor. Pero él sigue triste, no cree. Si no meto, dice, mi mano en su costado, y toco las cicatrices de los clavos, no creeré. Se le ofrece el cuerpo para que lo toque, introduce su mano, palpa y exclama: ¡Señor mío y Dios mío! Se alegrará el justo en el Señor. Se alegraron, sin duda, en el Señor, todos aquellos justos que vieron, tocaron y creyeron; ¿Y qué decir de los justos de ahora, que no ven ni tocan al resucitado: éstos no se alegrarán en el Señor? ¿Qué diremos, entonces, de las palabras que el Señor le dirigió a Tomás: Porque me has visto, has creído; dichosos los que sin ver creyeron?46 Por lo tanto, alegrémonos todos en el Señor; seamos por la fe un solo justo, y todos en un solo cuerpo tengamos una sola cabeza, y alegrémonos en el Señor, no en nosotros. Porque nuestro bien no somos nosotros mismos, sino aquel que nos ha creado. Ese es nuestro bien, el bien que nos da la alegría. Que nadie busque en sí mismo su alegría, ni presuma de sí mismo, ni tampoco desespere de sí, ni de cualquier otro hombre: a este hombre lo debe hacer compañero y partícipe de su esperanza, pero no ser él dador de la esperanza.

18. El justo se alegrará en el Señor, y en él pondrá su esperanza; y serán felicitados todos los rectos de corazón. Como ya el Señor ha resucitado, y ha ascendido al cielo; como ya ha mostrado que hay otra vida, y ha quedado de manifiesto que sus designios, mantenidos ocultos en lo profundo de su corazón, no fueron en vano, ya que aquella sangre fue derramada como precio de los redimidos; como ya todo está aclarado, porque todo se ha ya anunciado, y como todo ya es creído bajo el cielo, ahora sí, se alegrará el justo con el Señor, y en él pondrá su esperanza; y serán felicitados todos los rectos de corazón. ¿Quiénes son los rectos de corazón? Bien, hermanos míos, esto lo decimos siempre, y está bien que lo sepáis. ¿Quiénes son los rectos de corazón? Son aquellos que todo lo que padecen en esta vida, no se lo atribuyen a una falta de sensatez, sino a un designio de Dios que busca su curación; no confían en su propia justicia, hasta el punto de creer que lo que sufren es injusto, o también que Dios es injusto, ya que no sufre más el que más peca. Fijaos, hermanos: esto os lo digo con frecuencia. Sientes, por ejemplo, algún dolor corporal, o te sucede algún revés económico en la familia, o la pérdida de un ser muy querido: no vayas a fijarte en los que conoces que son peores que tú (no es que tengas el atrevimiento de llamarte justo, pero sabes que son peores que tú), y sin embargo les va de maravilla y no sufren ningún castigo. No vayas a estar disgustado del designio de Dios, y digas: Sí, yo soy pecador, y por eso Dios me castiga; ¿y por qué ése otro no es castigado, conociendo, como conozco, sus grandes delitos? Por mucho mal que haya hecho yo, ¿he hecho tanto como él? Tu corazón se ha crispado. ¡Qué bueno es el Dios de Israel; pero para los rectos de corazón! Tus pies han dado un resbalón, porque has tenido celo de los pecadores, "al ver la paz de los pecadores"47. Déjate curar. Quien conoce la herida sabe lo que hay que hacer. —Pero al otro ni le toca el bisturí. ¿Y si es porque el otro no tiene cura? ¿Qué dices si a ti te están sajando, porque tienes remedio? Sufre lo que te toca sufrir con rectitud de corazón: bien sabe Dios lo que da y lo que quita. Que lo que te da, te sirva para consolación, no para tu ruina; y lo que te quita, que te sirva para tu paciencia, no para caer en la blasfemia. Pero si blasfemas, si rechazas a Dios, y te complaces a ti mismo, entonces eres un hombre de corazón perverso y retorcido. Y lo peor es que quieres corregir el corazón de Dios según tu corazón, para que él haga lo que tú quieres, cuando en realidad, tú debes hacer lo que quiere él. ¿Así que pretendes desviar el corazón de Dios, que siempre es recto, hacia la depravación de tu corazón? ¡Cuánto mejor será que encamines tu corazón hacia la rectitud del corazón de Dios! ¿No te enseñó esto tu Señor, de cuya pasión acabamos de hablar? ¿No cargaba él tu debilidad, cuando dijo: Triste está mi alma hasta morir?48 ¿No se puso en tu lugar, cuando decía: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz?49 No es que hubiera dos voluntades diversas, la del Padre y la del Hijo, sino que en su condición de siervo, tomó tu voluntad, para educarla con su ejemplo. Ya ves cómo el sufrimiento encontró como otro corazón tuyo, deseoso de que pasase de largo el dolor que se venía; pero Dios no lo quiso. No estuvo Dios de acuerdo con tu querer; acomódate tú al querer de Dios. Escucha su misma voz: Que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú50.

19. Serán, pues, felicitados todos los rectos de corazón. Si han de ser felicitados todos los rectos de corazón, serán condenados los de corazón perverso. Dos caminos se te proponen ahora; elige mientras haya tiempo. Si eres de corazón recto, irás a la derecha y serás felicitado. ¿Cómo? Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión del reino que os está preparado desde el principio del mundo51. En cambio, si tu corazón es perverso, si te burlas de Dios, si te mofas de su providencia, si dices para tus adentros: Dios no se preocupa nada de las cosas humanas; porque si se preocupase, aquel ladrón no sería dueño de tantas cosas, mientras yo, que soy inocente, estoy en la miseria. Si piensas así, te has vuelto de corazón perverso. Llegará el juicio final, y se pondrá en claro por qué hizo Dios todo lo que hizo; y tú, que te negaste a corregir en esta vida tu corazón, según la rectitud de Dios, y a prepararte para estar a su derecha, donde serán felicitados todos los rectos de corazón, tú te encontrarás a la izquierda, y entonces tendrás que oír: Id al fuego eterno, que fue preparado para el diablo y sus ángeles52. ¿Será tiempo entonces de rectificar el corazón? Ahora lo debéis corregir, hermanos; corregidlo ahora. ¿Quién os lo impide? Se canta el salmo, se lee el Evangelio, levanta su voz el lector, clama el predicador; Dios tiene paciencia: pecas y te perdona; sigues pecando, y él te perdona de nuevo; y tú... ¡añadiendo pecados a pecados! ¿Hasta cuándo seguirá Dios teniendo paciencia? Debes caer en la cuenta de que Dios es también justo. Tenemos miedo porque tenemos temor; enseñadnos a no temer, y no tendremos miedo. Pero mejor nos enseña Dios a temer, que cualquier hombre a no temer. Porque todo hombre se atemorizó: y anunciaron las obras de Dios. Que Dios nos cuente entre los que han temido, y luego anunciaron. Porque yo tengo temor, por eso os estoy predicando, hermanos. Veo vuestra solicitud por oír la palabra, y también vuestra instancia en exigirla; veo vuestro afán. Ha recibido lluvia la tierra como es debido; que produzca trigo y no espinas. El granero está dispuesto para recibir el trigo; y el fuego para las espinas. Tú sabes lo que debes hacer de tu propio campo, ¿y Dios no va a saber lo que debe hacer de su siervo? ¡Qué bien cae la lluvia que en terreno fértil!, y la que cae en terreno espinoso también cae bien. ¿Acusará el campo a la lluvia de que ha producido espinas? ¿No será más bien esa lluvia testigo en el juicio de Dios, y dirá: Yo he caído dulcemente sobre todos los campos? Tú mira a ver lo que produces, y sabrás lo que se te está preparando. ¿Produces trigo? Te espera el granero; ¿cosechas espinas? Te espera el fuego. Pero aún no ha llegado el tiempo del granero ni del fuego; prepárese ahora el campo, y no habrá que temer el futuro. Estamos vivos los que en nombre de Cristo hablamos, como también estáis vivos aquellos a quienes dirijo la palabra. ¿No será este el lugar y el momento de poner en práctica la decisión de cambiar la vida de mala en buena? ¿No se realizará hoy mismo, si tú así lo quieres? ¿Y si tú lo quieres, no podrá ser ahora mismo? ¿Qué gastos tendrás que hacer para llevarlo a cabo? ¿Qué fármaco tendrás que buscar? ¿A qué Indias tendrás que navegar? ¿Qué nave vas a preparar? No, no hace falta: mientras te estoy hablando, cambia tu corazón; así habrás logrado lo que tantas veces, y durante tanto tiempo predicamos que se haga, y que si no se hace, traerá consigo la pena eterna.