SERMÓN 224

Traductor: Pío de Luis, OSA

Los neófitos deben practicar la continencia

En el día de hoy, una vez celebrada la solemnidad de los misterios, se entremezclarán los bautizados y regenerados en Cristo con todo el pueblo de Dios. Dirijámosles la palabra: tanto a vosotros en ellos como a ellos en vosotros.

Ved que os habéis convertido en miembros de Cristo. Si consideráis en qué os habéis convertido, todos vuestros huesos dirán: Señor, ¿quién hay que se parezca a ti?1 En efecto, no se puede considerar como es debido la condescendencia divina. ¿No se viene abajo todo discurso y todo razonamiento ante el hecho de que nos haya llegado de forma gratuita la gracia, sin mérito alguno precedente? Por eso mismo se llama gracia: porque se nos ha donado gratuitamente. ¿De qué gracia estoy hablando? Aquella por la que sois miembros de Cristo e hijos de Dios; por la que también vosotros sois hermanos del Hijo único. Si él es Hijo único, ¿cómo sois vosotros hermanos sino porque él es Hijo único por naturaleza y vosotros sois sus hermanos por gracia?

Puesto que sois miembros de Cristo, he aquí mi exhortación. Escúchenme aquellos con quienes os vais a mezclar. Hoy temo por vosotros, no tanto por causa de los paganos, o de los judíos, o de los herejes, sino por causa de los malos católicos. Elegid vosotros a quiénes imitar en el pueblo de Dios; pues, si queréis imitar a la turba, no estaréis entre los pocos que caminan por la senda estrecha2. Alejaos del robo, del fraude y del perjurio. ¡Lejos de vosotros el abismo de la borrachera! Temed a la fornicación como a la muerte; no la muerte que separa al alma del cuerpo, sino aquella en que el alma arderá por siempre con el cuerpo.

Sé que el diablo desempeña su papel y no deja de hablar a los corazones de aquellos que arrastra a su bando mediante la seducción. Sé que dice al corazón de los adúlteros y fornicarios que no se contentan con sus esposas: «Carecen de mayor importancia los pecados de la carne». Contra esto, contra el musitar del diablo debemos contar con el hechizo de Cristo. El enemigo engaña a los cristianos sirviéndose del placer de la carne cuando les presenta como sin importancia lo que es realmente grave, pero mintiéndoles, no actuando conforme a la verdad. ¿De qué sirve que Satanás presente como sin importancia lo que Cristo muestra que la tiene? ¿De qué aprovecha que el enorme peso de la infelicidad aparezca disminuido en la báscula de la falsedad? ¿De qué te sirve que el diablo te diga que es ligero lo que Dios dice que es pesado? ¿Acaso no vas a experimentar como pesado lo que Dios dice que lo es? ¿No encontrarás lejos de ti al enemigo que te hacía tales promesas? ¿Hace algo nuevo el diablo al decir a los fieles cristianos: «No tiene importancia lo que haces. Pecas en la carne pero no en el espíritu. Se borra y se perdona fácilmente»? ¿Qué hace de extraordinario? Es el mismo engaño a que recurrió en el paraíso al decir: «No morirás»3. Había dicho Dios: «El día en que comáis, moriréis»4. Llega el enemigo y dice: «¿Qué es eso que os dijo Dios de que moriréis?5 No moriréis; antes bien, cuando comáis, se abrirán vuestros ojos, y seréis como dioses»6. Se hizo caso omiso de la amenaza de Dios y se prestó atención a la promesa del diablo. Y resultó ser verdadera la amenaza de Dios y falso el engaño del diablo. Pero ¿de qué le sirvió, os suplico, de qué le sirvió a la mujer decir: La serpiente me indujo7 y al varón decir: La mujer que me diste como compañera me dio y comí?8 ¿Acaso les valió la excusa y evitaron la condena?

Por esto, hermanos míos, hijos míos, os hablo así. Quienes tenéis mujer, no conozcáis ninguna otra; quienes no la tenéis, pero queréis tenerla, manteneos castos para ellas, como queréis que ellas lleguen castas a vosotros. Quienes habéis prometido continencia, no echéis la vista atrás9. Os lo he dicho; yo he cumplido. El Señor me puso para dar, no para pedir cuentas10. Y, con todo, cuando puedo, cuando se da el hecho y se admite, cuando llega a mi conocimiento, corrijo, reprocho, doy al anatema y excomulgo. Pero, no obstante, no consigo yo la corrección, puesto que ni quien planta es algo ni quien riega, sino Dios que da el crecimiento11. Y aun ahora, puesto que os hablo, os lleno de pánico y os exhorto, es preciso que me escuche Dios y actúe de alguna manera en silencio en vuestros corazones. Voy a decirlo en pocas palabras y lo presento a vuestra consideración: al mismo tiempo que atemorizo a los fieles, os instruyo a vosotros. Sois miembros de Cristo; no me escuchéis a mí, sino al Apóstol: Tomando, pues, los miembros de Cristo, ¿voy a hacerlos miembros de una meretriz?12 No sé quién tiene algo que decir: -No es una meretriz; es mi concubina. -Tú que esto dices, ¿tienes mujer? -La tengo. -Entonces, lo quieras o no, es una meretriz. -Si tienes mujer y es otra la que duerme contigo, vete y pregona que el obispo te hizo una afrenta. Sea ella quien sea, es una meretriz. Quizá te es fiel, no ha conocido a otro fuera de ti y está dispuesta a no conocer a otro. Si ella es casta, ¿por qué te entregas tú a la fornicación? Si ella tiene un solo varón, ¿por qué tienes tú dos mujeres? No te es lícito; no y no. Van al fuego eterno. Goce yo de libertad al menos en esto; al menos en esto me esté permitido decir la verdad. Quienes son así corríjanse mientras están en vida. Si la muerte llega de imprevisto, ya no hay quien para corregirse. Desconocemos cuándo llegará la última hora. Cuando dice: Cras, cras (mañana, mañana), se convierte en cuervo: sale y no vuelve13.

Oídme vosotros los bautizados, oídme vosotros los recién nacidos, escuchadme vosotros los regenerados por Cristo: os suplico por el altar al que os habéis acercado, por los sacramentos que habéis recibido, por el nombre invocado sobre vosotros, por el futuro juicio de vivos y muertos, os suplico, os conjuro y os apremio por el nombre de Cristo: no imitéis más que a los que sabéis que son fieles como deben serlo.