SERMÓN 220

Traductor: Pío de Luis, OSA

El significado de la pascua

Sabemos, hermanos, y retenemos con fe inquebrantable que Cristo murió una sola vez por nosotros1; el justo por los pecadores, el señor por los siervos, el libre por los cautivos, el médico por los enfermos, el dichoso por los desdichados, el rico por los pobres, el que los busca por los perdidos, el redentor por los vendidos, el pastor por el rebaño y, lo más maravilloso de todo, el creador por la criatura. Mantuvo lo que es desde siempre, entregó lo que en él había sido hecho; Dios oculto, hombre visible; dador de vida por su poder, entregado a la muerte por su debilidad; inmutable en su divinidad, pasible en su carne. Como dice el Apóstol: Quien fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación2. Sabéis perfectamente que eso tuvo lugar una sola vez. Con todo, como si tuviera lugar más veces, esta fiesta solemne repite cada cierto tiempo lo que la verdad proclama, mediante tantas palabras de la Escritura, que se dio una sola vez. Pero no se contradicen la realidad y la solemnidad, como si ésta mintiese y aquélla dijese la verdad. Lo que la realidad indica que tuvo lugar una sola vez, eso mismo renueva la solemnidad para que lo celebren con repetida frecuencia los corazones piadosos. La realidad descubre lo que sucedió tal como sucedió; la solemnidad, en cambio, no permite que se olviden ni siquiera las cosas pasadas, no realizándolas, sino celebrándolas. Así, pues, Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado3. Ciertamente murió una sola vez él que ya no muere y sobre quien la muerte ya no tiene dominio4. Por tanto, según proclama la realidad, decimos que la Pascua tuvo lugar una sola vez y que no va a volver a darse; según proclama la solemnidad, en cambio, cada año decimos que la Pascua ha de llegar. Así pienso que ha de entenderse lo que está escrito en el salmo: El pensamiento del hombre te confesará y el resto del pensamiento te celebrará un día festivo5. Si el pensamiento no confiase a la memoria lo que se refiere a las cosas realizadas en el tiempo, no hallaría ni rastro de ellas después de realizadas. Por eso, el pensamiento del hombre, al contemplar la verdad, confiesa al Señor; en cambio, el resto de su pensamiento que se encuentra en la memoria no cesa de celebrar en las fechas establecidas las solemnidades para que el pensamiento no sea tachado de ingrato. A esto se refiere la solemnidad tan resplandeciente de esta noche, en la que, manteniéndonos en vela, en cierto modo actuamos, mediante el resto del pensamiento, la resurrección del Señor, que, mediante el pensamiento, confesamos con mayor verdad que tuvo lugar una sola vez. A quienes hizo doctos la realidad anunciada, no debe hacerlos irreligiosos el desertar de la solemnidad. Esta solemnidad hizo resplandecer en el mundo entero a esta noche; esta solemnidad manifiesta la multitud de pueblos cristianos; esta solemnidad confunde las tinieblas de los judíos y derriba los ídolos de los paganos.