SERMÓN 136

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La curación del ciego de nacimiento (Jn 9

1. Hemos escuchado la acostumbrada lectura del evangelio; pero es cosa buena que se nos recuerde; es buena cosa recordarla de nuevo, liberándola del letargo del olvido. Además, esta lectura, conocidísima, nos ha deleitado como si la oyéramos por primera vez. Cristo devolvió la vista a un ciego de nacimiento: ¿de qué os extrañáis? Cristo es el Sanador: con este favor le devolvió aquello de lo que le había privado en el seno materno. Ahora bien, el privarle de la vista no fue un yerro; simplemente se la postergaba, pensando en el milagro hecho. Tal vez me diréis: «¿Cómo lo sabes?». Lo he escuchado de su boca; lo acaba de decir, lo hemos oído juntos. En efecto, cuando sus discípulos le preguntaron, diciéndole: Señor, ¿quién pecó, él o sus padres, para que naciera ciego?1 La respuesta la habéis oído vosotros igual que yo: Ni él pecó ni sus padres; (nació ciego) para que se manifiesten en él las obras de Dios2. Ved por qué difería el darle la vista. No hizo lo que haría; no hizo lo que sabía que haría cuando conviniese. Tampoco penséis, hermanos, que sus padres no tuvieron pecado alguno o que él, al nacer, tampoco trajo el pecado original, para cuya remisión se administra a los niños el bautismo para borrarles los pecados. Mas aquella ceguera no se debió ni a un pecado de sus padres, ni a un pecado personal, sino que tenía como objetivo que se manifestasen las obras de Dios en él. En efecto, al nacer, todos hemos traído el pecado original, no por eso nacimos ciegos. Considéralo con más atención: también nosotros nacimos ciegos. De hecho, ¿quién no ha nacido ciego? Pero ciego de corazón. Mas el Señor Jesús, que había hecho ojos y corazón, curó ambas cosas.

2. Habéis visto a este ciego con los ojos de la fe; le habéis visto pasar de no ver a ver, pero le habéis oído errar. Os voy a decir en qué consistía el error de este ciego. En primer lugar, juzgaba que Cristo era un simple profeta, ignorando que era el Hijo de Dios; en segundo lugar, hemos oído una respuesta suya totalmente falsa, puesto que dijo: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores3. Si Dios no escucha a los pecadores, ¿qué esperanza nos queda? Si Dios no escucha a los pecadores, ¿para qué oramos y damos testimonio de nuestro pecado con golpes de pecho? ¿Dónde queda en verdad aquel publicano que subió al templo con el fariseo y, a la vez que el fariseo se jactaba de sus méritos y los pregonaba, él, manteniéndose lejos de pie, con los ojos fijos en tierra y golpeándose el pecho, confesaba sus pecados? Y descendió del templo justificado él, más que el fariseo4. Sin duda alguna, Dios escucha a los pecadores; pero el que hizo tal afirmación aún no había lavado la faz de su corazón en Siloé. Sobre sus ojos se había realizado previamente un rito sagrado, pero en su corazón aún no se había producido el beneficio de la gracia. ¿Cuándo lavó este ciego la faz de su corazón? Cuando el Señor, tras haberle excluido los judíos de la sinagoga, le concedió entrar en él. En efecto, se encontró con él y, según hemos oído, le dijo: ¿Crees en el Hijo de Dios? ¿Quién es, Señor —respondió él— para creer en él?5 Sin duda ya le veía con los ojos; ¿también le veía ya con el corazón? Todavía no. Esperad: ahora lo verá. Jesús le responde: Soy yo, el que está hablando contigo6. ¿Acaso dudó? Inmediatamente lavó su cara. Estaba, en efecto, hablando con aquel Siloé, que significa «enviado»7. ¿Quién es el enviado sino Cristo? Él lo atestiguó muchas veces, diciendo: Yo hago la voluntad de mi Padre, que me ha enviado8. Luego él era Siloé. Se le acercó siendo ciego de corazón, le escuchó, creyó en él, lo adoró: lavó su faz, vio.

3. En cambio, los que le excluyeron de la sinagoga permanecieron ciegos. La prueba es que acusaban al Señor porque era sábado el día que él hizo barro con su saliva y untó los ojos del ciego. En efecto, los judíos acusaban abiertamente al Señor hasta cuando curaba con solo su palabra. De hecho nada obraba en sábado cuando decía unas palabras y se realizaba lo dicho. Se trataba claramente de una acusación infundada. Le acusaban cuando daba órdenes, cuando hablaba, como si ellos no hablasen en todo el sábado. Puedo afirmar que no solo no hablaban en todo el sábado, sino ningún día, puesto que se apartaron de las alabanzas al verdadero Dios. Con todo, hermanos, según he dicho, se trataba claramente de una acusación infundada. Decía el Señor a un hombre: Extiende la mano; quedaba sano, y acusaban al Señor de curar en día de sábado9. ¿Qué hizo? ¿Qué obra realizó? ¿Qué carga llevó a cuestas? Pero en el caso presente escupir en el suelo, hacer barro y untarle al hombre los ojos, es obrar. Nadie lo dude; aquello era obrar; el Señor violaba el sábado, mas no por eso era culpable. ¿Qué significa lo que he dicho, esto es, que violaba el sábado? Él había venido como luz y disipaba las sombras. Pues el precepto de observar el sábado fue dado por el Señor Dios, por el mismo Cristo, que estaba con el Padre cuando se promulgaba la ley; el precepto lo dio él mismo, pero como vislumbre de lo por venir: Que nadie os juzgue por la comida o la bebida, o por asunto de fiestas, o por novilunios o sábados, que no son sino sombra de cosas que habían de venir10. Había llegado aquel cuya venida anunciaban esas realidades. ¿Por qué os agradan las sombras? ¡Judíos!, abrid los ojos; el Sol está presente. «Nosotros sabemos —¿qué sabéis, corazones cegatos?, ¿qué sabéis?— que no viene de Dios este hombre que así viola el sábado»11. ¡Desdichados!: el sábado, el sábado mismo lo proclamó en su momento Cristo, que vosotros decís que no viene de Dios. Observáis el sábado materialmente, no tenéis la saliva de Cristo. Advertid también en la tierra del sábado la saliva de Cristo12, y comprenderéis que el sábado fue una profecía de Cristo. Pero vosotros que no tenéis sobre vuestros ojos la saliva de Cristo en la tierra, por lo que no habéis ido a Siloé, no os habéis lavado la cara y habéis permanecido ciegos. Ciegos para su bien; mejor, ya no ciegos ni en el cuerpo ni en el corazón. Recibió el barro hecho con saliva, se le untaron los ojos, se llegó a Siloé, lavó allí su cara, creyó en Cristo, vio, no quedó dentro de aquel juicio terrible en extremo: Yo he venido a este mundo para un juicio: para que los que no ven, vean, y los que ven, se vuelvan ciegos13.

4. ¡Pánico enorme! Para que los que no ven, vean14. Nada que decir; es el deber del Sanador, es lo propio de la medicina: para que vean los que no ven. ¿Qué significa, Señor, lo que añadiste: Para que los que ven, se vuelvan ciegos15? Bien entendido, es lo más verdadero y lo más correcto. —Con todo, ¿quiénes son los que ven? —Los judíos. —¿Luego ven? —Si nos atenemos a sus palabras, ven; si nos atenemos a la verdad, no ven. —¿Qué significa, entonces, ese ven? —Se figuran ver, creen ver. De hecho, creían ver cuando defendían la ley contra Cristo. Nosotros sabemos16; luego ven. ¿Qué significa: Nosotros sabemos, sino: nosotros vemos? ¿Qué significa: Que este hombre no viene de Dios, porque de esa manera viola el sábado17? Ven, pues: leían lo que decía la ley. De hecho está mandado que se lapide al que quebrante el sábado18. Por esa razón decían que Cristo no venía de Dios; pero, viendo, eran ciegos, porque el juez de vivos y muertos vino al mundo para un juicio19. ¿Con qué fin vino? Para que vean los que no ven, para que sean iluminados los que reconocen su ceguera; y los que ven se vuelvan ciegos, esto es, para que los que no reconocen su ceguera se endurezcan más. En última instancia, se cumplió: Para que los que ven se vuelvan ciegos: los defensores de la ley, los expositores de la ley, los doctores de la ley, los conocedores a fondo de la ley crucificaron al autor de la ley. ¡Oh ceguera! Es la que le sobrevino a una parte de Israel, pues, para que Cristo fuese crucificado y entrase a él la totalidad de los gentiles, a una parte de Israel le sobrevino esta ceguera. ¿Qué significa: para que los que no ven, vean? Para que entrase la totalidad de los gentiles, le sobrevino la ceguera a una parte de Israel20. El orbe entero se hallaba ciego, pero vino él para que vean los que no ven y los que ven se vuelvan ciegos. Los judíos lo ignoraron, los judíos lo crucificaron: con su sangre hizo un colirio para los ciegos. Hechos más duros y ciegos, los que se jactaban de ver la luz crucificaron a la Luz. ¡Qué ceguera tan grande! Dieron muerte a la Luz, pero la Luz crucificada iluminó a los ciegos.

5. Oye a uno que fue ciego y ve ahora. Advierte contra qué cruz tropezaron para su mal los que rehusaron confesar al médico su ceguera. Les había quedado la ley; pero ¿qué hace la ley sin la gracia? ¡Oh desdichados! ¿Qué hizo la ley sin la gracia? ¿Qué hace la tierra sin la saliva de Cristo? ¿Qué hace la ley sin la gracia sino aumentar la culpa? ¿Por qué? Porque son oyentes de la ley, pero no cumplidores de ella, y por eso mismo pecadores, prevaricadores. Se murió el hijo de la hospedera de un hombre de Dios, y por medio de un siervo le envió su bastón, que fue puesto sobre la cara del muerto, pero no revivió21. ¿Qué hace la ley sin la gracia? ¿Qué dice el Apóstol, una vez recuperada la vista, antes invidente y ahora ya no? Pues si se hubiera dado una ley capaz de dar vida, la justicia provendría realmente de la ley22. Prestad atención: respondamos y digamos. ¿Qué es lo que dijo? Pues si se hubiera dado una ley capaz de dar vida, la justicia provendría realmente de la ley. Si no podía dar vida, ¿para qué se dio? Añade a continuación: Pero la Escritura encerró todo bajo el pecado, para que la promesa se diera a los creyentes por la fe en Jesucristo23. La Escritura, es decir, la ley encerró todo bajo el pecado para que se otorgase a los creyentes la promesa de poseer la luz, la promesa del amor por la fe en Jesucristo. ¿Qué significa: lo encerró todo bajo el pecado? Yo no conocería la concupiscencia, de no haber dicho la ley: No tendrás malos deseos24. ¿Qué significa: La Escritura lo encerró todo bajo el pecado? Que al pecador le hizo también trasgresor. Pues fue incapaz de sanar al pecador. Todo lo encerró todo bajo el pecado, pero ¿a la espera de algo? A la espera de la gracia, a la espera de la misericordia. Recibiste la ley; quisiste cumplirla y no pudiste; te apeaste de tu orgullo y advertiste tu enfermedad. Corre al Médico, lávate la cara. Desea a Cristo, confiesa a Cristo, cree en Cristo: a la letra se le junta el Espíritu y quedarás sano. Porque, si a la letra le quitas el Espíritu, la letra mata25; si mata la letra, ¿qué esperanza queda? Pero el Espíritu da vida26.

6. Tome, pues, en su mano Giezi, criado de Eliseo, el bastón, igual que Moisés, siervo de Dios, recibió la ley. Tome el bastón, tómelo, corra, adelántese, anticípese a llegar, ponga el bastón sobre la cara del niño muerto27. Así se hizo; lo tomó, corrió y puso el bastón en la cara del niño muerto. Mas ¿para qué? ¿A quién se le ponía el bastón? Si se hubiera dado una ley capaz de dar vida28, el niño habría resucitado gracias al bastón; mas como la Escritura lo encerró todo bajo el pecado, aún yace muerto. Pero ¿por qué encerró todo bajo el pecado? Para que la promesa se diera a los creyentes por la fe en Jesucristo29. Venga, pues, Eliseo, que mandó su bastón por el criado para constatar la muerte del niño; venga él. Venga él personalmente, entre él en la posada de la mujer, suba a donde está el niño, hállelo muerto, y él, vivo, no muerto, ajuste sus miembros a los del muerto. Esto fue lo que, en efecto, hizo: puso cara sobre cara, ojos sobre ojos, manos sobre manos, plantas de los pies sobre los pies; se redujo, se contrajo; siendo grande, se hizo pequeño30. Se contrajo y, por así decir, se aminoró. Porque, existiendo en la condición divina, se anonadó, tomando la forma de siervo31. ¿Qué simboliza este ajustarse al muerto el vivo? ¿Preguntáis qué significa? Escuchad al Apóstol: Envió Dios a su Hijo32. ¿Qué significa ajustarse al muerto? Dígalo, siga, y diga él mismo: En una carne semejante a la carne de pecado33. En esto consiste el ajustarse el vivo al muerto: en venir a nosotros en carne semejante a la carne de pecado, no en carne de pecado. Yacía muerto dentro de su carne de pecado, y se ajustó a él la carne semejante a la de pecado. Porque murió quien no tenía motivo para morir; murió el único libre entre los muertos34, porque toda la carne humana era ciertamente carne de pecado. ¿Cómo iba a recuperar la vida a no ser que aquel que no tenía pecado, ajustándose al muerto, viniese en una carne semejante a la carne de pecado? ¡Oh Señor Jesús!, padeciste por nosotros, no por ti, sin tener culpa y cargando con la culpa, para eliminar la culpa y la pena!