SERMÓN 132

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Discurso sobre el pan de vida (Jn 6,56—57)

1. Según hemos oído cuando se nos leyó el santo evangelio, el Señor Jesucristo nos exhortó a comer su carne y a beber su sangre, prometiéndonos la vida eterna. De los que habéis escuchado estas palabras, no todos las habéis entendido. Efectivamente, los que ya sois fieles por estar bautizados sabéis qué dijo. En cambio, los que entre vosotros son aún catecúmenos o los llamados oyentes, cuando se leyó pudieron oírlo, ¿acaso también entenderlo? Mi sermón, pues, se dirige a unos y a otros. Los que ya comen la carne del Señor y beben su sangre, mediten sobre lo que comen y lo que beben, no sea que, como dice el Apóstol, coman y beban su propia condenación1. A su vez, los que todavía no comen ni beben, apresúrense a venir a este banquete, al que están invitados. En estos días, los maestros os dan de comer; Cristo da de comer a diario; su mesa es la que se alza en el centro de la iglesia. Vosotros, los oyentes, decidme cuál es el motivo por el que, teniendo ante vuestros ojos la mesa, no os acercáis al banquete. Pero tal vez ahora, mientras se leía el evangelio, dijisteis en vuestro interior: «¿Pienso en lo que significan las palabras: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida?2 ¿Cómo se come la carne del Señor y cómo se bebe su sangre? ¿Pienso en lo que está diciendo?». ¿Quién te cerró la puerta para que lo ignores? Te está velado; mas, si quieres, te será revelado. Da el paso a profesar la fe y tienes la respuesta a la pregunta. En efecto, los fieles ya entienden lo que dijo el Señor Jesús; tú, en cambio, te hacer llamar catecúmeno, te haces llamar oyente, pero eres sordo. Tienes abiertos los oídos del cuerpo, pues oyes las palabras que se dijeron; pero aún tienes cerrados los oídos del corazón, pues no entiendes lo que se ha dicho. Afirmo, no aduzco razones. La Pascua está ahí; inscríbete para el bautismo. Si la festividad no te impulsa a ello, que te arrastre la curiosidad misma de saber por qué se dijo:

Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él3. Para saber igual que yo, qué significa eso, llama y se te abrirá4. E igual que te digo a ti: «Llama, y se te abrirá», así llamo yo también: «Ábreme». Llamo a su corazón, haciendo sonar mis palabras a sus oídos.

2. Pero, si, hermanos míos, hay que exhortar a los catecúmenos a que no difieran el acercarse a la gracia tan grande de la regeneración, ¿cuánto esmero hemos de poner en edificar a los fieles para que les aproveche aquello a que se acercan, a fin de que no coman ni beban tal manjar para su propia condenación?5. Para que el comerlo y beberlo no les suponga la condenación, vivan bien. Exhortadlos, no de palabra, sino con vuestras costumbres a fin de que los que aún no han recibido el bautismo se apresuren a seguiros de modo que no perezcan imitándoos. Los casados guardad la fidelidad conyugal a vuestras esposas; dadles lo que de ellas exigís. En cuanto varón exiges castidad a tu esposa; dale ejemplo, no consejos. Tú eres la cabeza6, mira por dónde vas; debes ir por donde ella pueda seguirte sin peligro; aún más: debes andar por donde quieres que ella te siga. Exiges fortaleza al sexo menos fuerte; ambos tenéis la concupiscencia de la carne; el más fuerte sea primero en vencerla. Y, sin embargo, doloroso es decir que muchos varones son aventajados por sus mujeres. Guardan las mujeres la castidad que no quieren guardar los varones; y por el hecho mismo de no guardarla, quieren que se les tenga por varones, como si fuera el sexo más fuerte precisamente para que el enemigo lo someta con más facilidad. Hay una lucha, un combate, una pelea. El varón es más fuerte que la mujer; el varón es la cabeza de la mujer7. Lucha la mujer y vence, ¡y tú sucumbes ante el enemigo! Se mantiene firme el cuerpo, ¡y rueda la cabeza por los suelos! A su vez, los que aún no tenéis mujer y, sin embargo, os acercáis a la mesa del Señor y coméis la carne de Cristo y bebéis su sangre, si os vais a casar, reservaos para vuestras esposas. Como queréis que ellas lleguen a vosotros, así deben encontraros también ellas a vosotros. ¿Qué joven hay que no quiera tener como esposa a una mujer casta? Y si va a casarse con una jovencita, ¿quién no la desea virgen? Buscas una a la que ningún otro haya tocado, no toques tú a ninguna; la quieres pura, no seas tú impuro. Pues no es posible para ella, e imposible para ti. Si es imposible para ti, también lo es para ella. Una vez que ella lo puede, que te enseñe que es posible. Mas para que pueda, Dios la gobierna. Pero tú obtendrás más gloria si lo cumples. ¿Por qué más gloria? Porque a ella la reprime la vigilancia de los padres, la refrena el mismo rubor de su sexo más débil; por último, teme las leyes que tú no temes. Luego, si tú te mantienes puro, obtendrás más gloria, porque, si te mantienes así, es por temor de Dios. Ella tiene mucho que temer fuera de Dios, tú solo temes a Dios, si bien ese a quien temes tú es mayor que todos. Y a él hay que temerle tanto en lugar público, como en lugar retirado. ¿Sales? Te ve. ¿Entras? Te ve. ¿Arde la lámpara? Te ve. ¿Está apagada? Te ve; y te ve cuando entras en tu cuarto y cuando estás a solas en tu corazón. Témele a él; teme al que no te pierde de vista, y, aunque solo sea por temor, sé casto. O, si quieres pecar, halla donde no te vea y haz allí tu voluntad.

3. En cambio, los que habéis hecho voto de castidad castigad más severamente vuestro cuerpo y no toleréis que se aflojen los frenos a la concupiscencia ni aun para lo permitido, de modo que no solo os abstengáis de la unión ilícita, sino que también prescindáis de miradas lícitas. Recordad que, seas el que sea vuestro sexo, tanto si sois varones como si sois mujeres, debéis llevar en la tierra vida de ángeles. En efecto, los ángeles ni toman marido, ni toman mujer. Así seremos nosotros después de resucitados8. ¡Cuánto mejores sois vosotros que empezáis a ser antes de la muerte lo que serán los hombres después de la resurrección! Sed fieles a vuestro estado, pues Dios os conserva vuestra dignidad. La resurrección de los muertos se ha comparado a las estrellas del cielo. Pues —como dice el Apóstol— una estrella difiere de otra en gloria. Así acontecerá también en la resurrección de los muertos9. Allí brillará a un nivel la virginidad, a otro la castidad conyugal, a otro la viudedad santa. Brillarán en distinto grado, pero todas estarán allí: un resplandor diverso, un cielo común.

4. Reflexionando, pues, sobre vuestros respectivos estados, guardando además lo profesado, acercaos a la carne del Señor, acercaos a la sangre del Señor. Quien tenga conciencia de ser de otro modo, no se acerque. Que mis palabras, aumenten vuestra compunción. En efecto, los que saben guardar para su cónyuge lo que de su cónyuge exigen y los que saben guardar una total continencia, si así lo han prometido a Dios, se felicitan; en cambio, quienes me oyen decir: «El que no guarde la castidad, no se acerque a ese pan», se entristecen. Tampoco yo quisiera decir eso; pero ¿qué hago? ¿He de silenciar la verdad por temor al hombre? Entonces, si esos siervos no temen al Señor, ¿tampoco yo voy a temerle, como si no supiera que se dijo: Siervo malvado y perezoso, tú debías haber dado; las cuentas las pediría yo?10 Ve que yo he dado, Señor, Dios mío; ve que en tu presencia y en presencia de tus ángeles y en presencia de tu mismo pueblo, yo he dado tu dinero, pues temo tu juicio. Yo lo he dado; exige tú. Aunque no te lo diga, lo vas a hacer. Por tanto, mejor te digo esto: «Señor, yo lo he dado; convierte tú, perdona tú. Haz castos a los que fueron impúdicos, para que en tu presencia, cuando llegue el juicio, gocemos juntos, tanto el que dio como el que recibió». ¿Os agrada esto? Que os agrade de verdad. Todos los impúdicos enmendaos ahora mientras estáis en vida. En efecto, yo puedo dirigiros la palabra de Dios; en cambio no puedo librar del juicio y de la condena de Dios a los impúdicos que perseveren en su maldad.