SERMÓN 51

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

La genealogía de Cristo según san Mateo y san Lucas

1. El que suscitó la expectación en Vuestra Caridad, él mismo la satisfaga. Doy por hecho que lo que he de deciros no es de mi cosecha, sino de Dios; no obstante, con mayor razón repito lo que humildemente afirma el Apóstol: Tenemos este tesoro en vasijas de barro, para que una fuerza tan extraordinaria sea de Dios y no de nosotros1. No dudo que recordáis mi promesa. La hice ante aquel por quien ahora la cumplo. En efecto, ya en el momento de hacerla le pedía cumplirla, y de él recibo el hacerla realidad. Vuestra Caridad recuerda que en la mañana de la Natividad del Señor diferí resolver la cuestión que había propuesto porque eran muchos los que celebraban con nosotros la solemnidad que merece tal fecha, entre los que se encontraban incluso los que suelen encontrar pesada la palabra de Dios. Ahora, por el contrario, considero que no habrá venido nadie sin deseo de escucharla. No hablo, pues, ni a corazones sordos, ni a espíritus que se aburren. Vuestra misma expectación es una oración por mí.

Pero hay algo más. El hecho de ser el día de los juegos aventó de aquí a muchos. Os exhorto, hermanos, a que os preocupéis de su salvación tanto como yo. Con espíritu atento rogad también a Dios por esos que aún no dirigen su atención a los espectáculos que brinda la verdad, sino que se han entregado a los ofrecidos a la carne. Sé, y de ello estoy cierto, que los que hoy han despreciado aquellos son en la actualidad de los vuestros, pero rompen lo que ellos mismos cosieron. Los hombres cambian para bien y para mal. A diario se producen ejemplos de ello, que nos procuran alternativamente alegrías y tristezas. Nos alegran los que se corrigen y nos entristecen los que se tuercen. Por esto el Señor no dice que se salvará quien haya comenzado, sino: Quien persevere —afirma— hasta el fin, ese se salvará2.

2. ¿Pudo concedernos cosa más admirable y magnífica Jesucristo el Señor, el Hijo de Dios, que es Hijo del hombre —pues también esto se dignó ser—? A su rebaño agregó no solo a los que van a ver los juegos frívolos, sino también a algunos que en ellos son el blanco de sus miradas. Cazó para su salvación no solo a los hinchas de los cazadores, sino incluso a los cazadores mismos, pues él mismo se convirtió en espectáculo. Escucha de qué manera. Él mismo lo dijo; él mismo lo predijo antes del espectáculo y, por medio de la palabra del profeta, pronosticó lo que iba a suceder, dándolo ya por hecho. Dice en el salmo: Taladraron mis manos y mis pies; contaron todos mis huesos3. Advierte de qué manera se convirtió en espectáculo: hasta el punto de contarse sus huesos. Aun revela más abiertamente el espectáculo: Ellos me observaron y me miraron4. Lo miraban para hacerle objeto de mofa; lo miraban no los que, al menos, iban a ponerse de su parte en dicho espectáculo, sino los que iban a ensañarse contra él. Del mismo modo hizo que fuesen mirados en los primeros tiempos sus mártires, pues dice el Apóstol: Nos hemos convertido en un espectáculo para el mundo, y los ángeles y los hombres5. Dos son las clases de hombres que asisten a tales espectáculos: una, la de los carnales; otra, la de los espirituales. Los carnales asisten a él juzgando que los mártires arrojados a las bestias, decapitados, echados a las llamas son unos desventurados; los detestan y los aborrecen. Los otros, por el contrario, asisten como asisten también los santos ángeles: más que fijarse en sus cuerpos desgarrados, admiran la integridad de su fe. Gran espectáculo es para los ojos del corazón un ánimo entero en un cuerpo desgarrado. Son los espectáculos que a vosotros os agrada contemplar con los ojos del corazón cuando se os leen en la Iglesia. En efecto, si no fuese para vosotros un espectáculo, no lo escucharíais. Veis, por tanto, que hoy, más que despreciar los espectáculos, habéis elegido otra clase de ellos. Que Dios os asista, concediéndoos referir con dulzura a vuestros amigos que, con pena para vosotros, han corrido hoy al anfiteatro y han rehusado venir a la iglesia los espectáculos a que habéis asistido. Contádselos para que empiecen a parecerles viles aquellos con cuyo amor ellos mismos se envilecieron. Contádselos para que amen con vosotros a Dios, pues nadie puede avergonzarse de amarle, dado que ama a quien no puede ser vencido; para que amen con vosotros a Cristo, que venció al orbe de la tierra en lo mismo en que parecía quedar vencido. De hecho, hermanos, como estamos viendo, venció al orbe de la tierra; sometió a todos los poderes, subyugó a los reyes, no con orgullosos soldados, sino con una cruz convertida en objeto de mofa; no hiriendo con la espada, sino colgando de un madero; sufriendo físicamente, actuando espiritualmente. Para ellos se elevaba su cuerpo en la cruz; él sometía las inteligencias a la cruz. Además, ¿hay en alguna diadema piedra de más valor que la cruz de Cristo en la frente de los que gobiernan?

Amándole a él nunca os saldrán los colores. ¡Cuántos no vuelven del anfiteatro abatidos, tras la derrota de aquellos por los que perdían la cabeza! ¡Derrota que hubiese sido mayor si ellos hubieran triunfado! En efecto, estarían rendidos a una vana alegría; los subyugaría el gozo desenfrenado que les produce su torcido deseo pues, por el mero hecho de correr hacia allí, ya están vencidos. ¿Cuántos pensáis, hermanos, que han sido los que hoy dudaron entre venir a la iglesia o ir al anfiteatro? Los que en medio de la duda pusieron sus ojos en Cristo y vinieron a la Iglesia no vencieron a un hombre cualquiera, sino al diablo mismo, el más malvado cazador del mundo entero. En cambio, quienes ante la duda prefirieron correr más bien al anfiteatro, fueron vencidos por aquel al que vencieron los primeros. Lo vencieron en aquel que dice: Alegraos; yo he vencido al mundo6, pues el supremo general soportó que lo tentara el diablo7 para enseñar al soldado a luchar.

3. Para poder enseñarte, nuestro Señor Jesucristo se hizo hijo de hombre, naciendo precisamente de una mujer. Y si no hubiera nacido de mujer, ¿qué tendría de menos? Dirá alguien: «Quiso ser hombre; nada hay que objetar, salvo su nacimiento de mujer. De hecho, al primer hombre que creó, tampoco lo hizo de mujer». Advierte la respuesta a este planteamiento. Tú dices: «¿Por qué eligió nacer de mujer?». Te respondo: «¿Por qué iba a rehusar nacer de mujer?». Supón que yo no logro mostrarte por qué eligió nacer de mujer; muéstrame tú qué debió rehuir en la mujer. Ya lo he dicho alguna otra vez: si, efectivamente, hubiese rehuido el útero de una mujer, parecería darnos a entender que podía quedar contaminado por ella. Ahora bien, cuanto menos sujeta estaba su naturaleza a la contaminación, tanto menos debió temer un útero de carne, como si le pusiese manchar. Pero, al nacer de mujer, quiso revelarnos algún gran misterio.

En efecto, hermanos, también nosotros creemos que, si el Señor hubiera querido hacerse hombre sin nacer de mujer, lo tenía ciertamente fácil Su Majestad. Como pudo nacer de mujer sin obra de varón, así habría podido nacer sin necesitar una mujer. De esa manera nos manifestó que en ninguno de los dos sexos había de perder la esperanza la criatura humana. El sexo humano abarca tanto el de los varones como el de las mujeres. Si, pues, siendo él varón —como ciertamente debía ser—, no hubiera nacido de mujer, perderían la esperanza las mujeres, acordándose de su primer pecado, dado que por una mujer fue engañado el primer hombre. Pensarían que para ellas no había absolutamente ninguna esperanza en Cristo. Vino, pues, como varón prefiriendo el sexo masculino, pero nació de mujer para consolar al sexo femenino, como si hablara y dijera: «Para que sepáis que la criatura de Dios no es mala, sino que la mala ha sido la voluntad que la pervirtió, cuando al principio hice al hombre, lo hice varón y mujer. No condeno la criatura que creé. Ved que he nacido varón, ved que he nacido de mujer. No condeno, pues, la criatura de la que soy creador, sino los pecados de los que no lo soy».

Advierta la propia dignidad uno y otro sexo; uno y otro confiesen su pecado y ambos a dos esperen la salvación. Por medio de la mujer se propinó un veneno al hombre que iba a ser engañado; que también por medio de la mujer se propine la salvación al hombre que ha de ser reparado. Compense la mujer, engendrando a Cristo, el pecado del hombre al que engañó. Por esto fueron las mujeres quienes, antes que nadie, anunciaron a los Apóstoles la resurrección de Dios8. Una mujer anunció a su marido la muerte en el paraíso; mujeres anunciaron también a los varones la salvación en la Iglesia. Los Apóstoles habían de anunciar la resurrección de Cristo a los pueblos; a ellos se la anunciaron mujeres. Nadie, por tanto, recrimine a Cristo el que haya nacido de mujer, cuyo sexo no ha podido mancillar al liberador y el creador debía acreditar.

4. Pero dicen: «¿Cómo vamos a creer que Cristo nació de mujer?». Les responderé: «Por el Evangelio que se ha predicado y se predica aún a todo el orbe de la tierra». Pero ellos, ciegos, pretenden poner en cuestión algo ya creído en todo el orbe de la tierra, intentando cegar a otros, sin ver lo que debe verse, al mismo tiempo que procuran destruir lo que debe creerse. Ellos replican diciendo: «No nos atosigues con el argumento del orbe de la tierra, examinemos directamente la Escritura. No actúes como un demagogo; la multitud está de tu parte porque está engañada». A eso respondo en primer lugar: «¿Está de mi parte una multitud engañada? Esta multitud fue antes un grupito. ¿A partir de qué número de personas comenzó a crecer lo que ahora es una multitud, cuyo incremento fue anunciado con tanta anticipación? Pues no se la vio crecer sin estar ya prevista. No digo «era un grupito; era una sola persona: Abrahán». Advertidlo, hermanos; en aquel tiempo Abrahán era el único en todo el mundo, en todo el orbe de la tierra, entre todos los hombres, en todos los pueblos, al que dijo Dios: En tu descendencia serán benditos todos los pueblos9. Lo que creyó él solo con relación a su único descendiente, se ha mostrado a muchos en lo que se refiere a la multitud descendiente de él. Entonces, cuando no se veía, se creía; ahora que se ve, se impugna. Lo que entonces se decía a uno y uno solo lo creía, ahora, cuando se manifiesta a muchos, lo impugnan unos pocos. El que hizo de sus discípulos pescadores de hombres10, incluyó en sus redes todo tipo de autoridad. Si ha de creerse a una muchedumbre, ¿hay otra más numerosa que la Iglesia extendida por todo el orbe de la tierra? ¿Son argumento válido los ricos? Vean a cuántos capturó. ¿Lo son tal vez los pobres? Contemplen cuántos millares hay. ¿Lo son los nobles? Casi toda la nobleza está ya dentro. ¿Los reyes acaso? Vean que todos están ya sometidos a Cristo. ¿O son autoridad los más elocuentes, los más doctos, los más sabios? Contemplen cuántos oradores, cuántos doctos, cuántos filósofos de este mundo fueron apresados en las redes de aquellos pescadores que los arrastraron del abismo a la salvación; cuántos reconocieron que el que descendió del cielo para sanar con el ejemplo de su humildad el gran mal del alma humana, es decir, el orgullo, eligió a lo débil del mundo para confundir a lo fuerte; a lo necio de este mundo para confundir a los sabios —no que lo fueran, sino que lo parecían—, y lo despreciable y que no cuenta para anular lo que cuenta11.

5. «Puedes decir lo que quieras —replican—; nosotros descubrimos que, en los textos en que vosotros leéis el nacimiento de Cristo, los evangelios se hallan en desacuerdo. Y no pueden ser verdaderas dos cosas que disuenan. Una vez que haya mostrado —dice— ese desacuerdo, tengo derecho a rehusar creer; tú que les das fe, muestra su acuerdo». —«¿Qué desacuerdo, dime, vas a mostrarme?». —«Uno manifiesto, responde, que nadie puede negar». ¡Cuán tranquilamente escucháis esto vosotros que tenéis fe! Prestad atención, amadísimos, y ved cuán saludablemente nos amonesta el Apóstol cuando dice: Así, pues, igual que habéis recibido a Cristo Jesús, Señor nuestro, caminad en él, arraigados y cimentados en él y fundamentados en la fe12. Con esa fe sencilla y segura debemos permanecer firmemente en él, para que revele a sus fieles lo que en él está escondido, pues, como dice el mismo Apóstol, en él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia13. Si escondió esos tesoros no fue para negarnos el acceso, sino para despertar el deseo de ellos al mantenerlos ocultos. Tal es la utilidad de lo que se mantiene secreto. Honra en ello lo que aún no comprendes; hónralo tanto más cuantos más velos adviertes. Cuanto más honorable es una persona, tantos más son los cortinajes que penden en su hogar. Los velos hacen que se honre lo que tapan. A quienes lo honran se les descorre, mas a quienes se mofan de ellos, hasta se les mantiene alejados. A nosotros, pues, al haber pasado a Cristo14, se nos descorren.

6. Algunos profieren sus acusaciones infundadas y dicen: «¿Es o no Mateo evangelista?». Con voz piadosa, con afectuoso corazón, sin vacilar lo más mínimo, respondemos: «Sí»; respondemos claramente: «Mateo es evangelista». «¿Le dais crédito?», vuelven a preguntar. ¿Quién no responde: «Sí, le doy crédito», según lo dejó oír vuestro piadoso murmullo? Así es, hermanos; si lo creéis firmemente, no tenéis de qué avergonzaros. Os hablo yo que, engañado en otro tiempo, siendo aún jovenzuelo, quería acercarme a las divinas Escrituras más con la agudeza del que discute que con la piedad del que busca. Con mis perdidas costumbres, yo mismo cerraba contra mí la puerta de mi Señor: debiendo llamar para que se me abriese, empujaba para que se me mantuviese cerrada. Lleno de orgullo, me atrevía a buscar lo que solo el humilde puede encontrar. ¡Cuánto más dichosos sois vosotros ahora! ¡Cuán seguros, cuán protegidos aprendéis vosotros, los que, aún párvulos, estáis en el nido de la fe y recibís el alimento espiritual! En cambio, yo, desdichado, juzgándome capacitado para volar, abandoné el nido y, antes de levantar el vuelo, caí al suelo. Pero el Señor misericordioso me levantó para que no muriese pisoteado por los transeúntes y me puso de nuevo en el nido. Estas acusaciones que ahora, seguro en el nombre del Señor, os propongo y expongo, fueron las que me turbaron.

7. Por tanto —como había comenzado a deciros—, así presentan ellos sus infundadas acusaciones: «¿Es Mateo —preguntan— un evangelista al que dais fe?». —«Con lógica, por cierto, necesariamente damos fe al que consideramos uno de los evangelistas». —«Prestad atención a las generaciones de Cristo según Mateo: Libro de la generación de Cristo, hijo de David, hijo de Abrahán15. ¿Cómo es hijo de David; cómo lo es de Abrahán?». —«No puede demostrarse mas que mediante su árbol genealógico. Consta, en efecto, que, cuando el Señor nació de la Virgen María, ni David ni Abrahán se hallaban en el mundo». —«¿Y tú afirmas que el mismo es hijo de David e hijo de Abrahán?». Esto es como decirle a Mateo: «Prueba, entonces, lo que afirmas. Estoy a la espera del árbol genealógico de Cristo». Abrahán —dice Mateo— engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos; Judá, a su vez, engendró a Fares y a Zara, de Tamar; Fares a Esrom, Esrom a Arán, Arán a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón a Booz, de Rahab; Booz a Obed, de Ruth; Obed a Jesé y Jesé al rey David16. A partir de aquí, considerad ahora cómo desde David se llega hasta Cristo, de quien se dijo que es hijo de Abrahán e hijo de David. David —dice— engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías; Salomón a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asa, Asa a Josafat, Josafat a Jorán, Jorán a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías a Manasés, Manasés a Amón, Amón a Josías, Josías a Jeconías y sus hermanos cuando la deportación a Babilonia. Y después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquín, Aquín a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob, Jacob a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo17. Así, pues, siguiendo el orden de sucesión de padres y progenitores, aparece ser Cristo hijo de David e hijo de Abrahán.

8. La primera objeción infundada que hacen a este relato fiel la hallan en lo que dice Mateo a continuación: El total de generaciones desde Abrahán hasta David es de catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, otras catorce, y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce también18. Luego, para contarnos cómo nació Cristo de la Virgen María, añade lo que sigue: La generación de Cristo sucedía de la siguiente manera19. He aquí, pues, que, siguiendo el orden de los ascendientes, indicó por qué se dice que Jesús es hijo de David e hijo de Abrahán. Es, por consiguiente, el momento de narrar cómo nació y apareció en medio de los hombres. Continúa el relato gracias al cual creemos que nuestro Señor Jesucristo no solo nació de Dios sempiterno, siendo coeterno al que le engendró antes de todos los tiempos, antes de cualquier criatura, él por quien fueron creadas todas las cosas, sino que ha nacido ya también del Espíritu Santo y de la Virgen María, cosas ambas que profesamos. Pues recordáis y sabéis —estoy hablando a mis hermanos católicos— que esta es nuestra fe, que esto profesamos y confesamos. Por esta fe han sufrido la muerte millares de mártires en todo el orbe de la tierra.

9. Quienes pretenden eliminar la fe en los evangelios quieren también mofarse de lo que sigue a continuación, como para mostrarnos que hemos sido unos temerarios al creer lo que dice el evangelista, a saber: Desposada María, su madre, con José, antes de comenzar a vivir juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería exponerla a la deshonra, resolvió abandonarla en secreto20. En efecto, como sabía que no se hallaba en estado por intervención suya, con lógica aparente la consideraba ya adúltera. Siendo justo —como dice la Escritura— y no que—riendo exponerla a la deshonra, es decir, dar publicidad al hecho —pues son también muchos los códices que se expresan así—, resolvió abandonarla sin hacerlo público. Como marido, se turba ciertamente, pero, como justo, no se ensaña con ella. Es tan grande la justicia que se atribuye a este varón, que ni quiso tener consigo a una adúltera, ni osó castigarla delatándola. Resolvió abandonarla sin hacerlo público —dice—, porque no quiso castigarla ni delatarla. Ved, pues, su auténtica justicia: el motivo por el que quería perdonarla no era su deseo de retenerla para sí. En efecto, hay muchos que, llevados del amor carnal, perdonan a sus esposas adúlteras, queriendo retenerlas, aun siendo adúlteras, para satisfacer las propias apetencias carnales. Este varón justo, en cambio, no quiere retenerla consigo; luego su amor por ella no es carnal; y, sin embargo, no quiere castigarla; luego su perdón procede de la misericordia. ¡Extraordinaria justicia la de este varón! Ni se queda con la adúltera, ni hay sospecha de que su perdón proceda de un amor libidinoso; y, con todo, ni la castiga ni la delata. Con toda razón fue escogido para testigo de la virginidad de su esposa. Así, pues, la autoridad divina afianzaba al que la debilidad humana producía turbación.

10. Continúa diciendo el evangelista: Pensando él en todas estas cosas, he aquí que se le apareció en sueños un ángel que le dijo: José, no temas recibir a María como tu esposa, pues lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, ¿Por qué Jesús? Porque él —dice— salvará a su pueblo de sus pecados21. Se entiende, por tanto, que el término hebreo «Jesús» se traduce en latín por Salvador, lo que deducimos de la misma explicación del nombre. Como si se le preguntase: «¿Por qué Jesús?», añadió inmediatamente: Él salvará a su pueblo de todos sus pecados, dando razón del término. Esto creemos con piedad, esto retenemos con toda firmeza: que Cristo nació del Espíritu Santo y de la Virgen María.

11. Entonces, ¿qué sostienen ellos? «Si encuentro —dicen— una falsedad, con seguridad dejas de creerlo todo. Pues la he encontrado». Veámosla. «Cuento las generaciones». Con sus imputaciones nos invitan y conducen a hablar de su número. Si vivimos piadosamente, si creemos en Cristo, si no pretendemos salir volando del nido antes de tiempo, ved adónde nos conducen: al conocimiento de los misterios. Así, pues, considere vuestra santidad la utilidad de los herejes, utilidad desde la perspectiva de Dios, que usa bien hasta de los malos. Por lo que respecta a ellos, se les retribuye de acuerdo con lo que pretendieron, no según el bien que Dios saca de sus acciones. Por ejemplo, ¡cuánto bien no sacó de Judas! Por la pasión del Señor fueron salvados todos los pueblos. Mas, para que el Señor sufriera, Judas le entregó. Por tanto, Dios, a la vez que redime a los pueblos con la pasión de su Hijo, castiga a Judas por su crimen. Los misterios que se ocultan en el número de generaciones nadie los discutiría, contentándose todos con una fe más sencilla; y, como consecuencia, nadie los encontraría porque nadie debatiría si no fuera por los aldabonazos de los detractores. Cuando los herejes lanzan sus falsas acusaciones, los párvulos [en la fe] se turban; al turbarse, buscan. Su búsqueda se asemeja a golpes que con su cabeza dan los ternerillos en las ubres de la madre para que les fluya la suficiente cantidad de leche. Los párvulos, turbados, buscan. En cambio, los que conocen los misterios y los han aprendido —porque los han escrutado y Dios, atendiendo su llamada, se los ha abierto22—, los abren a su vez a quienes se hallan turbados. Y así acontece que los herejes, aunque con sus falsas acusaciones pretenden conducir al error, son útiles para descubrir la verdad. Si no tuviese adversarios falaces, la verdad se buscaría con menor diligencia. Conviene —dice el Apóstol— que haya también herejías. Y, como si le preguntáramos la causa, añadió enseguida: Para que se manifiesten los que entre vosotros soportan la prueba23.

12. ¿Qué dicen, pues? Lo siguiente: «Ve que Mateo cuenta las generaciones y afirma que desde Abrahán hasta David hay catorce, catorce desde David hasta la deportación a Babilonia y otras tantas desde la deportación hasta Cristo. Multiplica catorce por tres, y resultan cuarenta y dos». Pero ellos las cuentan y, hallando cuarenta y una, levantan una acusación falsa y, entre mofas, dan el paso al insulto: «¿Qué significado tiene, entonces, el que el evangelio hable de tres grupos de catorce, y, sin embargo, contándolas todas, se encuentre que no son cuarenta y dos, sino cuarenta y una?». Sin duda, estamos ante un gran misterio. Y nos alegra y damos gracias a Dios de que, incluso sirviendo de ocasión los detractores, descubrimos algo que, cuanto más oculto se hallaba para que lo buscásemos, tanto mayor deleite produce una vez descubierto. Pues, como dije con anterioridad, promuevo un espectáculo para el espíritu. Desde Abrahán hasta David hay catorce generaciones. Llegados aquí, se comienza a contar desde Salomón: David, en efecto, engendró a Salomón. Este intervalo de tiempo, pues, se abre con Salomón y llega hasta Jeconías, en cuya vida tuvo lugar la deportación a Babilonia. También este espacio temporal consta de catorce generaciones, incluyendo tanto a Salomón, con quien se abre, como a Jeconías, con quien se cierra, alcanzando así las catorce. El tercer intervalo, a su vez, comienza contando de nuevo a Jeconías.

13. Ponga atención Vuestra Santidad a este hecho, oculto en el misterio pero dulce. Os confieso que en ello halla gusto mi corazón. Por ello, creo que, una vez que yo lo haya expuesto y vosotros gustado, diréis lo mismo. Prestad atención, pues. Desde Jeconías, con quien comienza el tercer espacio de tiempo, hasta el Señor Jesucristo, hay catorce generaciones porque el mencionado Jeconías es contado dos veces: como último del anterior intervalo y como primero del siguiente. Pero preguntará alguien: «¿Por qué a Jeconías se le cuenta dos veces?». Nada sucedió en el antiguo pueblo de Israel que no fuera figura de lo que iba a acontecer en el futuro. Ciertamente, no sin motivo se cuenta dos veces a Jeconías. En efecto, si se separan dos campos ya sea con una piedra ya con una pared divisoria, el que se encuentra en la parte de acá se mide hasta la misma pared, y el que está en la de allá se comienza a medir también desde la pared. Pero hay que explicar por qué no se actuó de la misma manera en el enlace del primer intervalo con el segundo, en el que desde Abrahán hasta David contamos catorce generaciones, y después, comenzando con Salomón, es decir, sin volver a contar a David, otras catorce, hecho que encierra un gran misterio. Preste atención Vuestra Santidad. La deportación a Babilonia tuvo lugar cuando Jeconías fue constituido rey a la muerte de su padre. Se le quitó a él el reino y se proclamó rey a otro en su lugar. Pero fue en vida de Jeconías cuando tuvo lugar la deportación a pueblos gentiles. No se indica culpa alguna en Jeconías para llevara a privarle del reino, sino que, más bien, se denuncian los pecados de los que le sucedieron. La consecuencia es la cautividad; se emprende la marcha hacia Babilonia. No marchan solamente los malos; con ellos van también los santos. En aquel cautiverio estaba el profeta Ezequiel24; allí estaba también Daniel25; allí estaban asimismo los tres niños que se hicieron célebres en medio de las llamas26. Allí fueron, según lo había profetizado el profeta Jeremías27.

14. Acordaos de Jeconías, quien, reprobado sin culpa alguna, dejó de reinar a partir de entonces y pasó a vivir entre gentiles cuando la deportación a Babilonia, y advertid en él una imagen anticipada de lo que iba a suceder en la persona de nuestro Señor Jesucristo. En efecto, los judíos no quisieron que reinase sobre ellos nuestro Señor Jesucristo28, en quien no encontraron culpa alguna. Lo rechazaron en su misma persona y en la de sus siervos, y así se efectuó el paso a la gentilidad, como si de Babilonia se tratase. Pues también Jeremías profetizaba que era el Señor el que mandaba que fueran a Babilonia29. Y a todos los demás profetas que decían al pueblo que no fuera allí, él los argüía como a falsos profetas. Quienes leen las Escrituras, recuérdenlo conmigo; quienes no las leen, créanme. En el nombre de Dios, Jeremías amenazaba a quienes se negaban a ir a Babilonia; en cambio, a quienes fueran les prometía un descanso y una cierta felicidad, resultante de la plantación de viñas y huertos y de la abundancia de sus frutos30. ¿De qué manera se efectuó en la realidad lo que anteriormente era figura, a saber, el paso del pueblo de Israel a Babilonia? ¿De dónde procedían los Apóstoles? ¿No pertenecían acaso al pueblo judío? ¿De dónde procedía el mismo Pablo? Pues también yo —dice— soy israelita, del linaje de Abrahán, de la tribu de Benjamín31. Fueron muchos los judíos que creyeron en el Señor. De entre ellos fueron elegidos los Apóstoles. De entre ellos procedían más de quinientos hermanos que merecieron ver al Señor después de la resurrección32. Del mismo pueblo eran los ciento veinte que se hallaban en una casa cuando llegó el Espíritu Santo33. Y una vez que los judíos rechazaron la palabra de la verdad, ¿qué les dice el Apóstol, según el relato de los Hechos de los Apóstoles? Habíamos sido enviados a vosotros —les dice—; pero, como habéis rehusado la palabra de Dios, nos vamos a los gentiles34. Tuvo lugar, pues, una deportación a Babilonia acomodada a la economía espiritual propia del tiempo de la encarnación del Señor, economía anunciada ya entonces, en tiempos de Jeremías. Pero ¿qué dice Jeremías a los deportados en relación a estas Babilonias? Porque en su paz —dice— estará vuestra paz35. Por tanto, cuando Israel fue deportado en la persona de Cristo y de los apóstoles a Babilonia —esto es, cuando el evangelio llegó a los gentiles— ¿qué dice el Apóstol, como hablando entonces por boca del mismo Jeremías? Ruego que ante todo se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y cuantos están constituidos en dignidad, para poder llevar una vida sosegada y tranquila con toda piedad e integridad36. Aún no eran cristianos los reyes y oraba por ellos. Orando, pues, Israel en Babilonia fue escuchado. Fueron escuchadas las súplicas de la Iglesia: se hicieron cristianos. También veis que se cumple lo que se dijo en sentido figurado: En su paz estará vuestra paz. En efecto, aceptaron la paz de Cristo y cesaron de perseguir a los cristianos, de modo que, con la seguridad que daba la paz, se constituían iglesias, se plantaban pueblos en la labranza de Dios y todos los pueblos daban frutos de fe, de esperanza y de la caridad que reside en Cristo37.

15. En aquel tiempo, pues, tuvo lugar la deportación a Babilonia en tiempo de Jeconías, a quien no se le permitió reinar sobre el pueblo judío, figura de Cristo, a quien tampoco quisieron los judíos por rey suyo. Israel pasó a la gentilidad, es decir, los predicadores del Evangelio pasaron a los pueblos gentiles. ¿Por qué, entonces, te admiras de que Jeconías aparezca contado dos veces? Si él era figura de Cristo en su paso de los judíos a la gentilidad, pon atención a lo que Cristo es en relación a los gentiles y a los judíos. ¿No es acaso él la piedra angular? Considera que el ángulo es a la vez el final de una pared y el comienzo de otra. Una pared la mides hasta la piedra angular, y a partir de ella mides la otra. La piedra que une ambas paredes se cuenta dos veces. Jeconías, pues, siendo figura del Señor, le representaba en cuanto piedra angular. Del mismo modo que a Jeconías no se le permitió reinar sobre los judíos y, acto seguido, tuvo lugar la deportación a Babilonia, así también Cristo, la piedra que rechazaron los constructores38, fue constituida cabeza de ángulo, para que el Evangelio llegara a los gentiles. No vaciles, por tanto, al contar dos veces la cabeza del ángulo, y te saldrá exactamente el número escrito. De esta forma hay tres grupos de catorce generaciones cada uno, y, sin embargo, no suman cuarenta y dos, sino cuarenta y una. Como en una serie de piedras colocadas en línea recta, se cuentan todas una a una, del mismo modo, cuando se quiebra la serie dando origen a un ángulo, la piedra que lo forma se cuenta oportunamente dos veces porque pertenece tanto a la serie que en ella encuentra su fin como a la que de ella toma inicio. Lo mismo acontece en la serie de generaciones: mientras se circunscribe al pueblo judío no forman ángulo las catorce —dos veces siete— generaciones; pero, cuando la serie se quiebra con motivo de la deportación a Babilonia, con Jeconías se forma como un ángulo, de modo que convenía contarle dos veces en cuanto figura de aquella otra piedra angular digna de veneración.

16. Tienen otra acusación que hacer. «Las generaciones de Cristo —objetan— se cuentan por la línea de José y no por la de María». Preste Vuestra Santidad un poco de atención. —«No debieron contarse, dicen, por la línea de José». —«¿Por qué no? ¿Acaso no era José el esposo de María?». —«No», responden. —«¿Quién lo dice? La Escritura, apoyándose en la palabra del ángel, afirma que sí lo era. No temas —le dice— recibir a María como tu esposa. Lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo39. A él se le ordena también que imponga nombre al niño, aunque no había nacido de su carne: Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús»40. Que Jesús no nació de la carne de José es lo que pretende mostrar la Escritura cuando, intrigado por conocer el origen del embarazo, se le dice: Es del Espíritu Santo. Y, con todo, no se le quita la autoridad paterna, pues se le manda que ponga nombre al niño. Por último, también la Virgen María, que bien sabía que no había concebido a Cristo del abrazo o relación sexual con él, le llama, sin embargo, padre de Cristo41.

17. Ved de qué manera. Cuando tenía doce años en cuanto hombre, el Señor Jesucristo que en cuanto Dios es anterior y exterior al tiempo, separándose de sus padres, se quedó en el templo discutiendo con los ancianos, que se admiraban de su enseñanza. Los padres, al regresar de Jerusalén, lo buscaron en la caravana, es decir, entre los que caminaban con ellos; al no encontrarlo, llenos de preocupación, volvieron a Jerusalén, donde le hallaron discutiendo con los ancianos en el templo42. Todo ello cuando tenía solo doce años, según indiqué. Mas ¿por qué extrañarse de ello? La Palabra de Dios nunca calla, pero no siempre se le escucha. Lo hallan en el templo, y su madre le dice: ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando43. Y él responde: ¿No sabíais que conviene que yo me ocupe de las cosas de mi Padre?44. Dijo esto porque, en cuanto Hijo de Dios, estaba en el templo de Dios. Aquel templo, en efecto, no era de José, sino de Dios. «He aquí —dirá alguien— que admitió no ser hijo de José». Considerando la escasez de tiempo, prestad atención, hermanos, con un poco más de paciencia, la que baste para concluir el sermón. Cuando le dijo María: Tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando, él contestó: ¿No sabíais que conviene que yo me ocupe de las cosas de mi Padre? Aunque era hijo de ellos, no quería serlo en forma que excluyese el ser Hijo de Dios. Hijo de Dios, en efecto; Hijo de Dios desde siempre, el que los creó a ellos mismos. En cambio, en cuanto Hijo del hombre nacido en el tiempo de una virgen, sin semen marital, los tenía a ambos como padres. ¿Cómo lo probamos? Ya lo dijo María: Tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando.

18. Ante todo, hermanos, y pensando en la instrucción de las mujeres, nuestras hermanas, no hay que pasar por alto la modestia tan santa de la Virgen María. Había dado a luz a Cristo, un ángel se había acercado a ella y le había comunicado: He aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande y se llamará Hijo del Altísimo45. Aunque había merecido alumbrar al Hijo del Altísimo, era muy humilde; ni siquiera antepuso su nombre al del marido. No dice: «Yo y tu padre», sino: Tu padre y yo46. No tuvo en cuenta la dignidad de su seno, sino la jerarquía conyugal. Nunca el humilde Cristo hubiese enseñado a su madre a ensoberbecerse. Tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando47. Tu padre —dice— y yo, porque la cabeza de la mujer es el varón48. ¡Cuánto menos deben enorgullecerse las demás mujeres! Pues también a María se la llama «mujer», no porque hubiera perdido su virginidad, sino por un modo de hablar propio de su pueblo. También el Apóstol dice acerca del Señor Jesucristo: Nacido de mujer49. Pero esto en ningún modo modifica el orden y el contenido de nuestra fe, según la cual confesamos que nació del Espíritu Santo y de la Virgen María. Ella concibió siendo virgen, siendo virgen dio a luz y permaneció siendo virgen. Pero los judíos llamaron «mujeres» a todas las hembras humanas, conforme a una peculiaridad de la lengua hebrea. Escucha un ejemplo clarísimo. A la primera mujer que Dios hizo, extrayéndola del costado del varón, se la designa como «mujer» antes de que yaciese con su marido —algo que, según está escrito50, tuvo lugar después de abandonar el paraíso—. Dice, en efecto, la Escritura: La formó mujer51.

19. La respuesta del Señor Jesucristo: Convenía que yo me ocupara de las cosas de mi Padre52 no indica que la paternidad de Dios excluya la de José. ¿Cómo lo probamos? Por el testimonio de la Escritura, que dice así: Y les respondió: ¿No sabíais que conviene que yo me ocupe de las cosas de mi Padre? Ellos, sin embargo, no comprendieron de qué les estaba hablando. Y, bajando con ellos, fue a Nazaret y les estaba sometido53. No dijo: «Estaba sometido a su madre», o: «Estaba sometido a ella», sino: Les estaba sometido. ¿A quiénes estaba sometido? ¿No era a los padres? Uno y otro eran los padres a los cuales él estaba sometido por la misma condescendencia por la que era Hijo del hombre. Hasta aquí los preceptos los recibían las mujeres; recíbanlos ahora los niños, de modo que obedezcan a sus padres y les estén sometidos. ¡Cristo, a quien el mundo está sometido, se somete a sus padres!

20. Veis, pues, hermanos, que no dijo: Conviene que yo me ocupe de las cosas de mi Padre54 para que entendiésemos que decía algo así como: «Vosotros no sois mis padres». Pero ellos eran padres en el tiempo; Dios lo era desde la eternidad. Ellos eran padres del Hijo del hombre, el Padre lo era de su Palabra y Sabiduría, era Padre de su Poder55, por quien hizo todas las cosas56. Si todas las cosas son creadas por ese Poder que llega de un confín a otro con fortaleza y lo dispone todo con suavidad57, por el Hijo han sido formados incluso aquellos a quienes luego él mismo, en cuanto hijo de hombre, iba a estar sometido. El Apóstol dice también que él es hijo de David: Que le fue hecho —dice— del linaje de David, según la carne58. Sin embargo, el Señor mismo propuso a los judíos la cuestión resuelta por el Apóstol en esas palabras. Al decir el Apóstol: Que le fue hecho del linaje de David, añadió: según la carne, para dar a entender que según la divinidad no era hijo de David, sino Hijo de Dios, Señor de David. Dando realce a la estirpe de los judíos, el Apóstol se expresa también así en otro lugar: Suyos son —dice— los patriarcas de quienes nació Cristo según carne, el cual es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos59. En cuanto según la carne, es «hijo de David»; en cuanto sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos, es «Señor de David». Así, pues, el Señor pregunta a los judíos: ¿De quién decís que es hijo el Cristo? Le respondieron: De David60. Lo sabían porque lo derivaban fácilmente de la predicación de los profetas. Ciertamente él era de la estirpe de David, pero según la carne61, trámite la Virgen María, esposa de José. Habiéndole respondido ellos que el Cristo era hijo de David, les pregunta de nuevo: ¿Cómo, entonces, David, movido por el Espíritu, le llama Señor al decir: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies»? Si, pues, David, movido por el Espíritu, le llama Señor, ¿cómo es hijo suyo?62. Y los judíos no pudieron responder. Así lo narra el Evangelio. No negó ser hijo de David al hacerles saber que era el Señor de David. En efecto, de la persona de Cristo ellos solo retenían que fue hecho en el tiempo, sin entender que existía desde la eternidad. Por lo cual, queriendo mostrarles su divinidad, les formula la pregunta respecto a su humanidad, como si dijera: «Sabéis que el Cristo es hijo de David; decidme, ¿cómo es también su Señor?». Mas, para que ellos no dijeran: «No es Señor de David», les puso al mismo David por testigo. ¿Y qué dice? Nada más que la verdad. En el libro de los Salmos tienes al Señor diciendo a David: Pondré sobre tu trono al fruto de tus entrañas63. He aquí al «hijo de David». ¿Cómo es también «Señor de David» quien es su hijo? El Señor —afirma— dijo a mi Señor: Siéntate a mi derecha64. ¿Os admiráis de que David tuviera por Señor a su hijo, cuando estáis viendo que María dio a luz a su Señor? Es Señor de David porque es Dios, es Señor de David porque lo es de todo; en cambio, es hijo de David porque es hijo de hombre. La misma persona es Señor y es hijo. Es Señor de David Él que, existiendo en forma de siervo, no consideró objeto de rapiña ser igual a Dios65; a su vez, es hijo de David porque se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo66.

21. En consecuencia, que nadie niegue la paternidad a José por el hecho de no haber mantenido relación carnal con la madre del Señor, como si fuera la libido la que hace a una mujer esposa y no el amor conyugal. Esté atenta Vuestra Caridad. Trascurrido algún tiempo había de decir el Apóstol de Cristo en la Iglesia: Por lo demás, quienes tienen mujer vivan como si no la tuvieran67. Conocemos a muchos hermanos nuestros quienes, como fruto de la gracia, se contienen de mutuo acuerdo, en el nombre de Cristo, de satisfacer la concupiscencia carnal, aunque sin renunciar al recíproco amor conyugal. Cuanto más se reprime aquella, tanto más se fortalece este. ¿No son acaso cónyuges quienes así viven, sin buscar el uno en el otro el fruto de la carne y sin exigirse mutuamente el débito de la concupiscencia carnal? Con todo, ella, la mujer, está sometida al varón, porque así es de razón —y lo está tanto más cuanto es más casta—. Y el varón ama de verdad a su mujer en honor y santidad —según está escrito68— en cuanto coheredera de la gracia, del mismo modo que Cristo —dice— amó a su Iglesia69. Luego si existe unión, si existe matrimonio, si no deja de haberlo por el hecho de que no se realiza lo que, aunque ilícitamente, puede efectuarse incluso con quien no es cónyuge —¡ojalá fuesen capaces todos de esta continencia, pero muchos no lo son!—, no separen a quienes ciertamente son capaces, negando que él es marido o que ella es esposa por el hecho de que no se unen carnalmente, mientras están unidos en sus corazones.

22. Colegid de aquí, hermanos míos, qué pensaba la Escritura de nuestros padres, casados con la única finalidad de buscarse descendencia de sus cónyuges. Tan casto era, en efecto, el trato que tenían con ellas, que, en conformidad con la época y las costumbres de su pueblo, tenían muchas mujeres, pero de tal manera que solo se acercaban a ellas pensando en la procreación, teniéndolas verdaderamente en honor70. Por lo demás, quien apetece el cuerpo de su mujer más allá de lo que establece el límite, es decir, la finalidad de procrear hijos, actúa contra las mismas tablas en virtud de las cuales la tomó por esposa. Se leen las tablas, se hace en presencia de todos como testigos, y se proclama: Con la finalidad de procrear hijos, y reciben el nombre de «tablas matrimoniales». Si a las mujeres no se las entrega con esa finalidad, ni con esa finalidad se las recibe como esposas, ¿quién en su sano juicio entrega una hija suya a la lujuria ajena? Mas, para que los padres no se avergüencen de ello, cuando entregan a sus hijas se leen en público las tablas, para convertirse en suegros, no en alcahuetes. ¿Qué se lee en las tablas? Con la finalidad de procrear hijos. La frente del padre se desarruga y se relaja, una vez oído lo escrito en las tablas. Veamos ahora la cara del que la toma por esposa. Avergüéncese el marido de recibirla con otro objetivo si el padre se avergüenza de darla para otro fin. Mas, si no pueden abstenerse —lo he dicho ya en alguna ocasión— , pidan el débito, pero solo a quienes se lo deben dar. Tanto la mujer como el varón alivien mutuamente su debilidad. No vaya él a otra, ni ella a otro —razón por la que se llama adulterio, algo así como «ir con otro» (ad alterum)—. Y si traspasan los límites del pacto matrimonial, al menos no traspasan los del lecho conyugal. ¿Acaso no es pecado exigir el débito al cónyuge, más de lo que exige la necesidad de procrear hijos? Aunque venial, es ciertamente pecado. Lo dice el Apóstol: Esto lo digo condescendiendo71. Y hablando sobre ello, escribe: No os privéis —dice— el uno del otro, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para entregaros a la oración; mas luego volved a lo mismo, para que no os tiente Satanás por vuestra incontinencia72. ¿Qué significa esto? Que no os impongáis cargas superiores a las que podéis soportar, no sea que, absteniéndoos el uno del otro, caigáis en adulterio. No os tiente Satanás por vuestra incontinencia. Y para que no pareciese que ordenaba lo que solo permitía —una cosa es ordenar al que puede y otra permitir al débil—, añadió a continuación: Esto lo digo condescendiendo, no mandando. Pues desearía que todos los hombres fueran como yo73. Como si dijera: «No ordeno que lo hagáis, pero soy comprensivo si lo hacéis».

23. Por tanto, hermanos míos, prestad atención. Los grandes hombres que tienen esposas con la finalidad de procrear hijos, como leemos que fueron los patriarcas y hallamos en muchos testimonios, proclamándolo sin la menor duda las páginas sagradas. Por tanto, si algunos hombres tenían a sus mujeres solamente con la finalidad de procrear hijos, si se les hubiese concedido la posibilidad de tener hijos sin la unión carnal, ¿no acogerían con gozo inefable tan gran favor? ¿No recibirían a los hijos con gran alegría? Dos son las acciones vinculadas a la carne por las que se conserva el género humano; dos acciones a las que los varones sabios y santos acceden por obligación, mientras que los necios se lanzan a ellas por sensualidad. Una cosa es acceder a algo por necesidad y otra es caer en ello movidos por la sensualidad. ¿Cuáles son estas dos acciones merced a las cuales subsiste el género humano? En nosotros, lo primero es lo que se refiere a la ingesta de alimentos —cosa que ciertamente no se puede hacer sin algún deleite carnal—: el comer y el beber; si ni comes ni bebes, mueres. Gracias a este sustento que procuran el comer y el beber conforme a la condición de su naturaleza, se mantiene en pie el género humano. Mas este sustento mantiene a los hombres individualmente considerados; a la sucesión no proveen comiendo y bebiendo, sino tomando mujer. El género humano subsiste, en primer lugar, si viven los hombres; pero puesto que, por grande que sea la atención prestada al cuerpo, no pueden vivir indefinidamente, es lógico tomar medidas para que nazcan quienes sucedan a los que mueren. Porque, según está escrito74, el género humano se asemeja a las hojas de un árbol, pero un árbol de hoja perenne como el olivo, o el laurel, o cualquier otro que siempre está con fronda, si bien no son siempre las mismas hojas. Como dice la Escritura75, hace que broten unas y deja caer otras, porque las que brotan suceden a las que caen. Deja caer hojas sin cesar, pero siempre está vestido de ellas. De igual manera, el género humano no echa de menos las bajas diarias porque las suplen los que nacen. De este modo se mantiene en su totalidad la especie humana en la forma adecuada a su manera de ser; y del mismo modo que siempre se ven hojas en los árboles, así a la tierra se la ve siempre llena de hombres. Si solamente murieran y no nacieran otros, la tierra se desnudaría de hombres, al igual que ciertos árboles de todas sus hojas.

24. Así, pues, para que el género humano subsista, son necesarios los dos apoyos de que he hablado lo suficiente. El hombre sabio, prudente y bautizado se aviene a uno y otro por deber; no cae en ellos por sensualidad. Por lo que se refiere al comer y al beber, ¡cuántos no son los que se lanzan llenos de voracidad, poniendo en ello toda su alma, como si esa fuera la razón de su vivir! Aunque comen para vivir, piensan que viven para comer. Cualquier sabio, y sobre todo la Sagrada Escritura, reprende a estos comilones, borrachos y glotones cuyo Dios es su vientre76. No es la necesidad de reponer fuerzas lo que los conduce a la mesa, sino el apetito de la carne. Así vienen a sucumbir ante la comida y en la bebida. En cambio, los que condescienden con ello por el deber de seguir viviendo, no viven para comer, sino que comen para vivir. En consecuencia, si a estos hombres prudentes y llenos de templanza se les ofreciese el poder vivir sin alimento y bebida, ¡cuán gozosos abrazarían este favor de no verse obligados a descender allí donde no acostumbraron a caer! Estarían siempre colgados del Señor, y ni siquiera la necesidad de reparar el desgaste corporal apartaría sus pensamientos de él. Cuando el santo Elías recibió el vaso de agua y la torta cocida que le habrían de bastar como alimento para cuarenta días77, ¿cómo creéis que lo recibió? Ciertamente con gran alegría, puesto que él comía y bebía por la necesidad de vivir, no por servidumbre a la concupiscencia. Prueba tú a otorgar, si te es posible, este favor a un hombre que, como animal ante el pesebre, pone toda su dicha y felicidad en banquetear. Detesta el favor que le brindas, lo aleja de sí, considerándolo un castigo. De igual manera, respecto al deber conyugal, los hombres sensuales no buscan a sus esposas con otra finalidad, y por ello a duras penas se contentan con las suyas. Y, en el caso de que no puedan o no quieran eliminar la sensualidad, ¡ojalá no le permitan avanzar más allá de lo que prescribe el débito conyugal, incluido lo que se tolera a la debilidad! Si a tal hombre le preguntaras a las claras: «¿Para qué te casas?», te respondería, probablemente ruborizado: «Para tener hijos». Pero si le dijera alguien, a quien hubiera de dar crédito sin duda alguna: «Dios tiene poder para darte y te dará ciertamente hijos, aun sin realizar ese acto con tu esposa», en aquel mismo momento llegaría a la conclusión de que no buscaba a la esposa pensando en tener hijos, y lo confesaría. Reconozca, pues, su debilidad; acepte lo que alegaba aceptar solo por deber.

25. Esta era la manera como los santos antiguos, hombres de Dios, buscaban los hijos y querían recibirlos. Con esta única finalidad se unían con sus mujeres; con este objetivo copulaban con ellas: para procrear hijos. Por esta razón se les permitió tener varias. Pues si fuera la concupiscencia inmoderada lo que agrada a Dios, en aquella época habría permitido también que una mujer tuviese varios maridos, del mismo modo que un varón varias mujeres. ¿Por qué todas aquellas castas mujeres no tenían más que un marido, y un varón, en cambio, tenía varias mujeres?¿Por qué, sino porque el que un varón tenga varias mujeres contribuye a aumentar la prole, mientras que una mujer, aunque tenga varios maridos, no puede engendrar más hijos? Por tanto, hermanos, si nuestros padres no se unían y copulaban con sus mujeres por otro motivo distinto del de la procreación de los hijos, hubiera sido para ellos una gran satisfacción el haber podido tener hijos sin necesidad del acto carnal, al cual asentían por el deber de engendrarlos, no porque la concupiscencia los arrastrase. ¿Dejó de ser padre José por haber recibido un hijo sin condescender con el deseo carnal? No quiera Dios que piense la castidad cristiana lo que ni siquiera la judía pensaba. Amad a vuestras esposas, pero amadlas castamente. Pedid el acto carnal solo en la medida necesaria para engendrar hijos. Y como no podéis tenerlos de otra manera, acceded al acto con pena. En efecto, se trata de un castigo que recibió Adán, de quien todos procedemos. ¡Que nuestro castigo no sea motivo de orgullo! Es el castigo impuesto al que mereció engendrar para la muerte, puesto que por su pecado se hizo mortal. Dios no abolió el castigo para que el hombre recordase desde dónde y adónde se le llama, y buscase el abrazo en que no puede haber mancha alguna.

26. Convenía, pues, que aquel pueblo se propagase abundantemente hasta los tiempos de Cristo llegando a ser un pueblo numeroso en el que se hallasen prefigurados todos los datos que tenían que ser prefigurados sobre la Iglesia. Por este motivo, aquellos varones tenían el deber de tomar varias mujeres para que se acrecentase el pueblo que prefiguraba a la Iglesia futura. Pero, una vez nacido el Rey mismo de todos los pueblos, comenzó a ser honrada la virginidad a partir de la Madre del Señor, que mereció tener un hijo sin perder su integridad. En consecuencia, como aquel era matrimonio, y matrimonio sin corrupción alguna; así, dado que la esposa dio a luz castamente, ¿por qué no la iba a recibir castamente el marido? De hecho, como aquella esposa lo dio a luz castamente, así la recibió castamente aquel marido, y como ella fue madre, siendo casta, así él fue padre, siendo igualmente casto. Por tanto, quien dice: «No debió llamársele padre, porque en ese supuesto no había engendrado así al hijo», en la procreación de los hijos busca satisfacer la sensualidad, no el afecto nacido del amor. Mejor realizaba él en su corazón lo que otro deseaba llevar a cabo en la carne. Pues también quienes adoptan hijos engendran castamente en su corazón a los que no pueden engendrar en la carne. Considerad, hermanos, considerad los derechos de la adopción; ved cómo un hombre se hace hijo de otro de cuya sangre no ha nacido, de modo que prevalece la voluntad del adoptante sobre la naturaleza de quien le engendró. En consecuencia, José no solo debe ser considerado padre, sino incluso padre en grado sumo. Porque también de mujeres no esposas tienen los hombres hijos, denominados hijos naturales, a los cuales se anteponen los hijos del matrimonio. Por lo que se refiere a lo específico de la carne, nacieron de idéntica manera; ¿por qué, pues, los legítimos se anteponen a los naturales, sino porque es más casto el amor de la esposa de la que nacen los legítimos? Allí no se mira la unión de la carne, que es igual en una y otra mujer. ¿Dónde está la supremacía de la esposa sino en el afecto de su fidelidad, en el afecto conyugal, en el afecto de un amor más sincero y más casto? Si, pues, alguno pudiera recibir hijos de su esposa sin mantener relación carnal con ella, ¿no debía recibirlos con tanta mayor alegría cuanto más casta es la esposa por la que siente mayor amor?

27. De lo dicho veis que puede darse no solo que un hombre tenga dos hijos, sino hasta que tenga incluso dos padres. Una vez mencionada la adopción, entre en vuestra mollera que ello puede darse. Pues se dice: «Un hombre puede tener dos hijos, pero no dos padres». Al contrario, se descubre que puede tener hasta dos padres. Es el caso cuando uno lo engendra de su carne, y otro lo adopta por amor. Si, pues, un único hombre puede tener dos padres, también José pudo tenerlos: uno que lo engendró, otro que lo adoptó. Si ello fue posible, ¿por qué elevan sus acusaciones quienes apuntan que Mateo siguió una línea de generaciones y Lucas otra? Y, en verdad, advertimos que cada uno siguió una línea, pues Mateo dijo que el padre de José era Jacob, y Lucas, que era Helí. Ciertamente cabe pensar que un único hombre, de quien era hijo José, tuviera dos nombres. Pero como los abuelos, bisabuelos y restantes progenitores que enumeran son diversos, y dentro de la misma serie un evangelista cuenta más, otro menos, resulta evidente que José tuvo dos padres. Quedó ya rebatida la acusación presentada bajo forma de cuestión, puesto que razones evidentes muestran que un padre puede ser el que lo engendró y otro el que lo adoptó. Dando por hecho los dos padres, no es de extrañar que, a partir de ellos, se enumeren distintos abuelos, bisabuelos y demás ascendientes.

28. Y no penséis que el derecho de adopción es algo extraño a nuestras Escrituras ni que, por el hecho de que sea práctica en uso, por así decir, en las leyes humanas, no puede conciliarse con la autoridad de los libros divinos. Es una realidad antigua, conocida hasta en los mismos textos eclesiásticos, que la filiación procede no solo de la sangre, sino también de un deseo de la voluntad. Pues también mujeres adoptaban como hijos suyos, aunque no los hubiesen alumbrado ellas, a los engendrados por sus maridos de sus esclavas; más aún, mandaban a sus maridos que les engendrasen hijos de ellas; así Sara, o Raquel, o Lía78. En este menester, los maridos no cometían adulterio, porque obedecían a sus mujeres en lo referente al débito conyugal, en conformidad con lo que dice el Apóstol: La mujer no es dueña de su propio cuerpo, sino el marido; del mismo modo el marido no lo es del suyo, sino la mujer79. También Moisés, niño expósito nacido de madre hebrea, fue adoptado por la hija del Faraón80. No existían ciertamente las mismas fórmulas del derecho que existen ahora, sino que se consideraba con valor de ley el arbitrio de la voluntad, como dice también el Apóstol en otro lugar: Los gentiles, que no tienen la ley, cumplen naturalmente los preceptos de la ley81. Si estaba permitido a las mujeres aceptar como hijos a los que ellas no habían dado a luz, ¿por qué no iba a estar permitido también a los varones aceptar a los que habían engendrado no físicamente, sino por el afecto que les llevó a adoptarlos? En efecto, también leemos que el mismo patriarca Jacob, padre de tantos hijos, aceptó como propios suyos a sus nietos, los hijos de José, con estas palabras: Estos dos serán hijos míos, y recibirán la tierra junto con sus hermanos; los que engendres en adelante queden para ti82. Tal vez alguien pueda objetar que no se halla en las Escrituras santas el término mismo de adopción. Como si importara algo el nombre con que una cosa es denominada cuando la realidad existe: que una mujer tenga como hijo a uno a quien no ha dado a luz en su carne, o un hombre a quien no ha engendrado físicamente. No me opongo a que se evite el término «adopción» referido a José, con tal de que se me conceda que él pudo ser también hijo de quien no era su padre carnal. Y ello, aunque el apóstol Pablo use con frecuencia el término adopción, incluso en relación con un gran misterio. En efecto, aunque la Escritura atestigua que nuestro Señor Jesucristo es Hijo único de Dios, ella misma dice que los hermanos y coherederos que él se dignó tener se constituyeron como tales por cierta adopción de la gracia divina: Cuando llegó la plenitud de los tiempos —dice—, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a quienes estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la filiación adoptiva83. Y en otro lugar: También nosotros —dice— gemimos dentro de nosotros mismos esperando la adopción, es decir, la redención de nuestro cuerpo84. Otra vez, al decir refiriéndose a los judíos: Deseaba ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, parientes míos según la carne, los israelitas, de quienes es —dice— la adopción y la gloria y la alianza y la legislación; a quienes pertenecen los patriarcas, y de quienes procede Cristo, quien es, sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos85. Todos estos textos manifiestan que en el pueblo judío era cosa antigua ya el nombre de «adopción», ya la realidad misma, igual que la alianza y la legislación que menciona en el mismo pasaje.

29. A esto se añade que existía entre los judíos otro modo propio por el que alguien se hacía hijo de uno del que no había nacido según la carne: tomar por esposas a las mujeres de los propios parientes que murieron sin hijos, para darles descendencia86. De esta forma, quien nacía era hijo a la vez de aquel de quien nacía y de aquel para suceder al cual nacía. He dicho todo esto para que nadie, pensando que no podía darse el que legítimamente se asignasen dos padres a un hombre, con sacrílega acusación considere que hay que tachar de mentiroso a cualquiera de los evangelistas que narraron las genealogías del Señor. Sobre todo, teniendo en cuenta que sus mismas palabras nos ponen ya sobre aviso. Efectivamente, Mateo, que se entiende que menciona al padre que engendró a José, enumera las generaciones de esta forma: «Tal engendró a tal», para poder llegar a lo que dice como conclusión: Jacob engendró a José87. Lucas, en cambio, puesto que no es correcto afirmar que ha sido engendrado quien se convierte en hijo, ya por adopción, ya porque nace para dar sucesión a un muerto, de la que fue su mujer; Lucas —repito— no dijo: «Helí engendró a José», o «José a quien engendró Helí»88, sino: que fue hijo de Helí, sea por adopción, sea por haber nacido, engendrado por un pariente, para dar sucesión a un muerto.

30. Ya he hablado bastante sobre por qué no debe preocupar el que las generaciones se cuenten por la línea de José y no por la de María: igual que ella fue madre sin concupiscencia carnal, así también él fue padre sin unión carnal. Por tanto, por él pueden ascender o descender las generaciones. Pero no lo apartemos porque careció de concupiscencia carnal. Su mayor pureza reafirme su paternidad, no sea que la misma santa María nos lo reproche. Ella no quiso anteponer su nombre al del marido, sino que dijo: Tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando89. No hagan, pues, los extraviados murmura—dores lo que no hizo la casta esposa. Contemos, pues, por la línea de José, porque, como es marido casto, es igualmente casto padre. Pero antepongamos el varón a la mujer según el orden de la naturaleza y de la ley de Dios. Porque, si apartándole a él, ponemos a María en su lugar, dice, y con razón: «¿Por qué me habéis apartado? ¿Por qué no ascienden o descienden por mí las generaciones?». ¿Acaso se le dice: «Porque no lo engendraste por medio de tu carne»? Pero él replicará: «¿Acaso ella le dio a luz por obra de la suya?». Lo que obró el Espíritu santo, lo obró para los dos. Siendo —dice— un hombre justo90. Justo era el varón, justa la mujer. El Espíritu Santo, que reposaba en la justicia de ambos, dio el hijo a ambos. Pero el que el hijo naciese también para el marido lo obró en el sexo que convenía que lo diera a luz. Y así el ángel ordena a los dos que impongan el nombre al niño91, con lo que se manifiesta que ambos tienen autoridad paterna. Pues también cuando Zacarías estaba aún mudo, la madre imponía el nombre al hijo que le había nacido. Y cuando los allí presentes preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamase, tomando las tablillas, escribió lo mismo que ya ella había dicho92. Se dice también a María: He aquí que vas a concebir un hijo y le pondrás por nombre Jesús93. Y a José: José, hijo de David, no temas recibir a María como tu esposa. Lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús: él salvará a su pueblo de sus pecados94. Se afirma también: Y le dio a luz un hijo95. Con ello se le afianza como padre, no por obra de la carne, sino del amor. Por tanto, él es padre de esa manera. Con suma cautela y prudencia, pues, cuentan los evangelistas las generaciones por la línea de José, tanto Mateo, descendiendo desde Abrahán hasta Cristo, como Lucas, ascendiendo desde Cristo hasta Dios, pasando por Abrahán. Uno las cuenta en línea descendente, otro en línea ascendente, pero ambos a través de José. ¿Por qué? Porque él es el padre. ¿Cómo es el padre? Porque su paternidad era tanto más sólida cuanto más casta. Ciertamente era tenido por padre de nuestro Señor Jesucristo, pero de otra manera, es decir, como los demás padres que, engendrándolos mediante la carne, no reciben los hijos solo merced a su afecto espiritual. Pues también dijo Lucas: Se le tenía por padre de Jesús96. ¿Por qué se le tenía por tal? Porque la opinión y juicio de los hombres se deja llevar de lo que suele suceder entre ellos. Pero el Señor no nació del semen de José, aunque así se pensase; sin embargo, a la piedad y caridad de José le nació de la Virgen María un hijo, Hijo a la vez de Dios.

31. Mas ¿por qué Mateo sigue la línea descendente y Lucas la ascendente? Os suplico que lo escuchéis con toda atención, en la medida en que Dios otorgue su ayuda, una vez que vuestra mente está ya tranquila y libre de las molestias que originan las enrevesadas acusaciones. Mateo sigue la línea descendente a fin de significar que nuestro Señor Jesucristo descendió para cargar con nuestros pecados, de modo que todos los pueblos fueran bendecidos en la descendencia de Abrahán97. De ahí que no empiece por Adán, pues de él trae su origen el género humano, ni tampoco por Noé porque de su familia procede toda la humanidad posterior al diluvio. Para que se cumpliera la profecía, el hombre Cristo Jesús98 no podía aparecer como descendiente de Adán, de quien traen su origen todos los hombres; ni de Noé, de quien la totalidad de los hombres tuvo nuevo origen, sino de Abrahán, en cuya descendencia serían benditos todos los pueblos99 y que fue elegido cuando la tierra ya estaba poblada. Lucas, a su vez, sigue la línea ascendente y comienza a contar las generaciones no desde el momento del nacimiento del Señor, sino a partir de la narración de su bautismo por Juan. Como en su encarnación recibe el Señor los pecados del género humano para cargarlos sobre sí, así en la consagración bautismal lo hace para borrarlos. De este modo, Mateo, al enumerar las generaciones, sigue la línea descendente para significar al que bajó con el objetivo de cargar con los pecados; Lucas, en cambio, la ascendente, para significar la purificación los pecados, no de los suyos ciertamente, sino de los nuestros. Pero Mateo desciende por Salomón, con cuya madre había pecado David; Lucas asciende por Natán, otro hijo de David, por quien fue purificado de su pecado. Leemos, en efecto, que Natán fue enviado a él para reprenderle y sanarle una vez que se arrepintiera100. Uno y otro evangelista se encontraron en David: aquel, en su descenso; este, en su ascenso; y desde allí hasta Abrahán, o desde Abrahán hasta David, ya no existen diferencias respecto de ninguna generación. De esta forma, Cristo, hijo de David e hijo también de Abrahán, llega hasta Dios101, a quien es conveniente que nos encaminemos, una vez renovados por la abolición de los pecados efectuada en el bautismo.

32. En la enumeración de las generaciones hecha por Mateo tiene especial relieve el número cuarenta. Es costumbre de la Escritura divina no contar en algunas ocasiones lo que sobrepasa de determinados números. Por ejemplo, se dice que el pueblo de Israel salió de Egipto después de cuatrocientos años102, cuando en realidad son cuatrocientos treinta103. Así, aunque el número cuarenta resulte sobrepasado en una generación, esta no quita al número su preeminencia. Ese número significa la vida fatigosa de esta tierra, mientras dura nuestra peregrinación lejos del Señor104, en la cual es necesario ejecutar el plan, temporal, de predicar la verdad. El número diez con el que se significa la felicidad plena, multiplicado por cuatro, por ser cuatro las estaciones del año y cuatro también las partes del mundo, da el número cuarenta. Por esto mismo ayunaron durante cuarenta días Moisés105, Elías106 y el mismo Mediador, nuestro Señor Jesucristo107, es decir, porque durante este período de tiempo es necesario abstenerse de lo que arrastra al cuerpo. Cuarenta años duró la peregrinación del pueblo por el desierto108 y cuarenta días duró el diluvio109. Durante otros tantos días convivió el Señor con sus discípulos después de la resurrección110 para convencerles de la verdad de su resurrección corporal; dando a entender con ello que, en esta vida, en la que peregrinamos lejos del Señor111, el número cuarenta, como ya se dijo, nos deja entrever un misterio: que nos es necesario el memorial del Cuerpo del Señor112, que celebramos en la Iglesia hasta que él venga. Mateo adoptó este número de cuarenta porque nuestro Señor descendió a esta nuestra vida y la Palabra se hizo carne113 para ser entregada por nuestros delitos y resucitar para nuestra justificación114. Y lo hizo para que la generación que allí pasa de los cuarenta, o bien no sea obstáculo a la perfección del número, como no lo son aquellos treinta años a la del número cuatrocientos; o bien ella misma signifique que el Señor, incluido el cual son cuarenta y una generaciones, en tal condición descendió a esta vida para cargar con nuestros pecados, que debido a su propia y singular excelencia por la que es hombre siendo Dios también, se encuentra excluido de esta vida. Porque solo de este hombre se dice lo que no ha podido ni podrá decirse de ningún otro hombre santo, fuera cual fuere la perfección de su sabiduría y santidad: La Palabra se hizo carne115.

33. A su vez, Lucas, que sigue la línea ascendente de generaciones a partir del bautismo del Señor, llega al número de setenta y siete, comenzando por el mismo Jesucristo, nuestro Señor, ascendiendo por José y llegando a Dios a través de Adán. Es decir: en este número está simbolizada la remisión de todos los pecados que se efectúa en el bautismo. Ello no quiere decir que el Señor tuviese algo que se le perdonara en su bautismo, sino que, con su humildad, nos encareció qué era útil para nosotros. Se trataba ciertamente del bautismo de Juan; no obstante, en él se manifestó a los sentidos la Trinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que consagró el bautismo del mismo Cristo, con el que habían de ser bautizados los cristianos. El Padre aparece en la voz venida del cielo; el Hijo, en el mismo hombre Mediador; el Espíritu Santo, en la paloma116.

34. La razón probable por la que el número setenta y siete contiene todos los pecados que se perdonan en el bautismo parece ser esta: el número diez representa la perfección de la santidad y felicidad, puesto que asocia las criaturas, hechas en siete días, a la Trinidad del Creador. Por este motivo también el decálogo de la ley fue hecho sagrado en sus diez preceptos. A su vez, la trasgresión del número diez está expresada en el número once, dando a entender que el pecado es una trasgresión: cuando el hombre, apeteciendo algo más, sobrepasa la norma de la justicia. Por esto mismo el Apóstol llama a la avaricia la raíz de todos los males117, y al alma que adúlteramente se aparta de Dios, se le dice como por boca del Señor: Esperabas que, apartándote de mí, ibas a poseer más118. El que peca refiere a sí mismo la trasgresión, es decir, el pecado, porque quiere disfrutar de un bien privado suyo —por eso son reprendidos quienes buscan sus cosas y no las de Jesucristo119, y se alaba la caridad, que no busca sus intereses120—. En consecuencia, el mismo número once, mediante el cual se significa la trasgresión, no se multiplica por diez, sino por siete, y resultan setenta y siete. En efecto, la trasgresión no pertenece a la Trinidad creadora, sino a la criatura, es decir, al hombre mismo. Criatura que manifiesta el número siete: tres, en atención al alma, donde se da una cierta imagen del Creador, pues en ella fue hecho el hombre a imagen y semejanza de Dios121; cuatro, en atención al cuerpo, pues son conocidísimos los cuatro elementos que lo constituyen. Y quien no los conozca, puede fácilmente advertir que el cuerpo mismo del mundo, en el cual se mueve espacialmente el nuestro, tiene como cuatro partes principales, que también la Escritura divina menciona de continuo: oriente, occidente, sur y norte. Y como los pecados se cometen o bien en el alma —por ejemplo, con el solo deseo—. o bien ya visiblemente mediante acciones corporales, el profeta Amós frecuentemente nos trae a la memoria a Dios que amenaza y dice: Por tres y por cuatro pecados no revocaré nada122, es decir, «no disimularé». Tres, en atención a la naturaleza del alma; cuatro, en atención a la del cuerpo: elementos ambos de que el hombre está compuesto.

35. Así, pues, once veces siete, o sea —como ya se ha dicho—, la trasgresión de la justicia referida al hombre pecador, da el número setenta y siete, en el cual están contenidos simbólicamente todos los pecados que perdona el bautismo. Este es el motivo por el que Lucas llega hasta Dios mediante el número de setenta y siete generaciones: para mostrar que el hombre se reconcilia con Dios por la remisión de todos los pecados. Este es también el motivo por el que, a Pedro, que le pregunta cuántas veces debe perdonar al hermano, le dice el Señor: No te digo que siete veces, sino hasta setenta y siete veces123. Y si queda todavía algo oculto en estas honduras y en estos tesoros que son los misterios de Dios124, los más diligentes y más dignos pueden descubrirlo. Por mi parte, yo he dicho lo que he podido, en la medida de mi capacidad, según Dios me ha ayudado y concedido, y el poco tiempo disponible. Si alguno de vosotros desea algo más, llame a la puerta125 de aquel de quien también yo he recibido lo que pude comprender y decir. Es eso lo que ante todo debéis retener a fin de que, si aún no entendéis las sagradas Escrituras, no os inquietéis; si las entendéis, no os infléis, sino que, al contrario, lo que no entendéis lo difiráis respetuosamente y lo que comprendáis, lo retengáis con amor.