Réplica a la carta de Parmeniano

Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero, OSA

LIBRO SEGUNDO

Los textos citados por Parmeniano se vuelven contra los donatistas

I. 1. Pero ¿cuál es la fuerza que puede impulsar a unos hombres a lanzar, como solemos decir, a ojos cerrados, contra alguien lo que se vuelve al punto contra quien lo lanzó, golpeándolo de rechazo a él y dejando intacto a quien se hizo blanco del tiro, si no es la ceguera y la ligereza de espíritu? Así hacen estos donatistas con casi todos los textos de la Escritura, que, creyendo ellos que los citan contra nosotros, dan la impresión de que nos llaman la atención sobre lo que la Escritura deja demostrado de su proceder.

¿Qué otra cosa hace Parmeniano cuando piensa que está escrito a su favor y en nuestra contra aquel pasaje: ¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que cambian la luz por las tinieblas y las tinieblas por la luz, que vuelven dulce lo amargo y amargo lo dulce! 1 ¡Oh, necia ceguera! ¿Hay algo tan bueno y tan delicioso como convivir los hermanos en unidad? Pues ellos lo llaman malo y lo aseguran amargo; ellos, que se separaron de todos los hermanos. Y todo por causa de sus sospechas infundadas, o mejor dicho calumnias de partido, unas veces por levantarlas y otras por negarse a retirar las ya levantadas. Si odiaran la auténtica paja, y ellos no lo fueran, no se separarían por su causa del trigo del Señor, sembrado y verdeante por todo el campo, es decir, por todo este mundo.

Cómo convierten en tinieblas la luz

2. Que griten ellos con todas sus fuerzas: ¡Ay de los que llaman bueno a lo malo y malo a lo bueno! 2 Y les respondemos: "Esto es verdad"; pero añadimos también: ¡Ay de los que han perdido la paciencia! 3, al confundir la luz con las tinieblas y las tinieblas con la luz. ¿Qué hay más claro que las promesas de Dios, que ha mostrado a la luz del día en nuestra época lo que profetizó hace más de mil años, es decir, que en la estirpe de Abraham, que es Cristo, alcanzarían la bendición todas las naciones? ¿Y qué hay más tenebroso que la presunción de los que afirman haber perecido el nombre cristiano de innumerables pueblos en todo el orbe y únicamente ha quedado en el África, fundados en los supuestos a la ligera y nunca probados delitos de los traditores, que, aunque fueran ciertos, jamás serían impedimento para que Dios cumpliese sus promesas? Y a esta su presencia la llaman luz, y, en cambio a las promesas de Dios, deslumbrantes ya por la realidad de los hechos, están intentando cubrirlas con las tinieblas de sus mentiras. Y encima nos cacarean sus hechos, diciendo: Vuelven tinieblas la luz y a la luz tinieblas 4.

¿Conque Optato era luz, y el África entera lo llamaba tinieblas? ¿No estaba, más bien, convencida toda el África de lo contrario, y lo llamaban luz ellos, que no hacen sino luz de las tinieblas y tinieblas de la luz?

"Pero les disgustaba -dicen- a todos los hombres de bien el que Optato estuviese en comunión con nosotros". ¡Así que no lo llamabais luz y, sin embargo, estabais en comunión con él! Elegid, pues, lo que prefiráis: o bien que las tinieblas no dañan a la luz viviendo en la misma comunión, sino que le basta a la luz reprobar las tinieblas, y si no las puede alejar las tolere por amor a la unidad: en este caso no existe motivo para haberos separado, con el tenebroso sacrilegio del cisma de los hermanos inocentes. No pudisteis demostrar quiénes eran los culpables, aunque digáis que vosotros los conocisteis. O bien, en un segundo supuesto, si no es suficiente a la luz con rechazar las tinieblas, imposibles de alejar de sí, es decir si no les basta a los buenos con que reprueben a los malos que no pueden excluir o enmendar, con mucha más razón Optato, él solo, un malvado tan conocido y declarado, ha contaminado la secta de Donato, extendida sólo por África, que a tantos pueblos extendidos por todo el orbe un traditor cualquiera africano, acusado no digamos de delitos falsos, pero sí siendo desconocido, cosa que los donatistas se empeñan en negar desvergonzadamente.

Llaman bien al mal y mal al bien

3. Los donatistas, al interpretar con torcido corazón las Escrituras, no las vuelven contra nosotros, sino contra ellos. Así el pasaje: ¡Ay de los que al mal llaman bien y al bien mal! 5, ellos creen que apoya su tesis de que el trigo no tolera la paja hasta el tiempo de la bielda. De forma que al entender mal las palabras antes citadas, se cumple en ellos lo siguiente: ¡Ay de aquellos que han perdido la paciencia! 6 Y si lo interpretan como dicho contra quienes opinan que está mal el ser bueno, incurren en maldad hasta quienes dan su consentimiento con elogios o aprobaciones. Estas dos clases de pecados los evoca la Escritura en un solo pasaje: Tiene a gloria el pecador los antojos de su alma, y el autor de la iniquidad recibe bendiciones 7. Tendrán razón y no se turbarán cuando también ellos se encuentran pecadores, salvo que ellos toleran, por amor a Donato, a quienes debieron hacerlo por amor a la unidad de Cristo. Es esta obstinación en su rencor la que les obliga -¡desdichados!- a soportar en su cisma a quienes ya conocen, y a acusar por toda la redondez de la tierra a los que desconocen. Por tanto, quien corrige lo que puede con amonestaciones, y lo que no puede lo echa fuera, salvando el vínculo de la paz, o también, por salvar el vínculo de la paz, no puede excluir el mal y lo reprueba con dignidad y lo soporta con firmeza, éste es el hombre pacífico. De la maldición que dice la Escritura: ¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal; de los que tienen la oscuridad por luz y la luz por oscuridad: de los que lo amargo tienen por dulce y lo dulce por amargo! 8, está esta clase de hombre completamente libre, totalmente inmunizado, absolutamente ajeno.

¿Quién cae bajo la maldición de la Escritura?

II. 4. Otra objeción lanzan los donatistas con su habitual ceguera. "A vosotros -dicen ellos- es a quien se refiere la Escritura: El que juzga como justo lo injusto y a lo justo como injusto es maldito ante Dios" 9. ¿Por qué esta maldición no recae más bien sobre ellos, que han tenido la osadía de condenar a todo el orbe cristiano sin escucharlo, en cuyo número tan ingente de personas sin lugar a dudas ha habido y hay inocentes de los delitos que ellos acusan?

Así es como han sentenciado injusto lo que es justo y, a su vez, lo injusto lo han juzgado justo cuando a Optato Gildoniano, azote lamentable de toda el África durante diez años, lo han honrado como sacerdote y obispo colega, manteniéndolo en su comunión. ¿Acaso es que lo reprobaban en el fondo del corazón, aunque lo toleraban por el bien de la paz? Sepan sacar la conclusión de que no es posible que se contamine la paciencia del hombre pacífico con mal alguno ajeno, si permanece interiormente apartado de él. Y dense cuenta de una vez en qué abismo de perdición se encuentran quienes a causa de los crímenes de los africanos, verdaderos o falsos -eso ahora no importa- no mantienen la unidad del espíritu en el vínculo de la paz con todo el mundo. Si llegase a decir: "Ignoramos si hay buenos cristianos entre tantos pueblos allende los mares", esto lo dirían con todo cinismo. Dios, en efecto, da testimonio a favor de su trigo, y sembrándolo por todo lo ancho de los campos, aunque por encima el diablo haya sembrado cizaña, ha profetizado que crecería hasta la siega.

De ahí que, aunque apenas conozcamos a esos hombres personalmente, sabemos, sin embargo, que existen: mantenemos con fe inconmovible que Dios no ha podido mentir. Al decir ellos con sacrílega desvergüenza: "No sabemos si en el resto del mundo hay buenos cristianos", caigan en la cuenta del desvarío atrevido con que afirman -y lo hacen a diario sin dudar-: "Sabemos que allá no hay cristianos". Bien distinto por cierto, es decir "no sabemos si los hay", a decir "sabemos que no los hay". Ambas afirmaciones son de impíos y renegados. Si es detestable quien dice "no sé si Dios ha dicho la verdad", ¿qué será el que dice: "Sé que Dios no ha dicho la verdad?"

¿Elegís a Cristo o a Donato?

5. Opino, sin temor a equivocarme, que no tengo por qué hacer ninguna ofensa a los donatistas si antepongo a Dios antes que a Donato. Por mucho que amen a Donato, más temen a Dios. Y en fin, por mucho que ellos amen a Donato, nosotros sabemos que sólo Dios es veraz, y que todo hombre es mentiroso 10. Cristo, que está por encima de todas las cosas, Dios bendito por todos los siglos 11, y que con toda verdad dijo de sí mismo: Yo soy la verdad 12, preguntándole sus siervos si quería que fuesen a recoger la cizaña, les contestó: Dejadla crecer juntamente con el trigo hasta la siega 13. Pero Donato afirma realmente que la cizaña ha crecido, y el trigo, en cambio, ha menguado. Que elijan a quién deben creer. Cristo, es decir, la Verdad, dice: El campo es este mundo 14; y Donato dice que el campo de Dios se ha reducido a sólo el África. Que elijan a quién deben creer. Cristo, es decir, la Verdad, dice: En el tiempo de la siega diré a los segadores: recoged primero la cizaña 15, y lo explica diciendo: La siega es el fin del mundo 16; Donato, en cambio, dice que la separación de la cizaña está realizada antes de la siega por la escisión de su partido. Que elijan a quién deben creer. Cristo, es decir, la Verdad, afirma: Los segadores son los ángeles 17; Donato, por el contrario, dice que él y sus colegas han hecho antes de la siega lo que Él dijo que harían en la siega los ángeles. Que elijan a quién deben creer.

Ellos aseguran ser cristianos: nosotros les ponemos delante a Cristo y a Donato. Si de palabra se entregan a Cristo, pero de corazón a Donato, consideren su situación. Yo ahora más bien me quedo corto, no me dejo llevar de pasión alguna ni exagero; mi dolor más bien lo ahogo que lo desahogo. Pero si afirman que entregan su corazón a Cristo, que crean a Cristo cuando dice que por todo el mundo crecen tanto los hijos del Reino como los hijos del maligno, en lugar de creer a Donato, quien afirma que por el mundo sólo han crecido los hijos del maligno, mientras que los hijos del bien han quedado reducidos al territorio africano. Si creen a Cristo, les decimos que tengan paz no ya con las Iglesias del mundo entero, sino con el mismo Evangelio, ya que se jactan, con mentira, de haberlo preservado del fuego, puesto que no lo prueban con hechos.

Los circunceliones retratados en Isaías

III. 6. Veamos ya adónde va a parar el otro pasaje de Isaías que el mismo Parmeniano pretendió lanzar contra nosotros: ¿Es que la mano del Señor no tiene ya fuerza para salvar, o ha hecho duro su oído para no escuchar? Son vuestros delitos los que ponen obstáculo entre vosotros y Dios; por vuestros pecados Él ha apartado su rostro de vosotros para no compadecerse. Tenéis las manos manchadas de sangre y vuestros dedos están empecatados. Vuestros labios han hablado la impiedad, y vuestra lengua se dedica a la perfidia. Nadie habla ya con lealtad, ni se dan juicios justos. Se confían en la nada y hablan falsedades, conciben el dolor y dan a luz la maldad. Han roto los huevos de las víboras y están tejiendo telas de araña. Quien iba a comer de aquellos huevos, al cascar uno lo encontró fétido y dentro había un basilisco. Su tela no servirá para vestirse, ni se cubrirán con la obra de sus manos. Sus obras son obras de maldad, y sus pies corren a la perversión, siempre veloces para derramar sangre. Sus proyectos son proyectos insensatos. Destrucción y miseria por sus caminos, no conocen caminos de paz 18.

Todas las personas aquí descritas por la Escritura, en cualquier parte que se encuentren, incluso mezcladas entre los buenos, no les perjudican, como no perjudica la paja al trigo, mientras llega el dueño de la era con el bieldo en la mano y limpie su era. El trigo lo guarda en el granero, y la paja la quemará con fuego inextinguible. Del mismo modo tampoco perjudicó a los hombres de bien la gran multitud de pecadores que sabemos por Ezequiel profeta: Aquellos que lanzaban gemidos y se lamentaban de los crímenes que se cometían en medio de ellos. Por eso, como no podían cambiar su conducta y su deber era no separarse del pueblo de Dios, como recompensa a su tolerancia, en ningún modo cómplice, merecieron ser señalados y, en la devastación y muerte de aquellos perversos, ser liberados.

Ahora bien, ¿por qué los donatistas, que nos echan en cara todo esto, no se miran a ellos mismos, cuyas bandas vuelan de acá para allá como enloquecidas, armadas de espadas y garrotes, y que ni con matanzas a diestro y siniestro, en toda ocasión posible, son capaces de calmar su sed de crueldad? Llegan incluso a un hervor tal de su embriaguez entre las piras de cadáveres, junto con las mujeres que con ellos conviven por todas partes en una promiscuidad contra todo orden divino y humano, vagabundeando día y noche, que les entra a diario una locura no sólo de perseguir a otros, sino de despeñarse ellos mismos.

¿Es que los pies de éstos no corren a la maldad, ni son veloces para derramar sangre? ¿No está la justicia lejos de ellos, que se toman las más injustas libertades de una potestad fuera de orden? ¿No se quedan ellos a oscuras, mientras levantan la antorcha de un falso martirio? ¿No andan a medianoche aun en pleno día, según aquello del Apóstol: Los que se embriagan, es de noche cuando están ebrios? 19 ¿No son éstos quienes dan tumbos en pleno día como si fuera a media noche?

Esto es lo típico de todos los herejes: no son capaces de ver lo que está completamente esclarecido y evidente para todos los pueblos. Y es que fuera de la unidad universal, todo lo que lleven a cabo, por más habilidad y cuidado que puedan poner en ello, de nada les sirve, estando enfrentados a la cólera de Dios: es como si pretendiéramos abrigarnos del frío con telas de araña.

El concilio de Bagái y el texto de Isaías los acusan

7. ¿Qué citas aducen de este capítulo de Isaías que no se puedan volver contra ellos? ¿Por ventura aquello de los huevos de áspid, a lo que daba mucho relieve el famoso redactor de la sentencia del concilio plenario de los trescientos diez, venidos de todas las provincias de África? Si Parmeniano viviese hoy, jamás diría esto, ni utilizaría contra nosotros al profeta Isaías cuando dice: Se han abierto los huevos del áspid 20. Se daría cuenta de que habían sido añadidos a su colegio episcopal Feliciano Mustitano y Pretextato Asuritano, a quienes admitieron de nuevo como a inocentes estando entre el número de los condenados, por el bien simulado de una paz, no en nombre de Cristo, sino de Donato. Huevos de áspid eran éstos, con su cáscara ya rota. Así es como los describen los trescientos diez "por la verídica palabra de un concilio plenario", como consta en sus actas, citadas también en las actas proconsulares.

He aquí las palabras exactas de su concilio: "Aunque la matriz de un seno envenenado haya ocultado por largo tiempo los frutos dañinos de un semen de víbora, y aunque la charca fangosa de sus planes perversos se haya difundido con retraso por los miembros de los áspides con los fomentos de un calor tardío, la peste concebida no ha podido ser ocultada tras un velo que se ha desvanecido. Así, aunque tarde, los propósitos concebidos de crímenes parieron el público asesinato y el parricidio".

Estos huevos de áspid habían ya reventado, y horribles y malolientes se los había expulsado lejos de su comunión junto con sus venenosos engendros. Pero quedaba dentro el basilisco Optato, de quien se dice que, por el favor del rey, era la más poderosa de todas las serpientes. Este podía readmitir de nuevo a los áspides rechazados. Y si hacer esto por el bien de la paz no tiene importancia, ¿por qué están echando en contra los católicos, de quienes no han podido cantar victoria, cuando ellos han admitido a quienes su propia boca había condenado? Si hacer esto por el bien de la paz no tiene importancia, sí la tiene, en cambio, haberlo hecho por la paz de Donato, a la que se le exalta sobremanera injustamente en detrimento de la paz de Cristo. Si algunas molestias corporales les toca sufrir por este hecho sacrílego, tómenlo como advertencia que es de Dios, a fin de evitar la condenación eterna.

Los donatistas, en efecto, quienes, si estuviese en su mano, rebautizarían a todos los habitantes de la tierra, no solamente derraman la sangre física del cuerpo, utilizando la furia de los circunceliones, sino también sangre espiritual. Supongamos que sólo derrama sangre el que hiere el cuerpo mortal, o asesina a golpes; y, en cambio, el que con seducciones asesina el alma en el cisma sacrílego, ése no derrama sangre; ¿por qué entonces los donatistas, dirigiéndose a sus propios cismáticos, los maximianistas, en la misma sentencia del concilio plenario les imputaron lo siguiente: Sus pies son veloces para derramar la sangre? 21 Porque consta que los maximianistas no han dado muerte corporal a nadie, no han herido a nadie; al contrario han tenido mucho que sufrir de parte de los donatistas, con ocasión de ser expulsados de las basílicas por las autoridades judiciales. Muchos de estos malos tratos ya los habían infligido a sus propios cismáticos desgajados en las primeras escisiones de la secta de Donato, antes de la escisión de los maximianistas, cuando estaban todos unidos. ¿A quién de sus cismáticos han perdonado jamás ellos, que cínicamente quieren ser perdonados por el mundo entero del que son cismáticos? Porque si de este modo hay que castigar el cisma, ¿no deberá ser la única y verdadera unidad quien con toda justicia lo castigue?

Argumentación "ad hominem"

IV. 8. En cuanto a este otro texto: Tal como sea el príncipe de un pueblo, así son sus servidores, y tal como sea el gobernador de una ciudad, así son sus habitantes 22, si lo entendieran con todas sus consecuencias, ni nos lo echarían en cara, ni ellos se ensoberbecerían con su estúpida jactancia. Nosotros no queremos hacer descansar la esperanza de los hombres en los mismos hombres, ya que en sólo Dios encuentra seguridad y verdadera protección, porque somos conscientes de que dice la Escritura: Maldito quien pone su esperanza en el hombre 23. En este texto nosotros entendemos que "príncipe del pueblo" y "gobernador de la ciudad" no significan obispo. Y esto no es porque no podamos contemplar innumerables obispos santos en la Iglesia católica, sino para no poner, repito, la esperanza humana en ningún hombre.

Y dado el caso que le toque a uno vivir en una ciudad donde no haya un obispo bueno, no vaya a creer por eso que puede empezar a vivir mal impunemente, amparado en una tan perversa interpretación de un texto, como éstos hacen, llegando a decir que él no puede ser bueno porque tal como sea el príncipe de un pueblo, así son sus servidores; y tal como sea el gobernador de una ciudad, así sus habitantes 24. Choca este error con las mismas palabras de la Verdad, que dice: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen, porque dicen, pero no hacen 25.

Supongamos que hay pueblos que tengan tal clase de obispos que prediquen buenas enseñanzas desde la cátedra de Moisés, pero por su propia corrupción no ponen en práctica lo que predican: si los fieles cumplen sus enseñanzas, evitando lo que ellos hacen, según el mandato del Señor, ¿no demuestran satisfactoriamente que está mal interpretado "príncipe del pueblo y gobernador de la ciudad", como ellos lo interpretan? ¿Es que no puede haber pueblos buenos, incluso donde haya obispos malos, como pudo haber un pueblo malo donde hubo un Moisés, príncipe y gobernador bueno? Están equivocados en la interpretación de las Santas Escrituras, y, como dice el Apóstol, no entienden ni lo que dicen ni lo que rotundamente afirman. Así les sucede que llegan a pasar verdaderos apuros cuando, según su torcida interpretación, se les dice: "Luego tal como fue Optato, así fue el pueblo de Timgad. Y si es verdad, como decís, que por la comunicación de sacramentos se les contagian los pecados incluso a quienes los detestan, aunque los toleran por amor a la paz en la unidad, todos vosotros sois iguales que Optato, puesto que habéis tenido comunión con él como colega vuestro y con su pueblo, siendo así que el África entera lo proclamaba cómplice de Gildón con lamentaciones públicas". Y traigo a colación tan frecuentemente a este individuo porque llegó a ser tan famoso, que en cualquier lugar donde sea nombrado nadie puede decir que no lo conoce.

Sólo hay un príncipe del pueblo: el Señor Jesucristo

9. Que se pasen revista a ellos mismos, y recuerden cuántos tienen parecidos entre sus filas, con una perversidad semejante, aunque no semejante fama, y lleguen de una vez a interpretar el verdadero sentido de estas palabras. Dense cuenta de que sólo hay un príncipe del pueblo, el Señor nuestro Jesucristo, cuyos servidores son los buenos, y Él el gobernador de aquella Jerusalén, que es nuestra madre en los cielos. Los gobernantes guardan proporción con la dignidad de tal gobernador, no con vistas a una igualdad, sino cada uno según su medida, porque les ha sido dicho: Seréis santos, porque yo también soy santo 26, o sea, como por la imitación de un modelo, en el cual nos vamos transformando cada vez más gloriosos, como guiados por el Espíritu del Señor 27, por obra de aquel que nos va haciendo conformes con la imagen de su Hijo.

Hay también un príncipe del otro pueblo malo, que es el diablo, gobernador de esa ciudad, que es llamada místicamente Babilonia. San Pablo le llama a él y sus ángeles los príncipes y rectores de las tinieblas de este mundo, es decir, los pecadores. Sus ministros son semejantes a ellos, y se disfrazan de ministros de justicia, como él de ángel de luz; sus habitantes guardan proporción con el perverso gobernador por sus hechos parecidos.

Pero solamente habrá manifiesta separación entre estos dos pueblos y estas dos ciudades cuando la cosecha haya sido aventada. Mientras no se llegue a realizar esto, todo lo tolera la caridad de los que son trigo, no sea que al querer los granos liberarse de la paja demasiado pronto cometan la impiedad de separarse de otros que son granos, compañeros suyos.

El mal sacerdote no hace cómplice a su pueblo, porque Cristo es el único y verdadero intercesor

V. 10. Examinemos lo que los donatistas nos objetan en favor de su causa, cuando dice el Señor por Isaías, a propósito de los malos sacrificadores: El criminal que me ofrece en sacrificio un ternero, es como si matara un perro; si me ofrece flor de harina, es como si fuera sangre de cerdo, y si en mi honor quema incienso, es como si blasfemara 28. ¿No les cuadran estas palabras mejor a ellos, que han erigido el altar de su cisma enfrentándolo a la Iglesia de Dios, difundida por todo el mundo? Este hecho sacrílego los envuelve a todos, y el que ofrezca un sacrificio con un corazón o una conducta tal que merezca oír esta maldición, ése es quien se acarrea su propia perdición, no los buenos que, según el profeta Ezequiel, gimen y lamentan los pecados y las iniquidades que se cometen en medio de ellos, aunque no se separen corporalmente. A cada uno Dios le retribuye según la disposición de su corazón.

Si en los primeros tiempos no perjudicaron los malos sacerdotes a sus colegas buenos en el sacerdocio, como lo era Zacarías, ni tampoco a la gente de bien, como lo fue Natanael, en quien no había engaño, ¡cuánto más en la unidad cristiana un obispo malvado será inofensivo para sus compañeros buenos, lo mismo que para los laicos buenos! Quien realmente está intercediendo por nosotros es aquel Sacerdote eterno, según el orden de Melquisedec, y pontífice nuestro, sentado a la derecha del Padre, que fue entregado por nuestros delitos y resucitado para nuestra justificación 29.

Y no perjudica a los buenos, sino a los malos oferentes, lo que está dicho con toda verdad: Las ofrendas de los malvados no merecen la aprobación del Altísimo 30. No dijo: "Las ofrendas de quienes toleran a los malvados por la paz no merecen la aprobación del Altísimo". Además, ni siquiera han podido probar ellos lo que nos echaron en cara en los tiempos de la formación del cisma. De otro modo, la heredad de Cristo difundida por todo el orbe mantendría a éstos en la comunión católica, después de excluir a los culpables.

El sacrificio del impío sólo le perjudica a él

VI. 11. Continúa citando Parmeniano: Los sacrificios de los impíos son una abominación para el Señor, puesto que los ofrecen con torcida intención 31. Queda ya aclarado arriba que no es inicuo Cristo, que por nosotros se entregó y es nuestro mediador en el cielo. Bajo su gobierno en la Iglesia los malos no son perjuicio para los buenos; porque o los ignoran o los toleran por amor a la paz, hasta que Él venga y envíe por delante a los segadores, y retire la cizaña de la auténtica mies y separe con el bieldo la paja del trigo.

Los donatistas, sin embargo -no me cansaré de repetirlo-, nos han acusado de falsos crímenes. Pero aunque fueran verdaderos, en nada mancillarían la caridad de los buenos, que a todos admite en la unidad por la unidad misma, dado el caso que ellos incluso conozcan la maldad y no puedan probarla ante los jueces eclesiásticos.

Los sacrificios de los impíos les perjudican a los mismos que los ofrecen con impiedad. En efecto, el único y mismo sacrificio en honor de Dios, a quien allí se invoca y siempre es santo, se le convierte a cada uno según la disposición de su corazón en el momento de acercarse a recibirlo: Quien lo come y bebe indignamente, se come y bebe su propia condenación 32. No se refiere aquí el Apóstol "a otros", sino que dice "su propia condenación". Así, pues, quien dignamente lo come y bebe, para sí mismo come y bebe la gracia. Vean, pues, los donatistas si se acercan a comer el sacrificio dignamente, ellos que han sembrado la división de un detestable cisma entre tantos padres e hijos, maridos y esposas, entre tantos y tantos -lo que es peor- herederos de Dios y coherederos de Cristo, extendidos por todo el mundo... Bien podían, ciertamente, si ellos fueran de los buenos y pusieran en evidencia a los verdaderamente malvados, tolerar con fruto por la paz de Cristo lo que de hecho toleran para su mal por el partido de Donato.

Buenos y malos siempre han estado mezclados

VII. 12. Está escrito en el Éxodo -dice Parmeniano-: Los sacerdotes que se acercan al Señor Dios, que se santifiquen, no sea que el Señor los abandone 33; y también: Cuando se acercan los ministros al altar del Santo, no lleven delito consigo, no sea que mueran 34; y aquello del Levítico: El hombre manchado y con algún defecto que no se acerque a ofrecer dones a Dios.

Me alegro de que hayan aducido estos testimonios del Antiguo Testamento. Díganme ahora a qué santo o a quién de los sacerdotes o del pueblo le ha perjudicado en su salud espiritual un malvado o algún sacerdote manchado con impureza. Con Moisés y Aarón, allí también estaban los murmuradores sacrílegos, a quienes Dios amenazaba continuamente con hacerlos desaparecer de su vista. Donde estaba Caifás y otros de su misma calaña, allí estaba también Zacarías, allí Simeón y los demás varones justos. Donde Saúl, allí estaba David. Donde Jeremías, donde Isaías, donde Daniel, donde Ezequiel, allí estaban los malvados sacerdotes y el pueblo malo. Pero cada uno cargaba con su propio fardo.

¿Están sin defecto los sacerdotes donatistas?

13. Paso por alto la criminal jactancia con que afirma que ni en él personalmente, ni entre sus colegas existe mancha alguna o defecto, no digo ya corporal, sino, lo que es peor, en sus costumbres. Si empezáramos a poner cara a cara esto en claro, en seguida nos responderían que hay faltas y faltas, defectos y defectos, como si la Escritura hiciera distinciones al decir: El hombre manchado o con algún defecto que no se acerque a ofrecer dones a Dios 35. ¿Conque no tuvo mancha ni defecto alguno no digamos Optato, sino Parmeniano o el mismo Donato? Pero ¡qué ciegos e impuros de corazón son estos donatistas! El excesivo apego personal no les permite dudar de poner en igualdad al único y legítimo esposo de sus almas con los adúlteros, hasta pretender cumplido con perfección en Donato lo que sólo se puede decir del Señor Jesucristo. ¿Quién dará a mis ojos una fuente de lágrimas? 36 ¿Con qué golpes de pecho, o con qué gemido se podrá expresar el dolor de tal delito? Mientras tanto, abran los ojos a ver si al menos Optato tuvo alguna mancha o algún defecto. No creo que sean ciegos hasta el punto de responder que la vida de este individuo fue inmaculada y carente de todo defecto. ¿Por qué entonces se acercaba a Dios para hacerle ofrendas, y los demás, con las manos entrelazadas, recibían de él lo que había ofrecido un manchado y defectuoso? Fíjense en el resto de sus miembros, a ver si no hay alguna mancha de embriaguez, pero lean antes con quiénes pone el apóstol Pablo a los ebrios, a ver si no hay ninguna mancha de avaricia, que el mismo Apóstol detesta de tal manera que la equipara al culto de los ídolos.

El orgullo donatista les lleva a suplantar a Cristo sacerdote

14. Los hombres auténticamente sensatos saben que no hay persona que pueda vivir sin defecto alguno, aunque, según sus relaciones sociales, se puede decir sin exageración que su vida es a todas luces recta. La razón está en que la carne tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu contrarios a la carne 37; y también: El nacido de Dios no peca 38; y asimismo: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad está lejos de nosotros 39.

Es verdad que, en cuanto nacidos de Dios que somos, no pecamos; sin embargo, nos queda todavía inherente el que somos nacidos de Adán, porque aún no ha sido la muerte devorada en la victoria 40, lo que es también una promesa para la resurrección de los cuerpos, cuando en todos los aspectos seamos felices, inmaculados y sin corrupción quienes ya somos hijos de Dios según la fe, aunque según la visión aún no ha aparecido lo que seremos 41. Todavía no estamos salvados de hecho, sino que nuestra salvación es objeto de esperanza. Y una esperanza que se ve no es esperanza. ¿Pues cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos es esperar con paciencia 42. Ahora bien, mientras esperamos con paciencia la redención de nuestro cuerpo, no se nos ocurra decir que carecemos de todo defecto, no sea nuestra soberbia el peor de nuestros defectos.

Despertemos de una vez y démonos cuenta de que, cuando los sacerdotes de aquellos tiempos estaban limpios de faltas corporales, se estaba prefigurando a aquel que, siendo Dios, se hizo hombre por nosotros: el único verdadero cordero sin mancilla y sacerdote sin defecto. Por ello sólo también entonces entraba el sacerdote en el Sanctasanctórum, mientras el pueblo esperaba fuera, como ocurre ahora: este Sacerdote, después de la resurrección, entró en lo más íntimo de los cielos, para interceder a la derecha del Padre en favor nuestro; el pueblo, en cambio, cuyo sacerdote todavía sigue siendo él, está gimiendo fuera. Claro que, junto con el obispo, el pueblo está dentro y ora con él, y como rubricando sus palabras, responde: "Amén". Así que, durante todo aquel tiempo, al pedirle a los sacerdotes que en su cuerpo -puesto que en su espíritu era imposible- fueran limpios de toda mancha y de todo defecto, sólo Cristo era prefigurado, no estos hombres orgullosos y sin piedad, que, adúlteros en su alma, no tienen celo por su esposo, sino que ellos mismos se atreven a exaltarse ante sus fieles y ponerse en lugar del esposo.

¿Escucha Dios la oración de los pecadores?

VIII. 15. "En el Evangelio -dice Parmeniano- está escrito: Dios no escucha a los pecadores. Pero si alguno honra al Señor y cumple su voluntad, a ése lo escuchará" 43. También para este texto hay una respuesta adecuada. En efecto, si dos hombres están orando, y uno es pecador y el otro honra a Dios y cumple su voluntad, ciertamente escucha la oración de uno y desoye la del otro. ¿Qué les viene a decir esta cita, o cómo es posible que la tomen como a favor suyo, cuando los buenos, fiados de estas palabras, pueden estar seguros entre los malos? No hay necesidad de separación física. Con ello, lo que se consigue es una ruptura espiritual entre los hombres, incluso los buenos, perpetrando un cisma criminal. No hay inconveniente alguno en que permanezcan mezclados buenos y malos, puesto que será la oración de éstos la que quede sin ser escuchada por su falta de fe, mientras que la de los buenos será escuchada por su fidelidad. Dios, que escruta los corazones 44, no se equivoca, ni desecha o escucha a uno por otro.

¿Tal vez quieren dar a entender con esta frase que un obispo malvado no es escuchado cuando ruega por el pueblo? Pues, aunque fuera así, no por eso debe estar preocupado el pueblo que sea bueno y fiel. Les da seguridad aquel pasaje de la Escritura que dice: Hermanos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos un intercesor ante el Padre, Jesucristo, el justo: él es la víctima propiciatoria por nuestros pecados 45. ¡Con cuánta verdad y con qué religiosa humildad está dicho esto! ¡Que lo entiendan, si es que tienen oídos para entender!

Dice Juan: Os he escrito esto para que no pequéis. Si continuara diciendo: "Pero si alguno peca, tenéis un intercesor ante el Padre, Jesucristo el Justo: Él es la víctima propiciatoria por vuestros pecados", parecería como que a sí mismo se había separado de los pecadores, y que no tenía necesidad de víctima propiciatoria, lo que se hace por la mediación del que está sentado a la derecha del Padre y por su intercesión a favor nuestro. Decir esto no sólo sería jactancia de su parte, sino también una falsedad.

Si llegara incluso a decir Juan: "Os he escrito esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, me tenéis a mí como mediador ante el Padre: yo os alcanzo el perdón de vuestros pecados" ¿qué cristiano bueno y fiel lo soportaría, como Parmeniano, que en cierto lugar, hace al obispo mediador entre el pueblo y Dios? ¿Quién lo miraría ya como apóstol de Cristo, y no como el anticristo? Y sin embargo, estas cisternas agrietadas, sí soportan dentro su ennegrecido orgullo, mientras no son capaces de contener al Espíritu Santo y guardar la unidad de espíritu con el vínculo de la paz, para estar, en todas sus oraciones, seguros en el único mediador.

Cristo, el único mediador

16. Todos los cristianos se encomiendan mutuamente en sus oraciones. Aquél por quien nadie intercede, sino que es él quien lo hace por todos, éste es el único, el verdadero mediador, cuya figura se dibujaba en el sacerdote del Antiguo Testamento, y por eso no encontramos allí a nadie que ore por el sacerdote. En cambio, el apóstol Pablo, miembro eminente, es verdad, aunque subordinado a la cabeza, pero miembro al fin del cuerpo de Cristo, como era conocedor de que el sumo y auténtico sacerdote había entrado, no de una manera figurada, al otro lado del velo, en el santo de los santos, sino con verdad explícita y efectiva en el interior del cielo, no para lograrnos una santidad simbólica, sino eterna, este Pablo, digo, se encomienda él mismo a las oraciones de la Iglesia, en lugar de ofrecerse él como mediador entre el pueblo y Dios. Así oran unos por otros todos los miembros del cuerpo de Cristo puesto que se preocupan unos por otros todos los miembros, y si un miembro sufre, todos los demás miembros sufren a la vez, y si un miembro es ensalzado, todos los demás se alegran con él. Sube así la mutua oración de todos los miembros que están padeciendo en la tierra, hasta la cabeza, que se ha adelantado ya en el cielo, en la cual está la propiciación por nuestros pecados 46.

Si Pablo fuera mediador, también lo serían los demás compañeros de apostolado. Habría entonces muchos mediadores, y Pablo ya no podría decir con toda razón: Hay un solo Dios y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también 47. En él somos, nosotros también, una sola cosa, si mantenemos la unidad del espíritu con el vínculo de la paz, y no nos apartamos de los buenos por causa de los malos, sino al contrario, si soportamos a los malos por los buenos. No queremos lamentar de nuevo el que por una pretendida justificación de la ruptura irreflexiva y precipitada con unos hermanos cristianos desconocidos, nos veamos obligados a condenar a otros sin haberlos oído, lo que es un pecado todavía peor.

Dios escucha también a los pecadores si se dan algunas condiciones

17. ¿Y qué decir del caso del profeta Balaam, consignado también en las Escrituras? No era del pueblo de Israel, sino un extranjero, inducido por el enemigo a que maldijese al pueblo de Dios, y que el Señor lo cambió para bendecirlo. Sus palabras, todas de quien suplica bien, las podemos leer y oír. Su intención era muy otra, y, sin embargo, sus palabras son de súplica, son buenas y son escuchadas por el Señor en favor de su pueblo. Nada tiene, pues, de extraordinario que de igual forma sean escuchadas las palabras, buenas en sí, recitadas en las oraciones, aunque sean pronunciadas por obispos malos. Y esto no por la perversidad de los prepósitos, sino por la devoción de los fieles.

El texto evangélico Dios no oye a los pecadores, pero si uno honra al Señor y cumple su voluntad, a éste lo escucha 48, no está puesto en boca del Señor, sino de quien había sido sanado en los ojos del cuerpo, pero tenía los del corazón aún cerrados. De ahí que tomaba al Señor por un profeta todavía. En efecto, en cuanto lo conoció después, postrado, lo adoró como al Hijo de Dios.

El mismo Señor, en el episodio del publicano y el fariseo, estando los dos orando en el mismo templo, al pecador que reconocía sus pecados, lo declara justificado, no así al fariseo que se gloriaba de sus méritos. A este fariseo se parecen los donatistas. Pues bien, aunque después de justificado dejase de ser pecador, sin embargo, para ser justificado, oraba siéndolo todavía; confesaba sus pecados, y al ser escuchado, fue justificado, dejando de ser pecador. Nunca hubiera dejado de ser pecador si antes, cuando todavía lo era, no hubiese sido escuchado.

En consecuencia, la Verdad no testifica que todo pecador sea escuchado por Dios, pero sí que algunos pecadores son escuchados.

El salmo 49 condena a los donatistas

IX. 18. Citan contra nosotros también aquel pasaje de los salmos: Dios le dice al pecador: ¿A qué viene recitar mis mandatos y tener en tus labios mi alianza? Tú detestas mis disposiciones y arrojaste a tus espaldas mis palabras. En cuanto veías a un ladrón echabas a correr con él, y con los adúlteros tomabas parte. Te sentabas y difamabas a tu hermano, y del hijo de tu madre te burlabas poniéndole tropiezos 49.

Pero ¿cuándo van a abrir de una vez los oídos interiores y dejar de no entender ni lo que tratan ni lo que aseguran? 50 Se fijan en lo que se le dice al pecador: ¿A qué viene recitar mis mandatos y tener en tus labios mi alianza? 51, y no se dan cuenta de que esto está dicho para que caiga en la cuenta quien pronuncia las palabras de Dios con los labios, que en nada le aprovechan si lo que dice él no lo cumple, pero aprovecha a quienes las oyen -incluso por boca de los malos- y las ponen en práctica. Lo que el Señor ordena, él mismo lo enseña en el evangelio de San Mateo, a propósito de los fariseos: Están sentados en la cátedra de Moisés. Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen 52.

Fácil es probar su descarrío; muy difícil hacérselo confesar

19. Ojalá quisieran mirarse, como en un espejo, en estas palabras del salmo, que nos recuerdan, y verse allí "arrojando la palabra de Dios a la espalda", ellos que sermonean la paz ante el pueblo, pero no aman la paz; y se vieran "detestando las leyes", ellos que se atreven a condenar, sin oírla, la humanidad entera, y que al tener que sufrir las incomodidades temporales con las que castiga la divina misericordia, según su merecido, mejor dicho, muy por debajo de lo que merece la osadía de su frenesí, no por eso lo reconocen como castigo de sus pecados, sino que lo airean como corona de sus méritos.

No voy a decir que "se han ido corriendo con algún ladrón", porque peor que un ladrón es un bandido, y bandido le llamaban a voces por todas partes a Optato. ¿Pero acaso no es "poner su granito de arena con los adúlteros" permitir que cuadrillas embriagadas de sus monjas, mezcladas día y noche con las bandas de los circunceliones borrachos, anden vagando vergonzosamente de un sitio a otro? ¿No es "sentarse para calumniar a sus hermanos" el que por unos cuantos, cuyos pecados no pudieron probar, pretender que ya no hay cristianos en la herencia de Cristo, difundida por todo el orbe? ¿Y no es "poner un pernicioso tropiezo contra el hijo de su madre", es decir, contra el recién nacido en la fe, que hay que alimentar con la leche de los sacramentos, y que en su debilidad, ignorante de cómo seguir a su padre Dios, sigue a un hombre, y que seducido por las apariencias de una verdad, falseada y entenebrecida, se le desgaje del tronco de la unidad causándole una herida cruel?

Pero supongamos que quienes no obran mal en la secta de Donato desaprueban las faltas cometidas por los demás, y están en la buena fe de que no les perjudican los crímenes ajenos cometidos en medio de ellos, y de los que se lamentan y gimen: ¿Por qué razón toleran, para condenación suya, cómplices de un cisma sacrílego, lo que hubieran podido tolerar en su provecho viviendo en la unidad conservada sin fisuras?

Si, tocados por los hechos mismos, hubieran abierto por fin los ojos, podrían decir que los males individuales no perjudican a quienes ni los cometen ni los aprueban. Pero el hecho es que el sacrílego cisma no es un mal individual, sino que están implicados en él todos los que no conservan la comunión con la unidad católica. Probarles esto sería facilísimo, aunque dificilísimo hacérselo confesar. En efecto, por la misma razón que, al participar de su comunión, los delitos de unos no hacen responsables a los otros, por esa misma razón el delito del cisma es de todos, puesto que al decir ellos que no se contaminan mutuamente los unos por los delitos de los otros, están confesando la absoluta falta de causa para separarse de la unidad: si los crímenes ajenos no los pueden contaminar, con toda evidencia están implicados mutuamente por el crimen del cisma, como con una misma atadura mortífera.

También entre los donatistas hay pecadores

X. 20. "Pero Jeremías profetizó" ... ¿Qué profetizó Jeremías? "Que no poseen -sigue Parmeniano- el verdadero bautismo quienes abandonan a Dios". Dice, en efecto: El cielo se pasmó de esto, y experimentó un grandísimo espanto, oráculo del Señor, porque doble mal ha hecho este pueblo: a mí me abandonaron, fuente de vida, y se cavaron unos pilones agrietados que no pueden almacenar agua 53. Y también: Te has hecho para mí, dice, como agua falsa de espejismo, en la cual no se puede confiar 54. Y aquello otro de la Escritura: Al que se hace bautizar por un muerto, ¿qué le aprovecha ese baño? 55 Y en otro lugar: Las moscas medio muertas estropean el perfume suave 56. Y en otro: Porque el santo espíritu que nos educa huye del hipócrita y se aparta de los pensamientos huecos 57.

Si hay que entender todas estas citas tal como ellos las interpretan, no es posible poner la verdad ni de su parte, ni de la nuestra. Pero si demuestro que han de interpretarse de otro modo, ellos mismos se sienten turbados por su propia maldad, y para no verse en tal situación, se acogen a la interpretación católica. Así, en la misma puerta de salida para su respuesta quedan atrapados por la red de un culpable cisma.

En efecto, ellos, sin lugar a dudas, tienen -no voy a afirmar: "así son ellos"; me limitaré simplemente a decir lo que confiesan, o con evidente desvarío se empeñan en negar- tienen, repito, ellos también quienes "abandonan a Dios, fuente de agua viva", que es lo mismo que decir que tienen gentes de mal vivir. Porque la separación de Dios no se realiza con pasos, sino con el corazón. También hay entre ellos "gentes falsas, en quienes no se puede confiar": gentes que profesan unas ideas, pero viven las contrarias. Tienen, claro que sí, "quienes están muertos". Porque si a personas más delicadas y débiles el Apóstol les permite la molicie, cuando dice a propósito de la viuda: La que pasa la vida en la molicie, aunque en vida, está muerta 58, miren ellos a ver si entre los suyos no hay hombres, y lo que es peor, prelados y ministros que "vivan en la molicie"; y si tienen la osadía, proclamen que no tienen "muertos", y que son mejores que la Iglesia aquella, cuyo ángel representa al prelado o a las almas, y se le comunica que no está vivo, sino muerto, y, no obstante, es contada entre las siete Iglesias. Es más, se le dan nuevos preceptos para su vida, pero no como si estuviese separada del conjunto del cuerpo de Cristo, sino como a una Iglesia que persevera en la unidad.

No quiero hacer mención de las acusaciones contra los maximianistas en su concilio: "Siguiendo de cerca el ejemplo de los egipcios, las orillas del mar están llenas de los cadáveres de sus víctimas". Uno de estos "muertos" está ahora dentro, y es Feliciano, que sigue bautizando a pesar de estar muerto. Al menos, si es que ya ha vuelto a la vida, tiene con él a quienes bautizó estando muerto en el cisma.

Tienen, sin lugar a duda, pecadores entre ellos. Si preguntamos a cualquiera de los que se tienen por más notables entre ellos, no niegan personalmente ser pecadores. Efectivamente no dejan de golpearse el pecho, a no ser que cuando lo hagan estén simulando -y en ese caso están pecando de forma lastimosa, engañando a sus fieles con falsa humildad- o bien dejen de decir en la oración dominical: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores 59. Y claro está, esta petición no se hace respecto a lo ya perdonado en la regeneración bautismal, sino precisamente de los pecados que la humana flaqueza contrae a diario en medio del amargo oleaje del mundo. Para curarlos se nos ofrecen varios medicamentos: limosnas, ayunos y oraciones, de forma que en la oración se exprese lo mismo que se realiza en la limosna. El hecho de perdonar un pecado que alguien ha cometido contra ti para que también a ti te perdone Dios, es ya una gran obra de misericordia. Pero si esto lo realizan con fingimiento, sin decir la verdad, creyendo que ellos nada tienen que Dios les pueda perdonar, he ahí entonces un inexplicable sacrilegio, he ahí una soberbia refinada e impía. Y esto ¿no es ciertamente un pecado espantoso?

Vengamos ahora a aquello de "las moscas medio muertas". ¿Qué voy a decir, cuando podemos demostrarles que en medio de ellos se encuentra una multitud no ya de moribundos, sino de auténticos muertos, sea que lo confiesen o haya que probárselo? Y en cuanto a "los hipócritas a quienes rechaza el santo espíritu que nos educa, juntamente con los que viven sin reflexionar una vida perdida", que miren a ver cuántos tendrán entre ellos, ya lo hemos dicho más arriba. Porque, no lo dudemos, también los malvados, sean quienes sean, que entre ellos están ocultos -el hecho es innegable: con frecuencia algunos son delatados, convictos y condenados no sólo por hechos recientes, sino también por un inveterado hábito delictivo, oculto durante mucho tiempo con astutísima hipocresía-; todos éstos son los mayores hipócritas, unos tramposos que se hacen pasar por buenos.

La argumentación donatista es a favor de la unidad católica

21. Supongamos que hay que interpretar el pasaje bíblico en cuestión tal como ellos lo interpretan: a ver entonces, que me expliquen: ¿por qué aquellos correligionarios suyos que por su mala vida "abandonan a Dios" -sean públicos o estén ocultos, es lo mismo-por qué no se convierten en "cisternas agrietadas que no pueden retener el agua", si es que hay que entender en este pasaje el sacramento del bautismo? ¿Por qué, en cambio, los mentirosos y pérfidos entre ellos no se cree que contienen o que administran un "agua falsa", sino auténtica? ¿Por qué a los "bautizados por alguno de sus muertos les aprovecha algo este su baño?" ¿Por qué sus pecadores ungen con óleo las cabezas ajenas? ¿Por qué razón "sus moscas medio muertas", o muertas del todo han merecido no "echar a perder el perfume suave?" ¿En virtud de qué privilegio sus propios hipócritas, a saber, los que so capa de santidad esconden una realidad de lobo, reciben protección, hasta el punto de que "el Espíritu Santo que educa no los detesta?" O, si es verdad que el Espíritu Santo los rechaza, ¿cómo es que a través de ellos llega a los recién bautizados?

No vale aducir aquí aquello que suelen ellos decir con una ignorancia y una desvergüenza superlativas: "Se le puede administrar el bautismo a cualquiera por manos de un malvado, siempre que sea oculta la malicia del que bautiza". Porque el hipócrita tanto más lo es cuanto más se esconde. Por tanto, dado que el Espíritu Santo se retira del hipócrita, ¿qué esperanza le quedará al bautizado si hemos de considerar el mérito del ministro como condición para recibir la gracia de Dios? Y aquí es donde los donatistas no saben qué responder, puesto que se niegan a reconocer entre ellos a pecadores públicos. Y he aquí que en este punto quedan públicamente convictos. Pero ¿qué más da? Nos basta para el punto central de la causa su imposibilidad de negar que tengan cristianos falsamente buenos, es decir, malos cristianos escondidos. Quedan convictos en los muchos casos que se dan entre ellos de vivir una vida llena de vicios y crímenes, logrando pasar inadvertidos precisamente por obra de su hipocresía. Pero que al fin un día fueron delatados y expulsados. Y si no admiten nuestra opinión de que todavía hoy tienen individuos de esta clase, al menos los que fueron expulsados permanecieron dentro un largo período ocultos bajo la famosa hipocresía, rechazándolos el Espíritu Santo, de quien está escrito: El Espíritu Santo, que nos educa, huye del hipócrita 60. Pues bien, ¿cómo estos individuos han podido bautizar? ¿Por qué no se hace un recuento, al menos de los que están con vida, para que reciban el bautismo, puesto que evidentemente fue inválido recibirlo de manos de hipócritas, a quienes el Espíritu Santo había abandonado?

Su respuesta quizá sea ésta: "El Espíritu que justifica les faltaba, es cierto, a los que fingían ser santos, pero estaba presente en los que lo recibían con fe para ser purificados, en virtud de una inefable eficacia de su poder, que puede realizar ambas cosas sin dificultad: abandonar a unos y asistir a otros, hacer culpables a éstos y purificar a aquéllos". ¿Es ésta la solución del problema a su favor? Pues sepan que lo han resuelto a favor nuestro.

Cómo deben interpretarse los textos aducidos por Parmeniano

22. El verdadero sentido de este pasaje de la Sagrada Escritura, que ellos evidentemente no llegan a entender, y que nos lo presentan enarbolándolo en favor de su partido, para su propia confusión, es el mismo que debe entenderse, ya lo advierto, en la mayoría de las cuestiones de esta clase, es decir: que todos los sacramentos, lo mismo que perjudican a quienes los administran indignamente, así también aprovechan a quienes los reciben dignamente por su medio. Sucede exactamente igual que con la Palabra de Dios. De ahí que se dijese: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen 61.

A mí, en efecto, por la frase aquella de "cavar cisternas agrietadas que no pueden almacenar agua", ¿qué me puede impedir el entenderlo en el sentido de darse a los placeres terrenos, e incapacitarse para tener el Espíritu Santo, designado en el Evangelio por el agua, como sabe cualquier cristiano? Igualmente el agua falsa, de la que uno no puede fiarse, puede significar no un bautismo falso, sino un pueblo mentiroso e infiel, sin contar entre ellos a los sinceros y creyentes, sino solamente los que son falsos y sin fe. Pueden leer en el Apocalipsis cómo a veces bajo el nombre de las aguas se sobreentienden pueblos, y dejen de lanzar acusaciones más bien contra sí mismos y mayores que contra nosotros. En este sentido se le dice a Juan: Las aguas que acabas de ver, sobre las que está sentada la prostituta aquella, son pueblos y multitudes, naciones y lenguas 62.

En cuanto a la otra cita: Al que se hace bautizar por un muerto, ¿qué le aprovecha ese baño? 63, hasta que haga una investigación más profunda de tales palabras, me acojo a la interpretación más segura, que es la alusión a las purificaciones paganas, puesto que dan culto a hombres ya muertos, sea con vistas tanto a su justificación como al provecho de la presente vida, y bautizan en su nombre. Los mismos sacerdotes, cuando están faltos de piedad, pueden ser tenidas por muertos. Pero no es a ellos a quienes se refiere este texto, sino a los dioses paganos. Y por esta alusión a ellos se dice: Nuestro Dios es un Dios vivo 64. De ahí que los cristianos puedan tener algunos prelados o ministros que están muertos a causa de su maldad o impiedad. Pero está vivo aquel de quien se dijo en el Evangelio: Este es quien bautiza 65, porque -como dice el Apóstol- Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más, la muerte no tiene dominio sobre él 66.

Con referencia al "óleo del pecador", el mismo salmo nos indica cómo debemos entenderlo. Dice así: Que el justo me castigue con misericordia y me reprenda; pero el ungüento del pecador no perfumará mi cabeza 67. Bien a las claras está que el óleo del pecador significa los halagos de la adulación. Los detesta, los repudia, y elige ser castigado y corregido por el justo, porque el justo obra no con la falsa blandura de la adulación sino con la sincera aspereza de la reprensión, y su actuación es mucho más misericordiosa. De este mismo sentir es aquello del Apocalipsis: Yo, a quien amo, lo reprendo y lo castigo 68; y aquella sentencia de Salomón: Preferibles son las heridas causadas por el amigo, antes que los besos espontáneos del enemigo 69. Y otros muchos textos se encuentran parecidos.

El "ungüento de suavidad", es decir, el agradable perfume que desprende la buena fama de los cristianos, "lo echan a perder" todos aquellos que con la intención de permanecer en su mala vida, y de volver al estado de muerte de sus anteriores injusticias, se precipitan en masa a la ruina: por el bautismo pretenden que les sean perdonados sus pecados, para volver otra vez a cometerlos. Su gran número creo que es la razón por la que se los compara a las moscas. Y les echan a perder ese "ungüento perfumado" a todos aquellos que ponen su punto de mira no en la gracia de Dios, sino en el humano proceder. Sucede entonces lo mismo que con el grano en medio de la paja: no se lo ve; y así, los cristianos que llevan una vida religiosa no se distinguen fácilmente entre las turbas de mal vivir. Por eso esta gente tropieza en su punto de vista carnal, y o bien se retrasan en recibir la salvación eterna, o bien se retiran del todo. Es el Apóstol quien nos enseña que este agradable perfume es la buena fama de los cristianos que viven rectamente: En todo lugar -dice- somos el buen olor de Cristo 70. Todo lo contrario de ellos, a quienes se dice: El nombre de Dios está siendo blasfemado entre los gentiles por causa vuestra 71. Sí, ellos echan a perder el "ungüento perfumado".

Es así como estos textos tienen una interpretación muy distinta y más verdadera, hasta el punto de que, si ellos se deciden a seguirla, quedarán libres de los insolubles problemas que ellos les causan. Su interpretación, en cambio, si nosotros no la apoyamos, les confunde a ellos solos, pero, si nosotros la apoyamos, nos confunde tanto a ellos como a nosotros.

Cristo es quien bautiza por manos de cualquier hombre

XI. 23. ¿Para qué seguir discutiendo? Sólo faltaría dejarnos convencer por el intento de Parmeniano de probar que los hombres carnales nunca podrán engendrar hijos espirituales, y aduce como argumento la frase evangélica: Lo nacido de la carne, carne es, y lo nacido del espíritu, es espíritu 72. ¡Como si nosotros dijéramos que alguien puede engendrar por sí mismo hijos espirituales, y no por el Evangelio! Es en su predicación donde, por obra del Espíritu Santo, se engendran hijos espirituales nacidos en el bautismo. Y esto incluso cuando el mismo Espíritu haya abandonado a un ministro hipócrita, como hemos aprendido más arriba. Por eso, cuando el Apóstol se dirigía a esta clase de hijos, si dijera solamente: Yo os he engendrado, y no añadiese: por el Evangelio 73, ninguno de los convertidos se confesaría en modo alguno hijo suyo si fuese religiosamente sincero. Incluso un ladrón como Judas llegó a predicar el Evangelio sin detrimento de los que creían. Pues bien, también los hipócritas de entre los donatistas, o sea, los malos a escondidas -cuya existencia ellos mismos nos conceden- aun cuando el Espíritu los ha abandonado, engendran, no obstante, por su ministerio, hijos espirituales, según ellos afirman. En efecto, ¿quién puede estar tan loco que, tildando de carnal al que engendra hijos de su propia esposa, llame espiritual al adúltero? "Lejos de mí -respondería- pensar de esta manera". ¿Cómo, entonces, un adúltero en secreto, que haya sido prelado de los suyos, ha podido engendrar hijos espirituales, si esto no es posible a los hombres carnales? ¿Será tal vez que por su mano Cristo, el Espíritu Santo o quizá un ángel es quien ha bautizado? Porque si es el hombre quien bautiza cuando el ministro del bautismo es públicamente bueno, pero cuando es malvado en secreto entonces es Dios o un ángel quien bautiza, en otras palabras, si cada uno es hijo espiritual de la misma clase que el que lo bautiza, es preferible que los candidatos al bautismo escojan para ser bautizados no a hombres públicamente buenos, sino a los secretamente malos, porque así, al ser bautizados por Dios o por un ángel, tendrían la oportunidad de renacer con mucha más santidad.

¿Tienen los donatistas intención de no caer en tamaño absurdo? Entonces confiesen que, cuando un hombre recibe el bautismo de Cristo por manos de cualquier ministro, es Cristo quien bautiza, el único de quien se ha dicho: Este es el que bautiza en el Espíritu Santo 74.

El Espíritu Santo es quien actúa por medio de los ministros

24. Examinemos el texto evangélico: Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Dicho esto exhaló su aliento y les dijo: recibid el Espíritu Santo. A quien perdonéis sus pecados le quedan perdonados, y a quien se los retengáis, le quedan retenidos 75. Tales palabras estarían en contra de lo expuesto, y nos veríamos obligados a admitir que estas acciones son obra meramente humana, no algo realizado por medio del hombre, si, después de haber dicho: así os envío yo, inmediatamente hubiese añadido: A quien perdonéis sus pecados, le quedan perdonados, y a quien se los retengáis, le quedan retenidos. Pero como en medio de las dos afirmaciones está la frase: Dicho esto exhaló su aliento y les dijo: recibid el Espíritu Santo, y a continuación se afirma que tendrá lugar por su medio la remisión o la retención de los pecados, está suficientemente claro que no son los apóstoles quienes realizan esta acción, sino el Espíritu Santo por medio de ellos.

Lo mismo se dice en otro lugar: No sois vosotros quienes habláis, es el Espíritu Santo quien habla en vosotros 76. Pero la presencia del Espíritu Santo en un prelado o ministro de la Iglesia es de tal manera que, si no es un hipócrita, obra por su medio el don de la vida eterna y la regeneración o la edificación de aquellos que son consagrados o evangelizados; si, en cambio, se tratara de un hombre falso, ciertamente estará ausente de su propia salvación y se retirará de sus pensamientos irreflexivos, puesto que está escrito: El Espíritu Santo que educa abandonará al hipócrita 77; sin embargo, no se retirará de su ministerio, por medio del cual realiza la salvación de los demás. Esto mismo viene a confirmar el Apóstol: Si hago esto por mi voluntad, tendré premio; pero si me han confiado un encargo, en contra de mi voluntad... 78, es decir, "les aprovecha a quienes yo se lo confiero, no a mí que estoy fingiendo". El que obra en contra de su voluntad por los intereses y las alegrías de la carne, de forma que si las pudiera conseguir por otro camino abandonaría esa obra, ése es el hipócrita. Por eso no dice: "si obro contra mi voluntad, nada aprovecho a quienes lo hago", sino que únicamente se excluye a sí mismo del don de la salvación, no a aquellos a quienes incluso un siervo malvado puede repartir el alimento del Señor. Pero el Apóstol no era de éstos, sino más bien de quienes trabajan de buena gana, que equivale a decir que dispensaba gratuitamente la gracia con una actitud religiosa y un corazón sin apegos. Y así el Espíritu Santo le concedió también el premio por medio suyo, un premio que, como él mismo dice, le dará el Señor, juez justo, en aquel día 79.

En cuanto a aquellos que propagaban el Evangelio con un corazón puro, es decir, todos aquellos que predicaban no otra cosa ciertamente que la verdad, que es Cristo, pero que no lo hacían con sinceridad de corazón, sino con miras a su propio provecho, a éstos los deja que lo anuncien, y se alegra no precisamente por ellos, sino por los que se salvaban por su medio, al poner en práctica el precepto de Cristo: Cumplid lo que os dicen, pero lo que ellos hacen no lo hagáis. Porque dicen y no hacen 80. De este mismo modo habla el Apóstol a los filipenses: Es verdad -dice- que algunos predican a Cristo por envidia y por llevarme la contraria; otros, en cambio, lo hacen con buena intención; algunos, por amor, sabiendo que se me ha encargado defender el Evangelio; otros, por contra, anuncian a Cristo por rivalidad, no limpiamente 81, creyendo que me ocasionarán disgusto en medio de mis cadenas. ¡Qué más da! De cualquier modo, sea por intereses o con sinceridad, Cristo es anunciado. Y yo me alegro y me alegraré de ello. ¿Acaso el Apóstol les iba a permitir predicar a Cristo, aunque predicasen la verdad evangélica sin una auténtica pureza de intención? ¿Acaso se iba a alegrar por la predicación de estos individuos, si no supiera que les era beneficioso para su salvación a aquellos que por su medio escuchaban lo que es bueno y verdadero, al tiempo que constituía la perdición de quienes anunciaban una realidad santa con doblez de corazón?

Cuando no es a Cristo, la verdad misma, a quien se predica, sino que se anuncia la falsedad y la mentira, con toda evidencia se opone el Apóstol hablando a los gálatas: Si alguien se atreviera a anunciaros un Evangelio distinto del que habéis recibido, sea maldito 82. Y asimismo a Timoteo: Te pedí, al irme para Macedonia, que permanecieras en Éfeso, para impedirles a algunos que enseñaran doctrinas extrañas 83. En cambio, referente a los envidiosos, litigantes, contumaces, con segundas intenciones, a los aprovechados, al acecho de la ocasión para satisfacer sus malos deseos, el Espíritu Santo rechazaba su hipocresía, pero sin ausentarse de su ministerio, en virtud del cual Cristo era predicado. A éstos no sólo les permite hacerlo, sino que se alegra de que lo hagan.

Nunca existirá causa que justifique el cisma

25. He citado estos textos de la Sagrada Escritura para demostrar que difícilmente se encontrará un pecado más grave que el sacrilegio del cisma. No existe urgencia alguna que pueda justificar la ruptura de la unidad. No hay peligro de que los malos cristianos perjudiquen espiritualmente a los buenos, quienes precisamente los soportan para no separarse espiritualmente de ellos. Y esto porque el celo por salvaguardar la paz sabe suavizar o retrasar el rigor de la disciplina. Sólo razones de seguridad aconsejan mantenerla, cuando esté fuera de duda que el tribunal eclesiástico puede castigar una falta con vistas a una saludable corrección sin provocar el trauma de un cisma.

Pero yo prefiero decir: el Señor lo es de aquellos que le temen, aunque se hallen mezclados en medio de multitudes que no le temen. Y esta otra sentencia del Apóstol: El Señor conoce a los suyos, y apártese de la maldad todo el que invoca el nombre del Señor 84. Si el bien de la paz, a fin de no arrancar el trigo juntamente con la cizaña que se pretende recoger antes de tiempo, necesariamente obliga a todos a vivir mezclados con los malos, apártese cada uno de la maldad y podrá invocar con tranquilidad el nombre del Señor. Obrando así, al mismo tiempo que se está apartando de los malvados, sale de en medio de ellos y se aleja por el momento de corazón. Esto le hará merecedor de separarse incluso corporalmente al fin de los tiempos.

¿Cuándo pierde su belleza la alabanza divina?

XII. 26. Hay otro texto más de la Escritura: No es hermosa la alabanza en boca del pecador 85. Por supuesto que en boca de los fieles sí es hermosa. Cada uno tiene su propia boca, lo mismo que cada uno arrastra su propio fardo, y nadie, si en su corazón no consiente, puede ser herido por boca ajena. Ahora bien, como la predicación de Dios procede de la boca de un pecador, debemos preguntarnos a qué clase de pecador se refiere la Escritura en este texto. Porque el que mereció la justificación con preferencia al fariseo era ciertamente pecador. Si sus pecados no fueran ciertos, su confesión sería hipócrita; y, al contrario, si aquella su confesión, que incluso le mereció ser justificado, fue sincera, sin lugar a duda sus pecados eran ciertos. Lo mismo podría decir con toda verdad de la oración del santo Daniel, que, por supuesto sinceramente, dice: Cuando me encontraba yo orando y confesando mis pecados y los de mi pueblo 86.

¿Cuál es, entonces, el pecador en cuya boca la alabanza pierde su hermosura, sino el falso y el hipócrita, a quien rechaza el Espíritu Santo que nos educa? Cuando el hipócrita dice la verdad, en su boca pierde la hermosura, porque no somos capaces de referir esa verdad a aquel con quien el hipócrita no tiene parte. Así fue como la profecía perdió su belleza en boca de Caifás, el sumo pontífice que no supo lo que dijo, pero que por ser el pontífice profetizó. Sin embargo, la alabanza divina por sí misma es bella en los oídos de los que escuchan y en el corazón de los que creen.

Nueva interpretación caprichosa de la Escritura, que,
no obstante, se vuelve contra Parmeniano

XIII. 27. Parmeniano, apoyándose en una cita de San Pablo, mal interpretada, llega incluso a lanzar una especie de insulto contra quienes, según él, no poseen el bautismo, y, por tanto, no son capaces de administrarlo. ¿Qué tienes -ésta es la cita- que no hayas recibido? 87 No voy a entrar en la razón y finalidad de este texto del Apóstol, que está bien claro por el contexto de su misma carta. Pero supongamos con Parmeniano que se refiere al bautismo. Si no lo puede dar aquel que no lo tiene, tampoco lo tiene quien no lo ha recibido, para que de algún modo le respalde el texto de la Escritura: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y ahora pregunto yo: ¿Lo tiene o no lo tiene aquel que ha recibido entre los donatistas el bautismo? Si contesta que sí, yo sigo preguntando: ¿Pierde el bautismo el que se separa de ellos? Si contestan que sí lo pierde, entonces hay que bautizarlo de nuevo en caso de que vuelva a fin de restituirle lo que había perdido. Pero si esto no sucede, y nadie afirma que hay que rebautizarlo, luego no había perdido el bautismo. De modo que si, una vez recibido, no ha sido privado de él, es que lo conserva, y, por lo tanto, no se le puede aplicar a éste el texto en el sentido que ellos lo entienden: ¿Qué tienes, si no lo has recibido? 88

Vayamos ahora a los orígenes mismos del cisma. Piensen ellos lo que quieran de Ceciliano -nosotros lo creemos inocente-, lo cierto es que había sido bautizado en el seno de la unidad, cuando todavía no había surgido esta división. Supongamos, como ellos pretenden, que fue él quien se apartó de la unidad. Por supuesto que no perdió lo que había recibido, ya que si hubiese vuelto no habría necesidad de volverlo a bautizar para recuperar lo perdido. Por ello, si no carecía de lo que antes había recibido, es que sin duda lo poseía. Así que tampoco a él se le podía aplicar la cita torcidamente interpretada por estos donatistas: ¿Cómo tienes lo que no has recibido? 89 Mucho menos se le puede aplicar este texto a quien ha recibido el bautismo del Señor por manos de Ceciliano.

¿Por qué razón alguien fuera de vuestro grupo no ha podido recibir lo que no tenía de manos de uno que no lo perdió cuando se fue de vosotros? Qué osadía la vuestra, llegar a decirle al mundo entero: ¿Cómo es que tienes lo que no has recibido? 90 Por eso hasta el África ha llegado el sacramento del bautismo por la sucesión de aquel que jamás pudo perder, por delito de traditor alguno, la evidentísima promesa de Dios a Abraham, cuando le dice: En tu descendencia serán benditas todas las naciones 91. Y esto aunque los donatistas fuesen no ya calumniadores de sus hermanos, sino verdaderos jueces de sus pecados.

Los sacramentos y su eficacia permanecen siempre en la persona

28. Algunos de ellos, convictos por la verdad, han comenzado a decir: "Al apartarse de la Iglesia no se pierde el bautismo, pero sí el derecho de administrarlo". Afirmación evidentemente infundada y sin contenido de cualquier modo que se la examine. En primer lugar no se ve razón ninguna por la cual un individuo que no puede perder el bautismo pueda perder el derecho a transmitirlo. Ambas cosas son sacramento, y una y otra se le confieren al hombre en virtud de una consagración: la una al recibir el bautismo y la otra al recibir el orden sacramental. De ahí que en la Iglesia católica está prohibida la repetición de ambas cosas. Se ha dado, de hecho, el caso de que algunos, incluso obispos, han pasado del partido donatista a nosotros y, una vez corregido el error del cisma, han sido recibidos por el bien de la paz. Pues bien, aun cuando haya parecido necesario que continúen desempeñando el mismo cargo que desempeñaban anteriormente, no han sido nuevamente ordenados; el orden sagrado, exactamente igual que el bautismo, permanecen íntegros en ellos. El defecto había residido en la ruptura causada, y quedaba subsanado por la vuelta a la paz de la unidad; no residía en los sacramentos, que en cualquier circunstancia son los que son. Y si la Iglesia juzga oportuno que los obispos donatistas reintegrados a la unidad católica no continúen desempeñando los cargos honorables de antes, no por eso quedan privados del sacramento de su ordenación: permanece íntegramente en ellos. Esa es también la razón de que la imposición de manos a un reintegrado a la unidad católica no se haga en público, para no hacer injuria no al hombre, sino al sacramento mismo. Y si alguna vez sucede hacerlo por ignorancia, y lo hecho no se defiende apasionadamente, sino que al caer en la cuenta se corrige con humildad, fácilmente se consigue el perdón.

No es nuestro Dios un Dios de discordia, sino de paz 92, y no se hacen enemigos suyos los sacramentos de su Iglesia en aquellos que la abandonan, sino sólo las propias personas de los desertores. Y lo mismo que por el bautismo conservan la realidad que puede transmitirse por medio de ellos así en la ordenación reside el derecho de transmitirla. Claro que tanto lo uno como lo otro son para su perdición mientras carezcan del amor a la unidad. Una cosa es no tener, otra tener para su propia ruina, y otra muy distinta tener con provecho propio. Cuando no se tiene el sacramento, debe conferírsele, si ello se juzga necesario. Mas cuando se tiene para la propia ruina, hay que procurar eliminar el obstáculo corrigiéndolo, de forma que se llegue a poseer para bien propio.

Cuándo un laico puede bautizar. El carácter bautismal es indeleble

29. Incluso en el caso de que un laico, movido por una extrema necesidad, administrase el bautismo que él mismo, al recibirlo, aprendió a transmitir, no sé quién se atreverá a sostener, si es hombre piadoso, que debe repetirse ese bautismo. Si esto se realiza cuando no urge ninguna necesidad, hay usurpación de una función ajena; pero si existe una necesidad urgente, no hay delito alguno, o a lo sumo es leve. Pero en el supuesto de que uno cualquiera, sin urgir necesidad alguna, usurpase esta función y administrase el bautismo a alguien, lo conferido no se puede afirmar que no lo ha sido, a pesar de que podamos decir con razón que lo ha sido ilícitamente. Esta culpable usurpación, pues, tiene su enmienda en el corazón de quien lo reconoce y se arrepiente. Pero, si la enmienda no tiene lugar, entonces el bautismo conferido permanece para castigo de quien culpablemente lo confirió o de quien culpablemente lo recibió; pero no se tendrá como nulo.

Un soldado que sea responsable jamás violará la enseña real encontrada en manos privadas que la hayan usurpado. Y si, por ejemplo, fueran sorprendidos ciertos individuos acuñando oro plata o bronce clandestinamente, fuera de ley y al margen de la casa oficial de la moneda, ellos serían castigados o indultados, pero las monedas con el cuño real reconocido ¿no entrarían a formar parte del tesoro real? O si un desertor, o alguien que jamás haya sido alistado en el ejército, grabase en un particular la marca de soldado, si acaso llega éste a ser descubierto, ¿no se le castiga como desertor, y con tanta mayor gravedad cuanto que podrá probar que jamás él había servido en el ejército? ¿Y no recibe castigo también con él, si lo delata, el que tuvo el atrevimiento de marcarlo? Supongamos que este civil tuviese miedo de llevar la marca de la milicia en su cuerpo y recurriese a la clemencia del general, quien después de suplicarle le concediese el perdón. Pues bien, si a partir de entonces este mismo hombre comenzase a servir en el ejército, después de estar absuelto y enmendado, ¿acaso se le vuelve a repetir la señal? ¿No se la reconoce, más bien, y se la da por válida?

¿Acaso los sacramentos cristianos se graban menos fuertemente que esta señal corporal? Porque estamos viendo que ni siquiera los apóstatas se quedan sin el bautismo; de hecho, a los que vuelven arrepentidos no se les reitera: nadie piensa que han podido perderlo. ¿O es que quizá desdice la comparación del servicio militar, cuando el Apóstol recurre incluso a las imágenes tomadas de los combates atléticos, y dice sin ambages: Ningún soldado de Dios se enreda en asuntos civiles para tener contento al que lo enroló? 93

La eficacia y santidad del sacramento del orden están por encima del sujeto, pero lo hacen responsable

30. Aquí surge otra pregunta: ¿Los que jamás han sido cristianos pueden conferir el bautismo? En este punto no conviene afirmar nada a la ligera sin el respaldo de un concilio de tanto peso cuanto es la importancia de esta cuestión.

Por lo que se refiere a los separados de la unidad de la Iglesia católica, el problema está solucionado: conservan el bautismo y lo pueden transmitir, aunque tanto el poseerlo como el conferirlo es para su propia ruina, fuera del vínculo de la paz. Este punto ya ha sido discutido, examinado con atención y sancionado por la unidad del mundo entero. Si nosotros obramos mal, que nos expliquen ellos a ver por qué un bautizado no puede perder su sacramento, mientras que un ordenado sí. Dicen ellos: "El que se aparta de la Iglesia no pierde el bautismo, pero sí el derecho de conferirlo". Ahora bien, si ambos son sacramentos -y esto nadie lo pone en duda-, ¿cómo es que uno desaparece y el otro no? ¡No hagamos injuria a ninguno de los dos sacramentos! Si las cosas santas se apartan de los malos, se apartarán ambas; y si permanecen íntegras, permanecerán ambas. Quizá ellos lleguen a decir: "El bautismo sólo se confiere legítimamente en el seno de la Iglesia verdadera"; en ese caso les responderemos: "El bautismo sólo se posee legítimamente en el seno de la verdadera Iglesia". ¿Por qué no va a poderse conferir allí donde se confiere legítimamente, si es posible poseerlo allí donde no se posee legítimamente? ¿Será acaso porque una cosa es no tenerlo y otra distinta no tenerlo rectamente? Pues así también una cosa es no conferirlo y otra no hacerlo lícitamente. Lo mismo que no lo posee lícitamente quien se aparta de la unidad, y, sin embargo, lo posee -razón por la cual no se le reitera al convertido-, así también lo confiere ilícitamente el que se aparta de la unidad, y a pesar de todo lo confiere válidamente, y por eso, al volver a la unidad, tampoco se le reitera el sacramento recibido de sus manos.

En cambio, ellos sostienen que ha sido inválido el sacramento no conferido legítimamente. Pero veamos: si uno, por ejemplo, sostuviese que lo que se posee ilícitamente es absolutamente inválido, ¿no protestaríamos ambos, afirmando que ciertamente se posee, pero de manera ilícita, por aquel que está apartado de la unidad? Si ellos, pues, quieren que esa supuesta persona atienda nuestras reclamaciones, que también los donatistas presten atención a lo que nosotros reclamamos: todo aquel que está fuera de la unidad, cuando confiere un sacramento, lo hace ilícitamente, pero es válido. Por lo tanto, así como al que retorna a la unidad no se le devuelve lo que ya fuera de ella tenía, así tampoco hay que repetirle lo que fuera había recibido.

La consecuencia de todo ello es clara: la maldad humana debe ser corregida, pero la santidad de los sacramentos nunca debe ser violada en las personas de los malvados: está fuera de toda duda que ella permanece inmaculada e inviolable en los perversos y criminales, estén dentro o estén fuera de la unidad. Decir que los malos contaminan los sacramentos sólo debe entenderse que así sucedería en lo que de ellos depende, puesto que los sacramentos permanecen incontaminados. Pero con una diferencia: en los buenos permanecen para su recompensa, y en los malos para su condena. Pues hasta del Espíritu que no puede ser apagado en modo alguno, sin embargo, se ha dicho: No apaguéis el Espíritu 94. Es decir: "En lo que esté de vuestra parte, no obréis de manera que parezca un intento de apagar el Espíritu o como si lo creyerais apagado". Tampoco el nombre de Dios puede ser mancillado y, sin embargo, se dice en la Escritura: Padre e hijo se llegaban a una misma joven, para profanar el nombre del Señor su Dios 95.

"Lo que se nos antoja, eso es santo"

31. No son capaces los donatistas de salir del embrollo cuando se les plantea esta cuestión: ¿Por qué le es posible mantener y conferir la santidad del sacramento al individuo que interiormente es un criminal, ya condenado por Dios, y, en cambio, la imposibilidad de conferirlo comienza cuando tiene lugar la condenación humana, siendo así que ni entonces siquiera se puede perder el sacramento? Y, finalmente, ¿cómo es que Feliciano, condenado juntamente con Maximiano por los trescientos diez obispos reunidos en concilio, permaneció fuera durante mucho tiempo, en el cisma sacrílego, según la declaración conciliar, y, sin embargo, no perdió ni el bautismo ni el derecho de administrarlo? Porque lo cierto es que al volver fue recibido en el mismo rango que tenía al salirse, y decimos lo mismo de todos aquellos que él había bautizado fuera. Nadie de ellos fue rebautizado. Por supuesto que si se creyeran en el deber de rebautizar a alguno de los que él había bautizado cuando estaba separado, estarían en la creencia de que había perdido el derecho de bautizar cuando estuvo fuera. Y, por lo tanto, era lógico que le reiterasen la ordenación si a los fieles les reiteraban el bautismo.

Así es la realidad: cuando se les convoca a la paz de Cristo se ponen a calumniar, pero cuando se trata de la paz de Donato, entonces hacen la vista gorda. ¡Qué otra cosa sucede si no lo que dijo de ellos su partidario Ticonio: "Lo que se nos antoja, eso es santo?"

La salvación y la santificación es obra divina y no humana

XIV. 32. ¿A qué viene lo que Parmeniano se permite decir con una jactancia ridícula? "Jamás -dice- el rigor de la divina ley permitirá que un muerto dé vida, que un herido pueda curar, un ciego devolver la vista, un desnudo vestir ni un manchado limpiar". Es el Señor quien resucita los muertos, el Señor quien sana a los heridos; es el Señor quien da luz a los ciegos, el Señor quien viste a los desnudos; es el Señor, sí, quien purifica a los impuros. ¿Cómo tiene la arrogancia de apropiarse lo que no le pertenece al hombre? ¿Es que los donatistas que no pecan están tan vivos que hasta se pueda decir de ellos que hacen surgir la vida, cuando ni siquiera pueden dar el crecimiento? Yo planté -dice Pablo-, Apolo regó, pero Dios es quien ha dado el crecimiento. Ni el que planta ni el que riega es algo, sino quien da el crecimiento, Dios 96. ¿Cómo va a darle vida a un muerto el que es incapaz de hacer crecer a un vivo? Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo, a los que quiere, les da vida 97.

¿Hay entre los donatistas individuos tan sanos que pueden incluso dar la salud a los enfermos? ¿Qué pretenden con esto sino suplantar al Señor para, en su lugar, recibir ellos las alabanzas? Pero no logran seducir en modo alguno a aquellos que ponen su esperanza no en el hombre, sino en Dios, cuando cantan: Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides todos sus beneficios. Él perdona todos tus pecados, Él es quien cura todas tus enfermedades 98. Si es Él quien cura todas las enfermedades, no resta ninguna que Parmeniano pueda jactarse de curar.

¿Hay tales lumbreras entre los donatistas que puedan incluso dar la luz a alguien? Porque ni siquiera a Juan Bautista, el mayor de los nacidos de mujer, le concede el evangelista San Juan tal privilegio: No era -dice de él- la luz; su misión era dar testimonio de la luz. La verdadera luz era la que ilumina a todo hombre al venir a este mundo 99. Si esa luz ilumina a todo hombre, ninguno queda ya para que Parmeniano pueda decir que él lo ilumina. Bien es verdad que a los santos metafóricamente les llamamos luces. No obstante, una cosa son las lumbreras con luz recibida, y otra distinta es la luz que ilumina. De ella únicamente es de la que dice Juan Bautista: Todos nosotros hemos recibido de su plenitud 100.

Y en cuanto a los desnudos, ¿quién es el que les viste, sino aquel que dijo: Sacadle el mejor traje 101, y también el que vestirá de incorrupción este nuestro ser corruptible, y vestirá de inmortalidad este nuestro ser mortal? ¿Cómo es que un hombre se permite decir que viste a otro con la divina vestidura, cuando ya es mucho que merezca él ser así vestido?

Purificar a los impuros podría tener Parmeniano el atrevimiento de decirlo, si antes se atreve a afirmar que él está sin mancha.

Estamos, ciertamente, purificados, pero por gracia de Dios. Y ni siquiera cuando nuestra pureza sea perfecta podremos purificar a nadie; ¡cuánto menos ahora que el cuerpo corruptible es lastre del alma! 102 ¿Quién se gloriará, pues, de tener la conciencia pura o de estar limpio de pecado? 103 Además, purificar y sanar son términos espirituales equivalentes. Y así como estamos salvados, pero en esperanza, así también en esperanza estamos purificados, cuando hablamos de la perfecta salvación y de la perfecta pureza. ¿Cómo, pues, vamos a poder ahora sanar y purificar nosotros, que ni siquiera lo podremos cuando hayamos conseguido la total salvación y pureza?

"Pero es Dios -dice Parmeniano- quien realiza todo esto por medio del hombre". ¡Claro que sí! Pero también lo realizó por medio de Judas, a quien envió a predicar el Evangelio junto con los demás, y también por medio de los fariseos, en las personas de aquellos que practicaban el bien que de ellos habían aprendido, pero que los mismos fariseos no practicaban. Y, en fin, ¿cómo es posible que los malvados y criminales de entre los donatistas, tanto los clandestinos como los tolerados en el partido, puedan dar vida, sanar, iluminar y purificar? ¿Es que acaso ellos no están muertos, heridos, ciegos, manchados? ¿O será que en su partido no suceda aquello de que, si ciegos guían a otros ciegos, todos caen en el hoyo, quizá porque van no en pos de los guías ciegos, sino que escuchándoles y obedeciéndoles, van en pos de Dios a quien ellos predican? ¡Así es! Pero sólo predican a Dios cuando recogen con Cristo. Lo triste es que dispersan todo lo que no recogen con Cristo, y como predican a Donato, no a Dios, son ciegos que siguen a otros ciegos y terminan todos en el hoyo.

Sobre el tema del bautismo ya trataremos más ampliamente, con la ayuda de Dios, cuando llegue el momento de dar respuesta a Parmeniano acerca de las objeciones que le ha parecido bien ponernos con testimonios de las Sagradas Escrituras. Realmente, Parmeniano conduce a sus partidarios al abrevadero de una perversa catástrofe, induciéndoles a un tan grave error, que no ya en favor de la paz, sino en favor de la división y la ruptura se permite no sólo hablar él, sino también convencerles de que son los mismos libros divinos quienes así hablan.

Todo don procede de Dios, no de los hombres

XV. 33. Pero hay una cosa en este hombre que me ha chocado entre muchas otras. Cuando trata de demostrar que no se puede poseer el bautismo sin haberlo recibido, ni se puede recibir sin alguien que lo dé, trae a colación el siguiente testimonio del Evangelio: Nada puede recibir el hombre sin que le sea dado del cielo 104. Alguien que no conociese estas palabras, al comenzar Parmenıano a decir: Nada puede recibir el hombre sin que le sea dado del cielo 105, antes de llegar a las palabras "del cielo", podría pensar que iba a decir "de Donato", o "de Parmeniano", o "de alguien del partido de Donato", o "del mismo partido donatista". Yo conozco el Evangelio y doy fe de que allí está escrito: Nada puede recibir el hombre sin que le sea dado del cielo. Pero ¿quién es el cielo? ¿Donato? ¿Parmeniano acaso? ¿Tal vez el partido donatista? No, ellos no son el cielo, aunque estuviesen en el cielo. En efecto, el que dijo: Nada puede recibir el hombre sin que le sea dado del cielo, jamás diría: "sin que le sea dado del sol, o de la luna, o de las estrellas", que, sin embargo, están en el cielo. ¡Cuánto menos podría decir: "Sin que le sea dado del partido de Donato", que no solamente no es el cielo ni en el cielo está, pero ni siquiera quiere estar en el reino de los cielos! Y también diría, sin lugar a dudas: "Nada puede recibir el hombre sin que le sea dado de la Iglesia"; porque la misma Iglesia lo recibe del cielo.

Pero, en cambio, si dijera: "Nada puede recibir el hombre sin que le sea dado de un hombre justo", a toda prisa estos descarados se proclamarían justos, para que todo el que quisiera recibir algún don lo recibiese de sus manos. Pero nosotros ya no nos plantearíamos el problema de si son justos o no lo son. Les demostraríamos fácilmente que hay en su grupo hombres injustos, al menos clandestinos, y esto por los mismos que ellos han delatado y expulsado. Y, con todo, lo conferido por estos individuos y lo recibido de sus manos, ni lo reprueban ni lo declaran nulo. Así que también sería falso decir: "Nada puede recibir el hombre sin que le sea dado de un hombre justo". Porque yo pregunto: este justo, que ha transmitido a otro, ¿de quién ha recibido él? Si también de otro justo, yo sigo preguntando lo mismo, hasta llegar al comienzo de la humanidad en el que alguien tuvo que recibir de otro que no fuera un hombre, con lo cual demuestro la falsedad de tal afirmación: Nada puede recibir el hombre sin que le sea dado de otro hombre.

La mediación humana no es imprescindible

34. ¿Qué es lo que consiguen estos ignorantes al emplear el presente texto evangélico, sino que los hombres pongan cuidado y despierten de una vez para reconocer que no es a los hombres a quienes hay que poner atención cuando un hombre desea algún bien sobrenatural, sino exclusivamente al que lo da al hombre desde el cielo? En efecto, nada puede recibir el hombre sin que le sea dado del cielo 106. Quizá insistan: "Viene del cielo, no del hombre, por supuesto, pero por medio del hombre". Y yo pregunto: ¿Por qué clase de hombre? Si se trata únicamente del hombre justo, entonces nada tienen aquellos de los suyos que recibieron los sacramentos de manos de donatistas depravadísimos en la clandestinidad. Si se trata también de intermediarios injustos, ¿qué razón hay para bautizar a nadie? Si el intermediario es un injusto, pero oculto, sin bautismo están aquellos que bautizó el conocido satélite de Gildón, Optato. Y si se trata de un injusto público, pero aún no condenado ni expulsado de la comunión eclesial, sin bautismo están los que bautizó Feliciano el Mustitano, cuando estaba fuera de su comunión, en el cisma de Maximiano, y a los que hoy día, tras haber vuelto junto con él, nadie rebautiza. Finalmente, si un hombre, aun recibiendo la gracia únicamente del cielo, necesariamente ha de ser a través de otro hombre, pregunto yo a ver Juan Bautista -que es quien decía esta frase- por medio de qué hombre había recibido lo que del cielo, sin duda, había recibido; y no hay respuesta.

De esta manera Parmeniano, con los testimonios aducidos por él mismo, condena su propia causa como mala. Es verdad que el Hijo afirma haber recibido del Padre, y que el Espíritu Santo, a su vez, ha recibido de Él. Pero esto lo dice no como si existiesen grados entre ellos, sino como él mismo lo explica en estas palabras: Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso he dicho: tomará de lo mío 107. Pues bien, a pesar de ello, puede un hombre recibir gracias divinas sin la mediación de otro hombre, y el mismo Juan Bautista lo justifica con su propio ejemplo, y tantos otros santos anteriores a la encarnación del Hijo de Dios. Y después que resucitó y subió al cielo, los ciento veinte hombres que estaban reunidos juntos quedaron llenos del Espíritu Santo venido del cielo sin la imposición de ningunas manos humanas sobre la tierra. De igual modo, una vez instituido el sacramento del orden en la Iglesia, el propio Pedro pudo contemplar con sorpresa cómo el centurión Cornelio y los que le acompañaban, antes de la imposición de manos y del mismo bautismo, quedaron llenos del Espíritu Santo.

Nadie, pues, recibe de lo alto sin alguien que se lo dé. Pero, en lo referente a la santidad bautismal, está Dios que puede darla y el hombre recibirla, sea que el mismo Dios la confiere, sea por mediación de un ángel, o de un hombre santo -por ejemplo, Pedro-, o de un hombre malvado, como sucede con tantos y tantos como hay, unos ocultos, otros conocidos. Pero a estos últimos el padre de familia tiene prohibido a los criados que los arranquen antes de la cosecha; son como la paja en la era: mientras llega la avienta, el trigo del Señor se separa de ella sólo en su corazón, la soporta con amor espiritual, sin cometer la ligereza de separarse corporalmente.

Validez del bautismo aun con errores de fe

XVI. 35. "El que cree con una fe torcida -dice Parmeniano- no puede alcanzar el sacramento del bautismo, según está escrito: Lo torcido no puede enderezarse" 108. ¡Cómo! Si, por ejemplo, uno de sus bautizados estuviese en la creencia de que Cristo comenzó a existir en el momento en que nació según la carne de la Virgen María, y luego oyendo la verdad cayese en la cuenta de que se trata del mismo que dice Juan: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios, del que dice en seguida: la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros 109, si este bautizado les confesase su antiguo error, y celosamente se acusase de estar en tal error cuando recibió el bautismo, ¿le ordenarían bautizarse de nuevo? Jamás lo harían, a buen seguro. Al contrario, se felicitarían de que la simpleza ignorante de este hombre, antes torcida por un razonamiento puramente humano, fue rectificada por el conocimiento de la verdad. Incluso suponiendo que este hombre se creyese en el deber de defender con obstinación su error, resistiéndose largo tiempo a corregirse, y que fuera expulsado de la Iglesia, y, por fin, una vez aceptada la verdad, retornase de nuevo, estoy seguro de que su decisión sería aplicarle una medicina penitencial, no una herida de reiteración bautismal, y esto aun en el caso de que él confesase creerlo así de corazón justamente en el tiempo en que fue bautizado por ellos.

Lo torcido, en efecto, no puede enderezarse 110, puesto que de nada le serviría para enderezarlo el sacramento recibido, si él persistiera en su torcida fe, más bien sería para su propio castigo. El sacramento por sí mismo, incluso en el torcido, permanecería íntegro, no precisamente enderezándolo, sino condenándolo. Por eso jamás la santidad de este sacramento deberá ser violada, aun cuando habrá que enderezar la desviación de tal hombre.

El ejemplo de Jesús nos invita a convivir buenos y malos

XVII. 36. Tiene Parmeniano la osadía de ponernos a Dios como ejemplo, creyendo con ello demostrarnos la necesidad de buscar a un hombre santo para recibir de él los sacramentos. "El Hijo de Dios en persona -son sus palabras-, el mismo Señor Jesucristo, fuente misma del bautismo del Espíritu, cuando iba a bautizarse, siguiendo la voluntad del Padre, ¿se nos presenta acaso acudiendo a los pérfidos e impíos fariseos, o a Juan, el hombre lleno de santidad?"

Si éste es nuestro modelo a la hora de recibir el bautismo, deberemos comenzar por buscar a alguien inferior a nosotros que nos bautice, puesto que el Señor fue bautizado por uno que se había confesado en la necesidad de ser bautizado por el mismo Señor, y que se proclamaba indigno de desatar la correa de su sandalia. Más aún, sin entrar ahora en profundidades de por qué quiso nuestro Salvador ser bautizado, sí hay una causa segura: puesto que podría bautizarse a sí mismo el que incluso a su bautizador pudo haber bautizado, probablemente quiso como Señor ser bautizado por su siervo, y como creador de todas las cosas ser bautizado por el que fue creado como una más de ellas para darnos una lección de humildad, y enseñarnos que importa poco quién bautice a quién, con tal que el bautismo administrado sea el que debe ser. Es más, no habría rehusado bautizarse a manos de los fariseos si ellos tuvieran un bautismo de la clase con la que él pretendía ser bautizado con vistas a un sacramento concreto. Pues cuando llegó el momento de la circuncisión, ¿acaso se buscó a Juan? Esto ya era una práctica normal de los judíos. Y cuando fue necesario ofrecer por él el sacrificio legal, ¿acaso rehusó entrar en aquel templo que luego él llamaría guarida de ladrones? Allí, naturalmente, entraban buenos y malos. Y no eran los malos un impedimento para los buenos. El mismo Señor que dijo: Sed santos, porque yo soy santo 111, es quien concede a sus santos vivir incólumes en medio de los malvados si guardan la santidad recibida, del mismo modo que el Señor Jesús no sufrió contaminación alguna de maldad viviendo en medio del pueblo judío; ni cuando, nacido bajo la ley y siguiendo el camino perfecto de la humildad, recibió los primeros sacramentos, ni tampoco después, una vez elegidos los apóstoles, cuando convivió con su propio traidor hasta su último beso. Así, con el ejemplo divino, no sólo de quien no practica ningún mal, sino de quien ni siquiera consiente en malicia alguna, el trigo vive seguro entre la paja, porque los buenos soportan a los malos de tal manera que ni practican ni consienten en su forma de obrar, aunque estén juntos en la misma parcela hasta la cosecha, o dentro de la misma red hasta la selección que tendrá lugar en la orilla.

Pero estos pobres donatistas son realmente unos ciegos que guían a otros ciegos. Y, al ver en sus filas tan elevado número de malvados y no encontrar el camino de la paz, convencen a los hombres a que los sigan, no para soportarse mutuamente y asegurar la paz, sino para mutuamente dividirse en el seno del cisma sacrílego.

La segregación de los malos en este mundo es sólo intencional, no corporal

XVIII. 37. Prosigue Parmeniano: "Pero al rey Josafat se le dijo por medio del profeta: ¡Oh rey Josafat!, ¿conque prestas tu colaboración al pecador, y haces amistad con el enemigo del Señor? Por eso la ira del Señor vino sobre ti 112. Pero ¿quién de nosotros afirma que al pecador hay que ayudarle en aquello precisamente en que pretende pecar? Sí, esto sucedió con Acab, a quien auxilió Josafat, aliándose con él para la batalla, con desprecio de las palabras llenas de verdad del profeta Miqueas. Pues bien, ni siquiera en este caso la gravísima culpabilidad del rey Acab menoscabó la inocencia de Josafat, puesto que clamó al Señor y lo libró del peligro de ]a guerra; y, en cambio, permitió que cayera en manos del enemigo el sacrílego y blasfemo Acab. Los peligros que pudo correr Josafat, denunciados por el profeta como consecuencia de la cólera divina, no se debían a ninguna culpa ajena, sino a la de su propio pecado, puesto que prestaba su colaboración a un pecador, según le fue declarado. Pero ante Dios prevalecieron el resto de sus buenas obras. Por eso se le dice: ¿Conque has prestado tu colaboración a aquel pecador, y haces amistad con los enemigos del Señor? También por esto el Señor se ha indignado contra ti. Pero en general te son favorables las palabras del Señor, porque has hecho desaparecer de la tierra los bosques sagrados, y has dispuesto tu corazón para buscar a Dios 113.

En la Iglesia de Dios también hay quienes buscan sus intereses, no los de Jesucristo; quienes predican a Cristo por envidia y rivalidad, no con recta intención. Ahora bien, si uno forma parte de esta Iglesia y dice: Sea por interés o con sinceridad, lo importante es que Cristo sea proclamado; y yo me alegro y me alegraré de ello 114, éste permanece íntegro y sin mancha en medio de estos individuos. Él no presta su consentimiento en la búsqueda de sus intereses, puesto que culpa y critica su conducta; su colaboración no es en el pecado, al contrario, les ayuda a extender la predicación de Cristo. A tales cristianos el mismo Apóstol les ordena en estos términos: No os juntéis con los infieles. ¿Qué tiene que ver la rectitud con la maldad? ¿Qué tienen en común la luz y las tinieblas? ¿Qué acuerdo puede haber entre Cristo y Satanás? ¿Podrán ir a medias el fiel con el infiel? ¿Podrá albergar el templo de Dios a los ídolos? Porque vosotros sois templo del Dios vivo. Dice la Escritura: ‘Habitaré y caminaré con ellos, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo’. Por eso, ‘salid de en medio de ellos, apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo impuro. Yo os recibiré y seré para vosotros como un padre, y vosotros seréis para mí como hijos e hijas, dice el Señor omnipotente’ 115.

Los donatistas, al darles a estas palabras una interpretación puramente material, han caído en divisiones y subdivisiones entre ellos mismos hasta la desintegración; y esto solamente en el África. No son capaces de entender que nadie se junta con los infieles más que aquel que cae en los pecados de los paganos o colabora con quienes los practican; y nadie se hace partícipe de la injusticia más que el que la comete o la aprueba. ¿Quién tiene comunión con las tinieblas, si no es por las tinieblas de su consentimiento en abandonar a Cristo y en seguir a Satanás? ¿Quién va a medias con los infieles, sino el que toma parte en su infidelidad? Así es como deja de ser templo de Dios, así es como se liga a los ídolos.

En cambio, los que son templos del Dios vivo y, a pesar de vivir en medio de un país descarriado y perverso, se mantienen como lumbreras en el mundo, portadores de la Palabra que da vida, a éstos nada les contagia de lo que soportan por la unidad, ni se sienten como enjaulados, porque en medio de ellos habita y se pasea Dios. De momento se salen de entre los males y se separan de ellos, pero sólo en el corazón, no sea que, al intentar realizar esto por la ruptura del cisma, caigan en una separación espiritual de los buenos, más bien que corporal de los malos.

¿Dónde queda la gloria de Dios entre los donatistas?

XIX. 38. Con relación al texto de la Escritura donde Dios dice: A los que me glorifican yo los glorificaré, y quien me desprecia será despreciado 116, son ellos principalmente quienes se niegan a considerarlo. ¿Cómo van a dar gloria a Dios quienes afirman que no ha sido posible en toda la tierra cumplir las promesas que hizo a nuestros padres, Abraham, Isaac y Jacob, promesas con tanta antelación anunciadas por los profetas y que quedaron realizadas en su Hijo unigénito, nacido del linaje de David según la carne, para que en él, es decir, en la descendencia de Abraham, fueran bendecidas todas las naciones? ¿Cómo van a dar gloria a Dios quienes afirman que el propio Hijo de Dios dijo sin objeto alguno: Dejad que crezcan los dos juntos hasta la cosecha 117, como si hubiera dicho una falsedad o él mismo se hubiera engañado, al haber crecido por todo el mundo sólo cizaña, y el trigo se hubiera agostado en el mundo entero, salvo en el partido donatista? Quienes así piensan, ¿cómo van a glorificar al Señor, cuando está escrito: La gloria del rey está en un pueblo numeroso, la falta de gente es la ruina de un príncipe? 118

¿Y cómo no van a despreciar al Señor si pretenden expulsar de un soplo su bautismo con una temeridad y una impiedad increíbles, en aquellos cristianos cuya causa judicial no han oído y, por lo tanto, les ha sido totalmente imposible juzgarlos? Y además tienen la audacia de arrogarse algo que es propio de Dios: a los que ellos han condenado los reciben de nuevo con todas sus dignidades por la paz de Donato; en cambio, rechazan contra la paz de Cristo a quienes ellos no han querido escuchar. Sostienen que el bautismo, en aquellas naciones donde se conserva por tradición de los apóstoles ha desaparecido, mientras que el bautismo transmitido por Feliciano a los maximianistas, ése continúa válido...

Por el contrario, ¿cómo es que los católicos no glorifican a Dios, cuando tienen la convicción de que ningún delito humano ha sido capaz de impedir que se cumplan las promesas de Dios, cuando rodean a sus sacramentos de la debida veneración hasta el punto de que, aun cuando sean conferidos por ministros indignos, queda bien patente que éstos reciben el castigo de su perversidad, pero los sacramentos permanecen inviolados en su santidad?

La disciplina eclesiástica y la salvaguardia de la unidad

XX. 39. "Además -continúan diciendo los donatistas- está escrito: No os asociéis a las obras de las tinieblas, que no dan fruto alguno; al contrario, reprendedlas. Da hasta vergüenza decir lo que hacen ésos a escondidas" 119. Ya hemos aclarado cómo hay que entender estas palabras: no asociarse significa no consentir. Y esto, teniendo en cuenta la disciplina de la Iglesia, es insuficiente si no se les reprende para que puedan corregirse. Pero todo esto se debe hacer salvando la paz y en tanto en cuanto lo permite la obligación de conservar la unidad, no sea que se arranque también el trigo.

La integridad moral consta de tres partes

XXI. 40. "Es el propio Apóstol quien dice escribiendo a Timoteo: No te hagas cómplice de pecados ajenos. Tú consérvate íntegro" 120. Explica en la segunda parte del texto cómo se debe entender la primera. El que se conserva íntegro es que no se hace cómplice de pecados ajenos. Si se hace cómplice es que consiente; Si consiente, se corrompe; si se corrompe, ya no se conserva íntegro. Parece que, por fin, Parmeniano ha abierto los ojos y ha caído en la cuenta de lo que decía Ticonio. Pero en vano. Ha cerrado sus ojos inmediatamente ante la verdad por amor a su propia opinión. Dice: "¿No es verdad, hermano querido, que mancillan los pecados ajenos? No hacerse cómplice con los delincuentes lleva consigo no realizar sus obras, aunque te mezcles con ellos".

Y, sin embargo, le ha quedado algo por decir. Es insuficiente, en efecto, no realizar las obras de los delincuentes si ellas te agradan. Es insuficiente que te desagraden si no las corriges. Porque una cosa es no realizarlas, otra no hacerse cómplice, o sea, consentir con quienes las realizan, y otra el denunciarlas. ¡Qué lástima! Había comenzado Parmeniano a ver, pero en seguida se ha dado la vuelta y no ha querido seguir hasta el final; apenas ha puesto en juego un tercio del total. ¿Es que ha pensado hacer con la verdad lo que han hecho ellos con el pueblo: seccionarlo en trozos?

Nosotros decimos lo siguiente: El que no realiza el mal ni da su consentimiento al que lo realiza, y, además, lo reprende, ése permanece íntegro y firme en medio de los malvados como el trigo entre la paja. Le basta con decir: "no hay que realizar sus mismos hechos". Y, sin embargo, hasta refuta esta tercera parte de la verdad completa. Vamos a verlo.

Cómo conservarse íntegro el justo en medio del mal

41. "Lo que está en contra de la ley de Dios -dice- lo conoce todo el que tiene veneración por la ley". Todavía se pueden hacer más afirmaciones generales de este estilo. Por ejemplo, alguien puede decir también: Lo que está de acuerdo con la ley de Dios lo conoce todo el que tiene veneración por la ley. Pero esto hay que probarlo, no basta con afirmarlo.

Pongamos, pues, atención a ver cómo lo prueba. Dice así: "¿De qué te sirve conservar la inocencia, si te mezclas con los culpables y te haces su cómplice?" A decir verdad, si esto es así, no es cierto que de nada sirva haberse conservado inocente; es que la inocencia no se ha guardado. Pues nadie puede realmente decir que se ha mezclado con los culpables y se ha hecho su cómplice sino por un consentimiento que mancille su conciencia. Pero el que cumple lo que está escrito: Al justo ninguna maldad le complace 121, ése en cualquier parte donde la necesidad le obligue a vivir, no es posible que se vea mezclado en la maldad.

"¿O cómo -dice Parmeniano- vas a poder permanecer incorrupto, si te juntas con los corrompidos?" ¡Claro que sí! Pero si se junta con ellos, es decir, si comete alguna mala acción con ellos, o colabora con los que la cometen. En cambio, si se abstiene de ambas cosas, no tiene lugar este juntarse con ellos en absoluto. Además, si todavía añade la tercera parte, que es el no ser remiso en castigar a los culpables, sino que pone en práctica aquello de que el justo corrija y reprenda con misericordia, o también, si ostenta ese cargo, y lo permite la salvaguarda de la paz, que llegue a corregir en público a los pecadores para escarmiento de los demás, e incluso sean degradados de alguna dignidad o privados de la misma comunión de los sacramentos. Si todo esto lo realiza con amor, buscando la corrección, no con odio ni afán de persecución, entonces ha cumplido perfectamente con el deber no sólo de una inocencia íntegra, sino también de la más exigente severidad. Pero cuando esto último no pueda tener lugar, si se cumplen siempre los otros dos elementos, es decir, no hacer el mal ni aprobar el hecho culpable, mantiene al justo íntegro y sin corrupción.

¿Cuál es la levadura y cuál la masa corrompida?

XXII. 42. Pero veamos en qué se basa Parmeniano para hacer tal afirmación. Dice: "Está escrito: un poco de fermento corrompe toda la masa". Dice esto y se marcha, y ahora no hay posibilidad de mostrarle cómo en el partido donatista no sólo hay un poco de fermento, sino un mucho de veneno brotado de aquellos huevos de áspid rotos, y de aquellas gigantes serpientes, condenadas primero por miramiento a Primiano, y luego rehabilitadas y de nuevo vueltas a Primiano.

"Pero se han enmendado", replica él. A Dios gracias. Si es así, no me parece mal. Y ojalá esto se lleve hasta sus últimas consecuencias. Porque si el pasarse de los maximianistas al partido donatista es ya un paso adelante en la enmienda, ¡cuánto más auténtica y perfecta será la enmienda con el retorno del donatismo a la unidad católica! Ha sido Ticonio quien ha manifestado muchas realidades de su tiempo, como hombre conocedor que era desde dentro. Por él sabemos cómo no se trata de un poco, sino que su fermento, en grandes cantidades, había corrompido toda la masa. Esto se negaban a reconocerlo, ellos que acusaban al mundo entero de estar corrompido por los pecados de África.

En fin, si todavía les parecen bien interpretadas en este sentido las palabras del Apóstol, me causan admiración estos donatistas, al querer defender a Optato Gildoniano hasta el punto de negarse a reconocer que él fue al menos un poco de levadura. Y si esto lo conceden, ¿cuánto volumen creen que tiene su masa para que no haya podido corromperse? Pero si la masa se considera corrompida solamente en aquellos que estaban de parte de Optato, que la experiencia les enseñe a entender lo que leen: es decir, que toda la masa se refiere a aquellos a quienes va dirigido todo esto, sea bueno o sea malo; y a quienes en realidad se dirige es a los que consienten; porque a los que no dan su consentimiento, a ésos no se refiere en absoluto. Por eso la disciplina eclesiástica exige que se corrija, no sea que su influjo arrastre a otros muchos. Si en algún momento permite la paz esta corrección y no se lleva a cabo, la misma negligencia origina culpabilidad y se está en peligro de consentir con el mal por desidia en la corrección.

Separación sí, pero al final. Conclusión

XXIII. 43. Siguiendo ese mismo principio es como hay que interpretar el texto citado de la Escritura con que objeta a continuación: Sea una ley perpetua para vosotros y vuestros descendientes separar lo santo de lo profano, lo puro de lo impuro 122. Tanto mejor se cumple esta norma cuanto cada uno va haciendo más progresos en la Iglesia. Pues al crecer la hierba y formarse la espiga, entonces apareció la cizaña 123. Y aunque los criados del padre de familia distinguían perfectamente, como expertos, el trigo de la cizaña, sin embargo, se les da la orden de dejarlos crecer, y esto hasta la cosecha.

Pero bástenos con esto por ahora. Quedan todavía otros puntos que han de ser tratados con un examen más detenido en otra ocasión.