CONTRA LA MENTIRA

Traductor: Ramiro Flórez

Revisión: Domingo Natal, OSA

CAPÍTULO I

Presentación del tema

1. Muchas cosas me enviaste para leer, Consencio, hermano carísimo, demasiadas cosas. Mientras me preparaba para contestarlas, distraído como ando con otra mil ocupaciones, se me ha pasado el año. Ahora me veo en el aprieto de contestarlas como sea, y así, dado que ha llegado el tiempo propicio para navegar, no detengo por más tiempo al portador de ésta que quiere hacerse a la vela.

Así pues, leí inmediatamente todo lo que me enviaste por el buen siervo de Dios, Leonas, y, después, lo he vuelto a repensar y, ahora, al dictar la respuesta lo he ido meditando aún más cuidadosamente. Estoy encantado con tu elocuencia, con tu gran conocimiento de las santas Escrituras, y tu agudeza de ingenio, el dolor con que censuras a los católicos negligentes y el celo con que te irritas contra los herejes ocultos.

Pero lo que no me convence es que hayamos de sacarlos de sus escondrijos por medio de nuestras mentiras. ¿Para qué hemos de poner tanto esfuerzo en descubrirlos y buscarlos si no es para que, una vez puestos al descubierto, podamos también enseñarles la verdad, o al menos convencerlos de su error y, así, impidamos que puedan dañar a otros? Esta es, precisamente, nuestra empresa: que su mentira sea destruida, o que nadie caiga en ella, y triunfe la verdad divina. Ahora bien, ¿cómo podré corregir adecuadamente la mentira con mentiras? ¿O acaso podemos perseguir los robos con otros robos, los sacrilegios con otros sacrilegios o los adulterios con nuevos adulterios? ¿O es que también nosotros vamos a decir: Si la verdad de Dios gana terreno con mi mentira, hagamos el mal para que resulte el bien? 1 Ya sabes cómo detesta esas palabras el Apóstol. Pero ¿en qué se diferencia: "Mintamos para atraer a nuestra verdad a los herejes mentirosos", y: Hagamos el mal para que resulte el bien? ¿Acaso la mentira puede ser alguna vez buena, o, en alguna ocasión, no es mala? Entonces, ¿por qué se escribió: aborreciste, Señor, a todos los que obran la iniquidad y destruirás a todos los que dicen mentira? 2 Aquí no se exceptúa a nadie ni se dice con ambigüedad: "Destruirás a los que hablen mentira", de manera que se pudiere entender de algunos, no de todos, sino que profirió una sentencia universal, al afirmar: destruirás a todos los que dicen mentira. Pero, porque no se ha dicho: destruirás a todos los que dicen toda clase o cualquier clase de mentira, ¿vamos a pensar que se ha dejado la puerta abierta a alguna otra especie de mentira que Dios no castigará? En ese caso, Dios castigaría solo a los que dicen mentiras injustas, no cualquier clase de mentira, pues habría mentiras justas que no solo no merecerían censura, sino que serían, incluso, dignas de alabanza.

CAPÍTULO II

El error priscilianista deshonra a los mártires

2. ¿Acaso no ves cuánto favorece esta controversia a esos mismos que pretendemos capturar, como a una gran presa, por medio de nuestras mentiras? Esta es, justamente, la táctica de los priscilianistas, como tú mismo has mostrado. Y, para justificarla, citan testimonios de las Escrituras, exhortando a los suyos a mentir según el ejemplo de los patriarcas, los profetas, los apóstoles y los ángeles. ¡Y hasta osan añadir que también el mismo Cristo, el Señor, obró así! Y no encuentran otra manera de mostrar la veracidad de su mentira que diciendo que la Verdad ha sido mentirosa. Pero estas cosas hay que combatirlas, no imitarlas. No vayamos a comulgar con los priscilianistas, precisamente, en aquello en que se muestran los peores herejes. Pues únicamente ellos, o al menos principalmente ellos, se han atrevido a hacer de la mentira un dogma para ocultar lo que ellos creen que es su verdad. Y aun estiman que esta gran maldad es cosa justa, porque no es pecado alguno decir, de boca, a los extraños lo que es falso, siempre que se guarde en el corazón la verdad, pues así está escrito: El que dice la verdad en su corazón 3. Como si esto bastase para cumplir el mandato divino aunque diga cada uno en su boca la mentira cuando lo oye un extraño y no el prójimo. Por eso, opinan que ese era también el sentir del apóstol Pablo cuando dijo: despojándoos de la mentira, hablad la verdad, pues enseguida añadió: cada uno con su prójimo, porque somos miembros unos de otros 4. Como si con aquellos que no son nuestros próximos en la comunidad de la verdad, y como si dijéramos, miembros nuestros, fuera lícita y conveniente la mentira.

3. Esta doctrina deshonra a los santos mártires e incluso despoja de todo valor el martirio. Pues, para ellos, los mártires habrían obrado con más cordura y rectitud, negándose a confesarse cristianos ante sus perseguidores, puesto que con su confesión no los habrían hecho homicidas. Porque mintiendo y negando lo que eran, habrían conservado la vida corporal y la fe en el corazón, a la vez que habrían impedido, a aquéllos, cumplir el crimen que ya tenían decidido. Pues no se trataba de hermanos en la fe cristiana, de modo que debieran hablar, con ellos, la verdad en su boca que tenían en su corazón, sino que, incluso, se trataba de enemigos de la verdad misma. Si, pues, Jehú, al que ellos evocan maliciosamente como ejemplo clásico de mentir con prudencia, mintió fingiéndose siervo de Baal, para exterminar a los adoradores del ídolo, con cuánta mayor razón, dicen en su perversidad, en tiempos de persecución, los siervos de Cristo deben fingirse siervos de Satanás para que los siervos del demonio no exterminen a los siervos de Cristo. Y si Jehú sacrificó a Baal para matar a los hombres, mejor podrán los cristianos sacrificar a los ídolos para salvar a los hombres. ¿Qué les puede importar a los mártires, según esta genial doctrina de los mentirosos, fingir este culto material al diablo, cuando en su corazón conservan el culto íntegro a su Dios? Pero los auténticos mártires, los mártires santos, no entendieron de esa manera la doctrina del Apóstol. Ellos vieron y sostuvieron con firmeza lo que está escrito: Con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación 5, y: en su boca no se encontró mentira 6. Y, de esta suerte, volaron inmaculados a las moradas celestiales donde no necesitarán precaverse contra las tentaciones de la mentira, pues allí no habrá ya más mentiras ni a prójimos ni a extraños.

Y el ejemplo de Jehú buscando, mediante impías mentiras y sacrificios sacrílegos, a los hombres sacrílegos e impíos para matarlos, no lo imitarían aunque la misma Escritura hubiese callado sobre su modo de ser. Pero, cuando se nos dice que no tuvo un corazón recto ante Dios, ¿de qué le sirvió el haber recibido la recompensa pasajera de un reino temporal, como premio a su obediencia en exterminar totalmente la casa de Acab, en la que exhibió un enorme afán de dominio? 7 Por tanto, hermano Consencio, te exhorto a que defiendas la verdadera doctrina de los mártires y te invito a que no seas doctor de la mentira, sino maestro de la verdad frente a los mentirosos. Presta atención a mis palabras, por las que te insto vivamente a descubrir con cuánto cuidado se debe huir de esa postura de que me hablas para descubrir, corregir o evitar a los herejes, pues el celo es, ciertamente, laudable, pero la doctrina es incauta e imprudente.

CAPÍTULO III

Las mentiras católicas más perniciosas que las priscilianistas

4. Hay muchas clases de mentiras, pero todas debemos aborrecerlas sin distinción. Pues no hay ninguna mentira que no sea contraria a la verdad. Porque como la luz y las tinieblas, la piedad y la impiedad, la bondad y la iniquidad, el pecado y la obra buena, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte, así son totalmente opuestas, entre sí, la verdad y la mentira. Por tanto, cuanto más amemos la verdad, tanto más debemos odiar la mentira. Con todo, hay ciertas mentiras que, aunque se digan con intención de engañar, en nada dañan al que las cree, aunque sean dañinas para el que las dice. Así, si el hermano y siervo de Dios, Frontón, te hubiera engañado en las cosas que te contó (lejos de mí el pensarlo) se hubiera, ciertamente, hecho daño a sí mismo pero no a ti, aunque tu hubieras creído, sin ninguna maldad, al testigo. Porque, hayan ocurrido las cosas como las ha contado o no, si uno cree que han sucedido así, aunque no hubieran ocurrido así, no hay nada en eso que se deba censurar como contrario a la regla de la verdad ni a la doctrina de la salvación eterna. Pero si alguien miente, en lo que atañe a la doctrina de Cristo, de modo que quien lo crea venga a convertirse en hereje, tanto más daño se hace a sí mismo el que miente cuanto más miserable hace a aquel que le cree. Mira, pues, cuál es nuestra responsabilidad cuando mentimos, contra la doctrina de Cristo, pues matamos el alma del que nos cree. Y, bajo el pretexto de atraer a los enemigos de esta doctrina, nos alejamos nosotros de ella; es más, al conquistar a los mentirosos, mintiendo, les enseñamos unas mentiras más graves. Pues una cosa es lo que dicen cuando mienten y otra cuando están equivocados. Porque, cuando enseñan su herejía, dicen cosas en las que están equivocados, pero cuando dicen sentir lo que no sienten o no sentir lo que sienten, dicen verdaderas mentiras. Si alguien se las cree, aunque no descubra su embuste, no perece por eso. Nadie se aparta de la norma católica por creer católico a un hereje que profesa dolosamente los dogmas católicos, pues lo cree católico, y, por eso, no le hace daño, porque no se equivoca respecto a su fe en Dios, que debe conservar íntegra, sino en la apreciación de la intención del prójimo, que no puede juzgar porque le está oculta. Ahora bien, cuando enseñan su herejía, el que les cree y la juzga verdadera, se hará partícipe de su error y de su condenación. Así sucede que cuando ellos explican dolosamente sus dogmas, en los cuales se engañan, con un mortífero error, entonces el que crea perecerá; pero nosotros, cuando predicamos los dogmas católicos en los que tenemos la fe verdadera, entonces el que crea se encontrará aunque estuviera perdido. Por otra parte, si los priscilianistas, para ocultar su veneno, se fingen católicos y algún católico los cree, éste seguirá siendo verdadero católico aunque ellos solo lo sean en apariencia. Por el contrario, si nos fingimos priscilianistas, para desenmascararlos, y aplaudimos sus dogmas, como si fueran los nuestros, y alguien creyera estas cosas, se quedará con nosotros o se fugará con ellos. En cuanto a lo que sucederá después, si serán liberados al decirles la verdad, los que ya hemos engañado, y si querrán escuchar al que ahora les enseña, pero que ya le han tachado de mentiroso, ¿quién lo sabrá con certeza?, ¿quién habrá que ignore que esto es incierto? De lo que se deduce que es más pernicioso, o, por decirlo más suavemente, más peligroso que los católicos mientan para captar a los herejes que el que mientan los herejes para ocultarse a los católicos. Porque el que cree a los católicos, que fingen lo que no son, o se hace hereje o se confirma en su herejía; en cambio, el que cree a los herejes, que mienten para ocultarse, no deja de ser católico. Para que esto se vea más claro, vamos a poner algunos ejemplos sacados de los mismos escritos que tú me has enviado para que yo los leyese.

5. Vamos a poner ante nuestros ojos a un hábil espía que se acerca a un hombre que sospecha que es un priscilianista y comienza a alabar, dolosamente, al obispo Dictinio, sea que le haya conocido en vida o que solo haya oído hablar de él. Esto aún es más tolerable porque se piensa que aquél fue católico, pues se corrigió de su error. Después evoca con veneración a Prisciliano, hombre impío y execrable, condenado, al fin, por sus nefandos crímenes y pecados. He aquí el primer paso en el arte de mentir. Con esa venerable evocación, con que se pretende tender las redes, si el que escucha no era un priscilianista convencido, se convencerá por esta predicación. La plática del espía sigue adelante y comienza a compadecerse de aquellos que el ángel de las tinieblas envolvió en tamaños errores que les ha hecho olvidar la dignidad de su alma y la claridad de su linaje divino. Luego la emprende con el libro de Dictinio, titulado Libra -porque contiene doce cuestiones, como la libra tiene doce onzas-, y lo ensalza con tales alabanzas, que la dicha Libra, que contiene horrendas blasfemias, viene a parecer más preciosa que muchos miles de libras de oro. En fin, esta astucia del embaucador termina por matar el alma del creyente, o, si ya la tenía muerta, sumergirla y enterrarla en el pozo más profundo de la muerte. Pero, dirás, luego será liberada. Pero ¿y qué ocurriría si no lo logramos, ya porque por algún impedimento no pueda realizarse el plan comenzado o por la obstinación de la mente del hereje, en no seguir adelante, aunque hubiese comenzado a confesar alguna cosa? Principalmente, porque, si descubre que ha sido tentado por un extraño, por eso mismo, intentará, con toda su astucia, ocultar lo que siente, por medio de la mentira, sobre todo cuando ha sabido con certeza que eso se puede hacer, sin culpa alguna, visto el ejemplo de su tentador. Y entonces, a este hombre, que piensa que se puede guardar la verdad por medio de la mentira, ¿cómo vamos a tener la cara de culparle y condenarle por lo que le hemos enseñado?

6. Quedaría, pues, muy claro que no dudamos en condenar, con toda la sinceridad de nuestra piedad, los perversos errores de la herejía priscilianista acerca de Dios, del alma, del cuerpo y de otros temas, pero en lo que se refiere a que se puede mentir para ocultar a verdad sería un dogma común, para nosotros y para ellos, lo que Dios no permita. Y este es un mal tan grande que, aun si nuestro empeño, de captarlos por medio de la mentira y cambiarlos, prosperase de modo que los captásemos y cambiásemos, ninguna ganancia puede compensar este daño, por el que nosotros mismos nos corrompemos al buscar su corrección. Al utilizar este embuste, nos pervertimos, en parte, a nosotros mismos, y a ellos los corregimos a medias, puesto que eso que piensan, que se puede mentir en pro de la verdad, no lo corregimos en ellos, ya que eso mismo nosotros lo sabemos, lo enseñamos y lo mandamos poner en práctica para lograr su corrección. Y, sin embargo, no les enmendamos, al no arrancarles esa patraña por la que pretenden que se puede camuflar la verdad; antes bien, nos engañamos a nosotros mismos al buscarles por medio de esa patraña. Además, nunca podremos saber la sinceridad de la conversión de aquellos a los que hemos mentido cuando estaban pervertidos, pues ¿acaso no van a hacer, una vez captados, lo que les han hecho para captarlos, no solo porque estaban acostumbrados a hacer eso, sino porque lo encontraron entre nosotros cuando llegaron?

CAPÍTULO IV

La mentira destruye la fe

7. Y, lo que es más lamentable, incluso esos mismos que ya casi se han hecho de los nuestros, no podrán encontrar modo de que nos puedan creer. Pues, si llegan a sospechar que nosotros hablamos con fingimiento, incluso de los dogmas católicos, para ocultarles no se qué otra cosa que juzgamos verdadera, entonces, ciertamente, el que sospecha esas cosas, al que se le diga: yo hice esto para captarte a ti, entonces, ¿qué le responderás al que te diga: cómo puedo saber que ahora no haces esto para no ser descubierto por mí? ¿O es que se puede creer que un hombre que mienta para ganar a otro y no mienta para impedir sea captado? Ya ves hasta dónde puede llegar este mal, pues no solo nos hace sospechosos a nosotros ante ellos y a ellos para nosotros, sino que, con razón, cada hermano se convierte en sospechoso para cada hermano. Y, así, mientras pretendemos enseñar la fe por medio de la mentira, conseguimos, justamente, que nadie tenga fe en nadie. Y si, además, mentir es hablar contra Dios, difícilmente podremos encontrar un mal tan grave como la mentira, pues se trata de un mal tan impío que debemos evitarlo por encima de todo.

CAPÍTULO V

La mentira priscilianista, más tolerable que la católica

8. Advierte ahora que, en nuestra confrontación, es más tolerable que mientan los priscilianistas, que saben que hablan falazmente y a los que con nuestra mentira pensamos librar de aquellas falsedades en las que han caído por error. El priscilianista dice que el alma es parte de Dios, de su misma sustancia y naturaleza. Esta es una blasfemia bárbara y detestable. Pues de ahí se sigue que la naturaleza de Dios puede ser cautivada, engañada, equivocada, turbada y mancillada, dañada y torturada. Pero, si esto mismo lo dice uno que quiere liberar al priscilianista de tan grave error por medio de la mentira, veamos qué diferencia hay entre ambas blasfemias. Enorme, dices, porque el priscilianista dice esto tal como lo cree, pero el católico lo dice sin creerlo. El primero blasfema sin saberlo, pero el segundo a sabiendas. El uno va contra la ciencia, el otro contra la creencia. El priscilianista tiene la ceguera de opinar falsamente, pero, al menos, tiene el deseo de decir la verdad, mientras que el católico ve la verdad, en su interior, pero miente voluntariamente. Sin embargo, dices, el primero enseña esto para hacer partícipes a los hombres de su error y su locura, mientras que el católico lo hace para liberar a los hombres de ese error y esa locura. Ya he mostrado, más arriba, cuánto daña, precisamente, esto que se creía provechoso. Mientras tanto, si sopesamos, realmente, estos dos males presentes, ya que los bienes futuros que el católico persigue son inciertos, ¿quién peca más gravemente, el que engaña a otro hombre sin saberlo o el que blasfema de Dios a sabiendas? Ciertamente, todo el que, con piadosa solicitud, antepone Dios al hombre, sabe quién es ahí el peor. Añade a esto que, si hemos de blasfemar de Dios para que los hombres le alaben, sin duda alguna que invitamos a los hombres, con nuestro ejemplo y doctrina, no solo a alabar a Dios, sino también a blasfemarle. Porque, si nos empeñamos en atraer a los hombres a la alabanza de Dios por medio de las blasfemias, y, si, de hecho, lo conseguimos, no solo aprenderán a alabarle, sino también a blasfemarle. Y este es el beneficio que les hacemos: que los liberamos de la herejía para blasfemar no por ignorancia, sino a sabiendas. Pues, mientras el Apóstol entrega a los hombres, incluso al mismo Satanás, para que aprendan a no blasfemar 8, nosotros intentamos liberar a los hombres de Satanás para que aprendan a blasfemar no por ignorancia, sino a conciencia. Y así, nosotros que somos sus maestros nos acarreamos esta enorme ruina: que para captar a los herejes nos hacemos, antes, blasfemos de Dios. Esto es lo cierto, pero hay otra cosa muy incierta: que podamos llegar a ser doctores de la verdad para salvarlos.

9. Puesto que nosotros enseñamos a blasfemar a los nuestros, para que los priscilianistas los crean de los suyos, veamos qué maldades dicen ellos, cuando mienten, para que nosotros los creamos de los nuestros. Anatematizan a Prisciliano y lo maldicen a placer nuestro. Dicen que el alma es criatura de Dios, no parte suya. Abominan de los falsos mártires priscilianistas. Ensalzan, con grandes alabanzas, a los obispos católicos que han desenmascarado, combatido y echado por tierra su herejía. Y mil cosas por el estilo. Pues bien, he aquí que dicen cosas verdaderas cuando mienten, no porque la verdad pueda ser, a la vez, mentira, sino que en un sentido mienten y en otro dicen la verdad. Mienten cuando dicen que son de los nuestros y dicen la verdad de la fe católica. Y, por eso mismo, para no ser descubiertos como priscilianistas, dicen falsamente cosas verdaderas; pero nosotros, para descubrirlos, no solo hablamos fingidamente, para que nos crean de los suyos, sino que decimos cosas falsas que sabemos forman parte de sus errores. Y así, cuando quieren aparentar ser de nuestro bando, dicen algo falso en parte, y en parte verdadero. Es falso que sean de los nuestros, pero es verdad que el alma no es parte de Dios. Pero cuando nosotros queremos aparentar ser de los suyos, decimos dos cosas falsas: que somos priscilianistas y que el alma es parte de Dios. Así ellos, cuando se esconden, no blasfeman, sino que alaban a Dios, y cuando no se ocultan sino que revelan su doctrina, no saben que blasfeman. Por eso, si algún día se convierten a la fe católica, podrán consolarse a sí mismos porque pueden decir lo que, entre otras cosas, dijo el Apóstol: Primero fui blasfemo, pero he alcanzado misericordia de Dios, porque no sabía lo que hacía 9. Pero, al contrario, nosotros, cuando, para que se nos abran, los engañamos con una mentira que creemos justa, con el fin de ganarlos y atraerlos, confesamos abiertamente pertenecer a los blasfemos priscilianistas, y, para que nos crean, blasfemamos sin la menor excusa de ignorancia. Pues cuando un católico blasfema, porque quiere pasar por hereje, nunca podrá decir: no sabía lo que hacía.

CAPÍTULO VI

El fin no justifica los medios

10. En estos asuntos, hermano Consencio, siempre debemos recordar, con temblor, que: A quien me negare delante de los hombres, yo le negaré delante de mi Padre, que está en los cielos 10. ¿O acaso no niega a Cristo delante de los hombres el que lo niega ante los priscilianistas, con el fin de desenmascararlos y capturarlos mediante una mentira blasfema? Por favor, ¿quién podrá dudar de que es negar a Cristo decir que no es como es en verdad, sino que es como lo pintan los priscilianistas?

11. Pero me dirás: No hay otra forma de desenmascarar a los lobos ocultos que, vestidos de piel de oveja, asolan furtivamente y con alevosía el rebaño del Señor 11. Yo te digo: pues ¿cómo se conoció a los priscilianistas antes de inventar ese infundio de que se les puede cazar por medio de la mentira?, ¿cómo se ha podido llegar hasta el nido de su fundador, sin duda el más sagaz y cubierto de todos?, ¿cómo se han podido acoger a la misericordia de la Iglesia tantos y tantos, confesos y condenados, y otros muchos, casi innumerables, algunos como convertidos y otros en vías de conversión? El Señor ofrece muchos caminos, cuando tiene misericordia, para que se llegue a su descubrimiento, y hay dos de ellos especialmente felices: que los denuncien aquellos a los que quisieron seducir, o aquellos que sedujeron pero que se arrepintieron y se convirtieron. Y eso se conseguirá más fácilmente si destruimos su pernicioso error no con conversiones mentirosas, sino con verdaderos debates. Por eso te invito a que pongas manos a la obra y no des paz a la pluma, ya que el Señor te ha dado cualidades para ello. Estos saludables escritos, en los que se destruye su monstruosa perversidad, deben difundirse cada vez más entre todos los católicos, los obispos los divulgarán en sus alocuciones al pueblo, y todos los estudiosos inflamados del celo divino. Estas serán las redes santas que apresaran, con la auténtica verdad, a los priscilianistas para que no sean buscados mediante la mentira. Pues, ganados de esta suerte, o confesarán de buen grado lo que fueron y a aquellos que conocieron en su mala compañía, o los amonestarán cordialmente o los delatarán, piadosamente, o, si les avergüenza confesar las trama de su simulación permanente, serán sanados por la misericordiosa y oculta mano de Dios.

12. Quizás repliques: Pero más fácilmente llegaremos a sus escondites si aparentamos ser lo que ellos son. Si esto fuera lícito o conveniente lo habría mandado Cristo a sus ovejas, para que, vestidas con piel de lobo, se mezclaran con ellos, para poder descubrirlos mediante ese truco, pero no les dijo eso ni siquiera cuando les predijo que los iba a enviar en medio de lobos 12. Pero me dirás: Entonces no había que descubrirlos, pues estaban muy a las claras, sino que únicamente había que aguantar sus dentelladas y cruel rapacería. Y ¿qué sucedió cuando, anunciando Cristo los tiempos venideros, dijo que vendrían lobos rapaces vestidos con piel de oveja?, ¿no era ese el momento de advertirnos y decir: Y vosotros, para desenmascararlos, cubríos con piel de lobo, pero, interiormente, permaneced como ovejas? No dijo esto, sino que como profetizase: Vendrán muchos a vosotros vestidos con piel de oveja, pero en el interior son lobos rapaces; pero no añadió: con vuestras mentiras los descubriréis, sino: por sus frutos los conoceréis 13. Las mentiras hay que evitarlas con la verdad, desenmascararlas con la verdad y aniquilarlas con la verdad. Lejos de nosotros vencer las blasfemias de los ignorantes blasfemando a conciencia, lejos de nosotros evitar los pecados cometiendo falacias. Pues ¿cómo los vamos a evitar, si al evitarlos los hacemos? Si, para descubrir al que blasfema inconscientemente, blasfemo yo conscientemente, es peor lo que yo hago que lo que trato de evitar. Si, para desenmascarar al que niega a Cristo sin saberlo, lo niego yo a sabiendas, arrastro a la perdición al que así desenmascaro, y, para desenmascararlo, perezco yo previamente.

13. ¿O acaso no niega a Cristo el que se esfuerza por descubrir de este modo a los priscilianistas, porque no siente en el corazón lo que dice con la boca? Como si (y ya lo dije poco antes) cuando se dijo: Se cree de corazón para alcanzar la justicia, se hubiera añadido en vano: y con la boca se confiesa para alcanzar la salvación 14. ¿Acaso no mantuvieron, en su corazón, la fe en Cristo casi todos los que le negaron ante sus perseguidores? Y, sin embargo, a excepción de aquellos que resucitaron por la penitencia, todos perecieron, al no confesarle con la boca para la salvación. ¿Quién será tan necio que piense que el apóstol Pedro sintió de corazón lo que dijo con la boca cuando negó a Cristo? Ciertamente, en aquella negación mantuvo dentro la verdad, mientras profirió al exterior la mentira. Y, si no, ¿por qué disolvió con sus lágrimas lo que había negado con su boca 15, si bastaba para la salvación lo que creía de corazón? ¿Por qué, pues, mientras hablaba la verdad en su corazón, castigó con un llanto tan amargo la mentira que dijo con la boca, sino porque vio que era una ruina, puesto que con el corazón se cree para la justicia pero con la boca se confiesa para la salvación?

14. Por tanto, lo que está escrito: el que dice la verdad en su corazón 16, no se debe interpretar como si, mientras se mantenga la verdad en el corazón, se puede decir, con la boca, la mentira. Sino que eso se ha dicho porque puede suceder que alguien diga con la boca la verdad y no le sirva de nada, porque no la siente de corazón, pues él mismo no cree lo que dice. Este es el caso de los herejes, sobre todo de los mismos priscilianistas, que, ciertamente, no creen en la verdad católica y, sin embargo, la dicen para hacernos creer que son de los nuestros. Dicen la verdad con su boca, pero no en su corazón. Y por eso se les ha de distinguir de aquel del que se ha dicho que dice la verdad en su corazón. El católico, así como tiene esta verdad en su corazón porque así la cree, debe decirla con la boca para que así la predique. Y, por tanto, no debe decir falsedad alguna contra ésta, ni en su corazón ni en sus labios, de modo que crea en su corazón para la justicia y con la boca confiese para salvación. Pues en el mismo salmo en que se dijo: El que habla la verdad en su corazón, se añadió inmediatamente: no tuvo engaño en su lengua 17.

15. Y, en cuanto a lo que dice el Apóstol: Renunciando a toda mentira, hablad la verdad cada uno con vuestro prójimo, porque somos miembros unos de otros 18, en absoluto puede entenderse como si permitiese hablar la mentira con aquellos que aún no son, con nosotros, miembros del cuerpo de Cristo. Sino que eso se dijo porque cada uno de nosotros ha de conducirse, con los que aún no son miembros de Cristo, como si ya lo fueran, como así lo deseamos. Así nos los mostró el Señor cuando dijo que el samaritano extranjero se hizo prójimo de aquel al que hizo misericordia 19. Hemos de tener por prójimo y no por extraño a todo aquel al que debemos hacer eso, para que no siga siendo extraño, y si se le ocultan algunas verdades, porque aún no ha sido hecho partícipe de nuestra fe y de nuestros sacramentos, sin embargo, no por eso se le han de decir cosas falsas.

16. También hubo, en tiempo de los apóstoles, algunos que no predicaban la verdad con veracidad, o sea, con espíritu sincero. De ellos dice el Apóstol que no anunciaban a Cristo con limpieza, sino por envidia y rivalidad. Y, por eso, incluso algunos fueron tolerados cuando anunciaban la verdad con espíritu insincero, pero nunca se alabó a nadie por anunciar, con recta intención, la mentira. Finalmente, dice el Apóstol de aquéllos: Que Cristo sea anunciado, sea con segundas intenciones o con toda sinceridad 20. Pero de ningún modo dice que Cristo sea anunciado aunque haya que comenzar negándole.

17. Así pues, de muchos modos se puede rastrear el camino de los herejes ocultos sin vituperar la fe católica ni glorificar la impiedad herética.

CAPÍTULO VII

Prosigue el mismo tema

Pero, si no fuera posible sacar de sus madrigueras a los impíos herejes más que desviando nuestra lengua del recto camino de la verdad católica, menor mal sería dejarlos perecer en su mala fe oculta que echar a perder nuestra doctrina. Menor mal sería dejar soterradas a las zorras en sus madrigueras que permitir que, para cazarlas, los cazadores caigan en el foso de la blasfemia. Menor mal, en suma, es dejar a los priscilianistas encubrir su perfidia con el velo de la verdad que permitir a los católicos renegar de su fe, para no someterla a las mentirosas alabanzas de los priscilianistas. Porque si, efectivamente, fueran justas las blasfemias mentirosas por el hecho de proferirlas con la sana intención de descubrir a los ocultos herejes, también podrían ser castos los adulterios hechos con el mismo ánimo. Pues si una impúdica mujer priscilianista pusiera sus ojos en un católico José y le prometiera descubrirle todos los escondrijos de sus correligionarios y le pidiera cometer adulterio, y estuviese cierto de que si lo aceptaba, cumpliría lo que prometía, ¿juzgaríamos lícito hacer eso, o pensaríamos que de ninguna manera se debería comprar esa mercancía a tal precio?¿Por qué, entonces, rechazamos que se pueda descubrir a los herejes ofreciendo nuestro cuerpo al adulterio y pensamos que se les puede descubrir mediante una impúdica blasfemia oral? Pues, o bien será lícito defender, por la misma razón, ambas cosas, de suerte que estén justificadas por el hecho de utilizarlas para detener a los malvados, o bien, si la sana doctrina nos prohíbe entregar nuestros cuerpos, ya que no el alma, a mujeres impúdicas, aunque sea para descubrir a los herejes, de igual modo se nos prohíbe, aunque sea para descubrir a los herejes, predicar, de viva voz, la inmunda herejía o blasfemar la pureza de la verdad católica, aunque permanezca pura nuestra mente.

Pues la misma soberanía de la mente, a la que debe estar sujeto todo movimiento inferior del hombre, queda estigmatizada, con justo oprobio, cuando el hombre no hace lo que debe, ya sea con la palabra o con alguno de sus miembros. Además, lo que se hace de palabra se hace también con un miembro, porque la lengua es un miembro con el que se hace la palabra, y ninguna acción nuestra se da a luz con un miembro si no ha sido concebida antes en el corazón; o mejor, lo que se ha dado a luz, dentro, pensando y consintiendo, se realiza fuera por medio de un miembro. Por tanto, no está libre de culpa el alma cuando realiza algún acto en ese sentido, dado que eso no se haría si el alma no decidiese hacerlo.

18. Ciertamente, interesa mucho saber la causa, el fin, la intención con que algo se hace, pero lo que consta que es pecado, de por sí, no hay ninguna causa buena ni ningún buen fin aparente ni ninguna, supuesta, buena intención que pueda justificarlo. Ahora bien, las acciones humanas, que no son, en sí mismas, pecado, serán buenas o malas según las causas que tengan. Así, dar alimento a los pobres es una buena obra si se hace por misericordia y con recta intención, del mismo modo la unión conyugal, cuando se realiza para engendrar hijos y con la buena fe de regenerarlos por el bautismo. Estas obras, y otras del mismo tenor, son buenas o malas según lo sean sus causas, pues esas mismas obras, si tienen malos motivos, se convierten en pecados; por ejemplo, cuando se da alimento al pobre por jactancia, o cuando por pura lascivia se une uno a su mujer o cuando se engendran hijos no para ofrecerlos a Dios, sino al diablo. Pero cuando ya las mismas obras son pecados en sí mismas, como los robos, estupros, blasfemias y otras cosas semejantes, ¿quién dirá que se pueden hacer por buenos motivos, de modo que no sean pecado o, lo que es más absurdo, que sean pecados justos? ¿Quién se atreverá a decir: para tener qué dar a los pobres, robemos a los ricos o vendamos falsos testimonios, máxime si eso no daña a los inocentes, sino que así libramos a los culpables de la condena de los jueces? Dos bienes, pues, se siguen de este tráfico de la mentira: conseguir dinero para alimentar al necesitado y engañar al juez para que no castigue a un hombre. De igual modo, ¿por qué no podríamos falsificar los testamentos verdaderos e inventar otros falsos para que las herencias y legados no caigan en manos indignas, que no hacen ningún bien, sino que los demos a los que alimentan a los hambrientos, visten a los desnudos, acogen a los peregrinos y construyen iglesias? ¿Por qué no hacer esos males para que vengan estos bienes, ya que, por estos bienes, aquéllos dejan de ser males? Y, además, si unas mujeres impúdicas y ricas se las viera dispuestas incluso a pagar a sus seductores amantes, ¿por qué no habría de usar estas artes y estas partes un misericordioso varón, cuando las va a dedicar a una causa tan buena como es allegar bienes para dar a los indigentes? Y eso sin tener que cuidarse de lo que dice el Apóstol: El que robaba, que ya no robe; antes trabaje en buenas obras para tener con qué ayudar al necesitado 21. Pues, entonces, no solo el mismo hurto, sino también el falso testimonio, el adulterio y toda obra mala no será ya mala, sino buena, pues se hace por esa razón de tener con qué hacer el bien. ¿Quién puede decir estas cosas, sino el que pretenda trastornar toda la sociedad, las leyes y la moral humana? Pues, una vez admitido que en las acciones humanas malas no se ha de mirar lo que se hace si, no por qué se hace, entonces todas las obras que han sido hechas por causas buenas nunca se han de tener por malas. Por tanto, el delito más criminal, el pecado más vergonzoso y el sacrilegio más impío podrán cometerse sin miedo y legítimamente, y no solo con impunidad, sino como una acción gloriosa, de modo que al perpetrarlos no solo no se debe temer ningún castigo, sino esperar un premio. Pero si la justicia, con razón, castiga al ladrón aunque dijese y mostrase que había robado bienes superfluos al rico para suministrar lo necesario al pobre; si, con razón, castiga al falsario aunque afirmase que había corrompido el testamento ajeno para hacer heredero a aquel que habría de dar abundantes limosnas y no al que no habría de hacer ninguna; si, con razón, castiga al adúltero aunque mostrase que cometió el adulterio por misericordia, para salvar de la muerte a un hombre por medio de su cómplice; si, para centrarnos en nuestro tema, con razón, se castiga al adúltero que, para llegar a los escondrijos de los priscilianistas, se mezcla con una de sus mujeres a sabiendas de su torpeza. Te conjuro, pues, que, como dice el Apóstol: No entreguemos nuestros miembros como arma de iniquidad al pecado 22. Por tanto, no podemos ofrecer ni las manos ni los genitales ni ningún otro miembro a ninguna acción pecaminosa para descubrir a los priscilianistas. ¿Qué nos ha hecho nuestra lengua, nuestra boca o nuestra voz, para que las ofrezcamos como armas de pecado, y de un pecado tan grande como es blasfemar conscientemente de Dios, para captar a los priscilianistas y librarnos de sus blasfemias inconscientes?

CAPÍTULO VIII

La buena intención disminuye el pecado

19. Tal vez dirá alguno: ¿Entonces es lo mismo el ladrón a secas que el que roba con la intención de hacer obras de misericordia? Yo no digo esto. Digo, sencillamente, que uno no es bueno porque el otro sea peor. Peor es el que roba por avaricia que el que roba por misericordia, pero si todo hurto es pecado hay que abstenerse del hurto. ¿Quién dirá que se ha de pecar, aunque una cosa sea el pecado mortal y otra el venial? Pues, ahora, preguntamos: ¿si uno hace esto o lo otro, peca o no peca?, no, quién pecará más grave o más levemente. Porque también la ley castiga los hurtos más levemente que los estupros, pero ambos son pecados aunque uno más grave y otro más leve, así, es más leve el hurto por avaricia que el adulterio que se hace por socorrer a otro. En el mismo género de pecados, ciertamente, son más leves los que se han cometido con buena intención, aunque tal vez éstos, comparados con los de otra especie, aparezcan más graves que los leves de ésa. Así, es más grave robar por avaricia que por misericordia, e, igualmente, es más grave cometer adulterio por lujuria que por misericordia, y, sin embargo, es más grave cometer adulterio por misericordia que robar por avaricia. Pero ahora no se trata de qué es más leve o qué es más grave, sino de qué cosas son pecado y cuáles no. Nadie debe, pues, decir que debió pecar, cuando consta que ha pecado, pero se puede decir si se debe perdonar o no cuando se ha cometido de esta o la otra manera.

CAPÍTULO IX

Pecados de compensación. Dos casos bíblicos

20. Con todo, hay que confesar que hay tal contrapeso en algunos pecados, que inquietan la conciencia humana, que incluso se llega a pensar que merecen alabanza o que se han cometido rectamente. ¿Quién hay que dude que es un gran pecado que un padre prostituya a sus hijas a la fornicación de los impíos? Y, sin embargo, hubo una causa por la que un santo varón pensó que debía hacerlo cuando los sodomitas, en un abominable ímpetu de lujuria, se precipitaron sobre sus huéspedes. Dijo, pues: Tengo dos hijas que no han conocido varón, os las sacaré a vosotros, y haced con ellas como os plazca, pero a estos varones no les hagáis mal alguno, porque se acogieron a la sombra de mi techo 23. ¿Qué diremos de esto? ¿No nos horroriza tanto ese crimen que pretenden cometer los sodomitas contra los huéspedes de aquel santo varón, hasta el punto de pensar que todo lo que se hubiese de hacer, para que esto no se hiciese, se debería hacer? Nos impresiona sobre todo el autor de este hecho que, en virtud de su santidad, había sido liberado de la destrucción de Sodoma, y porque era un mal menor cometer esa deshonestidad con las mujeres que con los varones, se podría decir que también esto pertenece a la santidad de aquel justo que prefirió que esta maldad se cometiese contra sus hijas que contra sus huéspedes. Y esto no solo lo deseó interiormente, sino que lo manifestó de palabra y lo hubiera cumplido de hecho si aquéllos lo hubieran aceptado. Pero, si abrimos este camino, de modo que podamos cometer pecados menores para que otros no comentan otros mayores, se abrirá una frontera amplia e indefinida de modo que, destruidas y removidas todas las barreras, una avalancha de pecados entrará en el mundo y reinará, sin límite, a campo abierto.

Desde el momento en que fuera admitido que un hombre puede pecar menos para que otro no peque más, de hecho, nos veremos obligados a evitar los adulterios ajenos con nuestros hurtos, y los incestos con los adulterios, y si hubiera alguna impiedad peor que los incestos, se diría que debíamos cometer incestos, si de este modo se pudiera conseguir que otros no cometieran otra impiedad. Y, en cada uno de los géneros de pecados, se pensaría que se podrían cometer robos por evitar robos, adulterios por adulterios, incestos por incestos, y sacrilegios por sacrilegios, nuestros pecados por los ajenos, no solo los menores por los mayores, sino, también cuando se trata de los pecados pésimos y atroces, pensaríamos que estaría permitido cometerlos, si eran menos en número para evitar un número mayor. Metidos en este laberinto nunca se abstendrían de pecar los otros más que a condición de que nosotros pecáramos, aunque fuera algo menos. Entonces estaríamos totalmente al arbitrio del enemigo, que podría decirnos: Si tú no cometes este pecado, yo cometeré otro mayor, si tú no perpetras este crimen, yo cometeré otros muchos. Y, así, parece que deberíamos admitir el crimen si queremos abstenernos del crimen. Pensar de este modo, ¿qué es sino desbarrar o, más bien, volvernos locos? Pero de lo que debo cuidarme para evitar el castigo es de mi propio pecado, y no del ajeno, cometido en mí o en otro, puesto que: El alma que pecare, ésa morirá 24.

21. En consecuencia, pues, sin duda alguna, no debemos pecar nosotros para que no pequen más gravemente otros, ya en nosotros, ya en otros. Así, debemos meditar, en eso que hizo Lot, para ver si es un ejemplo a imitar o más bien a evitar. Pues más bien se puede ver y notar, que como un mal tan horrible amenazase a sus huéspedes, por la impiedad ignominiosa de los sodomitas, cuando la quería alejar y no podía, de tal modo se conturbó el alma del justo que quiso hacer lo que la nebulosa tempestad del temor humano y no la tranquila serenidad de la ley divina pedía. Y, así, consultado por nosotros, clamará que no debemos hacerlo así, y nos mandará que evitemos nuestros propios pecados, de tal modo que no pequemos, en absoluto, ni por temor alguno a los pecados de otros. Pues aquel justo varón conturbado por el temor a los pecados ajenos, que nada pueden manchar sino por el consentimiento, no atendió a su pecado por el que quiso someter a sus hijas a la lujuria de los impíos. Cuando leemos estas cosas en las santas Escrituras, no debemos pensar que porque creemos que así se han hecho, así las debemos hacer, no sea que vayamos a violar los preceptos por imitar, servilmente, los ejemplos.

¿O, acaso, porque David juró que había de matar a Nabal, aunque después impulsado por la clemencia no lo hizo 25, vamos nosotros a imitarle jurando, temerariamente, cumplir lo que más tarde vemos que no debe hacerse? Como el temor perturbó a Lot hasta hacerle optar por prostituir a sus hijas, la ira trastornó a David para que jurara temerariamente. Finalmente, si nos fuera posible preguntarles por qué hicieron esas cosas, uno respondería: El temor y el temblor vinieron sobre mí y me envolvieron las tinieblas 26. Y el otro podría decir: Mi vista se turbó cegada por la cólera 27. No debe, pues, extrañarnos que se turbara el primero, envuelto en las tinieblas del temor, ni que el segundo, cegado por la cólera, no viera lo que debió ver, de modo que ambos hicieran lo que no debieron hacer.

22. Al santo rey David, justamente se le pudo decir que no debió haberse encolerizado ni siquiera contra el ingrato que le devolvía mal por bien. Pues aunque, como humano, la ira le sorprendió, no debió imponerse tanto que llegase a jurar lo que no podía hacer sin ser un despiadado, ni dejar de cumplir sin ser un perjuro. En cuanto a Lot, acosado por las locuras libidinosas de los sodomitas, ¿quién se atrevería a decirle: aunque tus huéspedes, en tu casa, en la que les has forzado a alojarse con fogosa humanidad, sean sometidos y oprimidos por unos hombres impúdicos y sufran infamias que solo se pueden cometer con las mujeres, nada temas, por nada te preocupes, no te espantes, no te horrorices ni tiembles? ¿Quién se atrevería a decir estas cosas al piadoso hospedero, aunque fuese un compañero de aquellos empecatados? Con muchísima más razón se le diría: Haz lo que puedas, para que no ocurra lo que, con razón, temes. Pero que este temor no te empuje a ser responsable de la maldad que cometerían tus hijas si consintieran en pecar con los sodomitas, ni de su forzada violación en caso de que no la consintiesen. No cometas tú un gran pecado por mucho que te horrorice otro pecado ajeno mayor. Pues, por mucha diferencia que haya entre el pecado tuyo y el ajeno, el tuyo será siempre tuyo y el ajeno será ajeno. A no ser que, para defender a Lot, alguno quisiera verse apremiado a razonar de esta manera y diga: Mejor es recibir una injuria que cometerla. Ahora bien, como los huéspedes de Lot no iban a cometer una injuria sino a recibirla, este santo varón prefirió que sus hijas sufrieran esta ofensa en lugar de sus huéspedes, porque él era dueño de sus hijas, y sabía que ellas no pecarían, sino que tolerarían que se pecase con ellas sin consentir en el pecado. Además, no eran ellas las que se ofrecían al estupro, aunque lo permitieran para evitar que se cometiese con los hombres, es decir, con sus huéspedes, y, por tanto, tampoco eran responsables de sumisión voluntaria a la pasión libidinosa ajena. Tampoco el padre pecaba al no ofrecerse a sí mismo, en lugar de sus huéspedes, aunque hubiese sido menor el mal de pecar con uno que con dos hombres, y hubiera podido resistir con todas sus fuerzas para que ningún consentimiento le manchara, pues aunque el frenesí sensual llegase al extremo de rendir las fuerzas corporales, el consentimiento ajeno no podría mancharle si él no consentía. Por otra parte, tampoco pecaba al ofrecer a sus hijas, ya que no las forzaba a pecar, sino únicamente a tolerar la violación sin consentir en ella. De hecho, ellas no pecaban, sino que sufrían a los pecadores. Es como si Lot hubiera ofrecido sus siervos a la furia mortal de unos bandidos, para evitar que sus huéspedes sufrieran las heridas de la muerte. De esta cuestión no voy a discutir, porque no acabaría nunca, es decir: si el señor usa correctamente de su derecho de potestad sobre el siervo, si puede exponer a su siervo inocente a la muerte para que un amigo del mismo, también inocente, no sea maltratado en su casa por unos violentos malvados.

Pero, ciertamente, de ningún modo se puede decir correctamente que David debía haber jurado hacer lo que después vio que no debía hacer. Y, por eso, constatamos que no todo lo que los santos y justos varones han hecho legítimamente, debemos tenerlo siempre como norma de costumbres. Antes bien, se nos invita a considerar con qué amplitud hay que aplicar y a cuántos hay que extender la palabras del Apóstol: Hermanos, aunque, ofuscado, alguien cometiese algún delito, vosotros, que sois espirituales, instruidle con espíritu de mansedumbre; fíjate en ti mismo, no sea que también tú seas tentado 28. Ofuscaciones son esas situaciones en las cuales se delinque, ya porque no se ve qué es lo que se debe hacer ni el momento apropiado, o, si es que uno lo ve, es vencido, de modo que se comete el pecado, ya sea porque se oculta la verdad o porque empuja la debilidad.

CAPÍTULO X

Los casos de Abrahán y de Jacob

23. Lo que más perturba, en todas nuestras acciones, aun a los hombres de bien, son los pecados de compensación, de modo que ni siquiera se juzgan como pecados, cuando hay tales razones para hacerlos que más bien parece se peca si no se realizan. Sobre todo, la mentira se ha impuesto en la opinión de la gente, de tal modo que cuando alguien miente para utilidad de otro o para no dañar a otro, al que parece se dañará si no se miente, no solo no se piensa que sean pecado esas mentiras, sino que incluso se cree que son buenas. Para defender este género de mentiras se cree estar apoyados en muchos ejemplos de las santas Escrituras. Pero esto no es ocultar la verdad, sino que es decir la mentira. Pues, aunque todo el que miente quiere ocultar la verdad, sin embargo no todo el que quiere ocultar la verdad miente, ya que muchas veces ocultamos la verdad no al mentir, sino al callar. Por eso, tampoco mintió el Señor cuando dijo: Tengo muchas cosas que deciros, pero todavía no estáis preparados para recibirlas 29. Calló cosas verdaderas, porque no los juzgó preparados para oírlas, pero no dijo cosas falsas. Si no les hubiese indicado esto, a saber, que no podían todavía recibir lo que no les quiso decir, ciertamente les hubiera ocultado parte de la verdad, pero tal vez seguiríamos ignorando que eso se podía hacer lícitamente o al menos no podríamos apoyarnos en el ejemplo de su autoridad. En consecuencia, quien dice que algunas veces se puede mentir, en mala hora cita el ejemplo de Abrahán que llamó a Sara su hermana. Pues no dijo: "No es mi mujer", sino que dijo: Es mi hermana, pues le era tan cercana en el parentesco que le podía llamar, sin mentir, hermana. Esto lo confirmó al que se la había quitado cuando se la devolvió, al responderle diciendo: Efectivamente, es hermana mía de padre, no de madre 30, es decir, por línea paterna, no materna. Por tanto, calló algo verdadero, no dijo algo falso; calló que era su mujer y dijo que era su hermana. Esto hizo también su hijo Isaac, pues sabemos que también él tomó por esposa a una pariente. O sea, mentir no es ocultar la verdad cuando se calla, sino decir lo que es falso cuando se habla.

24. Por lo que hace a Jacob, que utilizó a su madre para, según parecía, engañar a su padre, si se examina con sinceridad y diligencia, no se trata de una mentira, sino, más bien, de un misterio. Pues si llamamos mentiras a todas las parábolas y símbolos, que no se pueden tomar al pie de la letra, y que se usan para significar otras cosas, y se han de entender en sentido traslaticio, entonces todas serían mentiras, lo que no puede admitirse. Porque el que piensa esto tiene que lanzar esta calumnia sobre todos los tropos y figuras del lenguaje. Entonces la misma metáfora, o sea, la trasposición de un vocablo, de su significado propio a otro figurado, también habría que llamarla mentira. Así, cuando decimos: las ondulantes mieses, las áureas viñas, la florida juventud, las níveas canas, como quiera que en absoluto encontramos, en esas cosas, a las que aplicamos estas palabras traslaticiamente ni ondas ni oro ni flores ni nieve, se pensará que se trata de mentiras. Lo mismo al llamar piedra 31 y león a Cristo 32, o corazón de roca a los judíos 33, o león al diablo 34, y otras cosas innumerables, se dirá que son mentiras. ¿Y qué pensaremos cuando la metáfora llega a ser antífrasis, de modo que afirma que abunda lo que no hay, que es dulce lo amargo, llama bosque luminoso (lucus) al que no tiene luz y Parcas (indulgentes) a las que no perdonan? Y, así, otros muchos casos que tenemos en las santas Escrituras como cuando el diablo dice, al Señor, del santo Job: Ya veremos si no te bendice a la cara 35, y hay que entender: "si no te maldice". Los calumniadores de Nabot le acusaban de un falso crimen con estas palabras: Bendijo al rey 36 pero querían decir: "lo maldijo". Todas estas formas de hablar, se juzgaría que eran mentiras, si se piensa que son mentiras las expresiones o acciones figuradas.

Pero, si no es mentira cuando para la comprensión de la verdad se usa el sentido traslaticio, entonces no solo lo que hizo o dijo Jacob a su padre para que le bendijera ni, tampoco, lo que dijo José, como para engañar a sus hermanos 37, ni la locura que fingió David 38 ni otras cosas semejantes se han de juzgar por mentiras, sino que son palabras y acciones proféticas que apuntan a la comprensión de otras verdades. Esas verdades se ocultan bajo velos simbólicos para excitar el espíritu del piadoso investigador y no se envilezcan al presentarse desnudas y evidentes. Pues, aunque ya las conozcamos abierta y claramente por otros pasajes, al descubrirlas en su misterio parece que renacen en nuestro entendimiento y como renacidas nos regalan. Y tampoco ciegan a los estudiosos porque las vean entre velos, antes resultan más interesantes porque, como si nos hubieran sido arrebatadas, las deseamos con más ardor y las desvelamos con mayor gozo como muy apetecidas.

En todo caso, esas metáforas dicen cosas verdaderas y no falsas, porque significan cosas verdaderas, no cosas falsas, sea de palabra o de obra, pues lo que significan, eso es lo que dicen. Pero se juzga que son mentira porque no se entiende que lo que realmente significan, eso es lo que dicen, sino que se cree que lo que dicen son cosas que son falsas. Para que esto se haga más claro, en los citados ejemplos, atiende a eso mismo que hizo Jacob. Ciertamente, cubrió sus miembros con pieles. Si buscamos la razón inmediata pensaremos que ha mentido, pues hizo eso para que se pensara que era el que no era. Pero si referimos este hecho a lo que, de hecho, quería significar, entonces vemos que las pieles de cabrito significan los pecados y por aquel que se cubrió con ellas se significó a aquel que no llevó sobre sí los pecados propios sino los ajenos. Por tanto, una verdadera significación nunca se podrá decir, realmente, que es mentira. Y lo mismo que de su acción, podemos decir de sus palabras. Porque, cuando el padre le dice: ¿Quién eres tú, hijo mío? Y él le responde: Yo soy Esaú, tu primogénito 39. Si esto se refiere a aquellos dos hermanos gemelos, parecerá que es mentira, pero si se refiere a aquello que se quería significar al escribir estos hechos y dichos, esto hay que entenderlo en su cuerpo que es la Iglesia, de aquel que al hablar de esto dijo: Entonces veréis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros seréis arrojados fuera. Y vendrán de Oriente y de Occidente, del Norte y del Mediodía, y se sentarán en el convite del reino de Dios. Porque los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos 40.

Así es como, en cierto modo, el hermano menor despojó al mayor de la primogenitura y la trasfirió a sí mismo. Al referirse este evento a cosas tan verdaderas y al significarlas con tanta veracidad, ¿quién podría juzgarlo como algo hecho o dicho mendazmente? Porque las cosas significadas no es que no sean verdad sino que son o pasadas o presentes o futuras, y sin duda tienen una verdadera significación y no son ninguna mentira. Pero sería irse demasiado lejos analizar detalladamente todo el sentido de esta significación profética, en la que brilla la palma de la verdad, pues con la misma significación con que fueron pronunciadas brillaron con toda luz en su cumplimiento.

CAPÍTULO XI

Tres principios para combatir el priscilianismo

25. Tampoco me he propuesto yo en este discurso, lo que más bien te pertenece a ti, que desenmascaraste a los priscilianistas, tratar todo lo que toca a sus dogmas falsos y perversos, para que no parezca que los estudiamos para darlos a conocer y no para combatirlos. Haz todo lo posible para que sean vencidos, tú que conseguiste ponerlos al descubierto. No vaya a ocurrir que, mientras nos dedicamos a descubrir a los mentirosos, dejemos de lado, como irrefutables, sus mentiras, cuando, más bien, debemos destruir las falsedades ocultas en los corazones que, perdonando sus falsedades, descubrirlos a ellos en sus refugios. Ahora bien, entre esos dogmas priscilianistas, que debemos aniquilar, está el que afirma que las personas piadosas deben mentir, para ocultar sus sentimientos religiosos, no solo cuando se trata de cosas que no atañen directamente a la doctrina de la religión, sino que se ha de mentir, precisamente, cuando se trata de la religión para que no quede al descubierto ante los extraños. Así, por ejemplo: se debe negar a Cristo para no aparecer como cristiano ante sus enemigos. Te suplico, pues, que te apresures a destruir este dogma impío e infame que pretenden fundamentar con testimonios tomados de la Escrituras, en los que parece que no solo se ha de perdonar y tolerar la mentira, sino que se la debe honrar. A ti, pues, te pertenece, al refutar esta secta detestable, mostrar que estos testimonios de la Escritura se deben entender de tal modo que les hagas ver, o que si se entienden, realmente, como se deben entender, no son mentiras las que se toman por tales, o que, si se trata de verdad de mentiras manifiestas, no se deben imitar, y, en todo caso, al menos, en lo que atañe a la doctrina de la religión, para nada se puede mentir. De esta manera los destruirás de raíz al destruir los fundamentos en que estriban, y asimismo se pensará que no se ha de seguir y se ha de evitar al máximo a los que afirman que deben mentir para ocultar su herejía. Esto es lo primero que hay que combatir de ellos: golpear y derribar su propia fortaleza con los dardos de la verdad. Y no se ha de ofrecer refugio para resguardarse a los que no lo tenían, no sea que, si son descubiertos por aquellos a los que pretendían seducir aunque no lo consiguieron, digan: Solo pretendíamos tentarlos, pues católicos prudentes nos enseñaron que se podía usar de esa trampa para descubrir a los herejes.

Por eso, procede que te exponga ahora más ampliamente por qué yo he adoptado esos tres principios de discusión contra quienes pretenden aducir el patronato de las divinas Escrituras para justificar sus mentiras. En primer lugar, debemos mostrarles que ninguna de las que allí se juzgan como mentiras, es realmente eso, si se entiende adecuadamente. En segundo lugar, si allí hay alguna mentira manifiesta, no se debe imitar. Y en tercer lugar, contra la opinión de todos los que piensan que pertenece al oficio de hombre bueno el mentir alguna vez, se ha de mantener, por encima de todo, que, en la doctrina de la religión, nunca se debe mentir. Estos son, pues, los tres principios que poco antes te recomendé y que casi te impuse para que los lleves a la práctica.

CAPÍTULO XII

Aplicación del primer principio

26. Para demostrar que algunas cosas que parecen mentiras, en las Escrituras, no son lo que se piensa, si se entienden rectamente, no te debe parecer de poca importancia que siempre encuentran en los libros proféticos y no en los apostólicos sus seudoejemplos de mentiras. Pues todas aquellas cosas que citan literalmente, donde alguno ha mentido, se leen en dichos libros, en los cuales se han escrito no solamente algunos dichos, sino que también se relatan muchos hechos en sentido figurado, porque también se han realizado figuradamente. En esas figuras, lo que parece una mentira, bien entendido, se ve que es verdad. Pero los Apóstoles, en sus Cartas, hablaron de otra manera, y así también se escribieron los Hechos de los Apóstoles, una vez revelado en el Nuevo Testamento lo que se ocultaba en las metáforas proféticas. En fin, en todas las Cartas apostólicas, y en el excelente libro en el que, con toda veracidad, se narran sus hechos canónicos, no se encuentra a nadie que mienta de tal modo que se pueda proponer de ejemplo para autorizar la libertad de mentir.

Pues, con razón, fue reprendida y corregida la simulación de Pedro y Bernabé, por la que obligaban a judaizar a los gentiles, para que, entonces, a nadie hiciese daño, ni tampoco sirviese a la posteridad como ejemplo a imitar. Pues, como viese el apóstol Pablo que no caminaban rectamente conforme a la verdad del Evangelio, dijo a Pedro ante todos: Si tú, siendo judío, vives al estilo de los gentiles y no de los judíos, ¿por qué obligas a judaizar a los gentiles? 41 Y esto que hizo él, de ningún modo debemos pensar que lo hizo falazmente, sino que, para no aparecer como enemigo de la Ley y los Profetas, mantuvo y realizó ciertas observancias legítimas de las costumbres judías. Precisamente, respecto a esta cuestión, es bien conocida su opinión, en la que estaba bien fundado: no prohibir a los judíos, que entonces creyeran en Cristo, mantener las tradiciones paternas ni obligar a los gentiles a observarlas para hacerse cristianos. Así, no huirían de aquellos sacramentos que Dios les había impuesto, como si fueran sacrilegios, ni pensarían que eran tan necesarios, una vez revelado el Nuevo Testamento, que sin ellos no se podrían salvar los que se convirtieran a Dios. Ciertamente, había algunos que pensaban y predicaban esto aún después de recibir el Evangelio de Cristo. Pedro y Bernabé estaban de acuerdo, simuladamente, con ellos y, por eso obligaban a los gentiles a judaizar. Pues, obligarles a judaizar era, predicarles como necesarios esos sacramentos, como si el Evangelio recibido no ofreciera la salvación, en Cristo, sin ellos. Esto es lo que pensaban por error algunos, esto lo que aparentaba por temor Pedro y contra esto argüía la libertad de Pablo.

En cuanto a lo que dice: Me he hecho todo para todos para salvarlos a todos 42, eso lo hizo por medio de la compasión, no por medio de la mentira. Uno se hace semejante a aquel al que quiere socorrer cuando le socorre con tanta misericordia cuanta desearía se tuviera con él, si él mismo estuviese en ese mismo lamentable estado. Por tanto, se hace como aquél no para engañarle, sino para ponerse en su lugar. De ahí el dicho del Apóstol que ya cité más arriba: Hermanos, si algún hombre cayere ofuscadamente en algún delito, vosotros, que sois espirituales, instruidle con espíritu de mansedumbre, cuidándoos de no caer vosotros en la misma tentación 43. Pero, si porque había dicho: Me he hecho judío con los judíos, y como si estuviera bajo la Ley de los que estaban bajo la Ley 44, vamos a pensar que aceptó, dolosamente, los misterios de la antigua Ley, también tendríamos que pensar que, del mismo modo falaz, habría aceptado la idolatría de los gentiles porque también había dicho: que se había hecho como sin ley para ganar a los que vivían sin ley, lo que, ciertamente, no hizo. Pues no sacrificó, en ningún lugar, a sus ídolos ni adoró sus simulacros, antes bien mostró, con toda libertad como mártir de Cristo, que se habían de detestar y considerar vitandos.

En consecuencia, los priscilianistas no nos pueden proponer ningún hecho ni dicho apostólico como ejemplo de mentira, para que sean imitados. Pero, de los hechos o dichos proféticos, se cree que pueden sacar argumentos porque toman por mentiras las figuras proféticas que, a veces, se parecen a las mentiras. Pero, cuando las referimos a aquellas cosas que, para significarlas, fueron así hechas y dichas, vemos que su significado es verdadero, y, por tanto, en absoluto son mentiras. Puesto que la mentira es la significación de una cosa falsa con la voluntad de engañar, y no hay tal significación falsa, cuando se significa una cosa por medio de otra, pues, si se entiende correctamente, el significado es verdadero.

CAPÍTULO XIII

Explicación de algunos pasajes del Evangelio

27. También son de este tenor algunas expresiones del Salvador en el Evangelio, porque el mismo Señor quiso ser Profeta de profetas. Por ejemplo, en aquellas palabras que dijo a la mujer que padecía flujos de sangre: ¿Quién me ha tocado? 45, y acerca de Lázaro: ¿Dónde lo habéis puesto? 46 De sobra sabía Él lo que preguntó como si no lo supiera. Y de este modo fingió que no lo sabía, para dar a entender otra cosa con su aparente ignorancia. Y como esa significación era verdadera, ciertamente, no era una mentira. En efecto, la mujer que padecía flujo de sangre y Lázaro difunto, hacía cuatro días, significaban a los que, en cierto modo, desconocía Jesús que lo sabía todo. Porque la mujer significaba el pueblo de los gentiles, del que se había anunciado: El pueblo que no conocí, me sirvió 47. Y Lázaro, separado de los vivos, yacía, como una parábola profética, allí dónde aquél dijo: Fui arrojado de ante la faz de tus ojos 48. Y, así, en la pregunta de Cristo, como si Él no supiese quién era aquella mujer ni dónde estaba colocado Lázaro, se prefiguró todo esto y con esta significación veraz se evitó toda mentira.

28. Lo mismo cabe decir de ese hecho con el que me dices que os arguyen los priscilianistas: El Señor Jesús, después de resucitar, iba de camino con dos discípulos y, al acercarse al castillo al que se dirigían, fingió ir más adelante. Allí el evangelista dice expresamente: Mas Él fingió ir más adelante 49. Incluso, puso la misma palabra en la que se gozan los mentirosos para mentir impunemente. Como si fuera mentira todo lo que se finge, cuando se fingen tantas cosas para poder significar, mediante ellas, otras más verdaderas. Si, efectivamente, Jesús no hubiera significado nada cuando fingió que iba más lejos, con razón se pensaría que era una mentira, pero, si se entiende bien y se refiere a lo que quiso significar, se encuentra que es un misterio. De lo contrario, serían mentiras todas aquellas cosas que, aunque no hayan sucedido, se cuentan, como acaecidas de verdad, para significar otras semejantes a ellas. De ahí aquella prolija narración de los dos hijos de un padre, del hijo mayor que se quedó con él y del menor que se marchó al extranjero 50. Por este género de ficción, los hombres atribuyeron hechos y dichos humanos a los animales irracionales y a las cosas, que carecen de sentido, para que, por medio de esas narraciones ficticias, pero muy significativas, intimasen lo que querían con mayor autoridad. No solo en los autores profanos, como en Horacio, un ratón habla a otro, y una comadreja a una raposa, y con esta narración ficticia se significa, realmente, el tema de que se trata. Por eso, también Esopo usa estas fábulas para este fin, y no ha habido nadie tan inculto que considere que haya que llamarlas mentiras. Pero también en las Letras sagradas, como en el libro de los Jueces, en el que los árboles piden un rey, y hablan al olivo, la higuera, la vid y la zarza 51. Todo eso es una ficción, que apunta al fin que pretende, por medio de una ficción, no por medio de una mentira, que es llegar a una significación veraz.

He dicho todo esto en relación a aquello que está escrito de Jesús: Y Él fingió ir más lejos: No sea que alguno, basado en estas palabras, como los priscilianistas, quiera tener por lícita la mentira e incluso pretenda que Cristo había mentido. El que quiera entender lo que prefiguró con esa ficción, atienda a lo que hizo, a lo que realizó después en sus actos. Pues luego marchó mucho más lejos, sobre los cielos, pero no abandonó a sus discípulos. Para significar ese hecho futuro, de su divino poder, fingió, en el presente, ese ademán humano. Y, por eso, la auténtica significación se prefiguró en la ficción presente y la verdad apareció más tarde en la realización futura. Así pues, solo pretenderá que Cristo mintió, fingiendo, el que niegue que lo cumplió al realizar lo que significó.

CAPÍTULO XIV

Otros casos del Antiguo Testamento

29. Como los herejes mentirosos no encuentran, en los escritos del Nuevo Testamento, ejemplos de mentira que imitar, piensan que los hay copiosísimos, para aportar a esta disputa, en la que opinan que se puede mentir, cuando se trata de los Libros de los viejos profetas. Y como allí no aparece, sino a los pocos que lo entienden, a qué se refieren los hechos y dichos, en su significación verdadera, creen ellos encontrar y descubrir, allí mismo, muchas mentiras. Pero, al pretender encontrar ejemplos a imitar, en los que puedan escudarse para poner engañar, se engañan ellos a sí mismos, y se mienten a sí mismos en su iniquidad 52. Pero por lo que hace a aquellas personas a las que no se puede creer que quisieran profetizar, si han hecho o dicho algo fingido con voluntad de engañar, sin duda que han mentido, aunque de sus hechos o dichos se pueda seguir algo profético, dispuesto y preparado por la divina Providencia, que sabe sacar bien incluso de los males de los hombres. Pero no por eso se deben juzgar dignas de imitación porque se encuentran en esos Libros que, con razón, llamamos santos y divinos. Pues en ellos están escritas las buenas y malas acciones de los hombres, aquéllas hay que seguirlas y éstas evitarlas. De algunas de esas acciones se nos da una sentencia, y, otras, de modo tácito, se dejan a nuestro juicio, porque no solo nos conviene alimentarnos de verdades manifiestas, sino que, también, conviene ejercitarnos en las cuestiones más oscuras.

30. ¿Por qué estiman los priscilianistas que se puede imitar la mentira de Tamar y que no se puede imitar la fornicación de Judá? 53 Ambas cosas se narran en la Escritura, sin condenarlas ni alabarlas, y se nos deja a nosotros su juicio, pero sería de admirar que se permitiera imitar, impunemente, cualquiera de ellas. Sabemos que Tamar mintió no por una pasión de meretriz, sino por el deseo de ser madre. En cuanto a Judá, aunque su acto no se tome como una fornicación, podría alguien cometerla para liberar a un hombre, igual que Tamar mintió para concebir un hombre, ¿acaso, por eso, en el primer caso sería lícito fornicar, puesto que, en el segundo, sería lícito mentir? Por tanto, debemos sopesar, con gran cuidado, nuestra doctrina no solo en lo que toca a la mentira, sino en todas las acciones humanas en las que existen "pecados de compensación". No vaya a ser que abramos la puerta no solo a ciertos pecados leves, sino, también, a toda clase de crímenes, y no quede ningún delito, infamia ni sacrilegio que no pueda cometerse y para cuya licitud no faltasen, aparentemente, motivos justos para hacerlos, pues esta opinión supondría la bancarrota de toda honradez humana.

CAPÍTULO XV

Ninguna mentira es justa

31. No se debe juzgar de otro modo al que dice que hay una mentira justa, pues no hay un pecado justo como no hay cosa injusta que sea justa. ¿Qué cosa hay más absurda?, pues ¿por qué es algo pecado sino porque es contrario a la justicia? Dígase, pues, que hay pecados graves y leves, pese a la opinión de los estoicos, que dicen que todos los pecados son iguales; pero decir que hay pecados justos e injustos ¿qué otra cosa es sino decir que hay iniquidades justas e injustas? Como dice el apóstol Juan: Todo el que comete pecado, obra la iniquidad, pues el pecado es iniquidad 54. Por tanto, el pecado nunca puede ser justo, a no ser que demos este nombre a una cosa que no lo es, sino que se hace o padece en relación al pecado. Pues, a veces, se llama pecados a los sacrificios ofrecidos por los pecados o a las penas impuestas a los pecadores por sus pecados. Efectivamente, éstos pueden llamarse pecados justos, pues justos son los sacrificios y justas las penas.

Pero las cosas que se hacen contra la ley de Dios no pueden ser justas. Pues de Dios se ha dicho: Tu ley es la verdad 55. Y, por eso, lo que es contra la verdad no puede ser justo. Pero ¿quién dudará que toda mentira es contraria a la verdad? Por tanto, ninguna mentira es justa.

Asimismo, ¿quién no tiene claro que todo lo que es justo viene de la verdad? En efecto, grita San Juan: Ninguna mentira viene de la verdad 56. Por tanto, toda mentira es injusta. En consecuencia, cuando se nos presta algún ejemplo de mentira, sacado de las Escrituras santas, o no son mentiras, sino que se cree que lo son porque no se las entiende, o, si son mentiras, no se pueden imitar porque nunca serán justas.

32. Y, sobre lo que está escrito que Dios benefició a las comadronas de los hebreos 57 y a Raab, la ramera de Jericó 58, esto no lo hizo porque hubieran mentido, sino porque tuvieron misericordia de los hombres de Dios. No se les remuneró su falacia sino su benevolencia, su generosidad de alma y no su mentirosa iniquidad. Y, como no sería extraño ni absurdo que Dios quisiera perdonarles sus acciones malas anteriores en gracia a sus buenas acciones posteriores, así tampoco es de extrañar que mirando Dios, al mismo tiempo, ambas cosas a la vez: la mentira y el acto de misericordia, quiso recompensarles el bien y, por él, perdonar su mal. Pues si los pecados que se cometen por la concupiscencia de la carne y no por misericordia, se perdonan por otras obras de misericordia, ¿por qué no se habrían de perdonar por la misericordia los que, por misericordia, se comenten? Pues más grave es el pecado que se comete con la intención de dañar que el que se hace con la intención de ayudar. Y, por tanto, si aquél se borra por una obra de misericordia que se realiza después, ¿por qué lo que es más leve no se borrará por la misma misericordia humana, sea que le preceda al pecar o le acompañe al pecar? Con todo, se ha de advertir que una cosa es decir: No debía haber pecado, pero, ya que pequé, haré obras de misericordia para borrar el pecado, y otra cosa es decir: Tengo que pecar porque no puedo ser misericordioso de ninguna otra manera. Pues digo que una cosa es decir: Hagamos el bien, porque hemos pecado, y otra cosa es decir: Pequemos para hacer el bien. Allí se dice: Hagamos el bien, porque hemos hecho el mal, pero aquí se dice: Hagamos el mal para conseguir el bien 59. Y, por eso, allí se trata de cegar la fuente del pecado, y aquí de precaverse contra una falsa adoctrina del pecado.

33. Ahora, nos falta por comprender que a aquellas mujeres, ya en Egipto, ya en Jericó, se les recompensó su humanidad y su misericordia, con un premio ciertamente temporal por el que, aun sin ellas saberlo, se prefiguraba, con un signo profético, un sentido eterno. En cuanto a si se puede mentir alguna vez para salvar la vida de alguno, es una cuestión que aun los más doctos sudan para resolver, y excede, por completo, a aquellas mujeres que vivían instaladas y envueltas en las costumbres de sus pueblos. Así, la paciencia de Dios toleraba esta su ignorancia, como la de otras cosas que igualmente desconocían, pero que serán conocidas por los hijos de los hombres no en este siglo, pero sí en el futuro. Por eso, Dios les recompensó la generosidad humana habida con sus siervos, otorgándoles un premio terreno que significaba uno celestial. Y, de hecho, Raab, liberada de Jericó, se pasó al pueblo de Dios en el que, progresando, pudiera llegar a los premios inmortales y eternos que nunca se pueden buscar por medio de la mentira.

CAPÍTULO XVI

¿Puede un hombre honrado mentir por salvar a otro?

Por otra parte, aunque Raab hizo aquella obra buena y laudable, dada su situación vital, no se le podía exigir aún la moral evangélica que dice: Sea en vuestra boca, sí, sí o no, no 60. En cuanto a las comadronas hebreas que juzgaban, únicamente, según la carne, ¿de qué les hubiera aprovechado la recompensa temporal, con la que se hicieron sus casas, si no hubieran progresado hasta llegar a la casa de Dios de la que se canta: Dichosos los que moran en tu casa, Señor; por los siglos de los siglos te alabarán? 61 Hay que reconocer que se acerca mucho a la justicia el que nunca miente si no es con la intención de beneficiar a otro, sin dañar nadie, y es de alabar su conducta no en sí misma, sino por la esperanza que ofrece su inclinación de ánimo. Pero cuando nosotros preguntamos si es bueno o no para el hombre mentir alguna vez, no hablamos del hombre que vivía en Egipto o en Jericó o del que perteneció a Babilonia o a la misma Jerusalén terrena, sujeta, con sus hijos, a servidumbre, sino del ciudadano de aquella ciudad de arriba que está en los cielos y que es nuestra madre libre y eterna 62. Y entonces la respuesta es: Ninguna mentira puede venir de la verdad 63. Pues los hijos de aquella ciudad, ciertamente, son hijos de la verdad. De los hijos de esta ciudad es de los que se escribió: En su boca no se halló mentira 64. Asimismo, es de los hijos de esta ciudad de los que se ha escrito: El hijo que recibe esta doctrina estará muy lejos de perderse; al recibirla la guardará para sí y nada falso saldrá de su boca 65. Si a estos hijos de la Jerusalén de arriba, de la santa ciudad eterna, como humanos que son, se les desliza alguna mentira, piden humildemente perdón y no esperan recibir, por eso, encima, la gloria.

CAPÍTULO XVII

Conclusión de los casos analizados

34. Pero, preguntará alguno, ¿luego Raab y las comadronas hubieran hecho mejor si, negándose a mentir, no hubieran prestado su obra de misericordia? Ciertamente. Es más: si aquellas mujeres hebreas hubieran sido almas a las que preguntamos si es lícito mentir alguna vez, se hubieran negado, con toda libertad, a afirmar algo falso y a matar a los niños hebreos. Pero, acaso, dirás: entonces ellas también habrían muerto. Pero mira las consecuencias. Pues morirían con un galardón incomparablemente mayor, en las moradas celestes, que el que tuvieron en sus casas terrenas. Y morirían para ir a gozar de la eterna felicidad, después de haber sufrido la muerte, por la más pura verdad. Y la ramera de Jericó, ¿podría hacer lo mismo? ¿Podría entregar sus huéspedes escondidos a sus perseguidores, diciendo la verdad, para no engañarles con la mentira? ¿O podría decir a los que le preguntaban: Sé donde están, pero temo a Dios y no los traicionaré? Podría, ciertamente, decir esto, si fuera ya una auténtica israelita en la que no se encuentra engaño 66, como sería en el futuro, por la misericordia de Dios, al pasar a la ciudad divina. Al escuchar esto, dirás que entonces la matarían y registrarían su casa. Bien, pero ¿acaso encontrarían a sus huéspedes, a los que había ocultado diligentemente? Ella los habría escondido, con toda cautela, en el lugar más recóndito, aunque ellos no le diesen ni el crédito del mentiroso. Así ella, aunque fuese ejecutada por sus ciudadanos a causa de su obra de misericordia, hubiera terminado esta vida perecedera con una muerte preciosa a los ojos del Señor 67, y su obra buena no hubiera sido inútil a sus huéspedes. Pero, insistes, ¿qué sucedería si los perseguidores, registrándolo todo, hubieran llegado al lugar en que había ocultado a los que buscaban? O, dicho de otro modo: ¿qué ocurriría si no diesen crédito a una mujer vilísima y mancilladísima no solo cuando mentía sino cuando perjuraba? Incluso, supongamos que así hubiera conseguido lo que por temor fingió. ¿Dónde pondremos, entonces, la voluntad y el poderío de Dios?, ¿o es que acaso no podía Dios proteger a esa mujer, sin que mintiera a sus conciudadanos y sin que delatara a los hombres de Dios, y librar a los suyos de toda desgracia? Pues quien los había guardado después de mentir la mujer, los podría haber guardado aunque no hubiera mentido. A no ser que nos hayamos olvidado de que esto es lo que ocurrió en Sodoma, donde unos varones, encendidos por sus ansias libidinosas de otros varones, ni siquiera pudieron encontrar ni la puerta de la casa en la que estaban los que buscaban, cuando un hombre justo en una situación completamente similar no quiso mentir en beneficio de sus huéspedes, pues no sabía que eran ángeles y temía que sufrieran una violencia peor que la muerte. Ciertamente que podía haber respondido a los que preguntaban lo mismo que respondió la mujer de Jericó, puesto que lo que le preguntaban era, prácticamente, lo mismo. Pero este hombre santo no quiso manchar su alma con la mentira, en beneficio de los cuerpos de los huéspedes, sino que prefirió ofrecer los cuerpos de sus hijas a la violencia del apetito libidinoso extranjero 68.

Haga, pues, el hombre cuanto esté en su mano por la salud temporal de los hombres, pero si llegase el momento en que no pueda velar por esa salud sino pecando él mismo, piense que no tiene nada que hacer cuando solo le queda el pecado por hacer. Por tanto, Raab de Jericó es digna de alabanza y de imitación, para los ciudadanos de la Jerusalén celeste, porque dio hospitalidad a los hombres de Dios peregrinos, por haber afrontado el peligro de acogerles, por haber creído en su Dios, por haberlos ocultado con toda diligencia, y por haberles dado un consejo, fidelísimo, para que volviesen por otro camino. Pero, en cuanto a su mentira, aunque allí se envuelva cierta significación profética, no puede ofrecerse, prudentemente, como un ejemplo a imitar. Aunque Dios le haya premiado de manera memorable el bien que hizo y haya perdonado, misericordiosamente, su pecado.

35. Siendo así las cosas, dado que sería demasiado largo tratar todos los casos, que en el Libra de Dictinio se proponen como ejemplos de mentira a imitar, pienso que tanto estos casos como otros que haya parecidos se pueden reducir a esta regla: que se trate de mostrar que no es mentira, aunque se crea que lo es, sea porque se calle lo verdadero sin decir nada falso, sea porque la significación verdadera se haya de colegir por una cosa de otra, según un género de metáforas, dichos y hechos, que abunda en los Libros proféticos. O, por el contrario, cuando estamos convencidos que se trata de verdaderas mentiras, se debe mostrar que nunca se han de imitar, y si nos sorprendiesen, como cualquier otro pecado, no hemos de intentar justificarlas, sino que hemos de pedir perdón. Esto es, por lo menos, lo que a mí me parece y a esta conclusión me conduce todo lo que hemos discutido.

CAPÍTULO XVIII

¿Si se ha de mentir al enfermo o la verdad es homicida?

36. Pero, como somos hombres y vivimos entre hombres, confieso que no estoy aún entre la categoría de aquellos que para nada les turban los pecados de compensación. A veces, me vence, en las cosas humanas, el sentido humano y no puedo resistir cuando se me dice: He aquí un enfermo oprimido por una grave enfermedad, con la vida en peligro, sus fuerzas no podrían soportar si se le anuncia que su hijo único y queridísimo ha muerto, y te pregunta si vive aquel cuya vida tú sabes que ha terminado. ¿Qué le responderás, pues no creerá sino que ha muerto, cuando le digas una de estas tres cosas: Ha muerto, o vive, o no lo sé, pues se da cuenta de que temes decírselo y de que no quieres mentir? Lo mismo ocurre si te callas totalmente. De las tres respuestas, dos son falsas: vive, y no lo sé, y tú no las puedes decir sin mentir. Pero lo único que es verdadero, esto es: ha muerto, perturbaría al enfermo de tal modo que le sobrevendría la muerte, y se oiría un clamor de que tú le has matado.

¿Y quién soportará a los hombres exagerando el gran mal que es negarse a decir una mentira saludable y preferir la verdad homicida? Me conmueven profundamente estos extremos, pero no sé si por una sabia admiración. Pues, cuando pongo ante los ojos de mi corazón la hermosura transparente de aquel de cuya boca nada falso procede, aunque donde más y más refulgente brilla el rayo de la verdad, allí reverbera más el pálpito de mi fragilidad, sin embargo, me enciendo de tal manera, en el amor de tanta belleza, que desprecio todas las cosas humanas que de ella me apartan. Pero sería mucho pedir que este sentimiento persevere de tal manera que no disminuyera por la fuerza de la tentación. Tampoco me impresiona que cuando contemplo este luminoso bien, en el que no hay sombra de mentira, el que los hombres llamen homicida a la verdad, porque nos negamos a mentir, y oímos que los hombres mueren. ¿Acaso sería también homicida la castidad, si una mujer impúdica deseara ardientemente el adulterio y tú no se lo consientes, y muriera trastornada por ese amor furibundo? ¿Y acaso llamaremos también homicida al buen olor de Cristo, porque leemos: Somos el buen olor de Cristo en todo lugar, así para los que se salvan como para los que se pierden. Para unos somos olor de vida que causa vida, y para otros olor de muerte que causa muerte? 69 Pero, como somos hombres, también a nosotros nos supera y fatiga muchas veces, en estos problemas y contradicciones, el sentido humano. Por eso añadió también el Apóstol: Mas para este ministerio ¿quién será idóneo? 70

37. Añádase a esto que todavía hay otro riesgo más lamentable que si concedemos que se puede mentir, al preguntarnos por la vida del hijo, para conservar la salud de dicho enfermo, crecerá el mal, sin darnos cuenta, de manera paulatina. Y con leves concesiones irá deslizándose subrepticiamente y llegará a constituir un montón de mentiras infames que no podremos parar ni hallar modo de contener, como si intentásemos combatir una gran peste con unos remedios mínimos.

Por eso, se escribió muy providencialmente: El que desprecia las cosas pequeñas poco a poco caerá 71. Pues son los hombres tan amantes de esta vida que dudan en anteponerla a la verdad, para que un hombre no muera; es más, para retrasar un poco la muerte de un hombre mortal no solo quieren que mintamos, sino también que perjuremos, de modo que, para que no pase algo más de prisa la vida vana del hombre, ¿quieren que tomemos en vano el nombre del Señor Dios? Y hasta hay entre ellos sabios que establecen y fijan reglas sobre cuándo se debe y cuándo no se debe perjurar.

¿O dónde estáis, manantiales de lágrimas? ¿Qué haremos? ¿A dónde iremos? ¿Dónde nos esconderemos de la ira de la verdad, si no solo descuidamos evitar la mentira, sino que incluso nos atrevemos a enseñar el perjurio? Vean, pues, estos patrocinadores y adelantados de la mentira qué categorías y qué clases de mentiras les place justificar. Concedan, al menos, que no se puede mentir en lo que atañe al culto divino. Absténganse, por lo menos, de las blasfemias y los falsos juramentos. Que, al menos cuando entre de por medio el nombre de Dios, o poner a Dios por testigo, o el misterio divino, o cuando se trata de exponer o plantar la divina religión, nadie mienta, nadie alabe, nadie enseñe ni recomiende ni nadie diga que la mentira es justa. Y el que acepte que se ha de mentir, que elija para sí, entre todas las clases de mentiras, la que juzgue más leve e inocente de todas. Esto es lo que yo sé: que, incluso, el que enseña que conviene mentir, quiere ser tenido por maestro de la verdad. Porque si es falso lo que enseña, ¿quién podría dedicarse con afán a una falsa doctrina, con la que engaña el que enseña y el que aprende es engañado? Y, si afirma que enseña la verdad, para hacerse con algún discípulo, cuando enseña que se debe mentir, ¿cómo puede venir esa mentira de la verdad, pues contra eso clama el apóstol Juan: Ninguna mentira puede venir de la verdad? 72 No es, pues, verdad que alguna vez se pueda mentir, y lo que no es verdadero no se puede aconsejar a nadie en absoluto.

CAPÍTULO XIX

No se puede mentir por la salud temporal de nadie

38. Pero la fragilidad humana prosigue su trabajo y con el apoyo del vulgo proclama que su causa es invencible. Y replica con obstinación: ¿Cómo se va a socorrer a los hombres, que están en peligro, si nuestro sentido humano no nos inclina a mentir, cuando solamente por el engaño podrán librarse de la desgracia propia o ajena? Si me escucha con paciencia la turba de la mortalidad, la turba de la enfermedad, le responderé algo en defensa de la verdad. Como es bien sabido, la santa, piadosa y auténtica castidad no procede sino de la verdad, y quien actúa contra ella obra contra la verdad. ¿Por qué, pues, si no puedo ayudar de otra manera al que se encuentra en peligro, no cometo un adulterio que es contrario a la verdad por ser opuesto a la castidad, y para ayudar a los que están en peligro voy a decir una mentira que en sí misma y abiertamente es contraria a la verdad? ¿Qué nos seduce tanto en la castidad que ofende a la verdad? Pues toda la castidad proviene de la verdad, no del cuerpo, pues la verdad es la castidad del alma, y es también en el alma donde reside la castidad corporal. Finalmente, lo que poco antes dije y ahora lo vuelvo a decir: ¿el que me contradice para apoyar y defender la mentira, qué dice, si no dice la verdad? Pero, si ha de ser escuchado porque dice la verdad, ¿cómo me quiere hacer veraz diciéndome la mentira? ¿Cómo puede la mentira tomar por patrona a la verdad? ¿O acaso vencerá a su adversario para vencerse a sí misma? ¿Quién podrá tolerar tanto absurdo? Por tanto: de ningún modo debemos decir que los que afirman que a veces se debe mentir, son veraces diciendo esto, ni que la verdad nos enseña a mentir, lo que es muy absurdo y muy tonto. Pues ¿cómo es que nadie aprende de la castidad a adulterar ni de la piedad a ofender a Dios ni de la benignidad a hacer daño a otro, y vamos a aprender de la verdad que se debe mentir? Pero si esto no lo enseña la verdad, ciertamente, no es verdadero, y si no es verdadero no se debe aprender, y si no se debe aprender, nunca se debe mentir.

39. Pero alguien ha dicho: El alimento sólido es propio de los perfectos 73. Es cierto que se toleran muchas cosas a la debilidad humana que no están de acuerdo con la auténtica verdad. Eso lo dice el que no teme a las consecuencias que se han de temer si se permitiesen, en cierto modo, algunas mentiras. En todo caso, nunca se ha de llegar al extremo de permitir que las mentiras se conviertan en blasfemias y perjurios. Pues nunca es adecuado pretextar una causa por la se deba perjurar, o, lo que es más execrable, por la que se deba blasfemar de Dios. Pues no deja de ser una blasfemia el que se blasfeme mintiendo. Podrá alguno decir que no se jura en falso porque se perjura mintiendo. Pero ¿puede alguien ser perjuro en virtud de la verdad? Así, tampoco puede ser nadie blasfemo por decir la verdad. Es cierto que jura más levemente en falso el que no sabe que es falso, pues juzga ser verdadero lo que jura, como Saulo blasfemó de forma más excusable porque lo hizo por ignorancia 74. Por lo mismo, es peor blasfemar que perjurar, porque jurando en falso se pone a Dios por testigo de una cosa falsa, pero cuando se blasfema se dicen cosas falsas del mismo Dios. Ahora bien, el perjuro y el blasfemo son tanto más inexcusables cuanto más saben o creen que son falsas las cosas que afirman al perjurar o blasfemar. En definitiva, el que afirma que se debe mentir por salvar la salud temporal de un hombre, y hasta llega a decir que, por ese motivo, se puede blasfemar o perjurar, se descarría totalmente del camino de la salvación y la vida eterna.

CAPÍTULO XX

No se puede mentir ni por la salvación eterna del hombre

40. Pero, a veces, se nos pone enfrente el peligro de la salud eterna, que se nos grita que es posible alejar, con nuestra mentira, cuando no hay otro remedio. Por ejemplo, cuando un hombre sin bautizar se encuentra en manos de unos impíos infieles, y al que no se puede llegar, para bautizarlo y regenerarlo, a no ser mintiendo para engañar a sus guardianes. Ante este odiosísimo clamor, que nos quiere obligar a mentir, no por las riquezas y glorias pasajeras de este mundo ni tampoco por esta vida temporal sino por la salud eterna del hombre, ¿en quién me refugiaré sino en ti, oh Verdad? Y, entonces, tú me propones el ejemplo de la castidad. ¿Por qué, pues, si estos guardianes para que nos admitan a bautizar a un hombre, aunque se les pueda seducir con una acción indecente, no hacemos nada contra la castidad y si pueden ser engañados, con una mentira, hacemos lo que es contrario a la verdad? Cuando nadie amaría fielmente la castidad si no la enseñase la verdad. Por tanto, para conseguir bautizar a ese hombre, engáñese a los guardianes si así lo manda la verdad. Pero ¿cómo va a mandar la verdad que hay que mentir, para bautizar a un hombre, si la castidad no ordena fornicar para que el hombre se bautice? Pero ¿por qué la castidad no ordena esto sino porque esto no lo enseña la verdad? Si, pues, debemos hacer lo que la verdad enseña, dado que la verdad enseña que ni, para conseguir bautizar a un hombre, debemos hacer lo que es contrario a la castidad, ¿cómo nos va a enseñar a hacer, para bautizar a un hombre, lo contrario a la verdad misma? Pero, así como los ojos débiles para mirar al sol directamente, ven, sin embargo, con agrado las cosas iluminadas por el sol, del mismo modo, las almas capaces de deleitarse con la belleza de la castidad no son capaces de mirar de hito en hito la verdad, en sí misma, que ilumina la castidad. Pero, cuando se les ofrece algo que es contrario a la verdad, lo rehúyen y lo aborrecen, igual que rehúyen y aborrecen cuando se les propone hacer algo contrario a la castidad. Pues, el hijo que aceptando la doctrina está muy lejos de la perdición y nada falso sale de su boca 75, tan prohibido se le antoja socorrer a un hombre por medio de la mentira como socorrerle por el camino de impulsarle a fornicar. Y el Padre escuchará su oración, para que pueda socorrerle sin mentir, pues el mismo Padre, cuyos juicios son inescrutables, quiere socorrerle.

Pues un hijo así se abstiene tanto de la mentira como del pecado. Pues en ocasiones su usa la palabra mentira por la palabra pecado. Por eso, cuando se dice: Todo hombre es mentiroso 76, es como si se dijera: Todo hombre es pecador. Y lo mismo aquella frase: La verdad de Dios prevalece sobre mi mentira 77. Por tanto, quien miente como un hombre, peca como un hombre, y será alcanzado por aquella sentencia que se pronunció: Todo hombre es mentiroso, y: si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros 78. Pero si nada falso sale de su boca, vivirá conforme a la gracia de la que se dijo: El que ha nacido de Dios no peca 79. Pues si solo tuviéramos este origen nadie pecaría, y cuando vivamos de él solo nadie pecará. Pero ahora todavía arrastramos el peso de la corrupción, de la que hemos nacido, aunque, según el principio de nuestra regeneración, nos renovamos interiormente de día en día 80. Pero cuando esto corruptible sea revestido de incorrupción, la vida lo absorberá todo y no quedará ningún aguijón de muerte. Porque el aguijón de la muerte es el pecado 81.

CAPÍTULO XXI

Conclusión y recapitulación general

41. Por tanto, se han de evitar las mentiras obrando rectamente o se han de confesar haciendo penitencia. Pues como, por desgracia, abundan en la vida, no vayamos a aumentarlas enseñándolas. Así, a todo el que piensa esto, si elige ayudar a un hombre, al que cree que ha de socorrer, con alguna mentira, porque se encuentra en peligro en su salud temporal o eterna, al menos consigamos convencerle de que no debe, por ningún motivo, perjurar ni blasfemar. Pues estos pecados son más graves que los impuros o al menos no son menores. Pensemos que, muchas veces, los hombres, cuando sospechan una infidelidad de sus mujeres, las obligan a jurar que no han cometido adulterio, cosa que, ciertamente, no harían si no pensaran que, incluso las que no han tenido miedo de cometer adulterio, temerían hacer perjurio. Y, ciertamente, algunas mujeres impúdicas, que no temieron engañar a sus maridos en un concúbito ilícito, han temido poner a Dios por testigo falso de su mentida fidelidad. ¿Qué motivo hay, pues, para que un hombre casto y religioso no quiera socorrer, por medio del adulterio, a un hombre para que se bautice, y quiera hacerlo por el perjurio que hasta los mismos adúlteros temen? Y si es vergonzoso hacer eso perjurando, ¿cuánto más lo será hacerlo blasfemando? Lejos, pues, del cristiano renegar o blasfemar de Cristo para conseguir que otro se haga cristiano. Busque al que se pierde para encontrarlo, pero sin enseñar esas cosas que lo echarán a perder una vez encontrado. Así pues, te conviene refutar y destruir ese libro cuyo nombre es Libra. Y, en primer lugar, debes cortar la cabeza de ese principio por el que dogmatizan que se debe mentir para ocultar la religión. Además, les debes demostrar que, en cuanto a aquellos testimonios de los Libros santos, a los que se esfuerzan en tomar por patronos de sus mentiras, en parte no son mentiras y, en la parte que lo son, no se deben imitar. Y si tanto les trastorna su enfermedad que se les permite hacer algo venial, que reprueba la verdad, en todo caso han de mantener y defender, como inconcuso, que, en lo que toca a la religión divina, nunca se ha de mentir en absoluto. Y, en cuanto a los que se mantienen ocultos, así como no es lícito descubrir a los adúlteros con el adulterio ni a los homicidas con el homicidio ni a los hechiceros con hechicerías, del mismo modo, tampoco debemos buscar a los mentirosos por medio de mentiras ni a los blasfemos con blasfemias, según todas las discusiones que hemos mantenido a lo largo de este libro, y que han sido tantas que casi ya no pensaba que llegaríamos a su fin, que en este lugar fijamos.