Capítulo I
Los pelagianos motejan de maniqueos a los católicos
1. Estudiemos ya la segunda carta, enviada a Tesalónica, de la que es autor no sólo Juliano, sino también muchos obispos pelagianos, y respondamos, con la ayuda de Dios, en la medida de nuestras fuerzas. Y para no alargarnos en nuestro empeño más de lo justo, ¿a qué entretenernos refutando aun aquellas cosas que no encierran el veneno insidioso de sus principios, sino que parece se enderezan a pedir el asentimiento de los obispos orientales en favor de su causa o de la fe católica contra la impiedad de los maniqueos, como ellos nos llaman, no pretendiendo con ello otra cosa sino, acusándonos de esa horrenda herejía de la que fingen ser enemigos, encubrir que son enemigos de la gracia so pretexto de alabar la naturaleza? ¿Quién les ha cuestionado nunca a causa de esto? ¿O qué católico los rechaza cuando condenan a los que predijo el Apóstol que se apartarían de la fe, hombres de cauterizada conciencia, que prohíben el matrimonio y se abstienen de los manjares que juzgan inmundos, y no piensan que todas las cosas han sido creadas por Dios? ¿Quién jamás los ha obligado a negar que toda criatura de Dios es buena 1 y que no hay sustancia alguna que no haya hecho el sumo Dios, exceptuado el mismo Dios, que por nadie ha sido hecho? No criticamos y condenamos en ellos esto que consta ser doctrina católica. Pues la impiedad en extremo necia y dañosa de los maniqueos no la detesta únicamente la fe católica, sino también todos los herejes que no son maniqueos. Por lo que los pelagianos proceden bien anatematizando a los maniqueos y contradiciendo sus errores.
Pero obran mal en dos cosas, por las que ellos mismos merecen ser anatematizados: la una, que acusan a los católicos de maniqueos; la otra, que también ellos inventan una nueva herejía. Que no, por no ser maniqueos, profesan la verdadera doctrina. En las almas, como en los cuerpos, no existe una sola clase de pestilencia. Pues así como el médico del cuerpo no diría sin más que estaba fuera del peligro de muerte aquel de quien dijese no padecía hidropesía, si veía que estaba aquejado de otra enfermedad mortal, así la verdad no da a éstos el parabién, por no ser maniqueos, si deliran con otro género de perversidad. Por tanto, una cosa es lo que anatematizamos con ellos y otra la que anatematizamos en ellos. Porque detestamos con ellos lo que con verdad les desagrada a ellos, mas de tal suerte que detestamos en ellos aquello en lo que no sin razón nos desagradan ellos.
Capítulo II
Las herejías maniquea y pelagiana se contradicen mutuamente y son condenadas por la Iglesia
2. Los maniqueos dicen que el Dios bueno no es el creador de todas las naturalezas; los pelagianos enseñan que no es Dios el purificador, salvador y liberador en todas las edades de los hombres. La fe católica contradice a unos y a otros, defendiendo, por una parte, la criatura de Dios contra los maniqueos, de modo que no se niegue que alguna criatura haya sido creada por Dios, y por otra parte, contra los pelagianos, a fin de que en todas las edades sea reparada la naturaleza humana perdida.
Los maniqueos reprueban la concupiscencia de la carne no como un vicio accidental, sino como si fuera desde la eternidad una naturaleza mala; los pelagianos la alaban como si no fuera ningún mal, sino antes un bien natural. La fe católica contradice a unos y a otros, diciendo a los maniqueos: "No es naturaleza, sino pecado"; y a los pelagianos: "No procede del Padre, sino del mundo", a fin de que los unos y los otros no estorben que sea curada, como se cura la flaca salud, dejando los primeros de creerla incurable y los segundos de ensalzarla.
Los maniqueos niegan que sobrevino al hombre bueno el principio del mal por el libre albedrío; los pelagianos enseñan que aun al hombre malo le basta el libre albedrío para cumplir los santos mandamientos. La fe católica refuta a unos y a otros, diciendo a aquéllos: Dios hizo al hombre recto; 2 y a éstos: Si el Hijo os diere libertad, seréis realmente libres 3
Los maniqueos dicen que el alma es una partícula de Dios y que es sujeto de pecado a causa de estar mezclada con una naturaleza mala; los pelagianos afirman que el alma justa no es partícula, sino criatura de Dios, y que no tiene pecado ni aun en esta vida corruptible. La fe católica refuta a unos y a otros, diciendo a los maniqueos: Una de dos: o haced bueno el árbol y bueno también su fruto, o haced malo el árbol y malo también su fruto, 4 lo que no se diría al hombre, impotente para producir una naturaleza, sino porque el pecado no es naturaleza, sino vicio. Y dice a los pelagianos: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros 5
Con estas enfermedades, contraria la una a la otra, luchan entre sí maniqueos y pelagianos; con diferente voluntad y con igual vanidad; distanciados los unos de los otros por una opinión diversa, aproximados por la misma mente perversa.
3. Ahora bien, unos y otros combaten igualmente la gracia de Cristo, hacen inútil su bautismo, deshonran su carne; pero siguen en esto diferente camino y se inspiran en motivos también diferentes. Pues los maniqueos dicen que Dios ayuda los méritos de la naturaleza buena, y los pelagianos enseñan que Dios ayuda los méritos de la voluntad buena. Dicen aquéllos: "Dios debe esto a los trabajos de sus miembros". Dicen éstos: "Dios debe esto a las virtudes de sus siervos". A unos y a otros no se les da la recompensa como gracia, sino como deuda 6
Los maniqueos dicen que el baño de la regeneración, es decir, la misma agua, es superfluo, y osan decir sacrílegamente que de nada sirve; los pelagianos afirman que lo que se dice en el santo bautismo para perdonar los pecados no es de provecho a los párvulos, puesto que no tienen ningún pecado. De aquí es que, tratándose de la remisión de los pecados en el bautismo de los párvulos, los maniqueos destruyen el elemento visible; los pelagianos, aun el sacramento invisible.
Los maniqueos deshonran la carne de Cristo blasfemando del parto de la Virgen; los pelagianos deshonran la carne de los que han de ser redimidos, equiparándola a la carne del Redentor. Pues por esto nació Cristo, no en carne de pecado, sino en semejanza de carne de pecado, 7 porque en los demás hombres nace carne de pecado. Los maniqueos, pues, abominan en absoluto de toda carne, quitan a la carne de Cristo su visible verdad; los pelagianos, afirmando que no nace ninguna carne de pecado, quitan a la carne de Cristo su peculiar dignidad.
4. Dejen, por tanto, los pelagianos de achacar a los católicos lo que no son, sino dense más bien prisa en corregir lo que ellos son, y abandonen ese empeño de parecer amables porque se oponen al odioso error de los maniqueos, y reconozcan que ellos mismos se hacen con razón odiosos, porque no aborrecen su propio error. Porque pueden dos errores ser contrarios el uno del otro, pero entrambos han de aborrecerse por ser los dos opuestos a la verdad. Porque, si hubiesen de ser amados los pelagianos porque odian a los maniqueos, deberían ser amados los maniqueos porque aborrecen a los pelagianos. Lejos de nosotros el pensar que nuestra madre la Iglesia, por aborrecer a los unos, haya de amar a los otros, siendo así que, siguiendo el mandamiento del Señor y con su ayuda, debe huir de unos y otros y a unos y a otros sanar.
Capítulo III
Los pelagianos calumnian a los clérigos romanos
5. Llegan a inculpar a los clérigos romanos, escribiendo que, aterrorizados por un edicto, no se ruborizaron cometiendo el delito de prevaricación, sino que, en contra de su primera sentencia, por la cual habían aprobado por escrito el dogma católico, sentenciaron después que la naturaleza humana era mala.
Muy al contrario. Lo que ocurrió es que los pelagianos se habían hecho la ilusión de que podrían inculcar el nuevo y execrable error pelagiano o celestiano a algunos católicos romanos cuando aquellos ingenios, no despreciables pero pervertidos por un error nefando, fueron tratados con más lenidad de lo que pedía la severa disciplina de la Iglesia, pareciendo que debían ser prudentemente corregidos más bien que condenados con ligereza. Pues habiéndose cruzado tantos y tan importantes escritos eclesiásticos entre la Sede Apostólica y los obispos de África, y habiéndose celebrado ante la Sede Apostólica un juicio para tratar de este asunto, hallándose presente y contestando Celestio, ¿qué epístola existe del papa Zósimo, de veneranda memoria, qué frase suya donde diga que es necesario creer que el hombre nace sin ninguna mancha de pecado original? Jamás en parte alguna dijo esto, jamás escribió esto, sino que, habiendo consignado Celestio este punto en su libelo entre aquellas únicas cosas acerca de las cuales confesó que tenía sus dudas y quería ser instruido, recibió aprobación el deseo de la enmienda, no la falsedad del error, de un hombre de ingenio agudísimo que, caso de corregirse, podría hacer bien a muchos. Y por esta razón se dijo que su libelo era católico, porque propio es del católico, si sigue una doctrina discordante de la verdad, no dogmatizar con aplomo, sino, descubierto y demostrado el error, desecharlo. Que no trataba el Apóstol con herejes, sino con católicos, al decir: Cuantos, pues, somos perfectos, tengamos estos sentimientos; y si sobre algo sentís de diferente manera, también sobre esto Dios os ilustrará 8
Se creyó que éste era el caso de Celestio cuando dijo que aceptaba la autoridad de las epístolas del papa Inocencio, de feliz memoria, por las que se eliminó toda duda en esta materia. Y se creía que esto sucedería de manera más cabal y evidente al recibirse las cartas que se esperaban de África, donde era mejor conocida su astucia. Después que se recibieron en Roma estas cartas, que decían que no bastaba ni a los simples ni a los prudentes con que Celestio confesara de una manera general la autoridad de las epístolas del papa Inocencio, sino que debía anatematizar expresamente los errores contenidos en su libelo, no fuera que, si esto no se hacía, muchas gentes sencillas vinieran a creer que la Sede Apostólica había aprobado -puesto que había dicho que aquel libelo era católico-, más bien que corregido, el veneno de la fe católica del mismo libro, ya que él había respondido que estaba de acuerdo con lo que decían las epístolas del papa Inocencio; entonces, digo, al ser requerida su presencia a fin de poner en claro con respuestas categóricas e intergiversables su astucia o su retractación, Celestio huyó y no se presentó al examen. Ya no se podía diferir más, como se había esperado antes, a que hiciera bien a muchos no siendo poderoso auxiliar de la pertinacia y locura de los perversos. Mas si, lo que hay que descartar, en el juicio de Celestio y Pelagio se hubiese resuelto en la Iglesia romana que se debían aprobar y creer aquellos mismos errores de Celestio y Pelagio que el papa Inocencio había condenado, condenando al mismo tiempo a éstos, entonces es cuando con razón se podría acusar de prevaricación a los clérigos romanos. Mas ahora, después que las epístolas del beatísimo papa Inocencio, en que respondía a las de los obispos africanos, condenaron el error que éstos tratan de persuadir, y teniendo en cuenta que su sucesor, el santo papa Zósimo, jamás dijo ni escribió lo que éstos enseñan acerca de los párvulos, y que con repetidas preguntas compelió a Celestio, que trataba de sincerarse, a aceptar la autoridad de las epístolas arriba dichas de la Sede Apostólica; si hubo alguna lenidad en el modo de tratar a Celestio, tal lenidad fue, a salvo siempre los principios de una fe antiquísima y firmísima, una exhortación benignísima a la enmienda, no la aprobación perniciosísima de la maldad. Y el ser después condenados Celestio y Pelagio por el mismo sacerdote, reclamaba otra vez su autoridad, fue usar del rigor necesario, aplazado antes por algún tiempo, y no prevaricación de la verdad antes proclamada, ni tampoco un nuevo conocimiento de la verdad.
Capítulo IV
Trátase del mismo asunto
6. Pero ¿a qué entretenernos más hablando de esto, cuando tenemos las actas y escritos cursados de una y otra parte, por los que se puede conocer o reconocer cómo ocurrieron todas estas cosas? Porque ¿quién no ve que Celestio está atado y sujeto con muy saludables ataduras por las preguntas de tu santo predecesor y por sus propias respuestas, en las que dijo aceptaba la autoridad de las epístolas del bienaventurado papa Inocencio, para no osar defender en adelante que en el bautismo de los párvulos no se perdona el pecado original? Porque éste es el tenor de las palabras del venerable obispo Inocencio escritas al concilio de Cartago: Habiendo él usado un día, dice, de su libre albedrío, al usar imprudentemente de sus bienes, cayendo sepultado en el abismo de la prevaricación, no halló modo de salir de allí; y, privado para siempre de su libertad, hubiera permanecido oprimido 9 por esta ruina si después no le hubiera librado la venida de Cristo, el cual, mediante la purificación de la nueva regeneración, lavó toda la culpa pasada con el baño del bautismo 10 ¿Hay cosa más clara y evidente que esta sentencia de la Sede Apostólica? Celestio confesó que admitía esto cuando, habiéndosele intimado por tu predecesor: ¿Condenas cuanto se dice amparado con tu nombre?, respondió: Lo condeno de conformidad con la sentencia de tu predecesor, de santa memoria, Inocencio.
Entre otras cosas que se habían divulgado con su nombre, el diácono Paulino había acusado a Celestio de decir que el pecado de Adán le había perjudicado sólo a él y no al género humano, y que los párvulos recién nacidos tenían el mismo estado que había tenido Adán antes de pecar. Por tanto, si había condenado lo objetado por Paulino de corazón y de palabra, ¿cómo podría defender después que no hay en los párvulos, como consecuencia de la transgresión del primer hombre, ningún pecado que se perdone en el santo bautismo por la purificación de la nueva regeneración? Pero descubrió al fin que sus respuestas habían sido falaces al negarse a nuevo examen para no verse obligado a recordar y condenar, a tenor de los escritos africanos, las mismísimas palabras que, tratando de esta cuestión, había escrito en su libelo.
7. Pues lo que el mismo papa escribió a los obispos de la Numidia, porque de ambos concilios, a saber, del de Cartago y del de Milevi, habían recibido escritos, ¿no habla clarísimamente de los párvulos? He aquí sus palabras: Lo que vuestra fraternidad dice que ellos predican, que los párvulos pueden recibir el premio de la vida eterna aun sin la gracia del bautismo, es una gran necedad. Porque, si no comieren la carne del Hijo del hombre y bebieren su sangre, no tendrán vida en sí mismos 11 Paréceme que los que les conceden esta vida sin la regeneración, tratan de anular el mismo bautismo al enseñar que ellos tienen lo que nosotros creemos que no se les ha de dar sino por medio del bautismo 12 ¿Qué dice a esto ese ingrato a quien, como si estuviese enmendado con su confesión, perdonó con benignísima lenidad la Sede Apostólica? ¿Qué responde a esto? ¿Tendrán o no tendrán los párvulos después de esta vida la eterna aunque en su vida mortal no sean bautizados en Cristo? Si contesta que sí, ¿cómo respondió que, de conformidad con la sentencia de Inocencio, de santa memoria, condenaba las doctrinas divulgadas con su nombre? Pues he aquí que el papa Inocencio, de santa memoria, dice que, sin el bautismo y sin la participación del cuerpo y de la sangre de Cristo, los párvulos no tienen vida. Si contesta que no, ¿cómo es, pues, que, al no alcanzar la vida eterna, serán, por consiguiente, condenados a muerte eterna, si no heredan ningún pecado original?
8. ¿Qué responden a esto los que se atreven a escribir y enviar a los obispos orientales sus calumniosas impiedades? Consta que Celestio prestó su asentimiento a lo escrito en las epístolas del venerable Inocencio; andan en manos de todos las epístolas de dicho pontífice en que escribe que los párvulos no bautizados no pueden tener vida. ¿Quién negará que de aquí se sigue que tienen muerte los que no tienen vida? ¿Y de dónde les viene a los párvulos esta triste pena, si no existe la culpa original? ¿Cómo, pues, estos desertores de la fe y adversarios de la gracia acusan de prevaricación a los clérigos romanos bajo el obispo Zósimo, dando a entender que en la condenación posterior de Celestio y Pelagio sintieron diferentemente de lo que habían sentido en la primera condenación, en el pontificado de Inocencio?
Habiéndose hecho evidente la antigüedad de la fe católica por las cartas del venerable Inocencio sobre que los párvulos, si no fueren bautizados en Cristo, permanecerán sujetos a eterna muerte, sin duda será traidor a la Iglesia romana quien se aparte de esta sentencia; y no habiendo sucedido esto, gracias a Dios, sino que se ha guardado con la reiterada y constante condenación de Celestio y Pelagio, entiendan estos tales que ellos son aquello de que acusan a los demás y cúrense, por fin, de su prevaricación contra la fe. Pues la fe católica no dice que la naturaleza del hombre, tal como en el principio fue creado el hombre, sea mala, ni que lo que Dios crea ahora en ella, cuando procrea hombres de los hombres, sea mal de la naturaleza, sino que es mal lo que se hereda del pecado del primer hombre.
Capítulo V
Respóndese a las calumnias pelagianas respecto del libre albedrío y del hado
9. Réstanos ahora examinar lo que, resumido en pocas palabras, nos achacan en su carta; a lo cual damos la siguiente respuesta.
Nosotros no decimos que el libre albedrío haya perecido en la naturaleza humana por el pecado de Adán, sino que tiene potencia en los hombres sujetos al demonio para pecar; pero para vivir bien y piadosamente no tiene potencia si la misma voluntad no fuere liberada por la gracia de Dios y auxiliada en toda obra buena de acción, de palabra y de pensamiento.
Decimos que nadie sino Dios es el creador de los que nacen, y que el matrimonio no ha sido instituido por el dominio, sino por Dios; que todos, sin embargo, nacen en pecado a causa del pecado heredado, y que, por tanto, están sujetos al demonio hasta que renazcan en Cristo.
Ni entendemos el hado bajo el nombre de gracia al enseñar que la gracia de Dios no es precedida de ninguna clase de méritos de los hombres. Si algunos gustan de designar con el nombre de hado la voluntad de Dios omnipotente, por nuestra parte evitamos 13 las profanas palabrerías, pues no nos gusta disputar sobre las palabras.
10. Al pensar con alguna mayor atención cómo se les ha ocurrido objetarnos que admitimos el hado con el nombre de gracia, me puse a examinar las palabras que siguen. De tal manera, dicen, admiten el hado con el nombre de gracia, que llegan a decir que, si Dios no inspira al hombre, contra su voluntad y repugnándolo éste, el deseo del bien, aun imperfecto, ni puede evitar el mal ni practicar el bien. Y un poco más adelante, en el pasaje en que exponen su propia doctrina, reparé en lo que acerca de esto enseñan: Confesamos, dicen, que el bautismo es necesario en todas las edades, y que la gracia ayuda al buen propósito de todos los hombres, pero que al hombre que resiste no da el deseo de la virtud, porque en Dios no hay acepción de personas 14 Por estas sus palabras comprendí que ellos creían o querían hacer creer que nosotros admitimos el hado con el nombre de gracia, porque decimos que la gracia de Dios no se da según nuestros méritos, sino según la voluntad misericordiosísima del que dijo: Me compadeceré de quien me compadezca y me apiadaré de quien me apiade. Donde, consiguientemente, se añadió: Así pues, no está en que uno quiera ni en que uno corra, sino en que se compadezca Dios 15 Fundado en este pasaje, podría también algún otro necio pensar o decir que el Apóstol defiende el hado.
Pero la verdad es que estos tales se retratan bien a sí mismos. Porque al calumniarnos diciendo que admitimos el hado con el nombre de gracia, porque decimos que la gracia de Dios no se da según nuestros méritos, sin duda confiesan que enseñan que se da según nuestros méritos; de esta manera su ceguera no pudo ocultar y disimular que ellos sienten aquello de que se acusó a Pelagio en el juicio episcopal de Palestina, y que él por temor condenó fingidamente. Porque se le acusó, citándose las palabras de su discípulo Celestio, de que enseñaba que la gracia se da según nuestros méritos. Él, abominando o haciendo como que abominaba esta doctrina, se apresuró a anatematizar esta doctrina sólo con los labios; pero, como se ve por los libros que después escribió y se evidencia por la manifiesta afirmación de estos sus secuaces, la guardó falazmente en su corazón hasta que, después, lo que la astucia había encubierto por temor, lo proclamó la audacia por escrito. Y después de esto no temen, o, al menos, no sienten vergüenza, los obispos pelagianos de enviar sus cartas a los obispos orientales recriminándonos ser defensores del hado porque no decimos que la gracia de Dios se da según nuestros méritos, que es lo que Pelagio, por temor de los obispos orientales, no se atrevió a afirmar y se vio forzado a condenar.
Capítulo VI
Retuércese contra los pelagianos el supuesto fatalismo de los católicos
11. Hijos de la soberbia, enemigos de la gracia de Cristo, ¡oh nuevos herejes, vosotros los pelagianos!, ¿conque os parece a vosotros que defiende el hado quienquiera que confiesa que todos los buenos méritos del hombre son precedidos de la gracia de Dios y que la gracia no se da en razón de los méritos, porque dejaría de ser gracia si no se da gratis, sino como recompensa debida a los méritos? ¿Acaso no confesáis también vosotros mismos que el bautismo es de alguna manera necesario en todas las edades? Pues ¿no habéis declarado en esta misma epístola vuestra opinión tanto acerca del bautismo como acerca de la gracia? Pues ¿cómo lo que decís del bautismo que se confiere a los párvulos no os enseñó, estando inmediatamente antes de lo que decís de la gracia, lo que debíais sentir sobre la gracia? Porque éstas son vuestras palabras: Confesamos que el bautismo es necesario en todas las edades, y que la gracia ayuda al buen propósito de todos los hombres, pero que al hombre que resiste no da el deseo de la virtud, porque en Dios no hay acepción de personas. Paso ahora por alto lo que con estas palabras habéis dicho de la gracia; respondedme por qué decís que es necesario el bautismo en todas las edades; decid por qué es necesario a los párvulos; sin duda porque les confiere algún bien, y éste no pequeño ni mediocre, sino grande. Pues aunque neguéis que ellos heredan el pecado original, que se ha de perdonar en el bautismo, sin embargo, no negáis, antes enseñáis, que con ese baño de regeneración los hijos de los hombres son adoptados como hijos de Dios.
Decidnos, pues: cuantos niños murieron después de ser bautizados en Cristo, ¿en virtud de qué méritos precedentes lo recibieron? Si contestáis que lo merecieron por la piedad de sus padres, se os responderá: ¿Cómo algunas veces se niega este bien a los hijos de padres piadosos y se otorga a los hijos de los impíos? Porque ocurre algunas veces que el hijo nacido de padres religiosos es arrebatado en tierna edad, y aun apenas nacido, por la muerte, mientras que el nacido de enemigos de Cristo recibe por la compasión de los cristianos el bautismo de Cristo; llora la madre bautizada al hijo no bautizado, al paso que una mujer casta recoge para bautizar al hijo extraño abandonado por una madre impúdica. Aquí ciertamente no hay méritos de los padres; no los hay tampoco, como confesáis, de los mismos párvulos. Porque sabemos que vosotros no tenéis esta creencia acerca del alma humana, o sea que haya vivido en alguna parte antes de tener este cuerpo terreno y haya practicado alguna acción buena o mala por la que se haya hecho acreedora a este diverso trato en la carne. ¿Qué fue, pues, lo que alcanzó el bautismo para este niño y se lo negó a aquel otro? ¿Están por ventura sujetos al hado, puesto que no tienen mérito? ¿O hay aquí en el Señor acepción de personas? Porque habéis puesto las dos cosas: primero el hado, después la acepción de personas; así que, debiendo rechazarse entrambas cosas, síguese que admitís el mérito contra la gracia. Responded, pues, tocante al mérito de los niños, por qué unos mueren con el bautismo, otros sin bautismo, y cómo sin méritos de los padres gozan o carecen de tan excelente don, que de hijos de los hombres son hechos hijos de Dios sin ningún mérito de los padres, sin ningún mérito propio. Calláis, y es que os reconocéis a vosotros mismos en lo que nos achacáis a nosotros. Pues si donde no hay mérito decís que necesariamente hay que admitir el hado, y queréis que con el nombre de gracia de Dios se entienda el mérito del hombre para no veros obligados a confesar el hado, he aquí que más bien sois vosotros los que admitís el hado en el bautismo de los párvulos, cuyo mérito negáis en absoluto. Mas si concedéis que, al ser bautizados los párvulos, no precede absolutamente ningún mérito, pero que no hay hado, ¿por qué publicáis que nosotros admitimos el hado cuando decimos que la gracia de Dios se da gratuitamente, precisamente para que no deje de ser gracia y para que no se dé como debida a nuestros méritos precedentes? No comprendéis que, así como no hay méritos propios en la justificación de los impíos, porque hay gracia de Dios, así no hay hado porque hay gracia de Dios, como tampoco hay acepción de personas porque hay gracia de Dios.
12. Los que admiten el hado defienden que no solamente las acciones y sucesos, sino también nuestras voluntades, dependen, al tiempo que alguien es concebido o nace, de la posición de los astros llamados constelaciones. Ahora bien, la gracia de Dios trasciende no sólo todos los astros y todo el cielo, sino también todos los ángeles. Además, los defensores del hado atribuyen al hado los bienes y males de los hombres; pero Dios castiga en el mal de los hombres la culpa de los mismos con el debido castigo y concede hondosamente los bienes por gracia indebida, obrando entrambas cosas no por la temporal agrupación de las estrellas, sino por los eternos y profundos designios de su severidad y de su bondad. Vemos, pues, que ni una cosa ni otra entra en el concepto de hado.
Si ahora me respondéis que la misma benevolencia de Dios, que no obra en atención a los méritos, sino que otorga bienes indebidos con graciosa voluntad, ha de llamarse hado, mientras que el Apóstol la llama gracia diciendo: Por la gracia habéis sido salvados mediante la fe, y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios, no debido a las obras, para que nadie se gloríe, 16 ¿no os fijáis, no comprendéis que no somos nosotros quienes admitimos el hado con el nombre de gracia divina, sino que sois vosotros los que dais a la gracia divina el nombre de hado?
Capítulo VII
Que los católicos no ponen en Dios acepción de personas
13. Además, se dice con razón que hay acepción de personas cuando el juez, haciendo caso omiso del mérito de la causa, favorece a uno en perjuicio de otro por considerar en la persona algo digno de honor o de compasión. Pero, si uno tiene dos deudores y quiere perdonar a uno y reclamar la deuda al otro ante los tribunales, da a quien quiere, pero con ninguno es injusto, y no ha de decirse que hay acepción de personas cuando no se comete ninguna injusticia. De otra manera, a las personas de pocos alcances puede parecer acepción de personas que el Señor de la viña diera a los operarios que sólo trabajaron en ella una hora lo mismo que a los que soportaron el peso del día y del calor, haciendo iguales en la recompensa a los que mucho se distinguieron en el trabajo. Pero ¿qué responde a los que murmuraban contra el amo de casa sobre esta presunta acepción de personas? Amigo, dice, no te hago agravio. ¿No conviniste conmigo por un denario? Toma lo tuyo, vete. Quiero a este último darle lo mismo que a ti. ¿No me es permitido hacer de lo mío lo que quiero? ¿O ha de ser malo tu ojo porque yo soy bueno? 17 Es decir, que en esto consiste toda la justicia: Esto quiero. A ti, dice, te he pagado, a éste se lo he dado, y para darle a éste no te quité a ti nada ni rebajé ni negué lo debido. ¿No me es permitido hacer lo que quiero? ¿O ha de ser malo tu ojo porque yo soy bueno?
Pues así como no hay aquí ninguna acepción de personas, porque uno es honrado gratuitamente, de modo que al otro no se deja de pagar la deuda, así también cuando, según el designio de Dios, 18 uno es llamado y otro no, al que es llamado se le da un don gratuito, del que es principio la misma vocación; al que no es llamado se le da en castigo el mal, porque todos son reos, ya que por un hombre entró el pecado en el mundo 19 Y en esa parábola de los obreros, según la cual los que trabajaron una hora recibieron un denario, al igual que los que trabajaron doce, y que, según el discurso humano, pero vano, debieron recibir doce, en proporción con su trabajo, unos y otros fueron igualados en el bien, sin que fueran unos librados y otros condenados; porque los que trabajaron más, el haber sido llamados de modo que respondiesen al llamamiento y el haber sido alimentados de modo que no desfalleciesen, del paterfamilias lo recibieron. Mas cuando se dice: Así pues, de quien quiere se compadece, y a quien quiere endurece; que hace un vaso para honor y otro para usos comunes; 20 el bien se concede sin mérito y gratuitamente, por cuanto procede de la misma masa que aquel a quien no se da; mas el mal se da merecidamente y por ser debido, porque dentro de la masa de perdición no se paga injustamente con el mal al malo, y para aquel a quien se paga es un mal, porque es su suplicio; mas para aquel que paga es un bien, porque es una obra suya justa. Y no hay acepción de personas, tratándose de dos deudores igualmente reos, si a uno se perdona y a otro se exige lo que entrambos deben.
14. Mas, para que se vea claro con un ejemplo lo que decimos, supongamos el caso de dos mellizos dados a luz por una meretriz y abandonados para que otros los recojan; uno murió sin bautismo; el otro, bautizado. ¿Qué hado o fortuna diremos que hubo en este tal caso, si no existen en absoluto tales cosas? ¿Qué acepción de personas, no existiendo ninguna acepción en Dios, aunque hubiese podido haber alguna en el caso de estos dos, los cuales nada tenían por donde el uno fuese preferido al otro, ni méritos propios por los que uno mereciese ser bautizado, ni méritos malos por los que el otro mereciese morir sin bautismo? ¿Existieron acaso los méritos de los padres, habiendo sido fornicador el padre y meretriz la madre? Pero, cualesquiera que fuesen esos méritos, no fueron diversos en éstos, que tienen tan diversa muerte, sino idénticos en ambos. Pues si no se debe esto al hado, porque no hay estrellas que tal decreten; ni a la fortuna, porque los casos fortuitos no son causa de estas cosas; ni a la diversidad de personas ni de méritos, ¿qué nos queda en el caso del bautizado sino la gracia de Dios, que se da gratuitamente a los vasos hechos para honor, y en el caso del no bautizado la ira de Dios, con que se castigan los méritos de la masa en los vasos hechos para usos viles?
Nosotros os forzamos a confesar la gracia de Dios en el que fue bautizado y os probamos que no precedió ningún mérito suyo; y en cuanto al que murió sin bautismo, allá veréis vosotros, que no admitís el pecado original, por qué no recibió el sacramento que confesáis ser necesario en todas las edades y qué es lo que de esa manera se castiga en él.
15. La dificultad de por qué uno de esos mellizos murió de una manera y el otro de otra, siendo la misma la condición de entrambos, nos la resuelve, como si no intentara resolverla, el Apóstol; porque, habiéndose propuesto una dificultad parecida en el caso de dos gemelos, como no se dijo en virtud de las obras, pues aún no habían practicado ninguna obra buena ni mala, sino por gracia del que llama: El mayor servirá al menor, y también: Amé a Jacob y odié a Esaú; y habiendo revelado el horror de este abismo hasta decir: De quien quiere se compadece, y endurece a quien quiere, se dio cuenta de la cuestión que suscitaba y se objetó las palabras del adversario para corregirlas con su autoridad apostólica. Pues dice: Me dirás, pues: ¿De qué se queja todavía? Pues ¿quién se opuso a su voluntad? Y responde: ¡Hombre, vamos! ¿Tú quién eres, que le plantas cara a Dios? ¿Por ventura dirá la masa de barro al que la modela: Por qué me hiciste así? ¿O es que no tiene el alfarero dominio sobre el barro para hacer de una misma masa tal vaso para honor y tal otro para usos comunes? Y prosigue descubriendo, cuanto le pareció bien descubrir a los hombres, este tan gran y arcano secreto, diciendo: Dios, aun queriendo ostentar su ira y manifestar su poder, soportó con mucha longanimidad los vasos de ira dispuestos para perdición, para manifestar las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia que Él de antemano se preparó para la gloria 21
Esto es no solamente ayuda, sino también testimonio de la gracia de Dios: ayuda en los vasos de misericordia, testimonio en los vasos de ira, pues en ellos muestra su ira y poder, porque es tan poderosa su bondad que usa bien aun de los males; en ellos manifiesta las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia, porque lo que exige de los vasos de ira la justicia del que castiga, eso perdona a los vasos de misericordia la gracia del que libra; y no se haría manifiesto el beneficio que gratuitamente se otorga a algunos si no mostrara Dios, condenando con justa pena a algunos que son igualmente reos, pertenecientes a la misma masa, qué es lo que merecían los unos y los otros.
¿Quién reconoce en ti ventaja que te distinga de los demás?, dice el Apóstol al hombre que se gloría como de sí mismo y de su propio bien. ¿Quién te distingue de los demás? Es decir, de los vasos de ira, de la masa de perdición que por un hombre atrajo la condenación sobre todos. ¿Quién te distingue? Y como si hubiese respondido: "Me distingue mi fe, mi voluntad, mi mérito", dice: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, 22 ¿por qué te glorías como si no lo hubieses recibido, es decir, como si fuera tuyo lo que te distingue? Luego quien distingue es el que concede aquello que te distingue, perdonando la pena debida, otorgando la gracia indebida; distingue aquel que cuando las tinieblas se extendían sobre el abismo, dijo: Hágase la luz, y la luz fue hecha, y dividió, o sea, distinguió entre la luz y las tinieblas 23 Pues cuando había tinieblas no halló cómo distinguir, sino que distinguió al crear la luz, de modo que se dice a los impíos justificados: Porque erais algún tiempo tinieblas; mas ahora, luz en el Señor; 24 y, por tanto, quien se gloría, gloríese no en sí mismo, sino en el Señor 25 Distingue aquel que dijo de los que todavía no habían nacido ni hecho cosa buena ni mala, para que el designio de Dios, hecho por libre elección, se mantuviera, no en virtud de las obras, sino por gracia del que llama: El mayor servirá al menor; 26 y enseñando esto mismo por el profeta, dice: Amé a Jacob, mas odié a Esaú 27 Dijo elección, no porque Dios halle, para elegirlo, lo hecho por otro, sino porque Él mismo hace lo que halla, como acerca del resto de Israel está escrito: Ha quedado un residuo según la elección de la gracia. Ahora bien, si es por gracia, ya no es por obras; que, si no, la gracia ya no es gracia 28
Por lo cual deliráis, sin duda alguna, los que, al decir la verdad: Se ha dicho: "No por las obras, sino por la gracia del que llama", decís vosotros que Jacob fue amado en virtud de las obras futuras que Él sabía de antemano había de obrar; y de esta suerte contradecís al Apóstol, que dice: No en virtud de las obras; como si no pudiese decir: "No por las obras presentes, sino por las futuras". Pero dice: No por las obras, para realzar la gracia: Si es por la gracia, ya no es por las obras; que, si no, la gracia ya no es gracia. Es decir, que precede no la gracia debida, sino la gratuita, a fin de que mediante ella se hagan buenas obras, no sea que, si preceden las buenas obras, la gracia sea recompensa de las obras y, por tanto, la gracia no sea gracia.
16. Pues para quitaros todo pretexto de dudas, por eso puse el caso de dos gemelos a quienes no valiesen los méritos de sus padres y que muriesen en los umbrales de la infancia, uno bautizado, otro sin bautizar; no fuera que dijeseis, como en contra del Apóstol decís de Jacob y Esaú, que Dios premió sus obras futuras. Habiendo de morir ellos en la edad de la infancia, ¿cómo previó sus obras futuras, siendo así que más bien previó, puesto que su presencia no puede engañarse, que no habría obras futuras? ¿O qué ganan los que son arrebatados de esta vida para que la malicia no trastorne su inteligencia o el fingimiento seduzca su alma, 29 si el pecado que no ha sido hecho, dicho ni pensado se castiga como si hubiera sido cometido? Pues si es absurdísimo, insulsísimo, insensatísimo que algún hombre haya de ser condenado por los pecados cuyo reato, como decís, no hereda de los padres, pues que ni aun pudieron pensar en tales pecados, se vuelve a vosotros el hermano gemelo del que recibió el bautismo que él no recibió, y sin palabras os pregunta a vosotros por qué -si así como no existe la fortuna, ni el hado, ni la acepción de personas en Dios, así tampoco existe ningún don de gracia otorgado sin méritos, ni pecado original- fue él separado de la felicidad de su hermano, por qué ha sido castigado con esa infelicidad, de suerte que, habiendo sido adoptado el otro como hijo de Dios, él no recibió el sacramento que es necesario en todas las edades, como confesáis. Vosotros humilláis vuestra lengua y vuestra voz ante un tiernísimo párvulo: a quien no habla no tenéis qué responderle.
Capítulo VIII
Aun el deseo del bien imperfecto es don de la gracia
17. Examinemos ahora hasta donde nos sea posible lo que dicen precede en el hombre para hacerse digno de la ayuda de la gracia y veamos a qué mérito suyo se concede la gracia no como indebida, sino como debida, y así la gracia ya no es gracia. Veámoslo, pues.
De tal manera, dicen, admiten el hado con el nombre de gracia, que llegan a decir que, si Dios no inspira al hombre, contra su voluntad y repugnándolo éste, el deseo del bien, aun imperfecto, ni puede evitar el mal ni practicar el bien.
Ya demostramos cuán vanamente hablan del hado y de la gracia; de lo que se trata ahora es de saber si Dios inspira al hombre, en contra de su voluntad y resistiéndolo él, el deseo del bien, aun imperfecto, de modo que no resista ni sea forzado, sino que asienta al bien y lo quiera. Porque éstos dicen que el deseo del bien comienza en el hombre por el mismo hombre, de suerte que el mérito de este bien comenzado alcanza también el mérito de ejecutarlo por la gracia; damos por supuesto que es esto, al menos, lo que admiten. Porque Pelagio afirma que se ejecuta más fácilmente lo que es bueno con la ayuda de la gracia. Con este aditamento, es decir, más fácilmente, da a entender que, según él, aunque llegue a faltar el auxilio de la gracia, se puede practicar el bien, aunque con más dificultad, con el libre albedrío. Pero no queramos juzgar de lo que éstos opinan en esta materia por lo que enseña el autor de esta herejía; dejemos que con su libre albedrío estén libres aun del mismo Pelagio, y fijémonos más bien en estas palabras que estamparon en la carta que estamos rebatiendo.
18. Les pareció que debían objetarnos el afirmar nosotros que Dios inspira al hombre, contra su voluntad y aun poniendo el hombre resistencia, el deseo no de un bien grande, sino aun del bien imperfecto.
Probablemente ellos dejan lugar a la gracia juzgando, cuando menos, que sin ella puede el hombre tener el deseo del bien, aunque imperfecto; pero que el deseo del bien perfecto no lo tiene más fácilmente por la gracia, sino que sin la gracia no lo tiene de ninguna manera. Mas aun así dicen que la gracia de Dios se da por nuestros méritos, que es lo que Pelagio, temiendo ser condenado por el juicio de la Iglesia, condenó en Oriente. Pues si comienza por nosotros, sin la gracia de Dios, el deseo del bien, el mismo bien comenzado será el mérito al que se dará como debido el auxilio de la gracia; y así la gracia no se da gratuitamente, sino según nuestros méritos. El Señor no dijo, replicando al futuro Pelagio: "Sin mí difícilmente podéis hacer algo", sino que dice: Sin mí nada podéis hacer 30 Y para dar en la misma sentencia evangélica una respuesta a estos que un día habían de existir, no dice: Sin mí nada podéis llevar a cabo, sino hacer. Porque si hubiese dicho llevar a cabo, podrían entonces decir que la ayuda de Dios es necesaria no para comenzar el bien, que lo tenemos de nosotros mismos, sino para llevarlo a cabo.
Pero oigan asimismo al Apóstol. Cuando el Señor dice: Sin mí nada podéis hacer, con esta sola palabra significa el principio y el fin. Pero el Apóstol, como expositor de la sentencia del Señor, distingue más particularmente entrambas cosas diciendo: Quien comenzó en vosotros la obra buena, la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús 31 Pero aún nos presentan las Sagradas Escrituras, en los escritos del mismo Apóstol, un testimonio más explícito del que venimos comentando. Tratamos del deseo del bien: si pretenden que éste tenga principio en nosotros y que sea llevado a cabo por Dios, ellos verán qué es lo que responden a San Pablo cuando dice: No que por nosotros mismos seamos capaces de pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra capacidad nos viene de Dios 32 Dice pensar algo, naturalmente, bueno. Ahora bien, menos es pensar que desear. Pues pensamos todo lo que deseamos, pero no deseamos todo lo que pensamos, ya que algunas veces pensamos lo que no deseamos. Pues siendo menos pensar que desear, por cuanto puede el hombre pensar el bien que todavía no desea, y, pasando adelante, desear después lo que antes pensó sin desear, ¿cómo es que para lo menos, es decir, para pensar algún bien, no somos idóneos, sino que nuestra capacidad nos viene de Dios, y para lo más, como es desear algún bien sin el divino auxilio, somos idóneos gracias al libre albedrío?
Porque tampoco en este pasaje dice el Apóstol: "No porque nosotros mismos seamos capaces de pensar lo que es perfecto como de nosotros mismos", sino que dice pensar algo, cuyo contrario es nada. De aquí aquello del Señor: Sin mí nada podéis hacer.
Capítulo IX
Exposición de las Escrituras torcidamente interpretadas por los pelagianos
19. Por cierto que, no entendiendo bien lo que está escrito: Del hombre es preparar el corazón, mas del Señor procede la respuesta de la lengua, 33 se engañan juzgando que preparar el corazón, es decir, incoar el bien, toca al hombre sin el auxilio de la gracia de Dios. Está fuera de lugar que lo entiendan así los hijos de la promesa, de modo que, cuando oyeren al Señor decir: Sin mí nada podéis hacer, quieran como demostrarle lo contrario diciendo: "Ves aquí que sin ti podemos preparar el corazón"; o cuando oyeren decir a San Pablo: No porque nosotros mismos seamos capaces de pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra capacidad nos viene de Dios, vengan como a demostrarle también lo contrario diciendo: "Ved aquí que nosotros somos capaces por nosotros mismos de preparar el corazón y, por tanto, de pensar algo bueno". Porque ¿quién puede sin el buen pensamiento preparar el corazón para el bien? Está fuera de lugar que lo entiendan así sino los orgullosos defensores de su albedrío y desertores de la fe católica. Está escrito: Del hombre es preparar el corazón, mas del Señor procede la respuesta de la lengua, porque es el hombre quien prepara el corazón, pero no sin la ayuda de Dios, que toca el corazón de modo que el hombre prepare el corazón. En la respuesta de la lengua, o sea, en lo que la lengua de Dios responde al corazón preparado, ninguna parte tiene el hombre, sino que todo procede de Dios nuestro Señor.
20. Pues de la misma manera que se dijo: Del hombre es preparar el corazón, mas del Señor procede la respuesta de la lengua, se dijo también: Abre tu boca y yo la llenaré 34 Pues aunque sin ayuda de aquel sin el cual nada podemos hacer no podemos abrir la boca, sin embargo, nosotros la abrimos con su ayuda y con nuestra acción, aunque lo realiza el Señor sin nuestra actividad. Porque ¿qué otra cosa es preparar el corazón y abrir la boca sino preparar la voluntad? Y, no obstante, leemos en las mismas Escrituras: La voluntad es preparada por el Señor 35 Y también: Abrirás mis labios, y mi boca te alabará 36 Ved cómo el Señor nos advierte que preparemos la voluntad cuando leemos: Del hombre es preparar el corazón, y, no obstante, ayuda Dios para que ejecute esto el hombre, porque Dios prepara la voluntad. Y dice mandando: Abre mi boca, de tal manera que nadie lo puede hacer si no lo hace Él mismo ayudando a aquel a quien se dice: Abrirás mis labios. ¿Serán tan necios algunos de éstos que porfíen diciendo que una cosa es la boca, otra los labios, y afirmarán los muy vanidosos que el hombre abre la boca y Dios los labios del hombre? Aunque la verdad es que Dios los corrige de esta locura al decir: Yo abriré tu boca y te indicaré lo que has de hablar 37 En aquella sentencia, pues, que dice: Abre tu boca y la llenaré, parece como que una de estas cosas es propia del hombre, la otra de Dios; pero en esta que dice: Yo abriré tu boca y te indicaré lo que has de hablar, entrambas cosas se atribuyen a Dios. ¿Y por qué así sino porque en una de estas cosas coopera a la acción del hombre y la otra la ejecuta Él solo?
21. Así que Dios obra en el hombre muchas cosas buenas que no hace el hombre; pero ninguna realiza el hombre que no haga Dios que la ejecute el hombre. Por tanto, el deseo del bien no procedería en el hombre de Dios si no fuese bien; pues, si es bien, no puede proceder en nosotros, sino de Dios, bien sumo e inmutable. Porque ¿qué es el deseo del bien sino la caridad, de la que el apóstol San Juan habla sin rodeos diciendo: El amor procede de Dios? 38 Ni procede su inicio de nosotros y su perfección de Dios, sino que, si es caridad, procede enteramente en nosotros de Dios. Líbrenos Dios de la locura de ponernos a nosotros en primer lugar en los dones de Dios y en segundo lugar a Dios; porque su misericordia me prevendrá, 39 y Él es de quien fielmente y con verdad se canta: Te adelantaste a él con bendiciones de dulzura 40 ¿Y qué otra cosa se puede entender mejor aquí que el deseo del bien de que venimos hablando? Porque empieza a desearse el bien cuando comienza a tornarse dulce. Cuando se practica el bien por temor del castigo y no por amor de la justicia, entonces no se practica rectamente el bien; pues no se ejecuta en el corazón lo que aparentemente se hace en las obras, cuando el hombre preferiría no hacerlo, si pudiera evitarlo impunemente. Luego una bendición de dulzura es la gracia de Dios, por la que se obra en nosotros que nos deleite y que deseemos, es decir, que amemos lo que nos manda: si con ella no nos previene el Señor, no sólo no se lleva a cabo, sino que ni en nosotros comienza. Pues si no podemos sin Él hacer nada, nada podemos ni comenzar ni llevar a cabo; porque, si es comenzar, se ha dicho: Su misericordia me prevendrá; y si es llevar a cabo, se ha dicho: Su misericordia me seguirá 41
Capítulo X
Quién es el que llama a los elegidos
22. ¿Qué es, pues, lo que más adelante, al exponer su doctrina, confiesan diciendo que la gracia ayuda al buen propósito de todos los hombres, pero que al hombre que resiste no da el deseo de la virtud?
Porque afirman esto como si el hombre tuviera de sí mismo, sin la ayuda de Dios, el buen propósito y el deseo de la virtud, y por este mérito precedente fuera digno de ser ayudado por la gracia subsiguiente de Dios. Piensan tal vez que dijo el Apóstol: Sabemos que Dios coordina toda su acción al bien de los que le aman, de los que según su designio son llamados, como si quisiere dar a entender que se trata del designio del hombre, al cual designio, en razón de ser buen mérito, sigue la misericordia de Dios, que llama; e ignorando que se dijo los que según su designio son llamados, de modo que se entendiese el designio no del hombre, sino de Dios, que eligió antes de la creación del mundo a los que de antemano conoció y predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo 42 Pues no todos los llamados fueron llamados según su designio; 43 porque muchos son los llamados, pocos los elegidos 44
Son llamados según su designio los que fueron elegidos antes de la creación del mundo. De este designio de Dios se dijo también lo que ya recordé acerca de los gemelos Esaú y Jacob: Para que el propósito de Dios hecho por libre elección se mantuviera, no en virtud de obras, sino por gracia del que llama, se dijo que el mayor servirá al menor 45 Este designio de Dios es recordado también en aquel pasaje en que, escribiendo a Timoteo, dice: Colabora en la causa del Evangelio, apoyado en la fuerza de Dios, el cual nos salvó y nos llamó con vocación santa, no según nuestras obras, sino según su propia determinación y según la gracia dada a nosotros en Jesucristo antes de los siglos eternos, y que se manifestó ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús 46 Éste es, pues, el designio de Dios, por razón del cual se dice: Coordina toda su acción al bien de los que según su designio han sido llamados. El buen propósito del hombre es ayudado, en efecto, por la gracia; pero ni el mismo propósito existiría si no precediera la gracia. Asimismo, aunque el deseo bueno del hombre, cuando ha comenzado a existir, es ayudado de la gracia, sin embargo, no comienza sin la gracia, sino que es inspirado por aquel de quien dice el Apóstol: Gracias a Dios, que inspira en el corazón de Tito la misma solicitud por vosotros 47 Si Dios da el que uno tenga solicitud por los demás, ¿qué otro la dará para que uno la tenga por sí mismo?
23. Siendo esto así, no veo que en las Sagradas Escrituras Dios mande al hombre, para poner a prueba su libre albedrío, cosa alguna que no conste que es dada por su bondad o se le pide para mostrarle la ayuda de la gracia; ni el hombre empieza en absoluto a trocarse de malo en bueno por el inicio de la fe, si esto mismo no lo obra en él la misericordia indebida y gratuita de Dios. Pensando en la cual dijo uno, como leemos en los Salmos: ¿Se olvidará ya Dios de hacer clemencia y contendrá airado su misericordia? Y dije: Ahora comienzo; esta mudanza es de la diestra del Altísimo 48 Habiendo dicho ahora comienzo, no dice esta mudanza es del libre albedrío, sino de la diestra del Altísimo. Entendamos, por consiguiente, la gracia de Dios de tal manera que, desde el principio de la mudanza saludable hasta el fin de la ejecución, quien se gloría, que se gloríe en el Señor 49 Porque así como nadie puede sin el Señor llevar a cabo el fin, así tampoco el comenzarlo. Pero demos ya fin a este libro para que descanse el ánimo del lector y cobre fuerzas para lo que sigue.