RÉPLICA A JULIANO

Traductor: P. Luis Arias Álvarez, OSA

Libro IV

Recapitulación de todo lo dicho en el libro III

I. 1. Pasaré examen a cuanto dices a partir del exordio de tu libro II, en el que tratas de refutar mi opúsculo. Silenciaré a propósito todo aquello que no pertenezca a la cuestión medular, cuya solución exige atención y cuidado, para no entretenerme en las cosas superfluas y prolijas de tu obra y no aterrar al lector.

En mi libro anterior traté con amplitud suficiente, como pueden apreciar los que juzgan según verdad, que, si bien el Dios bueno y veraz es creador del hombre; y bueno es el matrimonio, pues es institución divina la unión de los sexos y cuenta con la bendición del Señor; sin embargo, la concupiscencia de la carne, que codicia contra el espíritu, es un mal, del que hace buen uso la castidad conyugal, y mejor hace la virginidad al no usar.

Mal que no procede, como desbarran los maniqueos, de una sustancia no creada por Dios y mezclada a la nuestra, sino que tuvo su origen y se nos transmitió por la desobediencia de un hombre, y que sólo ha podido ser expiado y sanado por la obediencia de otro hombre. Mal que somete al hombre a un castigo con justicia merecido y que permanece en nosotros desde el momento del nacimiento hasta vernos libres al renacer en virtud de una gracia gratuita.

Cuando alabas este mal en contra mía, te revelas mi enemigo, cuando luchas contra él, eres mi testigo; pero, si no lo combates, eres enemigo de ti mismo. Creo haber respondido suficientemente a tu primer libro, y la causa podía, en su totalidad, quedar sustanciada; sin embargo, para no dar la sensación de que no tengo qué responder a los otros tres libros que has escrito, voy ahora a demostrarte que has dicho vaciedades.

2. Citas unas palabras de mi libro El matrimonio y la concupiscencia, y saltas de gozo porque, según el testimonio del Apóstol, he dicho que "la castidad conyugal es un don de Dios" 1; como si el Apóstol alabara el mal que tú ensalzas: mal que codicia contra el espíritu 2; mal del que usa bien la castidad de los esposos, como probé en mi libro anterior. No es don menguado frenar este mal para que no resbale hacia lo ilícito y sirva sólo para engendrar hijos que han de ser regenerados. El ardor de esta concupiscencia no se modera espontáneamente, ni se abstiene de lo ilícito si el deseo sirve a los miembros de nuestro cuerpo. Por eso, lo que es loable es frenar la concupiscencia, cuyos movimientos son siempre desordenados; pero sí es de alabar el que la reprime y usa bien de ella.

3. En consecuencia, de este mal hacen buen uso los fieles esposos, de cuyo reato han sido liberados por la gracia del Salvador; y así, los niños, fruto de su unión, por un beneficio del Creador, no son, como tú me haces decir, "seres destinados al reino del diablo", sino hijos que, una vez arrancados de sus garras, son trasplantados al reino del Unigénito de Dios. La intención de los consortes piadosos es y debe ser engendrar hijos para la regeneración. Si este mal que en sus miembros sienten los esposos, mal -me serviré de tus palabras- contra el cual combatió "la legión de los apóstoles"; si este mal, repito, no se comunicara a los niños en su nacimiento, éstos no lo contraerían al nacer; pero no, nacen con él. ¿Por qué te asombras necesiten renacer para verse libres de este mal, aunque después se han de servir de la libertad para combatirlo y poder recibir, al final de la vida, la recompensa por su victoria?

4. ¿Quién de nosotros imaginó nunca que "el matrimonio es un invento del diablo"? ¿Quién jamás ha creído que "la unión de los sexos es una consecuencia de la prevaricación", como si el matrimonio no hubiera existido sin ésta? Pero el mal, del que los casados hacen buen uso, no existiría si el hombre no hubiese pecado. Objétame, sí, lo que he dicho, para que pueda defenderme; pero, si me enrostras lo que nunca he dicho, ¿cuándo terminaremos?

5. Crees "inevitable que el don de Dios sea nocivo si el hombre nace en pecado, pues nadie nace si no es por un beneficio de Dios". Escucha y comprende. El don de Dios a nadie perjudica; por él somos y vivimos; pero el mal de la concupiscencia sólo puede encontrarse en un hombre que existe y vive. En consecuencia, el mal puede anidar en un don de Dios; mal que ha de ser curado por otro beneficio de la gracia de Dios. En un hombre que existe y vive por un don de Dios puede encontrarse el mal contraído por generación carnal, y que sólo puede ser curado por la regeneración espiritual. Es evidente que ningún ni-o nacería esclavo del diablo si no naciese; pero el nacimiento no es causa de este mal. Nace, y es don de Dios, bajo el poder del diablo por un secreto designio de Dios. ¿Es, acaso, una injusticia?

Para Juliano, la concupiscencia es un bien; para Agustín, un mal

II. 6. Dije: "Si no existiese el matrimonio, que es un bien, se debería pedir a Dios". Y ¿quiénes lo han de pedir sino aquellos para los que es un bien necesario? Tú piensas que era mi intención pedir a Dios "el vigor necesario para realizar el acto matrimonial". Lo que dije fue que era preciso pedir a Dios la castidad matrimonial, que pide moderación en lo lícito, no un abusivo libertinaje en el acto. Si el hombre sufre de frialdad, no busque mujer. La sentencia del Apóstol es: Si uno no puede contenerse, cásese 3. Ha querido proponer el matrimonio como un remedio contra la enfermedad de la concupiscencia; enfermedad que no confiesas, aunque sí la medicina. El Apóstol receta este remedio no para que brote la concupiscencia donde no existe, sino para embridar sus movimientos desordenados, capaces de arrastrarnos a placeres ilícitos. Este es el fin de la petición que dirigimos a Dios en la oración dominical: No nos dejes caer en tentación, pues cada uno, como dice el apóstol Santiago, es tentado por su concupiscencia 4. Rima con la petición siguiente: Líbranos del mal 5. Libres del mal en el alma ruegan a Dios los casados para poder usar bien del mal radicado en su carne, pues saben "que en su carne no habita el bien" 6; para que, sanada toda corrupción, no permanezca en ellos ningún mal. ¿Por qué te juzgas vencedor de un enemigo en derrota? Vence al enemigo interno que loas. Porque entonces mi victoria sobre ti, si peleas contra este mal, es segura; porque no te atreverás a sostener que el que dice verdad sea vencido por el que dice mentiras. Yo afirmo que la concupiscencia contra la que tú combates, es un mal; tú dices que es un bien pero tu lucha testifica que es un mal; tu lengua proclama que es un bien, y apilas mentira sobre mentira cuando afirmas que yo la considero un bien. Jamás podré decir que la concupiscencia de la carne es un bien si afirma el apóstol Juan que no viene del Padre 7. Dije, sí, que la castidad conyugal es un bien porque lucha contra el mal de la concupiscencia, para que con sus movimientos no nos empuje a ilícitas acciones.

7. Mas como sientes la vacuidad de tus razonamientos, atacas por otro flanco mi definición y dices: "Si el ardor de la pasión, del que se sirve la castidad conyugal, es sólo reprimido de todo movimiento inmoderado por la piedad de los fieles y la fuerza del don, sin que sea por la gracia extinguido, sino sólo embridado, es laudable en su especie y moderación, condenable en su exceso".

Pero al decir esto no adviertes que, si se alaba como un bien la unión de los esposos para engendrar hijos es porque este comercio sexual pone un límite de licitud al mal de la concupiscencia. ¿Por qué no llamar mal a lo que confiesas debe ser frenado? ¿Por qué este freno sino para impedir nos perjudique, si nos arrastra a lo ilícito de sus apetencias? El deseo de un mal es ya malo, aunque no se realice hasta llegar a donde no existan estos deseos. No pensemos en el bien que podemos sacar de la concupiscencia, sino en el mal que nos puede causar. La castidad conyugal frena en lo ilícito, permite lo lícito a una concupiscencia que con ardor codicia el placer lícito e ilícito. El bien radica no en la concupiscencia, sino en el que hace buen uso de ella. El mal de la concupiscencia está en el ardor, que la impulsa a desear indiferentemente lo que está permitido o vedado. De este mal usa bien la castidad conyugal, y mejor hace la continencia virginal al no usar de ella.

8. Dices: "Si el calor genital fuese malo en sí, se debería extirpar de raíz, no moderar". No has querido decir lo que más arriba dijiste: "frenar"; ahora prefieres decir "moderar". El temor te ha hecho cambiar de palabra y es una prueba de que es un mal en lucha contra un bien. Llamas a la concupiscencia "calor genital" porque te ruboriza llamarla libido o concupiscencia de la carne, como suelen llamarla las santas Escrituras. Habla claro y di: "Si la concupiscencia de la carne fuera naturalmente mala, se debería extirpar, no moderar". Así, aun los más torpes, si saben latín, comprenderían lo que dices. Hablas como si todos los casados, incapaces de soportar el trabajo de la castidad, opuesta al mal de la concupiscencia, no quisieran si pudiesen, extirparlo de raíz. Y hablas de esta manera sin comprender lo que dices; extirpa en tu cuerpo, si puedes, la pasión de la carne. No te es necesaria; o di que sus apetencias son buenas; mas esto no te impedirá morir, si cedes y eres vencido.

9. Si existe en ti el mal que resistes, combates y destruyes si sales vencedor, mejor es no usar de este mal, del que hacen buen uso aquellos en los que sostienes existe este bien; y en esto o mientes o te engañas. No vas a decir que la concupiscencia es un bien en los casados, y en los santos, en las vírgenes y en los que guardan continencia un mal. Tenemos tu sentir en esta materia cuando escribes: "El que usa con moderación de la concupiscencia natural, hace buen uso de un bien; el que no guarda moderación, hace mal uso de un bien; pero el que, por amor a la virginidad, desprecia hasta el uso moderado de la concupiscencia, hace mejor en no usar de este bien. Por la esperanza de la salvación desprecian los remedios perecederos para ejercitarse en gloriosos combates".

Al hablar así, declaras sin ambages que la concupiscencia de la carne es idéntica en los casados y en los que guardan continencia. Un bien, según tú, del que el matrimonio usa bien, y la continencia hace mejor al no usar. Para mí siempre es un mal; pero es, sobre todo, en el estado de santa virginidad y continencia donde la concupiscencia de la carne se revela como un mal, contra la cual, según confiesas, libran "gloriosos combates". Es evidencia que no es un bien, sino un mal del que es mejor no hacer uso; y, cuando los esposos hacen uso, usan en verdad de un mal, no de un bien.

Toda la cuestión a discutir, si es que algo queda, se reduce a saber si la concupiscencia de la carne, objeto de nuestra disputa, en los que hacen voto a Dios de continencia es un bien o un mal. Lo que sea de estas dos cosas, lo será también en los casados, pues en uno y otro estado siempre es la misma realidad, de la que unos usan bien y los otros hacen mejor en no usar. Haz, pues, acopio de todos los recursos de tu agudo ingenio y di, si te atreves y puedes, que la concupiscencia, a la que los apóstoles opusieron resistencia tenaz, es un bien, como afirmas en tu libro III, en el que me reprochas haber dicho que "tanta es la fuerza de la concupiscencia que ni la legión de los apóstoles fue capaz de resistir". Trabajas en favor de mi causa, pues al mal que llamas bien resistieron una legión de santos y apóstoles.

¿Quién va a dar crédito sea lícito al panegirista del mal tomar argumentos de su adversario? Lejos de mí colocar en este número alguno de los apóstoles o de los santos antiguos; pero sí es desconcertante que entre los nuevos herejes surja uno que, por inexplicables razones, se declare, a la vez, apologista y enemigo de la concupiscencia y que, sin renunciar a la herejía pelagiana, se esfuerza en alabar con toda su alma la concupiscencia, que mata su alma si no la combate; y, si la combate con sincero corazón, arruina su dogma si omite el elogio.

10. Si hay en ti un adarme de sentido común, dime, por favor: ¿Puede ser un mal el pecado y un bien el deseo de pecar? ¿Qué hace en la carne de los santos esta concupiscencia sino apetecer el pecado, y, al no consentir, se ejercitan, según confiesas, en "gloriosos combates?" Porque, al menos en los que profesan castidad, el deseo sólo de casarse es ya un mal. ¿Qué bien puede hacer la concupiscencia en un estado en el que nada bueno se puede esperar de sus apetencias? ¿Qué bien puede hacer la libido allí de la que nada bueno se puede librar? Y no se diga que en los casados no tiene, porque, si han llegado a la cumbre de la castidad conyugal, algún buen uso hacen de ella, aunque no por ella. Mas en el estado de santa virginidad y en los que guardan la virtud de la continencia, te pregunto: ¿Qué bien puede hacer? ¿Qué bien hace esta concupiscencia, tu favorita, cuando neceas, y enemiga, cuando razonas? ¿Qué bien hace en un estado donde nada bueno hace y nada bueno se puede hacer de ella? ¿Qué hace en aquellos en los que todo lo que por ella se codicia es malo? ¿Qué hace en los que velan y combaten contra ella, y si, sorprendidos durante el sueño, les roban el consentimiento, pero al despertar gimen y entre sollozos exclaman: Cómo se ha llenado mi alma de ilusiones? 8 Porque los sentidos adormecidos son juguete de los sueños, y no sé cómo sucede que las personas más castas dan una especie de asentimiento a torpes acciones; y si el Altísimo nos las imputara, ¿quién podría ser casto?

11. ¿Cómo puedes decir que el mal es un bien, a no ser que tapones los oídos para no escuchar la trompetería de la verdad, mientras gritas que es bueno desear un mal, cosa que ni entre sordos te atreves a decir? ¿Por qué este mal no se extirpa de raíz de la carne de los que viven en santa continencia? ¿Por qué "todos los esfuerzos de su espíritu son impotentes a desterrarla?" Todo esto, dices, debiera desaparecer si es un mal. Y como ves no se apaga en las personas casadas, piensas que, represada en sus justos límites, es un bien. Ves también que no se extingue en los que no tienen necesidad de usar de ella y les es perjudicial. Porque, aun cuando, si no se consiente, no puede borrar a uno de la lista de los santos, sí disminuye en sus almas el deleite de las espirituales. De este deleite dice el Apóstol: Me deleito en la ley de Dios según el hombre interior 9. Deleite que disminuye cuando el alma se ocupa no en dar satisfacción a la concupiscencia carnal de la voluptuosidad sino en combatirla, y esos "gloriosos combates" no le permiten gozar de las delicias de la belleza inteligible.

Mas como en esta vida de miserias no hay peor enemigo que el orgullo, por eso la concupiscencia no desaparece totalmente de la carne de los que viven en santa continencia, para que mientras combaten contra ella advierta el alma el peligro y no se confíe en una seguridad engañosa hasta que la humana fragilidad llegue a plena perfección en la santidad, donde no existirá ya ni el temor a la concupiscencia ni la hinchazón de la soberbia. Así el poder se perfecciona en la debilidad 10, pues es la flaqueza la que nos obliga a combatir. Cuanto mayor sea la facilidad en la victoria, menor es el esfuerzo en el combate. ¿Quién va a pelear contra sí mismo, si en su interior no encuentra resistencias? Y ¿qué es lo que en nosotros se resiste sino lo que necesita ser curado, para ser por completo libres? La debilidad es, pues, la única causa que nos obliga a entablar combate dentro de nosotros; y esta nuestra flaqueza es aviso para no ensoberbecernos. Por consiguiente, el poder que frena nuestro orgullo cuando podemos sentirnos soberbios, se perfecciona en la debilidad.

12. Por eso, la concupiscencia es un mal del que usan bien los casados; y las personas que viven en continencia hacen mejor en no usar. Y así, este mal, que existe en los cónyuges, para que hagan buen uso de él, y en los que observan continencia para que hagan algo mejor al no usar, es un mal que permanece para reprimir su orgullo. Se condenan los excesos de la concupiscencia, pero sólo en el que no la frena; pero en sí y por sí es siempre condenable por sus apetencias, que es necesario combatir para que no se extralimite. No es verdad, pues, como dices, que importe poco a la inocencia promover la moderación de una cosa que es en sí perjudicial. Importa, y mucho, a la inocencia no consentir en el mal; y una cosa no deja de ser un mal porque sea un bien no consentir en él. ¿Qué mal podía existir si se consiente en las codicias de la carne, si son un bien, y en el acto conyugal, que nunca se realiza sin la presencia del mal pasional, y dar vida a un ser humano, obra de Dios?

Y no digas que es la concupiscencia creadora del semen apto para la generación, porque el que hace nacer al hombre de esta semilla es también creador de la semilla. Nos interesa saber ahora de dónde la saca. Porque el contagio de este mal es secreto, terrible; y no es de los hombres exentos de este mal de los que Dios crea el semen o los hombres; aunque se encuentren algunos que por la generación se encuentren exentos de la tara de este mal, lo han de estar también los que de ellos nacen.

13. Sobre el pudor conyugal dije, y no me arrepiento, las palabras que citas, a saber: "Cuando se nos hace ver que el pudor es un don de Dios, se nos enseña, si se carece de él a quién debemos pedirlo". Se dan gracias a Dios no por el origen de la concupiscencia, como tú dices, cuya raíz viene del primer pecado del hombre, sino por la ayuda para su buen gobierno, como afirmas con verdad. Hablas de dos cosas: del gobierno y del origen. Damos gracias por el buen gobierno de la concupiscencia, vencemos sus resistencias. Todo lo que se resiste a ser gobernado por una voluntad buena no es un bien. Y ¿quién puede negar sea un mal, a no ser alguien que esté huérfano de buena voluntad, y considera un mal lo que contraría sus deseos?

Virtudes de los paganos

III. 14. Citas, entre otros pasajes de mi libro, uno donde declaro que la castidad conyugal es un don de Dios, y lo confirmo con un texto del Apóstol. No quise silenciar una cuestión que me salía al paso, y es la de saber qué debemos pensar de la castidad de algunos impíos para con sus esposas. Vosotros no queréis que las virtudes que nos hacen vivir en rectitud y justicia sean dones de Dios, y las atribuís no a la gracia divina sino a la naturaleza y voluntad humanas, y aducís como argumento que estas virtudes se encuentran entre infieles y así os afanáis por anular mi sentencia cuando afirmo que "nadie puede llevar una vida honesta sin la fe en Jesucristo nuestro Señor, único mediador entre Dios y los hombres"; y, en consecuencia, os declaráis enemigos de esta gracia.

Sin ir más lejos, y, si me equivoco, corrígeme, afirmé que no se puede llamar casto un esposo que no guarda fidelidad a su mujer por el Dios verdadero. Y para probar esta afirmación aduje, después estas palabras, para mí un argumento de peso: "Si la castidad -dije- es una virtud contraria al vicio de la impureza, y todas las virtudes, incluso las que se ejercitan por el cuerpo, residen en el alma, ¿cómo, con verdad, se puede afirmar que un cuerpo es casto cuando el alma fornica lejos de Dios?"

Y acto seguido, para que ninguno de vosotros pueda negar que el alma de los infieles sea fornicadora, cité un texto de las Escrituras en el que se lee: Sí, los que se alejan de ti perecerán; aniquilarás a todos los que te son fornicadores 11. Y tú, que te tomas el trabajo de refutar en mis escritos los pasajes que te parecen más vinculantes e ingeniosos, ¿por qué silencias este testimonio, como si me pareciese a mí falto de peso y sin punta? Piensa cuál de estas dos cosas vas a negar. Sin dudarlo un instante, confiesas que la castidad conyugal es una virtud, y no niegas que todas las virtudes, incluso las que dependen del cuerpo, habitan en el alma. Sólo el que abiertamente se declare enemigo de las Sagradas Escrituras puede negar que un alma infiel sea ante Dios un alma fornicadora. De estas premisas se deduce, en resumen, o que pueden existir verdaderas virtudes en un alma adúltera, y ves es un absurdo de marca, o que la castidad verdadera no puede existir en el alma de un infiel, aunque sé que, cuando digo esto, finges hacer oídos de mercader. No alabo el don, como me calumnias, y condeno la naturaleza. No sería receptiva de los dones de Dios si no fuera la naturaleza humana buena, porque los mismos vicios que vemos son testimonio de su bondad. De hecho, ¿por qué nos desagradan los vicios sino porque disminuyen o destruyen lo que en la naturaleza humana nos deleita?

15. Si Dios ayuda al hombre, no es sólo para que "alcance la perfección", como dices; dando a entender que el hombre puede iniciar el camino de la santidad y que la gracia nos hace alcanzar la perfección. La verdad la expresa el Apóstol: El que inició en vosotros la obra buena la llevará a perfección 12. Tú pretendes que el hombre se ve estimulado al bien "por la generosidad de su corazón", y esto es querer que uno se gloríe no en el Señor, sino en su propio albedrío, y así primero da el hombre, luego el Señor le recompensa. De esta manera, la gracia ya no es gracia, pues no se da de balde.

Sostienes que es "la bondad de la naturaleza la que es merecedora del don de la gracia". Esto es muy agradable al oído si lo entiendes de la naturaleza humana; porque la gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor, no se da a las piedras ni a los árboles o a los animales, sino al hombre, que recibe esta gracia por ser imagen de Dios, y no porque la buena voluntad del hombre preceda al don de la gracia, ni porque el hombre sea el primero en el dar para merecer recompensa, porque entonces la gracia ya no sería gracia, sino paga de una deuda.

¿Cómo has podido creer, según tu manera de pensar, que yo llamaba dones del cielo a lo que es efecto de la voluntad humana, como si el querer del hombre pudiera moverse al bien sin la gracia de Dios, y los efectos de este querer fueran recompensa debida otorgada por el Señor? ¿Olvidas lo que tantas veces, con la Escritura, he dicho contra vosotros, que es Dios el que prepara la voluntad 13 y el que obra en nosotros el querer? ¡Oh ingratos a la gracia de Dios! ¡Oh enemigos de la gracia de Cristo y sólo de nombre cristianos! ¿Acaso no ora la Iglesia por sus enemigos? Por favor, ¿qué es lo que pide? Si lo que implora es salario debido a la buena voluntad, ¿qué pide para ellos sino un gran castigo? Porque entonces las oraciones de la Iglesia serían no a su favor, sino contra ellos. Pero ora por ellos no porque de ellos proceda la buena voluntad, pues es Dios el que prepara la voluntad; él es, como dice el Apóstol, el que obra el querer y el hacer 14.

16. Pero vosotros, encarnizados enemigos de la gracia de Dios, nos oponéis ejemplos de impíos que, como decís, "alejados de la fe y esclavos de los ídolos, abundan en virtudes que no se deben al socorro de la gracia, sino al bien de su naturaleza, y, contando sólo con las fuerzas de su libre albedrío, son con frecuencia, compasivos, modestos, castos y sobrios". Al decir esto, robas a la gracia lo que antes le atribuías, es decir, el efecto de la buena voluntad. No dices que ansían ser compasivos, modestos, castos, sobrios, y aún no lo son, porque no han recibido la gracia, y con ella el efecto de esta buena voluntad; pero si tuvieran voluntad de ser buenos y lo son, encontraríamos en ellos la voluntad y el efecto de su querer. Y entonces, ¿qué reservas a la gracia, si los paganos, según tú, "abundan en virtudes?"

¡Cuánto más acertado sería, si te deleita alabar las virtudes de los impíos sin escuchar la voz de la Escritura, que grita: El que dice al impío que es justo, será maldito en su pueblo y odioso a todas las naciones 15; cuánto más acertado, repito, sería confesar que sus virtudes son dones de Dios, que él reparte a los hombres según le place en sus juicios insondables, siempre justos! Y así vemos que unos nacen memos o dotados de inteligencia tarda y plomiza para entender; desmemoriados otros; aquéllos, por el contrario, dotados de agudo ingenio o fácil memoria, y otros, adornados con ambos dones, unen, a una agudeza intelectual nada común, una memoria tenaz, y son capaces de retener en los silos de su memoria lo que han aprendido; algunos son de un natural tranquilo, mientras el que está a su lado se enciende en ira por un quítame allá esas pajas; otros guardan, entre estos dos extremos, un justo medio, y no se dejan arrebatar por un deseo de venganza. Existen eunucos de nacimiento, otros fríos y sin ardor para el acto conyugal; los hay lascivos, que apenas pueden contener su fuego; otros guardan entre ambos excesos, un cierto equilibrio. Los hay muy tímidos y los hay muy audaces; unos son optimistas, tristes otros, y muchos, en fin, ni melancólicos ni alegres.

Los galenos no dudan en atribuirlo a cualidades temperamentales de los cuerpos. Mas, aunque esto se pudiera probar y no existiese sobre esta cuestión duda alguna, ¿es alguien creador de su propio cuerpo y se debe atribuir a su voluntad el mal físico que experimenta en mayor o menor grado? Porque en esta vida nadie se puede sustraer a estos males bajo ningún pretexto o esfuerzo. Sin embargo, por grandes o insignificantes que sean estos males, nadie puede decir a un Dios justo, bueno y todopoderoso: ¿Por qué me hiciste así? 16 Y del pesado yugo que oprime a los hijos de Adán, nadie nos puede librar sino el segundo Adán. ¡Cuánto mejor harías en atribuir las virtudes que en los impíos supones a la misericordia divina y no a la voluntad humana! Beneficio que estos impíos desconocen hasta que, si son del número de los predestinados, reciban el Espíritu que viene de Dios y les haga conocer los dones que Dios les otorgó 17.

17. ¡Lejos de mí creer que existe en alguien una virtud verdadera si no es justo! Y nadie se puede considerar justo si no vive de fe, porque el justo vive de fe 18. ¿Quién que se precie de cristiano, excepción hecha de los pelagianos, y entre ellos, quizás, tú solo, dirá que es justo un infiel, que es justo un impío, que es justo un esclavo del diablo? Y esto aunque sea un Fabricio, un Fabio, un Escipión, un Régulo, con cuyos nombres piensas poder aterrorizarme, como si hablásemos en una asamblea del antiguo Senado romano. Y en esta causa, aunque invoques la escuela de Pitágoras o de Platón, en las que hay varones doctísimos y sabios insignes que descuellan por su filosofía sublime entre todos, y que no llamaban verdaderas virtudes sino a las que están impresas, en cierto modo, en la mente humana por una forma eterna e inmutable sustancia que es Dios. Pues bien, aun entonces me levantaré contra ti, y con toda la fuerza que me da el que nos llamó gritaré con la libertad que me infunde la religión: "Ni en éstos existe verdadera justicia porque el justo vive de fe. Y la fe entra por la audición, y la audición por la palabra de Cristo, porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo creyente" 19. ¿Cómo pueden ser verdaderamente justos, si tienen por vileza la humildad del verdadero justo? Se acercan a Dios por el conocimiento y se alejan de él por la soberbia, porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se ofuscaron en vanos razonamientos; y, jactándose de su sabiduría, se hicieron necios 20. ¿Cómo pueden ser verdaderamente justos, si en ellos no hay verdadera sabiduría? Y, si les concedemos sabiduría, no hay por qué negarles la entrada en el reino del que está escrito: El deseo de la sabiduría conduce al reino 21. En consecuencia, Cristo habría muerto en vano si los hombres sin fe en Cristo pueden adquirir la fe verdadera, la verdadera virtud, la verdadera justicia, la verdadera sabiduría. Y así como de la ley dice, con toda verdad, el Apóstol: Si por la ley la justificación, entonces Cristo hubiera muerto en vano 22. Y lo mismo, con toda verdad, se podía decir: "Si la justicia viene de la naturaleza y de la voluntad, Cristo murió en vano; si una justicia cualquiera viene por la enseñanza de los hombres, entonces Cristo murió en vano.

Sin embargo, sólo de Cristo viene la verdadera justicia, y, por la justicia, el reino de Dios. Dios sería -pensarlo ya es un absurdo- injusto si en su reino no fuera admitido el verdadero justo; reino que consiste en la justicia, como dice San Pablo a los romanos: El reino de Dios no consiste en comer y beber sino en la justicia, en la paz, en el gozo 23. Y si los impíos no tienen verdadera justicia, tampoco las restantes virtudes, que son sus compañeras y amigas; y, si tienen algunas, no son verdaderas virtudes, porque, al no referir a Dios, su verdadero autor, estos dones, los malos hacen mal uso de ella y se hacen impíos e injustos. Por eso, ni la continencia ni la castidad son, en los impíos, verdaderas virtudes.

18. Tan mal comprendes esta sentencia del Apóstol: El que lucha en el circo se abstiene de todo 24, que la gran virtud de la continencia, de la que está escrito que nadie puede ser casto si Dios no se lo otorga 25, tú quieres lo sean mujeres de vida airada y licenciosa y sujetos de mala fama. Los atletas, cuando se preparan para combatir en el circo, viven en gran continencia, y esto para alcanzar una corona corruptible; pero no se abstienen de un vano deseo de vencer. Y este vano deseo de gloria es malo, porque es vano; y triunfa en ellos de toda otra pasión, y por eso se llaman continentes. Con todo, le haces a los Escipiones una gravísima afrenta, porque la continencia, que con tanto lirismo ensalzas en ellos, la atribuyes también a los histriones. No has comprendido la intención del Apóstol. Para exhortar a la práctica de la virtud a los hombres, les propone un ejemplo sacado de una pasión viciosa de los mortales; como cuando la Escritura, para encender a los hombres en amor a la sabiduría, dice se ha de buscar como la plata 26. ¿Vamos por eso a decir que la Escritura elogia la avaricia? Mas conocemos bien a qué trabajos se someten con paciencia los amadores del dinero y de cuántos placeres se privan los avaros para aumentar sus tesoros o por el temor de verlos disminuir; y con cuánta sagacidad persiguen las ganancias, con qué astucia evitan los daños; cómo temen, con frecuencia, apoderarse de lo ajeno, y, a veces, no reclaman lo que les ha sido robado para no perder más en juicio al reclamar lo suyo. Con razón nos avisa la Escritura amar con este ardor la sabiduría, desear con avidez atesorarla para nosotros, acrecentarla sin cesar, a no perder nada y soportar por ella trabajos, penas, incomodidades; a reprimir las pasiones, prever el futuro, guardar castidad y cultivar la beneficencia. Cuando esto hacemos, practicamos las virtudes verdaderas, porque todas nuestras acciones tienen un fin justo y honesto; es decir, conforme a nuestra naturaleza, para nuestra salvación y felicidad verdadera.

19. No me parece absurda la definición de los que dicen que "virtud es un hábito del alma conforme a la condición de nuestra naturaleza y a la razón". Es verdad lo que dicen, pero ignoraban lo que era conveniente a la naturaleza humana para hacerla libre y feliz. Los hombres no podrían desear instintivamente la felicidad inmortal si no pudieran serlo. Mas este bien supremo nadie lo puede otorgar sino Jesucristo, y éste crucificado; su muerte triunfó de la muerte y su sangre sana las heridas de nuestra naturaleza. El justo vive de fe.

Por esta fe se vive con prudencia, fortaleza, templanza, justicia, y todas las virtudes son verdaderas, y la vida del justo es conforme a las reglas del derecho y de la sabiduría. En consecuencia, si las virtudes que existen en los hombres no pueden hacerles llegar a la felicidad verdadera, dicha eterna que nos promete la fe verdadera en Cristo, es que estas virtudes no son verdaderas virtudes. ¿Te place llamar virtudes verdaderas las del avaro, que le hacen escoger con prudencia los medios para enriquecerse; soportar con fortaleza las pruebas más duras y crueles para aumentar sus ganancias; abstenerse con templanza y sobriedad de las apetencias de un vivir regalado y voluptuoso; respetar los bienes ajenos y no reclamar a veces lo que parece pertenecerle en justicia para no gastar más en pleitos y tribunales? Cuando se actúa con prudencia, fortaleza, templanza y justicia, las cuatro virtudes actúan a un mismo ritmo, y, según tú, son verdaderas virtudes, porque entiendes que para conocer si son verdaderas se han de pesar las acciones, no las intenciones. Y, para no dar la sensación de calumniarte, voy a citar tus mismas palabras. "Todas las virtudes -dices- tienen su origen en el alma racional, y la prudencia, justicia, fortaleza y templanza, afecciones todas por las que somos buenos, estéril o fructuosamente habitan, como en su sujeto, en nuestra mente. Y, aunque el vigor de estas afecciones existan naturalmente en todos los hombres, no en todos tienden al mismo fin; sino que, según el dictamen de la voluntad, a la cual obedecen, se dirigen hacia las cosas eternas o temporales. En consecuencia, lo que las distingue unas de otras no es lo que son en sí mismas ni lo que hacen, sino sólo lo que merecen. Conservan su nombre y nada de lo que son pueden perder. La única merma a que están expuestas es la grandeza o mezquindad de la recompensa que esperan".

La verdad, no sé dónde aprendiste estas cosas; pero pienso has de ver que la consecuencia de todo lo que has dicho es que se deben considerar verdaderas virtudes: la prudencia de los avaros, que los lleva a no desperdiciar las más pequeñas ganancias, la justicia de los avaros, que, por temor a pérdidas ingentes, prefieren no hacer caso de las mermas que sufren en sus propios bienes ni apetecen lo ajeno; la templanza de los avaros, que reprimen toda inclinación a la sensualidad, porque es derrochona y se contentan con lo estrictamente necesario en comida y vestido; la fortaleza de los avaros, que, como canta Horacio, "para evitar la pobreza, huyen a través de los mares, acantilados y fuegos" 27. Y alguno he conocido que en la invasión de los bárbaros no pudo ser forzado, ni con refinados tormentos, a revelar dónde tenía enterrados sus tesoros. Todas estas virtudes, con fines torpes e impuros, no pueden ser verdaderas virtudes, y a ti te parecen tan bellas y verdaderas que "conservan siempre su nombre, sin perder nunca ni un adarme de lo que son, y la única merma a que están expuestas es la grandeza o pequeñez de la recompensa". Es decir, gozar de los bienes de la tierra, no de las recompensas del cielo. Y en tu sentir será también verdadera justicia la de Catilina, pues se granjeó amigos a los que hizo participar de sus heredades y protegió con celo. Y su fortaleza sería verdadera, pues soportó el frío, el hambre, la sed; y verdadera su paciencia, pues fue paciente sobre toda ponderación en el hambre, en el frío, en las vigilias 28. ¿Quién así puede pensar sin haber perdido el juicio?

20. Hombre erudito como eres, te engaña la semejanza de la virtud con el vicio por su cercanía y aparente afinidad, pero en realidad están tan distantes como lo está el vicio de la virtud. La constancia es, sin duda, una virtud; la inconstancia, su polo opuesto; sin embargo, hay un vicio, la terquedad, que tiene cierto parecido con la constancia. ¡Ojalá carezcas de este vicio cuando reconozcas la verdad de esto que digo! Lo malo es que piensas amar la constancia cuando con pertinacia defiendes el error y permaneces en él. Hay vicios que son palmariamente opuestos a las virtudes, como lo es la temeridad a la prudencia; pero hay especies de vicios que son capaces de engañar por sus apariencias de verdad, como lo es, en relación con la prudencia, no la temeridad o la imprudencia, sino la astucia, y, sin embargo, es un vicio, aunque en las Sagradas Escrituras tiene a veces buen sentido, como cuando se dice: Sed astutos como la serpiente 29; pero otras veces se toma en mal sentido, como cuando leemos: La serpiente era el más astuto de todos los animales 30. No siempre es fácil encontrar palabras para designar los vicios cercanos a las virtudes; pero, aunque ignoremos su nombre, se han de evitar.

21. Has de saber que la virtud y el vicio se distinguen no sólo por el objeto, sino por el fin. El objeto es la acción; el fin, el motivo de la acción. Por eso, cuando un hombre hace algo que no parece pecado, si no lo hace por el fin que debe, es pecado. Por no haber puesto atención en este principio, separas el fin de la acción, y llamas a las acciones virtudes verdaderas sin considerar el fin, y de ahí el absurdo de verte obligado a llamar justicia a una acción que tiene por motivo la avaricia. Si sólo atiendes al hecho, el no meter la mano en la bolsa del prójimo puede parecer que es justicia; pero, si se pregunta con qué intención obra así, y se responde: "Para no arruinarse en pleitos", ¿cómo decir que es una acción de verdadera justicia, cuando el móvil es la avaricia? Y por el estilo son las virtudes que introdujo Epicuro al servicio del placer. ¡No permita Dios que las verdaderas virtudes sirvan a otro que no sea aquel a quien clamamos: Señor de las virtudes, conviértenos! 31

Por consiguiente, no se pueden considerar virtudes verdaderas todas aquellas que sirven para gozar de los placeres de la carne o de otras ventajas temporales. Tampoco son verdaderas virtudes las que no sirven para nada. Las verdaderas virtudes sirven a Dios en los hombres, que las reciben de la bondad de Dios; y sirven a Dios en los ángeles, que también las reciben de Dios. Así, toda obra buena que el hombre haga, si no la hace por lo que la verdadera sabiduría aconseja debe hacerse, aunque la obra en sí parezca buena, como el fin no es bueno, la acción es pecado.

22. Ciertas acciones pueden ser buenas sin que los que las hacen las hagan bien. Bueno es socorrer a un hombre en peligro, sobre todo si es inocente; pero, si el que esto hace busca la gloria de los hombres, no la de Dios, no hace bien esta obra buena, porque no la hace como bueno si no la hace con voluntad buena. Ni es ni se puede llamar voluntad buena la que se gloría en sí misma o en otros, pero no en el Señor. Por consiguiente, ni el fruto se puede decir bueno, porque un árbol dañado no puede producir frutos sanos; y lo que hay de bueno en esta acción es, más bien, obra del que sabe sacar bien del mal. Es increíble el error en que te desplomas cuando escribes: "Todas las virtudes son afectos del alma que nos hacen estéril o fructuosamente buenos". No es posible ser estérilmente buenos; si somos estériles, no somos buenos. Un árbol bueno produce frutos buenos 32. No es, pues, pensable que un Dios bueno, que corta los árboles que no dan fruto, se desdiga y arroje a las llamas árboles sanos 33. Imposible ser bueno y estéril; pero entre los que no son buenos los hay más o menos malos.

23. No veo en qué puedan ayudarte los personajes que mencionas, de los que escribe el Apóstol: Los gentiles, que no tienen ley, son para sí mismos ley, pues tienen la realidad de esa ley escrita en sus corazones 34. Con este texto pretendes probar que, incluso los que no tienen fe en Cristo, pueden tener verdadera justicia, y la razón es porque, según testimonio del Apóstol, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley 35. En estas palabras, con toda claridad, expresas vuestro dogma, que os hace enemigos de la gracia de Dios, que se nos da por nuestro Señor Jesucristo, que quita el pecado del mundo 36, e introduces una especie de hombres capaces de agradar a Dios sin la fe en Cristo, sin otra ayuda que la ley natural.

Por esta vuestra doctrina os detesta la Iglesia de Cristo. Pero ¿qué quieres sean estos hombres? ¿Tienen verdaderas virtudes y son buenos, pero infecundos, pues su acción no tiene a Dios por fin; o sus virtudes agradan a Dios, y su recompensa será la vida eterna? Si dices que su bondad es estéril, ¿de qué les sirve, como dice el Apóstol, que sus razonamientos los defiendan, si en aquel día Dios juzgará lo más secreto del corazón? 37 Mas, si son defendidos por sus pensamientos, pues naturalmente cumplen las obras de la ley, su bondad no será estéril, y, en consecuencia, recibirán como recompensa la vida eterna y con toda certeza son justos, pues viven de fe 38.

24. El texto que cité del Apóstol: Todo lo que no viene de la fe es pecado, lo interpretas como te parece y según tu sentir, no en el sentido del Apóstol. Habla Pablo de los alimentos y dice: El que duda si puede comer y come, se condena, porque no obra conforme a la ley; y esta especie de pecado quiso probarla sentando un principio general: Todo lo que no viene de la fe es pecado 39. Te concedo se entienda esto sólo de los alimentos. Pero ¿que decir de otro texto que también cité, y tú nada dijiste de él, sin duda por no encontrar modo de adaptarlo a tu doctrina, y se lee en la carta a los Hebreos? Dice: Sin la fe es imposible agradar a Dios 40. Cuando esto dice, se entiende de la vida de todo hombre, porque el justo vive de fe; y siendo imposible, sin fe, agradar a Dios, a ti te agradan las virtudes de los que no tienen fe, las consideras verdaderas, y buenos los hombres que las practican; pero luego, como arrepentido de tu elogio, las llamas virtudes estériles.

25. Estos que por ley natural son justos, y agradan a Dios, y le agradan por la fe, porque sin la fe es imposible agradar a Dios. Mas ¿por qué fe le pueden agradar sino por la fe en Cristo? Leemos en los Hechos de los Apóstoles: En él Dios fijó la fe para todos al resucitarle de entre los muertos 41. Por eso se dice que, entre los hombres que no tienen ley, cumplen naturalmente las obras de la ley, porque de la gentilidad vinieron al Evangelio, y no de la circuncisión, a los que fue dada la ley; y se dice que cumplieron naturalmente la ley porque la gracia de Dios, para llevarles a la fe, corrigió su naturaleza.

Imposible, pues, probar con su testimonio lo que intentas; esto es, que los paganos pueden tener verdaderas virtudes, porque éstos son ya fieles. Y, si no tienen la fe en Cristo, ni son en verdad justos ni agradan a Dios, porque sin fe es imposible agradarle. Y en el día del juicio sus pensamientos les servirán sólo para ser castigados con más benignidad, por haber cumplido, en cierto modo, los preceptos de la ley, cuyos mandatos tienen escritos en su corazón, mientras otros no los observaron porque no quisieron, y pecaron al no referir sus acciones al fin que debían. Así, Fabricio será castigado con menos rigor que Catilina, no porque aquél fuera bueno, sino porque éste fue peor y Fabricio menos impío que Catilina; no porque Fabricio abundara en virtudes, sino porque no se alejaba mucho de las verdaderas virtudes.

26. ¡Por ventura, a estos hombres que rindieron a su patria terrena un amor babilónico y la sirvieron con virtud no verdadera, sino parecida, pues eran esclavos de los demonios o de su vana gloria -por ejemplo, los Fabricios, los Régulos, los Fabios, los Escipiones, los Camilos y otros parecidos-, les reservas, como a los niños que mueren sin el bautismo, un lugar intermedio entre la condenación y el reino de los cielos, donde, al abrigo de toda miseria, gozarán de una felicidad eterna aunque no hayan agradado a Dios, pues sabemos que es imposible sin la fe, fe que no encontramos ni en sus obras ni en su corazón? No creo te lleve a tal impudencia tu tozudez. "¿Serán -dices- expuestos a eterna condenación los que tuvieron verdadera justicia?" ¡Oh palabra despeñada en la sima de la desvergüenza! No, no había, os digo, en ellos verdadera justicia, porque no es por las obras, sino por el fin que uno se propone, por el que se deben pesar las acciones.

27. Con chispeante elegancia, hombre de extremada finura y urbanidad, dices: "Si se puede decir que la castidad de los infieles no es castidad, se podrá sostener, por la misma razón, que el cuerpo de los paganos no es cuerpo; que los ojos de los paganos carecen de potencia visiva; que los cereales que nacen en tierras de los paganos no son cereales, y otras muchas cosas tan inverosímilmente absurdas, que es casi imposible a las personas inteligentes contener la carcajada".

No, tu risa no excita la carcajada, sino el llanto a toda persona seria e inteligente, como a llanto mueven a los amigos sanos las risotadas de un frenético. O niegas, contra el testimonio de las santas Escrituras, que el alma de un infiel no es culpable de fornicación, o afirmas que en un alma fornicaria existe verdadera castidad. ¿Y te ríes aún, si estás en tus cabales? ¿Dónde, cómo y en qué sentido puede ser esto verdad? No, ni existe verdadera castidad en un alma adúltera, y sí verdadera locura en el que tales disparates dice y se ríe. No permita Dios digamos que el cuerpo de un pagano no es cuerpo verdadero, porque el cuerpo es obra de Dios. Pero sí podemos decir que la frente de los herejes no es frente, si por frente entendemos no una parte del cuerpo, obra de Dios, sino el pudor. ¿Qué sucedería si en mi libro, al que te ufanas haber respondido, no te tapiase la salida con aquella sentencia del Apóstol: Todo lo que no viene de la fe es pecado? 42 Porque ¿se ha de entender esto de las acciones de los infieles y no de las cosas que son dones del Señor, ora sean bienes del alma, ora del cuerpo? Y en el número de estos últimos se comprende el cuerpo, los ojos y los demás sentidos de los que charlas sin tino y sin sustancia. De este signo es el trigo que nace en las tierras de los paganos, cuyo creador es Dios, no los paganos. No has querido citar, entre otras, estas palabras de mi libro: "El alma y el cuerpo, como todo otro bien inherente por naturaleza al alma y al cuerpo, aun en los pecadores, son dones de Dios, porque Dios es el autor, no los pecadores. Y de sus acciones dice el Apóstol: Todo lo que no viene de la fe es pecado. Si en los silos de tu memoria hubieras conservado esta mi breve y clara sentencia, no te creo tan perverso como para hacerme decir "que el cuerpo de los paganos no es cuerpo y que el trigo que nace en sus tierras no es trigo". Te voy a repetir, para despertarte de tu letargo, mis palabras, por si las has olvidado: "Todos los bienes son, en los pecadores, dones de Dios, porque Dios es el autor y no ellos. Pero de sus acciones dice San Pablo: Todo lo que no viene de la fe es pecado. Cuando dices vanidades y ríes, te pareces a un loco frenético; pero, cuando citas palabras de mi libro y no les prestas atención o las olvidas por completo, no te comparo ya a un frenético, sino a un aletargado.

28. "Te admira -dices con ironía- que una inteligencia tan penetrante y aguda como la mía no se haya dado cuenta de la ayuda que os presto cuando digo 'que unos pecados se vencen con otros pecados'". Sigues, y a continuación concluyes: "Es muy fácil verse libre de todo pecado por amor a la santidad, pues Dios siempre ayuda. En efecto -añades-, si se pueden vencer unos pecados con otros pecados, ¿cuánto más fácil será vencer los pecados con la ayuda de las virtudes?" ¡Como si yo negara que Dios, con su ayuda poderosa, puede, si quiere, extinguir hoy mismo en nosotros las malas codicias contra las que luchamos, sin ser de nuevo vencidos por ellas; pero que no es así ni tú te atreves a negarlo! ¿Por qué no sucede así? ¿Quién conoció los pensamientos del Señor? 43

Pero no es poco saber, como lo sé, que, aunque sean ocultos los pensamientos del Señor, no puede haber injusticia en él, ni debilidad en su omnipotencia. Hay, pues, en su oculto y alto consejo alguna razón por la cual, mientras vivimos en esta carne mortal, tenemos un enemigo a combatir por el espíritu, y por eso debemos decir: Perdónanos nuestras deudas 44. Sin embargo, no puedo hablarte de todo esto sino de hombre a hombre, cuya morada terrena abate el espíritu con una nube de pensamientos que lo agitan 45.

Cuando se consideran los diferentes méritos de las criaturas por Dios otorgados, vemos que nada hay más excelente que el alma racional. De donde se sigue que un alma bien nacida se deleite en sí misma y se complazca más en sí que cualquier criatura. Tiene, sí, el peligro pernicioso de agradarse a sí misma, si se hincha con el viento de la soberbia y se infla con el humo de la vanidad; si el alma no acierta a ver, como lo verá al fin, el Bien supremo e inmutable, en cuya comparación sentirá desprecio por sí misma. Y será entonces a sus ojos tanto más vil cuanto más grande sea su amor por este Bien; y la plenitud de este Bien colmará su alma de tal manera que por la razón lo prefiera a sí misma y se apegará a él con amor eterno. Probar todas estas verdades sería larga disputa.

Conocerá esto el que, trabajado por el hambre de placeres, entre dentro de sí mismo y diga: Me levantaré e iré a mi padre 46. Y sabremos esto cuando el mal de la soberbia no pueda tentar el alma ni tengamos enemigo que combatir; cuando seamos saciados en la visión y nos inflamemos en el amor del Bien sumo y, al desfallecer en amor, no podamos ya complacernos en nosotros mismos. Pero esto no puede suceder en esta morada de miserias y flaquezas. Dios permite caigamos en el mal del orgullo para vernos obligados a pedirle cada día perdón de nuestros pecados. Por este mal del orgullo no se fiaba Pablo de su juicio, y como aún no había llegado a la posesión del Bien sumo y para que no se pudiese engreír, le fue dada una espina en su carne, como un ángel de Satanás, para que le abofetease y no tuviera de qué vanagloriarse.

29. Mas ya sea ésta la causa u otra cualquiera que se me oculta, sin embargo, no puedo dudar que, por grandes que sean nuestros progresos en la virtud, mientras caminamos bajo el peso de este cuerpo corruptible, si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay en nosotros verdad 47. Por esta razón, la santa Iglesia, que en algunos de sus miembros no tiene mancha de pecado ni arruga de falsedad 48, no cesa, aunque lo contradiga vuestra soberbia, de rogar a Dios: Perdónanos nuestras deudas.

Tú, en cambio, ¡con qué arrogancia y presunción dices: "Es muy fácil al hombre evitar el pecado por amor a la santidad, pues Dios ayuda!" El que no conozca tu dogma ignora por qué hablas así. De hecho, pretendes que el esfuerzo del hombre por adquirir la santidad en un principio depende de la voluntad del hombre, sin la ayuda de Dios, y así, Dios debe otorgarle su ayuda como recompensa y no gratuitamente; en consecuencia creéis que el hombre, en esta vida trabajosa, puede vivir sin pecado sin tener que decir a Dios: Perdónanos nuestras deudas.

Ahora lo dices con un matiz atenuante y tímido, porque es cierto que no has dicho que el hombre puede estar exento de todo pecado, ni tampoco quisiste decir que pudiera estar exento de algunos pecados. Mas como si, ruborizado de tu presunción, midieras tus palabras, de suerte que tu expresión pueda ser defendida por nosotros y por vosotros. En efecto, si la discusión es entre pelagianos, responderán que tú no has querido decir que el hombre pueda estar exento "de algunos pecados", porque vuestro sentir es que puede estarlo "de todos". Si, por el contrario, la cuestión se discute entre nosotros, se puede responder que no has dicho "de todo pecado", porque has querido dar a entender que el hombre debe pedir a Dios perdón "de algunos pecados". Pero conocemos a fondo tu pensamiento y no podemos ignorar en qué sentido dices estas palabras.

30. "Si un pagano -dices- viste a un desnudo, ¿es esta acción un pecado, porque no viene de la fe?" Rotundamente digo: en cuanto no viene de la fe, es pecado, y no porque el hecho de vestir a un desnudo sea pecado, pero sólo un impío puede negar sea pecado no dar gloria a Dios con dicha acción. Y aunque este punto ya quedó suficientemente discutido por su enorme importancia; préstame unos momentos atención. Voy primero a recordar tus mismas palabras. "Si un pagano. que no vive de fe, viste a un desnudo, salva de un peligro a alguien, venda las heridas a un enfermo, reparte sus riquezas con un amigo honesto y honrado y ni los tormentos le hacen decir falso testimonio", te pregunto: estas obras buenas, ¿las hace bien o mal? Porque, si estas buenas obras las hace mal, no puedes negar que peca, porque toda acción mal hecha es pecado. Pero como no quieres que peque cuando hace estas obras buenas, dirás, sin duda, que estas acciones buenas están bien hechas. Y entonces, según tú, un árbol malo produce buenos frutos, y esto es contrario a lo que dice la Verdad.

No te precipites en dar tu opinión, medita atentamente lo que han de responder. ¿Dirás, acaso, que un infiel es árbol bueno? Si así es, entonces agrada al Señor, porque lo bueno nunca puede desagradar al que es la Bondad esencial. Pero ¿dónde queda ahora lo que está escrito: Sin fe, imposible agradar a Dios? ¿Vas a responder que es árbol bueno en cuanto hombre no en cuanto infiel? ¿De cuál dice el Señor: No puede un árbol malo dar buenos frutos? De quien se han de entender estas palabras es ángel o es hombre. Si es hombre, en cuanto hombre es árbol bueno; y, si es ángel, en cuanto ángel, también es árbol bueno, porque criaturas son de Dios, creador de las naturalezas. En consecuencia, no existirían árboles malos, de los que se dice que no pueden dar frutos buenos. ¿Qué infiel puede tan infielmente pensar? No se habla, pues, de los hombres en cuanto hombres, porque como hombres son obra de Dios, sino en cuanto es mala su voluntad, y hace seamos árboles malos, y no podemos producir frutos buenos. Y ahora di, si te atreves, que una voluntad infiel es una voluntad buena.

31. Acaso digas: "Una voluntad compasiva es buena". Con razón se puede decir cuando la fe en Cristo actúa por el amor 49, que es siempre buena, como buena es la misericordia. Pero la misericordia puede ser a veces mala, como, por ejemplo, cuando en juicio se favorece al pobre contra toda justicia 50. Tal fue la misericordia del Señor cuando misericordiosamente condena la del rey Saúl, porque, llevado de una compasión humana, perdonó la vida al rey amalecita cautivo, contra el mandato de Dios. Si meditas con más atención, puede ser que reconozcas no es buena la compasión cuando no viene de una fe buena. Y si con claridad ves esto, responde si es o no buena la misericordia infiel; y si es pecado ejercer mal la misericordia, sin duda es vicio compadecerse infielmente. Hemos de confesar, es cierto, que la compasión ejercitada con natural clemencia es en sí una obra buena, pero se usa mal de este bien cuando se usa infielmente. Y todo el que hace mal una cosa es claro que peca.

32. Se ha de concluir, pues, que, si los infieles hacen bien las obras buenas, no son suyas, sino de Aquel que sabe hacer buen uso de las malas, a ellos sólo se han de atribuir los pecados, porque hacen mal las obras buenas, porque no las realizan con fiel voluntad, sino infiel; es decir, con mala y perversa voluntad; voluntad que ningún cristiano duda que es árbol malo, y sólo malos frutos puede producir: esto es, el pecado. Lo quieras o no, todo lo que no viene de la fe es pecado 51. Por consiguiente, Dios no puede amar árboles semejantes, y, si permanecen malos, dispone su tala, porque sin fe es imposible agradar a Dios 52.

Aquí me paro en seco, pues tú mismo has declarado estos árboles estériles. ¡Cómo creer, sino por juego o en pleno delirio, que puedes alabar el fruto de unos árboles estériles? Porque o no dan frutos o, si son malos, no pueden ser alabados, y, si su fruto es bueno, ya no son árboles estériles, sino buenos; buenos sus frutos y agradables a Dios, pues los árboles buenos no pueden no agradarle, y entonces es falso lo que está escrito: Sin fe, imposible agradar a Dios 53.

33. ¿Qué me vas a responder sino vaciedades? "Yo -dices- llamé estérilmente buenos a los hombres que no hacen por Dios el bien que realizan, y, en consecuencia, no obtienen de él la vida eterna". Pero Dios, justo y bueno, ¿va a enviar a los buenos a la muerte eterna? Me da pena poner de relieve los absurdos de tu doctrina que contienen tus escritos, tus palabras y los reproches que me diriges porque no participo de tus extravagancias. Escucha lo que en pocas palabras voy a decirte, para no dar la sensación que discutimos sobre vocablos, cuando nuestras discusiones versan sobre profundos errores. Comprende esta sentencia del Señor: Si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará a oscuras; y, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso 54. En este ojo reconoce la intención con la que cada uno hace lo que hace. Comprende, pues, que todo aquel que no hace las obras buenas con buena intención de fe, actuada por el amor, todo el cuerpo de sus acciones, que son como sus miembros, será tenebroso; es decir, velado por las negruras del pecado. O al menos, como reconoces, las obras de los infieles que te parecen buenas no conducen, a los que las practican, a la salvación eterna o reino de Dios. Has de saber que nosotros decimos que lo que hace buenos a los hombres, esta buena voluntad, estas buenas obras, no florecen en ningún hombre sin la gracia de Dios, que se nos otorga por el único Mediador entre Dios y los hombres; y por él conseguimos los dones de Dios y su reino eterno. Di que todas estas acciones, dignas de alabanza entre los hombres, a ti te parecen verdaderas virtudes y obras buenas exentas de todo defecto; pero para mí no las hacen con voluntad buena, porque una voluntad infiel e impía no es buena. Di que, según tú, estas voluntades son árboles buenos; basta que para Dios sean estériles, y, en consecuencia, no son buenos. Di que, para los hombres, estos árboles no son infructuosos, y entre ellos incluso sean buenos, pues tú lo afirmas, los alabas y, de alguna manera, tú los has plantado; pero tienes que concederme, quieras o no, que el amor del mundo, que te amiga con él, no viene de Dios. El amor de Dios, que a Dios conduce, sólo puede venir del Padre, por Jesucristo, con el Espíritu Santo.

Con este amor del Creador se usa bien de las criaturas Y, sin este amor del Creador, nadie puede usar bien de lo creado. Necesitamos, pues, de este amor para que sea un bien beatificante la castidad conyugal; no el placer de la carne, sino la voluntad de tener hijos, ha de ser el fin en el uso del cuerpo del cónyuge. Si vence el placer y nos lleva al abuso, y por él, no por los hijos, se usa del acto matrimonial, en virtud de la santidad del matrimonio cristiano, es pecado venial.

Refuta Agustín falsas acusaciones de Juliano

IV. 34. No dije, en las palabras que aduces de mi libro, lo que tú dices que dije, esto es, que "los hijos se encuentran bajo el dominio del diablo, porque nacen de la unión de los cuerpos". Una cosa es decir "que nacen de la unión de los cuerpos" y otra "porque nacen de la unión de los cuerpos". La unión no es la causa del mal; y, aunque la naturaleza humana no hubiera sido viciada por el pecado del primer hombre, los hijos no podían ser engendrados más que por la unión de los cuerpos. Pero gimen bajo el poder del diablo los que nacen de la unión de los cuerpos antes de renacer por el Espíritu Santo, pues son fruto de una concupiscencia que codicia contra el espíritu y obliga al espíritu a luchar contra ella 55. Y no existiría lucha alguna entre el bien y el mal si el hombre no hubiera pecado. Pero así como antes de la prevaricación del hombre no existía la concupiscencia, ésta dejará de existir cuando desaparezca la debilidad en el hombre.

Pasión y razón

V. 35. Citas de nuevo palabras mías, y contra ellas levantas una polvareda de palabras. Dices: "Nuestra naturaleza está compuesta de bienes dispares, y debe el alma señorear sobre el cuerpo. Una es a los dioses común; el otro, a los animales". "Por eso -dices con razón-, la parte más noble, esto es, el alma, ha de señorear sobre las pasiones y sobre los miembros del cuerpo" 56. Pero no consideras que no es tan fácil dominar las pasiones como los miembros del cuerpo. Las pasiones son malas, y es necesario frenarlas con la razón y combatirlas con el espíritu; los miembros, empero, son buenos y los movemos a voluntad, excepto las partes genitales, aunque sean, como obra de Dios, buenas. Se las llama partes deshonestas del cuerpo porque en sus movimientos tiene más fuerza la libido que la razón y a duras penas logramos dominar sus ímpetus, mientras es fácil someter al imperio de la voluntad los restantes miembros del cuerpo. Y ¿cuándo hace el hombre mal uso de sus miembros buenos sino cuando consiente en los malos deseos que habitan en nosotros? Y, entre estas apetencias, se lleva la palma de las torpezas la concupiscencia, y, si no se la frena, nos hace cometer inmundicias horrendas.

De este mal sólo hace buen uso el pudor conyugal. Con todo, en los animales la concupiscencia no se ha de mirar como un mal, pues no lucha contra la razón, de la que están privadas las bestias. ¿Por qué no crees se puede conceder a los hombres que vivieron en el Edén antes del pecado el poder engendrar por un efecto del divino poder, mediante un tranquilo movimiento de unión natural de los cuerpos, sin mezcla de pasión desordenada; o, al menos, que la concupiscencia pudiera existir en ellos sin ningún movimiento que precediera o rebasara los límites de la voluntad? ¿O es que la concupiscencia te agrada poco, si no es tal que excite en el hombre movimientos involuntarios que es menester combatir? De esta pasión se glorían en sus disputas los pelagianos, como de un bien placentero y del que los santos, con sentidos gemidos, imploran ser liberados como de un mal.

No existe contradicción

VI. 36. Me acusas calumniosamente de "caer en una ridícula aporía y me haces decir que hay hombres culpables por hacer una buena obra, y otros se santifican por una obra mala". Y todo porque dije que "los infieles convertían en mal y en pecado el bien del matrimonio, mientras el matrimonio de los fieles convierte en bien el uso de un mal". En consecuencia, no he dicho que unos se hacen criminales por una obra buena sino por la obra mala que hacen al usar mal de una buena. Tampoco dije que algunos se hacen santos por una obra mala sino por una obra buena que hacen al usar bien de un mal. Si tú no quieres entender o finges no comprender, no impidas con tus gritos que yo me haga oír de los que pueden y quieren entenderme.

Los hijos son fruto del buen uso de un mal

VII. 37. Dices: "Si alguien puede ser creado malo, jamás puede, por la ablución bautismal, llegar a ser bueno". De la misma manera podías decir que el cuerpo, creado mortal, no puede ser inmortal. Dios, en efecto, al crear al hombre no creó el mal, pero la naturaleza humana que salió de las manos del Creador buena ha contraído el mal del pecado, del que Dios no es autor, y él sana este mal que no creó y lo convierte en un bien del que es Creador.

38. Jamás se me pasó por el pensamiento decir que "los demonios habían instituido el matrimonio; ni que sean autores de la unión de los sexos; ni que el comercio de los esposos con el fin de engendrar hijos sea obra diabólica". Al contrario, reconozco que Dios es autor de todas estas cosas; que se podían realizar sin el mal de la concupiscencia si el diablo no hubiese sido autor de la prevaricación del primer hombre, a la que siguió la discordia entre la carne y el espíritu. ¿No volverás sobre tus pasos para sentir vergüenza de tu vana charlatanería, que te lleva a tejer fábulas sin contenido? ¿Cómo has podido afirmar que "el diablo sorprende a los esposos en la acción matrimonial, y al sorprenderlos en este acto, que pertenece a la esencia del matrimonio, les impide tener hijos que puedan ser librados por el sacramento de la regeneración?" Si el diablo pudiera hacer todo lo que le venga en gana, haría sofocar a los impíos, que están aún bajo su poder, cuando conoce están dispuestos a hacerse cristianos. Y, aunque el diablo infirió grave herida al primer hombre, de la que cojea todo el género humano, herida que se transmite por generación a los hijos, criaturas de Dios, que deben pasar de la vida de Adán a la de Cristo, no se sigue por esto, como imaginas, que, cuando los padres usan del matrimonio, los demonios, con amenazas terroríficas, les impidan tener hijos, que han de ser regenerados; pues sabemos que una legión de demonios no podía tomar posesión de unos cerdos si Cristo, accediendo a su petición, no se lo hubiera permitido 57.

De las mismas persecuciones que permite desencadenar al diablo, Dios sabe trenzar coronas para los mártires y hacer buen uso de todo género de males para utilidad de los buenos. Más incluso en aquellos esposos que no piensan en la regeneración de los hijos o la detestan, bueno es el matrimonio y legítima la unión de los cuerpos en vista a los hijos, no dejando de ser un bien; porque los hijos que nacen de esta unión son un fruto bueno y honesto, aunque sus padres usen mal de este bien y pequen al gloriarse de la propagación de una prole impía. Porque los hombres, aunque manchados por el contagio del pecado, son siempre un bien, en cuanto hombres, y su nacimiento es un bien, pues es obra buena de Dios.

39. De aquí no se sigue que "para tener hijos se cometan adulterios o estupros"; absurdo al que tú quieres llevarme porque dije que del mal de la concupiscencia hace brotar en el matrimonio el bien de los hijos. Pero de esta afirmación mía, conforme a la razón y a la verdad, no se puede en modo alguno sacar una consecuencia tan falsa y perversa como la tuya. No porque el Señor diga: Haceos amigos con las riquezas injustas 58, debemos cometer injusticias, dedicarnos a la rapiña o robar para socorrer con mano más generosa a los santos pobres. Y así como hemos de granjearnos amigos con riquezas injustas, para que nos reciban en las moradas eternas, lo mismo los esposos, de la raíz viciada por el pecado, han de engendrar hijos que luego han de ser regenerados para entrar en la vida eterna. Y así como no se deben cometer robos, fraudes, rapiñas, para acrecentar las riquezas y socorrer a los indigentes amigos, tampoco hemos de sumar al mal con el que todos nacemos, adulterios, estupros, fornicaciones, con el fin de que nazcan de estas uniones multitud de hijos de nuestro mismo linaje. Una cosa es usar bien de un mal ya existente y otra cometer un crimen que no existía. Lo primero es hacer voluntariamente buen uso de un mal heredado de nuestros padres, lo segundo es aumentar el mal heredado de nuestros padres con otros voluntarios y personales. Hay, pues, una gran diferencia entre estos dos casos; laudable es emplear las riquezas mal adquiridas en socorrer a los pobres y reprimir la concupiscencia de la carne con la virtud de la continencia y usar de ella para recoger buen fruto en el matrimonio. Pero el mal de la concupiscencia es tan grande, que vale más no usar de ella que hacer de ella buen uso.

Gracia, voluntad salvífica y libre albedrío

VIII. 40. Citas luego otras palabras mías, contra las que ampliamente disputas sin decir nada. Insistes sobre un punto al que puse fin en mi anterior discusión. Y si ahora me repitiera, ¿cuándo terminaríamos? Entre otras cosas, dices lo que con frecuencia has repetido contra la gracia de Cristo; a saber, que "con el nombre de gracia atribuimos la bondad de los hombres a una necesidad fatalista". Pero los mismos niños, que no pueden hablar, te precintan la boca y reducen a silencio. Con interminable verborrea te afanas por afirmar y persuadir lo mismo que Pelagio condenó en una asamblea de obispos en Palestina; es decir, "que la gracia se da según nuestros méritos". Y no puedes encontrar en los niños mérito alguno para poder distinguir los hijos adoptivos de Dios y los que mueren sin haber recibido esta gracia.

41. Me calumnias al afirmar que he dicho: "No se debe esperar esfuerzo alguno de la voluntad humana, contrariamente a lo que dice el Señor en su Evangelio: Pedid, y recibiréis; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá; porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra, y al que llama, se le abrirá" 59. A tenor de estas palabras, creo has empezado a sentar como principio que los méritos preceden a la gracia; y estos méritos consisten en pedir, buscar, llamar, de suerte que la gracia, según tú, se nos da en virtud de estos méritos, y así en vano se llama gracia. Como si no existiera una gracia proveniente que toca nuestro corazón, y nos hace pedir a Dios el bien verdadero, y nos hace buscar a Dios y llamar a la puerta de Dios. Es en vano esté escrito: Tu misericordia sale a mi encuentro 60; en vano se nos manda orar por nuestros enemigos 61 si no está en su poder convertir los corazones que sienten aversión o enemistad por nosotros.

42. Citas también un texto del Apóstol que deja la puerta abierta a todo el que llama, porque Dios quiere se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad 62; y quieres entendamos, bajo tu magisterio, que, si no se salvan todos los hombres ni llegan al conocimiento de la verdad, es porque no quieren pedir lo que Dios quiere darles; no quieren buscar, cuando Dios se hace el encontradizo, y no quieren llamar, cuando Dios les quiere abrir. Pero esta tu exégesis queda invalidada por el silencio de los niños, que ni piden, ni buscan, ni llaman; y, cuando son bautizados, se resisten, lloran y, a su manera, protestan; sin embargo, reciben, encuentran, se les abre, y entran en el reino, donde encuentran la salvación eterna y el conocimiento de la verdad; pero hay muchos que no reciben esta gracia de adopción de aquel que quiere se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad. De ellos ciertamente no se puede decir: Quise, y no habéis querido 63; porque, si él quiere, ¿quién de estos niños, que carecen del libre albedrío de la voluntad, puede resistir a su voluntad omnipotente? ¿Por qué no entender esta sentencia: Quiere se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad 64, en el mismo sentido que entendemos el pasaje de Pablo a los romanos: Por la justificación de uno solo, la justificación de vida para todos los hombres? 65

Dios quiere se salven y lleguen al conocimiento de la verdad todos aquellos que por la justificación de uno solo obtienen la gracia de una justificación que da vida. Y no se nos replique "Si Dios quiere se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad y no llegan, es porque no quieren"; y entonces, ¿por qué tantos millones de niños que mueren sin el bautismo no llegan al reino de Dios, donde existe conocimiento pleno de la verdad? ¿Acaso no son hombres y no deben contarse entre aquellos de quienes está escrito: Todos los hombres? ¿O es que hay alguien que diga: "Dios sí quiere salvarlos, pero ellos no quieren?" ¡Como si los niños tuvieran conocimiento para querer o no querer! ¿No es evidente que los niños que mueren recibido el bautismo y, por la gracia sacramental llegan al conocimiento de la verdad, que en el reino de Dios es plenitud, no llegan porque hayan querido ser regenerados por el bautismo de Cristo? Luego, si ni unos no son bautizados porque no quieran ni otros son bautizados porque quieren, ¿por qué Dios, queriendo se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad, permite que una muchedumbre de niños no lleguen a su reino, en el que existe un perfecto conocimiento de la verdad, si en ellos no encuentra resistencia alguna por parte de su libre albedrío?

43. A no ser vayas a decir que en aquellos todos que Dios quiere se salven no se cuentan los niños; porque, si no tienen pecado alguno de herencia, están salvos con la salvación de la que habla el texto. Pero entonces caes en un absurdo mayor porque de esta manera haces a Dios benévolo con los hombres más impíos y criminales que con los que son más inocentes y no tienen mancha de pecado; pues, si quiere se salven todos los hombres, quiere entren en su reino los impíos, con una condición: si se salvan; y, si no quieren salvarse, la culpa es de ellos solos.

Cuanto al número incontable de niños que mueren sin el bautismo, no quiere Dios admitirlos en su reino, aunque, según vosotros, ningún pecado les cierra la puerta, y nadie pone en tela de juicio que los niños no pueden resistir con voluntad propia a la voluntad de Dios. Así sería necesario decir que Dios quiere sean todos los hombres cristianos y muchos no quieren, y que no quiere lo sean todos, entre los que no hay nadie que no quiera; y esto es contrario a la verdad, pues conoce el Señor a los que son suyos 66; y su voluntad conocida es que sean salvos todos aquellos que entran en el reino. Luego la perícopa: Quiere se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad 67, se ha de entender en el mismo sentido que esta otra: Por la justificación de uno solo para justificación de vida para todos los hombres 68.

44. Si crees que el texto del Apóstol se puede interpretar de manera que todos quiera significar muchos que en Cristo son justificados -otros muchos no son en Cristo vivificados-, se te puede responder que en el pasaje donde se lee: Quiere se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad, todos está puesto en lugar de muchos, que son los que él quiere lleguen a esta gracia. Este sentido parece estar más en consonancia con lo que se dice en otro lugar, porque nadie viene a Dios sino el que él quiere hacer venir: Nadie puede venir a mí -dice el Hijo- si el Padre, que me ha enviado, no lo atrae; y poco después: Nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre 69. Y, en consecuencia, todos los que se salvan y llegan al conocimiento de la verdad, se salvan porque es voluntad de Dios y vienen a él porque él quiere. Unos, como los niños, que no pueden hacer uso del libre albedrío, son regenerados porque él lo quiere, como fueron creados porque él los creó; otros, en pleno uso del libre albedrío, no pueden querer el bien si él no quiere y si, por gracia, no prepara su voluntad 70.

45. Si me preguntas ahora: "¿Por qué no cambia las voluntades de todos los que no quieren?" Te responderé: ¿Por qué no adopta por el bautismo de la regeneración a todos los niños que van a morir, en los que no existe voluntad, y, por consiguiente, no pueden querer algo contra la voluntad divina? Si esto es para ti un misterio insondable que supera tu inteligencia, consideremos los dos como profundo misterio por qué Dios quiere, en adultos y niños, salvar a unos y no a otros; pero tengamos por cierto e infalible que en Dios no hay injusticia y que a nadie condena sin deméritos; aunque es tan grande su bondad que a muchos salva sin mérito alguno bueno; así demuestra, en los que condena, lo que a todos se debe, y aprendan, los que salva, la pena que les estaba reservada, y de la que son librados, y la gracia inmensa que Dios les concede. sin merecerla.

46. Tu manera de razonar en esta materia no armoniza con un corazón cristiano, pues, según tu doctrina, atribuyes al destino estas realidades. En tu sentir, no en el nuestro, "obra es del hado todo lo que no es efecto del mérito". Y para que a tenor de tu definición, no se considere obra del destino cuanto acaece a los hombres, no de los méritos, te esfuerzas, por todos los medios posibles, en probar que todo hombre merece el bien o el mal que le sobreviene; porque, si niegas los méritos, el hado es una necesidad, y se os puede decir con razón; si los dones que se otorgan a los mortales no están fundados en sus merecimientos, es necesario sean obra del hado, y si suponemos existen méritos anteriores para no admitir el destino, es por obra del hado el que los niños sean bautizados y gracias al hado entran en el reino de Dios, sin méritos propios; y obra del hado es también el que los niños no sean bautizados; y por el hado no entran en el reino de Dios, aunque no tengan méritos malos. Y he aquí que los niños, sin saber hablar, os convencen de ser fabricantes del hado.

Nosotros, al reconocer en los niños méritos malos, herencia de un origen viciado, decimos que uno entra por gracia en el reino de Dios, porque Dios es bueno, y otro es excluido por méritos, pues Dios es justo, y en ninguno de los dos casos interviene el destino, porque Dios hace lo que quiere. Y con el salmista 71 cantamos la misericordia y la justicia de Dios, porque nos consta que uno es condenado con justicia y otro salvado por misericordia. ¿Por qué condena a uno y salva a otro? ¿Quiénes somos nosotros para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso puede decir el botijo al que lo modeló: "Por qué me hiciste así?" ¿Es que el alfarero no puede hacer de la misma masa de arcilla, viciada por el pecado de origen, una vasija para usos nobles, según su misericordia, y otra para usos bajos según su justicia 72?

No ha querido hacer las dos vasijas para usos nobles para que no se piense que la naturaleza inocente lo ha merecido, y no ha querido hacer las dos para usos bajos porque la misericordia es superior al juicio 73. Y así, ni el condenado se puede quejar del castigo que en justicia merece, ni el salvado por gracia puede vanagloriarse de su mérito, sino que con humildad ha de dar gracias al Señor al reconocer en el que es castigado como merece el favor que le hace a él cuando se encontraba en las mismas circunstancias.

47. Afirmas que en otro de mis libros dije: "Se niega el libre albedrío si se defiende la gracia, y se niega la gracia si se defiende el libre albedrío". Pura calumnia. No dije esto; lo que dije fue que esta cuestión presenta tan enormes dificultades que pudiera parecer se niega uno si se admite la otra. Y como mis palabras son pocas, las voy a repetir para que vean mis lectores cómo amañas mis escritos y con qué mala fe abusas de la ignorancia de los tardos y romos de inteligencia, para hacerles creer que me has respondido porque no sabes callar.

Dije hacia el final del primer libro, dedicado al virtuoso Piniano, cuyo título es De gratia contra Pelagium: "En esta cuestión que trata del libre albedrío y de la gracia de Dios es tan difícil delimitar el campo, que, cuando se defiende el libre albedrío, parece se niega la gracia de Dios, y cuando se defiende la gracia de Dios, parece se destruye el libre albedrío". Pero tú, varón honesto y veraz, suprimes las palabras que dije y pones otras de tu invención. Dije, sí, que esta cuestión era difícil de resolver, no que fuera imposible. Y mucho menos afirmé como falsamente me acusas, "que, si se defiende la gracia, se niega el libre albedrío, y, si se defiende el libre albedrío, se niega la gracia de Dios". Cita mis palabras textuales, y se evaporan tus calumnias. Pon las palabras "parece, pudiera creerse", en el lugar que les corresponde, y se evidenciarán tus fraudes en tan importante cuestión. No dije que se niegue la gracia, sino que "parece se niega" la gracia. No dije que "se niega o destruye el libre albedrío", sino que dije: "parece se destruye el libre albedrío". Y haces luego una promesa, y es que, cuando principien tus libros a conocerse, pondrán al desnudo la impiedad de mis sentimientos. ¿Qué no puede esperarse de la sabiduría de un discutidor que se hace conocer por su ciencia en el mentir?

48. ¿Qué quieres decir cuando escribes: "No cede en elogio de la gracia, si se contenta con dar a los suyos lo que el pecado da a los impíos? Lo dices, sin duda, por la castidad conyugal, que, según tú, pueden tener los impíos. ¡Hombre discutidor! La virtud verdadera es un don de la gracia, y no porque lo sea de nombre, sino porque lo es en realidad. ¿Por qué confundes virginidad y castidad, como si fuesen de la misma especie? La castidad reside en el alma; la virginidad, en el cuerpo. La castidad puede permanecer intacta en el alma, la virginidad puede ser arrancada con violencia del cuerpo; y mientras ésta permanece intacta en el cuerpo, la primera puede corromperse en el alma por un deseo lascivo. Por eso no dije: 'Sin fe no existe verdadero matrimonio, verdadera viudez, virginidad verdadera'; dije, sí, que sin fe verdadera no hay verdadera castidad en el matrimonio, en la viudez, en la virginidad". Las mujeres casadas, las viudas, las vírgenes, pueden ser castas en el cuerpo, y, sin embargo, no serlo en el alma, si fornican con el deseo y si, con impuro corazón, anhelan cometer actos impúdicos. Sin embargo, en éstas tú pretendes exista verdadera castidad aunque sea adúltera su alma, como lo es la de los impíos, según testimonio de la Escritura divina.

49. ¿Quién de los nuestros ha dicho jamás que "el mal está como embutido en los miembros de los esposos" cuando el matrimonio hace buen uso del mal de la concupiscencia en vista a la generación de los hijos? Esta concupiscencia nada tendría de malo si todos sus movimientos tuviesen como finalidad el uso lícito del matrimonio. Tampoco he dicho, como me calumnias, que "el crimen del matrimonio queda impune a causa del sacramento", porque no existe tal crimen cuando por el bien de la fe se usa bien del mal de la concupiscencia; y así no cabe aplicar aquí, como tú crees, el adagio que dice: Hagamos males para que vengan bienes 74, pues el matrimonio no tiene ni una brizna de mal. Porque no es un mal en el matrimonio el que los padres engendren hijos con un mal que encontraron, no causaron. En la primera pareja, nacida sin padres, fue el pecado el que hizo nacer en ellos el mal de la libido, de la que el matrimonio usa bien; pero este mal no viene del matrimonio en sí, porque entonces merecería condena. ¿Por qué preguntas "si en los esposos cristianos doy al placer que experimentan en el acto carnal el nombre de castidad o impudicicia?" Esta es mi respuesta: No llamo a la concupiscencia castidad, pero en el matrimonio es un bien el uso bueno de este mal; y por este buen uso no se puede llamar este placer impudicicia. Esta consiste en el abuso de este mal, así como la pureza virginal consiste en no hacer uso. Y, aunque la castidad conyugal se respete en el matrimonio, los hijos que nacen de esta unión contraen, en su nacimiento, este mal, del que son purificados al renacer.

50. "Si el mal de la libido -dices- es causa de que nazca de padres cristianos una prole criminal, se sigue que la continencia virginal es portadora de felicidad; y como esta virtud se puede encontrar en los impíos, los infieles que posean esta virtud aventajan a los cristianos manchados con el lodo de la concupiscencia carnal". No es como dices; estás en grave error. Porque los que usan bien de la concupiscencia no están manchados con el lodo de la libido, aunque los hijos nazcan tarados por el mal de la concupiscencia, y por eso necesitan ser regenerados; y en los impíos no se encuentra la pureza virginal aunque en ellos exista la virginidad física, porque la verdadera pureza virginal no puede encontrarse nunca en un alma adúltera. En consecuencia, no es posible anteponer el bien de la virginidad en los impíos al bien del matrimonio entre fieles. Los esposos que usan bien del mal de la concupiscencia son preferibles a las vírgenes que hacen mal uso del bien de la virginidad. Y así, cuando los esposos fieles usan bien del mal de la concupiscencia, no es, como calumnias, "en virtud de su fe el que obtengan la impunidad de su crimen", sino porque su fe produce en ellos no una falsa, sino verdadera virtud de castidad.

51. ¿Qué nos importa digan los maniqueos, como afirmas: "Si alguno, por temor, comete un homicidio, es culpable, porque temió, pero si alguno, con audacia exultante, comete un crimen, creyendo hace en conciencia el mal que hace, evitará ser culpable?" La verdad es que nunca he oído decir esto a los maniqueos. Pero lo digan o sea invención tuya, ¿qué nos importa? La fe católica que profesamos, ciertamente no lo enseña y con su autoridad te acorralamos. Afirmamos que las obras que parecen buenas, no son verdaderamente buenas sin fe, porque las que en verdad son buenas es necesario agraden a Dios, y sin fe es imposible agradarle. Esto significa que sin fe no puede existir, en verdad, obra buena. Y las acciones que son evidentemente malas no son efecto de la fe actuada por la caridad 75, porque el amor al prójimo no obra mal 76.

52. "La concupiscencia natural -te sonroja llamarla carnal- es buena -dices-, pero siempre que esté enmarcada en sus justos límites y no reciba rociada alguna de impurezas". Te pregunto: ¿Cómo represarla en sus justos límites? ¿Cómo se la embrida sino oponiéndole resistencia? Y si se la resiste, ¿no es para impedir cumpla sus malvados deseos? ¿En qué sentido puede ser buena?

Pudor y pecado

IX. 53. Fijas tu atención en estas palabras de mi libro: "¿Acaso aquellos primeros esposos, cuyo matrimonio bendijo Dios diciendo: Creced y multiplicaos 77, no estaban desnudos y no se avergonzaban 78? ¿Por qué motivo, después del pecado, nació la confusión en estos miembros sino porque en ellos surgió un movimiento deshonesto, que el matrimonio ciertamente no hubiera experimentado si los hombres no hubieran pecado?" Comprueba, y verás que estas mis palabras están tomadas de la Escritura, y todo aquel que haya leído o lea este pasaje del Génesis, sin duda aprobará lo que dije. En un interminable discurso sudas para contradecirme, pero no te has sincerado. E insistes, por el contrario, en tu depravado error, aunque compruebes, por experiencia, la ortodoxia de mi sentencia, sin que puedas destruir su verdad. Omito tus gestos en la disputa y tus jactancias, como hombre sin aliento que se esfuerza por llegar a donde no puede, o se pierde entre cendales de niebla y finge haber llegado a la meta.

Con la ayuda del Señor, me dispongo a examinar y refutar hasta las más pequeñas partes de tu discurso, para que todo aquel que lea tus obras y las mías pueda ver tu obra arrasada y destruida; en especial aquellos pasajes que de mil maneras repites y otras tantas por nosotros anulados.

54. Entre otras cosas, dices: "Al cubrir nuestros primeros padres sus partes íntimas, en las que radica la libido después del pecado, por sentir vergüenza de su desnudez, yo he querido probar que Dios instituyó un matrimonio espiritual". Si los matrimonios sin concupiscencia son espirituales, también, según tu razonar, serán espirituales los cuerpos cuando se vean libres de concupiscencias. ¿Es que la concupiscencia tiene para ti un encanto especial, y así como afirmas su existencia en el Edén, la quieres introducir en los cuerpos resucitados? No digo, corno afirmas, que "no es natural sino aquello sin lo que la naturaleza no puede existir". Lo que sí digo es que se llama vicio natural aquel sin el cual ningún hombre viene al mundo, aunque al principio la naturaleza no fue creada así. En consecuencia, este mal no trae su origen de la primera institución de la naturaleza, sino que viene de la mala voluntad del primer hombre. Mal que desaparecerá un día, pues será condenado o curado.

55. Comparas mi doctrina a una chinche; viva, molesta; aplastada, hiede; como si te diera apuro aplastarme con tu victoria o, con palabras tuyas, "para que, vencido, no huya a lugares pantanosos, a los que te causa horror seguirme, para rematarme; porque, cuando te fuerzo a rozar temas sexuales, el pudor, que monta centinela a la entrada de tu corazón como de un templo, no te permite explicarte con libertad, y te fuerza a silenciar aquellas partes de mi libro que pudieran servirte para triturarme y aniquilarme". ¿Por qué, con entera libertad, no hablas entonces de las cosas buenas que elogias? ¿Por qué, con entera libertad, no hablas de la obra de Dios, pues esta obra no pierde dignidad y en ella no ha lugar el pecado, ni puede suscitar sonrojo ni frenar la libertad de expresión?

No hay lógica en el razonar de Juliano

X. 56. "Si no hay -dices- matrimonio sin concupiscencia y, en general, vosotros condenáis la concupiscencia, condenáis también el matrimonio". Podrías también razonar: Puesto que se condena la muerte, todos los mortales han de ser condenados. Si la concupiscencia viniese del matrimonio, no existiría antes o fuera del matrimonio. "No puede -dices- llamarse enfermedad algo que siempre acompaña al matrimonio, porque el matrimonio puede existir sin el pecado, y la enfermedad, dice el Apóstol, es pecado". Te respondo: No toda enfermedad es pecado. La enfermedad de que habla el Apóstol es pena del pecado, sin la cual no puede existir la naturaleza humana hasta que no esté por completo curada. Pero, si la concupiscencia no es un mal, pues sin ella no puede existir el bien del matrimonio, sería lógico decir que el cuerpo no es un bien, porque sin él no existiría el mal del adulterio. Ambos supuestos son falsos. ¿Quién ignora que el Apóstol manda a los casados sepa cada uno poseer su cuerpo, es decir, a su esposa, no dominado por la pasión, como los gentiles, que no conocen a Dios 79?

Todo el que lea este texto del Apóstol dejará a un lado tus razonamientos. ¿No te da vergüenza introducir en el paraíso este mal, que tú, con aparente recato, no designas por su nombre, es decir, concupiscencia de la carne, y afirmar que nuestros primeros padres no estuvieron exentos de ella antes del pecado? Y si no te escondes en el fondo del lodazal en que has caído, ¿no es que la concupiscencia de la carne y de la sangre tiene para ti tales encantos que te parece una corona de rosas cortadas en el Edén, y, adornado con tan vistosos colores enrojeces y aplaudes?

En el paraíso, antes del pecado, pudo existir la unión del hombre y la mujer

XI. 57. ¿Por qué te deleita hablar tanto y tratas de probar con incontenible verborrea lo que nosotros confesamos y enseñamos como si lo negáramos? ¿Quién niega que la unión de los sexos tendría lugar aunque no existiese el pecado? Afirmamos, sí, que la unión se realizaría, pero moviendo la voluntad las partes genitales, no la pasión, como acontece en los restantes miembros del cuerpo; o, si intervenía la concupiscencia, no sería como ahora, sino que estaría sometida al imperio del querer. Esto es una concesión que te hago para no contristarte. Tú sostienes con ardor la causa de tu favorita, y sufres de verdad si no la introduces, tal cual ahora es, en el paraíso. Afirmas que no fue el pecado el que la hizo como la experimentamos ahora, porque, aunque nadie hubiera pecado, sería como hoy es, porque en dicha mansión de paz tendría el hombre poder para combatirla o no combatirla siempre que quisiera satisfacer sus deseos. ¡Oh santas delicias del paraíso! ¡Oh discurso pudoroso de un obispo! ¡Oh castidad de los pretendidos fieles!

Los filósofos paganos palparon la realidad, ignoraron la causa

XII. 58. Para probar que no todas las partes del cuerpo que se cubren se han de tener por vergonzosas a causa del pecado, te pierdes en una selva de vanos razonamientos y hablas luego de las partes que naturalmente están cubiertas, como si sólo lo hubiesen sido después del pecado, como en nuestros primeros padres, cuestión que entre nosotros se ventila, pues, una vez cometido el pecado, sintieron vergüenza y taparon sus partes íntimas como avergonzados, cuando antes del pecado no sentían sonrojo alguno. "Balbo -dices-, con autoridad y exactitud, explica estas cosas cuando Tulio le hace disputar con Cota" 80. Por eso citas unas pocas palabras, para no hacerme sentir vergüenza por no haber comprendido, con ayuda de las santas Escrituras, lo que los gentiles, con la sola luz de la razón, comprendieron. Y citas las palabras de Balbo, tomadas de Cicerón, para enseñarnos cuáles eran los sentimientos de los estoicos sobre la diferencia de los sexos en los animales; sobre las partes del cuerpo que sirven para la generación y lo que hay de maravilloso en los movimientos de la concupiscencia en la unión de los cuerpos.

Sin embargo, antes de citar las palabras de Tulio o de cualquier otro, adviertes con gran cautela "que él habla del acoplamiento de los sexos en los animales, porque la honestidad no le permite describir la de los hombres". ¿Por qué no se lo permite la honestidad? ¿Acaso hay algo en la sexualidad humana que puede ofender la honestidad, cuando Dios, con esmero especial, formó la naturaleza más noble de la creación? Por lo visto, esto te ha enseñado a discutir sobre las cosas más secretas y no te enseñaron los estoicos a sentir vergüenza de las deshonestas.

Refieres luego cómo describe Balbo la estructura del cuerpo humano: "Lo que dice de la naturaleza del vientre, colocado debajo del estómago para ser receptáculo de bebidas y comidas; cómo los pulmones y el corazón entran el aire del exterior mediante la respiración; cómo explica las admirables transformaciones que han lugar en los intestinos y en parte se realizan por el sistema nervioso y cómo, por caminos variados y sinuosos, se retiene o expele lo que recibe, ya sea líquido, ya sólido". Citas aún otras cosas parecidas y terminas con estas palabras: "Y cómo se eliminan las heces mediante contracciones y dilataciones de los intestinos".

Si se puede hacer esta minuciosa descripción aplicada a los animales, ¿por qué luego pasa a los hombres, sino porque estos órganos nada tienen de vergonzoso en el hombre; mientras los miembros que sirven a la generación, si en los animales no son deshonestos, sin embargo, los del hombre sí lo son? Por eso, después del pecado, nuestros primeros padres taparon sus partes con hojas de higuera. En la descripción del cuerpo humano, al llegar a la defecación, dice: "No es difícil explicar cómo se realiza, pero es preferible pasarlo en silencio, para no hacer inameno mi decir". No dice "deshonesto" o "impúdico", sino repugnante. Hay una diferencia entre las cosas que causan repugnancia a los sentidos a causa de su deformidad, y otras, que, aunque hermosas, causan al alma rubor. Las primeras ofenden nuestra sensibilidad, las segundas excitan la concupiscencia y son por ella excitados.

59. Pero ¿de qué te sirve todo esto? "Nuestro Creador -dices- no conoce defecto en su obra, como para velar nuestras partes viriles". Lejos de nosotros pensar que el divino Artífice haya podido reconocer defecto alguno en su obra. Pero tú mismo has dicho antes por qué cubrió el hombre sus partes, al afirmar que fue para preservar sus miembros de perecer, o inspirasen horror expuestos a las miradas de todos. Sin embargo, cuando nuestros primeros padres cubren sus miembros genitales; no fue porque podían sufrir deterioro o porque eran causa de escándalo, porque estaban desnudos y no se avergonzaban 81. Hoy, una pudorosa cautela nos hace apartar la mirada de las partes viriles, y no porque causen náusea, sino por el placer que en nosotros excitan.

En vano creíste apuntalar la causa de la concupiscencia con un testimonio de los estoicos, pues, lejos de ser para ellos una amiga, no admiten en el placer voluptuoso ni una partecita de bien. Además, cuando hablan del placer de la carne, es en relación con los animales, y no como lo haces tú, con referencia a los hombres. En cuanto a la opinión de los estoicos, dice Tulio, en uno de sus libros: "Lo que es bueno en un carnero, no lo es en Publio Africano". Este pensamiento te enseña lo que debes pensar de la concupiscencia humana.

60. Si te place discutir brevemente sobre estos escritos, sea porque en ellos podemos encontrar algunos vestigios de la verdad; pero has de confesar que las palabras por ti citadas no prueban nada contra nosotros. Medita si lo que ahora voy a decir no invalida tus asertos. En el tercer libro de la República afirma Tulio que "la naturaleza da a luz al hombre como madrastra, no como madre. Le da un cuerpo desnudo, frágil, enfermizo; un alma angustiada por penas sinnúmero, accesible al temor, floja para el trabajo, inclinada al placer; pero también hay en el hombre como una centella escondida de fuego divino, de inteligencia y razón". ¿Qué dices a esto? Tulio no dice que estos males sean efecto de costumbres depravadas; acusa a la naturaleza. Palpa la realidad, ignora la causa. No supo de dónde venía este yugo tan pesado que oprime a los hijos de Adán desde el día que salen del vientre de su madre hasta el día de su sepultura en la tierra, madre de todos. Al desconocer los libros sagrados, no tenía conocimiento del pecado original. Si hubiera tenido en buena opinión la concupiscencia que tú defiendes, no sentiría disgusto por la inclinación del ánimo a los placeres de la carne.

61. Y si tan sólo consideras estas cosas como bienes menores que no deben desviar al alma de bienes más nobles, no porque la concupiscencia sea un mal, sino porque es un bien de segunda categoría, escucha lo que escribe Cicerón en el mismo libro tercero de la República con más claridad al hablar del origen de los imperios. "¿No constatamos que la naturaleza otorga una especie de imperio a los dotados de más excelsas cualidades en favor de los más débiles? ¿No manda Dios al hombre, el alma al cuerpo, la razón al placer, a la ira y a todas las afecciones viciosas del alma?"

Fundado en la autoridad del maestro, ¿confiesas ahora que todas estas pasiones, que como buenas defiendes, son vicios del alma? Y acto seguido dice: "Conviene conocer la gran diferencia que existe entre mandar y obedecer. Se dice que el alma manda al cuerpo y se dice que manda a la concupiscencia, al cuerpo, como un rey a sus súbditos o un padre a sus hijos, a la concupiscencia, como un déspota a sus esclavos, porque la frena y rompe sus ímpetus. Los reyes, emperadores, magistrados, padres y pueblos ejercen su imperio sobre sus ciudadanos y aliados como el espíritu manda al cuerpo; mas los déspotas hacen sentir la autoridad sobre sus esclavos como la parte superior del alma, es decir, la sabiduría domina la parte viciosa y más débil, como son las pasiones, la ira y otros movimientos desordenados". ¿Tienes aún algo que mascullar contra nosotros que hayas bebido en las fuentes de autores profanos? Mas aunque tengas apoyaturas para defender tu error contra la autoridad de ilustres obispos, intérpretes eximios de la Escritura divina, y quieres -lo que Dios no permita- resistir a su autoridad, ¿de qué te sirve Tulio sino para hacerte decir que en esta materia perdió el buen sentido y deliró? Silencia los pasajes tomados en préstamo de esta literatura profana, no te empeñes en servirnos doctrinas variadas para no verte confundido por el testimonio de aquellos que en vano creías te podían aupar.

Al defender Juliano la concupiscencia de la carne, la condena

XIII. 62. ¿Por qué razonas en vano sobre los movimientos pasionales de la mujer, de los que sientes sonrojo? No cubrió Eva movimiento alguno visible; pero como en su interior sintió los mismos movimientos que el hombre, los dos cubrieron sus partes íntimas, cuya vista despertaba en ellos mutuos deseos carnales, y ambos sintieron sonrojo al verse desnudos.

Pero como hablas vaciedades, "pides perdón a los oídos castos y sollozas y suplicas no se indignen por lo que te ves obligado a decir". ¿Por qué sentir vergüenza al hablar de una obra de Dios? ¿Por qué pides perdón? Este perdón que imploras, ¿no es una acusación contra la concupiscencia? "Si ya, antes del pecado -dices-, el pene era eréctil, ninguna novedad introdujo el pecado". Estos movimientos podían tener lugar antes del pecado, pero nada indecente había en ellos que causara sonrojo, porque obedecían al imperio de la voluntad y la carne no codiciaba contra el espíritu. Y en esto precisamente consiste la novedad que se produce en el cuerpo del hombre y le causa sonrojo. Novedad que tu nueva herejía tiene la desvergüenza de elogiar. Nunca he condenado, en general, los movimientos que tienen por fin la generación de los hijos, o, como tú dices, "afirmativamente". Sí condeno los que son efecto de la concupiscencia en lucha contra el espíritu. Y, cuando tu error defiende la bondad de esta concupiscencia, ignoro cómo tu espíritu puede luchar contra ella como contra un mal.

63. "Si esta concupiscencia -dices- existió en el fruto del árbol prohibido, es obra de Dios, y, en consecuencia, se debe defender como un bien". Te puedo responder que la concupiscencia no existía en el fruto del árbol y en sí este árbol era bueno. Lo que fue malo es la rebelión de la concupiscencia que surgió en el hombre cuando Dios lo abandona, en castigo de su desobediencia, al comer del fruto prohibido. Lejos de nosotros creer que Dios, cuando creó un árbol que era bueno en todos los tiempos y en todas las estaciones, haya querido hacer un regalo al hombre que hace nacer en los miembros del cuerpo un movimiento contra el cual es necesario luche la continencia.

64. Sabemos que el apóstol San Juan no condenó este mundo, obra del Padre por el Hijo, es decir, el cielo, la tierra y cuanto en ellos se contiene, cuando dijo: Todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia de la carne, y concupiscencia de los ojos, y ambición del siglo, que no viene del Padre, sino del mundo 82. Sabemos esto, y no tenemos necesidad de que nos lo enseñes; y esta concupiscencia de la carne, que no viene del Padre, tú, queriendo aclararlo, dices que es la lujuria. Pero si te pregunto a qué hay que consentir para que sea lujuria o resistir para que no lo sea, la concupiscencia, tu favorita, te sale al paso. Tú verás si debes aún alabar lo que, si consientes, es lujuria y, si lo combates, continencia.

Me admira deliberes aún si has de condenarla como lujuria, pues es su fruto, o alabarla como continencia que le hace guerra, guerra en la que el triunfo de la castidad se llama pureza y la victoria de la concupiscencia, lujuria. Tú, juez insobornable e íntegro, alabas la continencia y condenas la lujuria; sin embargo, haces acepción de personas en favor de la concupiscencia -tú sabrás por qué temes ofenderla-, y no sientes sonrojo en alabarla, al mismo tiempo que la continencia, que es su contraria; y no te atreves a condenarla con la lujuria, precio de su victoria. Jamás un hombre de Dios puede aprobar tus elogios a la concupiscencia si te oye condenar la lujuria; nunca tus palabras le harán considerar como un bien lo que reconoce como un mal.

Por último, el que triunfa de la concupiscencia, de la que trenzas elogios, nunca será esclavo de la lujuria, que tú condenas. ¿Cómo obedecer a Juan, el apóstol, si amamos la concupiscencia de la carne? Responderás: "No es la que yo alabo". ¿De cuál habla Juan cuando dice que no viene del Padre? "De la lujuria", respondes. Pero no somos lujuriosos sino cuando amamos la concupiscencia que tú alabas. Cuando San Juan nos exhorta a no amar la concupiscencia de la carne, es, sin duda, porque no quiere seamos lascivos. Y, al prohibirnos amar la impureza, nos prohíbe amar la concupiscencia de la carne, de la que tú eres panegirista. Todo lo que se nos prohíbe amar no viene del Padre. En efecto, dos bienes que vengan del Padre no pueden luchar entre sí, y la continencia y la concupiscencia mutuamente se pelean. ¿Cuál de las dos viene del Padre? Responde. Veo te encuentras en gran aprieto. Alabas la concupiscencia y te da apuro condenar la continencia. ¡Triunfe la pureza y sea derrotado el error! Del Padre viene la continencia, que triunfa de la concupiscencia carnal; acepta la continencia, que viene del Padre, ante la cual sientes, con toda razón, sonrojo, y vence la concupiscencia, que con labios impuros alabas.

Vivacidad, utilidad, necesidad y placer

XIV. 65. Juzgas conveniente invocar, en socorro de la concupiscencia, el placer, extendido por todos los sentidos, como si a pesar de tan hábil abogado, la voluptuosidad orgiástica no se abastase a sí misma sin el cortejo de todas sus compañeras. Y piensas, me veo forzado a confesar, que "el sentido de la vista, del oído, del gusto y del tacto nos han sido otorgados por el diablo; no por Dios, si sostengo que la concupiscencia de la carne, en lucha con la continencia, no existía en el paraíso antes del pecado y es una consecuencia del pecado que el diablo aconsejó al primer hombre".

Pero ignoras, o finges ignorar, que en cualquier sentido del cuerpo existe una gran diferencia entre vivacidad, utilidad, necesidad y el placer de la concupiscencia. La vivacidad del sentido tiene por objeto hacer percibir, a unos más claramente que a otros, las cualidades de las cosas corporales, según su condición y naturaleza, y permitirnos discernir, con más o menos exactitud, lo verdadero y lo falso. La utilidad del sentido nos permite aprobar o rechazar, tomar o dejar, apetecer o evitar, lo que nos parece conveniente a la conservación del cuerpo o de la vida. La necesidad del sentido se manifiesta cuando se propone algo a nuestros sentidos que no queremos. Mientras la libido, de la que aquí tratamos, nos lleva, con afección puramente carnal, a gozar del placer mismo, ora consienta el espíritu, ora lo rechace. Y esta apetencia carnal es contraria al amor de la sabiduría y enemiga de todas las virtudes. Es un mal del que hace buen uso el matrimonio en el comercio sexual cuando los esposos tienen por fin la generación de los hijos y no el exclusivo deseo del placer de la carne.

Si hubieras querido o podido distinguir la diferencia que existe entre vivacidad, utilidad y necesidad de los sentidos y la concupiscencia de la carne, te darías cuenta de las cosas superfluas que has dicho. No dijo el Señor: "Todo el que vea a una mujer", sino: Todo el que mira a una mujer deseándola ya cometió adulterio con ella en su corazón 83. En contadas palabras, te hace ver con claridad, si no eres tozudo, la diferencia que hay entre el sentido de la vista y el deseo desordenado del corazón. Es obra de Dios el sentido, arquitecto del cuerpo humano; la concupiscencia la sembró el diablo incitando al pecado.

66. Alaben los hombres piadosos el cielo, la tierra y cuanto en ellos hay. Glorifiquen todas las criaturas a su Creador al contemplar la belleza de su obra, sin apegarse a ella con amor desordenado. En un sentido alaba el oro el hombre religioso y en otro el avaro. La alabanza del primero es adoración al Creador; la del segundo, deseo de poseer riquezas. Al escuchar una melodía divina, con toda certeza se mueve el alma con afecto piadoso; sin embargo, es un mal si es el sonido, no el sentido de la canción, lo que se escucha con placer. ¿Cuánto más si uno se deleita en cancioncillas ligeras y obscenas? Los restantes sentidos del cuerpo son más groseros en cierto modo; no se proyectan fuera, y su acción se limita a lo que está a su alcance. Pero el olor se distingue del que percibe el olor; el sabor, del que paladea el manjar; el tacto, del que toca diversos objetos. Un cuerpo puede ser frío o caliente, suave o áspero, y estas cualidades son diferentes de lo liviano o pesado. Cuando se quiere evitar lo que nos molesta, como los malos olores, lo amargo, el frío, el calor, las cosas ásperas, duras y pesadas, no hay en esto placer voluptuoso, sino simple cautela contra la incomodidad. En otras cosas contrarias a las precedentes que tomamos por placer, si no son necesarias para la salud, o calmar algún dolor, o aliviar la fatiga, aunque nos causen placer cuando las tomamos, sin embargo, no se han de buscar con afán desordenado, porque, si se buscan así, son un mal. En estos casos se ha de frenar y domar el apetito.

¿Quién, por castigada que tenga su concupiscencia carnal, puede evitar aspirar un perfume delicadísimo cuando entra en un salón en el que se queman aromas, a no ser que se tape las narices, o con una fuerte sacudida de la voluntad se aliene de los sentidos del cuerpo? ¿Y si, cuando sale del local, de casa, o cuando va de camino, desea el mismo placer? Y si experimenta este deseo, ¿no debe frenarlo y oponer a las codicias de la carne las apetencias del espíritu hasta obtener la salud y no desear nada semejante? Es una minucia, es verdad, pero está escrito: El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco caerá 84.

67. Necesitamos de los alimentos. Si no son agradables al paladar, no se pueden comer y con frecuencia causan náuseas y se devuelven. Hay alimentos nocivos que se han de evitar. La flaqueza de nuestro cuerpo necesita no sólo de alimentos sanos, sino que tengan también un sabor agradable, no para saciar nuestra gula, sino para conservar nuestra salud. Y, cuando la naturaleza grita por estos alimentos, no se puede llamar a este deseo concupiscencia, sino hambre o sed, pero si, saciada la necesidad, el amor a la buena mesa llama a las puertas del deseo, ya es concupiscencia, mal al que conviene oponer resistencia y no ceder.

Hambre y placer en el yantar son dos cosas que distingue el poeta. Cuando habla del frugal refrigerio que tomaron los compañeros de Eneas después del naufragio en tierra extraña, juzgando era suficiente remediar la necesidad, dice: "Saciada el hambre con escasas viandas, levantaron la mesa". Pero, cuando describe la recepción que el rey Evandro dispensa a su huésped Eneas y le agasaja con un banquete real, más suculento que lo que exige la necesidad, no se contenta con decir: "Saciada el hambre", sino que añade: "y satisfecho el placer de yantar" 85.

Con mayor motivo, hemos de conocer y distinguir lo que es necesario para el sustento de la vida y lo que exige el placer sensual; hemos de combatir los deseos de la carne con los deseos del espíritu y deleitarnos en la ley de Dios según el hombre interior 86 y no turbar un deseo tan puro con deseos impuros y carnales. El deseo de comer no se frena con la comida, sino con abstinencia.

68. ¿Qué hombre sobrio no prefiere, si es posible, tomar alimentos sólidos o líquidos, sin experimentar el mordiente del placer de la carne, como inspiramos y espiramos el aire que nos rodea y lo exhalamos? Este alimento que sin pausa tomamos por narices y boca no tiene olor ni sabor y sin él apenas podemos vivir unos minutos; sin embargo, podemos vivir largo tiempo sin comer ni beber, y no sentimos su falta cuando cerramos narices y boca; o, a voluntad, contenemos, cuanto nos lo permite la angustia, la acción de los pulmones, que, con movimiento alterno, como de fuelle, nos sirven para inspirar y expulsar el aire que nos hace vivir. ¿No seríamos más felices si sólo a intervalos espaciados como ahora, o aún mayores, pudiéramos tomar alimentos y bebida sin encontrar en ellos el placer peligroso, fuente de tantas molestias y causa de tantos males? Porque si, en la vida presente, a los que se alimentan parcamente se les llama continentes y sobrios; si se encontraran muchos que dieran a la naturaleza sólo lo que necesitan para reparar las fuerzas, o menos aún, y prefieren padecer estrechez antes que abundar para no equivocarse en lo que reclama la necesidad, ¿cómo no creer que, si el hombre no hubiese abdicado de su dignidad, existiría un justo medio en el tomar alimentos, de manera que se diese lo necesario al cuerpo animal, sin rebasar la medida de la templanza, como se cree aconteció a nuestros primeros padres en el paraíso?

69. Intérpretes hay de la divina Escritura, y su opinión es digna de todo respeto, que piensan que nuestros primeros padres no necesitaron esta clase de alimentos y que en el Edén no tuvieron otro placer ni otro alimento que los alimentos y placeres de los corazones sabios. Yo comparto la opinión de aquellos que entienden las palabras del Génesis 1, 28: Los hizo Dios varón y hembra, y los bendijo, diciendo: "Creced y multiplicaos y llenad la tierra", en un sentido obvio y positivo, según lo indica la diferencia de sexos. Y quieren se entienda con la misma evidencia lo que poco después dice: Y dijo Dios: "Mirad os he dado todo heno que da semilla y existe sobre toda la tierra, y todo árbol que lleva fruto dé semilla, os servirá de alimento, y a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo reptil que repta sobre la tierra, que tienen en sí alma viviente, les doy como alimento todo heno verde" 87. Estas palabras significan que el hombre y la mujer usan los mismos alimentos que los restantes animales y que en estos alimentos encuentran el sustento conveniente a la naturaleza de su cuerpo, que, aunque, en cierto sentido, inmortal, es, sin embargo, animal, y necesita del alimento para no perecer de inanición, y del árbol de la vida, para no morir de vejez.

Lo que de ninguna manera puedo imaginar es que, en aquel vergel de plena felicidad, la carne luchase contra el espíritu y el espíritu contra la carne; ni que, zarandeado por estos conflictos, viviese sin paz interior; o que el espíritu no opusiera resistencia a los deseos carnales, sino que, con torpe esclavitud, ejecutase cuanto le sugería la concupiscencia. Es, pues, cierto o que en el Edén no existía la concupiscencia carnal, aunque en aquel estado de vida sí existía cuanto era menester para sustento de todos los miembros del cuerpo y poder realizar sus funciones, aunque sin movimiento alguno concupiscente, como la tierra recibe en su seno, sin apetencias sensibles, el grano que las manos del sembrador arroja voluntariamente en el surco; o, para o ofender demasiado a los que defienden a cualquier precio la voluptuosidad del cuerpo, se puede creer, al menos, si existía alguna concupiscencia carnal en el paraíso, que en sus movimientos estaría sumisa al imperio de la voluntad racional y serviría tan sólo para el bien del cuerpo o la propagación de la especie, y jamás sería tan violenta como para impedir al espíritu contemplar las realidades externas; no existiría allí ningún movimiento importuno o superfluo y que, sin hacer nada a causa de ella, se aprovechase en caso de ser útil.

70. Que ahora la realidad sea muy otra, lo saben bien todos cuantos luchan contra ella. Se introduce solapadamente en los que se ocupan en ver u oír algo en que el placer no entra para nada, y, si no tiene acceso al corazón, al menos hace nacer en ellos alguna ida voluptuosa entre pensamientos necesarios que no tienen relación ni de lejos con ella. Y en los mismos pensamientos, aunque ningún atractivo se ofrezca a la vista ni el oído escuche dulces melodías, ¡qué empeño tiene en refregar el recuerdo de olvidadas y adormecidas torpezas! ¡Hasta las honestas y santas intenciones se ven interrumpidas por un torbellino de sórdidas imágenes! Y cuando se trata de hacer uso de los placeres necesarios para sustento y reparación de las fuerzas corporales, ¿quién podrá con palabras explicar cómo la concupiscencia no nos permite atemperarnos a la necesidad y detenernos en el límite exigido por la restauración de la salud, y nos arrastra tras las cosas deleitables y en ellas se agazapa y entra? Y, creyendo no es suficiente lo que sí lo es, nos dejamos llevar de buen grado de sus excitaciones, y, cuando creemos cuidar de nuestra salud, favorecemos la indigestión. Que hemos obrado mal lo atestigua la pesadez de estómago. Y, para evitar este mal, con frecuencia somos demasiado parcos en la comida y no remediamos el hambre, porque la gula ignora la frontera de la necesidad.

71. Hemos, pues, de vigilar con sumo cuidado el placer tolerable en la comida y en la bebida para no rebasar la medida de la templanza y el límite de lo suficiente. Contra esta concupiscencia de la sensualidad luchamos con el ayuno y parvedad en los alimentos; y usamos bien de este mal cuando no pasamos la frontera de lo que es conveniente a la salud. Llamé tolerable este placer porque su acción sobre nosotros no es tan violenta que nos aparte y aleje de los pensamientos, herencia de la sabiduría, cuyos encantos, en cierto modo, pone el alma en suspenso. Mientras banqueteamos, con frecuencia pensamos y discutimos temas interesantes, y entre mordisco y trago charlamos o escuchamos y con atención despierta recibimos el mensaje leído que anhelamos conocer o recordar.

Por el contrario, la concupiscencia, cuya causa defiendes con tanto ardor contra mí, incluso cuando se usa de ella con buena intención como es la procreación de los hijos, a nadie permite durante el orgasmo pensar no digo en la sabiduría, pero en ninguna otra cosa. ¿No se embeben en ella cuerpo y alma? ¿No se sumerge en ella el alma entera? Y cuando vence a los casados y se conocen no para engendrar hijos, sino para disfrutar del placer de la concupiscencia carnal, cosa que el Apóstol permite, no manda 88, como él mismo declara, se levanta uno como de profundo sopor, y, cuando principia a respirar y a pensar, hace verdadero el refrán: "El arrepentimiento, de la mano del placer". ¿Qué hombre, enamorado del bien espiritual, si se casa para tener hijos, no desea, si fuera posible, tenerlos sin sentir el aguijón de la concupiscencia o sin sus movimientos absorbentes? Debemos creer que este estado por el cual suspiran los piadosos y castos esposos en esta vida, pienso hemos de admitirlo en el Edén, que era mil veces mejor que el nuestro, si es que no podemos pensar algo más noble.

72. Por favor, no sea para ti de más valor la filosofía de los gentiles que la nuestra cristiana, única filosofía verdadera, pues esta palabra significa estudio o amor de la sabiduría. Lee lo que dice Tulio en su diálogo Hortensio. Sus palabras debieran causarte más deleite que las de Balbo, de la escuela de los estoicos. Palabras que, aunque son verdad, tratan de la parte inferior del hombre, esto es, del cuerpo, y en nada te pueden socorrer. Escucha lo que el orador romano dice en favor de la fuerza vivificante del espíritu contra la voluptuosidad de la carne: "¿Es que se pueden apetecer los placeres del cuerpo que Platón llama, con tanta verdad como razón, alimentos e incentivos del mal? La pérdida de la salud, la palidez del rostro, el enflaquecimiento del cuerpo, las quiebras vergonzosas, el deshonor, en fin, todos los males, ¿no vienen del placer desbocado? Sus movimientos, cuanto más violentos, son más enemigos de la filosofía. Los pensamientos nobles son incompatibles con la voluptuosidad del cuerpo. ¿Quién que se entregue al placer de la carne, con la violencia que imaginarse pueda, es capaz de fijar la atención, calcular, meditar en cualquier cosa? ¿Qué hombre hay tan profundamente sumergido en el vicio que quiera que sus sentidos estuvieran día y noche, sin interrupción, en una agitación parecida a la que siente en los más grandes placeres? Por el contrario, ¿quién, dotado de un buen espíritu, no desearía carecer de estos placeres?"

Todo esto dice Cicerón, que no conocía nada de la vida de nuestros primeros padres, ni de la felicidad en el Edén, ni de la resurrección de los cuerpos. Debemos sentir rubor ante estas verdades de los impíos, nosotros que hemos aprendido en la cátedra de la verdadera y santa filosofía de la religión cómo la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne 89.

¿De dónde viene la lucha? Cicerón lo ignoraba; sin embargo, no era defensor, como tú, de la concupiscencia; la combate con ardor, lo que tú no haces, y además te enojas contra los que la condenan; el espíritu y la carne se combaten sin tregua. y tú con timidez y sin energía, en medio de esta pelea, alabas a las dos por temor a tener como enemiga la parte vencedora. Desecha todo temor y ten la audacia de alabar el deseo del espíritu en lucha contra la concupiscencia de la carne, y con tanta más fuerza cuanta mayor sea tu castidad. No temas condenar la concupiscencia que resiste a la ley del espíritu y combatirla en ti, oponiendo esta misma ley del espíritu contra la cual se rebela.

73. Una cosa es la contemplación de las cosas corporales, cuya belleza cautiva el sentido de la vista, como los colores o las figuras; o el sentido del oído, como las canciones y melodías, que sólo por un animal racional pueden ser percibidas y otra cosa son los movimientos de la concupiscencia, que es necesario reprimir por la razón. Juan el apóstol dice que la concupiscencia que tiene deseos contrarios a los del espíritu no viene del Padre 90, y sólo puede ser llamada buena por aquel cuyo espíritu no ama luchar contra ella. Y, si no dejase sentir en nuestro espíritu su movimiento y su ardor, no sería necesario que el espíritu luchase contra ella, para no ser, si pelea, ingrato a un don de Dios. Désele, pues, lo que pide, si viene del Padre; y, si nada tiene que darle, es preciso rogar al Padre no que la frene o suprima, sino que sacie las ansias de esta concupiscencia que nos dio como regalo. Pero, si es una locura pensar así, ¿cómo podemos comparar la concupiscencia con la comida y el vino y se cree decir algo cuando se escribe: "Si ni la embriaguez ni la indigestión condenan el vino o los alimentos, las acciones impuras nos obligan a condenar la concupiscencia?"

Pero ¿hay borrachera, indigestión, obscenidad, cuando la concupiscencia de la carne es frenada por el espíritu que combate contra ella? "Culpa es -dices- del exceso". Mas no adviertes -y con suma facilidad lo podías ver si te esforzases en vencer la concupiscencia y no a mí- que es necesario resistir el mal de la pasión para no caer en excesos. Hay, pues, dos especies de males; uno que vive en nosotros, otro que cometemos si no ofrecemos resistencia al que vive en nosotros.

74. Hemos dicho ya que la concupiscencia no es en los animales un mal, pues en ellos no lucha contra el espíritu. No tienen conocimiento para dominar las pasiones triunfando o poder reprimirlas en combate. ¿Quién te ha dicho que "peca siempre el que imita a los animales?" Con acopio de vana palabrería tratas de refutar lo que nadie te objetó. Amontonas infinidad de cosas superfluas que existen en los animales y son útiles en medicina. Mas para que no se piense que la concupiscencia de la carne es un mal si para los animales es un bien, pues la naturaleza encuentra en ella un placer, hay que tener presente que son incapaces de sabiduría; se dice que es un bien en los animales, pues los contenta, sin excitar en ellos lucha alguna contra el espíritu; pero en el hombre es un mal, porque hace nacer en él deseos contrarios a los del espíritu.

Los filósofos paganos no son autoridad en la materia

XV. 75. Llamas en tu auxilio una turba de filósofos, pues como la vivacidad natural de los animales no te sirvió para apuntalar a tu favorita, quieres, al menos, confirmar tu error con la autoridad de unos hombres sabios. Pero ¿quién no ve que haces vana ostentación de tu saber citando por su nombre a sabios de ideologías distintas, cuando es fácil que el lector de tus escritos se dé cuenta que todo lo que dices nada tiene que ver con la cuestión que entre nosotros se ventila? ¿Quién puede escuchar sin respiro los nombres de "Tales de Mileto, uno de los siete sabios de Grecia; Anaximandro, Anaximenes, Anexágoras, Jenófanes, Parménides, Leucipo, Demócrito, Empédades, Heráclito, Meliso, Platón, los pitagóricos", puntualizando la sentencia de cada uno sobre ciencias naturales? ¿Quién puede, repito, escuchar esta letanía y no quedar aterrado con tantos nombres y sectas, si, como el común de los mortales, carece de erudición? Te considerará un gran genio al reunir tanta ciencia. Pero esto es lo que deseas, pues, aunque apilas cosas sobre cosas, no has dicho ni media palabra sobre el tema que tratamos.

En efecto, en el prólogo a lo que luego dirás escribes: "Aunque todos estos filósofos enseñasen en sus aulas doctrinas diversas, sin embargo, adoraban con la plebe a los ídolos; pero los que deseaban descubrir algo nuevo sobre las causas naturales, en medio de falsas opiniones no han dejado de transmitir algunas briznas de verdad, oculta por tinieblas de los tiempos en que vivieron. Y podemos preferir sus palabras al dogma de aquellos que combatimos".

Para probar tu aserto añades lo que con más o menos amplitud yo cité; esto es, los nombres de los filósofos de la naturaleza y las opiniones que han sostenido sobre las causas naturales. Sin embargo, no los nombraste a todos o porque no has querido o porque te haya sido imposible. Lo que no dudan todos los sabios es que has querido engañar a los ignorantes. Querías demostrar que "todos los filósofos que se afanaron en investigar las causas naturales han de ser preferidos a todos aquellos cuyos dogmas tú combates". No hablaré de aquellos cuyos nombres silencias; pero ¿por qué, al mencionar a Anaximenes y a su discípulo Anaxágoras, omitiste a otro de sus discípulos, Diógenes, que no comparte la opinión de su maestro ni de su condiscípulo en lo referente a las causas naturales y defiende su propio sistema? ¿No será, acaso, porque ha sostenido alguna teoría que te impide preferirlo a nosotros, como afirmas de todos los filósofos que han tratado de cosas de la naturaleza? Para probar esto aduces nombres y doctrinas de gran número de filósofos, bella muestra de inflacionismo. Pero, al nombrar a todos estos filósofos, omites uno que sí debiera figurar junto a su maestro y a su condiscípulo. ¿Quizá temías que, al nombrar a Diógenes, se le confundiera con Diógenes el cínico, y a los lectores les hiciese pensar era mejor abogado que vosotros de la voluptuosidad, pues no le daba sonrojo realizar el acto en la plaza, y por eso esta secta lleva el nombre de perruna? Tú te confiesas defensor de la libido, pero te da vergüenza sostener su causa, lo que ya no dice bien con la libertad y franqueza de un abogado.

76. Dime, te ruego: si prefieres los filósofos a nosotros, ¿por qué no has citado a los que con gran erudición discutieron sobre las costumbres, una de las ramas de la filosofía que ellos llaman ética y nosotros moral? Esto te hubiera sido de gran utilidad, pues defiendes que el placer del cuerpo es un bien aunque inferior al del espíritu. ¿Quién no ve a dónde apuntas? Temes, en la cuestión del placer que nos ocupa, verte oprimido por la autoridad de filósofos honrados -entre otros, Cicerón- conocidos por su honestidad, y por filósofos consulares, como por ejemplo, los estoicos, enemigos acérrimos de la voluptuosidad, cuyo testimonio, en la persona de Balbo, discutiendo con Cicerón, creíste oportuno intercalar, aunque de nada te sirvió.

Mas como piensan que el placer no es un bien para el hombre, no has querido, en una cuestión moral, citar nombres y dogmas de estos filósofos, lo que hubiera tenido su importancia en la materia que discutimos, si es que se puede probar algo por la opinión de los filósofos. En efecto, no encontrarías punto de apoyo en ellos; no digo en Epicuro, que hace consistir todos los bienes del hombre en los placeres del cuerpo, porque en esto tu sentimiento difiere del suyo, sino en Dinómaco, cuya doctrina te place. Este conjuga el placer y la honestidad; piensa que son dos bienes que se han de apetecer por sí mismos.

Has temido tocar esta parte que trata de las costumbres porque conocías te era contraria. En el punto clave de nuestra controversia ves cuántos y cuáles son los filósofos que preferimos a vosotros, cuya fama es conocida en las naciones. En primer término cito a Platón, al que no duda llamar casi el dios de los filósofos Cicerón 91. No pudiste silenciar su nombre al tratar de la naturaleza, no de las costumbres. No olvides que Platón llama a los placeres del cuerpo, con tanta verdad como razón, "cebo e incentivo de todos los vicios".

77. ¿Acaso juzgaste digno recordar lo que opinan los filósofos por ti mencionados acerca de la condición del hombre, pues esto sí dice referencia a la naturaleza, como exigía vuestra causa? No lo has hecho, y con razón. ¿Qué sabían ellos y qué iban a decir del primer hombre Adán, de su esposa, de su primer pecado, de la astucia de la serpiente, de la desnudez de los cuerpos, de la que no sentían rubor antes del pecado, y de la confusión que experimentaron luego de haber prevaricado? Nada semejante habían oído a lo que dice el Apóstol: Por un hombre entró en el mundo el pecado, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron 92. ¿Qué podían saber de todo esto unos hombres que no conocían las santas Escrituras ni las verdades que encierran? Y si juzgaste, y muy bien pensado, no insertar nada de lo que filósofos tan alejados de los Libros santos opinaron de la condición del hombre, ¿cómo no has visto no interesaba, para la cuestión que nos ocupa, referir sus opiniones sobre los principios de este mundo visible? Lejos de haber bebido ciencia profunda en los libros de los filósofos, has sacado una vanidosa jactancia y la mente ofuscada.

78. No parecen estar alejados de la fe cristiana aquellos que opinan que esta vida, llena de ilusiones y miserias, es efecto de un juicio divino, rindiendo así tributo de justicia al Creador y Gobernador de todo el universo. ¡Cuánto más cercanos, en la cuestión de la generación de los hombres, están aquellos que Cicerón, al final de su diálogo el Hortensio, llevados de la evidencia de los hechos, menciona! Porque después de haber dicho muchas cosas sobre la vanidad y miseria de los hombres, cosas que con dolor vemos y palpamos, añade: "Parece que algo adivinaron los magos y los intérpretes de los oráculos de los dioses, basados en los errores y miserias de la vida humana, cuando afirman que nuestro nacimiento es para expiar crímenes cometidos en una existencia anterior. Esto me hace considerar como verdaderas estas palabras de Aristóteles: "Nosotros -dice el filósofo- estamos sometidos a un suplicio parecido al de aquellos que cayeron en manos de unos depredadores etruscos que los hacían morir con una crueldad inaudita, pues ataban con fuertes cordeles los cuerpos vivos a los muertos, cara con cara. Y así piensan que nuestras almas están atadas a nuestros cuerpos como un vivo a un muerto" 93.

Los que estos sentimientos expresan, ¿no han conocido, mejor que tú, el pesado yugo que oprime a los hijos de Adán, y el poder de la justicia divina, aunque no hayan conocido la gracia liberadora del Mediador de los hombres? Si he podido encontrar en los libros de los filósofos paganos algo que oponerte, tú me brindaste ocasión, al no poder encontrar en ellos apoyo alguno para sostener tu causa, y, no teniendo la prudencia de callar, me has proporcionado armas contra ti.

Opina Juliano que el rubor que sentimos en ciertas partes de nuestro cuerpo es natural desde el principio de la creación

XVI. 79. ¿Por qué piensas que te favorece el testimonio del Apóstol, si es en contra tuya? Sin saber lo que dices, ¿pretendes que los miembros que estaban, antes del pecado, desnudos y no se avergonzaban, afirmas tú que inspiraban pudor? Debí citar en mi favor el texto del Apóstol que tú empleas: Los miembros -dice- que parecen más débiles son indispensables 94, y añade otras cosas que mencionas en nuestro favor. Merece la pena considerar por qué camino has venido a escribir: "Es ya tiempo de probar, por la misma autoridad de la ley, lo que sabíamos ya por el testimonio de la Escritura, es decir, que Dios, al formar nuestros miembros, en unos puso un sentimiento de pudor, y en otros plena libertad". Y para probarlo aduces unas palabras del maestro de las naciones a los fieles de Corinto: Nuestro cuerpo es uno y tiene muchos miembros 95. Después de citar el pasaje del Apóstol, en el que maravillosamente explica la unidad y mutua concordia de los miembros, añades: "Pablo ha nombrado algunos miembros del cuerpo y por honestidad no quiso nombrar directamente los miembros que sirven para la generación".

En estas palabras, ¿no te contradices a ti mismo? ¿No era honesto nombrar directamente lo que Dios se dignó crear, y al heraldo le dio sonrojo nombrar lo que el juez no se avergonzó de formar? Somos nosotros los que por el pecado hemos convertido en deshonesto lo que era honesto al salir de las manos del Hacedor.

80. Y a continuación citas una perícopa del Apóstol, que transcribes así: Por el contrario, los miembros de nuestro cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios, y los miembros más viles del cuerpo los rodeamos de mayor honor y nuestras partes menos decorosas las vestimos con mayor honestidad, porque las que son honestas no lo necesitan. Dios ordenó el cuerpo dando mayor honor al que le faltaba, para que no haya en el cuerpo desavenencia, sino que todos se preocupen unos de otros 96.

Escrito esto, gritas triunfante: "He aquí un verdadero e inteligente expositor de la obra de Dios y fiel panegirista de su sabiduría. Nosotros -dice- velamos con más decoro las partes del cuerpo menos decorosas". Centras toda la cuestión en una palabra, y lees como si el Apóstol hubiera dicho "nuestras partes más pudorosas". Si hubieras leído deshonestas, no te habrías atrevido a citar este texto; porque Dios de manera alguna pudo crear, sobre todo antes del pecado, nada deshonesto en los miembros del cuerpo humano. Aprende, pues, lo que ignoras, ya que no quisiste buscar con diligencia. Deshonestas dijo el Apóstol, si bien es cierto que algunos intérpretes, entre los que está este que tú has leído, creo que por pudor tradujeron pudorosas cuando el Apóstol escribió deshonestas, como se puede comprobar por las palabras del códice con el texto original. Lo que traduces verecundiora, en griego es F P Z : @ < " . Las palabras maiorem honestatem habent, en griego es g Û F P 0 : @ F b < 0 < . Lo que prueba que el vocablo F P Z : @ < " se debe traducir deshonestas; esto es, partes que no son honestas.

Y, aunque no hubieras tomado en consideración el texto griego, el sentido mismo del pasaje podía haberte hecho llegar a idéntica conclusión, porque las partes que se visten con mayor diligencia y honestidad no son honestas, pues las que son honestas no lo necesitan. ¿Qué significa "porque las partes honestas no lo necesitan" sino que las partes que necesitan cubrirse no son honestas? Se honran las partes del cuerpo que no son honestas, cuando por un sentimiento de pudor innato en la naturaleza racional se las cubre con vestidos, porque el honor que se les hace es cubrirlas con más diligencia cuanto más deshonestas son. El Apóstol no hubiera hablado de esta manera si intentase describir el cuerpo tal como era en aquellos hombres, que andaban desnudos y no sentían confusión.

81. Mira qué grande es tu desfachatez cuando dices: "Si en un principio los primeros hombres andaban desnudos, es que les faltó habilidad para tejer unas telas con que cubrirse". De donde parece deducirse que antes del pecado eran inhábiles; después del pecado, hábiles tejedores. Añades otras muchas vaciedades, y elegante y agudamente concluyes: "No fue el pecado el que hizo sus partes genitales diabólicas y deshonestas, fue el pavor el que les hizo cubrir unas miembros que permanecían en su primitiva honestidad".

A esto respondo: No existen miembros diabólicos, pues cuanto a sustancia, figura, cualidades, son obra de Dios, mas si estos miembros permanecieron en su primitiva honestidad, ¿por qué los llama deshonestos el Apóstol? Tienes razón al decir que estos miembros antes del pecado eran honestos, decir otra cosa sería blasfemia. Lo que Dios hizo honesto, llama deshonesto el Apóstol. Pregunto la causa. Si no es obra del pecado, ¿de quién es el empeño? ¿Quién pudo deshonestar la obra honesta de Dios para que el santo Apóstol las llame deshonestas? ¿Es una disposición que existe en nosotros, en la que brilla la obra de Dios, o la libido, castigo del pecado? Aun hoy, lo que Dios hace es honesto; lo que de origen se hereda, deshonesto. Con todo, no puede haber cisma en el cuerpo, porque Dios nos dotó de un instinto natural para que unos miembros se preocupen de otros, y así, lo que hizo deshonesto la concupiscencia lo cubre el pudor.

82. Replicas: "¿Por qué, al oír la voz del Señor, que se paseaba por el Edén, Adán y su mujer se escondieron avergonzados de su desnudez, cuando los ceñidores eran suficientes a cubrir sus partes genitales?" 97 ¿Qué vas a decir, si no sabes lo que hablas? ¿No piensas que fue por temor a encontrarse en presencia del Señor por lo que buscaron escondite en la espesura del jardín? Con improvisados ceñidores cubrieron los miembros en los que sentían pudor. Si cuando estaban desnudos no experimentaban confusión, se deduce que se taparon por pudor. No hay duda: sólo se siente pudor de algo que es deshonesto. Se lee: Estaban desnudos y no se avergonzaban 98, para que se evidencie que el pudor fue causa de velar su desnudez. Y, cuando se escondieron en medio de los árboles del paraíso, respondió Adán: Oí tu voz al pasear por el jardín y tuve miedo, porque estaba desnudo. Ocultarse es señal de vergüenza exterior; ocultarse al oír la voz de Dios fue por un reproche interior que su conciencia le hizo por el pecado cometido, causa éste de su confusión exterior. Primero la vergüenza, luego el temor. De una parte, la concupiscencia, causa del sonrojo; de otra, el reproche de una conciencia criminal que le hace temer el castigo de su falta. Semejante a un enajenado, cree que, ocultando su cuerpo, se puede ocultar a la mirada de aquel que lee en el fondo de los corazones. ¿Qué significado tienen estas palabras del Señor: Quién te hizo ver que estabas desnudo sino porque has comido del árbol del que te prohibí comer? 99 ¿Qué quiere decir la desnudez que Adán reconoce después de haber comido del fruto del árbol prohibido sino que el pecado desnudó lo que la gracia tapaba? Grande era en el Edén la gracia de Dios, cuando el cuerpo animal y terreno no conocía la concupiscencia de la bestia. Vestido con la clámide de la gracia, no sentía en su cuerpo sonrojo; despojado de la gracia, sintió necesidad de vestirse.

83. "Se ha de rechazar -dices- la opinión de los que afirman que el diablo obró algún maleficio en los miembros de los hombres o en los sentidos del cuerpo". ¿Por qué nos objetas estas vanas extravagancias? Sabemos perfectamente que nada de lo que pertenece a la naturaleza del hombre es obra del diablo; pero todo lo bueno que hizo Dios lo ajó la viscosidad del pecado; y así, todo el género humano cojea por una herida causada por el libre albedrío de los hombres. Rodea tus sentidos toda la miseria del género humano. "Eres hombre, y nada humano te es ajeno" 100; y, si no sufres, consuela a los que sufren.

Aunque disfrutes de una gran felicidad, no hay día en tu vida sin lucha interior, si quieres cumplir con los deberes de tu profesión. Y, si quieres recordar los males de los que ya no tienes memoria, mira cuántos y cuán grandes son los que padecen los niños; entre qué multitud de vanidades, sufrimientos, errores y temores crecen, y ya adultos, aunque sean fieles servidores de Dios, llueven errores de toda especie para engañarlos; los trabajos y dolores para rendirlos; la concupiscencia para abrasarlos; la tristeza para abatirlos; el orgullo para inflarlos. ¿Quién, en pocas palabras, podrá explicar el cortejo de males que hacen pesado el yugo sobre los hijos de Adán?

La evidencia de estas miserias forzó a los filósofos paganos, que nada sabían del pecado del primer hombre, a decir que nacemos para expiar crímenes cometidos en una existencia anterior y que las almas están como atadas a cuerpos corruptibles por un tormento parecido al que los piratas etruscos infligieron a sus cautivos atando vivos con muertos. Pero zanja la cuestión el Apóstol, y no nos permite creer que las almas sean embutidas en los cuerpos por deméritos contraídos en una existencia anterior. ¿Qué nos resta? O creer que la causa de todos estos males viene de la injusticia o impotencia de Dios, o que es un castigo debido a un pecado cometido por nuestro primer padre. Pero como en Dios no hay injusticia ni impotencia, resta confesar -cosa que tú no quieres- que este duro yugo que pesa sobre los hijos de Adán desde el día que salen del vientre de sus madres hasta el día de su sepultura en la tierra, madre de todos 101, no existiría de no haber precedido el pecado original.