RÉPLICA A FAUSTO, EL MANIQUEO

Traducción: Pío de Luis, OSA

Libro XXXII

Maniqueos y católicos ante el Nuevo Testamento

Lectura selectiva del Nuevo Testamento

1. Fausto: —Si aceptas el evangelio, debes creer todo lo que está escrito en él.

—Tú que aceptas el Antiguo Testamento, ¿crees indistintamente todo lo que está escrito en él? En verdad, aceptáis sólo las profecías sacadas de él que prefiguraban al rey de los judíos que había de venir, puesto que pensáis que ese es Jesús, y algunos pocos preceptos, comunes con la ley civil, como: No matarás, no cometerás adulterio1. Todo lo demás lo pasáis por alto y juzgáis que no es otra cosa que lo que Pablo tuvo por estiércol2. Por tanto, ¿qué hay de insólito o de extraño en que yo lea en el Nuevo Testamento lo más puro y lo que se acomoda a mi salvación, y pase por alto lo que, interpolado engañosamente por vuestros antepasados, desdora su majestad y gracia?

El criterio de selección

2. Supongamos que el testamento paterno tiene algunos puntos, a los que se deba prestar poca atención. (Es vuestro deseo que se vea al Padre en la ley judía. y nosotros sabemos cuantísimas cosas de ella os causan horror o vergüenza, de manera que, por lo que al ánimo se refiere, hace ya tiempo que no la juzgáis válida aunque, según creéis, en parte os la escribió el mismo Dios con su dedo y en parte el fiel e íntegro Moisés). ¿Pensáis que únicamente el testamento del Hijo no pudo corromperse, que sólo el suyo pudo no tener algo que merezca desaprobación? Sobre todo teniendo en cuenta que no consta que lo haya escrito ni él ni sus apóstoles, sino, mucho tiempo después, algunos varones de nombre desconocido. Estos, para evitar que no se les otorgase fe puesto que escribían lo que desconocían, pusieron en la portada de sus libros o bien los nombres de los apóstoles, o bien los de quienes se pensaba que habían seguido a los apóstoles, afirmando que habían escrito lo que habían escrito inspirándose en ellos.

Con lo cual me parece que más bien injuriaron gravemente a los discípulos de Cristo, puesto que les atribuirían a ellos las disonancias y contradicciones presentes en tales escritos, y confesarían que han escrito en conformidad con ellos estos evangelios que están repletos de errores, de hechos y dichos contradictorios, de modo que no concuerdan ni consigo mismos ni con los demás. ¿En qué otra cosa consiste ultrajar a los buenos e incitar al delito de la discordia a la asamblea concorde de los discípulos? Esto lo advertimos nosotros al leerlo con la más sana mirada del corazón. En consecuencia, juzgamos muy justo tomar de ello lo que pudiera ser útil, esto es, lo que edifica nuestra fe y propaga la gloria de Cristo el Señor y de Dios, su Padre omnipotente, y rechazar lo restante que no se ajusta ni a su Majestad ni a nuestra salvación.

Ni siquiera los católicos están convencidos de que han de aceptar el Antiguo Testamento en su totalidad

3. Como había empezado a decir, tampoco vosotros estáis convencidos de que hay que aceptar del Antiguo Testamento la circuncisión, aunque así esté escrito3; ni que haya que respetar el sábado en el ocio y la inactividad laboral, aunque así se lea4; y ni siquiera los sacrificios e inmolaciones para aplacar a Dios, como parece a Moisés5. Más aún, habéis despreciado tales cosas como totalmente ajenas y alejadas de las prácticas cristianas, e inaceptables bajo cualquier aspecto.

A algunas de ellas las habéis dividido en dos, abrazando una parte y rechazando la otra. Un ejemplo: la pascua, que es asimismo la fiesta sagrada anual del Antiguo Testamento. Para su celebración se os ha escrito que tenéis que matar un cordero para comerlo esa noche, y que debéis absteneros durante siete días de la levadura y contentaros con el pan ácimo y hierbas amargas6. Vosotros, sin embargo, asumís la pascua, pero pasáis por alto aquel ceremonial y costumbre, conforme al cual se ordenó que debía observarse.

Dígase lo mismo de las siete semanas, o sea, la fiesta de Pentecostés, que Moisés piensa que hay que acompañar con cierta clase y número de sacrificios7. Vosotros la respetáis también, pero rechazada una parte de ella, es decir, la de las ofrendas y sacrificios, puesto que no se ajusta a la fe cristiana.

Respecto al mandato de abstenerse de los alimentos comunes, a vosotros os ha parecido y lo habéis creído firmemente que la carne de animales muertos e inmolados es impura8. En cambio ya no quisisteis creer lo mismo respecto a la de cerdo, de liebre, de erizo, de barbo o calamar y demás clases de pescados que tienen un gusto agradable, aunque Moisés atestigüe que todos son impuros9.

Situaciones y preceptos legales del Antiguo Testamento que no siguen los católicos

4. Hay otras acciones en el Antiguo Testamento que vosotros, creo, no queréis oír, ni admitir. Por ejemplo: que se acuesten los suegros con sus nueras, como Judá; los padres con sus hijas, como Lot; los profetas con prostitutas, como Oseas; que los maridos vendan las noches de sus esposas a los amantes de ellas, como hizo Abrahán; que un único marido se una a dos hermanas, como Jacob; que los rectores del pueblo y sobre todo aquellos a quienes consideras inspirados por Dios se revuelquen con cientos y miles de rameras, como David y Salomón. O como lo que está previsto en la legislación matrimonial del Deuteronomio, a saber: que si uno moría sin dejar descendencia, la esposa debía casarse con el hermano del difunto y que éste debía dejarle descendencia de ella. Y si el varón desdeñaba hacerlo, la mujer debía poner una querella por esa impiedad de su pariente ante los ancianos del pueblo, para que, llamándole, le corrigieran con severidad. Y si todavía se resistía, no debía quedar impune en medio de ellos, sino que, tras quitársele el calzado del pie derecho, la mujer le golpearía en el rostro, y lleno de escupitajos y maldiciones, se alejaría, cargando siempre su descendencia con este oprobio10.

Estos casos y prescripciones legales, y otros parecidos, se hallan en el Antiguo Testamento. Si son buenos, ¿por qué no los imitáis? Si son malos, ¿por qué no condenáis a su autor, es decir, el mismo Antiguo Testamento? O, si también vosotros creéis, como nosotros respecto al Nuevo Testamento, que son falsedades que se le han interpolado, estamos iguales. Cesad ya, por tanto, de reclamar de nosotros, respecto al Nuevo Testamento, lo que vosotros no guardáis respecto del Antiguo.

Por qué los católicos no admiten todo el Antiguo Testamento

5. A mi parecer, y en la medida en que ya habéis querido dar por sentado que el Antiguo Testamento procede de Dios, admitido que no guardáis sus mandamientos, os resulta bastante más cómodo y os proporciona más fácil excusa confesar que está viciado por interpolaciones incoherentes antes que despreciarlo aceptando su integridad e incorrupción. Por lo cual, tratando de averiguar por qué quebrantáis los preceptos del Antiguo Testamento, siempre he mantenido y mantengo sobre vosotros este parecer: o bien porque, en cuanto sabios, despreciáis lo falso, o bien porque, en cuanto contumaces y desobedientes, despreciáis lo verdadero. De momento, dado que me fuerzas a creer todo lo incluido en los escritos del Nuevo Testamento, si llego a aceptarlo, sábete que tampoco en tu interior crees tú muchas cosas que se hallan en el Antiguo Testamento aunque confieses que lo aceptas. En efecto, entre las cosas que confiesas y más creíbles, no cuentas las siguientes: que es maldito todo el que pende de un madero11, ya que la maldición alcanza también a Jesús; o que ha de contarse entre los malditos a aquel que no deje descendencia en Israel, puesto que alcanza a todas las vírgenes y jóvenes consagrados a Dios; o que hay que eliminar de raíz de su raza a quien no circuncide la carne de su prepucio12, ya que alcanza a todo cristiano; o que hay que lapidar a quien no guarde el sábado13; o que no hay que perdonar a nadie que incumpla cualquier mandamiento del Antiguo Testamento.

Si tú creyeses y admitieses firmemente que han sido mandadas por Dios, créeme, habrías sido el primero en poner la mano sobre Cristo y ahora no te encolerizarías contra los judíos, quienes, al perseguirle con ardor y energía, cumplieron los mandamientos de su Dios.

Los maniqueos aplican al Nuevo Testamento el mismo criterio que los católicos al Antiguo

6. No ignoro, es verdad, que no os atrevéis a declarar que estas cosas son falsas, sino que se mandaron temporalmente a los judíos, esto es, hasta que llegase Cristo. Como, según vuestro parecer, ya vino, anunciado por el mismo Antiguo Testamento, que él os enseñe ya qué hay que aceptar de él y que hay que rechazar. Luego veremos si los profetas presagiaron a Jesús. De momento es oportuno que responda a esto, puesto que, si Jesús, anunciado por el Antiguo Testamento, distingue y carda y enseña que hay que aceptar pocas cosas y rechazar la mayor parte de ellas, también a nosotros nos enseña el Paráclito prometido en el Nuevo Testamento qué debemos aceptar de él y qué debemos rechazar. Sobre dicho Paráclito dice espontáneamente Jesús en el evangelio en el momento de prometerlo: Él os introducirá en la verdad plena, él os anunciará y recordará todo14. Por ello, sé anos lícito a nosotros respecto al Nuevo Testamento, por obra del Paráclito, lo que os es lícito a vosotros respecto al Antiguo, por obra de Jesús. A no ser que os parezca que vale más el Testamento del Hijo que el del Padre, si es que es del Padre, de modo que, como se reprueban tantas cosas de éste último, nada haya en el otro que merezca aprobación. Sobre todo teniendo en cuenta que consta que, como dijimos, no fue escrito ni por Cristo ni por sus apóstoles.

Qué aceptan del Nuevo Testamento

7. Por lo cual, igual que vosotros sólo admitís del Antiguo Testamento las profecías y aquellos preceptos civiles que mencionamos antes y que pertenecen al ordenamiento de la vida social, y, en cambio, sobreseísteis la circuncisión, los sacrificios, el sábado y su observancia y los ácimos, ¿qué tiene de particular que también nosotros sólo aceptemos del Nuevo Testamento lo que descubrimos dicho en honor y alabanza del Hijo de la Majestad ya por el mismo Cristo, ya por sus apóstoles? Además, una vez que somos ya perfectos y fieles, hemos pasado por alto las demás cosas que o bien fueron dichas entonces desde la ingenuidad e ignorancia por personas desinformadas 4, o bien nos objetan indirecta y malignamente los enemigos, o bien fueron afirmadas y luego trasmitidas a la posteridad por sus autores desde la imprudencia.

Con todo, esto es lo que digo: nacer de una mujer es un acto torpe; ser circuncidado como los judíos equivale a un sacrificio gentil; ser bautizado es un acto humillante; ser llevado por el diablo por el desierto y ser tentado por él es lo más miserable. Exceptuado esto, y lo que los autores, bajo falsa testificación, interpolaron tomándolo del Antiguo Testamento, creemos todo lo restante, esto es: además de su mística crucifixión, por la que se muestran a nuestra alma las heridas de la pasión, tanto sus preceptos saludables, como sus parábolas y todas sus palabras deíficas que, al presentar sobre todo la distinción de las dos naturalezas, no hay duda de que son de él.

No hay, pues, razón para pensar que debo creer todo lo contenido en los evangelios, si tú, como antes he mostrado, apenas tocas con la punta de los labios, como suele decirse, el excelente licor del Antiguo Testamento.

No son equiparables las conductas de los maniqueos y de los católicos, respecto al Nuevo y Antiguo Testamento respectivamente

8. Agustín: Nosotros alabamos, como se merecen, todos los escritos del Antiguo Testamento, mientras que vosotros golpeáis los del Nuevo como si estuvieran falseados y corrompidos. Nosotros no sólo afirmamos, sino que mostramos y enseñamos, mediante los escritos apostólicos, que lo que no observamos ahora de los libros del Antiguo Testamento se mandó de forma ajustada a aquel tiempo y a aquel pueblo, y para nosotros que no lo observamos son signo de realidades que hemos de entender y retener en sentido espiritual.

Vosotros, en cambio, reprendéis sin más lo que no aceptáis de los libros del Nuevo Testamento y afirmáis que no lo dijo ni escribió ni Cristo ni sus apóstoles. Veis, pues, la gran distancia que nos separa a nosotros de vosotros al respecto. Cuando se os pregunta por qué no aceptáis todo lo contenido en los libros del Nuevo Testamento, sino que, hasta en los que aprobáis algo, rechazáis, reprobáis y recrimináis muchas cosas, pretendiendo que se trata de interpolaciones, obra de ciertos falsarios, no os amparéis en la distinción que establecemos nosotros entre lo que creemos y lo que observamos (respecto al Antiguo testamento), sino dad razón de vuestra presunción.

Por qué no se cumple en su materialidad el Antiguo Testamento

9. Si se nos pregunta por qué no tributamos culto a Dios con el mismo ceremonial con el que se lo rindieron los padres hebreos en tiempos del Antiguo Testamento, respondemos que Dios nos mandó, por medio de los padres del Nuevo Testamento, otra cosa distinta, pero en ningún modo contraria al Antiguo, puesto que hasta está predicho en él. Así lo anunció el profeta: Ved que llegarán días, dice el Señor, en que estableceré definitivamente una alianza nueva con la casa de Israel y con la casa de Judá, no como la alianza que hice con sus padres en el día en que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto15.

Ved que también se profetizó que no había de perdurar aquella alianza, sino que habría una nueva. Si se nos objetara que nosotros no pertenecemos a la casa de Israel ni a la casa de Judá, nos defenderíamos con la enseñanza del Apóstol. Él enseña que Cristo es la descendencia de Abrahán, y a nosotros, que pertenecemos a su cuerpo, nos dice: En consecuencia, sois linaje de Abrahán16. Además, si se nos preguntara por qué aceptamos la autoridad de aquel Testamento, si no mantenemos su ceremonial, respondemos también a ello con los escritos apostólicos. Dice en efecto Pablo: Que nadie os juzgue en el comer o en el beber, o en las fiestas o novilunios o sábados, que son sombra de realidades futuras17.

Así mostró por qué conviene leer y aceptar tales cosas, es decir, para no apagar la profecía, puesto que fueron hechas como sombra de realidades futuras. Mostró igualmente que no debemos preocuparnos de quienes quieran juzgarnos porque ya no las observamos en su materialidad, como dijo de forma parecida en otro lugar: Todo esto les acontecía en figura para nosotros; fue escrito para corregirnos a nosotros para quienes ha llegado ya el fin de los siglos18. Por tanto, cuando se lee en el instrumento, el Antiguo Testamento, algo semejante que no se nos haya mandado observar o que incluso se nos haya prohibido en el Nuevo, en vez de reprocharlo hay que investigar de qué es signo, puesto que el hecho de que ya no se observe prueba que se ha cumplido, no que esté condenado. Al respecto ya he dicho mucho.

Interpretación figurada de la ley del levirato

10. Fausto, al no entenderlo, objetó, como si fuera un delito, a los mandamientos del Antiguo Testamento, el ordenar al hermano casarse con la mujer de su hermano, a fin de que procurase descendencia no para él mismo, sino para el hermano, y que lo que naciera de él llevase el nombre del hermano19. ¿Qué otra cosa anticipa en figura sino que todo predicador del evangelio debe trabajar en la Iglesia de modo que procure descendencia a su difunto hermano, es decir, a Cristo, que murió por nosotros, y que lo que nazca reciba su nombre del mismo Cristo? Además, el Apóstol, cumpliendo este mandato no ya carnalmente en su materialidad significativa, sino espiritualmente en su verdad manifestada, se puso hecho una furia con quienes recordó que había engendrado en Cristo Jesús por medio del evangelio20, e increpando a quienes querían ser de Pablo, los corrigió diciéndoles: ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?21 Como si les dijera: «Yo os he engendrado para mi difunto hermano; os llamáis cristianos, no paulinos».

Pero al que, habiendo sido elegido por la Iglesia, rehúse el ministerio de evangelizar, con razón y dignidad lo desprecia la misma Iglesia. Esto es lo que significa el mandato de escupirle en el rostro. Y también como señal de ese oprobio se le descalza un pie, para que no se cuente entre aquellos a quienes dice el Apóstol: y los pies calzados para preparar el evangelio de la paz y de quienes recuerda el profeta: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de quienes anuncian el bien!22 Quien tiene la fe evangélica de forma que saca provecho él mismo y no rehúye el ser de provecho para la Iglesia, se entiende justamente que tiene calzados ambos pies. En cambio quien juzga que personalmente le basta con creer y rehúsa preocuparse por ganar a otros, no significará en figura, sino que llevará en sí, hecho realidad, el oprobio de aquel descalzo.

Celebración católica de la Pascua y fiesta de los ácimos

11. ¿Qué más? Nos recrimina que celebremos la Pascua y nos denosta porque no lo hacemos como los judíos. Nosotros tenemos el cordero en la realidad presente del evangelio, no como sombra del futuro, y no apuntamos a su muerte como algo futuro, sino que la conmemoramos ya realizada, tanto a diario, como, sobre todo, en la solemnidad anual. Por eso, la fecha de nuestra solemnidad pascual no coincide con la de celebración de la pascua judía, todavía una sombra, para hacerla combinar con el día del Señor, en el que Cristo resucitó.

Respecto a los ácimos, los cristianos de recta fe los observan no en la levadura de la vida antigua, esto es, de la malicia, sino en la verdad y autenticidad de la misma fe23; no durante siete días, sino a diario. El hecho está significado en el número de siete días, medida cotidiana de cómputo del tiempo. Aunque implica un tanto de fatiga en este mundo, porque el camino que conduce a la vida es estrecho y angosto24, la recompensa que nos aguarda está asegurada. Esa misma fatiga está significada en aquellas hierbas que son un tanto amargas.

...de la fiesta de Pentecostés

12. También celebramos la fiesta de Pentecostés, esto es, el día quincuagésimo a partir de la pasión y resurrección del Señor, en el que nos envió el Espíritu Santo Paráclito que había prometido25. La misma pascua de los judíos simbolizó que iba a acontecer así, al recibir Moisés en la montaña la ley escrita por el dedo de Dios a los cincuenta días de la celebración de la muerte del cordero26. Leed el evangelio y advertid cómo allí se llamó dedo de Dios al Espíritu Santo27. En la Iglesia se celebran cada año aquellos hechos notables y extraordinarios que tuvieron lugar en ciertas fechas, a fin de que la celebración común de la festividad conserve su memoria necesaria y saludable. Por tanto, si queréis saber por qué celebramos la pascua, es por esto: «Porque entonces se inmoló Cristo por nosotros». Si queréis saber por qué no la celebramos conforme al ceremonial judío, es por esto: «Porque aquélla era una prefiguración de la verdad que iba a venir, y ésta la conmemoración de la verdad ya hecha realidad». Hasta nuestras mismas palabras son distintas para señalar al futuro y al pasado. De ello ya he hablado lo suficiente en esta misma obra.

Razón de la abstinencia de ciertas carnes

13. Pero si preguntáis también por qué de entre todos los alimentos que, como sombra de realidades futuras, se prohibieron a aquel pueblo, sólo nos privamos de la carne de animal muerto y de la inmolada a los ídolos, escuchad también esto, y anteponed alguna vez la verdad a las calumnias de la vanidad. Es el Apóstol quien señala por qué no conviene al cristiano comer carne inmolada, cuando dice: No quiero que os hagáis socios de los demonios28. Al decir: Pero lo que inmolan los gentiles, a los demonios lo inmolan, no a Dios no reprocha la inmolación que realizaban los padres prefigurando la sangre del sacrificio con que Cristo nos redimió. A continuación añade lo que cité antes: No quiero que os hagáis socios de los demonios. En efecto, si la naturaleza misma de la carne inmolada fuese impura, contaminaría incluso a quien no supiera que era inmolada. Ni lo sería tanto menos cuanto más sabedor de ello fuese quien la toma, aunque se la evite por razones de conciencia, para no dar la impresión de entrar en comunión con los demonios.

En cuanto a la carne muerta, pienso que el uso humano no la admite como alimento, por el hecho de que la carne de los animales no matados, sino muertos ellos, es mórbida y no afta para la salud del cuerpo, en fundón de la cual tomamos e alimento. El derramamiento de sangre que se mandó en figura —cuyo significado hemos mostrado ya— a los antiguos, esto es, al mismo Noé tras el diluvio29, lo comprende la mayor parte30. También en los Hechos de los apóstoles se lee que los apóstoles mandaron a los gentiles abstenerse únicamente de la fornicación y de las carnes inmoladas y de la sangre, es decir, que no comieran carne sin desangrar. Otros lo entendieron diversamente: como si ordenase abstenerse de la sangre, para evitar contaminarse con un homicidio.

Discutir esto ahora llevaría mucho tiempo y no hay necesidad. En efecto, si los apóstoles mandaron entonces a los cristianos abstenerse de la sangre de los animales, para que evitasen comer las carnes de animales ahogados, me parece que eligieron algo fácil para aquel momento y nada oneroso de cumplir, en cuya observancia se aunarían tanto los gentiles como los israelitas en atención a aquella piedra angular que une en sí a las dos paredes31. Al mismo tiempo mostraban que en la misma arca de Noé, cuando Dios mandó esto, estaba figurada la Iglesia de todos los pueblos, y que lo profetizado en ese hecho comenzaba ya a cumplirse en los gentiles que se acercaban a la fe. Sin embargo, pasado dicho momento, aunque aquellas dos paredes, una proveniente de la circuncisión y otra del prepucio, hallaban su armonía en la piedra angular, descollaban por separado por alguna de sus propiedades.

Mas cuando la iglesia de los gentiles se hizo tal que en ella no se hallaba ningún israelita según la carne, ¿qué cristiano mantiene la observancia de no tocar tordos u otras aves menores si no se los ha desangrado, o no come liebre si se la ha matado con un golpe de mano en la cerviz sin derramar sangre? Y los quizá pocos que aún temen tocar estas cosas son objeto de mofa por parte de los demás. De esta manera la proclama de la verdad dominó los ánimos de todos al respecto: No os mancha lo que entra en vuestra boca, sino lo que sale de ella32. No condena la naturaleza de ningún alimento, sino la maldad que comete los pecados.

El ejemplo de la ciencia médica

14. Ya he mostrado con suficiente amplitud, respetando y encareciendo más aún la veneración hacia la misma Escritura, la razón por la que se escribieron las acciones de los antiguos, tanto las que parecen pecado a los necios y no instruidos, como las que realmente son pecado. Ya respondí antes en su lugar, al rebatir las objeciones que se hacían, lo referente a la maldición sobre el que pende del madero y sobre quien no deje descendencia en Israel. Con la única razón irrefutable de la verdad, que he extraído de la autoridad de las Sagradas Escrituras, he defendido absolutamente todas las cosas, tanto aquellas de las que ya me ocupé en particular en las partes anteriores de esta obra, como las otras parecidas que Fausto puso en el texto al que ahora respondo.

Todo lo que está escrito en aquellos libros del Antiguo Testamento lo alabamos, lo aceptamos y lo aprobamos en cuanto escrito con total verdad y utilidad para la vida eterna.

Respecto a los mandamientos presentes en esos libros, que no observamos en su materialidad, hemos entendido que en su momento fueron mandados con toda rectitud; hemos aprendido que son sombra de realidades futuras y hemos conocido que se están haciendo realidad ya ahora. Por lo tanto, el que no observaba entonces lo que se mandaba hacer para significar algo, sufría con justísimo juicio los castigos establecidos por Dios, igual que si alguien se atreviera ahora a violar con sacrílega temeridad los sacramentos del Nuevo Testamento, distintos por razón del tiempo. Pues igual que se alaba con razón a los entonces varones justos que no rehusaron ni la muerte por defender aquel ceremonial, así se alaba ahora a los santos mártires que no dudaron en morir por los sacramentos actuales. y como el enfermo no debe reprender a la ciencia médica si hoy le manda un medicamento y mañana le prohíbe incluso el que le había mandado antes —pues así lo pedía la salud del cuerpo—, de la misma manera el género humano, enfermo y cansado desde Adán hasta el fin del mundo, mientras el cuerpo que se corrompe agobia al alma33, tampoco debe reprender la medicina de Dios, porque en unos casos mandó observar una cosa, y en otros una cosa antes y otra después. Sobre todo teniendo en cuenta que ella misma anticipó que había de mandar algo distinto.

El verdadero Paráclito

15. Carece de valor la comparación que Fausto alega como excusa, esto es, que el Paráclito os seleccionó lo que tenéis que creer y os mostró lo que tenéis que rechazar del Nuevo Testamento en el que él fue profetizado, igual que Cristo lo hizo respecto al Antiguo, en el que fue profetizado de forma semejante.

Eso se podría decir con alguna verosimilitud, si en los libros del Antiguo Testamento hubiese algo sobre lo que nosotros afirmáramos que no está rectamente dicho, no está mandado por Dios ni escrito con verdad. No afirmamos nada de esto; antes bien aceptamos todo, tanto lo que observamos para vivir rectamente, como lo que no observamos, de manera, sin embargo, que ahora vemos que se cumple lo que entonces se mandó y se observó en profecía. Además, igual que leemos en esos libros, de los que vosotros no queréis aceptar todo, que se ha prometido el Paráclito, así también leemos en el libro, que vosotros hasta teméis nombrar lo, que fue enviado ya.

En los Hechos de los apóstoles, como ya he mencionado con frecuencia y no hace mucho, se lee con la máxima claridad que el día de Pentecostés fue enviado el Espíritu Santo quien, además, manifestó con su actuación quién era. Pues los primeros en recibirlo hablaron en las lenguas de todos34 para prometer con este signo la existencia de la Iglesia en todas las lenguas, es decir, en todos los pueblos, que le iba a predicar a él con toda verdad, igual que al Padre y al Hijo.

La teoría de las interpolaciones

16. Decid ya de una vez vosotros por qué no aceptáis todo lo contenido en los libros del Nuevo Testamento: si porque no son escritos de los apóstoles de Cristo, o porque los apóstoles de Cristo enseñaron algo no correcto. Respondéis: «Porque no los escribieron los apóstoles de Cristo. La opinión de quienes afirman que los apóstoles de Cristo no enseñaron lo correcto, es propia de los paganos». «¿Qué decís vosotros entonces? ¿Cómo mostráis que dichas Escrituras no nos las han ofrecido los apóstoles?» Respondéis: «Porque hay en ellos muchas contradicciones internas y entre sí». Es totalmente falso; vosotros no entendéis. En efecto, todo lo que Fausto presentó como contradictorio porque así os parece a vosotros, se ha mostrado que no lo es; y, sea lo que sea lo que podáis presentar, os enseñaré que no es ese el caso. ¿Quién puede soportar que un lector u oyente ose inculpar más fácilmente a una Escritura de tan grande autoridad que al vicio de su propia necedad? ¿Acaso afirmáis que el Paráclito os enseñó que estos escritos no son obra de los Apóstoles, sino que los escribieron otros bajo su nombre? Enseñadnos al menos que es el Paráclito ése de quien aprendisteis que dichos escritos no son de los apóstoles. O diréis acaso: «El mismo Cristo lo prometió y envió»? Se os responde: «Cristo no prometió ni envió en absoluto a ése». Y se os muestra cuándo envió al que prometió. Probad, pues, que Cristo lo envió. ¿Con qué avaláis a quien os inspira o, mejor, os engaña? Respondéis que con el evangelio. ¿Con qué evangelio? Con ese que no aceptáis en su totalidad, del que afirmáis que ha sido falsificado. ¿Quién hay que comience diciendo que su testigo está corrompido por la falsedad y luego lo presente a testificar? Si le damos fe en lo que queréis y no se la damos en lo que no queréis, ya no le damos fe a él, sino a vosotros. Ahora bien, si quisiéramos daros fe a vosotros, no reclamaríamos de vosotros un testigo. Además, la promesa del Paráclito incluía estas palabras: Él os introducirá en la verdad plena35. ¿Cómo, pues, os introducirá en la verdad plena quien os enseña que Cristo es un mentiroso?

A esto se añade otro punto. Supongamos que lográis demostrar que todo lo que se lee en el evangelio sobre la promesa del Paráclito es tal que sólo se puede entender referido a Manés, como se muestra que los profetas dijeron refiriéndose a Cristo lo que no cuadra a ninguno otro. Como tomáis el testimonio de códices que, según afirmación vuestra, están falsificados, diríamos que está falsificado e interpolado por vuestros antepasados, que corrompieron los códices, lo que allí leéis escrito sobre Manés de tal manera que no es posible entenderlo de otro. ¿Qué haríais, decidme, sino gritar que en ningún modo pudisteis vosotros falsificar los códices que ya estaban en manos de todos los cristianos? Porque, tan pronto como hubierais comenzado a hacerlo, os dejaría convictos la verdad de los ejemplares más antiguos. El motivo por el que vosotros no pudisteis corromperlos, es el mismo por el que nadie pudo hacerlo. Al primero que se hubiese atrevido a hacerlo, se le refutaría recurriendo a la comparación con muchos otros códices más antiguos. Sobre todo teniendo en cuenta que esa Escritura no está en una sola lengua, sino en muchas. En efecto, incluso ahora se corrigen algunos errores de los códices mediante el recurso a otros más antiguos o escritos en la lengua original.

Así, pues, o bien os veis obligados a reconocer que dichos códices son veraces, y al instante tiran por tierra vuestra herejía, o bien, si decís que son mendosos, quedáis imposibilitados para afirmar, amparados en su autoridad, al Paráclito. De esa manera, vosotros mismos habéis abatido vuestra herejía.

Manés no puede ser el Paráclito

17. A esto se añade todavía que el texto que contiene la promesa del Paráclito excluye por completo la hipótesis de Manés, que vino tantos años después. En efecto, Juan dice clarísimamente que el Espíritu Santo había de venir inmediatamente después de la resurrección y ascensión del Señor: Pues aún no se había otorgado el Espíritu Santo, porque Jesús aún no había sido glorificado36. Por tanto si la razón para no otorgarlo era que aún no había sido glorificado Jesús, sin duda, una vez glorificado él, ya había razón para otorgarlo al instante.

También los catafrigios afirmaron haber recibido ellos el Espíritu prometido, y por eso se apartaron de la fe católica, al intentar prohibir lo que Pablo concedió y condenar las segundas nupcias que él había permitido, apoyándose, para sus maquinaciones, en lo que se dijo sobre el Paráclito: Él os introducirá en la verdad plena37. Es decir, ni Pablo ni los demás apóstoles habían enseñado la verdad entera y habían reservado un lugar para el Paráclito de los Catafrigios. En apoyo de su tesis adujeron también las palabras de Pablo: Pues parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía; mas cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo parcial38. Como si el Apóstol tuviese sólo un conocimiento parcial y hubiese dicho profetizando: Haga lo que quiera; si se casa, no peca39 y, por tanto, la perfección traída por el Paráclito de Frigia había hecho desaparecer eso. Ante ello, cuando se les dice que están condenados por la autoridad de la Iglesia, prometida con tanta antelación y difundida por todo el orbe, responden que en este mismo hecho se ha cumplido en ellos lo dicho del Paráclito, a saber, que el mundo no lo puede recibir. ¿No soléis considerar como una predicción sobre Manés las palabras: Él os introducirá en la verdad plena; Cuando llegue lo perfecto desaparecerá lo parcial; El mundo no puede recibirlo?40

¿Qué herejía podrá surgir al fin bajo el nombre del Paráclito, que no se atreva a aplicarse con verosimilitud esos textos? ¿Hay acaso alguna herejía que no se designe como la verdad tanto más perfecta cuando más soberbia es, prometiendo introducir en la verdad plena e intentando eliminar la enseñanza de los apóstoles, que se opone a su error, como si por ella hubiese llegado lo que es perfecto? y como la Iglesia se agarra a la viva recomendación del Apóstol: Si alguien os anuncia algo distinto de lo que habéis recibido, sea maldito41, cuando el orbe entero comienza a considerarla maldita por anunciar algo distinto, inmediatamente recuerda lo que está escrito: El mundo no lo puede recibir.

Interpretación católica de los textos alegados por los maniqueos

18. Por tanto, ¿cómo podréis probar lo que se os reclama, esto es, que es el Paráclito aquel de quien aprendisteis que los evangelios no fueron escritos por los apóstoles? Porque nosotros probamos también que no es el Espíritu Santo Paráclito sino el que vino nada más ser glorificado Jesús. Pues no había sido otorgado porque aún no había sido glorificado.

Probamos también que él introduce en la verdad plena, pues no se entra en la verdad sino por el amor. Dice el Apóstol: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado42.

Enseñamos además que Pablo dijo: Cuando venga lo perfecto, refiriéndose exclusivamente a la perfección que consiste en la percepción de la vida eterna. Pues al hablar de ello dejó escrito: Ahora vemos en enigma, mas entonces veremos cara a cara43. A no ser que a todas luces queráis perder la cabeza, aquí tenéis que confesar que no veis a Dios cara a cara, pues aún no os ha llegado lo perfecto. De esta manera explicó suficientemente el Apóstol lo que pensaba al respecto. Esto no le ha de sobrevenir a los santos más que cuando se haya cumplido lo que dice también Juan: Seremos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es44, siendo entonces cuando el Espíritu Santo introduzca en la verdad plena de la que ahora hemos recibido una garantía. Las palabras: El mundo no lo puede recibir, se refieren a aquellos a los que la Escritura suele designar con el término «mundo», es decir, los amantes del mundo, o los impíos, o los carnales, de quienes afirma el Apóstol: El hombre animal no capta las cosas del Espíritu de Dios45. Se dice de ellos que son de este mundo, en tanto son incapaces de conocer algo que no sea esto corpóreo, lo que en este mundo les ha entrado por los sentidos. Igual que tampoco conocéis otra cosa vosotros que, al admirar esta luz del sol y de la luna, os imaginasteis que todo era divino, inspirándooslo aquel charlatán a quien vosotros, embaucados y embaucadores, consideráis como el Paráclito.

Por tanto, al no poder mostrar de ninguna manera cómo es él el Paráclito, no tenéis en qué apoyaros para enseñar que habéis descubierto, gracias a una autoridad solidísima, que los evangelios, de los que no queréis aceptar todo su contenido, no fueron escritos por los apóstoles de Cristo. No queda, pues, sino que digáis que habéis descubierto con vuestra razón que hay cosas en ellos que desvirtúan la gloria de Cristo, a saber: el relato allí presente de su nacimiento de una virgen, de su circuncisión, del sacrificio ofrecido por él, habitual entonces; de su bautismo, y de su tentación por el diablo.

Acepten en pleno la autoridad evangélica

19. Exceptuados estos hechos y los testimonios tomados del Antiguo Testamento e interpolados en dichos libros, conforme a las palabras de Fausto, reconocéis aceptar «todo lo restante, esto es: además de su mística crucifixión, por la que se muestran a nuestra alma las heridas de la pasión, tanto sus preceptos saludables, como sus parábolas y todas sus palabras deíficas que, al presentar sobre todo la distinción de las dos naturalezas, no hay duda de que son de él».

Ya veis que actuáis para eliminarla de las Escrituras y poner en la propia alma la autoridad que determine qué hay que aprobar y qué hay que rechazar en cada escrito del Nuevo Testamento. Con otras palabras, para no someterse a la autoridad de las Escrituras en orden a la fe, sino someterlas a ellas a uno mismo, de suerte que no le agrada algo porque lo lee escrito en autoridad tan sublime, sino que le parece que está rectamente escrito porque a él le agrada. ¿A quién te confías, alma desdichada, enflaquecida, envuelta en las nieblas de la carne? Deja pues de lado la autoridad, retírala, y da una explicación racional. Tu razón ¿no te conduce a tal punto que si no se cree que la naturaleza de Dios es violable y corruptible, vuestra interminable fábula no puede hallar un desenlace teatral?

Por último, ¿cómo sabes que hay ocho tierras y diez cielos, que Atlas sostiene el mundo y el Soporte del Esplendor lo mantiene colgado, y otros innumerables datos? ¿Cómo sabes eso? «Me lo enseñó Manés», respondes. Entonces, ¡infeliz!, le has creído a él, no lo has visto tú. Así, pues, respecto a esos millares de creaciones de tu imaginación fabulad ora, de los que estás vergonzosamente preñada, te sometiste a una autoridad conocida de nadie y sumamente irracional, hasta el punto de creerlo todo por la única razón de que está escrito en aquellos libros, a los que, en tu desdichado error, creíste que había que dar fe, no obstante que no te prueban nada. ¿Por qué no te sometes más bien a la autoridad evangélica para creer, para vivir? ¿Por qué no te sometes a ella para aprender que, hasta lo que te ofende, te ofende por tu pensamiento vacío y extraviado; para aprender asimismo que la naturaleza inmutable de Dios asumió algo de la criatura mortal; que, permaneciendo en ella no ficticia, sino verdaderamente, hizo y sufrió lo que convenía que esa criatura hiciese y sufriese por la salvación del género humano de la que había sido tomado, antes que creer que la naturaleza de Dios está sujeta a violación y corrupción; que una vez mancillada y oprimida no puede liberarse y purificarse en plenitud, sino que es condenada al castigo eterno del globo por una suprema necesidad de Dios? Se trata de una autoridad tan sólida, tan asentada, divulgada con tanta celebridad y tan encarecida desde los tiempos de los apóstoles hasta nuestros días por sucesiones que no deja lugar a duda.

Saber leer en el libro de la naturaleza

20. «Pero, dices, he creído lo que no me ha demostrado, porque me muestra a todas luces las dos naturalezas, la del bien y la del mal, en este mundo».

Eso es, ¡infeliz!, lo que te ha engañado. Como en la Escritura evangélica, no pudiste considerar como mal en este mundo otra cosa que lo que ofende a tu sensibilidad carnal: la serpiente, el fuego, el veneno y cosas semejantes. Ni fuiste capaz de tomar por bueno, sino lo que halaga a tu sensibilidad carnal con algún placer: el paladeo de los sabores, la suavidad de los olores, el resplandor de esta luz y cualquier otra cosa que pueda cautivar de modo semejante a tus oídos, ojos, narices o paladar. Reconociendo en Dios su autor, debías haber detenido antes tu mirada en la creación entera, como quien lee en un gran libro la naturaleza de las cosas. Y en el caso de que algo te ofendiese en él, antes que atreverte a reprochar algo a las obras de Dios, te hubiera sido más seguro creer que, en cuanto hombre, se te oculta la razón de ello, y así nunca habrías caído en bagatelas sacrílegas ni en ficciones blasfemas, con las cuales, al no entender de dónde procede el mal, intentas llenar a Dios de todos los males.

Criterios de autenticidad

21. Ahora ya, si nos preguntáis cómo sabemos que esas cartas son de los apóstoles, os respondemos brevemente: como vosotros sabéis que son de Manés aquellas otras que miserablemente anteponéis a su autoridad. Si alguien os plantea la cuestión y os clava el puñal de la contradicción, afirmando que no son de Manés los libros que presentáis como suyos, ¿qué haréis? ¿No os reiréis de los desvaríos de quien suelta la desvergüenza de su voz contra realidad tan confirmada por una serie tan grande de lazos y sucesiones? Como es cierto que tales libros son de Manés y que merece toda mofa quien, llegando al través y nacido tanto tiempo después, abra esta discusión al negarlo, es igualmente cierto que merecen mofa, o también compasión, los maniqueos que se atreven a decir algo parecido respecto a autoridad tan fundada, custodiada y mantenida desde la época de los apóstoles hasta nuestros días mediante sucesiones garantizadas.

Lo que afirman los apóstoles y lo que afirma Manés

22. Es el momento de comparar la autoridad de Manés con la de los apóstoles, pues es tan cierto que unas cartas son de ellos como es cierto que las otras son de él. Pero ¿quién compara a Manés con los apóstoles sino quien se separa de Cristo que envió a los apóstoles? ¿O quién percibió nunca en las palabras de Cristo dos naturalezas contrarias entre sí y provenientes de principios propios, sino quien no las conoce? Veamos lo que proclaman los apóstoles y lo que proclama Manés. Aquellos proclaman, en cuanto discípulos de la Verdad, su nacimiento y pasión verdaderos; éste, en cambio, se jacta de introducir en toda verdad y quiere conducir a un Cristo en el que proclama la falsedad de su pasión. Aquellos, a Cristo circuncidado en la carne que tomó del linaje de Abrahán; éste, a Dios despedazado en su misma naturaleza por la raza de las tinieblas. Aquellos, a Cristo ofrecido, como imitando al sacrificio que entonces se hacía piadosamente por la carne de Cristo; éste, a un miembro, no de la carne, sino de la sustancia divina, arrojado a la naturaleza de la raza adversa para que sea inmolado a todos los demonios. Aquellos, a Cristo bautizado en el Jordán para darnos ejemplo; éste, a Dios mismo sumergido personalmente en el fango de las tinieblas, sin poder salir de allí en su integridad; más aún, con una porción de sí condenada al castigo eterno por no poder purificarse. Aquellos, la carne de Cristo tentada por el jefe de los demonios; éste, una porción de Dios poseída por la raza de los demonios. Aquellos, la carne tentada para darnos ejemplo de cómo resistir al tentador; éste, aquella porción poseída de modo que no puede serle restituida ni siquiera tras su victoria. Finalmente, Manés anuncia una novedad, tomándola de la enseñanza de los demonios, como si él fuera de más categoría; los apóstoles, en cambio, ponderan lo que aprendieron de la enseñanza de Cristo, a saber, que quien anuncie alguna novedad sea maldito.