Libro XXIX
Nacimiento y muerte de Jesús: posición maniquea y católica
Docetismo de la encarnación
1. Fausto: —Entonces, si no nació, fue obra de magia el que fuera visto y sufriera la pasión.
—Esa argumentación se vuelve contra ti: si no fue fecundada su madre, fue obra de magia el que fuera llevado en el seno y fuera alumbrado. Consta que cae fuera de la ley de la naturaleza el que una virgen haya dado a luz y mucho más el que después del parto haya permanecido virgen. ¿Por qué no quieres que, contraviniendo también a la naturaleza, haya podido padecer por su propia voluntad sin haber nacido? Créeme; al respecto los dos mantenemos cosas contrarias la naturaleza, pero hay diferencias: nosotros con honra, vosotros con deshonra. Nosotros damos una razón probable de su pasión; vosotros no presentáis ninguna de su nacimiento, o, si la presentáis, es falsa. Finalmente, nosotros confesamos que sufrió sólo en apariencia y que no murió; vosotros creéis como cosa segura el parto y que fue llevado en el seno de una mujer. O, si no es así, confesad también vosotros, que eso aconteció de forma ilusoria, dando la impresión de que había nacido. Así toda nuestra disputa habrá llegado a su fin.
En efecto, eso que soléis afirmar con frecuencia, a saber, que necesariamente tuvo que nacer porque de otra manera no se le hubiera podido ver ni él hubiera podido hablar a los hombres, es algo ridículo, puesto que se demuestra que los ángeles han sido vistos y han hablado a los hombres, como han probado los nuestros muchas veces.
El que sea un caso único, no implica que sea obra de magia
2. Agustín: No se os dice que sea obra de magia el que muera quien no ha nacido. Ya mencioné antes cómo eso se dio en Adán. Pero supongamos que no se hubiese dado nunca. Si Cristo hubiera querido venir y aparecer en carne verdadera, aunque no tomada de una virgen, y nos hubiese redimido con una muerte verdadera, ¿quién se atrevería a decir que no lo pudo hacer? Pero era mejor lo que hizo: nació de una virgen y se dignó encarecer con su nacimiento uno y otro sexo, por cuya liberación había muerto, tomando cuerpo de varón, pero nacido de mujer. Con ese proceder se pronunció contra vosotros y os derribó por tierra a vosotros que proclamáis que fue el diablo, no Dios, el autor de los sexos.
Sí hay, en cambio, algo semejante a la magia en lo que vosotros afirmáis, es decir: que su pasión y muerte fue pura apariencia y un remedo engañoso, dando la impresión de morir quien no moría. De donde se deriva vuestra afirmación de que también su resurrección fue sólo remedada, ilusoria y falaz. No puede ser verdadera la resurrección de quien no ha muerto.
La consecuencia es que mostró asimismo falsas cicatrices a sus discípulos que dudaban, y que Tomás que exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!1, no fue confirmado por la verdad, sino burlado por el engaño.
Con vuestras palabras intentáis persuadir de que decís verdad al afirmar que Cristo mintió con todo su cuerpo. Es lo que se os objeta a vosotros: que os habéis inventado un Cristo tal, que, si no sois también mentirosos, no podéis ser verdaderos discípulos suyos. Por el hecho de que únicamente haya nacido así la carne de Cristo, no puede parecer obra de magia el que la carne de un hombre haya nacido de una virgen, igual que tampoco es obra de magia el que únicamente la carne de Cristo haya resucitado al tercer día, sin que vuelva ya a morir.
En ese caso, todos los milagros de Dios serían obra de la magia, porque fueron únicos. Pero sucedieron de verdad y manifestaron la verdad; no hubo burla de los hombres con engañosas prestidigitaciones. Con frecuencia se afirma de ellos que son contra la naturaleza, no porque se opongan a ella, sino porque superan los límites conocidos por nosotros. ¡Que el Señor, pues, aleje de las mentes de sus párvulos lo que Fausto intentó persuadir en tono de exhortación, es decir, que también nosotros confesemos que el nacimiento de Cristo fue ilusorio, no real! De esa manera llegará a su fin toda disputa entre nosotros. Es preferible permanecer en combate contra ellos y a favor de la verdad a vivir en concordia con ellos dentro de la falsedad.
Piden lo que no dan
3. Les pregunto: si nuestra contienda acaba una vez que afirmemos eso, ¿por qué no lo afirman ellos? ¿Por qué mantienen ellos que la muerte de Cristo no fue real, sino ilusoria, mientras que, respecto a su nacimiento, optaron por afirmar no que era ilusoria, sino inexistente? Si sintieron rubor ante el peso de la autoridad evangélica y por eso no se atrevieron a afirmar que Cristo no había padecido, al menos de forma aparente, la misma autoridad evangélica atestigua también su nacimiento. Pues aunque dos evangelistas relataron el parto de María2, ninguno calló que Jesús tuvo madre3. ¿Acaso tuvo vergüenza de predicar que también el nacimiento fue simulado, porque Mateo ofrece unas generaciones y Lucas otras, por lo que parece que no concuerdan? Preséntame un hombre que no entienda: pensará que los evangelistas tampoco concuerdan en muchas otras cosas referentes a la pasión de Cristo. Preséntame ahora otro que entienda: el acuerdo resultará pleno. ¿Acaso porque simular la muerte es honesto, mientras que simular también el nacimiento es deshonesto? Entonces, ¿por qué nos exhorta a confesarlo, para que pueda acabar nuestra contienda?
La razón por la que me parece a mí que no quiso predicar que el nacimiento de Cristo, igual que su muerte, había sido fingido, sino totalmente inexistente, aparecerá en otro apartado en que responderemos a otra cuestión.
Los miembros genitales no son torpes
4. ¡Lejos de nosotros pensar que haya alguna torpeza en los miembros de los santos, aunque sean los genitales! En verdad, se les llaman deshonestos porque no tienen el mismo aspecto bello que los otros miembros que están a la vista. Pero ved lo que dice el Apóstol, cuando persuade a la Iglesia de la unidad y trabazón de los miembros de nuestro cuerpo. Dice: Los miembros que parecen ser los más débiles del cuerpo, son indispensables. Y a los que parecen ser los más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes deshonestas las vestimos con mayor honestidad, pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no hubiera división alguna en el cuerpo4.
Es torpe el uso ilícito y no sometido a las leyes de la templanza de dichos miembros, no los miembros en sí, que los célibes y las vírgenes conservan en maravillosa integridad. Los mismos santos padres y madres casados se servían de ellos, pensando únicamente en la procreación, de suerte que no es en absoluto torpe el movimiento natural que no sirve a la lascivia, sino a la razón. Por tanto ¡cuánto menos torpes fueron dichos miembros en la virgen María que concibió por la fe la carne de Cristo! No sirvieron ni siquiera a la concepción humana y lícita, sino exclusivamente al alumbramiento de Dios. Con razón ella fue tan honrada que, conservando incluso su integridad corporal, nos trasvasó a Cristo para que le concibiéramos por la fe en nuestros corazones íntegros, y en cierto modo le alumbráramos por la confesión. Cristo nunca deterioraría a su madre con su nacimiento, hasta el punto de que a quien había otorgado el don de la fecundidad, le quitase la gloria de la virginidad. Esto fue una realidad, no un engaño; pero es algo nuevo, algo insólito, algo contra el curso sumamente conocido de la naturaleza, porque es algo grande, admirable, divino y por eso mismo verdadero, seguro, confirmado.
«También los ángeles, dice, fueron vistos y hablaron, aunque no nacieron». Como si nosotros dijéramos que Cristo no hubiera podido ser visto ni hablar de no haber nacido de una mujer. Pudo, pero no quiso, y por eso es mejor lo que quiso. Es cierto que él quiso esto precisamente porque lo hizo él, que, al contrario de vuestro Dios, no hizo nada por necesidad, sino todo porque quiso. No dudamos de que lo hizo, precisamente porque damos fe no a un hereje cualquiera, sino a su evangelio.