Libro XXIV
Antropología maniquea y católica
Antropología maniquea
1. Fausto: —¿Por qué negáis que Dios sea el autor del hombre?
—Nosotros no negamos que Dios sea el autor del hombre en su constitución íntegra, sino que preguntamos qué hombre proviene de Dios y el cuándo y el cómo de esa procedencia. Según el Apóstol, hay dos hombres. A uno de ellos en ocasiones lo llama hombre exterior, la mayor parte de las veces terreno y alguna vez también viejo; al otro lo denomina hombre interior, celestial y nuevo1. Cuál de estos dos es el que tiene a Dios por autor es lo que preguntamos, puesto que también son dos los momentos de nuestro nacimiento: uno, aquel en que la naturaleza nos arrojó, enredados en los lazos de la carne, a esta luz; el otro, cuando la verdad nos regeneró para sí, una vez convertidos del error e iniciados ya en la fe. Este momento del segundo nacimiento lo señaló Jesús en el evangelio al decir: Quien no renazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios2. Como Nicodemo, que no entendía bien, dudaba y preguntaba el modo cómo podía suceder eso —en efecto, un hombre anciano no puede entrar en el seno de su madre y nacer de nuevo—, Jesús le respondió y le dijo: Quien no nazca del agua y del Espíritu, no puede ver el reino de Dios. Y continúa: Lo que nace de la carne, es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu3. Por lo tanto, si no existe sólo un nacimiento corporal, sino que hay otro por el que renacemos en el espíritu, no se debe poner menos cuidado en investigar de cuál de esos dos nacimientos es autor Dios.
Los modos de nacimiento son dos: uno, aquel propio de la excitación y de la intemperancia, por el que nuestros padres nos siembran vergonzosamente mediante la lascivia; el otro, propio de la honestidad y santidad, por el que nos constituimos en discípulos en orden a la fe en Cristo Jesús por el Espíritu Santo bajo la enseñanza de los buenos. Por esa razón toda religión, y sobre todo la cristiana, convoca al sacramento a los niños no instruidos. Esto lo señala el mismo Apóstol al decir: Hijitos míos a quienes doy a luz de nuevo, hasta que Cristo se forme en vosotros4.
Por lo tanto, ya no se pregunta si Dios hace al hombre, sino cuándo, a qué hombre y de qué manera lo hace. Pues si el Señor nos forma a su imagen cuando somos formados en el seno, como, poco más o menos, agrada a los gentiles, a los judíos y a vosotros, nos hace ya viejos y nos crea mediante la excitación y la lascivia —cosa que ignoro si se ajusta a la divinidad—; si, por el contrario, creemos y nos convertimos a un estado de vida más santa, es entonces cuando Dios nos forma, como place a Cristo, a sus apóstoles y a nosotros: en efecto, Dios nos hace hombres nuevos y lo hace honesta y limpiamente. ¿Qué hay más adecuado o más conveniente a su santa y venerable Majestad que esto?
Y si no desdeñáis la autoridad de Pablo, os mostraremos con sus textos qué hombre hace Dios, y el cuándo y el cómo. Escribe a los efesios: Para que os despojéis, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo los deseos del error, renovaos en el espíritu de vuestra mente, y revestíos del hombre nuevo, que fue creado según Dios en la justicia y en la santidad de la verdad5. Ya ves cuándo es creado el hombre a imagen de Dios; adviertes aquí que he mostrado otro hombre, otro nacimiento y otra manera de nacer. En efecto, cuando dice «despojaos y revestíos», señala sin duda el tiempo de la fe; sin embargo, cuando atestigua que Dios crea al hombre nuevo, está indicando que el hombre viejo no tiene su origen en él, ni ha sido hecho conforme a él. Cuando continúa afirmando que aquél es hecho en santidad, justicia y verdad, designa y muestra el otro modo de nacer, del que dije que era muy distinto de éste, que inseminó nuestros cuerpos mediante los excitados abrazos de los padres, y mostró también que no procedía de Dios al demostrar que sólo el otro tenía su origen en Dios. Lo mismo dice de nuevo a los Colosenses: Despojaos del hombre viejo con sus obras y revestíos del nuevo, que se renueva en el conocimiento de Dios conforme a la imagen de quien le creó en nosotros. Aquí no mostró sólo que es el hombre nuevo el que hace Dios; enseñó además cuándo lo forma y de qué manera, es decir, en el conocimiento de Dios, expresión con que indica el tiempo de la fe. Y añadió: conforme a la imagen de quien le creó, de modo que se puede deducir que el hombre viejo ni es imagen de Dios ni ha sido formado por él. En el texto que sigue a continuación: Donde no hay macho ni hembra, judío ni griego, bárbaro ni escita6, muestra una vez más que este nacimiento, que nos hizo machos y hembras, griegos y judíos, escitas y bárbaros, no es aquel en que actúa Dios, cuando forma al hombre; Dios actúa en este otro que nos hace una sola cosa a nosotros, despojados de toda variedad de nacionalidad, de sexo y de condición, a ejemplo de quien es uno solo, es decir, de Cristo: Todos los que han sido bautizados en Cristo, se han revestido de Cristo; ya no hay judío ni griego, varón ni mujer, siervo ni libre, sino que en Cristo todos son uno7. El hombre es hecho por Dios, cuando se hace uno de muchos, no cuando a partir de uno se divide en muchas cosas. El primer nacimiento, es decir, el corporal, nos dividió; el segundo, inteligible y divino, nos hace unidad. Por eso, con toda razón nosotros pensamos que el primero hay que asignarlo a la naturaleza del cuerpo, y el segundo a la Majestad suprema. El mismo Apóstol dice a su vez a los corintios: Yo os he engendrado en Cristo Jesús por el evangelio8; y, hablando de sí mismo, a los gálatas: Cuando le plugo a aquel que me segregó del seno de mi madre, para revelar a su Hijo en mí, para que lo anunciara a los gentiles, no hice concesiones ni a la carne ni a la sangre9.
Ves, pues, que él afirma en todas partes que somos formados por Dios en este otro nacimiento, el espiritual, no en aquel otro obsceno e impúdico, que nos concibió, formó y engendró en el seno materno de una manera que no aventaja en excelencia y limpieza a la de los demás animales. Si quisierais prestar atención a esa realidad, descubriríais que, en esta parte, nuestra lejanía de vosotros no está tanto en lo que profesamos como en el modo de entenderlo. Pues a vosotros os ha agradado asignar al hombre viejo, exterior y terreno la formación por obra de Dios; nosotros sólo la hemos asignado al hombre celestial, interior y nuevo y no por temeridad o presunción, sino porque lo hemos aprendido de Cristo y de sus apóstoles, los primeros que consta lo enseñaron en el mundo.
El hombre interior y el hombre exterior paulinos
2. Agustín: El apóstol Pablo quiere que se entienda como hombre interior la mente espiritual, y como hombre exterior al cuerpo y a esta vida mortal. No se lee nunca en sus cartas que él dijese que ambos dos constituyan dos hombres simultáneamente, sino uno sólo, al que hizo Dios en su totalidad, es decir, tanto su interior como su exterior. No le hizo a imagen suya más que en lo interior, que, además de incorpóreo, es racional, distinguiéndose en ello de los animales.
No se trata, pues, de que hiciera a un hombre a su imagen y a otro no a su imagen. Como ambas cosas, lo interior y lo exterior, son a la vez un único hombre, a este único hombre lo hizo a su imagen, no en cuanto tiene cuerpo y vida corporal, sino en cuanto tiene mente racional, por la que conoce a Dios y se antepone por la misma excelencia de la razón a todos los seres irracionales.
Fausto concede que el hombre interior es obra de Dios: cuando se renueva, dice, en el conocimiento de Dios, conforme a la imagen de quien le creó. Reconozco que es afirmación del Apóstol10; ¿por qué no reconoce él como del Apóstol esta otra: Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad?11 He aquí cómo el Apóstol pregona que Dios es también el autor del hombre exterior. ¿Por qué elige de allí lo que cree que le apoya a él, y calla o rechaza lo que cercena las fábulas de Manés? De igual manera el mismo Pablo, hablando del hombre terreno y celestial y estableciendo la diferencia entre el mortal y el inmortal, entre lo que somos en Adán y lo que seremos en Cristo, adujo un testimonio sobre el cuerpo terreno, es decir, animal, tomado de la misma ley, del mismo libro y del mismo pasaje en el que está escrito que Dios hizo también el hombre terreno.
Al tratar sobre cómo y con qué cuerpo han de resucitar los muertos, puso algunas semejanzas tomadas de las semillas de los distintos granos. A éstas, que se siembran como simples granos, Dios les da un cuerpo, según su voluntad; a cada semilla uno propio. En dicho pasaje destruye el error de Manés que afirma que es la raza de las tinieblas, no Dios, la que crea la grana, las hierbas, y toda raíz y fruto, y que cree que Dios, más que hacerlas, está encadenado en esas formas y especies de cosas. Luego, tras decir esto contra la vaciedad sacrílega de Manés, pasó a hablar de la diferencia entre las carnes, escribiendo: No toda carne es la misma carne; de ahí pasó a la de los cuerpos celestes y a la de los terrestres, y a la transformación por la que nuestro cuerpo puede hacerse espiritual y celeste. Se siembra, dice, en la deshonra, pero resucitará en gloria; se siembra en la debilidad, pero resucitará en poder; se siembra un cuerpo animal, y resucitará un cuerpo espiritual. Y queriendo mostrar a partir de ahí el origen del cuerpo animal, dice: Si hay un cuerpo animal, lo hay también espiritual. Así está escrito también: El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente12. Esto aparece escrito en el Génesis13, donde se relata cómo Dios hizo al hombre e infundió un alma al cuerpo que había formado de la tierra. Con la expresión «hombre viejo» el Apóstol no indica otra cosa que la vida antigua que consiste en el pecado, en el que se vive según Adán, de quien dice: Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte; y de esta manera pasó a todos los hombres; en él pecaron todos14.
Por tanto, la totalidad de aquel hombre, es decir, en sus partes interior y exterior, se hizo viejo por el pecado y fue condenado al tormento de la muerte. Ahora nos renovamos según el hombre interior en el que nos reformamos según la imagen de su creador, despojándonos de la injusticia, es decir, del hombre viejo, y revistiéndonos de la justicia, esto es, del hombre nuevo. Entonces, cuando resucite el cuerpo espiritual que se siembra en condición animal, también el exterior recibirá la dignidad de la condición celeste, de modo que todo lo que fue creado es recreado y todo lo que fue hecho es rehecho, recreándolo quien lo había creado y rehaciéndolo quien lo había hecho. Esto lo explica brevemente al decir: El cuerpo está ciertamente muerto por el pecado, mientras el espíritu es vida por la justicia. Si el Espíritu de quien resucitó a Cristo de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos, vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros15.
Pues, ¿quién que esté instruido en la verdad católica ignora que, de los hombres, unos son varones y otras mujeres según el cuerpo, pero no según la mente espiritual en la que nos renovamos según la imagen de Dios? Con todo, una vez más el mismo Apóstol es testigo de que Dios hizo lo uno y lo otro al decir: ni la mujer sin el varón, ni el varón sin la mujer en el Señor; pues como la mujer procede del varón, así también el varón nace por la mujer; mas todo procede de Dios16. ¿Qué dice ante esto la lerda falacia de unos hombres alejados de la vida de Dios por la ignorancia que existe en ellos, debida a la ceguera de su corazón17, sino: en las cartas apostólicas es verdadero lo que queremos aceptar y falso lo que no queremos?
Sigan delirando así en cuanto maniqueos; pero vuelvan a sus cabales y dejen de ser maniqueos. Reconocen que el hombre interior se renueva a imagen de Dios e incluso aducen espontáneamente este testimonio: afirma Fausto que Dios hace al hombre precisamente en el momento en que el interior se renueva en el conocimiento de Dios. Por lo cual, cuando se les pregunta si lo hizo el mismo que lo rehace, o si lo constituyó el mismo que lo renueva, responden que sí. Si, a partir de su respuesta, les preguntamos cuándo formó al que ahora reforma, buscan dónde esconderse para no verse obligados a descubrir la infamia de su fábula. Y no afirman que Dios lo haya formado, creado o constituido, sino que lo hizo de una porción de su sustancia enviada contra sus enemigos. Sostienen asimismo que el hombre no se hizo viejo por el pecado, sino que la necesidad le hizo cautivo, sus enemigos lo deformaron y otras cosas que asquea mencionar. Al respecto mencionan también al Primer hombre, no aquel al que el Apóstol llama terreno por proceder de la tierra18, sino a no sé qué otro de su propiedad que sacan del arca de sus mentiras. Sobre él guarda Fausto el silencio más absoluto al proponerse la cuestión antropológica, temiendo que, si actuaba de otro modo, llegase a conocimiento de aquellos contra quienes disputa.