Libro XXIII
maniqueos y católicos ante la filiación davídica de Jesús
Las genealogías no se refieren al Hijo de Dios
1. Fausto: —En cierta ocasión hablaba yo ante un auditorio numeroso. Uno de los presentes, me preguntó:
—¿Aceptas que Jesús haya nacido de María?
Yo le respondí:
—¿A qué Jesús te refieres? En el judaísmo hubo muchos Jesús: uno fue el hijo de Nave, discípulo de Moisés1; otro el hijo de Josedek, sumo sacerdote2; otro, además, al que se le llama hijo de David3 y otro, por fin, el hijo de Dios4. ¿A cuál de éstos te refieres cuando me preguntas si acepto que haya nacido de María?
—Evidentemente, al Hijo de Dios.
Yo le respondí:
—¿Por autoridad de quién o por la enseñanza de qué maestro he de aceptarlo?
—Por la de Mateo, contestó él.
Intervine de nuevo yo:
—¿Qué escribió Mateo?
El replicó:
—Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán», etc5.
Una vez más intervine yo:
—Había pensado que ibas a decir: «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de Dios» y ya me había dispuesto a recurrir a la prescripción. Mas como ahora has citado fielmente el pasaje, no cabe sino exhortarte a que consideres lo que has leído. Ahí Mateo no confiesa haber pretendido escribir la generación del hijo de Dios, sino la del hijo de David.
No es el Hijo de Dios el nacido de María
2. Daré fe de momento a lo que afirma: admitiré que el hijo de David nació de María. En todo el pasaje relativo a la generación no hace aún ninguna mención del hijo de Dios; hay que esperar hasta el bautismo. En vano acusáis falsamente al escritor, como si hubiera encerrado al hijo de Dios en el seno de una mujer. Pero él parece levantar la voz y en el mismo título de la obra se exime de dicho sacrilegio, mostrando que escribió que fue el hijo de David, no el hijo de Dios, quien nació de aquel linaje. Si consideramos la mente y la intención de dicho autor sobre qué Jesús es el hijo de Dios, no quiere que aceptemos que es el nacido de María, sino el constituido como tal por medio del bautismo en el río Jordán. Afirma que allí bautizó Juan al que en el comienzo había designado como hijo de David; que en un determinado momento fue hecho hijo de Dios6, después de unos treinta años, si creemos a Lucas7, cuando se oyó la voz que le decía: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy8. Ya ves, pues, que lo que nació de María treinta años antes, según parece a Lucas, no es el mismo Hijo de Dios, sino quien fue hecho tal después, a partir del bautismo junto al Jordán, es decir, el hombre nuevo, el mismo que en nosotros, cuando nos convertimos a Dios del error de la gentilidad y le creemos.
Ignoro si eso satisface las exigencias de la fe que vosotros llamáis católica. De momento, así parece a Mateo, si el texto es suyo. En efecto, nunca se lee en el momento del parto de María aquello: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy, o Este es mi hijo muy amado, en quien me he complacido9; únicamente se lee en su bautismo en el Jordán. Si crees lo que está escrito, ciertamente serás ya mateano —así tengo que expresarme—, pero no católico. Conocemos la fe católica, que está tan lejos de esta afirmación de Mateo cuanto lo está de la verdad, puesto que vuestro símbolo contiene que creéis en Jesucristo el Hijo de Dios, que nació de la virgen María. Lo que os caracteriza a vosotros es aceptar que el Hijo de Dios nació de María; lo que caracteriza a Mateo, es que comenzó a ser tal a partir del Jordán, a nosotros que nació de Dios. Por tanto, si el texto es de Mateo, con su declaración él os contradice a vosotros tanto como a nosotros, dejando de lado que se le ve un poco más prudente que vosotros al asignar al hijo de David y no al hijo de Dios el nacimiento de una mujer. En consecuencia, es preciso que confeséis una de dos: o que no es Mateo quien parece afirmar eso, o que vosotros no tenéis la fe del apóstol.
El Jesús nacido de Maria no es hijo de David, y menos de Dios
3. A nosotros nadie puede apearnos de aceptar que el Hijo de Dios es quien ha nacido de Dios. Sin embargo, otorgando mucho a la imprudencia, hasta conceder cosas falsas, nosotros, antes que afirmar que nació del seno de una mujer, aceptamos que Jesús se convirtió en Hijo de Dios a partir del Jordán. Aunque, mientras no conste que lo engendró José, ni siquiera aquel a quien dio a luz María, si es que era alguien, se llama con propiedad hijo de David. Como negáis este punto, es necesario que reconozcáis lo otro, es decir, que no es hijo de David, porque ciertamente la genealogía va de Abrahán a David y de David a José, es decir, por la línea de los patriarcas hebreos.
Como, según se lee, no fue engendrado por José, tampoco será hijo de David, y es de extrema locura poner ya al comienzo que es hijo de David aquel de quien dirá que había nacido de María sin trato carnal con José. Por tanto, dado que ni siquiera se llama con propiedad hijo de David al engendrado de María, puesto que no nació de José, ¡cuanto menos será hijo de Dios!
María no pertenece a la tribu de David, luego el nacido de ella tampoco
4. Tampoco se demuestra que María perteneciese a la misma tribu a la que consta que pertenecía David —me refiero a la tribu de Judá, de quien procedían los reyes—, sino a la tribu de Leví, de la que procedían los sacerdotes. El hecho resulta evidente porque tuvo por padre a cierto sacerdote llamado Joaquín, de quien nunca se hace mención en dicha genealogía. ¿Cómo se afirma, entonces, que María pertenecía a la prosapia de la familia de David de la que no tuvo ni al padre ni al marido? Por tanto, no puede ser hijo de David el que nazca de ella, a no ser que relaciones a José con su madre, demostrando que es su hija o su esposa.
Jesús, hijo de David e Hijo de Dios
5. Agustín: Fe católica y al mismo tiempo apostólica es que nuestro Señor y Salvador Jesucristo es Hijo de Dios según la divinidad e hijo de David según la carne. Lo probamos con los textos del evangelio y de los apóstoles, de manera que no puede oponerse a nuestras pruebas más que quien se opone a dichos escritos. Proceder contrario al de Fausto que introduce a no sé quién diciéndole unas pocas palabras, sin presentar testimonio alguno contra las taimadas argucias del mismo Fausto.
Una vez que haya aportado los textos, no le quedará otra cosa que responder, sino recurrir al argumento mediante el cual intenta burlar y evitar la fuerza de la verdad manifiesta y explícita en las Sagradas Escrituras, replicando que se trata de textos falsos e interpolados en los códices divinos. Ya refuté con anterioridad en esta misma obra, en la medida en que me pareció suficiente, semejante demencia y su furiosa presunción y osadía. No es preciso repetirlo, pensando también en el volumen de la obra. ¿Qué necesidad hay de buscar y reunir todos los testimonios dispersos en las Escrituras con que probar contra él que en los libros de autoridad suprema y divina se afirma que es el Hijo de Dios unigénito, siempre Dios junto a Dios, el mismo a quien se llama también hijo de David, en atención a la condición servil que tomó de la virgen María, que tenía por cónyuge a José?
Puesto que quiso centrarse en Mateo, y yo no puedo insertar en este discurso el libro entero de Mateo, quien así lo desee, de momento léalo y vea cómo en su relato lleva hasta su pasión y resurrección a aquel a quien llama hijo de David en el momento de enumerar a sus progenitores, y cómo no dice que haya sido concebido y haya nacido de la virgen María y del Espíritu Santo otro distinto de él. Para confirmar esa realidad aduce incluso el testimonio del profeta: He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa «Dios con nosotros»10. Afirma igualmente que el bautizado por Juan fue quien oyó desde el cielo: Este es mi hijo amado en quien me he complacido11, el mismo de quien se había dicho ya, con ocasión del parto de la virgen, que era Dios con nosotros. A no ser que a Fausto le haya parecido que afirmar de él que es Dios es menos que afirmar que es hijo de Dios. A partir de aquí quiso conjeturar que Mateo era del parecer de que sólo había sido hecho hijo de Dios en el momento del bautismo, pues fue entonces cuando se produjo la voz del cielo: Este es mi hijo, siendo así que hasta el mismo evangelista había aportado antes el testimonio divino del profeta, que llamaba al hijo de la virgen Dios con nosotros.
Las falsedades de Fausto
6. Debemos mirar y observar a este charlatán desdichado y fuera de sus cabales, que no descuida, donde puede, echar sobre el lector de sus vaniloquios las nieblas de la falsedad, apoyándose incluso en los testimonios de las Escrituras. Así afirmó de Abrahán que no había creído a Dios que le había prometido un hijo de Sara, cuando yació con la esclava, aunque la Escritura testifica que aún no se le había prometido el parto de Sara12; o que había mentido al decir que su mujer era su hermana, no obstante no haber leído nunca en aquellos escritos, a los que hay que dar fe a este respecto, a qué linaje pertenecía. Igualmente afirmó respecto de su hijo Isaac que había dicho falsamente que Rebeca era su mujer, aunque allí consta claramente a qué linaje pertenecía13. Y respecto a Jacob, que cada día se peleaban entre sí sus cuatro mujeres por ver quien se anticipaba, cuando él volvía del campo, a llevarlo consigo a la cama, cosa que se demuestra que él nunca leyó a allí.
He aquí qué clase de hombre es ese que se gloría e odiar a los autores de los libros sagrados por considerarlos mentirosos; que se atreve a mentir respecto al evangelio, conocido de todos por la excelsitud de su autoridad, hasta tal punto que, para que no le aplaste el peso del nombre del Apóstol, quiere que se piense que no fue Mateo, sino no sé qué otro bajo el pseudónimo de Mateo quien escribió acerca de Cristo lo que no quiere creer y lo que intenta refutar con astucia trapacera.
Jesús no recibe la filiación divina en el bautismo
7. Sobre el agua del Jordán se oyeron desde el cielo las palabras: Este es mi hijo amado en quien me he complacido, idénticas a las que se oyeron en el monte (Tabor)14. Y el que se haya oído la voz desde el cielo en aquel momento, no excluye que fuera hijo de Dios con anterioridad, dado que desde el seno de la Virgen tomó la condición de esclavo quien, existiendo en la condición divina, no juzgó una rapiña el ser igual a Dios15. Además, el mismo apóstol Pablo dice clarísimamente en otro lugar: Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley16, empleando el término «mujer» de acuerdo con el uso hebreo. Es Hijo de Dios el mismo que es también Señor de David, según la divinidad; y él mismo es hijo de David al proceder de David según la carne.
Si no nos fuese de provecho creer esto, no lo encarecería con tanto esmero el mismo Apóstol a Timoteo, al decirle: Acuérdate que resucitó de entre los muertos Jesucristo, nacido del linaje de David, según mi evangelio17, advirtiendo con gran cuidado a los fieles que todo el que anuncie algo contrario a ese evangelio sea maldito18.
Jesús, hijo de David
8. ¿Qué puede inquietar al seguidor del santo evangelio el que se llame hijo de David a Cristo, nacido de una virgen sin unirse carnalmente con José, aunque Mateo no haga acabar en María, sino en José, la serie genealógica?
Procede así, en primer lugar, porque había que honrar a la persona del marido en atención al sexo viril. No ha de creerse que no fue marido por el hecho de que no se unió carnalmente, pues el mismo Mateo que narra que ella no concibió de la unión con José, sino del Espíritu Santo, es quien relata que el ángel llamó a María su cónyuge.
Y si no fue el apóstol Mateo el que escribió estos datos verdaderos, sino que, como piensan los maniqueos, alguno otro con su nombre intercaló esos datos falsos, ¿se contradiría a sí mismo en cosas tan claras y tan cercanas las unas a las otras? Según eso, primero le había llamado hijo de David, nacido de la virgen María sin concurso de ningún varón, y luego, al enumerar progresivamente sus progenitores, los había hecho llegar sin motivo alguno hasta aquel de quien él mismo había dicho que no se había unido con María.
Aunque hubiera sido uno el que enumeró los antepasados de Cristo desde David hasta José llamándole hijo de David, y otro el que dijo que había nacido de la virgen María sin concurso alguno de varón, ni siquiera en este caso deberíamos pensar sin más que se habían contradicho, quedando ambos o uno de ellos convictos de falsedad. Deberíamos pensar que pudo darse que ambos dijeran verdad. Es decir, que se llamase a José marido de María, a la que tenía por esposa con la que vivía en continencia; esposa, no por la unión carnal, sino por el afecto; no por la fusión de los cuerpos, sino —cosa de más valor— por la unión de las almas, por lo que no debía separarse al esposo de la madre de Cristo de la serie de progenitores de Cristo; y que la misma virgen María traía alguna vena de sangre de la estirpe de David, de modo que la carne de Cristo, incluso procreada de la virgen, no pudiese quedar excluida del linaje de David.
Dado que un único e idéntico narrador dice una y otra cosa, encarece lo uno y lo otro, es decir, que José es el esposo de María y que la madre de Cristo es virgen, que Cristo procede del linaje de David y que José está incluido en la serie de progenitores de Cristo que descienden de David, a quien prefiere creer al evangelio antes que a las fábulas de los herejes, ¿qué le queda sino creer que María no fue ajena al linaje de David y que no en vano se la llama cónyuge de José en atención a la jerarquía de los sexos y a la comunión entre las almas, aunque no se uniese a él carnalmente? ¿Qué le queda sino creer también que no debió excluirse a José, en atención a su condición de varón, de la serie de aquellas genealogías, para que, por ese mismo hecho, no se le considerase separado de aquella mujer, a la que lo mantenía unido el afecto del alma, y para que los hombres, fieles de Cristo, no pensasen que la unión carnal entre los cónyuges es tan importante en el matrimonio, que creyesen, en caso de faltar ella, que no eran cónyuges? Antes bien los matrimonios fieles deberían decir que se adhieren mucho más íntimamente a los miembros de Cristo porque han podido imitar a los padres de Cristo.
María perteneció al linaje de David
9. Nosotros creemos también que María perteneció al linaje de David porque creemos a las Escrituras que afirman lo uno y lo otro: que Cristo nació según la carne del linaje de David19 y que María es su madre, no por haber tenido trato carnal con su esposo, sino siendo virgen20. En consecuencia, quien afirma que María no fue pariente de David, claramente combate la autoridad tan destacada de esas Escrituras; ha de convencernos de que no perteneció al linaje de David, y ha de mostrarlo no con cualesquiera escritos, sino con los eclesiásticos, canónicos, católicos. Cualesquiera otros no tienen para nosotros autoridad ni peso alguno a este respecto. Aquellos son los que recibe y admite la Iglesia extendida por todo el orbe, profetizada asimismo por ellos y existente tal como fue profetizada.
Por ello, lo que Fausto escribió sobre la ascendencia de María, es decir, que tuvo por padre a cierto sacerdote de la tribu de Leví, de nombre Joaquín, no consta en ningún libro canónico, no estoy obligado a creerlo. Pero aun en el caso de que lo creyera, preferiría decir que el mismo Joaquín había pertenecido de alguna manera al linaje de David y que de algún modo habría pasado, mediante la adopción, de la tribu de Judá a la de Leví, ya él personalmente, ya alguno de sus progenitores, o que ciertamente había nacido en la tribu de Leví pero con alguna sangre de la estirpe de David.
El mismo Fausto reconoce que pudo darse que María fuese de la tribu de Leví, aunque entregada, según consta, a un varón del linaje de David, es decir, de la tribu de Judá, y afirma que de esa manera se podría aceptar que Cristo fuera hijo de David, si María hubiese sido hija de José. Por tanto, si una hija de José se hubiese casado dentro de la tribu de Leví, no sería incongruente considerar también hijo de David a quien hubiera nacido de ella en la tribu de Leví. De idéntica manera, si la madre de dicho Joaquín, al que Fausto menciona como padre de María, perteneciente a la tribu de Judá y al linaje de David, contrajo matrimonio dentro de la tribu de Leví, con toda razón y verdad se presentan como descendientes también del linaje de David tanto Joaquín como María y el hijo de María. Esto, pues, o algo parecido creería, si me sintiese vinculado por la autoridad de aquel escrito apócrifo en que se lee que Joaquín fue el padre de María, antes que aceptar que miente el evangelio en el que está escrito que Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador nuestro, nació del linaje de David según la carne, y que fue procreado mediante la virgen María. A nosotros nos basta, pues, con el hecho de que sus enemigos no pueden dejar convictas de falsedad alguna a las Escrituras que afirman esto y a las cuales damos fe.
El argumento último: la autoridad de la Escritura
10. No me replique a su vez: aunque yo no demuestre que María no desciende del linaje de David, te toca a ti demostrar que desciende de él. Te lo demuestro con un argumento muy claro y contundente: la autoridad bien asentada de la Escritura afirma que Cristo desciende del linaje de David y que María fue su madre, sin concurso de varón, siendo virgen. Pero ¡con qué enorme pudor creyó Fausto que detestaba una como torpeza al escribir: «y en vano acusáis falsamente al escritor, como si él hubiera encerrado al Hijo de Dios en el seno de una mujer»! La fe católica que cree que Cristo nació según la carne de una virgen, de ninguna manera encierra al mismo Hijo de Dios en el seno de una mujer, como si no quedara fuera de él, como si hubiera desertado del gobierno de cielo y tierra, como si se hubiese alejado del Padre. En cambio, vosotros, maniqueos, con ese vuestro corazón con el que no podéis pensar otra cosa que las creaciones corpóreas de vuestra imaginación, no comprendéis en absoluto cómo la Palabra de Dios, el Poder y la Sabiduría de Dios, que permanece en sí y en el Padre y gobierna la creación entera, se extiende con fortaleza de uno a otro confín y dispone todo con suavidad. Dentro de la facilidad admirable e inefable con que todo lo dispone, se preparó para sí una madre en la tierra y, para liberar a sus siervos de la servidumbre de la corrupción, asumió en ella la condición de siervo, esto es, un cuerpo mortal; una vez que lo asumió, lo manifestó, y una vez que lo manifestó y lo postró mediante la muerte, lo levantó de nuevo mediante la resurrección y, cual templo derribado, lo volvió a edificar. Vosotros, que teméis creer esto como si se tratase de un sacrilegio, no encerráis los miembros de vuestro Dios en el seno de una virgen, sino en los de todas las hembras de carne desde las de los elefantes hasta las moscas.
¿U os parece más despreciable el Cristo verdadero, porque afirmamos que la Palabra se hizo carne en un seno virginal de modo que, permaneciendo inviolable en su naturaleza sin cambio alguno en su ser, se adaptó un hombre como templo? ¿O es que vuestro Dios os resulta querido, porque, encadenado con los lazos de tantas carnes y mancillado en aquella porción por la que también va a quedar clavado en el globo, sin motivo suplica auxilio o incluso, completamente subyugado, no se le deja suplicarlo?