RÉPLICA A FAUSTO, EL MANIQUEO

Traducción: Pío de Luis, OSA

Libro XXI

Los maniqueos: ¿son monoteistas o politeistas?

Los maniqueos no admiten dos dioses

1. Fausto: —¿Hay un único Dios, o dos?

—Evidentemente uno solo.

—Entonces, ¿cómo afirmáis que hay dos?

—Nunca en nuestras palabras se oyó el nombre de dos dioses. Pero quiero saber de dónde te llega esa sospecha.

—De que enseñáis que hay dos principios: el del bien y el del mal.

—Es cierto que confesamos dos principios, pero a uno de ellos lo llamamos dios y al otro hyle, o para utilizar una expresión común y frecuente, demonio. Y si piensas que por eso se indican dos dioses, podrías pensar también que hay una doble salud cuando el médico habla de la enfermedad y de la salud. Asimismo, cuando uno menciona al bien y al mal, podrás pensar que se trata de dos bienes, y oyendo hablar de la abundancia y de la escasez, pensarás que hay una doble abundancia. ¿Qué dices? Si hablando yo de la blancura y de la negrura, del frío y del calor, de la dulzura y de la amargura, afirmases que he mostrado que hay dos blancuras, dos calores y dos dulzuras, ¿no darías la impresión de no estar en tu sano juicio y de tener el cerebro averiado? De idéntica manera cuando enseño que hay dos principios, Dios y la hyle, no por eso debo parecerte que enseño dos dioses. ¿O acaso, por el hecho de asignar todo efecto maléfico a la hyle y todo el benéfico a Dios, como es lógico, piensas que no se distinguen, o que llamamos a ambos dios? Si ello es así, oyendo hablar del veneno y de su antídoto, podrás pensar que no hay distinción entre ellos, o que hay que llamar a ambas realidades antídoto, porque cada una de ellas tiene su virtualidad, y cada uno produce su efecto. Ni oyendo hablar del médico y del que prepara venenos, los llamarás a ambos médico; u oyendo hablar del justo y del injusto los podrás llamar a ambos justos porque uno y otro obran algo. Si razonar de esa manera es un absurdo, ¡cuánto más absurdo es hablar de dos dioses con referencia a Dios y a hyle, precisamente porque cada uno de ellos obra algo. Por lo tanto, esta argumentación no tiene pies ni cabeza y carece de todo vigor. Como no puedes responder a lo que se trata, discutes sobre nombres.

No niego que a veces llamamos dios a la naturaleza contraria; pero no lo hacemos conforme a nuestra fe, sino conforme al nombre que presumen para ella sus adoradores, quienes imprudentemente la consideran Dios. Sucede lo mismo cuando el Apóstol dice: El dios de este mundo cegó las mentes de los infieles1. Le llama dios porque sus adoradores ya le llamaban así, pero añadiendo que ciega las mentes, para dar a entender que no es el Dios verdadero.

También Dios ciega justamente las mentes de los infieles

2. Agustín: En las discusiones con vosotros solemos oír hablar de dos dioses. Aunque lo negaste de entrada, lo confesaste poco después, tratando de explicar por qué habláis así, es decir, porque el Apóstol dijo: Deus saeculi huius excaecavit mentes infidelium. La mayor parte de los nuestros separan diversamente los términos de dicha sentencia, con el resultado de que es el verdadero Dios el que cegó las mentes de los infieles. Después de leer, in quibus Deus, suspenden la pronunciación; y luego siguen: saeculi huius excaecavit mentes infidelium. Aunque no separes de esa manera, sino que, con vistas a la exposición, cambies el orden de las palabras de este otro: «en quienes Dios cegó las mentes de los infieles de este mundo», resalta con claridad el mismo sentido que con el otro modo de separación. En efecto, la acción de cegar las mentes de los infieles puede referirse, según cierto modo de entenderla, al Dios verdadero. Acción que no surgiría de la malicia, sino de la justicia, como el mismo Pablo dice en otro lugar: ¿Acaso es injusto Dios al descargar su cólera?2 Y en otro texto: ¿Qué diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ningún modo, pues dice él a Moisés: Me apiadaré de quien me apiade y seré misericordioso con quien lo sea3.

Poniendo por delante, cosa que no admite réplica, que no hay injusticia en Dios, considera lo que dice poco después: Si Dios, queriendo manifestar su cólera y mostrar su poder, soportó con gran paciencia los vasos de la cólera, colmados para la perdición, y para darnos a conocer las riquezas de su gloria con los vasos de misericordia, que preparó para la gloria4, etc. Ciertamente aquí en ningún modo se puede afirmar que es un Dios el que manifiesta su cólera y muestra su poder en los vasos colmados para la perdición, y otro el que muestra sus riquezas en los vasos de misericordia, pues la enseñanza apostólica muestra que un único e idéntico Dios obra lo uno y lo otro. A esto se refiere también el texto: Por eso los entregó Dios a los apetitos de su corazón, a la impureza, para que deshonraran entre sí sus cuerpos. Y poco después: y como tuvieron a bien tener el conocimiento de Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir5. He aquí cómo el Dios verdadero y justo ciega las mentes de los infieles.

En los textos que he citado del Apóstol nunca se ha entendido otro Dios distinto del que envió a su Hijo a decir: He venido a este mundo para un juicio: para que los que no ven, vean y los que ven se vuelvan ciegos6. También aquí aparece claramente a las mentes de los fieles el modo en que Dios ciega las mentes de los infieles. Precede algo oculto entre lo oculto, donde Dios actúa el justísimo examen de su juicio, de modo que ciega las mentes de algunos e ilumina las de otros. A él se le dice con toda verdad: Tus juicios son un abismo profundo7. El Apóstol, lleno de admiración ante la impenetrable dimensión de esa profundidad, exclama: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Qué inescrutables son sus juicios!8, etc.

Los maniqueos no saben cantar la misericordia y la justicia de Dios

3. Vosotros, en cambio, sois incapaces de discernir entre la obra de la bondad y la de la justicia de Dios, pues queda lejos de vuestro corazón y de vuestra boca nuestro salterio en el que se lee: Te cantaré, Señor, la misericordia y la justicia9. Por ello, lo que os ofende como resultado de la debilidad de la mortalidad humana, lo separáis totalmente del arbitrio y justicia del verdadero Dios. Es decir, tenéis dispuesto otro dios malo, no manifestado por la verdad, sino inventado por la vanidad, al que atribuís no sólo cuanto hacéis contra la justicia, sino también cuanto padecéis conforme a ella. Atribuís a Dios la generosidad de sus dones y le retiráis el poder de castigar, como si Cristo hubiese dicho que tiene preparado para los malos un fuego eterno10 de otro Dios distinto de aquel que hace salir su sol sobre los buenos y sobre los malos y hace llover sobre justos e injustos11. ¿Por qué no entendéis que la gran bondad de un lado y la gran severidad del otro corresponden a un único Dios, sino porque no sabéis cantar la misericordia y la justicia? ¿Acaso no es el mismo que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos, el que desgaja las ramas naturales e injerta contra la naturaleza al olivo silvestre? ¿Acaso no dice de uno solo: Estás viendo, pues, la bondad y severidad de Dios; la severidad para con los desgajados, y, en cambio la bondad para ti, si permaneces en el bien?12 Habéis oído, habéis advertido cómo no retira de Dios la severidad del juez ni del hombre la libre voluntad. Es algo oculto, algo profundo, algo cerrado al pensamiento humano por un secreto inaccesible, cómo Dios castiga a un impío y justifica a otro impío. La verdad de las Sagradas Escrituras afirma una y otra cosa de él. ¿Acaso agrada garlar contra los juicios divinos por el hecho de que son inescrutables? ¡Cuánto más conveniente, cuánto más adecuado a nuestra capacidad es llenarse de admiración allí donde se sintió lleno de ella el Apóstol, y exclamar: ¡Oh profundidad de las riquezas de la ciencia y sabiduría de Dios! ¡Qué insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!13 ¿Cuánto mejor es llenarse de semejante admiración ante lo que eres incapaz de investigar, que querer inventar otro Dios malo, porque no pudiste comprender al único bueno? No se discute de nombres, sino de acciones.

Independientemente de cómo lo llamen, introducen otro dios

4. Fausto cree demasiado pronto haberse defendido con el simple afirmar: «No decimos que haya dos dioses, sino Dios e hyle». Además, si le preguntas a qué llama hyle, le oirás describirte justamente otro Dios. Si ellos llamasen hyle a la materia informe capaz de formas corporales, tal como la llamaron los antiguos, nadie de nosotros argüiría que la llaman Dios. Sin embargo, ¡qué error, qué locura enorme es tanto afirmar que el autor de los cuerpos es la materia corporal, como negar que Dios sea el autor de los cuerpos! Como, según vosotros, hace no sé qué otro lo que en realidad hace el Dios verdadero, esto es, las cualidades y formas de los cuerpos, de los elementos, de los animales, para que haya cuerpos, elementos, animales, independientemente del nombre con que le designéis, con razón se os achaca que, con vuestro error, introducís otro Dios.

En este único punto erráis doblemente con error sacrílego: en primer lugar, porque afirmáis que hace uno a quien os avergonzáis de llamar Dios lo que son obras de Dios —pero en ningún modo conseguiréis que no sea Dios, a no ser que neguéis que haga lo que no hace sino Dios—; en segundo lugar, porque vosotros pensáis que los bienes que obra el Dios bueno, los hace el dios malo y que son males, sintiendo horror con sensibilidad pueril a lo que no se ajusta a la debilidad del castigo de la mortalidad, y amando lo que se ajusta. En consecuencia, llamáis Malo al que hizo a la serpiente, y en cambio juzgáis un bien tan grande este sol, que no lo creéis hecho por Dios, sino proferido o enviado.

Sin embargo, el Dios verdadero en quien vosotros no creéis, lo que me produce un gran dolor, hizo tanto a la serpiente, entre otras realidades inferiores, como al sol entre otras superiores, y entre las realidades celestes más sublimes, no corporales, sino ya entre las espirituales, muchos seres, mucho mejores aún que esta luz, seres que ningún hombre carnal percibe, y ¡cuánto menos vosotros, que, al aborrecer la carne, no detestáis otra cosa que la regla por la que medís lo bueno y lo malo! Tampoco puede darse que penséis en otro mal distinto del que ofende a los sentidos carnales, ni en otro bien distinto del que deleita a la mirada carnal.

En todas las cosas actúa el mismo arte divino

5. Al considerar, pues, esas obras de Dios terrenas, débiles y mortales, que ocupan el último escalafón de los seres, pero ciertamente obras de Dios, tal como caen bajo nuestra vista, me siento indeciblemente movido a la alabanza de su creador que de tal modo es grande en las obras grandes que no es menor en las más pequeñas. Aunque los seres celestes y terrestres son diferentes entre sí, el arte divino que los crea, es en todos ellos idéntico a sí mismo, ya que es doquier perfecto en el hacer perfecto a todo ser dentro de su género. No creó el universo con la simple suma de los distintos seres, sino que, creando cada uno de ellos ordenados al conjunto del universo, se otorga entero a sí mismo en la creación de cada uno, haciendo y disponiendo todo de forma ajustada a sus lugares y orden respectivo, y otorgando a todos en particular y en conjunto lo que le conviene. Mirad en este como último escalón de la creación entera a los animales que vuelan, nadan, caminan y reptan. Son mortales; su vida, como está escrito, es vapor que dura poco14. Esta medida, diseñada por el óptimo creador, la aportan como en conjunto al universo para completarlo en la porción que corresponde a su especie, de modo que con estos seres mínimos son buenos todos, entre los cuales les son mejores los superiores.

Sin embargo, prestad atención y dadme cualquier animal, por abyecto que sea, cuya alma odie a su carne, y no la nutra más bien, le de calor, la anime con su movimiento vital, la gobierne y en cierto modo administre, de acuerdo con la pequeñez que le es propia, cierta totalidad suya que se le ha otorgado para proteger su incolumidad. Si el alma racional castiga su cuerpo y lo somete a servidumbre, para que su inmoderado apetito terreno no le impida alcanzar la sabiduría, incluso así está amando a su carne, que somete y ordena legítimamente a la obediencia de sí.

Finalmente, vosotros, aunque por vuestro error carnal odiéis la carne, no podéis sino amar la vuestra, mirar por su salud e incolumidad, evitar todo golpe, caída o climatología que la dañe, apetecer todas las defensas y la salud que la conserva: así mostráis que la ley natural prevalece contra la opinión de vuestro error.

El corazón extraviado impide ver a Dios por las criaturas

6. ¿Qué decir? En el mismo cuerpo, las vísceras vitales que se acomodan al todo, los miembros para obrar, los centros sensitivos, todos distintos por su ubicación y funciones, pero unidos en concorde unidad por la moderación de las medidas, la igualdad de los números, el orden de los pesos, ¿no indican que su artífice es el Dios verdadero, a quien se dijo con verdad: Has dispuesto todo con medida, número y peso?15 Por tanto, si no tuvierais el corazón extraviado y corrupto por las fábulas vacías de contenido, veríais con la inteligencia lo invisible de Dios a través de estos seres creados, incluso mediante las criaturas ínfimas y de carne. En efecto, ¿de dónde proceden las cosas que he mencionado sino de él, cuya unidad mantiene toda medida, cuya sabiduría da forma a toda belleza, cuya ley dispone todo orden? Y si no tenéis los ojos para ver esto, condúzcaos a ello la autoridad apostólica.

Todo ser vivo ama su carne

7. Cuando el Apóstol señalaba cómo debía ser el amor santo de los maridos hacia sus mujeres, tomó un ejemplo del alma del ser vivo. Dice: Quien ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborrece jamás a su propia carne, antes bien la alimenta y le da calor, como Cristo a su Iglesia16. ¡Ante vosotros está toda sustancia carnal! Ved cómo este acuerdo de la naturaleza se extiende a todo ser vivo, en paz consigo mismo con vistas a la salud, de modo que ama su carne. Y esto no se da sólo en los hombres que, cuando viven rectamente, no sólo miran por la salud de su carne, sino que incluso doman y reprimen los movimientos carnales, poniéndolos al servicio de la razón. También las bestias huyen del dolor, temen la muerte y nutriendo y dando calor a su carne, con cuanta rapidez les es posible, evitan lo que puede romper su concorde estructura o destruir la trabazón de sus miembros y la unión del cuerpo y del espíritu. Porque nadie aborrece jamás a su propia carne, antes bien le alimenta y le da calor, como Cristo a su Iglesia. Ved de donde partió y hasta donde ascendió; mirad, si podéis, qué fuerza obtiene del creador la criatura, cuya totalidad abarca desde las mismas realidades celestes hasta la carne y la sangre, decorada con la variedad de formas, y ordenada en la escala de los seres.

Otro texto del Apóstol que prueba lo mismo: 1Co 12,1ss

8. Cuando el Apóstol nos enseñaba una realidad, sin duda grande, divina y oculta, acerca de la diversidad de dones espirituales y, no obstante, en armoniosa unidad, nos puso, una vez más, un ejemplo tomado de nuestra misma carne, sin ocultar, al decir tales cosas, que Dios es su autor. Aunque es larga la cita, tomada de la carta a los corintios no tendré reparos en insertarla en esta obra: En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia. Sabéis cómo, seducidos, subíais sin rechistar a los ídolos, cuando erais gentiles. Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, dice: ¡Anatema es Jesús», y nadie puede decir: «Señor Jesús» sino en el Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para utilidad común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro fe, en el mismo Espíritu; a otro, don de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad.

Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido bautizados todos, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo», ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo», ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde quedaría el oído? Y si todo fuera oído, ¿dónde el olfato?

Dios dispuso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. Si todo fuera un solo miembro, ¿dónde quedaría el cuerpo? Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo. Y no puede decir el ojo a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!» Más bien, los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables. Y a los que nos parecen los más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes deshonestas las vestimos con mayor honestidad. Pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros. Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo17.

Si existe en vosotros no digo ya algo de fe cristiana para creer al Apóstol, sino alguna sensibilidad humana para ver lo que está claro, que cada cual vea y considere en sí mismo cuán verdaderas son estas cosas, cuán seguras, qué magníficas en su pequeñez y, por último, qué excelentes. El Apóstol las alabó de tal manera que por medio de estas realidades corporales y endebles que se ven, se pueden comprender más fácilmente las espirituales y sublimes que no se ven.

Dios es el autor del cuerpo humano

9. Así, pues, quien niegue que Dios es el autor de estos miembros y de nuestro cuerpo que así recomienda y alaba el Apóstol, ya veis a quién contradice, al anunciarnos algo distinto a lo que hemos recibido18. ¿Qué necesidad hay de que le refute yo? Antes le declararán anatema todos los cristianos. Dice el Apóstol: Dios ha formado el cuerpo19, y dice éste: «Hyle, no Dios». ¿Hay algo más claro que esta oposición, que antes merece condena que refutación? ¿Acaso también aquí el Apóstol, al decir: Dios, añadió: De este mundo?20

Si alguien entendiera a partir de aquel texto que es el diablo quien ciega las mentes de los infieles con sus malas insinuaciones, no lo negamos. Quienes dan su consentimiento a dichas insinuaciones pierden la luz de la justicia, al retribuir Dios lo que es justo. Todo esto lo leemos en las Sagradas Escrituras. En ella se dice de la seducción que viene del exterior: Temo que, igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes apartándose de la sencillez y castidad que hay en Cristo21. A eso se parece este nuevo texto: Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres22, y aquel otro que muestra que cada cual se seduce a sí mismo: Quien cree ser algo, no siendo nada, él mismo se seduce23. Igualmente el que antes recordé sobre la venganza de Dios: Dios los entregó a su réprobo sentir para que hagan lo que no les conviene24. También en los escritos antiguos, tras haber dicho: Dios no hizo la muerte ni se alegra de la perdición de los vivos25, se añade poco después: La muerte entró en la tierra por la envidia del diablo26. Asimismo, a propósito de la muerte, para que los hombres no se eximiesen de culpa, dijo: Pero los impíos la llamaron con sus manos y palabras, y teniéndola por amiga vinieron a parar en ella27. Sin embargo, dice en otro lugar: Los bienes y los males, la vida y la muerte, las riquezas y la pobreza provienen del Señor28.

A propósito de este texto, los hombres, llenos de turbación, no comprenden que en una única e idéntica obra mala, a la que, prescindiendo de la venganza manifiesta que vendrá después, acompaña otra de inmediato, una cosa procede de la astucia del que sugiere, otra de la maldad de quien accede, y otra de la justicia de quien castiga, puesto que el diablo sugiere, el hombre accede y Dios abandona. Por tanto, en la obra mala, esto es, en el cegar a los infieles, no me parece absurdo entenderla referida al diablo por su insinuación maligna, separando así las palabras: El Dios de este mundo. No se habla sin más de Dios, sin adición alguna, pues se le añade de este mundo, es decir, de los hombres impíos que no quieren florecer sino en este mundo. Interpretación conforme a la cual se llama también malo a este mundo, según está escrito: Para librarnos del actual mundo maligno29.

Lo mismo acontece en la expresión: Cuyo Dios es el vientre30; si no indicase allí de quiénes, no hubiese dicho: Dios es el vientre. Tampoco en los salmos se llamaría dioses a los demonios, sino añadiese: «de los gentiles». Pues así está escrito: Los dioses de los gentiles son los demonios31. En cambio aquí no aparece ni Dios de este mundo, ni Cuyo Dios es el vientre, ni Los dioses de los gentiles son los demonios, sino únicamente: Dios formó el cuerpo. Y no puede entenderse de otro sino del Dios verdadero creador de todo. Las expresiones anteriores llevan incluido el reproche; ésta última, en cambio, la alabanza. A no ser que Fausto entienda que Dios formó el cuerpo, no porque dispusiera, es decir, fabricara y construyera sus miembros, sino gracias a la mezcla de su luz. De esta forma, otro, el que fabricó el cuerpo, separó y colocó en sus respectivos lugares estos miembros, mientras que Dios se limitó a rebajar la maldad de esa construcción mezclándole su bondad. Con tales fábulas embotan las almas aún infantiles. Pero Dios acudiendo en socorro de los párvulos por la boca de los santos no les permitió decir eso siquiera. Un poco antes hallas escrito: Ahora bien, Dios dispuso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad32. ¿Quién no entenderá ya, de acuerdo con esto, que se afirma que formó el cuerpo el Dios que fabricó el cuerpo de muchos miembros que mantienen las funciones de las diversas operaciones en la trabazón de la unidad?

La mezcla de la luz divina no aportó ningún bien a los animales de la raza de las tinieblas

10. Digan, pues, los maniqueos si los animales que, según sus delirios, había fabricado la hyle en la raza de las tinieblas, carecían, antes de que Dios les infundiera su luz, de esa concordia entre los miembros, que tanto alaba el Apóstol. Digan si en ellos decía la cabeza a los pies o el ojo a la mano: No te necesito33. Nunca lo dijeron ni pudieron decirlo, pues les atribuyen acciones y obras semejantes: reptaban, caminaban, nadaban, volaban según la propia especie; también veían, oían y sentían por los demás sentidos; nutrían su cuerpo con los alimentos y moderación convenientes y cuidaban de él. Allí no faltaba tampoco la fecundidad de la prole, pues les atribuyen asimismo el apareamiento. Todas estas cosas, que Manés vitupera como obras de la hyle, no pueden tener lugar sin la concordia de los miembros que el Apóstol alaba y atribuye a Dios.

¿Dudáis todavía sobre a quién hay que seguir y a quién hay que condenar? ¿Qué dicen? ¿Que había allí también algunos seres que incluso hablaban, de forma que cuando ellos pronunciaban un discurso les escuchaban, les entendían y les daban su asentimiento todos los reptiles, cuadrúpedos, aves y peces? ¡Elocuencia admirable y plenamente divina! ¡Y eso que no habían escuchado a ningún profesor de gramática o de retórica, ni habían aprendido eso entre las lágrimas que les causaban las férulas y las varas!

Ese Fausto, para garlar con elegancia estas vaciedades, llegó, aunque tarde, a aprender cómo se elabora un discurso. Y aunque era de ingenio agudo, a fuerza de leer se rompió las cuerdas vocales, para que tan pocos le diesen su asentimiento cuando habla. ¡Oh desdichado, por haber nacido en esta luz y no en aquellas tinieblas! Allí le hubiesen escuchado con agrado y le hubiesen obedecido gozosamente cuando discurseaba contra la luz todos los bípedos, todos los polípodos, incluso todo reptil, desde el dragón hasta el caracol. En cambio aquí, cuando habla contra las tinieblas, la mayoría le considera más elocuente que sabio y muchos un perversísimo seductor. Entre los pocos maniqueos que le aplaudían como a un gran maestro, no había ningún animal que diese muestras de asentimiento y ni siquiera su caballo sabía algo de aquella doctrina, como si la porción divina se hubiera hecho presente en todos los animales para volverlos necios.

¿Qué significa esto, os ruego? Despertad de una vez, ¡miserables!, y comparad el pasado y el presente de todos los seres vivos, según vuestra fábula: entonces moraban en su tierra, ahora en este mundo; entonces sus cuerpos eran robustos, ahora son endebles; entonces la mirada de sus ojos era aguda para vivir con el gozo de invadir el territorio de Dios, ahora es tan obtusa que se aparta de los rayos del sol; entonces las mentes de los animales eran agudas para comprender el discurso del orador, ahora romas y completamente privadas de esa capacidad; entonces la elocuencia espontánea era grande y vigorosa, ahora a duras penas pequeña y exigua después de tanto empeño y fatiga. ¡Oh, qué grandes bienes perdió la raza de las tinieblas al mezclársele el bien!

Las antítesis de Fausto

11. En el mismo escrito al que estoy dando respuesta, Fausto se creyó un dechado de bien hablar al oponerse numerosas antítesis: la salud y la enfermedad, la abundancia y la escasez, lo blanco y lo negro, el calor y el frío, lo dulce y lo amargo. Paso por alto decir algo sobre lo blanco y lo negro, o sobre si los colores tienen alguna importancia con referencia al bien y al mal, pues sostienen que el blanco pertenece a Dios y el negro a la hyte. Dada su afirmación de que todas las especies de aves las creó la hyte, si fue Dios quien esparció el color blanco en sus plumas, ¿dónde se escondían los cuervos, cuando a los cisnes se les recubrió de blancura? Tampoco hay necesidad de hacer atribuciones al calor y al frío: una y otra cosa con moderación son sanas, sin moderación son dañinas.

Veamos las restantes antítesis. La del bien y el mal, que quizá debió poner en primer lugar, parece que quiso que se la entendiese en sentido genérico, es decir, de manera que la salud, la abundancia, la blancura, el calor, la dulzura pertenecen al bien, mientras la enfermedad, la escasez, la negrura, el frío, la amargura al mal. ¡Vea quien pueda con cuánta ignorancia e irreflexión! Para que no se piense que injurio a hombre alguno, nada objeto respecto a la blancura y la negrura, al calor y al frío, a la dulzura y la amargura; en cambio, haré la prescripción de la salud y la enfermedad. En efecto, si la blancura y la dulzura son dos bienes, y la negrura y la amargura, dos males, ¿cómo es qué muchísimas uvas y toda aceituna se vuelve más dulce a medida que se vuelven más negras? Es decir: al crecer en maldad se hacen mejores. Asimismo, si el calor y la salud son dos bienes, mientras que el frío y la enfermedad dos males, ¿por qué los cuerpos enferman con el calor? ¿Acaso tienen fiebre los cuerpos sanos? Mi objeción no va por aquí puesto que quizá él mencionó dichos términos incautamente, o como ejemplos de antítesis, sin vincularlas al bien o al mal, sobre todo teniendo en cuenta que nunca afirmaron que el fuego de la raza de las tinieblas fuese frío, pero sí malo su calor.

Salud y abundancia en el reino de las tinieblas

12. Pasemos esto por alto. Veamos lo que en dichas antítesis él mencionó como indudablemente bienes, a saber: la salud, la abundancia, la dulzura. ¿Es que no había salud corporal en aquella raza en la que aquellos seres animados pudieron nacer, crecer, engendrar y sobrevivir? Al contrario, era tal que, estando, según ellos deliran, algunas de sus hembras preñadas, cautivas y encadenadas en el cielo, sus fetos, aún inmaturos y por tanto abortivos, tras caer de lo alto a la tierra elegida, lograron sobrevivir, crecer, y engendrar las actuales clases de carne que son innumerables.

¿O faltaba abundancia allí donde los árboles pudieron nacer y multiplicarse con tanta fecundidad, no sólo en las aguas y vientos, sino incluso en el fuego y el humo, que de sus frutos engendraron los animales respectivos, se conservaron nutridos y cebados con la feracidad de esos árboles? La fecundidad de la prole atestigua la abundancia de alimento, precisamente allí donde no existía trabajo agrícola alguno, ni los cambios climáticos del verano y del invierno, ni giraba el sol para que se sucediesen las estaciones del año. Era perpetua, pues, la fertilidad de aquellos árboles, a los que, como no les faltó el elemento y el alimento específico para su generación, de igual manera les abundó siempre para su desarrollo. Tal fertilidad hacía que nunca faltasen los frutos, según vemos que los cidros están todo el año con flor y fruto, si se los riega de continuo.

Así, pues, allí había una gran abundancia y una gran seguridad de que nunca faltaría, pues no se temía ni siquiera al granizo donde no había exactores de la luz, a los que, según vuestra fábula, asustaban los truenos.

Dulce o amargo, veneno o antídoto son términos relativos

13. Si no hubieran tenido sus alimentos dulces y exquisitos, nunca los hubieran apetecido, nunca se hubiesen nutrido de ellos los cuerpos. La realidad es tal que un alimento determinado agrada o repugna según las características de cada cuerpo. Si agrada, se le llama dulce o exquisito; si repugna, se dice de él que es amargo, áspero, o que hay que rehusarlo por algún efecto desagradable. ¿No somos los hombres mismos de tal condición que la mayor parte de las veces a uno le apetece un alimento que a otro le repugna, ya por las circunstancias de la naturaleza, ya por la costumbre, ya por las condiciones de salud? ¡Cuánto más pueden los cuerpos de las bestias, de tan diversas especies, considerar agradable lo que para nosotros es amargo! ¿O es otra la razón por la que las cabras se encaraman para roer el olivo silvestre? En efecto, como para alguna enfermedad de los hombres la miel es amarga, así para la naturaleza de ese animal es exquisito el olivo silvestre. De esta manera se deja ver a los sabios escrutadores de la realidad la fuerza que tiene el orden, es decir, el mostrar y dar lo propio a cada cosa, y cuan gran bien es en los seres, desde los ínfimos a los supremos y desde los corpóreos hasta los espirituales.

Así, en la raza de las tinieblas, cuando el animal de un determinado elemento tomaba el alimento que nacía en su propio elemento, sin duda esa misma adecuación lo hacía placentero; si, por el contrario, hubiera ido a parar a un alimento de otro elemento, la misma inadecuación hubiese causado repugnancia al sentido del gusto. A esta repugnancia, o amargura, o aspereza, o falta de suavidad, o cualquier otra cosa, o, si es tan excesivo que con fuerza ajena rompe la trabazón y la armonía del cuerpo, y así le mata o le priva de sus fuerzas, se le llama también veneno únicamente por la falta de adecuación, porque para otra especie es alimento por adecuarse a ella. Un ejemplo: el pan, nuestro alimento cotidiano. Si lo come el gavilán muere, como nos pasaría a nosotros si comiéramos el eléboro, que sirve de alimento a la mayor parte de los ganados. Planta que, sin embargo, aplicada en cierta medida, se convierte en medicamento.

Si Fausto supiera esto o reflexionara sobre ello, con toda seguridad dejaría de poner el veneno y el antídoto como ejemplo de las dos naturalezas, la del bien y la del mal, como si Dios fuera el antídoto y la hyle el veneno, puesto que una misma cosa y una misma naturaleza tomada o aplicada con o sin adecuación aprovecha o daña. De esa manera, se puede decir, conforme a su fábula, que su Dios fue veneno para la raza de las tinieblas, pues de tal manera corrompió sus cuerpos tan robustos que los volvió sumamente endebles. Y como la misma luz fue capturada, oprimida y corrompida, ambos principios fueron veneno el uno para el otro.

Bienes en el reino de las tinieblas, males en el reino de la luz

14. En consecuencia, ¿por qué no decís que ambos principios son dos bienes o dos males, o mejor, dos bienes y dos males a la vez, dos bienes en símismos y dos males con referencia al otro? Luego, si fuera necesario, preguntaríamos cuál de ellos es mejor o peor. De momento, y dado que respecto a sí eran dos bienes, es lo que se va a considerar.

Dios reinaba en su tierra, reinaba también la hyle en la suya; en una y en otra gozaban de salud sus habitantes. En una y en otra había abundancia de frutos, en ambas fecundidad de hijos, y en una y otra parte la suavidad de los placeres propios.

«Pero, dice, si exceptuamos que estaba cercana a la luz, aquella raza era mala, y mala en sí misma». Por de pronto, yo he mencionado ya muchos bienes en ella; si vosotros pudierais mostrar también sus males, habrá dos reinos buenos, pero uno, aquel que carece de todo mal, mejor. ¿Cuáles fueron, según vosotros, sus males? «Se devastaban, dice, recíprocamente se dañaban, se mataban, se devoraban». Si ésta era la única ocupación que allí había, ¿cómo engendraban, nutrían, alcanzaban la madurez tan grandes ejércitos? La consecuencia es que allí había también sosiego y paz.

Pero reconozcamos que fue mejor aquel, en que no había discordia alguna. Ajustándome más a la realidad, yo hablaría mejor de dos bienes antes que de una realidad buena y otra mala, siendo mejor aquel en el que los distintos habitantes no se dañaban a sí mismos, ni entre sí, y bien inferior aquel en que, aun en el caso de que se atacasen recíprocamente, cada animal protegía su salud, su incolumidad, su naturaleza.

Sin embargo, al menos en un largo espacio de tiempo, no se puede comparar con vuestro Dios a aquel príncipe de las tinieblas a quien nadie ofrecía resistencia, a quien como rey sirvieron todos los seres, a todos siguieron en su discurso, algo que no pudo tener lugar sin gran paz y concordia. Los reinos felices son aquellos en que se obedece a los reyes con pleno acuerdo de todos. A esto se añade, que a ese príncipe estaban subordinados no sólo los seres de su especie, es decir, los bípedos, a los que consideráis como progenitores de los hombres, sino también todas las demás especies de animales, y se sometían a su voluntad haciendo lo que él mandase y creyendo lo que él les persuadiese.

Afirmando todo esto pensáis que los corazones de los hombres son tan sordos que esperan que vosotros llaméis segundo Dios al que ven que se le describe como tal a todas luces. En efecto, si eso lo lograron las fuerzas de ese príncipe, grande era su poder; si su honor, grande su fama; si el amor a él, grande la concordia, si el temor a él, grande la disciplina. Aunque hubiese algunos males entre todos estos bienes, ¿se le va ya a llamar por eso la naturaleza del mal, a no ser por boca de quienes no saben lo que dicen?

Además, si la consideráis como la naturaleza del mal porque no sólo era mala para con la otra naturaleza, sino porque tenía el mal incluso en sí misma, ¿pensáis que no es ningún mal la implacable necesidad que sufría vuestro Dios antes de mezclarse con la naturaleza contraria, hasta el punto de verse obligado a pelear con ella y enviar sus miembros a sus fauces para que sufrieran tal opresión, que nunca pudieran alcanzar la plena purificación? Ved que también en él había un gran mal antes de que se le mezclase lo que consideráis el único mal. O no podía sufrir daño y corrupción de parte de la raza de las tinieblas, y sufrió aquella necesidad por la propia necedad, o, si su sustancia podía sufrir corrupción, no tributáis culto al Dios incorruptible que proclama el Apóstol34. ¿Qué decís, pues? La misma capacidad de corrupción, que ciertamente aún no afectaba a aquella naturaleza, que, sin embargo, podría ser corrompida por otra, ¿no os parece un mal presente en vuestro Dios?

Males que sufría Dios

15. Además, ¿quién no verá que o bien carecía de presciencia —respecto a lo cual debéis pensar ya si no es una falta en Dios el carecer de ella e ignorar absolutamente lo que le va a sobrevenir de inmediato—, o, si tenía presciencia, él no podía vivir en la seguridad, sino en un temor perpetuo? Y ya advertís cuán gran mal es éste. ¿O acaso no sentía temor de que llegase de una vez el tiempo en que sus miembros fuesen devastados y manchados en aquel combate de tal forma que, a duras penas y después de mucha fatiga, consiguiesen librarse y purificarse, aunque nunca totalmente? Si a él no le afectaba eso —y ya veis cuán duro es afirmarlo—, sus miembros, los que iban a sufrir tan grandes males, con toda certeza sentían temor.

¿O ignoraban que les iba a suceder eso? En consecuencia, sea la que sea la porción de vuestro Dios que careció de presciencia, contadla entre los males presentes en vuestro bien supremo. ¿O acaso no sentían temor porque preveían al mismo tiempo que alcanzarían la liberación y el triunfo? En este caso, con toda seguridad lo sentirían por sus compañeros de los que sabían que, sujetos con cadenas eternas, iban a quedar en aquel globo, excluidos para siempre de su reino.

Han de admitir o dos naturalezas buenas o dos malas

16. ¿O estaba ausente de allí el amor, de suerte que no había la más mínima compasión fraterna hacia aquellos sobre quienes pendían los suplicios eternos, sin haber cometido pecado personal alguno anteriormente? ¿Qué decís? Las mismas almas que iban a quedar encadenadas en el globo, ¿no eran también ellas miembros de vuestro Dios? ¿No existe un único linaje y sustancia? Al menos ellas sentían temor y se inundaban de tristeza, al conocer que su cadena iba a durar para siempre. O, en el caso de que ellas lo desconociesen, si una porción de vuestro Dios lo preveía y otra no, ¿cómo habláis de una misma e idéntica sustancia? Si, pues, había también allí tan grandes males, antes de que se le mezclase el mal ajeno, ¿por qué os gloriáis de él como si fuese el bien puro, simple y supremo?

Por tanto, os veis obligados a confesar o dos naturalezas buenas o dos malas sin salir de esas mismas naturalezas. Si preferís hablar de dos naturalezas malas, os concedo que consideréis como la peor a cualquiera de ellas; si, por el contrario, preferís hablar de dos buenas, sea la que sea la que consideréis mejor, luego seguirá una investigación más esmerada, con tal de que desaparezca ese error vuestro por el que afirmáis que hay dos principios, correspondientes a las dos naturalezas, la del bien y la del mal, y ciertamente dos dioses, uno bueno y otro malo.

Si algo es malo porque daña a otra cosa, los dos principios se dañaron recíprocamente, independientemente de que una parte fuera más malvada, es decir, la primera en apetecer lo ajeno. Una, pues, quiso causar un mal, la otra devolvió mal por mal, y no aplicando la ley del talión, ojo por ojo35, que imprudente y desvergonzadamente soléis recriminar, sino de forma mucho más cruel. Elegid, por tanto, a cuál consideráis peor, si a la que tomó la delantera en querer dañar, o a la que quiso y pudo dañar más. La primera, en efecto, quiso gozar de la luz según su capacidad, la segunda la arrancó de raíz. Aquella, si hubiese conseguido lo que apetecía, ningún daño hubiese recabado para sí; ésta, en cambio, para abatir completamente al enemigo que se le oponía, causó un grave daño incluso a una porción de sí. Es lo que recoge aquella celebérrima y furibunda sentencia confiada a la memoria de algunos escritos: «Perezcan los amigos, con tal que los enemigos mueran con ellos». En efecto, una porción de Dios fue enviada a una inexpiable contaminación, para que hubiese con qué cubrir el globo en que había de ser sepultado vivo, para siempre, el enemigo. Tanto temor se le tendrá, incluso una vez vencido, tanto terror infundirá ya recluido, que la sempiterna miseria de una porción Dios otorga un tanto de seguridad a la porción restante de Dios.

¡Oh suprema inocencia de la bondad! Ved que incluso vuestro Dios hará aquello, por lo que lanzáis tan duras acusaciones contra la raza de las tinieblas, es decir, que daña a propios y a extraños. Esa misma acusación lanza contra vuestro Dios aquel globo del fin de los tiempos, en el que el enemigo es recluido y el ciudadano encadenado. Más aún, la parte a la que llamáis Dios le supera en la capacidad de dañar a extraños y a propios. Pues la hyle no quiso erradicar el reino ajeno, sino poseerlo. Y aunque hacía perecer a algunos de los suyos, consumidos por otros de los suyos, los transformaba luego en otras formas, para que, muriendo y renaciendo disfrutasen de la alegría de vivir por algún espacio de tiempo. En cambio ese Dios que describís como omnipotente y sumamente bueno, erradica a los extraños y castiga a los suyos para siempre. Y —cosa que sólo cree una locura aún más extraña— la hyle hiere a sus animales estando en guerra, mientras que Dios castiga a sus miembros cuando ha vencido. ¿Qué es esto, hombres vacuos?

Sin duda recordáis las palabras de Fausto hablando de Dios como el antídoto y de la hyle como el veneno. Ved que causa daño mayor vuestro antídoto que el veneno. ¿Acaso la hyle recluiría para siempre en tan horrible globo a Dios o pegaría a él a sus propias vísceras? Y —cosa aún más cruel—, acusa a sus mismos restos para que no parezca que fue incapaz de purificarlos.

En su Carta del Fundamento afirma Manés que aquellas almas se hicieron merecedoras de tal suplicio porque «toleraron alejarse de su anterior naturaleza luminosa, y se convirtieron en enemigas de la luz santa». La verdad es que fue él mismo quien las introdujo en aquel extravío para que se entenebreciesen tanto que se convirtiesen en enemigas de la luz. Si fueron contra su voluntad, fue injusto al forzarlas a ello; si fueron voluntariamente, fue ingrato al castigarlas. Si fueron capaces de prever que iban a convertirse en enemigas de quien era su propio origen, antes de la guerra las atormentó el temor, en la guerra quedaron manchadas sin expiación posible, después de la guerra, condenadas para siempre; es decir, nunca fueron felices. Si por el contrario no pudieron preverlo, antes de la guerra fueron desprevenidas, en la guerra incapaces, después de la guerra miserables; es decir, nunca fueron divinas. Y, ciertamente, lo que se afirma de ellas, se afirma también de Dios, dada la unidad de sustancia.

¿Puedo pensar que ya advertís cuán cruel es vuestra blasfemia? Y, sin embargo, a veces, como queriendo defender la bondad de Dios, aseguráis que otorga a la misma hyle algo de bien, a fin de que recluida en sí misma no se ensañe. ¿Tendrá entonces algo de bien cuando ya no tenga mezclado a ella ningún bien? ¿O, tal vez, igual que Dios, aunque antes de la guerra carecía de toda mezcla de mal, sufría una necesidad, sin duda un mal, así la hyle, aunque después de la guerra carecía de toda mezcla de bien, tendrá la mezcla, sin duda un bien? Afirmad pues, que hay dos principios malos, pero uno peor que otro, o que hay dos no sumamente buenos, sino uno mejor que el otro, de tal forma que al mejor le consideráis como más miserable. En efecto, si el resultado del gran combate que tuvo que librar no fue sino otorgar, una vez separada la hyle de su propia devastación y pegados los miembros de Dios en el globo, algo de bien a los enemigos e infligir tan gran mal a sus ciudadanos, pensad quién salió vencedor. Pero he aquí que el veneno es la hyle, que fue capaz de dar forma, solidez, nutrición y vida a sus animales; y el antídoto Dios, que fue capaz de condenar, pero no de sanar a sus miembros.

¡Insensatos! Ni aquélla es la hyle, ni éste es Dios. Sigan delirando así quienes, al no soportar la sana doctrina, se vuelven a las fábulas36.