Libro XX
Acusación recíproca de paganismo entre maniqueos y católicos
La religión maniquea no tiene nada que ver con la gentilidad
1. Fausto: —¿Por qué rendís culto al sol, sino porque sois paganos, es decir, un cisma de la gentilidad, y no una secta?
—Por eso mismo no está fuera de cuestión investigar, para poder verlo más claramente, si a nuestra realidad le cuadra esa denominación. Si ahora te expongo mi fe de modo llano, como se hace entre amigos, daré la impresión de que se trata de una ficción con carácter de excusa o de que me avergüenzo —¡lejos de mí tal cosa!— de tributar culto a los astros. Tú recíbelo como quieras; yo no me arrepentiré de haberlo dicho, al menos en atención a algunos que a estas alturas tendrán que saber que nuestra religión no tiene nada común con la gentilidad.
Trinidad maniquea
2. En efecto, bajo una triple apelación, nosotros tributamos culto a la única e idéntica divinidad de Dios Padre omnipotente, de Cristo su hijo y del Espíritu Santo. Pero creemos que el Padre mismo habita en la luz suprema y original, a la que Pablo designa, con otra terminología, como inaccesible1; en cambio, el Hijo subsiste en esta luz derivada y visible. Mas como este Hijo es doble, según lo conoció el Apóstol al decir que Cristo es el Poder de Dios y la Sabiduría de Dios2, creemos que en cuanto Poder habita en el sol, y en cuanto Sabiduría en la luna. A la vez afirmamos que todo este ámbito aéreo es la sede y morada del Espíritu Santo, que es la tercera majestad. Creemos asimismo que por la fuerza de éste y gracias a su efusión espiritual la tierra concibe y engendra al Jesús sufriente, vida y salvación de los hombres, que pende de todo madero. Por lo cual, desde el punto de vista religioso, pensamos de forma parecida nosotros con referencia a todo cuanto existe y vosotros respecto al pan y al cáliz, aunque profeséis el odio más acérrimo a los nuestros que lo defienden. Esta es nuestra fe. Si en otro momento piensas preguntar algo sobre ella, tendrás respuesta, aunque no sería al presente un argumento menos sólido el que ni tú ni cualquier otro, al rogarle que indique dónde cree que habita su Dios, dudaría en responder que en la luz. Por lo cual, el culto que profeso queda avalado por el testimonio de casi todos.
Definición de cisma y secta
3. Pero vengamos ahora a tu afirmación de que somos un cisma de la gentilidad, no una secta. Si no me engaño, un cisma se da cuando hay coincidencia en las ideas y en el culto, pero satisface celebrarlo separadamente de los demás. En cambio, hay secta cuando se da una gran disparidad en las ideas respecto de otros y un muy diverso modo de tributar culto a la divinidad. Estando así las cosas, mi modo de pensar y mi culto es muy distinto del de los paganos. Respecto a tu modo de pensar y tu culto ya hablaremos después.
Los paganos afirman que todo: lo bueno y lo malo, lo oscuro y lo luminoso, lo perpetuo y lo caduco, lo mutable y lo seguro, lo corporal y lo divino, tiene un único principio. Lo que yo pienso contradice radicalmente a lo dicho, pues afirmo que el principio de todo bien es Dios, y el de su contrario la materia. Así denomina nuestro Teólogo al principio y naturaleza del mal. Más aún: los paganos consideran que a Dios hay que tributarle culto mediante altares, templos, imágenes, sacrificios e incienso. A enorme distancia de esto me presento yo que me tengo a mí mismo —si es que soy digno— por el templo racional de Dios; que considero a Cristo su hijo como la imagen viva de la Majestad viva, y a la mente equipada con las buenas artes y disciplinas, como el altar. Además, el honor y los sacrificios debidos a Dios los pongo únicamente en las oraciones puras y sencillas. ¿Según esto, cómo puedo ser un cisma de los paganos?
Los católicos, un cisma de la gentilidad
4. Hasta ahora podías afirmar también de mí que soy un cisma del judaísmo, puesto que rindo culto al Dios todopoderoso, cosa que no sin osadía asume para sí el judío. Esto en el caso de no considerar la diversidad de culto que tributamos a Dios yo y los judíos, si es que los judíos tributan culto al todopoderoso. Pero ahora tratamos de la opinión que engañó tanto a los paganos respecto al culto del sol, como a los judíos respecto al del omnipotente.
Pero ni siquiera sería verdad tu afirmación —hipotética— de que soy un cisma de vuestra Iglesia, aunque venere y rinda culto a Cristo, porque lo hago con otro rito y desde otra fe. El cisma no debe cambiar nada o no mucho respecto a su origen. Piensa en vosotros: cuando os separasteis de los gentiles, lo primero que hicisteis fue arrastrar con vosotros la opinión de la monarquía, es decir, el creer que todo procede de Dios. Convertisteis sus sacrificios en comidas, sus ídolos en mártires, a los que rendís culto con semejantes prácticas. Aplacáis con vino y comilonas las sombras de los difuntos, celebráis con los gentiles sus fechas solemnes, como las calendas y solsticios, pero en cuanto a la vida no habéis cambiado nada. Sois en efecto, un cisma que no se diferencia en nada de su matriz, salvo en el lugar de asamblea.
Incluso vuestros antepasados, los judíos, separados también ellos de los gentiles abandonaron sólo las imágenes; en cambio los templos, los sacrificios, los altares, el sacerdocio y todo el ministerio sagrado los mantuvieron en vigor de forma idéntica y más supersticiosa aún que la de los paganos. Respecto a la opinión de la monarquía no se distinguen en nada de los paganos.
Por todo lo cual, consta que tanto vosotros como ellos sois un cisma de la gentilidad, pues creéis lo mismo y, aunque hayáis introducido algunas modificaciones, mínimas, respecto únicamente a la distribución de los lugares de asamblea, pensáis que sois una secta. Pero si buscas sectas no hay más que dos: la de los gentiles y la nuestra, pues pensamos de forma muy diferente a como piensan ellos. Nos hallamos tan contrapuestos entre nosotros como lo están la verdad y la mentira, el día y la noche, la pobreza y la abundancia, la enfermedad y la salud. Vosotros, en cambio, no sois una secta ni del error ni de la verdad, sino únicamente un cisma; pero no un cisma, al menos, de la verdad, sino del error.
Los maniqueos, peores que los paganos
5. Agustín: ¡Oh peste ignorante y vanidad que se metamorfosea! ¿Por qué te pones una objeción tal que, si alguien te la propusiera, demostraría ignorar con quien estaba tratando? A vosotros no os tenemos ni por paganos ni por un cisma pagano, pero admitimos que tenéis cierta semejanza con ellos por el hecho de que tributáis culto a una pluralidad de dioses. Con la particularidad de que sois mucho peores que ellos, pues ellos dan culto a realidades que existen, pero a las que no hay que tributárselo como a Dios. Existen ciertamente los ídolos, pero de nada sirven para la salvación. y quien se da a la cultura de un árbol, no arándolo, sino adorándolo, no la da a algo que no existe en absoluto, sino a algo a lo que no hay que darla de esa manera. Hasta los mismos demonios, de los que dice el Apóstol: Lo que inmolan los gentiles, lo inmolan a los demonios, no a Dios3, existen ciertamente, pues indica que a ellos se les inmola, a la vez que no quiere que se hagan socios de ellos. Asimismo el cielo y la tierra, el mar y el aire, el soy y la luna y otros astros, son claramente visibles a nuestros ojos y están a disposición de los sentidos. Como los paganos les rinden culto, al menos como partes de un gran dios —pues algunos de ellos piensan que el universo entero es un gran Dios—, rinden culto a algo que existe. Cuando nosotros tratamos con ellos para que dejen de tributarles culto, no les decimos que no existen, sino que no hay que tributárselo; antes bien los convencemos de que, en ellos, hay que tributar ese culto al Dios invisible, creador de todo, pues el hombre no tiene otro medio para ser feliz que la participación en él. Felicidad que nadie duda de que todos la desean. Mas como algunos paganos rinden culto a la criatura invisible e incorpórea que es el alma y la mente humana, con todo, como el hombre no alcanza la felicidad haciéndose partícipe de ella, hay que rendir culto al Dios, no sólo invisible, sino también inmutable, es decir, al Dios verdadero. En efecto, sólo hay que rendir culto al único que hace feliz al adorador que tiene en él su gozo, e infeliz a toda alma que no goza de él, sea lo que sea el objeto de su goce.
Vosotros, en cambio, tributáis culto a realidades que no existen en absoluto, sino inventadas por la vacuidad de vuestras fábulas engañosas. Por eso estaríais más cerca de la verdadera piedad y religión si fueseis al menos paganos o estuvieseis entre aquellos que rinden culto a realidades corpóreas, pues, aunque no hay que rendírselo, son al menos verdaderas. En consecuencia, sería más verdadera mi afirmación si dijera que ni siquiera adoráis a este sol, conforme a cuya órbita se desarrolla vuestra oración.
El sol como triángulo
6. En efecto, acerca de él propaláis cosas tan falsas y detestables, que, si tomase venganza de las injurias que le hacéis, ya estaríais ardiendo vivos en sus llamas. Para empezar, afirmáis que él es una especie de nave. De esa manera, como suele decirse, no sólo vagáis sino que también nadáis errantes por todo el cielo. Luego, aunque se presenta a los ojos de todos como un círculo luminoso y esa figura es para él la perfecta por la posición que ocupa, vosotros le mostráis como un triángulo, esto es, irradiando la luz al mundo y a las tierras por cierta ventana triangular del cielo. Así acontece que, aunque dobláis el dorso y la cerviz ante este sol, no adoráis a éste que se ve de forma tan claramente redonda, sino a no sé qué nave que resplandece y brilla por un agujero triangular, fruto de vuestra imaginación. Nave que ciertamente no habría hecho aquel armador, si, como se compra la madera con que se hacen las tablas de los navíos, hubiese que comprar también las palabras con que se inventan las fábulas heréticas. Estas cosas se soportan en vosotros fácilmente con la mofa o el llanto; pero son intolerablemente más criminales otras afirmaciones vuestras, a saber: desde dichas naves se muestran hermosas muchachas y muchachos, a fin de que los príncipes de los demonios se llenen de ardor ante sus cuerpos hermosísimos, los machos respecto a las hembras y las hembras respecto a los machos. Así, en dicha flagrante pasión y ardiente deseo, se liberan los miembros de vuestro Dios de los de ellos, como de tenebrosos y sórdidos grillos. De esa manera intentáis coser a estos vuestros trapos, tan sumamente obscenos, la inefable Trinidad, afirmando que el Padre habita en cierta luz invisible, el Poder del hijo en el sol, su Sabiduría en la luna, y el Espíritu Santo, a su vez, en el aire.
La luz que es Dios
7. Respecto a vuestra fábula, dividida en tres o, mejor, cuatro partes, sobre la luz invisible del Padre, ¿qué os diré, sino que sois incapaces de pensar en otra luz distinta de esa que soléis ver? Al percibir esta luz visible y conocidísima a toda carne, no sólo de los hombres, sino también de las bestias y gusanos, soléis agrandar hasta la inmensidad la representación concebida en vuestro corazón a partir de aquella y decir que es la luz en que habita Dios Padre con los habitantes de su reino. ¿Cuándo habéis establecido la distinción entre la luz que nos permite ver y la que nos permite entender, si habéis pensado siempre que comprender la verdad no es otra cosa que pensar formas corpóreas, ya limitadas, ya ilimitadas por alguno de sus lados, sin saber que son vacuas creaciones de vuestra imaginación? Es grande la diferencia entre el acto de pensar vuestra tierra de la luz, que no existe en absoluto, y el acto de pensar en Alejandría, que nunca he visto, pero que existe; grande, a su vez, la diferencia entre el acto de pensar en la desconocida Alejandría y el de pensar en la conocida Cartago. Más aún, de este acto por el que pienso en realidades ciertas y conocidas, dista incomparablemente más el otro por el que comprendo la justicia, la castidad, la fe, la verdad, la caridad, la afabilidad y cosas por el estilo. Por tanto, decidme, si podéis: ¿Qué acto de pensar, qué luz es aquella por la que se conoce con segura claridad todas aquellas cosas que no son esto y que se distinguen entre sí? Con todo, esta luz no es la luz que es Dios. La primera es una criatura, la segunda el creador; aquella es hecha, ésta quien la hizo; finalmente, aquella es mutable, en tanto que quiere lo que no quería, sabe lo que ignoraba, recuerda lo que había olvidado, ésta, en cambio, persiste inmutable en su voluntad, en su saber, su verdad y su eternidad. De ella nos llega el comienzo de la existencia, la razón de conocer, la ley de amar. De ella llega también a todos los animales irracionales la naturaleza por la que viven, la capacidad de sensación, el impulso de apetencia. De ella llega asimismo a todos los cuerpos la medida por la que subsisten, el número que los embellece y el peso que los ordena. Y así, aquella luz, la Trinidad inseparable, es un único Dios, a cuya sustancia, por sí misma incorpórea, espiritual, inmutable, vosotros asignáis lugares sin añadirle cuerpo alguno. Ni siquiera le asignáis tres lugares a dicha Trinidad, sino cuatro: uno al Padre, a saber, la luz inaccesible, que no entendéis en absoluto; dos al Hijo, esto es, el sol y la luna, y uno de nuevo al Espíritu Santo, es decir, todo este ámbito aéreo. Hasta aquí he hablado de la luz inaccesible del Padre, luz de la que no separan al Hijo y al Espíritu Santo los que poseen la recta fe.
Incongruencias maniqueas
8. ¿Por qué plugo a vuestra vanidad ubicar en el sol el Poder del Hijo y en la luna su Sabiduría? Dado que el Hijo permanece inseparable en el mismo Padre, ¿cómo puede estar separada su Sabiduría de su Poder, de modo que aquella está en la luna, y éste en el sol, dado además que esta división y separación local no se da sino en los cuerpos? Si supierais esto, nunca hubieseis tejido tantas fábulas con vuestra necia e insensata imaginación. Dentro de esa misma falsedad y engaño, ¡qué incoherencia, qué extravío supone afirmar que la sede de la Sabiduría brilla menos que la sede del Poder, siendo así que al Poder corresponde el obrar y el actuar, y a la Sabiduría el enseñar y manifestar! Por tanto, si el calor estuviese en el sol, a la vez que la luna destacase por la luz, de cualquier modo hubiesen hallado estas creaciones fantásticas la niebla de la verosimilitud para engañar a los hombres animales y carnales, que piensan que no existe otra cosa sino lo, a su parecer, corporal. En efecto, la fuerza del calor actúa para mover, por lo que la atribuirían al Poder; en cambio, dado que el claro resplandor de la luz opera la manifestación, la atribuirían a la Sabiduría. Mas como es el sol el que destaca con mucho por su luz, ¿cómo ubican en él el Poder, mientras colocan en la luna, que luce mucho menos, la Sabiduría? ¡Oh ignorancia sacrílega! Siendo el único Cristo el Poder de Dios y la Sabiduría de Dios4, y el Espíritu Santo distinto de Cristo, ¿cómo se separa al mismo Cristo de sí mismo, si no se separa de él al Espíritu Santo? Mostráis que el aire, al que vuestra fábula asigna como sede al Espíritu Santo, llena la fábrica entera del mundo. Por lo cual, el sol y la luna están siempre con él cuando recorren sus órbitas. En cambio la luna se aleja y se acerca, en períodos alternos, respecto del sol. Así, teniéndoos a vosotros por autores o, mejor, por engañadores, la Sabiduría se aleja del Poder durante la mitad de su recorrido y vuelve de nuevo a él en la otra mitad. Y cuando está llena, la Sabiduría está lejos del Poder; entonces estos dos astros están separados entre sí en tan largo espacio de tiempo, que cuando el sol camina hacia occidente, sale la luna por el oriente. La consecuencia es ésta: como todo se debilita cuando desaparece el Poder, la Sabiduría es tanto más débil cuanto más llena está la luna. Si, por el contrario —y es lo que sostiene la verdad—, la Sabiduría de Dios siempre tiene el mismo poder y el Poder de Dios siempre es igualmente sabio, ¿por qué os referís a estos dos astros de suerte que los separáis en el espacio y en el tiempo, si los consideráis sedes de la misma sustancia, hombres de mente ciega e insensata, que no os apartáis de la imaginaciones corporales, y tan carentes de poder y sabiduría, que ni siquiera podéis saber algo poderosamente ni poder algo sabiamente? ¡Oh necedad detestable y execrable! ¡Así que Cristo, distendido por el sol y la luna, habitando allí en su poder, y aquí en su sabiduría, ni aquí perfecto y pleno, ni sabio en el sol ni poderoso en la luna, soborna en una y otra parte a hermosos jóvenes como objeto de la concupiscencia de las hembras, princesas de los demonios, y a doncellas con destino a los machos! Eso leéis, eso creéis, eso enseñáis, esa es la fe y doctrina de que vivís, ¡y os extraña que seáis tan aborrecidos!
Peores que los paganos
9. Ahora bien, si respecto a estos astros tan eminentes y conocidos erráis de tal suerte que adoráis en ellos no lo que son, sino lo que en vuestra locura inventáis, ¿qué diré de las restantes fábulas? ¿Quién es ese Soporte del Esplendor que sostiene el mundo? ¿Quién ese Atlas que lo sustenta con él? Estos seres y otros innumerables, creación de vuestros delirios, no existen en absoluto, pero les tributáis culto. Por eso os consideramos peores que los paganos, pareciéndoos a ellos únicamente en que rendís culto a muchos dioses. Pero con la diferencia, en contra vuestra, de que ellos tienen por dioses a realidades existentes, aunque no sean dioses; vosotros, en cambio, rendís culto a realidades que ni son dioses ni nada, porque no existen en absoluto.
Es cierto que también los paganos tienen ciertas ficciones de carácter fabuloso, pero las reconocen como fábulas, pues o bien afirman que fueron creadas por los poetas para deleitar, o intentan interpretarlas referidas a la naturaleza de las cosas, o a las costumbres de los hombres. Así hablan de la cojera de Vulcano, por la semejanza con el movimiento del fuego terreno; de la ceguera de la Fortuna, porque las cosas que se denominan fortuitas acontecen de forma imprevisible; de las tres Hadas que con la rueca, el huso y los dedos tuercen el hilo de lana, con referencia a los tres tiempos: el pretérito, lo que ya está hilado, lo que ha pasado de la rueca al uso; el presente, que pasa por los dedos de la hilandera, y el futuro existente en la lana colocada en la rueca, que todavía ha de pasar por los dedos de la hilandera hasta el uso, como por el presente hacia el futuro. Hablan también de Venus, como mujer de Vulcano, porque el placer surge de forma natural del calor, como adúltera respecto a Marte, porque no se acomoda a los guerreros; de Cupido, niño que vuela y lanza flechas, porque el amor irracional e inestable hiere los corazones de los miserables, y muchísimas otras cosas por el estilo.
Por lo cual, nos burlamos de ellos porque adoran realidades así interpretadas, que, no comprendidas, adorarían de forma condenable, pero más excusable. Por las mismas interpretaciones quedan convictos de que ellos no rinden culto al único Dios con cuya participación alcanza la felicidad la mente humana, sino a la criatura hecha por él; ni solamente a las fuerzas de la misma naturaleza como Minerva, cuya fábula según la cual nació de la cabeza de Júpiter, se interpreta referida no sólo a la sabiduría de los consejos, que es propia de la razón, a la que hasta Platón dio por sede la cabeza, sino también a los vicios, como dijimos al mencionar a Cupido. Por eso dice uno de sus autores trágicos: «La lascivia, torpe y favorecedora del vicio, inventó que el amor es Dios».
Pues los romanos dedicaron también imágenes a vicios corporales, como son la palidez y la fiebre. Paso por alto que sus adoradores están ligados afectivamente a las mismas figuras corporales, de modo que las temen como a dioses cuando las ven ubicadas en lugares destacados, y les tributan tanta reverencia. Aunque son objeto de crítica, las interpretaciones con que defienden estas imágenes mudas, sordas, ciegas y sin vida, poseen una mayor dignidad. Sin embargo, no obstante que, como ya dije, no tienen la más mínima utilidad con vistas a la salvación, estas realidades existen de alguna manera y la interpretación que se da de ellas se toma de lo existente.
Vosotros, en cambio, introducís al Primer Hombre que lucha con sus cinco elementos; al Espíritu Poderoso que de los cuerpos cautivos de la raza de las tinieblas y de los miembros de vuestro Dios vencidos y sometidos a ella, fabrica el mundo; al Soporte del Esplendor que tiene en su mano los restos de los mismos miembros de vuestro Dios y que llora el que los restantes hayan sido capturados, oprimidos y mancillados; al Atlas gigante que, desde abajo, lo sostiene con sus hombros junto con el anterior, no sea que fatigado desfallezca, y así vuestra fábula no pueda llegar, como si cayera el telón del teatro, a la cubierta superior de aquel último globo. De igual manera creéis y rendís culto a otras innumerables realidades igual de inútiles y necias, y no en pinturas, esculturas, o mediante alguna interpretación. Y además motejáis de temerariamente crédulos a los cristianos que purifican las mentes piadosas con una fe no fingida.
La reflexión más sutil y de nivel superior acerca de la fabricación del mundo, aunque no me sería difícil, me llevaría mucho tiempo. Por lo cual, para no hacer demasiadas preguntas que dejen al descubierto que tales realidades no existen en absoluto, he aquí lo que digo: Si lo dicho es verdadero, la sustancia de Dios es mutable, corruptible y está sujeta a impureza. Ahora bien, creer todo eso es una locura sacrílega. Todas esas cosas son vacuas, falsas, no existen. En consecuencia, vosotros sois mucho peores que esos paganos conocidos de todos, que existieron en tiempos atrás y que ahora ya se avergüenzan en sus restos. En efecto, ellos rinden culto a realidades que no son dioses, mas vosotros lo tributáis a cosas que no existen.
Diversos criterios diferenciadores
10. Por tanto, si creéis estar en posesión de la verdad, porque tenéis poco parecido con el error de los paganos, mientras que nosotros nos hallamos en el error precisamente porque estamos mucho más distantes de vosotros que de los paganos, dígase que también el muerto está sano precisamente porque ya no está enfermo, y, en consecuencia, repróchese al sano el estar más cerca del enfermo que del muerto. O si no hay que considerar como enfermos a la mayor parte de los paganos, sino como muertos, alábese la ceniza presente en el sepulcro, informe pues ya no tiene ni siquiera la forma del cadáver, o repróchese a los miembros vivos el que se parezcan más a un cadáver que a la ceniza. Es lo que hacen éstos, al pensar que merecemos su reproche, porque —dicen—nos parecemos más a la pira funeraria de los paganos que a las cenizas de los maniqueos.
Para clasificar cualquier cosa se la suele dividir de múltiples formas mediante diversos criterios diferenciadores. Así lo que cuadraba en un apartado, aplicando otro criterio, pasará a otro en el que no estaba antes. Pongamos un ejemplo: si alguien clasifica todos los seres de carne en volátiles y no volátiles, en virtud de este criterio diferenciador los cuadrúpedos son más semejantes a los hombres que a las aves, pues les une el no poder volar. Si, a su vez, aplica el criterio de la racionalidad, unos seres son racionales, otros irracionales; en este caso los cuadrúpedos son más parecidos a las aves que a los hombres: les une el estar privados de razón.
Por no considerar este hecho dice Fausto: «Pero si buscas sectas no hay más que dos: la de los gentiles y la nuestra, pues pensamos de forma muy diferente a como piensan ellos». Esto es: porque había dicho que los gentiles se diferenciaban de los maniqueos sobre todo en la afirmación de que todo procede de un principio, cosa que niegan los maniqueos, añadiendo el principio de la raza de las tinieblas. En este criterio diferenciador —hay que reconocerlo— la mayor parte de los paganos piensan lo mismo que nosotros. Pero Fausto no vio que, a su vez, si alguien estableciera otra clasificación, afirmando que de los que siguen otra religión a unos les place adorar a un único Dios y a otros adorar a muchos, en virtud de este nuevo criterio diferenciador los paganos quedan muy alejados de nosotros, los maniqueos incluidos en el mismo grupo que los paganos, y nosotros en el de los judíos. Por tanto, conforme a este criterio, alguien puede pensar que también en este sentido hay sólo dos sectas.
Quizá digáis al respecto que los múltiples dioses que vosotros mostráis proceden de una única sustancia, ¡como si los paganos no afirmaran que la multiplicidad de los suyos no proceden también de una única sustancia, aunque les atribuyan diversos oficios, acciones y poder! Igual que, según vosotros, uno lucha contra la raza de las tinieblas, otro fabrica el mundo con lo capturado, otro lo tiene suspenso desde arriba, otro lo sostiene desde abajo, otro mueve en lo profundo las ruedas del fuego, de los vientos y de las aguas, y otro, girando por el cielo, recoge con sus rayos los miembros de vuestro dios de las cloacas. ¿Quién puede numerar la totalidad de los oficios, invención vuestra, de todos vuestros dioses, que ni son realidades manifiestas, ni figuras de otras?
Además, si otro clasifica a todos los hombres en dos grupos, uno el de quienes creen que Dios cuida de todas las cosas, y otro el de quienes no lo creen en absoluto, conforme a este criterio, piensan como nosotros los paganos, los judíos, vosotros y todos los herejes que de algún modo llevan el nombre de cristianos; en el otro grupo, a su vez, se hallan los epicúreos y algunos más, si es que existieron, que piensan como ellos. ¿Es este un criterio insignificante? Entonces, ¿por qué no se afirma, conforme a él, que hay sólo dos sectas, de modo que en una de ella os halláis a nuestro lado? ¿O acaso os atrevéis a separaros en este criterio de nosotros que proclamamos que Dios cuida de todas las cosas, y poneros de parte de los epicúreos que lo niegan? A este respecto, no hay duda, los rechazáis a ellos y corréis a poneros a nuestro lado. La consecuencia es que, según se apliquen unos u otros criterios diferenciadores, las mismas realidades se encuentran unas veces en un grupo, otras en otro; de un lado unidos, de otro separados, alternativamente todos con nosotros y nosotros con todos, y de nuevo ninguno de ellos con nosotros ni nosotros con ninguno de ellos. Si Fausto hubiese pensado esto, no hubiese delirado con tanta facundia.
El Jesús sufriente
11. ¿Qué diré sobre estas sus palabras: «por la fuerza de éste y gracias a su efusión espiritual la tierra concibe y engendra al Jesús sufriente, vida y salvación de los hombres, que pende de todo madero»? ¡Oh hombre loco! Pasando por alto, de momento, vuestras palabras fatuas, ¿puede concebir la tierra del Espíritu Santo al Jesús sufriente y no pudo la virgen María? Compara, si te atreves, un seno virginal santificado por tan grande castidad con todos los lugares de la tierra en que surgen árboles y hierbas. ¿Acaso en aquella mujer te causa horror, o finges que te lo causa, el seno consagrado a la pureza y no te horroriza el que Jesús sea engendrado de las aguas residuales en todos los huertos que rodean a cualquier ciudad? ¿Qué agua, por cenagosa que sea, no engendra y nutre innumerables gérmenes? Así proclamáis que es engendrado el Jesús sufriente, de quién decís que es infame creer que nació de una virgen. Si consideráis impura a la carne, ¿por qué no os parece más impuro lo que la misma naturaleza de la carne elimina para mantener el equilibrio que exige la salud? ¿O acaso es impura la carne, pero es puro el estiércol que se origina de la carne? ¿No os dais cuenta, no veis que se fertiliza los campos con estiércol, para que produzcan más? Vuestra locura llega hasta defender que la tierra concibe del Espíritu Santo, que decís desdeñó la carne de María, tanto más exuberante y abundantemente cuanto más esmeradamente abonada esté con las inmundicias y deshechos de la carne. ¿O acaso, para defender esto, afirmáis que el Espíritu Santo disfruta por doquier de una presencia incapaz de contaminación? Se os replica: ¿Por qué no también en el seno de una virgen?
Mas para dejar ya de lado la concepción, considerad el parto mismo. Afirmáis que la tierra concibiendo del Espíritu Santo engendra al Jesús sufriente. Sin embargo, le presentáis tan contaminado, pendiendo de todo madero en los frutos y frutas, que aún la contaminan más las innumerables carnes de los animales que los comen, y que sólo será purificado en aquella porción, en cuyo socorro llegue vuestra hambre.
Nosotros creemos con el corazón y profesamos con la boca que el Hijo de Dios, la Palabra de Dios, se revistió de carne sin sufrir contaminación alguna, porque no puede sufrir contaminación de la carne la sustancia a la que nada puede contaminar. Vosotros, conforme a vuestra fábula, afirmáis que Cristo ya está contaminado cuando aún pende del árbol, antes de que entre en la carne de alguien que lo coma. O, si no está contaminado, ¿cómo es que vosotros lo purificáis al comerlo? Además, dado que afirmáis que todos los árboles son una cruz para él, como lo proclaman las palabras de Fausto «pendiente de todo madero», ¿por qué, igual que aquel José de Arimatea, haciendo una obra buena, bajó de la cruz al Jesús verdadero para darle sepultura5, no cogéis vosotros la fruta para sepultar en vuestro vientre a Jesús descendido de la cruz? ¿Cómo puede ser obra piadosa colocar a Cristo en el sepulcro, e impía el bajarlo del madero? ¿Acaso, para que se ajuste también a vosotros lo que pone el Apóstol tomado del profeta, a saber: Su garganta es un sepulcro abierto6, esperáis con la boca abierta que alguien introduzca a Cristo en vuestras fauces como óptima sepultura?
Por último, decidnos cuántos Cristos afirmáis que existen. ¿Acaso es uno aquel que engendra la tierra concibiendo del Espíritu Santo, no sólo suspendido de todo madero, sino yacente en toda hierba, y otro aquel a quien los judíos crucificaron en tiempos de Poncio Pilato, y un tercero aquel que se extiende por el sol y la luna? ¿O acaso es uno sólo e idéntico, ligado en una porción de sí a los árboles, libre en otra que socorre a la primera, atada y capturada? Si es ese el caso, pregunto: aquel de quien concedéis que padeció en tiempos de Poncio Pilato, aunque sostenéis que careció de carne —aún no pregunto cómo pudo sufrir tal muerte sin carne—, ¿a quién dejó aquellas naves, cuando descendió de ellas para padecer cosas tales que no pueden darse sin alguna clase de cuerpo? Según su presencia espiritual en ningún modo pudo padecerlas; por otra parte, según su presencia corporal no podría estar a la vez en el sol, en la luna y en la cruz. Por tanto, si no tuvo carne, no fue crucificado; si, por el contrario, la tuvo, pregunto de dónde la tuvo, dado que afirmáis que todos los cuerpos proceden de la raza de las tinieblas, no obstante que sois incapaces de pensar en la sustancia divina, si no es como una sustancia corporal. Por lo cual os veis obligados a afirmar o que fue crucificado sin tener cuerpo —y no se puede decir locura más absurda—; o que pareció que le crucificaban, crucifixión, pues, en apariencia, no en realidad, —de nuevo, ¿hay impiedad mayor?—; o que no todos los cuerpos proceden del reino de las tinieblas, sino que existe también el cuerpo de la sustancia divina, que sin embargo no es inmortal, sino que puede ser clavado en la cruz y morir —¡una completa locura!—; o que Cristo tuvo un cuerpo mortal procedente de la raza de las tinieblas, y así vosotros, que teméis creer que la virgen María haya sido la madre de su cuerpo, no teméis que lo sea la raza de los demonios.
Por último, como, según la afirmación de Fausto que, tomada de vuestra larguísima fábula, sintetizó lo más que pudo: «por la fuerza de éste y gracias a su efusión espiritual la tierra concibe y engendra al Jesús sufriente, vida y salvación de los hombres, que pende de todo madero», ¿por qué aquel Salvador, al pender, se acomodó a las exigencias del pender, y al nacer no se acomodó a las exigencias del nacer? Por el contrario, si afirmáis que Jesús está en los árboles, que Jesús fue crucificado bajo Poncio Pilato y que Jesús se extiende por el sol y la luna, porque todo ello procede de una única sustancia, ¿por qué no incluís dentro de esta denominación a los otros millares de vuestros dioses? ¿Por qué no es también Jesús aquel Soporte del Esplendor, aquel Atlas, aquel Rey del Honor y aquel Espíritu Poderoso, aquel Primer Hombre y todo cuanto proclamáis en serie interminable de nombres y oficios diversos?
El Espíritu Santo
12. Finalmente ¿por qué se pone al Espíritu Santo como tercera persona estando entre innumerables dioses? ¿O por qué no es él mismo Jesús? ¿y qué significado tiene el falaz tejido de palabras del escrito de Fausto donde intenta como ajustarse a los auténticos escritos cristianos, de los que le separa una distancia infinita, y dice: «En efecto, bajo una triple apelación, nosotros tributamos culto a la única e idéntica divinidad de Dios Padre omnipotente, de Cristo su hijo y del Espíritu Santo»? ¿Por qué bajo una triple y no más bien múltiple, no sólo apelación, sino incluso realidad, si cada nombre corresponde a una persona? En efecto, en las armas acontece que una realidad es designada de tres maneras: ensis, mucro, gladius; igualmente a una única realidad la llamáis luna, nave menor y luminar nocturno o cualquier otro término que le atribuyáis. Pero no podéis decir de idéntica manera que es el mismo el Primer Hombre, que el Espíritu Poderoso, que el Soporte del Esplendor y el máximo Atlas, sino que cada uno es distinto del otro, y a ninguno de ellos soléis llamar Cristo. O ¿cómo se trata de una única divinidad, si son diversas las obras? O ¿por qué no es todo a la vez un único Cristo, si, por tener una única sustancia, es Cristo el que está en los árboles, Cristo el que padeció la persecución de los judíos y Cristo el que está en el sol y en la luna? Está claro que las creaciones de vuestra imaginación se extraviaron de sus rutas; está claro que no son otra cosa que visiones de enajenados.
La Eucaristía
13. Ignoro por qué Fausto piensa que tenemos idéntica práctica religiosa que ellos acerca del pan y del vino, si para los maniqueos el gustar el vino no es práctica religiosa sino sacrilegio. Ellos que reconocen en la uva a su Dios, no quieren reconocerlo en la cuba, como si les molestara el que se haya pisado algo y se le haya introducido en ella. En cambio, nuestro pan y nuestro cáliz, no cualquiera —como, según ellos desvarían, pensando en que Cristo está prisionero en las espigas y en los sarmientos— sino el que sólo mediante una determinada fórmula consecratoria adquiere para nosotros su valor religioso, no nace. Por tanto, cuando no se da dicha consagración, aunque haya pan y un cáliz, son sólo alimento de refección, no sacramento religioso, dejando de lado el que bendigamos y demos gracias al Señor por todo don suyo, no sólo espiritual, sino también corporal.
Según vuestra fábula, en cambio, en todos los alimentos se os ofrece Cristo, prisionero en ellos, para que, a su vez, caiga prisionero en vuestras vísceras y sea liberado con vuestros eructos. En efecto, cuando los coméis, os restablecéis con el desfallecimiento de vuestro Dios, y cuando los digerís, desfallecéis con la refección de él. Y cuando él os satura, si tomáis más, él se siente oprimido. Se podría atribuir a misericordia el sufrir algo por vosotros en vosotros, si no os dejase de nuevo vacíos para huir, liberado ya de vosotros. ¿Cómo, pues, comparas nuestro Pan y nuestro Cáliz y afirmas que es práctica religiosa idéntica al error totalmente alejado de la verdad, con un desvarío peor que el de otros que juzgan que nosotros tributamos culto a Ceres y a Liber a causa del pan y el cáliz?
Juzgué oportuno mencionar esto para que advirtáis la vaciedad de donde procede también vuestro parecer según el cual, pensando en el sábado, juzgáis que nuestros padres estuvieron consagrados a Saturno. Igual que estamos muy distantes de los dioses paganos Celes y Liber, aunque celebremos según nuestro ritual el sacramento del pan y del cáliz que alabasteis hasta el punto de equipararnos a vosotros, igual de alejados estuvieron nuestros padres de las cadenas de Saturno, aunque hayan observado, conforme a la época profética, el descanso sabático.
No comprenden qué es la «hyle»
14. Pero ¿por qué, pensando en la hyle, que aparece repetidamente en algunos libros de los paganos, no equiparasteis vuestra religión a la de los paganos? Más aún, quisisteis que, precisamente por eso, se la entendiese como muy distinta y diferente, puesto que vuestro teólogo designa con ese nombre al principio y naturaleza del mal. Y en ello se descubre vuestra gran ignorancia, puesto que ni sabéis lo que es la hyle y con dicho término, que desconocéis totalmente, incluso pretendéis inflaros como si fuerais sabios. Cuando disertan sobre la naturaleza, los griegos definen la hyle como cierta materia de las cosas sin forma alguna, pero capaz de todas las formas corporales, que se percibe de alguna manera en la mutabilidad de las cosas, pues por sí misma no es objeto ni de sensación ni de intelección. Al respecto se equivocan algunos gentiles al asociarla, cual si le fuera coeterna, a Dios, como si no procediera de él, aunque de él reciba la forma. La misma verdad enseña que ese modo de pensar es ajeno a la verdad. He aquí a qué paganos resultáis asemejaros respecto a esta misma hyle, puesto que también vosotros mostráis que ella tiene su propio principio, distinto de Dios, cuando os proclamabais distintos a ellos al respecto, sin saber lo que decíais. En cuanto a que esta hyle no tiene forma alguna propia y a que sólo de Dios puede recibirla, nuestra verdad va de acuerdo con la suya, pero ambas disienten de vuestra falsedad. Vosotros, al desconocer que la hyle es esa materia de las cosas, la identificáis con la raza de las tinieblas, en la que no sólo admitís las innumerables formas corpóreas, divididas en cinco géneros, sino que incluso introducís una mente formadora de dichos cuerpos. Y —lo que es señal de mayor ignorancia y locura— llamáis mente a la misma hyle, que no recibe, sino que da la forma. En efecto, si allí hubiese alguna mente que diese forma, y elementos que la recibiesen, tendrían que llamar hyle a dichos elementos, es decir, a la materia a la que daría forma la misma mente, que queréis sea el principio del mal. Si fuera eso lo que afirmáis, no andaríais muy extraviados respecto a lo que es la hyle, dejando de lado que esos mismos elementos, aunque tuvieran que recibir otras formas, como ya eran elementos y se distinguían por su propio aspecto, no serían hyle, puesto que ésta carece absolutamente de toda forma. Con todo, vuestra ignorancia sería tolerable al llamar hyle a lo que recibe la forma, no a lo que la otorga. Pero, incluso en ese caso y por esa misma razón, apareceríais como vanos y sacrílegos, porque al desconocer que toda medida de las naturalezas, todo número de las formas y todo orden de los pesos no puede proceder sino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, atribuiríais un bien tan grande al principio del mal. Mas ahora, como ignoráis qué es la hyle y qué el mal, ¡si yo pudiera convenceros de que dejarais de engañar a los más ignorantes!
Extraño templo de Dios, según Fausto
15. Pretendéis ser mejores que los paganos porque ellos piensan que hay que tributar culto a Dios mediante altares, templos, imágenes, víctimas e incienso, mientras que vosotros prescindís de todo eso. ¿Quién no se reirá de vosotros? ¡Como si no fuera más acertado levantar un altar y ofrecer una víctima a una piedra, por ejemplo, que en todo caso existe, que adorar, en un delirio de la imaginación, lo que en ningún modo existe! Tú que te proclamaste templo racional de Dios, ¿cómo explicas esto? ¿Te agrada que Dios tenga un templo, del que el diablo haya fabricado una parte? ¿O no sois vosotros los que decís que todos vuestros miembros y todo cuerpo ha sido fabricado por una mente maligna, a la que llamáis hyle, y que allí habitan conjuntamente una porción de la misma artesana y otra de vuestro Dios? Dado que esta porción de vuestro Dios se halla allí, según mostráis, encadenada y recluida, ¿cómo debiste considerarte: templo de Dios o cárcel de Dios? A no ser que llames templo de Dios al alma que tienes de la tierra de la luz. Pero a ella la soléis llamar porción de Dios o miembro de Dios, no templo de Dios. No queda sino que te consideres templo de Dios en razón del cuerpo, que, según tú, fue fabricado por el diablo. Ved cómo blasfemáis contra el templo de Dios, afirmando no sólo que no es santo, sino incluso que es un instrumento del diablo y una cárcel para Dios.
En cambio el Apóstol dice: El templo de Dios, que sois vosotros, es santo7. Y para que no creas que lo dicho se refiere únicamente al alma, escúchalo más explícitamente: ¿No sabéis, dice, que vuestros cuerpos son el templo en vosotros del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios?8 Vosotros, en cambio, afirmáis que el templo de Dios es hechura de los demonios y, como dice Fausto, allí colocáis «a Cristo, el hijo de Dios, imagen viva de la viva majestad». Está bien; ¡que vuestro Cristo, fruto de vuestra fantasía, habite en ese templo de la vanidad sacrílega! A él, en efecto, se le puede llamar imagen, no por su semejanza, sino por su simulación.
El altar de Dios según Fausto
16. Hiciste asimismo de tu mente un altar, pero mira de quién. De tus mismas artes y disciplinas resulta de cuáles dijiste que estaba imbuida. Esas artes y disciplinas prohíben dar pan a un mendigo, para que ardáis en vuestro altar con el sacrificio de la crueldad. Ese altar lo destruyó el Señor. Amparándose en la ley, recuerda qué olor agrada a Dios al decir: Prefiero la misericordia al sacrificio9. Prestad ahora atención al momento en que el Señor lo recordó: cuando pasaba por un campo sembrado y los discípulos, que tenían hambre, comenzaron a arrancar espigas. Vosotros sostenéis que eso es un homicidio, de acuerdo con la disciplina de que habéis imbuido vuestra mente. En ningún modo es templo de Dios, sino de los demonios embaucadores con cuyas enseñanzas se cauteriza la mala conciencia10, aún en carne viva, de ver un homicidio donde la verdad no ve que se haga daño alguno. Así dice a los judíos en un texto, en el que os golpeó y os destruyó a vosotros aún futuros: Si supierais lo que significa «prefiero la misericordia al sacrificio», nunca hubieseis condenado a quienes no hicieron daño alguno11.
Las oraciones de los maniqueos
17. ¿Cómo podrán ser honores y sacrificios dirigidos a Dios vuestras oraciones auténticas y puras, si pensáis cosas tan indignas y torpes acerca de la misma naturaleza y sustancia divina, hasta el punto de que con vuestros sacrificios no sólo no aplacáis al Dios verdadero, sino que en los mismos sacrificios de los paganos resulta inmolado vuestro Dios? En efecto consideráis que Dios está prisionero no sólo en los árboles, en las hierbas y miembros humanos, sino incluso en las carnes de los animales que lo contaminan y manchan. Vuestra misma alma, ¿a qué Dios puede alabar? Al proclamar que ella es una porción de él, capturada y prisionera en poder de la raza de las tinieblas, ¿qué hace, sino dirigir un reproche a Dios, de quien testimonia que no pudo mirar por sí para defenderse de sus enemigos de otra manera que con la corrupción tan grande y la cautividad tan deshonrosa de ciertas porciones de sí? Por lo cual, vuestras oraciones a vuestro Dios no pueden considerarse como religiosas, sino como ultrajantes. ¿Qué mal habíais cometido en su presencia, para que ahora, en este castigo, gimáis ante él, a quien no abandonasteis por propia voluntad, antes bien, él mismo os entregó en manos de sus enemigos para comprar así la paz para su reino? Y ni siquiera como suelen entregarse los rehenes, con la promesa de que respeten su honor, ni como el pastor que pone trampas para cazar una fiera. Este suele poner en la trampa un animal como cebo, nunca un miembro suyo, y la mayor parte de las veces, más para capturar la fiera que para herir al animal. Vosotros, en cambio, habéis sido entregados, en cuanto miembros de Dios, a sus enemigos. Sois incapaces de alejar de vuestro Dios la fiereza de dichos enemigos a no ser una vez contaminados con su fealdad, careciendo de pecados personales, pero inficionados por el veneno del enemigo. Por lo cual, no podéis decir en vuestras oraciones: Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre, y: Mira propicio a nuestros pecados por tu nombre12, sino que decís: «Líbranos con tus mañas, pues nosotros estamos aquí oprimidos, desgarrados, manchados, para que tú puedas llorar tranquilo en tu reino». Son palabras de acusación, no de súplica. Tampoco podéis decir lo que nos enseñó el maestro de la verdad: Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden13. Pues ¿quiénes son los que os han ofendido, quienes han pecado contra vosotros? Si se trata de la raza de las tinieblas, ¿acaso perdonas las ofensas a la que, erradicada para siempre, encierras en una cárcel eterna? ¿Qué deudas puede perdonaros él, si fue él quien pecó contra vosotros, al enviaros a esta situación, más que vosotros contra él, a quien obedecisteis cuando os envió? O, si él no pecó, dado que lo hizo obligado por la necesidad, mayor es aún la necesidad que os obliga a vosotros, puesto que ya yacéis postrados en el combate, que la que le forzó a él antes de la lucha. En efecto, vosotros os halláis padeciendo el mal mezclado con vosotros; él, en cambio, no padecía nada de ese estilo, cuando se vio obligado a enviaros. En consecuencia, o es él quien está en deuda con vosotros, deuda que debéis perdonarle, o, si él está libre de ella frente a vosotros, vosotros lo estáis mucho más frente a él. ¿Dónde quedan, pues, vuestros sacrificios, las oraciones auténticas y puras, si no son más que blasfemias engañosas e impuras?
Los distintos sacrificios
18. Quiero que me digáis la razón por la que dais tales nombres a cuantas cosas alabáis en vosotros, puesto que habláis de templo, altar, sacrificio. Si estas realidades no se deben al verdadero Dios, ¿por qué se proclaman laudatoriamente en vuestra religión? Si, por el contrario, se debe con justicia al verdadero Dios el verdadero sacrificio, por lo que se le denomina con razón «honores divinos», todo lo demás a lo que se da el nombre de sacrificio tiene lugar a semejanza de determinado sacrificio verdadero. De dichos sacrificios, una parte son remedos de los dioses falsos y falaces, es decir, de los demonios, quienes, desde la soberbia, reclaman para sí, de aquellos a los que han seducido, honores divinos —así todos los que se celebran y se celebraban en los templos e ídolos de los paganos—. Otra parte son anuncios del único y verísimo sacrificio futuro, que convenía ofrecer por los pecados de todos los creyentes —así los preceptos dados antiguamente a nuestros padres, donde se hallaba también aquella unción simbólica que prefiguraba a Cristo, puesto que su mismo nombre se deriva de crisma. Por tanto, el verdadero sacrificio, que se debe al único Dios verdadero, con el que sólo Cristo ha llenado su altar, lo reclaman para sí, llenos de arrogancia, los demonios, imitándolo en los sacrificios de animales. De ahí que diga el Apóstol: Lo que inmolan los gentiles, lo inmolan a los demonios, no a Dios14, declarándolos culpables no por ofrecerlo, sino por ofrecérselo a ellos.
En los sacrificios de animales que ofrecían a Dios, los hebreos celebraban de muchas y variadas formas, como se ajustaba a realidad tan grande, la profecía de la víctima futura que ofreció Cristo. Por eso los cristianos celebran la memoria de ese sacrificio, ya realizado por la sacrosanta oblación y por la participación en el cuerpo y sangre de Cristo. En cambio, los maniqueos, al apartarse de la fe y prestar atención a los espíritus seductores y a las doctrinas de los demonios en la hipocresía de sus embustes; al desconocer lo que hay que condenar en los sacrificios de los gentiles, lo que hay que entender en los de los hebreos y lo que hay que conservar y observar en el sacrificio de los cristianos, ofrecen como sacrificio al diablo su vacuidad.
Los ídolos de los gentiles
19. Aprenda, pues, Fausto, o, mejor, quienes hallan agrado en sus escritos, que nosotros no hemos recibido de los gentiles la idea de la monarquía y que los gentiles no cayeron tan bajo en lo referente a los falsos dioses, que perdiesen la idea de un único Dios verdadero, de quien procede toda naturaleza, sea la que sea. Sus sabios —porque como dice el Apóstol: Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su eterno poder y su divinidad, de forma que son inexcusables—, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien, se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció; jactándose de sabios, se volvieron necios y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles15.
Estos son los ídolos de los gentiles, en cuya interpretación no tienen más salida que la criatura, obra de Dios, de modo que hasta en la misma interpretación que dan de ellos, de la cual acostumbraron a jactarse y a hincharse como más entendidos, les acontece lo que dice el mismo Apóstol poco después: Adoraron y sirvieron a la criatura más que al creador, que es bendito por los siglos16. Mas vosotros, en cuanto no sois semejantes a ellos, sois vanos, y en cuanto lo sois, sois peores.
En efecto, no creéis con ellos en la monarquía divina que admiten con verdad, hasta el punto de sostener que la sustancia del único Dios está sujeta a ataques exteriores y a la corrupción —lo que es fruto de una impía vanidad—; en cambio, respecto a la adoración de una multiplicidad de dioses, la enseñanza de los demonios embaucadores les llevó a ellos a muchos ídolos, y a vosotros a múltiples creaciones de vuestra imaginación.
Los sacrificios de animales
20. Tampoco convertimos en banquetes sus sacrificios, sino que percibimos aquel sacrificio que mencioné poco antes, puesto que dice el Señor: Prefiero la misericordia al sacrificio. Nuestros banquetes alimentan a los pobres ya con frutos ya con carnes. La criatura de Dios se alimenta de la criatura de Dios que es apta para alimentar a los hombres. A vosotros, en cambio, os persuadieron los demonios de que os abstuvieseis de los alimentos, no para gobernar la carne sino para proferir una blasfemia; alimentos, que Dios creó para que fueran tomados con acción de gracias por los creyentes y por los que han conocido la verdad, pues toda criatura de Dios es buena, y no se ha de rechazar ningún alimento que se tome con acción de gracias17, siendo ingratos para con el creador y devolviéndole sacrílegas injurias a cambio de sus numerosos beneficios. Y como, con mucha frecuencia, en los banquetes se reparte también carne a los pobres, afirmáis que la misericordia de los cristianos se parece a los sacrificios de los paganos, a algunos de los cuales también en esto os parecéis vosotros. Por eso os está prohibido matar a un animal, porque pensáis que en ellos se reencarnan las almas de los hombres. Esto se halla en algunos libros de filósofos gentiles, aunque se diga que los posteriores lo entendieron de otra manera. También aquí vuestro error es mucho peor, pues ellos temieron asesinar a su prójimo en el animal; vosotros, en cambio, a vuestro Dios, cuyos miembros pensáis que se hallan también en las almas de los animales.
El culto cristiano a los mártires
21. Fausto nos acusa asimismo de honrar las memorias de los mártires, afirmando que son una versión de los ídolos paganos. Lo que más me mueve a responder a dicha acusación es mostrar que el mismo Fausto, por afán de acusar, quiso distanciarse hasta de las vacuidades del mismo Manés y no sé cómo, incautamente, cayó en la opinión común y de los poetas paganos de quienes desea aparecer muy alejado. Dijo que habíamos convertido los ídolos en mártires («a los que rendís culto con semejantes prácticas; aplacáis con vino y comilonas las sombras de los difuntos»). Según eso, ¿existen las sombras de los muertos? Nunca oí tal cosa en vuestras enseñanzas, nunca lo leí en vuestros escritos. Más aún, soléis oponeros a tales opiniones, al afirmar que las almas de los muertos malas o menos purificadas, o se reencarnan, o caen en castigos mayores, mientras que las buenas se embarcan en las naves y, navegando por el cielo, pasan de aquí a la creación de su imaginación que llaman tierra de la luz, luchando por la cual habían perecido. La consecuencia es que ningún alma queda en los sepulcros en que yacen sus cuerpos. ¿Dónde están, pues, las sombras de los muertos? ¿Cuál es su sustancia? ¿En qué lugar se hallan? Pero Fausto, por la pasión de maldecir, se olvidó de lo que profesa; o quizá lo dictó adormecido, soñando con las sombras, sin haber despertado aún cuando leyó sus propias palabras.
El pueblo cristiano, en cambio, celebra unido en solemnidad religiosa las memorias de los mártires, para estimular su imitación, asociarse a sus méritos, y ayudarse con sus oraciones, de tal modo, sin embargo, que no levantamos altares a ningún mártir, sino al Dios de los mártires, aunque en las memorias de los mártires. En efecto, ¿qué sacerdote, oficiando al altar en los lugares en que reposan los cuerpos de los santos, dijo alguna vez: «Te ofrecemos a ti, Pedro, Pablo, o Cipriano»? Lo que se ofrece, se ofrece a Dios que coronó a los mártires, en las memorias de aquellos a quienes coronó, a fin de que el mismo lugar sirva de exhortación y provoque un mayor afecto, que estimule el amor hacia aquellos a quienes podemos imitar, y hacia aquel con cuya ayuda lo podremos.
Veneramos, pues, a los mártires con el culto del amor y de la compañía, que en esta vida se tributa también a los santos hombres de Dios, cuyo corazón percibimos que está dispuesto a sufrir el martirio por la verdad del evangelio. Pero a aquellos con tanta mayor devoción, cuanta mayor es la seguridad, una vez que han vencido en los combates, y cuanto más confiada es la alabanza con que proclamamos ya a los vencedores en aquella vida más feliz sobre los que aún luchan en ésta. Con aquel culto que en griego se llama latría, pero en latín no puede expresarse con una única palabra, puesto que significa propiamente cierta servidumbre debida únicamente a la divinidad, sólo rendimos culto, y enseñamos que deba rendirse, al único Dios. Ahora bien, como este culto incluye la ofrenda del sacrificio, razón por la que se llama idolatría al culto de quienes lo tributan a los demonios, en ningún modo ofrecemos o mandamos que se ofrezca nada parecido a algún mártir o a algún alma santa o a algún ángel. Y a todo el que cae en este error se le corrige con la sana doctrina, para que él se enmiende, o para que los otros se guarden de él. Incluso los mismos santos, hombres o ángeles, no quieren que se les tribute a ellos lo que saben que se debe al único Dios.
Esto se vio claro en Pablo y Bernabé cuando los habitantes de Licaonia, sacudidos por los milagros realizados por ellos quisieron ofrecerles sacrificios como a dioses. Ellos, rasgando sus vestiduras, confesando y convenciéndoles de que no eran dioses, se lo prohibieron18. Se vio claro también en los ángeles. Leemos en el Apocalipsis que un ángel prohibió que lo adoraran, y que dijo a su adorador: Soy siervo como tú y como tus hermanos19.
Esos sacrificios los reclaman para sí los espíritus soberbios, el diablo y sus ángeles, como acontece en todos los templos y ceremonias sagradas de los gentiles. A ellos han imitado también algunos hombres soberbios, como se nos ha confiado a la memoria, respecto de ciertos reyes de Babilonia. Por esa razón el santo Daniel tuvo que sufrir a quienes le acusaban y acosaban porque, emanado el edicto del rey, según el cual no había que pedir nada a ningún dios, sino únicamente a él, fue sorprendido adorando y suplicando a su Dios, esto es, al único y verdadero Dios20.
Respecto a los que se emborrachan en las memorias de los mártires, ¿cómo podemos darles nuestra aprobación si la sana doctrina los condena, incluso si se embriagan en sus casas? Una cosa es lo que enseñamos, otra lo que aguantamos, otra lo que se nos ordena mandar, otra lo que se nos manda enmendar y nos vemos forzados a tolerar hasta que llegue la enmienda. Una cosa es la disciplina de los cristianos, otra la intemperancia de los dados al vino, o el error de los débiles.
Sin embargo, hasta en esto mismo hay gran distancia entre la culpa de los dados al vino y la de los sacrílegos. En efecto, es un pecado mucho menor volver ebrio de las memorias de los mártires que ofrecer sacrificios, aunque sea sin probar gota de vino, a los mártires. He dicho: «Ofrecer sacrificios a los mártires», no: «Ofrecer un sacrificio a Dios en las memorias de los mártires». Cosa que hacemos con la máxima frecuencia mediante aquel rito con el que él mandó que se le ofreciesen en la revelación del Nuevo Testamento. Rito que pertenece a aquel culto, llamado de latría, que se debe al único Dios. Pero ¿qué puedo hacer? ¿Cuándo lograré demostrar a la ceguera tan grande de estos herejes, la fuerza que tiene lo que se canta en los salmos: El sacrificio de alabanza me glorificará, y: Allí está el camino donde le mostraré mi salvación?21 Este sacrificio de carne y sangre lo prefiguraban antes de la venida de Cristo las víctimas que mantenían la semejanza, halló su cumplimiento en la misma verdad de la pasión de Cristo y se celebra después de la ascensión de Cristo por el sacramento que es su memorial. Por eso mismo, la diferencia entre los sacrificios de los paganos y los de los hebreos es idéntica a la que existe entre la imitación, fruto del error, y la figura anticipadora.
Del mismo modo que no hay que despreciar o detestar la virginidad de las monjas, por el hecho de que también las Vestales fueron vírgenes, así tampoco hay que recriminar los sacrificios de los patriarcas porque existen también los sacrificios de los gentiles. Así como es grande la distancia que existe entre aquellas dos virginidades, aunque la diferencia esté únicamente en el destinatario de la promesa y de su cumplimiento, así es también grande la diferencia entre los sacrificios de los paganos y de los hebreos, por el hecho mismo de que la única diferencia está en el destinatario de la inmolación y de la ofrenda. Los primeros, ofrecidos a la soberbia impiedad de los demonios que se arrogan eso para ser tenidos por dioses, porque el sacrificio es un honor divino; los segundos ofrecidos al único Dios verdadero, de modo que la semejanza que prometía la verdad del sacrificio se ofrecía al mismo a quien había que ofrecer la verdad cumplida en la pasión del cuerpo y sangre de Cristo.
Los sacrificios de los patriarcas
22. Tampoco es cierto, como dijo Fausto, que nuestros antepasados los judíos, separados de los gentiles, por el hecho de mantener el templo, los sacrificios, el altar y el sacerdocio, abandonaran únicamente las imágenes, es decir, los ídolos. En efecto, hasta sin imágenes de ídolos, podían sacrificar, como algunos, a los árboles y a los montes, e incluso al sol y a la luna y a los restantes astros. Si lo hubiesen hecho con el culto llamado de latría, hubiesen servido a la criatura más que al creador y, por eso mismo, errando con el no pequeño mal de la superstición impía, los demonios se hubiesen aprestado a engañarlos y a recibir de ellos lo que así les hubiesen ofrecido. Esos espíritus soberbios e impíos no se alimentan, como creen algunas personas vacuas, del olor y el humo, sino de los errores de los hombres; no con la refección de su cuerpo, sino con el deleite malévolo de engañar del modo que sea, o cuando se glorían de que se les tributan honores divinos con el fasto arrogante de una majestad simulada.
Así, pues, nuestros padres no abandonaron sólo las imágenes de los gentiles, sino que ofrecieron víctimas al único Dios creador de todo, sin inmolar nada ni a la tierra ni a ninguna realidad terrena, ni al mar, ni al cielo, ni a la milicia celestial. Dios quiso que se le ofrecieran, al prometer por medio de las que se le asemejaban la víctima verdadera por la que nos reconcilió consigo mediante la remisión de los pecados en Cristo nuestro Señor. Cuando el apóstol Pablo dice: Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como víctima viva, santa, agradable a Dios22 se está dirigiendo a los fieles, convertidos en cuerpo de él, que es la cabeza. Pero los maniqueos afirman que los cuerpos humanos son obra de la raza de las tinieblas a la vez que cárceles en que está encerrado Dios tras su derrota. Por tanto, lo que anuncia Fausto es muy distinto de lo que anuncia Pablo. Mas como todo el que os anuncie algo distinto de lo que habéis recibido sea anatema23, y como Cristo nos dice la verdad en Pablo, sea anatema Manés en la persona de Fausto.
Distinta fe, esperanza y amor: distintas costumbres
23. Fausto afirma asimismo, sin saber lo que dice, que nosotros no cambiamos ninguna de las costumbres de los gentiles. Dado que el justo vive de la fe24 y el fin del precepto es el amor que brota de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida25; dado que, para dar forma a la vida de los creyentes permanecen estas tres realidades: la fe, la esperanza y el amor26, ¿cómo puede darse que tenga costumbres iguales con alguien con quien no comparte éstas? Quien cree, espera y ama algo distinto, necesariamente ha de vivir de forma distinta. Y aunque parezca que nosotros y los gentiles nos asemejamos en ciertos usos como la comida, la bebida, la casa, el vestido, los baños, y, entre quienes de los nuestros llevan vida matrimonial, el casarse y tener esposa, procrear hijos, nutrirlos, dejarles herencia, con todo, da un uso a esas realidades quien se sirve de ellas para un fin, y otro distinto quien da gracias por ellas a Dios sobre quien no tiene ideas equivocadas y falsas.
En vuestro error os alimentáis del mismo pan que los demás hombres y vivís de los mismos frutos yaguas y os vestís con lana y lino, tejidos igualmente, no por esto lleváis la misma vida: no porque vuestra comida, bebida o vestido sea diferente, sino porque pensáis, creéis cosas distintas y las referís a un fin distinto, es decir, al fin de vuestro error y vanidad. Así tampoco nosotros vivimos de idéntica manera que los gentiles en estas cosas y en otras que tomamos como ellos, porque esas cosas no las referimos al mismo fin que ellos, sino al fin del precepto de la ley y de Dios: el amor que surge de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida, de la que se apartaron algunos y se convirtieron a palabras vacías.
A este respecto, vosotros gozáis de primacía al no ver ni considerar que el tener y obrar las mismas cosas sólo tienen significado en orden a llevar una vida distinta, si es distinta la fe. Así vuestros oyentes tienen mujeres e hijos, aunque los hayan recibido contra su voluntad, reúnen o conservan para sí un patrimonio, comen carne, beben vino, se bañan, cosechan, vendimian, hacen negocios, ejercen los cargos públicos y, sin embargo, los contáis entre los vuestros y no entre los gentiles, aunque sus hechos se parezcan más a los de los gentiles que a los vuestros. Y aunque los hechos de algunos gentiles se acercan más a los vuestros que a los de algunos oyentes vuestros —pues en sus ritos sacrílegos algunos se abstienen de la carne, del vino y de la unión sexual— contáis dentro del rebaño de Manés a vuestros oyentes que usan de todas esas cosas y que en eso mismo no se parecen a vosotros, antes que a los otros que hacen lo mismo que hacéis vosotros, y preferís contar en vuestro número a la mujer que cree en Manés, aunque haya parido, antes que a la Sibila que ni siquiera se ha casado.
Hay muchos cristianos que se llaman católicos y son adúlteros, salteadores de caminos, avaros, borrachos y dados a cualquier otro vicio opuesto a la sana doctrina. ¿Entre vosotros, en número tan pequeño y casi nulo, no son la mayor parte así? ¿No son así algunos entre los paganos? ¿Acaso decís que son mejores que vosotros los paganos que no son así? Sin embargo, a causa de la sacrílega vacuidad de vuestra secta, incluso los vuestros que no son así, son peores que los paganos que lo son. Por lo cual resulta claro que no se destruye la sana doctrina, que es sólo la católica, porque muchos quieran ampararse en su nombre y no quieran que ella los sane. Hay que reconocer aquel pequeño número que el Señor sobre todo recomienda, extendida por todo el orbe en una muchedumbre ingente e innumerable: con todo, este pequeño número de santos y fieles, que siempre hay que encarecer, igual que se habla del poco grano en comparación de la mucha paja, por sí misma constituye un volumen tan grande de trigo, que supera en número incomparable a todos los vuestros, probos y réprobos, a los que la verdad reprueba por igual.
He aquí que no somos un cisma de los gentiles de los que estamos muy distantes en mejor; pero tampoco vosotros lo sois porque os halláis igual de distantes de ellos en peor.