RÉPLICA A FAUSTO, EL MANIQUEO

Traducción: Pío de Luis, OSA

Libro XIX

Interpretación maniquea y católica de Mt 5,17

Nueva interpretación de Mt 5,17

1. Fausto: —No vine a abolir la ley y los profetas, sino a completarlos1. Ved que ya doy mi asentimiento a lo dicho. Pero hay que preguntar por qué dijo eso Jesús; si para amansar el furor de los judíos, que estaban indignados al ver que pisoteaba sus ritos sacrosantos, y lo juzgaban como un impío y loco al que no había que oír y menos seguir, o para disponernos y enseñarnos a nosotros que, procedentes de la gentilidad le dábamos fe, a llevar con paciencia y complacencia el yugo de los mandamientos que la ley de los judíos y los profetas ponían sobre nuestras cervices. Pero creo que ni tú mismo piensas que Jesús ha proferido esas palabras, para vinculamos a la ley o profetas hebreos. Por eso, si no fue ese el motivo de decirlo, debe ser el otro que indiqué. No hay nadie que ignore que los judíos se confabularon siempre y violentamente contra las palabras y obras de Cristo. Y como comprendían por ellas que abolía la ley y sus profetas, les resultaba obligado indignarse. Por lo cual, no desentonaba decirlo, a fin de que no pensasen que había venido a abolir la ley, sino a completarla y así reprimir su furor. Y en ello no mintió ni les engañó, pues nombró la ley de una forma general y sin hacer distinciones.

Las tres clases de leyes y de profetas

2. Hay tres clases de leyes: una, la de los hebreos a la que Pablo llama ley del pecado y de la muerte2; otra, la de los gentiles, a la que llama ley natural. Dice: Los gentiles cumplen naturalmente la ley; y, sin tenerla, son para sí mismos ley ellos que muestran la realidad de la ley escrita en sus corazones3. La tercera clase de leyes la verdad que, del mismo modo, señaló el Apóstol al decir: La ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me libró de la ley del pecado y de la muerte4. Habiendo, pues, tres clases de ley y asegurándonos Jesús que él no vino a abolir la ley, sino a completarla, es preciso emplear no poco esmero y diligencia en comprender a cuál de ellas se refería.

Dígase lo mismo de los profetas: están los de los judíos, los de los gentiles y los de la verdad. Respecto a los de los judíos nadie preguntará, pues se trata de algo conocido. Sobre los de los gentiles, si alguien tiene dudas, escuche al apóstol Pablo que, escribiendo a Tito, dice de los cretenses: Dijo cierto profeta de ellos: los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos5. Por eso no hay que dudar de que también los gentiles tienen sus propios profetas. Además, que también la verdad tiene sus propios profetas lo indica tanto el mismo Pablo como Jesús. Jesús allí donde dice: Ved que os envío sabios y profetas y a algunos de ellos les daréis muerte en los distintos lugares6. Pablo, a su vez, cuando dice: El mismo Señor constituyó en primer lugar a los apóstoles, luego a los profetas7.

Mt 5,17 se refiere a la ley de la verdad y a sus profetas

3. Con la ley dividida en tres partes e igualmente los profetas, no está suficientemente claro de cuál habló Jesús; hay que conjeturarlo de lo que sigue. Si nombrara de inmediato la circuncisión, los sábados, los sacrificios y las observancias hebreas y les añadiese algo para completarlas, no habría duda de que se refería a la ley y profetas judíos. Mas como no trae a colación ninguna de estas realidades, y sólo menciona los preceptos más antiguos, es decir: No matarás, no adulterarás, no jurarás en falso —preceptos que habían sido promulgados desde antiguo en las naciones, como es fácil probar, por obra de Enoc, Set y los restantes justos como ellos, a los que se las entregaron ángeles resplandecientes, para atemperar la fiereza de los hombres—, ¿a quién no le parece que dijo aquello de la ley de la verdad y de sus profetas? Además, hay pruebas de que los completó según su promesa. ¿Qué dice? Oísteis que se dijo a los antiguos: No matarás; pero yo os digo: No os airéis siquiera: he aquí el complemento. Oísteis que se dijo: No adulterarás; pero yo os digo: No deseéis siquiera: he aquí el complemento. Se dijo: No jurarás en falso, mas yo os digo: No juréis en absoluto8: he aquí igualmente el complemento. Con estas palabras confirma lo anterior y añade lo que le faltaba. En cambio, allí donde pareció nombrar ciertas cosas propias de los judíos, a esas no sólo no las completó, sino que las abolió mandando lo contrario. ¿Cómo sigue? Oísteis que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente; yo, en cambio, os digo: a quien te abofetee en una mejilla, ponle también la otra9: he aquí la abolición. Se dijo: Amarás a tu amigo y odiarás a tu enemigo; pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por quienes os persiguen10: he aquí igualmente la abolición. Se dijo: Quien quiera despedir a su mujer, déle el repudio; pero yo os digo: Todo el que despida a su mujer, excepto por motivos de fornicación, la hará adulterar, y él mismo se hará adúltero si se casa después con otra11. Estos son claramente preceptos de Moisés y por eso han sido abolidos; los primeros lo eran de los justos antiguos y por eso fueron completados. Y si te place este modo de intelección, no cae fuera de lo aceptable que también Jesús haya dicho eso: que no vino a abolir la ley, sino a completarla. Si por el contrario te desagrada mi exposición, busca otra; con tal que no te veas obligado a decir que Jesús mintió o que te sea necesario hacerte judío, a fin de que tampoco ahora insistas en abolir la ley, que él no abolió.

Difícil para Fausto el debate con los Sinmaquianos, fácil con los católicos

4. Con todo, si alguno de los nazareos, a los que otros llaman Sinmaquianos, me objeta que Jesús dijo que él no había venido a abolir la ley, dudaría un poco, indeciso sobre qué responderle. y no sin razón, pues venía cercado en cuerpo y alma a la vez por la ley y los profetas. Pues esos a los que me refiero, llevan la circuncisión, observan el sábado, y se abstienen de la carne de cerdo y otras semejantes, según manda la ley, engañados ellos mismos bajo el nombre cristiano como es dable entender, por este mismo pasaje por el que te dejaste engañar tú, a saber: que Cristo dijo que no había venido a abolir la ley, sino a completarla. Como dije, con ellos sostendría un debate no pequeño, hasta alejar de mí el engorro de dicho pasaje.

En cambio, nunca temeré combatir contigo, que no confías lo más mínimo en tus fuerzas y que atacas más bien con la procacidad. Así, antes me veré tentado por ti que obligado a creer que Cristo dijo lo que veo que ni tú has creído. No presentando ni un punto que deje la impresión de que la ley y los profetas no han sido abolidos, sino cumplidos, me censuras como perezoso y prevaricador por ponerte la objeción que plantea ese pasaje. ¿Acaso también tú te glorías de aquella señal obscena de cortar los prepucios, como si fueras judío o Nazareo? ¿O sacas a relucir el orgullo de observar los sábados? ¿Acaso te gozas conscientemente en la abstinencia de la carne de cerdo? ¿O, finalmente, exultas porque has saturado a Dios con la sangre de las víctimas y con el olor de los holocaustos de los judíos? Y si no has hecho nada de esto, ¿por qué pretendes que Cristo no vino a abolir la ley, sino a cumplirla?

Manes libró a Fausto de hacerse judío

5. Por ello doy incesantes gracias a mi maestro, que, cuando también yo resbalaba, me retuvo, gracias a lo cual hoy soy cristiano. Pues también yo, cuando leí, falto de prudencia, este pasaje, iba casi a tomar la decisión de hacerme judío como tú. Y no sin motivo. Si Cristo no vino a abolir la ley, sino a completarla y nunca se habla de colmar un vaso vacío sino uno medio lleno, me parecía que sólo podía hacerse cristiano un israelita, quien, lleno en buena medida de la ley y los profetas, vendría a Cristo para que lo completase con aquello para lo que aún parecía tener capacidad, en el caso de que no se deshiciese de lo que contenía antes, pues en ese caso no se trataría de llenar, sino de vaciar. Mas yo, viniendo de la gentilidad, pensaba que me había acercado inútilmente a Cristo, porque no traía nada que él pudiese completar en mí con sus añadidos. Buscando, pues, cuál sería aquella primera medida, me encuentro con los sábados, la circuncisión, los sacrificios, novilunios y abluciones, la comida de los ácimos, las distinciones en las bebidas y en los vestidos y otras cosas que sería largo recorrer. Pensé, pues, que era esto y no otra cosa lo que Cristo dijo que no había venido a abolir, sino a completar. Tampoco sin motivo. Pues ¿qué es la ley sin los preceptos? ¿Qué los profetas sin las profecías? Como añadido a estas cosas, encuentro allí aquella amarga maldición contra los que no se mantienen fieles a todo lo que está escrito en aquella ley para cumplirlo12. De esta manera, temiendo allí tal maldición, como viniendo de Dios, y oyendo aquí a Cristo que, como hijo suyo, dice que no vino a abolir aquello, sino a completarlo, considera si algo podía ya impedir que me hiciese judío. Pero de este peligro me liberó la venerable fe de Manés.

El católico o debe negar que es discípulo de Cristo o ha de cumplir las prescripciones de la ley

6. A ti te pregunto qué confianza tienes al poner dicha objeción, o por qué piensas que va sólo contra mí lo que parece que va no menos contra ti. Si no es propio de Cristo abolir la ley y los profetas, tampoco lo es de los cristianos. ¿Por qué entonces la abolisteis vosotros? ¿Acaso vais confesando poco a poco que no sois cristianos? ¿Por qué profanáis con toda clase de trabajo aquel sábado, tan sagrado para la ley y todos los profetas, en el que, según ellos atestiguan, descansó hasta el mismo creador de! mundo13, sin temer la pena de muerte que dictó contra quienes lo quebrantasen, ni la infamia de la maldición? ¿Por qué protegéis vuestras partes ocultas de aquella señal tan deshonrosa en sí, pero tan honrosa para la ley y todos los profetas y particularmente para Abrahán después de su célebre acto de fe, sobre todo considerando que el Dios de los judíos proclama que exterminará de su pueblo a todo el que no esté señalado con dicha ignominia?14 ¿Por qué despreciáis la legislación sobre los sacrificios que ni Moisés ni los profetas bajo la ley, ni Abrahán en su fe tuvieron como algo secundario? ¿Por qué mancháis vuestras almas no haciendo distinción entre los alimentos, si, como creéis, Cristo no vino a abolir estas cosas, sino a completarlas? ¿Por qué mancháis la ley anual de los ácimos y e! rito de matar un cordero, que la ley y los profetas mandan que se observen por siempre? ¿Por qué, finalmente, hacéis tan poco caso de los novilunios, las abluciones, la fiesta de los tabernáculos y restantes ritos de ese estilo contenidos en la ley y los profetas, si Cristo no los abrogó en absoluto? Por lo cual, no sin razón os diría que, si queréis conocer el motivo de ese desprecio, es preciso que neguéis ser discípulos de Cristo o confeséis de una vez que él abrogó antes todas esas cosas. Y, una vez que hayáis reconocido esto, confesad que lo que sigue es una interpolación, que le hace decir que no vino a abolir la ley, sino a completarla, o que significó no sé qué otra cosa muy distinta en que vosotros pensáis.

A qué ley se refiere Mt 5,17

7. Agustín: Ya admites que Cristo dijo: No he venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento15, pues te resulta duro enfrentarte a la autoridad evangélica. Igualmente te ha de parecer duro enfrentarte al Apóstol que dice: Todas estas cosas fueron realidades figurativas para nosotros16.Lo mismo cuando dice acerca de Cristo: Porque no fue sí y no, sino que en él era sí, pues todas las promesas de Dios tuvieron su sí en él17, es decir, en él se manifestaron, en él se cumplieron y, sin oscuridad, verás a qué ley vino a dar cumplimiento y de qué modo se lo dio, y no te largarás divagando sobre las tres clases de ley y las tres clases de profetas y buscando, sin hallarla, una salida. Es manifiesto, y la Escritura del Nuevo Testamento lo atestigua con frecuencia y con claridad mayor que la de la luz, cuál es la ley y cuáles los profetas que Cristo no vino a abolir, sino a dar cumplimiento. Pues la misma ley dada por Moisés se convirtió en gracia y verdad por Jesucristo18; es lamisma ley, repito, dada por Moisés, de quien dijo Cristo: El escribió de mí19. Es la misma ley que entró para que abundara el delito20, cosa que, sin entenderla, soléis tener en la boca como blanco de vuestro reproche. Lee en él y advierte que es la misma ley de la que se dice: Así, pues, la ley es santa y el mandato santo, bueno y justo. Entonces ¿algo bueno se ha convertido para mí en muerte? En ningún modo. Pero el pecado, para manifestar al pecado, por medio de un bien, me produjo la muerte21.La ley no mandaba el delito, de modo que su presencia lo hiciese abundar. La realidad es que la inclusión del mandamiento santo, justo y bueno había hecho culpables de prevaricación a los soberbios que se atribuían mucho a sí mismos, para que, de esa manera, humillados, aprendieran a pertenecer a la gracia por medio de la fe, a fin de no estar sometidos ya a la ley por la culpa, sino asociados a la ley por la justicia. Dice el mismo Apóstol: Porque antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo vigilancia de la ley, a la espera de la fe que luego se manifestó. De esta manera, dice, la ley era nuestro pedagogo hasta Cristo Jesús, pero después que vino la fe, ya no estamos bajo el pedagogo22,puesto que la culpa de la ley no nos ata a quienes estamos ya libres por la gracia. En efecto, antes de que, humillados, recibiéramos la gracia espiritual, nada nos procuraba la muerte sino la letra que nos mandaba lo que no podíamos cumplir. Por eso dice él: La letra mata, mas el espíritu da vida23. Son asimismo palabras del Apóstol: Pues si se hubiera dado una ley que pudiese vivificar, la justicia se debería absolutamente a la ley; pero la Escritura encerró todo bajo pecado, para que los creyentes recibiesen lo prometido por la fe en Cristo Jesús24.También son palabras suyas: Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios envió a su hijo en la semejanza de la carne de pecado, para condenar, con el pecado, al pecado en la carne, para que se cumpla la justicia de la ley en nosotros que no caminamos según la carne, sino según el espíritu25.He aquí lo que significa: No he venido a abolir la ley, sino a completarla26.

Esa ley encadenó a los soberbios con la culpa de la prevaricación, aumentando el pecado, al mandarles lo que no pueden cumplir. La justicia de esa misma ley se cumple por la gracia del Espíritu en quienes aprenden de Cristo, que no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, a ser mansos y humildes de corazón. Luego, como, incluso bajo la gracia, es difícil en esta vida mortal cumplir en su plenitud el precepto de la ley: No desearás27, él, hecho sacerdote por el sacrificio de su carne, nos consigue el perdón, cumpliendo también en esto la ley, de suerte que, lo que no podemos por nuestra debilidad, se restablece por la perfección de quien, siendo él la cabeza, nos hemos hecho miembros. De aquí que diga Juan: Hijitos míos, esto os escribo: no pequéis; pero si alguno peca, tenemos como abogado ante el Padre al justo Jesucristo; él es propiciación por nuestros pecados28.

En Cristo se cumplió lo prometido por los profetas

8. El dio cumplimiento a las profecías, porque en él se ha hecho realidad la promesa de Dios. Esto lomencioné poco antes con palabras del Apóstol. Dice él: Todas las promesas de Dios tuvieron su sí en él. Dice igualmente: Afirmo que Cristo se puso al servicio de los circuncisos, en favor de la veracidad de Dios para confirmar las promesas hechas a los patriarcas29. Así, pues, lo prometido en los profetas, ya de forma clara, ya por las figuras contenidas en las palabras o en las acciones, tuvo su cumplimiento en él, que no vino a abolir la ley y los profetas, sino a darles cumplimiento. Esto no lo entendéis vosotros, porque si los cristianos aún realizasen algunas acciones y celebraciones, que eran realidades simbólicas que anunciaban otras que iban a acontecer, no significaría otra cosa sino que aún no habían llegado las realidades anunciadas en tales figuras. En efecto, cuando se anuncia que algo ha de llegar, o no ha llegado todavía, o, si ya ha llegado, dicho anuncio sobra o es un engaño. En consecuencia, la razón por la que a vosotros os parece que Cristo no dio cumplimiento a los profetas, es decir, que los cristianos no realizan algunas cosas que los profetas establecieron para que las hiciesen los hebreos, se convierte en la prueba de que les dio cumplimiento. Hasta tal punto se ha cumplido lo profetizado en aquellas figuras que han dejado de ser profecías de ellas. A esto se refiere también lo que dice el mismo Señor: La ley y los profetas llegaron hasta Juan30. Pues la ley, que encerraba con la abundancia de la culpa a los prevaricadores, a la espera de la fe que luego se manifestó, se convirtió en gracia por Jesucristo, por quien sobreabundó la gracia. Y de esa manera tuvo cumplimiento, por la gracia liberadora, lo que no se cumplía por la letra que mandaba. Asimismo toda profecía contenida en la ley misma que prometía la llegada del salvador no sólo de palabra, sino también con las figuras que eran algunas acciones, se convirtió en gracia por Jesucristo. Pues la ley se dio por Moisés; pero se ha convertido en gracia y verdad por Jesucristo31. Con su llegada comenzó ya a anunciarse el reino de Dios, puesto que la ley y los profetas llegaron hasta Juan32: la ley para hacer culpables que anhelasen la salvación; los profetas, para prometer al Salvador.

Por lo demás, ¿quién ignora que existieron ya en la Iglesia otros profetas después de la ascensión del Señor? De ellos dice el Apóstol: A algunos los puso en la Iglesia, primero como apóstoles, luego como profetas, en tercer lugar como doctores33, etc. No se refiere a ellos cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan, sino a quienes profetizaron la primera venida de Cristo, venida que, hecha ya realidad, no puede ser aún una profecía.

Por qué los católicos no se circuncidan ni observan el sábado

9. Por tanto, cuando preguntas por qué el cristiano ya no practica la circuncisión carnal, si Cristo no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, te respondo: El cristiano ya no practica la circuncisión carnal porque Cristo ya hizo realidad lo profetizado con aquella circuncisión. Porque la expoliación del fruto de la generación carnal, figurada en aquella acción, ya se ha cumplido en la resurrección de Cristo, y lo que ha de acontecer en nuestra resurrección, se recomienda en el sacramento del bautismo. En efecto, tampoco debió desaparecer el signo de la vida nueva, porque aún queda como realidad futura en nosotros la resurrección de los muertos; pero debió cambiarse para mejor, al sucederle el bautismo como su signo, porque ya ha sucedido lo que nunca había tenido lugar, de suerte que en la resurrección de Cristo nos dejó un ejemplo de la futura vida eterna.

A tu pregunta de por qué el cristiano no observa el descanso sabático, si Cristo no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, te respondo: El cristiano no lo observa, precisamente porque lo profetizado en aquel hecho figurativo, ya se hizo realidad en Cristo. En efecto, tenemos el sábado en aquel que dijo: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cansados, y yo os aliviaré; cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas34.

Respuesta a diversas preguntas de Fausto

10. A tu pregunta de por qué el cristiano no respeta la distinción de los alimentos, mandada en la ley, si Cristo no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, te respondo: «El cristiano no la respeta porque lo profetizado en esas figuras, ya lo hizo realidad Cristo al no admitir en su cuerpo, cuerpo que predestinó en sus santos para la vida eterna, todo lo que, referente a las costumbres de los hombres, estaba figurado en aquellos animales».

A tu pregunta de por qué el cristiano no inmola animales y ofrece a Dios los sacrificios de su carne y sangre, si Cristo no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, te respondo: «El cristiano ya no debe ofrecer esos sacrificios, porque las realidades profetizadas en esas figuras ya las hizo realidad Cristo con la inmolación de su carne y sangre».

A tu pregunta de por qué el cristiano no guarda, como los judíos, lo referente a los ácimos, si Cristo no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, te respondo: «El cristiano no lo guarda porque lo profetizado en aquella figura ya lo hizo realidad Cristo, al eliminar el fermento de la vida vieja, manifestando la vida nueva»35.

A tu pregunta de por qué el cristiano no celebra lo referente a la carne del cordero, si Cristo no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, te respondo: «El cristiano ya no celebra así la pascua, porque lo que se anunciaba con aquella figura lo hizo realidad Cristo, cordero inmaculado, en su pasión».

A tu pregunta de por qué el cristiano no celebra los novilunios si Cristo no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, te respondo: «El cristiano ya no los celebra porque aquello por cuyo anuncio se celebraban ya lo hizo realidad Cristo. Pues la celebración de la luna nueva anunciaba la nueva criatura de la que dice el Apóstol: Si hay alguna criatura nueva en Cristo, lo viejo ha pasado; ved que todo se ha vuelto nuevo»36.

A tu pregunta de por qué el cristiano no observa aquellas abluciones de cada una de sus impurezas, que ordena la ley, si Cristo no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, te respondo: «El cristiano no las observa porque eran figuras de realidades futuras, que Cristo hizo realidad. Pues él vino a sepultarnos consigo en la muerte por el bautismo, a fin de que, como Cristo resucitó de entre los muertos, así también nosotros caminemos en la novedad de vida»37.

A tu pregunta de cuál es el motivo por el que los cristianos no celebran la fiesta de los tabernáculos, si Cristo no abolió la ley, sino que le dio cumplimiento, te respondo: «El tabernáculo de Dios son sus fieles en los que se digna habitar si se hallan en compacta unión, realizada por el amor; por tanto los cristianos no deben observarla porque Cristo hizo ya realidad en su Iglesia lo que prometía aquella figura profética».

De no haberse cumplido, se seguirían observando

11. Conforme a lo que me había propuesto, acabo de sintetizar con la máxima concisión que me fue posible, todos esos puntos, para que no pasaran en silencio. Por lo demás, discutidos cada uno por separado, dieron origen a grandes y numerosos libros que no mostraron otra cosa sino que Cristo estaba profetizado allí.

Así se descubre que todo lo contenido en la Escritura que, según vuestro parecer, los cristianos no guardan porque Cristo lo abolió, los cristianos no lo guardan precisamente porque Cristo le dio cumplimiento. La misma observancia de tales figuras fue un preanuncio de Cristo. Por lo cual, ¿qué tiene de extraño, de absurdo, más aún, de incoherente y poco a propósito el que haya cesado, después de su venida, todo lo que acontecía precisamente para anunciar esa venida? Hasta tal punto, que si no se hubiesen cumplido por la venida de Cristo, aún se mantendría su observancia.

Del hecho de que al venir él ya no se observaban, no se debe deducir que no se cumplieron en la venida de Cristo las realidades figurativas que se observaban para anunciar con la misma observancia la venida de Cristo. Y ello hasta tal punto que, si no se hubiesen cumplido con la venida de Cristo, seguirían observándose. Los hombres no pueden asociarse bajo el nombre, verdadero o falso, de ninguna religión, si no están vinculados por alguna relación, fundada sobre signos o ritos visibles: la fuerza de esos ritos tiene un valor inenarrable, por lo que hace sacrílegos a quienes la desprecian. En efecto, es fruto de impiedad el desprecio de aquello sin lo que no puede existir la piedad.

Los ritos y su fuerza

12. Sin embargo, como los signos visibles pueden hallarse también en los impíos, conforme a lo que leemos de que también Simón Mago poseyó el santo bautismo38, se hacen tales como los describe el Apóstol: Tienen la forma externa de la piedad, pero niegan su fuerza39. La fuerza de la piedad es el fin del precepto, esto es, el amor que brota de un corazón puro, de una conciencia buena y de una piedad no fingida40. Por lo cual, el apóstol Pedro, al hablar del misterio del arca en la que se libró de perecer en el diluvio la familia de Noé, escribe: También a vosotros, de forma semejante, os salvó el bautismo. Y para que no pensasen que les bastaba el signo visible, que les daba la forma externa de la piedad, a la vez que negaban su fuerza por las malas costumbres de su mal vivir, añadió a continuación: No consiste en quitar la suciedad del cuerpo, sino en pedir una conciencia sana41.

Clases de ritos

13. Los primeros ritos que se observaban y celebraban por mandato de la ley, eran anuncios de Cristo que iba a venir. Ritos que, cuando Cristo los hizo realidad con su venida, desaparecieron, y desaparecieron porque estaban cumplidos, pues no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento.

Hay otros que fueron instituidos con valor superior, con mayor utilidad, más fáciles de cumplir, menos en número, como revelados con la justicia de la fe y para los hijos llamados a la libertad, una vez eliminado el yugo de la servidumbre42, adecuado a un pueblo duro y entregado a la carne.

Lección para los cristianos

14. No obstante, si los justos antiguos que entendían que en aquellos ritos se les anunciaba la futura revelación de la fe, de la cual, aún velada y escondida, pero percibida por don de la piedad, vivían ellos también entonces, porque en esta vida nadie puede ser justo, si no vive de la fe; si aquellos justos antiguos, repito, estaban dispuestos a soportar, y la mayor parte de ellos así lo hicieron, todas las durezas y horrores por aquellos ritos anunciadores y por las figuras de realidades aún no cumplidas; si alabamos a los tres niños y a Daniel porque no quisieron contaminarse con los alimentos de la mesa del rey43, que iba contra el misterio de aquel momento; si ensalzamos con enorme admiración a los Macabeos porque no quisieron probar alimentos que ahora toman lícitamente los cristianos, porque en aquella época profética no estaba permitido, ¡cuánto más preparado debe estar ahora el cristiano a sufrir cualquier cosa por el bautismo de Cristo, por la eucaristía de Cristo, por la señal de Cristo, si aquellos eran promesas de realidades que tendrían lugar, mientras estos son pruebas de que ya se han cumplido! Lo que aún se promete a la Iglesia, es decir, al cuerpo de Cristo, ya se anuncia manifestado y ya se ha cumplido en la misma cabeza del cuerpo, el Salvador, es decir, en el mismo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús44. ¿Qué se le promete para la resurrección de los muertos, sino la vida eterna? Esto ya se ha hecho realidad en aquella carne, puesto que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros45. Así, pues, entonces estaba oculta asimismo la fe, pues todos los justos y santos de aquellos tiempos creían en la vida eterna y la esperaban. y todos aquellos signos y ritos sagrados no eran sino promesas. Mas ahora se ha revelado la fe, a la espera de la cual estaba encerrado aquel pueblo bajo la custodia de la ley46; y lo que se promete a los fieles para cuando el juicio, ya se ha cumplido, como ejemplo, por aquel que no vino a abolir la ley y los profetas, sino a darle cumplimiento.

La fe en Cristo que había de venir

15. Los investigadores de las Sagradas Escrituras se preguntan si tuvo tanta utilidad para los antiguos justos la fe en la pasión y resurrección de Cristo, que conocían por revelaciones o comprendían en los profetas, como la tiene ahora la fe en Cristo ya muerto y resucitado. Se preguntan igualmente si el mismo derramamiento de la sangre del cordero de Dios que tuvo lugar, como él mismo dice, en favor de muchos para la remisión de los pecados47, aportó o añadió también alguna utilidad y purificación a quienes, creyendo que tendría lugar, emigraron de esta vida antes de que de hecho tuviese lugar, y si su muerte visitó también a los muertos para liberarlos. Pero ahora lleva demasiado tiempo y no es necesario a esta obra discutir y examinar esta cuestión o establecer y probar lo hallado al respecto.

Acomodación a los tiempos

16. Entretanto, baste haber demostrado contra la acusadora ignorancia de Fausto, cuán grande es el error y delirio de quienes piensan que, porque hayan cambiado los signos y los ritos, ya son diversas también las realidades mismas que el ceremonial profético anunció como promesas, y que el evangélico anunció ya cumplidas. Dígase lo mismo de quienes piensan que, al ser idénticas las realidades, no debió anunciarse su cumplimiento con signos distintos de aquellos que las anunciaban antes de su cumplimiento. Si los sonidos de las palabras de que nos servimos para hablar cambian según los tiempos, y la misma realidad se expresa de una manera cuando hay que hacerla (facienda) y de otra cuando ya está hecha (facta), como las dos palabras mencionadas facienda y facta no requieren el mismo tiempo, ni tienen exactamente las mismas letras y sílabas, ¿qué tiene de extraño que la futura pasión y resurrección de Cristo haya sido prometida con unos signos indicadores de misterios, y se anuncie ya realizada con otros, si los términos futurum y factum, passurus y passus, resurrecturus y resurrexit no pudieron durar lo mismo y sonar de idéntica manera? ¿Qué otra cosa son cualesquiera signos corporales sino una especie de palabras visibles, santas en verdad, pero mutables y temporales? Dios es eterno, pero no lo es el agua, y la acción física que se realiza con el bautizando se actúa y pasa. A su vez tampoco hay consagración si no se pronuncian las sílabas que suenan y pasan con rapidez cuando se dice Dios. Todo esto acontece y pasa, suena y pasa; en cambio la fuerza que actúa por esas realidades físicas, permanece siempre y el don espiritual que insinúan, es eterno.

Por tanto, quien dice: «Si Cristo no hubiese abolido la ley y los profetas, permanecerían en las asambleas y celebraciones cristianas aquellos ritos de la ley y los profetas», puede decir: «Si Cristo no hubiese abolido la ley y los profetas, aún estaría en vigor la promesa de su nacimiento, pasión y resurrección». En efecto, no sólo no la abolió, sino que la cumplió, puesto que ya no se promete su nacimiento, pasión y resurrección —así sonaban los signos en otro tiempo—, sino que se anuncia que ha nacido, padecido y resucitado —realidad que proclaman los sacramentos de los cristianos—. Así, pues, el que no vino a abolir la ley y los profetas, sino a darles cumplimiento, por el mismo hecho de darles cumplimiento eliminó los signos que prometían su cumplimiento futuro. Esto consta ya que ha tenido lugar, como si eliminara las palabras nasciturus (ha de nacer), passurus (ha de padecer), resurrecturus (ha de resucitar), las adecuadas para cuando se trataba de realidades futuras, y ordenase que se dijera natus est (nació), passus est (padeció), resurrexit (resucitó), las adecuadas asimismo una vez que se cumplieron y por eso se eliminaron las otras.

Acomodación a las circunstancias

17. Lo que acontece con estas palabras, acontece con los ritos de aquel pueblo primero. Ya han alcanzado su cumplimiento por aquel que no vino a abolir la ley y los profetas, sino a darles cumplimiento. Por esa razón debieron desaparecer y ser cambiados. Sin embargo, a los primeros cristianos que habían creído, procedentes del pueblo judío, les permitieron los apóstoles conservar el rito y la tradición de sus padres, puesto que habían nacido y se habían educado en él y amonestaron, a los que lo necesitaban, a acomodarse a su lentitud y costumbres. Pero todo hasta que poco a poco se les fuera persuadiendo a abandonar la antigua costumbre y se les llevase a la inteligencia plena.

A eso se debe el que el Apóstol circuncidase a Timoteo48, nacido de madre judía y padre griego en consideración a los circuncisos a los que había llegado en su compañía, y él mismo, viviendo en medio de ellos, mantuvo su modo de vivir, no por una simulación engañosa, sino por decisión sabia. En efecto, a los que habían nacido y se habían educado así no les dañaban esos ritos, aunque ya no eran necesarios para prefigurar realidades futuras. Prohibírselos a esas personas, hasta las que debían durar, resultaba más dañino, pues Cristo, que había venido a dar cumplimiento a todas aquellas profecías, los había hallado ya en ese tenor de vida.

Por lo demás, a quienes no estaban atados por esa necesidad, sino que confluían en aquella piedra angular que es Cristo49, como procedentes de otra pared, es decir, de la del prepucio, no se les obligaba a nada semejante. Por el contrario, a los que habían venido de la circuncisión y aún estaban entregados a tales ritos, si querían aceptar la acomodación libremente, como es el caso de Timoteo, no se les prohibía. Pero si pensaban que su esperanza y salvación estaba en esas obras de la ley, se les apartaba como de una perdición segura. De aquí las palabras del Apóstol: Ved que soy yo, Pablo, quien os dice que, si os circuncidáis, Cristo no os aprovechará nada50. Esto es, si os circuncidáis como ellos querían, según les llegaron a convencer algunos depravados de que no podían salvarse sin esas obras de la ley51. Cuando, sobre todo por la predicación de Pablo, los gentiles venían a la fe en Cristo como debieron venir, sin la carga de ninguna observancia parecida —pues el temor a esas prácticas insólitas, sobre todo a la circuncisión, alejaba de la fe a los mayores de edad; y a los no nacidos así, para que se iniciasen en esos ritos, si se hacían prosélitos según la costumbre antigua, como si aún se prometiese por medio de aquellos misterios a Cristo que había de venir—; cuando, repito, ya venían a la fe del modo que convenía que vinieran ya los que llegaban de la gentilidad, los procedentes de la circuncisión, al no entender por qué a ellos mismos les estaban permitidas tales cosas y por qué no había que imponerlas a los gentiles, comenzaban a turbar a la iglesia con algunas sediciones inspiradas en la carne, porque los gentiles que accedían al pueblo de Dios no se convertían con toda solemnidad en prosélitos mediante la circuncisión de la carne y demás observancias de la ley. Y entre estos se hallaban quienes insistían muchísimo en ese modo de proceder por temor a los judíos en medio de los cuales vivían. Contra ellos escribió mucho el apóstol Pablo, pues hasta corrigió con reproche fraterno a Pedro que había sido arrastrado a tal simulación. Pero después que los apóstoles, congregados en unidad, determinaron en su concilio que no había que obligar a los gentiles a dichas observancias de la ley52, desagradó a algunos cristianos de la circuncisión, incapaces de discernir con su mente que únicamente no había que prohibirles estas observancias a aquellos a quienes la fe que les fue revelada ya los había hallado imbuidos de ellas. Y esto a fin de que llegase a su término la función profética en aquellos a los que la misma función profética ya poseía antes del cumplimiento de la profecía. En efecto, si se los apartaba de ellas, más que terminadas, parecerían reprobadas, y si, por el contrario, se imponían a los gentiles, se pensaría o que no fueron instituidas para prometer a Cristo o que aún lo prometían.

Por tanto, al primer pueblo de Dios se le mandaba observar todo lo que era una promesa de Cristo antes de que viniese él a dar cumplimiento a la ley y a los profetas: libre en aquellos que comprendían a quien se referían dichas observancias, y siervo en aquellos que no lo entendían.

En cambio el segundo pueblo, al acceder a la fe por la que se predicaba que Cristo ya había venido, había sufrido la pasión y había resucitado, en aquellos hombres a los que la fe misma halló educados en tales ritos, ni se le obligaba ni se le prohibía seguir esas observancias; en cambio en aquellos otros, que habían creído estando libres de ellas, no retenidos por ninguna necesidad proveniente de su raza, por ninguna costumbre o acomodación, se les prohibía, a fin de que comenzase ya a aparecer por medio de ellos que todos aquellos ritos habían sido instituidos como promesa de Cristo. Ritos que debían ser abolidos una vez llegado él y cumplidas las promesas. Así, pues, esta medida y gobierno del Espíritu Santo que obra por medio de los apóstoles desagradó a algunos creyentes de la circuncisión, que no lo entendían y permanecieron en su equivocación, hasta el punto de obligar a los gentiles a judaizar. Estos son aquellos a los que Fausto recordó con el nombre Sinmaquianos o Nazareos, quienes, pocos ya ciertamente, perduran aún hasta el presente en su reducido número.

Qué observan y qué no observan los cristianos de la ley mosaica

18. ¿Qué argumentos tienen éstos para acusar a la ley y a los profetas, afirmando que Cristo vino a abrogarlos más que a darles cumplimiento, por el hecho de que los cristianos no observan lo allí mandado? Lo único que no observan son aquellas observancias que eran promesas de Cristo, y no las observan ya precisamente porque Cristo cumplió dichas promesas. No siguen en vigor, porque ya están cumplidas. Los signos que contenían dichas promesas debieron terminar en aquellos a los que la fe en Cristo, como cumplidor de todas, había hallado ya imbuidos de ellas. ¿Acaso no observan los cristianos lo que se halla en aquella escritura: Escucha, Israel, el Señor tu Dios es el único Dios53; no te harás ningún ídolo54, etc.? ¿No observan los cristianos lo que allí se dice: No tomarás el nombre de tu Dios en vano?55 ¿No guardan los cristianos el sábado mismo que se refiere a la inteligencia del verdadero descanso? ¿Acaso no tributan los cristianos a sus padres el honor allí mandado? ¿No se abstienen los cristianos de las fornicaciones, de los homicidios, de los hurtos, de los falsos testimonios, de desear la mujer de su prójimo? Todo esto está escrito en aquella ley. Estos son preceptos referidos a las costumbres, aquéllos signos de promesas; los primeros se cumplen con la ayuda de la gracia, los segundos cuando se hacen realidad: tanto unos como otros, por medio de Cristo, que otorga siempre aquella gracia, que ahora además revela; que prometió entonces la verdad, que ahora manifiesta, puesto que la ley fue dada por medio de Moisés, mas se ha convertido en gracia y verdad por medio de Jesucristo56. Finalmente, aquéllos que se guardan en la conciencia de quien vive santamente se cumplen con la acción de la fe que actúa por el amor57; en cambio éstos que se dieron como figuras que contenían promesas, pasaron una vez mostrada la realidad. Así, tampoco éstos fueron derogados, sino cumplidos, porque Cristo no los mostró anulados, ni de forma engañosa, puesto que presentó lo que se prometía bajo su significación.

Cristo cumplió todos los preceptos

19. Así, pues, el Señor Jesús no completó, como Fausto opina, algunos preceptos proclamados por los justos antiguos ya antes de la ley de Moisés, como éste: No matarás. Precepto que no criticó, proponiendo otro opuesto, sino que lo confirmó, al prohibir incluso la ira y el insulto58. En cambio abolió —sigue Fausto— algunos que parecían peculiares de la ley de los hebreos, como es: Ojo por ojo y diente por diente. Precepto que parece haber abolido más que confirmar, al decir: Pero yo os digo que no resistáis al hombre malo, antes bien, si alguien te abofetea en la mejilla derecha, ponle también la otra59, etc. Pero nosotros afirmamos que incluso los preceptos que éstos piensan que Cristo abolió, como introduciendo otros contrarios, fueron instituidos entonces justamente para aquel tiempo y ahora Cristo, en vez de abolirlos, los ha cumplido.

¿Completó Jesús la ley de los antiguos justos de no matar?

20. Por tanto, lo primero que les pregunto es si aquellos justos antiguos, Enoc y Seth —a éstos menciona especialmente Fausto— y si hubo otros, no sólo antes de Moisés, sino incluso antes de Abrahán, se airaron con su hermano sin motivo y le dijeron: Necio. Si no lo dijeron, ¿por qué no enseñaron también esto? Y si lo enseñaron, pregunto, ¿cómo Cristo completó su justicia y enseñanza al añadir: pero yo os digo: si alguien se aíra contra su hermano, o si le dice «raca», o «necio», irá ante el tribunal o ante el sanedrín o a la gehenna del fuego60, si ellos vivían como aconsejaban que se viviera? ¿O ignoraban aquellos justos que hay que refrenar la ira y que no hay que ofender al hermano con un insulto insolente, o lo sabían, pero eran incapaces de contenerse? Entonces eran reos de la gehenna, y en este caso, ¿cómo eran justos? Tú no te atreves a decir que su justicia era ignorante de lo pertinente a su obligación, ni tan intemperante que los hiciese reos de la gehenna. Entonces, ¿por qué tenía que completar Cristo, añadiendo aquellas cosas, la ley, conforme a la cual vivían los antiguos justos, si no podía existir su justicia sin eso? ¿Has de decir, acaso, que la ira repentina y la lengua reprobable comenzaron a incluirse en la maldad desde que vino Cristo, mientras que antes no era malo cometer dichas acciones ni en el corazón ni con la boca? Igual que en algunas cosas, y en función de lo que conviene al momento, hallamos que ahora no está permitido lo que antes sí estaba, o que antes no era lícito lo que ahora sí lo es. No has perdido aún tanto la cabeza que digas eso; pero si lo dices se te responderá que, según ese modo de entender, Cristo no vino a completar lo que faltó a la ley antigua, sino que formuló una nueva, que no existía, si decir al hermano ¡necio!, aunque no era injusto para los justos antiguos, Cristo quiso que lo fuese ahora, hasta el punto que todo el que lo diga, es reo de la gehenna. Por tanto, aún no has hallado a qué ley le faltó alguna vez esas cosas, ley que completaría Cristo con esas adiciones.

... de no fornicar?

21. ¿Acaso la ley de no fornicar estaba a medio formular entre aquellos justos antiguos, hasta que la completó el Señor, añadiendo la prohibición de mirar a una mujer deseándola? Así recordaste dicha afirmación: «Oísteis que se dijo: No fornicarás; mas yo os digo: no deseéis siquiera: he aquí el complemento». Expón con claridad las palabras evangélicas; no desvirtúes con las tuyas lo dicho, y advierte qué piensas de aquellos justos antiquísimos. Oísteis, dice, que se dijo: No fornicarás; mas yo os digo: Si alguno mira una mujer deseándola, ya fornicó con ella en su corazón61. ¿Acaso aquellos justos, Set o Enoch u otros semejantes, si existieron, fornicaban en sus corazones? En caso positivo, o su corazón no era templo de Dios, o fornicaban en el templo de Dios. Si no te atreves a decir esto, ¿cómo al venir ahora Cristo completó en este aspecto su ley, que entre ellos ya estaba completa?

... de no jurar?

22. Afirmaste asimismo que Cristo había completado su ley que prohibía jurar62. Al respecto no puedo afirmar que los antiguos justos no jurasen, pues descubrimos que hasta el apóstol Pablo juró63. De vuestros labios no desaparece el continuo juramento, puesto que juráis por la luz, que amáis con las moscas —y sois incapaces de pensar en aquella luz de las mentes totalmente ajena a estos ojos, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo64y por vuestro señor Maniqueo, llamado Manés en su lengua patria. Pero vosotros, para evitar entre los griegos un nombre que significa locura, lo alargasteis como a un nombre declinado y prolongado, para así resbalar mejor. De este modo, en efecto, expuso uno de los vuestros, por qué se le llamó Maniqueo, es decir, para que, en la lengua griega, pareciese como que derramaba maná, pues en griego «quei» significa «derrama». Al respecto ignoro si habéis hecho otra cosa que soñar más claramente con vuestra locura. Pues no añadisteis una letra a la primera parte del nombre, para que se reconociera el maná, sino que añadisteis dos sílabas a la posterior, llamándole no Manniqueo, sino Maniqueo, de modo que en sus palabras tan prolijas y vacías no os sonase sino un verter locura.

Con mucha frecuencia juráis también por el Paráclito; ciertamente no por el que Cristo prometió y envió a sus discípulos65, sino por el mismo que vierte locura, si se me permite traducir a nuestra lengua su nombre. Dado, pues, que no dejáis nunca de jurar, quisiera saber, cómo entendéis también esa parte de la ley, que pretendéis se admita que es tan antigua, que el Señor os completó, y sobre todo considerando los juramentos del Apóstol. Pues ¿qué autoridad tenéis vosotros, incluso ante vosotros mismos, por no decir ante mí o ante cualquier hombre? Por lo cual, pienso que ya está claro cuán distintamente hay que entender lo que dice Cristo: No he venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento. Es decir, no con esas adiciones que, o bien son una exposición de las proposiciones antiguas presentadas, o están ahí para conversación, no para su cumplimiento.

Las novedades introducidas por Jesús

23. Como no entendían por homicidio más que la acción de dar muerte al cuerpo humano, que le privaba de la vida, reveló el Señor que se incluía dentro del homicidio todo movimiento malvado encaminado a dañar al hermano. Por esa razón dice también Juan: El que odia a su hermano, es un homicida66. Y como pensaban que sólo la unión física ilícita con una mujer recibe el nombre de adulterio, mostró el Señor que hasta el mismo deseo no es otra cosa. Asimismo, como jurar en falso es un pecado grave, mientras que el no jurar o jurar con verdad no es pecado en absoluto, pero quien no acostumbra a jurar está mucho más lejos de jurar en falso que quien es proclive a jurar con verdad, el Señor prefirió que no nos alejáramos de la verdad, evitando todo juramento a que jurando con verdad nos acercáramos al perjurio. Y así, tampoco el Apóstol juró nunca en los discursos que se sabe que pronunció, no fuera que por la costumbre de jurar, resbalase alguna vez, aún sin darse cuenta, al perjurio. En cambio en sus escritos, donde cabe mayor y más acendrada reflexión, se halla que juró en numerosos lugares, para que nadie pensase que hasta el jurar con verdad era pecado, y comprendiese más bien que, a causa de la fragilidad humana, los corazones se mantenían más seguros lejos del perjurio evitando todo juramento. Considerados estos aspectos, no hallamos que hayan sido abolidos, como opina Fausto, aquellos preceptos que él quiere que se vean como peculiares de Moisés.

Mt 5,43

24. Y ahora les pregunto por qué pretenden que sea peculiar de Moisés lo que se dijo a los antiguos: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo67. ¿Acaso no dijo también el apóstol Pablo que ciertos hombres son odiosos para Dios?68 E incluso, con referencia a esta recomendación, el mismo Señor nos exhorta a que imitemos a Dios. Para que seáis, dice, hijos de vuestro padre que está en el cielo, quien hace salir su sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos69. Hay que investigar, pues, cómo se entiende que hay que odiar a los enemigos a ejemplo de Dios, para quien, según dijo Pablo, algunos son odiosos, y a su vez, cómo hay que amar a los mismos, también a ejemplo de Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos. Aparecerá de esa manera que el Señor quiso llevar a amar a sus enemigos, precepto que desconocían en absoluto, a quienes entendían mal las palabras: Odiarás a tu enemigo. Pero llevaría mucho tiempo exponer cómo se puede cumplir lo uno y lo otro. De momento, sin embargo, mis palabras se dirigen a esos a quienes les desagrada sin distinciones el que alguien odie a su enemigo. Yo les pregunto si su Dios ama a la raza de las tinieblas; o, si hay que amar a los enemigos por el hecho de que tengan una porción de bien, ¿por qué no debemos odiarlos también, dado que tienen otra porción de mal? Con esta regla se soluciona la dificultad y se enseña que no hay contradicción entre lo que dice la escritura antigua: Odiarás a tu enemigo, y lo que se halla en el evangelio: Amad a vuestros enemigos70, puesto que a todo hombre hay que odiarlo en cuanto es malo, y hay que amarlo en cuanto es bueno, rechazando lo que con razón odiamos en él, es decir, el vicio, a fin de que, una vez eliminado él, pueda ser liberado lo que con razón amamos en él, esto es, la misma naturaleza humana. Esta es la regla, repito, según la cual odiamos al enemigo por lo que en él hay de malo, es decir, la maldad, y le amamos por lo que en él hay de bueno, esto es, la criatura social y racional. Con la particularidad de que nosotros reconocemos que es malo, no a causa de la naturaleza, suya o ajena, sino por la propia voluntad. Los maniqueos, en cambio, piensan que el hombre debe su maldad a la naturaleza de la raza de las tinieblas, de la que, según ellos, Dios en su totalidad tuvo miedo, antes de que lo venciera en una de sus partes, y de tal manera que nunca alcanzará la liberación total.

Así, pues, al oír y no entender lo que se dijo a los antiguos: Odiarás a tu enemigo, los hombres se sentían movidos a odiar al hombre, cuando debían odiar únicamente el vicio. A estos es a los que corrige el Señor al decir: Amad a vuestros enemigos, de modo que quien ya había dicho: No he venido a abolir la ley y los profetas, sino a darle cumplimiento, y por tanto no había abolido lo mandado en la ley sobre el odio a los enemigos, al mandar el amor a los enemigos, nos obliga a entender de qué modo odiar, en atención a su culpa, y amar, en atención a su naturaleza, a un único y mismo hombre. Pero comprender esto es demasiado para sus mentes extraviadas. Únicamente hay que urgirles a que, conforme a la sinrazón o, mejor, demencia de su acusación, defiendan a su Dios, de quien no pueden decir que amara a la raza de las tinieblas, y que, por tanto, ante su ejemplo, no les cabe la exhortación a amar al propio enemigo. Pues antes pudieron poner el amor al enemigo en la raza de las tinieblas que en su Dios. En efecto, según sus delirios, ésta apeteció para sí la luz vecina y colindante, quiso disfrutar de ella, y para lograrlo, planeó su invasión. Y no se puede hablar de culpa, puesto que apeteció el bien auténtico que procura la felicidad. Por eso dice el Señor: El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatarán71. Ved que, conforme a su vacuidad, la raza de las tinieblas quiso ejercer la violencia y apropiarse aquel bien que había amado, deleitada con su resplandor y hermosura. Dios, en cambio, no la amó a ella, sino que, detestando, lleno de odio, a la que quería gozar de él, intentó erradicarla totalmente. Si, pues, los malos aman el bien para disfrutar de él, mientras los buenos odian el mal, para evitar mancharse, respondedme, maniqueos, ¿quién de ellos cumple las palabras del Señor: Amad a vuestros enemigos?72 Ved que si pretendéis que esas dos afirmaciones se contradicen, fue vuestro Dios quien cumplió lo escrito en la ley de Moisés: Odiarás a tu enemigo, y la raza de las tinieblas la que cumplió lo escrito en el evangelio: Amad a vuestros enemigos. Aunque ni con vuestras ficciones pudisteis hallar cómo solucionar la cuestión entre las moscas que buscan la luz y las cochinillas que huyen de ella, pues sostenéis que unas y otras son hijas de la raza de las tinieblas. ¿Dé donde les viene a las primeras amar la luz, extraña a sí, mientras las segundas, alejándose de ella, se deleitan en lo que es su origen? ¿Acaso es más puro el nacimiento de la mosca en fétidas cloacas, que el de la cochinilla en oscuros aposentos?

Mt 5,38

25. ¿Cómo lo que se dijo a los antiguos: Ojo por ojo, diente por diente contradice a lo que dijo el Señor: Pero yo os digo: No ofrezcáis resistencia al hombre malo; antes bien, si alguno te abofetea en la mejilla derecha, ponle la también la otra73, etc., si aquel precepto antiguo fue dado para reprimir las llamas del odio y para refrenar la crueldad de los ánimos exacerbados. ¿Quién se contenta fácilmente con nivelar la venganza con la ofensa? ¿No vemos que hombres levemente heridos planean la muerte, tienen sed de sangre y apenas hallan males que hacer al enemigo que los dejen saciados? ¿Qué hombre golpeado con el puño no acude a los tribunales buscando la condena de quien le golpeó, o si él personalmente puede devolver el golpe, no asesta una paliza a todo el cuerpo a puñetazos y patadas, si no ha podido hacerse con un arma arrojadiza? Así, pues, la ley estableció el castigo del talión, fijando una justa medida frente a esa venganza desmedida y por tanto injusta. Es decir, estableció que cada cual sufra el castigo proporcionado a la ofensa. Por tanto, el ojo por ojo y diente por diente, no es un estímulo, sino una barrera a la ira; una norma establecida no para encender lo que estaba apagado, sino para evitar que se extienda el fuego encendido. Pues hay una cierta venganza justa y justamente se le debe a quien sufrió la injuria. Por esa razón, cuando perdonamos, en cierto modo cedemos algo de nuestro derecho. Es el motivo también por el que se denomina deudas a lo que la oración del Señor nos exhorta a perdonar humanitariamente, para que se nos perdonen también a nosotros las nuestras74. Porque lo que se debe a uno, aunque se perdone por benignidad, no es, sin embargo, injusto reclamarlo. Pero en el juramento incluso quien jura con verdad se acerca al perjurio, del que se mantiene a infinita distancia quien nunca jura, y aunque no peque quien jura con verdad, está más lejos del pecado quien no jura —de aquí que la exhortación a no jurar es un seguro contra el pecado de perjurio— o de igual manera, como peca quien apetece una venganza injusta, por exceso, pero no peca quien con justicia busca una venganza dentro de sus límites, está más lejos del pecado de vengarse injustamente quien renuncia a toda venganza. Peca quien exige más de lo debido; quien reclama lo debido no peca, pero está más seguro y más lejos del pecado de una exacción injusta quien renuncia a cobrar cualquier deuda. Sobre todo si lo hace para no verse obligado él mismo a pagar la deuda a quien no debe nada.

Podría presentarlo de esta manera: «Se dijo a los antiguos: no te vengarás injustamente; pero yo os digo: no os venguéis en absoluto». Se trata de un complemento, como dice Fausto a propósito del juramento: «Se dijo: No jurarás en falso; pero yo os digo: no juréis en absoluto75. He aquí el complemento». También yo podría presentarlo así, si pensase que con estas adiciones Cristo añadió a la ley lo que le faltaba, y no más bien que indicó que la renuncia a toda venganza era un seguro para no pecar por vengarse injustamente, cosa que pretendía le ley; igual que el no jurar en absoluto era otro seguro para no pecar por perjurio, cosa que igualmente pretendía la ley. En efecto, si se contradicen: Ojo por ojo y diente por diente, y: a quien te abofetee en una mejilla ponle también la otra, ¿cómo no se contradicen: Cumplirás lo que juraste al Señor y: No jures en absoluto?76 Y, sin embargo, en un caso Fausto no habla de abolición, sino de complemento, cosa que debía pensar también en el otro. Pues si «jura con verdad» se complementa con «no jures», ¿por qué «véngate justamente» no se complementa con «no te vengues»? Del mismo modo que yo pienso que uno y otro precepto miran a prevenir del pecado de jurar en falso o de una venganza injusta, aunque esta exhortación a renunciar absolutamente a toda venganza mire también a que, perdonando nosotros las deudas, merezcamos que se nos perdonen las nuestras. Mas a un pueblo duro había que fijarle al comienzo una medida, que le sirviese para no sobrepasar la deuda. De este modo, amansada la ira que arrastra a una venganza desmesurada, quien lo quisiera vería ya, seguro, cómo debe comportarse quien desee que el Señor le perdone, a fin de que, tras esa consideración, perdone también la deuda a su consiervo.

Mt 5,31

26. Si examinamos con atención lo que estableció el Señor respecto al despido de la mujer, dado que a los antiguos se les dijo: Todo el que despida a su mujer, déle el documento del repudio77, veremos que no hay contradicción. El Señor no hizo más que exponer lo que pretendía la ley al ordenar indistintamente a todo el que despide a su mujer que le dé el documento del repudio. No dice: «El que quiera, que despida a su mujer» —lo contrario es no despedirla— o antes bien, no quería que el marido despidiese a su mujer quien puso este plazo, a fin de que el ánimo impulsado a la separación, retenido por la escritura del documento, desistiese y pensase el mal que era despedirla. Sobre todo teniendo en cuenta que, según se corre, entre los hebreos a nadie le estaba permitido escribir las letras hebreas más que a los escribas, puesto que profesaban una sabiduría superior, y si algunos de ellos estaban dotados también de equidad y de piedad, no sólo la profesaban, sino que la seguían. La ley, pues, quiso que aquel a quien mandó dar el documento de repudio en caso de despedir a la mujer se presentase a éstos, que convenía fuesen sabios intérpretes de la ley y justos disuasores de la separación. Nadie les podía escribir el documento, sino aquellos que, por esa circunstancia, surgida en cierto modo de la necesidad, debían guiarlos con una sabia orientación, y promoviendo la paz entre él y su mujer, moverlos al amor y a la concordia. Y, sólo cuando el odio tenía tanta fuerza que era imposible apagarlo y enderezarlo, escribía el documento, porque entonces no despedía sin motivo a la que odiaba tanto que ningún razonamiento de los sabios podía conducirlo de nuevo al amor debido al cónyuge. Pues si no se ama a la mujer, hay que despedirla; mas como no hay que despedirla, hay que amarla. Ahora bien, el amor se puede lograr con la exhortación y la persuasión, pero no imponerse por la fuerza a quien no quiere. Esa era la tarea del escriba justo y sabio, como convenía que fuera en aquella función. A él se mandó que se presentase el marido, en litigio con su mujer, para que le escribiese el documento. Documento que no escribiría ese hombre bueno y sabio, más que cuando fuese incapaz de infundirle en su ánimo, demasiado alejado y extraviado, la razón de la concordia.

Con todo, yo, partiendo de la sacrílega vacuidad de vuestro error, os pregunto por qué os desagrada despedir a la mujer que juzgáis que hay que tener, no para serle fieles en el matrimonio, sino para cometer el pecado de saciar la concupiscencia. El matrimonio recibe su nombre del hecho de que la mujer no debe casarse sino para convertirse en madre, cosa que vosotros aborrecéis. Pensáis que mediante él la porción de vuestro Dios, vencida en batalla y sometida por la raza de las tinieblas, se halla también atada en los grillos de la carne.

«Pero yo os digo», no supone ningún complemento material

27. Explicaré lo que me va a ocupar ahora. Cristo añadió a algunas sentencias antes recordadas las palabras: mas yo os digo. Con esta adición verbal no completó la ley primitiva, ni destruyó, oponiéndole preceptos contrarios, la dada por Moisés. Más bien encareció todo lo tomado de la ley de los hebreos, de tal manera que lo que añadió por iniciativa personal, tuvo la virtualidad de aclarar algo oscuro de ella, o de afianzar lo que ella pretendía. Si ello es así, ya ves cuán diversamente hay que entender sus palabras de que no vino a abolir la ley y los profetas, sino a darles cumplimiento. Es decir: no en el sentido de que estaba sin completar y lo hizo con esas palabras, sino en este otro: con la inspiración de la gracia, en atención a la confesión de los humildes, se cumplía con la realidad de los hechos, no por la adición de palabras, lo que no se podía cumplir al mandarlo la letra, debido a la presunción de los soberbios. Como dice el Apóstol, la fe obra por el amor78. Por eso afirma también: El que ama al prójimo, cumple la ley79. Cristo, al venir públicamente otorgó el amor, el único medio para cumplir la justicia de la ley, por el Espíritu Santo que prometió enviar. Por eso dijo: No he venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento. Este es el Nuevo Testamento, en el que se promete a este amor la herencia del reino de los cielos, que, según convenía a los tiempos, estaba oculto en las figuras del Antiguo testamento. De ahí que dijera también: Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros80.

Las «novedades» de Jesús presentes en el Antiguo Testamento

28. Así todas o casi todas las exhortaciones o preceptos contenidos en los pasajes donde añadía: mas yo os digo, se hallan también en aquellos libros antiguos. En ellos se dice contra la ira: Mi ojo está turbado por la ira81, y: es mejor quien vence la ira que quien conquista una ciudad82. En ellos se dice también contra la palabra ofensiva: El golpe del látigo origina cardenales, mas el golpe de la lengua quebranta los huesos83. Contra el adulterio del corazón: No desees la mujer de tu prójimo84. No dice: «No adulteres», sino: no desees. Razón por la que el Apóstol menciona este texto de la ley al decir: Pues yo desconocía el deseo, de no decirme la ley: No desees85. Respecto al aguante para no replicar, en ellos se alaba al hombre que ofrece su mejilla a quien le abofetea y saturado de oprobios. Allí se dice sobre el amor al enemigo: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber86. Esto lo mencionó el Apóstol87, junto con aquello del salmo: Con los que odiaban la paz, yo era pacífico88, y otras muchas cosas.

Sobre el imitar a Dios moderando la venganza y amando a los malos, tienes allí un texto amplio sobre ese modo de obrar de Dios. Allí está escrito: Tu mucho poder prevalece siempre; y ¿quién se opondrá al poder de tu brazo? Porque el orbe de la tierra está ante ti como polvillo en la balanza, y como una gota de rocío mañanero que desciende sobre la tierra; pero te compadecerás de todos, porque todo lo puedes y haces la vista gorda sobre los pecados de los hombres en atención a su arrepentimiento. Amas todo lo que existe y no odias nada de lo que hiciste; pues si algo odiases no lo habrías hecho. ¿Cómo podría haber permanecido algo si tú no lo hubieses querido, o cómo se hubiese conservado de no haberlo llamado tú? Mas tú eres misericordioso con todo, porque todo es tuyo, Señor, que amas la vida. Bueno es tu Espíritu en todo. Por eso a los que se extravían parcialmente los corriges, y les amonestas indicándoles en qué pecan, para que, abandonando la malicia, crean en ti, Señor89. Cristo nos exhorta a imitar esta benigna paciencia de Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos, para que renunciemos a vengar las injurias que sufrimos y hagamos el bien a quienes nos odian, a fin de ser perfectos como es perfecto nuestro Padre del cielo90. También está escrito en aquellos libros que el perdonar a otros estas deudas que reclaman venganza nos sirve a nosotros para que se nos perdonen las deudas de nuestros pecados, y que hemos de estar atentos, pues si no lo hacemos, tampoco se nos desatará, cuando lo pidamos, el lazo del pecado. Estas son las palabras: El que quiera vengarse, hallará la venganza de Dios que confirmará sus pecados. Olvida al prójimo que te daña y entonces se te perdonarán los pecados cuando supliques el perdón. Un hombre que guarda rencor a otro hombre, ¿pide al Señor la curación de la carne? ¿No tiene misericordia con un hombre semejante a sí y la suplica al Señor por sus pecados? Siendo carne, almacena la ira ¿y pide clemencia al Señor? ¿Y quién pedirá por sus pecados?91

También respecto al repudio de la mujer

29. Respecto a no despedir la mujer, ¿qué otra cosa o qué cosa más oportuna mencionaré que aquel texto en que el mismo Señor respondió a los judíos que le preguntaban sobre ello? Al preguntarle ellos si era lícito despedir por cualquier motivo a la mujer, les respondió: ¿No habéis leído que quien los creó los hizo desde el comienzo varón y mujer y que les dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una sola carne? Así, pues, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre92. Ved cómo los judíos, que cuando despedían a la mujer creían obrar conforme a la ley de Moisés, quedan convictos a partir de los mismos libros de Moisés de que no hay que despedirla. El testimonio del mismo Cristo nos lleva a conocer que Dios los creó, y que los hizo varón y mujer, por lo cual quedan condenados los maniqueos que lo niegan no ya en el libro de Moisés, sino resistiéndose al mismo Cristo. Además, si es verdad —como ellos piensan y proclaman— que el diablo fue quien los hizo macho y hembra y quien los unió, ¿con qué astucia diabólica acusa Fausto a Moisés como si disolviese el matrimonio con el documento de repudio, a la vez que alaba a Cristo como si confirmase dicho vínculo por la autoridad del evangelio, siendo así que, según su afirmación necia y sacrílega debería alabar a Moisés que separaba lo que había hecho y unido el diablo, y vituperar a Cristo que daba solidez a esa obra y unión del diablo? ¿Cómo revela el maestro bueno la razón por la que luego permitió despedir a la mujer el mismo Moisés, que de la primera unión del varón y de la mujer dedujo la castidad conyugal tan santa y que ninguna separación había de violar? En efecto, cuando ellos le respondieron: ¿Por qué Moisés mandó darle el documento del repudio y despedirla?, él les replicó: Os permitió despedir a vuestras mujeres por la dureza de vuestro corazón93. Esto es lo que expuse hace poco. ¡Cuán grande no sería su dureza, que ni siquiera poniendo en medio el documento por el que se daba a los justos y sabios la oportunidad de disuadirles, no pudo quebrarse y doblegarse con vistas a recuperar y reconquistar el amor conyugal! Así el Señor declaró qué mandaba la ley a los buenos y qué permitía a los duros apoyándose en la ley misma. Cuando, recordando por la misma Escritura la unión de varón y mujer exhortó a no despedir a ésta, expuso que dicha unión era de autoridad divina, y mostró que tenían que dar el documento de repudio por la dureza de su corazón o domable o indómito.

En el Antiguo Testamento estaba oculto el fin al que tienden los preceptos

30. Todos aquellos excelentes preceptos del Señor que Fausto quería mostrar como contrarios a los libros antiguos de los hebreos, se hallan en esos mismos libros. Según esto, ¿por qué no vino el Señor a abolir la ley sino a darle cumplimiento? Porque, exceptuadas las figuras que contenían las promesas, cumplidas al llegar la realidad y luego desaparecidas, nosotros cumplimos esos mismos preceptos por los que la ley es santa, justa y buena94, no por la vetustez de la letra que manda y aumenta los delitos de los soberbios con la culpa de la prevaricación, sino por la novedad del espíritu que ayuda y la confesión de los humildes con la gracia de la salvación liberadora. Como todos estos preceptos son sublimes y no están ausentes de aquellos libros antiguos, así allí está oculto el fin al que tienden, aunque ya vivieran conforme a él los santos, que veían su futura revelación, y de forma acomodada a aquellos tiempos o lo cubrían proféticamente o, bajo el techo profético, lo comprendían en su sabiduría.

La vida eterna y la resurrección corporal, presentes también en el Antiguo Testamento

31. Ya por último —cosa que no afirmaría temerariamente— ignoro si alguien ha encontrado en aquellos libros la mención del reino de los cielos, que tan frecuentemente menciona el Señor. Ciertamente se dice allí: Amad la sabiduría para reinar por siempre95. Además, si no se anunciase allí a las claras la misma vida eterna, no diría el Señor a los malos judíos: Escudriñad las Escrituras, en las que pensáis que tenéis la vida eterna; ellas dan testimonio de mí96. ¿A qué, sino a esto, se refieren varios textos que se hallan allí? Son estos: No moriré, sino que viviré y contaré las obras del Señor97; e: Ilumina mis ojos, para que nunca me duerma en la muerte98; y: Las almas de los justos están en la manos de Dios, y no les toca el tormento de la muerte ; y poco después: Mas ellos viven en la paz; y si entre los hombres padecieron tormentos, su esperanza está llena de inmortalidad; tras un pequeño sufrimiento, se encontrarán con muchos bienes99; y en otro lugar: Los justos viven perpetuamente; su recompensa está en el Señor y su pensamiento ante el Altísimo; por eso recibirán el reino de gloria y una diadema hermosa de la mano del Señor100. Estos testimonios sobre la vida eterna, y otros muchos ya clarísimos, ya semioscuros, se hallan en aquellos libros.

Los profetas tampoco callaron acerca de la resurrección corporal, razón por la que los fariseos mantenían una lucha durísima contra los saduceos que no creían en ella. El hecho no sólo aparece claro en los Hechos de los apóstoles canónicos, que los maniqueos no aceptan, para que no se les deje convictos respecto a la venida del verdadero Paráclito, prometido por el Señor101, sino también en el evangelio, allí donde los saduceos, a propósito de la mujer que había contraído matrimonio sucesivamente con los siete hermanos, puesto que al morir uno le sucedía otro como marido, le preguntan de cuál de ellos iba a ser la mujer en la vida futura102.

Por tanto, aquella Escritura abunda en testimonios acerca de la vida eterna y de la resurrección de los muertos; pero esta expresión «reino de los cielos» no me resulta que se encuentre allí. La expresión pertenece propiamente a la revelación del Nuevo Testamento, puesto que los cuerpos que eran terrenos, gracias a aquella transformación que Pablo menciona claramente, se harán espirituales103 en la resurrección, y por eso mismo celestiales, y en ellos poseeremos el reino de los cielos. El mencionarlo estaba reservado para la boca de aquel a quien toda la institución del Antiguo Testamento anunciaba, con las genealogías, hechos, dichos, sacrificios, observancias, fiestas y todos los vaticinios verbales, mediante acciones concretas y mediante figuras, que iba a venir como rey para gobernar y como sacerdote para santificar a todos sus fieles: él, que, lleno de gracia y de verdad104, no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, ayudando con la gracia a cumplir los preceptos y atento a cumplir las promesas ofreciendo la realidad.