Libro XV
La auténtica esposa de Cristo: ¿la iglesia maniquea o la Católica?
razón por la que no aceptan el Antiguo Testamento
1. Fausto: —¿Por qué no aceptáis el Antiguo Testamento?
—Porque ningún vaso lleno recibelo que se echa en él de más, sino que lo deja caer, y el estómago saturado rechaza más alimento. Por esa razón los judíos, acaparados por Moisés y saciados con el Antiguo Testamento, rechazaron el Nuevo, y nosotros, prevenidos por Cristo y llenos del Nuevo, rechazamos el Antiguo. Vosotros, por el contrario, no aceptáis ni uno ni otro, porque no estáis llenos de ninguno, sino sólo medio llenos, con la particularidad de que en vosotros el uno con el otro no se llena sino que se corrompe, puesto que vasos a medias nunca se llenan con contenidos de distinta naturaleza, sino de la misma u otra semejante, como vino con vino, miel con miel y vinagre con vinagre. Si viertes contenidos diferentes y no de la misma especie como hiel sobre miel, agua sobre vino o aceite sobre garo, no se habla de llenar, sino de adulterar. He aquí por qué no aceptamos el Antiguo Testamento.
Y como nuestra Iglesia, la esposa de Cristo, pobre, pero unida en matrimonio a él, rico, se contenta con los bienes de su marido, desdeña las riquezas de otros amantes humildes, hace ascos de los regalos del Antiguo Testamento y de su autor, y, guardiana diligentísima de su fama, sólo acepta cartas de su esposo.
Usurpe el Antiguo Testamento vuestra Iglesia que, cual virgen lasciva, sin pudor alguno, goza con los regalos y cartas de un varón que no es el suyo. Aquel vuestro amante y corruptor de vuestro pudor, el Dios de los hebreos, en su díptico de piedra os promete oro y plata, la saturación del vientre y la tierra de los cananeos. Estas sórdidas ganancias os deleitaron tanto que os agrada pecar después de haber aceptado a Cristo, siendo así ingratos a tan gran dote recibida de él. Eso os arrastra, hasta el punto de que perecéis en el Dios de los hebreos después de haber contraído nupcias con Cristo. Aprended, ya que también vosotros habéis sido engañados y defraudados con sus falsas promesas. Es pobre, está necesitado, y no puede otorgar ni lo que promete; pues si a su propia esposa, me refiero a la sinagoga, no le otorga nada de lo que le prometió, esposa que le complace ciertamente en todo y le sirve más sumisa que una esclava, ¿qué podrá daros a vosotros, que le sois extraños, y rehusáis el yugo de sus mandatos con altiva cerviz?
Vosotros continuad realizando lo que comenzasteis; poned un remiendo nuevo a un vestido viejo, confiad el vino nuevo a odres viejos, servid a dos maridos sin agradar a ninguno; finalmente, haced de la fe cristiana un hipocentauro, es decir, ni caballo ni hombre íntegros. A nosotros permitidnos únicamente servir a Cristo, contentos únicamente con su dote inmortal e imitando al Apóstol que dice: Nuestra suficiencia está en Dios, que nos consideró ministros válidos del Nuevo Testamento1. La condición del Dios de los hebreos y la nuestra es muy distinta, puesto que él es incapaz de cumplir lo que prometió y a nosotros nos asquea recibirlo. La generosidad de Cristo nos vuelve soberbios frente a sus caricias.
Y para que no pienses que he establecido una comparación incoherente, fue el apóstol Pablo quien primero introdujo la semejanza de la institución matrimonial, al decir: La mujer casada está ligada, por ley, al marido mientras éste vive; mas, una vez muerto el marido, queda libre de la ley del marido. Por tanto, se la llamará adúltera, si viviendo el marido se une a otro varón; pero, si ha muerto su marido, no será adúltera si se une a otro2. Con estas palabras muestra que son adúlteros en su espíritu quienes se unen a Cristo sin repudiar antes y poner en cierto modo entre los muertos al autor de la ley. Lo dicho se refiere sobre todo a quienes vinieron a la fe desde el pueblo judío, para que se olviden de la antigua superstición. En cambio, ¿qué necesidad tenemos de dicho precepto nosotros a quienes, convertidos a Cristo desde la gentilidad, no nos debe parecer que ha muerto, sino ni siquiera nacido el Dios de los hebreos?
Ciertamente a un judío, si es creyente, Adonis le debe parecer que es un difunto; a un gentil, en cambio, que es un ídolo, y a cada uno lo que adoró antes de conocer a Cristo, pues si, después de abandonar la idolatría, alguien rinde culto conjuntamente al Dios de los hebreos y a Cristo, no se distinguirá en nada de una mujer carente de todo pudor que, después de muerto su único marido, se casa con dos.
Miel nueva y vinagre viejo
2. Agustín: Escuchad lo que voy a decir, vosotros cuyos corazones posee Cristo, y ved si lo soportáis, a no ser que él sea vuestra paciencia. Fausto, lleno de miel nueva, rechaza el vinagre viejo, mientras que Pablo, lleno del vinagre viejo, derrama la mitad, a fin de dejar espacio para la miel nueva, no con la finalidad de conservarlo, sino de que se corrompa. Ves que lo que dice el apóstol Pablo: Siervo de Cristo Jesús, llamado al apostolado, elegido para el evangelio de Dios procede de la miel nueva, mientras que lo que sigue: Lo que había prometido con anterioridad por sus profetas en las Sagradas Escrituras acerca de su Hijo, que le nació según la carne del linaje de David3, del vinagre viejo. ¿Quién soportaría oír esto, si no nos consolara él mismo diciendo: Conviene que haya herejías para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros?4 Pero ¿qué necesidad hay de repetir lo que se dijo antes con suficiencia?5 En efecto, que el remiendo nuevo y el vestido viejo, que el vino nuevo y los odres viejos simbolizan no los dos Testamentos, sino dos tipos de vida y dos clases de esperanza, y que para comprender los dos Testamentos ofreció el Señor aquella semejanza: Por eso, un escriba instruido en el reino de los cielos es semejante a un amo que saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas6, recuérdelo, de entre las cosas que antes dijimos, quien pueda, o examínelo de nuevo quien quiera. Si alguien piensa que hay que tener una doble esperanza, de modo que sirva a Dios pensando en la felicidad terrena y en el reino de los cielos, esta segunda no comprende la primera, y cuando la primera se vea turbada por alguna desventura, el hombre, al desfallecer, perderá también la segunda. A esto se refieren también las palabras: Nadie puede servir a dos señores, que explicitó al decir: No podéis servir a Dios y al dinero7.
Para los que lo entienden bien, el Antiguo Testamento es una profecía del Nuevo. Por tanto, también en aquel primer pueblo los santos patriarcas y profetas que comprendían lo que hacían o lo que se hacía por medio de ellos, tenían en el Nuevo esta esperanza de salvación eterna. Pues ellos estaban incluidos dentro de aquello que comprendían y amaban, porque, aunque aún no se revelaba, sí se simbolizaba entonces; en cambio estaban incluidos en el Antiguo aquellos que en él no deseaban otra cosa que las promesas temporales en que pensaban, en las que no entendían que estaban simbolizadas y profetizadas las eternas. Pero sobre todo esto ya hablé lo suficiente en mis anteriores respuestas.
Guárdate siempre de la impía vacuidad de los maniqueos
3. Mas no deja de ser una extraña desvergüenza el que no dude en jactarse de que la sacrílega e inmunda sociedad maniquea es la casta esposa de Cristo. En lo que afirma contra los miembros verdaderamente castos de la santa Iglesia, ¿qué logra sino que nos venga a la mente contra ellos una exhortación del Apóstol? Es la siguiente: Os he desposado con un único varón, para presentaros a Cristo cual virgen casta. Temo, sin embargo, que como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así también vuestras mentes se perviertan, apartándose de la fidelidad a Cristo Jesús8. ¿Qué pretenden estos anunciándonos algo distinto de lo que hemos recibido, sino apartarnos de la fidelidad que guardamos a Cristo? Inculpan a la ley de Dios en razón de su antigüedad y alaban su error en razón de su novedad, como si hubiera que huir de toda antigüedad o apetecer toda novedad, siendo así que el apóstol Juan alaba al mandamiento antiguo9 y el apóstol Pablo ordena evitar las profanas novedades verbales10.
Así, pues, también a ti, Iglesia católica, verdadera esposa del verdadero Cristo, te dirigiré la palabra, según mis capacidades, yo, un hijo tuyo entre tantos, puesto en ti para dar el alimento a mis consiervos: Guárdate siempre, como sé que te guardas ya, de la impía vacuidad de los maniqueos, una vez que la has experimentado en el peligro de los tuyos, y te has convencido tras la liberación. Aquel error me había extraído en otro tiempo de tu seno: tras la experiencia, hui de lo que no debí haber experimentado. Mas sé ante de provecho también los peligros que corrí yo a ti, a quien ahora sirvo, una vez liberado, puesto que si tu esposo, verdadero y veraz, de cuyo costado has sido sacada, no me hubiese otorgado el perdón de los pecados en tu sangre verdadera, me hubiese engullido la vorágine del engaño y, hecho tierra, me hubiese devorado irreparablemente la serpiente. No te dejes engañar bajo el nombre de la verdad; sólo tú la posees, en tu leche y en tu pan; en cambio, en la otra sólo existe su nombre, no ella. También estás segura en tus hijos mayores; pero en ti llamo a tus párvulos, mis hermanos, mis hijos, mis amos, a los que, cual si fueran huevos, das calor con tus alas solícitas o, cual bebés aún sin habla, nutres con tu leche, virgen madre fecunda e incorrupta. Llamo en ti a esos tus hijos tiernos, para que no se aparten de ti, seducidos por una gárrula curiosidad, sino que declaren el anatema a quien les anuncie algo distinto de lo que recibieron en tu seno11, ni abandonen al Cristo verdadero y veraz, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia12, ni la enorme abundancia de su dulzura, que reserva para los que le temen, y plenifica a los que esperan en él13. ¿Cómo pueden hallarse las palabras del Veraz en quien predica a un Cristo falaz? Desprecia sus insultos, porque, conocedora de la promesa de la vida eterna, redunda en tu bien haber puesto tu amor en los dones de tu esposo, es decir, tu mismo esposo, puesto que él es la misma vida eterna.
No temas al díptico
4. No te ha seducido, como ellos deliran, un dios extraño que promete la hartura del vientre y la tierra de los cananeos. Entiendes que, prefigurada y profetizada ya entonces en las mismas promesas, has alumbrado lo que los santos conocían de antemano. No te inquiete tampoco el que con extraña mordacidad se hayan lanzado reproches contra el díptico de piedra, puesto que no es de piedra tu corazón, simbolizado en aquellas tablas en el pueblo primero. Pues tú eres la carta de los apóstoles escrita no con tinta, sino con el espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en las tablas del corazón de carne14. Ante estas palabras, aquellos hombres vanos se llenan de gozo, pensando que el Apóstol hizo un reproche a la economía, adecuada a aquel momento, del Antiguo Testamento, no advirtiendo que él lo dijo en calidad de profeta. Estas palabras, que en su ignorancia abrazan, las pronunciaron los profetas, que ellos rechazan, mucho antes de que las proclamasen los apóstoles y se hicieran realidad. Pues un profeta había dicho: Les quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne15. Vean si no es lo mismo que: No en tablas de piedras, sino en las tablas del corazón de carne. En efecto, ni el corazón de carne de aquel texto, ni las tablas de carne de éste pretenden que pensemos carnalmente. Antes bien, dado que, comparada con la piedra, incapaz de sensaciones, la carne sí siente, mediante la insensibilidad de la piedra se simbolizó el corazón que no entiende, y mediante la sensibilidad de la carne se simbolizó el corazón que entiende.
Tú ríete más bien de quienes afirman que la tierra, los árboles, las piedras tienen sensibilidad y que viven una vida más inteligente, mientras que las carnes, una más estulta y embotada. Por lo que no la verdad, sino su vacuidad, les obliga a creer que la ley escrita en tablas de piedra es cosa más pura que su tesoro, escrito en pieles de animales muertos. Puesto que en su fábula afirman también que las piedras son los huesos de los príncipes, ¿acaso no dudan en anteponerles las pieles de cordero? En consecuencia, aquella arca de la alianza cubría con mayor pureza las tablas de piedra que la piel de cabra el códice de éstos. Ríete de esto, movida por la misericordia, para mostrárselo a ellos como objetos de mofa de los que hay que huir; pues ¿no entiendes tú, ya sin corazón de piedra, en aquel díptico de piedra lo que convenía a aquel pueblo duro? y sin embargo, en él reconoces la roca, tu mismo esposo, aquel de quien habla Pedro: La piedra viva reprobada por los hombres, pero elegida y honrada por Dios. Para ellos era Piedra de tropiezo y piedra de escándalo, mas para ti La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular16. Todo ello lo explicita el mismo apóstol Pedro y recuerda que fue predicho por los profetas, de quienes se apartan, tras ser condenados por ellos. Lee también aquel díptico; no temas hacerlo, pues es de tu esposo. Aquella piedra simbolizó para algunos la dura insensatez, para ti, en cambio, la sólida estabilidad. Aquellas tablas fueron escritas con el dedo de Dios17. Con el dedo de Dios expulsa tu esposo los demonios; expulsa tú también con el dedo de Dios las doctrinas de los demonios mentirosos que cauterizan la conciencia18. Con ese díptico rechazas al adúltero, que se proclama el Paráclito lo, para seducirte con tan santo nombre. Aquellas tablas se otorgaron cincuenta días después de la Pascua19: cincuenta días después de la pasión de tu esposo, figurada en aquella Pascua, se otorgó el dedo de Dios, el Espíritu Santo, el Paráclito prometido20. No temas al díptico, en el que se te enviaba, escrito en otro tiempo, lo que ibas a reconocer ahora; evita sólo caer bajo la ley, para no cumplirla por temor; mantente bajo la gracia, para que exista en ti la plenitud de la ley, la caridad. Ningún otro díptico reconocía el amigo de tu esposo al decir que "No adulterarás", "No matarás", "No codiciarás" y cualquier otro mandato que exista, se resumen en esta fórmula: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". El amor no hace mal al prójimo. La plenitud de la ley es el amor21. En él se hallan los dos preceptos, el del amor a Dios y el del amor al prójimo, escritos cada uno en una tabla. Este díptico lo envió por delante quien al venir te encareció estos dos preceptos de los que pende la ley entera y los profetas22. En el primer precepto radica la fidelidad a tu esposo, en el segundo la unidad con tus miembros: con aquel abrazas la divinidad, con éste congregas a la comunidad. Esos mismos dos mandamientos son diez: tres se refieren a Dios y siete al prójimo. ¡Oh díptico recatado, en el que, mediante la figura antigua, aquel tu amante y amado te anunciaba un cántico nuevo, él que en el salterio de diez cuerdas23, como por ti, había de extender sus nervios en el madero, para condenar al pecado con el pecado en la carne y para que se cumpliese en ti la justicia de la ley!24 ¡Oh díptico conyugal, que no sin razón odia la adúltera!
La congregación maniquea, amante de muchos dioses
5. Mi discurso se dirige ahora a ti, congregación maniquea, falaz y envuelta en falacias. Tú, casada en múltiples matrimonios con tantos elementos, o mejor, meretriz prostituida a los demonios e impregnada de vanidades sacrílegas, ¿osas infamar, acusándolo de impureza, al matrimonio católico de tu Señor? Muéstranos a tus amantes: el Soporte del esplendor y Atlas, el Portador. Del primero afirmas que sujeta los principios de los elementos y que mantiene suspendido el mundo; del segundo que, de rodillas, sostiene sobre sus poderosas espaldas tan gran mole, precisamente para que el primero no desfallezca.
¿Dónde están ambos? Si existieran en verdad, cuándo vendrían a ti, ocupados en asunto tan importante? ¿Cuándo entrarían a ti, para que con tu mano suave y delicada, al comer el pan sin trabajarlo, dieses masajes a uno en sus dedos y a otro en sus espaldas tras fatiga tan ingente? Pero te engañan los malos demonios que fornican contigo para que concibas mentiras y alumbres creaciones de tu imaginación? ¿Cómo no vas a rechazar el díptico del Dios verdadero, enemigo de tus códices, en los que amaste a tantos dioses falsos con una mente que vagaba por las invenciones de tus pensamientos? Ante ellos, todas las ficciones poéticas resultan ser de más peso y honestidad. Al menos en los poetas no se engaña a nadie, pues se parte de su falsedad, mientras que en tus libros, esa enorme cantidad de falacias corrompe con el nombre de la verdad a las almas pueriles y aún a las presentes en los ancianos, atraídas por miserables errores, cuando, como dice el Apóstol, por la picazón de oídos, apartarán su oído de la verdad para dirigirlo a las fábulas25. ¿Cómo vas a soportar la sana doctrina de aquellas tablas, cuyo primer precepto es: Escucha, Israel: el Señor tu Dios es el único Dios26, si, deleitándote en los nombres de los dioses, te revuelcas toda entera, fornicando con un corazón lascivo hasta el extremo? ¿Acaso no recuerdas aquel cántico de amor en el que describes al rey supremo en el ejercicio de su reinado, que lleva un cetro perenne, ceñido de coronas de flores y con rostro resplandeciente? Aunque fuese ése tu único amor, tendrías ya de qué avergonzarte. En efecto, incluso un único varón, ceñido de coronas de flores, desagradaría a una esposa púdica. Tampoco puedes afirmar que eso se ha dicho o manifestado con algún simbolismo místico, puesto que sueles alabar a Manés sobre todo porque, dejando de lado toda cobertura simbólica, él te presenta la verdad desnuda y sin tapujos. Así, pues, cantas a Dios como rey que lleva el cetro, coronado de flores en el sentido propio de las palabras. Deponga al menos el cetro cuando se ciñe de coronas de flores; no se ajusta a la severidad del cetro real tal exceso de afeminamiento. A eso se añade que no eres tú su única amante, pues sigues cantando y añades los doce siglos, adornados de flores, llenos de sonidos armoniosos que arrojan sus flores al rostro del padre. Allí confiesas también a ciertos doce grandes dioses, en cuatro grupos de tres, que rodean a aquel único. Nunca pudisteis descubrir cómo hacer ilimitado a quien decís que está rodeado de esa manera. Añades, además, los innumerables habitantes del reino, los ejércitos de dioses y las cohortes de ángeles: seres todos que, según afirmas, no creó Dios, sino que engendró de su sustancia.
Las creaciones de su imaginación
6. Así quedas convicta de que rindes culto a innumerables dioses, alno soportar la sana doctrina que enseña al único hijo, nacido del único Dios, y al Espíritu Santo de ambos. De ellos no es lícito afirmar, no ya que son innumerables, sino ni siquiera que son tres. No sólo tienen una única e idéntica sustancia sino también un único e idéntico obrar mediante la propia, única e idéntica sustancia, a la vez que tienen una manifestación individual a través de la criatura corporal.
Esto no lo entiendes tú, no llegas a captarlo: lo sé, estás llena, embriagada, saturada de esa fábula sacrílega. Digiere de una vez lo que exhalas y deja de sentirte aplastada por tales fábulas. Entre tanto sigue cantando lo que cantas, y contempla, si puedes, el oprobio de tu fornicación. La enseñanza de los demonios embaucadores te invitó a las ficticias casas angélicas donde sopla un aura saludable, y a los campos en que abundan los aromas, cuyos árboles y montañas, mares y ríos destilan un dulce néctar por todos los siglos. Creíste y te imaginaste todo esto en tu corazón, donde te revuelcas, llena de lujuria y disoluta, con tus vacuos recuerdos.
Cuando se mencionan algunas cosas parecidas sobre una inefable afluencia de deleites espirituales, se dicen ciertamente en lenguaje figurado para que sepa el alma que en ellas se ejercita, que es otra cosa lo que allí hay que buscar y entender, sea que se muestre a los sentidos del cuerpo algo parecido mediante una realidad corpórea, como el fuego en la zarza27; el bastón que se convierte en serpiente y la serpiente en bastón; la túnica del Señor que los perseguidores no dividieron28, la unción de los pies o de la cabeza como agasajo de aquella mujer29, y las ramas de la muchedumbre que iba delante y detrás del asno que le llevaba30; sea que se muestre en figura al espíritu mediante imágenes corporales ya en sueños, ya en éxtasis, como la escala a Jacob31, a Daniel la piedra desprendida sin mano humana que creció hasta convertirse en montaña32, a Pedro aquella bandeja y a Juan tantas cosas33; sean, de idéntica manera, palabras con sólo valor figurado, como el Cantar de los cantares34, la boda que en el evangelio hizo el padre a su hijo35, el hombre aquel que tuvo dos hijos, uno austero y otro derrochador36, el hombre que plantó una viña y la arrendó a unos renteros37.
En cambio, tú ensalzas a Manés sobre todo porque vino en último lugar no a decir tales cosas, sino a explicarlas, de modo que, aclaradas las figuras de los antiguos y sacadas a la luz del sol, con sus relatos y discusiones, no quedase ningún enigma. Añades la razón de esto que presupones, es decir: los antiguos que veían, obraban o proferían estas figuras, sabían que después había de venir Manés, que las aclararía todas; a su vez, éste, que sabía que después de él no había de venir nadie, prescindió en el tejido de sus sentencias de todo circunloquio alegórico.
¿Qué hace ese tu cariño, manchado con deseos carnales, en los campos y montes nemorosos, con coronas de flores y abundantes aromas? Si no son enigmas para la razón, son creaciones de la imaginación, o necedad, fruto del furor; si, por el contrario, se sostiene que son enigmas, ¿por qué no del adúltero que, para cautivar, promete la verdad pura y engaña con sus fábulas engañosas a los que ha cautivado? ¿Acaso sus ministros, miserables ellos mismos, envenenados con tales vacuidades, no suelen poner en su anzuelo este cebo tomado del apóstol Pablo, que dice: En parte sabemos y en parte profetizamos; más cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo parcial, y: Ahora vemos como en un espejo en enigma, pero entonces veremos cara a cara?38 De esta manera, el apóstol Pablo sabía en parte y en parte profetizaba, viendo por un espejo y en enigma, todo lo cual desaparecería al llegar Manés y traer lo perfecto, momento en que la verdad se verá cara a cara. ¡Oh lasciva, inmunda; aún garlas estas cosas sin pudor, aún apacientas vientos, aún abrazas a los ídolos de tu corazón! ¿Acaso has visto tú, cara a cara, al rey con su cetro en el ejercicio de su reinado, ceñido de coronas de flores? ¿Has visto, acaso, a los ejércitos de dioses; al gran Soporte del esplendor, con seis rostros y bocas y que brilla con su luz; al otro Rey de honor rodeado de ejércitos de ángeles; al otro héroe Adamante hacer la guerra con la lanza en la derecha y el escudo en la izquierda; al otro Rey de la gloria que propulsa las tres ruedas, la del fuego, la del agua y la del viento? ¿Has visto al gran Atlas que lleva el mundo sobre sus espaldas, sosteniéndolo por ambas partes con los brazos y con una rodilla en tierra? ¿Has contemplado tú, cara a cara, éstos y otros mil portentos, o acaso te lo pregona, sin saberlo tú, la doctrina de los demonios embaucadores por boca de otros engañados? ¡Ay de ti, infeliz! Mira con qué creaciones de tu fantasía te prostituyes; mira qué vacuidades lames como si fueran la verdad y, ebria del veneno de la serpiente, te atreves a afrentar, a propósito del díptico de piedra, el pudor de matrona de la esposa del único hijo de Dios. Ella libre ya del pedagogo que era la ley, pero bajo el magisterio de la gracia, ni engreída por sus obras, ni rota por el temor, vive de la fe, de la esperanza y de la caridad, convertida ya en Israel, en quien no hay engaño39, y oyendo lo escrito allí: El Señor tu Dios es el único Dios40. Tú, como no lo oíste, extendiste tu fornicación a tantos dioses ficticios.
Con razón es enemiga del díptico
7. ¿Cómo no van a ser enemigas tuyas aquellas tablas cuyo segundo precepto es: No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios41, si también ubicaste en la vanidad del engaño al mismo Cristo, que nació como verdadero hombre en la verdad de la carne, también para los ojos humanos, a fin de purificar a los carnales de la vanidad carnal? ¿Cómo no vas a sentir como contrario a ti eltercer precepto sobre eldescanso sabático tú que, como alma inquieta, eres agitada por tantas ilusiones ficticias? ¿Cuándo comprenderás cómo estos tres mandamientos se refieren al amor de Dios, cuándo los saborearás, cuándo los amarás? Te falta mesura, eres fea y litigante: temiste, te desvaneciste, te envileciste, sobrepasaste tu medida, manchaste tu hermosura interior, turbaste el orden que te correspondía. Yo fui así estando contigo, te conozco. ¿En virtud de qué te voy a enseñar ahora que estos tres preceptos se refieren al amor de Dios, de quien, por quien y en quien existen todas las cosas?42 ¿Cómo podrás entenderlo, si ni siquiera te está permitido conocer y cumplir aquellos siete que se refieren al amor del prójimo, por elque se regula la vida humana en sociedad, a causa deldetestable extravío de tu error? De estos mandamientos el primero es: Honra a tu padre y a tu madre. También Pablo lo menciona como el primer mandamiento en el Nuevo Testamento, ordenando también él lo mismo y de idéntica manera43. Tú, por el contrario, aprendiste en la enseñanza de los demonios a considerar a tus padres como enemigos, porque te ligaron a la carne mediante la unión conyugal y de este modo pusieron a tu dios grillos inmundos.
Por esa razón violáis también el mandamiento siguiente, a saber: No cometerás adulterio44. Lo que más detestáis en el matrimonio es la procreación de hijos, y así hacéis adúlteros frente a sus esposas a vuestros oyentes, cuando se guardan de que las mujeres con las que se unen no conciban. Se casan con ellas por la ley que regula el matrimonio, cuyas tablas proclaman que se contrae para procrear hijos; mas temiendo, según vuestra ley, encadenar una partícula de su Dios a la carne inmunda, se unen a las mujeres en un acoplamiento impúdico sólo para saciar su pasión; a los hijos los reciben de mala gana, no obstante ser la única razón que justifica la unión conyugal. ¿Cómo, pues, no prohíbes el matrimonio, como, con tanta antelación, lo predijo de ti el Apóstol45, si intentas eliminar del matrimonio la razón del matrimonio mismo? Suprimida ella, los maridos serán lujuriosos amantes, la esposas meretrices, los lechos nupciales burdeles, los suegros alcahuetes.
Por eso también, por el extravío del mismo error, no guardas tampoco el precepto de no matar46. Al temer que un miembro de tu Dios quede encadenado en la carne, no das pan al hambriento, temiendo aquí cometer un falso homicidio, y perpetrando allí uno verdadero. Y así incluso si llegas a topar con un hambriento que puede hasta morir, si no le socorres proporcionándole alimento. En cualquier caso serás considerado como homicida, o por la ley de Dios, si no le das el alimento, o por la ley de Manés, si se lo das. ¿Qué decir? ¿Cómo puedes guardar los demás preceptos del decálogo? ¿Te vas a abstener del hurto para que no sé quién devore el pan o cualquier alimento que ha de ser desintegrado en su estómago, antes que tú, si puedes, se lo quites y corras a la oficina del estómago de tus elegidos, de forma que, con dicho hurto, tu Dios no quede apresado con un lazo mucho mayor y sea liberado del lugar a donde había caído? ¿Qué va a hacer un dios a quien dices: "He jurado en falso por ti, pero en defensa tuya, a no ser que quisieras que te procurase la muerte a la vez que te tributaba un honor"?
Asimismo, de tal modo desprecias aquel otro mandato de la ley: No dirás falso testimonio, pensando en los miembros de tu Dios, que los libras de los grillos con falsedad, no sólo de testimonio, sino también de juramento. En cambio, el siguiente: No desearás la mujer de tu prójimo47, debes cumplirlo; es el único que advierto que no te sientes obligado a violar por exigencias de tu error. Pero si es ilícito desear la mujer ajena, considera cómo lo será proponerse a las ajenas como objeto de deseo, y recuerda que tus dioses se exhibían como hermosos y tus diosas como hermosas para excitar el deseo ardiente los unos de los otros: aquellos, el de las hembras princesas de las tinieblas, y éstas el de aquéllos. Unos y otras, excitados por el deseo del placer libidinoso y ardiendo en ansias de los abrazos recíprocos, liberen de sí mismos a aquel dios tuyo encadenado por doquier y que para poder liberarse necesita de tan gran torpeza de los suyos.
¿Cómo puedes, miserable, no desear los bienes del prójimo, que es el último precepto del decálogo? Tu mismo Dios, ¿no te miente al afirmar que fabricó en la tierra ajena nuevos siglos, en los que, tras una falsa victoria, te infles con un falso triunfo? Si ahora deseas eso con vanidad insensata y crees que la misma tierra de la raza de las tinieblas está unida por la máxima cercanía a tu sustancia, ciertamente deseas los bienes de tu prójimo.
Con razón tienes como enemigo a aquel díptico que contiene mandatos tan justos, muy opuestos a tu error. En efecto, los tres primeros que se refieren al amor de Dios ni los conoces ni los cumples en absoluto. En cambio los otros siete, con los que se evita el daño a la sociedad humana, si los cumples alguna vez es por estos motivos: o te sientes cohibido por el pudor, para no tener que avergonzarte ante los hombres; o te quiebra el temor a ser castigado por las leyes públicas; o te horrorizas ante alguna acción perversa por alguna buena costumbre; o adviertes por la misma ley natural cuán injustamente haces a otro lo que no quieres que te hagan a ti. Adviertes, sin embargo, cómo tu error te impulsa a ir en contra, y, tanto si lo sigues como si no lo sigues, lo experimentas, ya hagas lo que no quieres que te hagan, ya no lo hagas porque no quieres que te lo hagan.
La Iglesia católica distingue entre la letra y el espíritu
8. Mas esa auténtica esposa de Cristo a la que insultas sin el más mínimo pudor a propósito del díptico de piedra comprende la diferencia que hay entre la letra y el espíritu48, dos realidades que se llaman también de otra manera, a saber, la ley y la gracia. Y como ya no sirve a Dios en la vetustez de la letra, sino en la novedad del espíritu, ya no está bajo la ley, sino bajo la gracia. Ni la ciega el afán de litigar, sino que, llena de mansedumbre, pone sus ojos en las palabras del Apóstol para comprender a qué llama él ley, bajo la que no quiere que estemos; ley que se dio por motivo de la trasgresión, hasta que llegara la descendencia a la que estaba prometida49 y que entró para que abundase el delito; mas donde abundó el delito, sobreabundó la gracia50. Y sin embargo, no llama pecado a la misma ley, porque sin la gracia no vivifica, antes bien aumenta la culpa al añadir la trasgresión, pues donde no hay ley, no hay trasgresión51. Y así, por sí misma, cuando se da sólo la letra sin el espíritu, es decir, la ley sin la gracia, no hace sino reos. Pero el Apóstol se propone a sí mismo lo que podrían pensar los que menos lo pudiesen entender, y aclara su pensamiento al decir: ¿Qué diremos? ¿Es pecado la ley? En ningún modo, pero yo no conocí el pecado, sino por la ley. En efecto, yo desconocería el mal deseo, si la ley no dijera: No desearás. Y así, aprovechando la ocasión, el pecado me engañó por medio del mandato y por él me dio muerte. Por tanto, la ley es ciertamente santa y el mandato es santo, justo y bueno. Entonces, ¿lo que es bueno se ha convertido para mí en causa de muerte? Ni pensarlo. Pero el pecado para que se manifieste el pecado obró en mí la muerte52.
Todo esto lo entiende esa a la que tú insultas porque pide entre gemidos, es humilde en el buscar y mansa al llamar. Y de esa manera ve que no son un reproche a la ley estas palabras: La letra mata, mas es el espíritu es el que da vida53, igual que no son un reproche a la ciencia estas otras: La ciencia infla, el amor en cambio edifica54. En efecto, él mismo había dicho: Sabemos que todos tenemos la ciencia, y sólo luego añade: La ciencia infla, el amor, en cambio, edifica. ¿Con qué fin, pues, tenía él algo de que inflarse, sino porque la ciencia con amor no sólo no infla, sino que afianza? Así, la letra unida al espíritu y la ley a la gracia, ya no se llaman letra y ley del mismo modo a como se la llama por sí misma, cuando procura la muerte por abundar el delito. Así a la ley se la llamó también fuerza del pecado55, porque con su prohibición severa aumenta su deleite nocivo. Pero tampoco por eso es mala la ley, sino que el pecado, para manifestar el pecado, por medio de un bien me procuró la muerte56. De esta manera muchas cosas a algunos les son dañinas, aunque en sí no sean malas. Pues también vosotros cuando os duelen los ojos cerráis las ventanas contra el sol, vuestro dios.
Así, esta es la esposa de Cristo, muerta ya a la ley, es decir, al pecado, que se acrecienta por la prohibición de la ley, pues la ley sin la gracia manda, no ayuda; muerta a tal ley, para ser de otro que resucitó de entre los muertos, distingue ambas cosas sin ultrajar a la ley, para no cometer un sacrilegio contra su autor, cosa que haces tú contra aquel a quien no reconoces como autor del bien, no obstante que oigas decir al Apóstol: Y así la ley es ciertamente santa, y el mandato santo, justo y bueno57. He aquí que el autor del bien es el que a ti te parece uno de los príncipes de las tinieblas. Mira la verdad que hiere tus ojos. Mira que el apóstol Pablo dice: La ley es ciertamente santa, y el mandato santo, justo y bueno. Mira que su autor es quien envió delante aquel díptico del que tú, como necia, te mofas, como dispensación de un gran misterio. La misma ley dada por Moisés se convirtió por Jesucristo en gracia y verdad58, cuando a la letra se unió el espíritu, para que comenzase a cumplirse la justicia de la ley, que, cuando no se cumplía, hacía reos por la trasgresión de la misma. Y no se trata de que una ley sea santa, justa y buena y otra la causante de que procure la muerte el pecado al que conviene que muramos, para ser del otro que resucitó de entre los muertos, sino que se trata de la misma ley. Sigue leyendo. Pero el pecado, dice, para que se manifieste el pecado, por medio de un bien, me procuró la muerte para que se haga pecador sobremanera o pecado por el precepto59. Sorda, ciega: ¡escucha y mira! Por medio de un bien, dice, me procuró la muerte. Así, pues, la ley es buena siempre; ya dañe a los vacíos de la gracia, ya sea de provecho a los llenos de ella, siempre es buena, igual que el sol es siempre bueno, porque toda criatura de Dios es buena60, ya dañe a los ojos enfermos, ya deleite a los sanos. Por tanto, lo que es la salud del ojo para ver al sol, eso mismo es la gracia para las mentes en orden a cumplir la ley. Y como losojos sanos no mueren al placer que le procura el sol, sino a los ásperos golpes de sus rayos, por cuyo reverbero son devueltos a tinieblas más densas, así del alma que ha sido salvada por el amor otorgado por el Espíritu no se dice que esté muerta a la justicia de la ley, sino a aquella culpa y trasgresión que causaba la ley por medio de la letra, cuando le faltó la gracia. Y así de ella se afirma lo uno y lo otro: La ley es buena, si se usa bien de ella, y lo que sigue: Sabiendo esto: que la ley no ha sido dada para el justo61, porque no hay necesidad de que la ley infunda terror a aquel a quien le deleita la misma justicia.
Qué desea la Iglesia católica a la maniquea
9. Esta esposa de Cristo, llena de gozo por la esperanza de su salvación total, te desea una santa conversión de las fábulas a la verdad, no sea que, a la vez que temes a Adonis como a un adúltero, sigas con la serpiente, el adúltero más astuto. Adonis es una palabra hebrea que significa Señor, del mismo modo que al único Dios se le llama Señor, igual que "latría" es una palabra griega que significa servidumbre, pero no cualquiera, sino la que se tributa únicamente a Dios. Igual que "Amen" significa "Es verdad", pero no en cualquier lugar y de cualquier manera, sino en un contexto místico y religioso. Y si te preguntan de dónde lo has tomado, prescindiendo de los escritos hebreos o que proceden de los hebreos, no hallarás qué responder. No teme, pues, la Iglesia de Cristo el reproche que le viene de estos términos, pues los entiende y los ama. Ni se preocupa de quien la insulta desde su ignorancia. Y las cosas que aún no entiende, cree que son como otros casos parecidos que aún no había entendido así.
Que le reproche alguien el que haya amado a Enmanuel: ella se mofará de la ignorancia de ese hombre, a la vez que abraza la realidad expresada en el nombre. Repróchele que haya amado a Mesías: ella rechaza al adversario desaparecido, pero retiene al maestro ungido. Así desea también que tú seas curada de los vacuos errores y seas edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas62. Mencionas también al Hipocentauro, sin saber lo que dices, y no prestas atención a lo que te ha inventado tu fábula, cuando fabrica de una parte de tu dios y de otra de la raza de las tinieblas el falso mundo. ¿No es ese Hipocentauro mitad fiera y mitad dios? En verdad, pues no le conviene ni el nombre de Hipocentauro. Tú considera lo que es, avergüénzate y amánsate, a fin de que sientas horror a tu propia corrupción causada por la serpiente adúltera, de cuya astucia, si no creíste que debías dar fe a Moisés al respecto, debiste guardarte leyendo a Pablo. Este, queriendo presentar a Cristo a la verdadera iglesia como virgen casta, dijo: Temo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así se corrompan vuestras mentes apartándose de la sencillez y castidad que hay en Cristo63. Al oír esto, hasta tal punto perdiste el sentido y la cordura a causa de sus envenenados encantamientos, que la misma serpiente que a muchas otras herejías persuadió variedad de cosas, a ti te convenció de que ella era el mismo Cristo. Si yerran muchas, caídas en las redes de variados y multiformes engaños, que, sin embargo, reconocen la verdad de esta recomendación del Apóstol, ¿hasta dónde llega tu adulterio, hasta dónde tu capacidad de prostitución, que tienes por Cristo a la serpiente que, como grita el Apóstol, sedujo y corrompió a Eva, por lo que, con tal advertencia, intenta proteger de ella a la virgen esposa de Cristo? La serpiente, que se revuelca contigo en los luminosos bosques creados por tu fantasía, ha entenebrecido tu corazón. ¿Cuáles son, dónde están, de dónde vienen sus fieles promesas? ¡O ebria, pero no de vino!64
Según Fausto, el Dios de los profetas no cumplió su promesa
10. Con sacrílega desvergüenza has reprochado al Dios de los profetas que no otorgó a los mismos judíos que le sirvieron lo que les había prometido. Pero no dijiste qué les había prometido y no les dio, para no quedar convicto o de que ya se lo otorgó, cosa que no entiendes, o de que ha de hacerlo, cosa que no crees. ¿Qué te prometió y te presentó a ti, como garantía para creer que vas a recibir los triunfos de los nuevos siglos sobre la raza de lastinieblas? Si presentas a algunos profetas, en los que leamos elogiosamente la predicción de que existirían maniqueos, con lo que juzgues que ya se te ha mostrado algo por el hecho mismo de que vemos que existís, antes has de probar que dichas profecías no te las inventó el mismo Manés que quiso que le creyeras a él. En efecto, no considera como algo vergonzoso la mentira, o cabe dentro de lo posible que dude en mostrar falsos profetas bajo piel de oveja quien en alabanza de Cristo afirma que mostró en sus miembros falsas cicatrices.
Yo sí voy a leer dónde fuisteis predichos vosotros, de forma más oscura por los profetas, de forma más clara por el Apóstol. Pero ved cómo: El Espíritu, escribe, dice claramente que en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe, yendo tras espíritus seductores y las enseñanzas de los demonios embaucadores en su hipocresía; tienen la conciencia cauterizada, prohíben el matrimonio, se abstienen de los alimentos que Dios creó para que los tomen con acción de gracias los fieles y los que conocieron la verdad, puesto que toda criatura de Dios es buena, y nada debe rechazarse que se tome con acción de gracias65. Cómo se ha cumplido todo esto en vosotros salta a la vista, sobre todo de quienes os conocen, y lo mostramos anteriormente según el tiempo de que disponíamos.
Dios cumple sus promesas
11. Esta iglesia, a la que la doctrina apostólica, al presentarla a Cristo, su único varón, como virgen casta, exhorta a guardarse del engaño de la serpiente, que te corrompió a ti, reconoce al Dios de los profetas, al Dios verdadero, como su Dios. Cree confiada en la última promesa de quien ofrece ya cumplidas tantas otras. Y nadie sostiene que él se inventó para el momento presente a los profetas, pues le dan testimonio los códices hebreos. ¿Había promesa más increíble que la hecha a Abrahán: En tu descendencia serán benditos todos los pueblos?66 ¿Y tenemos algo cuyo cumplimiento sea más cierto? Su última promesa es aquella que menciona brevemente el profeta: Dichosos los que habitan en tu casa, Señor; te alabarán por los siglos de los siglos67. Desaparecida, en efecto, toda indigencia y vencido el último enemigo, la muerte68, la perpetua alabanza de Dios será la ocupación de los que descansan. A ella ya nadie tendrá luego acceso, y de ella nadie desertará. Esto lo menciona en otro lugar el profeta: Alaba al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión, porque ha asegurado las cerraduras de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos en ti69. Una vez cerradas las puertas, ya no entrará nadie. Es lo que dice el esposo mismo en el evangelio a las vírgenes necias que llaman a la puerta, es decir, que no les abrirá70.
Esta Jerusalén, Iglesia santa, esposa de Cristo, aparece descrita en el Apocalipsis de Juan con mayor abundancia de detalles. Deje de creer la virgen casta a esta promesa evangélica, si no posee ya lo que el profeta le prometió para este tiempo: Escucha, hija, mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, porque el rey ha deseado tu belleza, pues él es tu Dios; le adorarán todas las hijas de Tiro en medio de regalos; los ricos del pueblo reclamarán tu rostro. Toda la gloria de la hija del rey es interior, vestida con vestidos de oro recamados; las doncellas son presentadas al rey después de ella, sus amigas te serán presentadas, entre alegría y regocijó serán introducidas en el templo del rey. En lugar de tus padres, tendrás hijos que constituirás príncipes sobre toda la tierra; se acordarán de tu nombre todas las razas y generaciones. Por eso los pueblos te confesarán por siempre y por los siglos de los siglos71.
Pero tú, infeliz, corrompida por la serpiente, ¿cuándo intentarás pensar al menos cuál es la belleza interior de la hija del rey? No es otra que la castidad de la mente, donde tú has sido violada, para que se te abriesen los ojos para amar y adorar al sol y a la luna, como si, por un justo juicio de Dios, hubieses sido extrañada del madero de la vida, la sabiduría eterna e interior, y no llamaras ni consideraras como verdad y sabiduría más que a esta luz, con la que, traída por unos ojos malamente abiertos, aumentada hasta el infinito y diversificada de múltiples maneras, te revolcarías con tu impúdica mente a través de imágenes fabulosas. Estas son tus fornicaciones, abominables en extremo.
Con todo, piensa pacientemente en ellas y vuelve a mí, te dice la verdad. Vuelve a mí y quedarás purificada; serás renovada, si te avergüenzas de ti y te devuelves a mí. Escucha esto; esto lo dice la auténtica Verdad, la que ni luchó bajo formas engañosas con la raza de las tinieblas; ni te redimió con sangre aparente.