Libro XIV
En contra y a favor de Moisés
Por qué los maniqueos no aceptan a Moisés
1. Fausto: —¿Por qué no aceptáis a Moisés?
—Por el amor y piedad que nos lleva a adorar a Cristo. ¿Quién es tan poco religioso, que mire de buen grado a quien ha maldecido a su padre? Por lo cual, aunque en su dicterio no perdonó nada, ni humano ni divino, detestamos a Moisés sobre todo porque arremetió con la atroz afrenta de la imprecación contra Cristo, el hijo de Dios, que por nuestra salvación colgó del madero; si intencionadamente o por casualidad, tú verás. Ni en un caso ni en otro queda excusado hasta el punto de que, recomendado, haya que aceptarlo. El proclama maldito a todo el que pende de un madero. A éste quieres tú que acepte yo; a éste quieres que dé crédito; no obstante que, si estuvo inspirado por Dios, es evidente que maldijo a Cristo a ciencia y conciencia; si, por el contrario, lo hizo sin querer y por ignorancia, tal es la prueba de que no estuvo inspirado por Dios.
Por tanto, elige entre una y otra posibilidad: o que Moisés no fue profeta y pecó por ignorancia, de modo que, a la vez que, según su costumbre, maldice a los demás, sin darse cuenta, maldijo también a Dios, o que ciertamente fue alguien inspirado por Dios que no ignoró estas realidades futuras, sino que, envidioso de nuestra salvación, que había de tener lugar en el futuro sobre un madero, soltó el veneno de su boca maldiciente contra el autor de dicha salvación.
¿Y quién creerá, entonces, que ha visto y conocido al Padre quien así ha maltratado al Hijo? ¿Quién creerá que pudo predecir la venida del Hijo el que ignoró su ascensión final? A esto se añade —cosa que también quiero considerar— cuánto se ha extendido este ultraje, a cuántas cosas llega y viola, pues afecta también a todos los justos y mártires, que vieron cómo su vida acababa con una pasión semejante, como Pedro y Andrés y los restantes a los que cupo la misma suerte. De no ser que, al no ser profeta, los hubiese desconocido, o, por malvado, los odiase en el caso de ser profeta, Moisés nunca hubiese arremetido contra ellos con la afrenta de tan cruda imprecación. Y es que no los considera malditos ante la plebe, es decir, ante los hombres sólo, sino incluso malditos ante Dios. Ahora bien, si eso es así, ¿qué esperanza de bendición queda ya para Cristo, o para los apóstoles, o para nosotros mismos, ni nos acontece ser crucificados por su nombre? Finalmente, ¡cuán insensato era y carente de inspiración divina, al ser incapaz de pensar que los hombres pueden pender de un madero por diversas causas! En efecto, unos penden por un crimen malvado, otros, en cambio, por ser justos y por causa de Dios. Por eso, de forma confusa, incluye a todos sin distinción alguna bajo la misma maldición. En caso de haber tenido un mínimo de sabiduría, por no decir capacidad de adivinación, y si la cruz le había molestado tanto que sólo a ella señalaba y reprobaba entre todo género de castigo, debía haber declarado maldito a todo criminal e impío que hubiese colgado del madero, para establecer alguna distinción entre justos e injustos. En verdad, ni siquiera entonces hubiese dicho la verdad, dado que Cristo introdujo en el reino de su Padre al salteador que colgaba como él del madero1. ¿Dónde queda, pues, eso de: Maldito todo hombre, que pende de un madero?2 ¿Acaso Barrabás, aquel célebre salteador de caminos, que no sólo no fue colgado de un madero, sino incluso liberado de la cárcel a petición de los judíos3, fue más bendito que aquel que subió de la cruz al cielo en compañía de Cristo?
¿Qué decir? Pues también considera maldito al que adore al sol y a la luna4. Por tanto, suponte que estoy sometido a un rey gentil que me obliga a adorar al sol; si, al resistirme yo por temor a incurrir en esa maldición, ordena que me crucifiquen, ¿incurriré también en la otra, proferida contra quien penda de un madero? ¿O acaso él tiene la costumbre de maldecir a todos los buenos? Nosotros, sin embargo, debemos valorar sus imprecaciones lo mismo que las de las viejas encolerizadas. Con idéntica imprecación persigue él a todos los jóvenes y vírgenes de Dios, al proclamar maldito a todo el que no deje descendencia en Israel5. Afrenta que toca igualmente y de modo especial a Jesús, quien, nacido de judíos, como afirmáis, no suscitó descendencia alguna entre ellos para la posteridad. Afecta también a sus discípulos, a algunos de los cuales, a los que halló casados, los separó de sus mujeres, mientras que a otros, a los que encontró solteros, les prohibió casarse. Por ese motivo, veis que nosotros hemos condenado con razón la lengua impune de Moisés que lanza los dardos de la maldición contra Cristo luz, contra la santidad, contra todo lo divino. y para que no creas que es grande la diferencia entre estar suspendido y estar crucificado —pues también soléis recurrir a esto como baluarte de vuestra defensa—escucha lo que Pablo prescribe a estas vuestras fantasías: Cristo nos redimió de la maldición de la ley haciéndose maldición por nosotros, puesto que está escrito: Maldito todo el que pende de un madero6.
La maldición de moisés no toca al Cristo maniqueo
2. Agustín: Al piadoso Fausto le duele que Moisés haya maldecido a Cristo y, como ama a Cristo, odia a Moisés. De momento, antes de revelar qué gran misterio encierra y con cuánta piedad se ha dicho: Maldito todo el que penda de un madero7, pregunto a estos hombres piadosos por qué se aíran contra Moisés si su maldición no toca a su Cristo. Pues si Cristo colgó del madero, ciertamente fue sujetado con clavos, razón por la que, después de su resurrección, mostró hasta las mismas cicatrices a su discípulo incrédulo8. Si ello es así, entonces tuvo un cuerpo vulnerable y mortal, cosa que no quieren reconocer. Por tanto, si incluso aquellas cicatrices y heridas eran falsas, es falso también que colgó del madero. En consecuencia, no pudo afectarle a él tal maldición ni tienen por qué enojarse contra aquel de cuyos labios salió. Y si fingen airarse contra quien maldijo la falsa muerte de Cristo, por hablar según ellos, ¿cómo habrá que huir de quienes no maldicen a Cristo, sino —cosa más execrable— le calumnian? Si no hay que aceptar a quien profiere una maldición contra un mortal, ¿cómo hay que detestar a quien opone el engaño a la verdad? Pero, aprovechando la ocasión que nos ofrecen los insultos de los herejes, veamos cómo se expone ese misterio a los fieles.
En qué sentido la muerte es pecado
3. La muerte del hombre es un castigo del pecado. Por ello se la llama también pecado. No porque peque el hombre por el hecho de morir, sino porque debe al pecado el morir. Igual que de una manera se llama con propiedad lengua a la carne que se mueve entre los dientes por debajo del paladar, y de otra manera a lo que se hace por medio de ella. En esta acepción se habla de lengua griega y de lengua latina. También en un sentido se llama propiamente mano al miembro del cuerpo que movemos para obrar, y en otro a la escritura, que se hace mediante la mano. Decimos, en efecto: "Alargó su mano", "se leyó contra él su mano", "tu mano está en mi poder", "recibe tu mano". Pero mano, propiamente, es un miembro del hombre. En cambio, no pienso que aquella escritura sea un miembro del hombre, y sin embargo, se le llama mano porque se ha hecho con la mano.
Lo mismo acontece con el pecado. No sólo se llama pecado a la acción mala que es merecedora de castigo, sino también a la muerte misma, originada por el pecado. Así, Cristo no cometió aquel pecado que le convertiría en reo de muerte; pero asumió por nosotros aquel otro, es decir, la muerte, infligida a la naturaleza humana a causa del pecado. A este pecado lo colgó del madero y a éste maldijo Moisés. En él fue condenada la muerte para que no reinara, y fue maldita, para que desapareciese. En consecuencia, por medio de Cristo fue condenado tal pecado y nuestro pecado para ser liberados nosotros, no fuera que, reinando el pecado, permaneciésemos condenados nosotros.
En qué sentido Cristo es maldición
4. ¿Por qué se extraña Fausto de que haya sido maldecido el pecado, maldecida la muerte, maldecida la mortalidad de la carne sin pecado de Cristo, mortalidad originada por el pecado del hombre incluso en Cristo? Él tomó cuerpo de Adán, porque de Adán procedía la virgen María que alumbró a Cristo. Había dicho Dios en el paraíso: El día en que lo toquéis, moriréis9. Esta es la maldición que colgó del madero. Niegue que Cristo fue maldecido, quien niega también que murió; mas quien confiesa que murió y no puede negar que la muerte procede del pecado, y que por eso mismo se la llama también a ella pecado, escuche al Apóstol que dice: Se hizo maldición por nosotros10, igual que no temió decir: Murió por todos11. Este murió es lo mismo que se hizo maldición, porque la misma muerte procede de la maldición y maldición es todo pecado, tanto aquel a cuya comisión sigue el castigo, como el mismo castigo, al que con otro nombre se le llama pecado, porque procede del pecado. Cristo tomó, sin la culpa, nuestro castigo, para borrar con él nuestra culpa y dar fin también a nuestro castigo.
Moisés hace lo mismo que el Apóstol
5. Se trataría de conjeturas salidas de mi ingenio, si el Apóstol no lo inculcase tantas veces que despierta a los dormidos y ahoga a los acusadores. Dice: Dios envió a su hijo en la semejanza de carne de pecado, para condenar por el pecado el pecado en la carne12. Así, pues, aquella carne no era carne de pecado, porque no había entrado del mugrón de la mortalidad en María, por medio de varón; con todo, como la muerte procede del pecado, por el hecho mismo de ser mortal tenía la semejanza de la carne de pecado. A esto lo llama pecado a continuación al decir: Para condenar por el pecado el pecado en la carne. Igualmente dice en otro lugar: A él, que no conocía el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que seamos justicia de Dios en él13. ¿Por qué, pues, iba a temer Moisés llamar maldito a lo que Pablo no temió llamar pecado? El profeta debió prever y predecir esto, dispuesto a que los herejes se lo recriminasen tanto a él como al Apóstol. Quien recrimine al profeta por haberle llamado maldito, se ve obligado a recriminar al Apóstol por haberle llamado pecado, pues ciertamente la maldición es compañera del pecado.
Cristo no desdeñó la maldición, porque no desdeñó la muerte
6. Ni indica particular malquerencia el que haya añadido: ante Dios, al decir: Maldito ante Dios todo el que pende de un madero14. En efecto, si Dios no odiase el pecado y nuestra muerte, no hubiese enviado su hijo para tomarla y destruirla. ¿Qué tiene de extraño que sea maldito ante Dios lo que Dios odia? Con tanta mayor satisfacción nos otorga la inmortalidad que tendrá lugar cuando vuelva Cristo, cuanto más misericordiosamente odia nuestra muerte que pendió en la cruz al morir Cristo. Al decir todo en la frase Maldito todo el que penda del madero, Moisés no dejó de prever que también iban a ser crucificados justos; pero previó bien que los herejes habían de llegar la muerte verdadera del Señor y que por eso querían excluir a Cristo de esa maldición, para excluirlo también de la verdad de la muerte. Si aquella muerte no era auténtica, ninguna maldición recayó sobre Cristo colgado en la cruz, porque tampoco fue verdaderamente crucificado.
Mas, por el contrario, ¡desde cuánto tiempo atrás grita Moisés "sin razón tergiversáis mis palabras" contra los herejes lejanamente futuros a los que desagrada la verdad de la muerte de Cristo! Maldito todo el que pende del madero: no éste o aquél, sino ¡absolutamente todos! "¿También, entonces, el hijo de Dios?"— "También". Esto es lo que no queréis: por eso os afanáis, por eso os convertís en seductores. Os desagrada quien se ha hecho maldito por nosotros, porque os desagrada que haya muerto por nosotros. Quedaría excluido de la maldición de aquel Adán, si estuviese excluido de su muerte. Mas como asumió la muerte del hombre y en favor del hombre, no desdeñó recibir también de él y en favor de él la maldición que acompaña a la muerte justamente aquel hijo de Dios, vivo siempre en su justicia, pero muerto por nuestros delitos15 en la carne recibida de nuestro castigo. Así siempre es bendito en su justicia, pero maldito por nuestros delitos en la muerte recibida de nuestro castigo. Por eso añadió todo: para no afirmar que Cristo no pertenecía a la verdadera muerte, si, por un insensato deseo de honrarle, se le separa de la maldición que va unida a la muerte.
Llamar maldito a Cristo no es ninguna ofensa
7. Quien, en cambio, es fiel según la verdad evangélica, comprende que la boca de Moisés no pronunció ninguna ofensa contra Cristo al llamarle maldito, no pensando en la majestad de su divinidad, sino en nuestra condición punible en la que fue colgado del madero. Igual que no implican una alabanza a Cristo las palabras de los maniqueos por las que niegan que tuviera carne mortal en la que padeció muerte verdadera. Pues aquella maldición profética incluye la alabanza de la humildad, mientras que esta apariencia de honor que le tributan los herejes incluye la acusación de falaz. Por tanto, si niegas que fue maldito, niega que murió. Pero, si niegas que murió, ya no luchas contra Moisés, sino contra los apóstoles. Si, por el contrario, confiesas que murió, confiesa que tomó la carne de nuestro pecado sin nuestro pecado. Ya, al oír hablar del castigo del pecado, cree que procede o de una bendición o de una maldición. Si el castigo del pecado procede de una bendición, desea hallarte siempre en el castigo del pecado; si, por el contrario, deseas librarte de él, cree que procede de la maldición por la justicia de la sentencia divina. Confiesa, pues, que tomó por nosotros la maldición aquel de quien confiesas que murió por nosotros, y que Moisés al decir: Maldito todo el que pende de un madero16, no quiso indicar otra cosa sino "todo mortal y todo el que muere, que penda de un madero". Podía decir: "Maldito todo mortal" o "Maldito todo el que muere"; pero lo otro es lo que dijo el profeta, porque conocía que la muerte de Cristo iba a pender de la cruz y que habría herejes que dijesen: "Pendió ciertamente del madero, bajo cierta apariencia, sin morir de verdad". Al gritar: Maldito, no gritó otra cosa sino que había muerto en verdad, conociendo la muerte del hombre pecador que él, que carecía de pecado, tomó, muerte procedente de aquella maldición por la que se dijo: Si llegáis a tocarlo, moriréis17. A estos se refiere también aquella serpiente colgada de un madero, mediante la cual se simbolizaba no que Cristo fingió una falsa muerte, sino que suspendió en el madero de su pasión la muerte verdadera a la que arrojó al hombre aquella serpiente, incitándole al mal. Esa muerte verdadera no quieren mirarla éstos y por eso no sanan del efecto del veneno de la serpiente, igual que sanaban en el desierto todos los que dirigían a ella su vista18.
La ignorancia de los católicos, caza para los maniqueos
8. Y así reconocemos que los ignorantes afirman que una cosa es estar clavado en la cruz y otra pender de un madero. Así piensan algunos que se resuelve la dificultad: afirman que el maldecido por Moisés fue Judas que se colgó con una soga. Como si supieran, en primer lugar, si se colgó de un madero o de una roca. Pero es verdad, cosa que mencionó también Fausto, que el apóstol no permite interpretarlo de otra manera distinta a una predicción sobre Cristo. Pero esa ignorancia de algunos católicos es caza segura para los maniqueos, pues a esos suelen acosar, a esos hacen caer en las redes de sus engaños. Siendo así habíamos caído nosotros en ellos, siendo así nos habíamos adherido a ellos, siendo así fuimos liberados, no por nuestras fuerzas, sino por la misericordia de Dios.
Habilidad de Fausto
9. ¿Contra qué realidades divinas acometió Moisés, como Fausto le acusa, al decir que "no perdonó a nada, ni humano ni divino"? Lo soltó y se quedó tan tranquilo: no hizo ningún esfuerzo por probarlo, no se preocupó de demostrar nada. Mas nosotros sabemos que Moisés alabó piadosamente todo lo verdaderamente divino y, según lo exigía su momento y su ministerio, gobernó justamente todo lo humano. Exíjanme estos que lo muestre, puesto que también ellos intentaron mostrar las objeciones de Fausto, cautamente sí, porque era agudo, pero incauto porque se daba muerte con su propio ingenio. Pues dichoso el corazón agudo frente a la verdad, pero infeliz el que lo es contra la verdad. No dijo que "no perdonó nunca a ningún hombre o dios", sino a nada humano o divino. Pues si hubiese dicho que no había perdonado a Dios, fácilmente quedaría convicto de falsa acusación, al descubrirse que Moisés en todas partes honra y anuncia al Dios verdadero que hizo el cielo y la tierra. Si, por el contrario, hubiese dicho que no había perdonado a ningún dios, descubriría a los cristianos que él (Fausto) adoraba a aquellos dioses que Moisés prohíbe adorar, y así no reuniría a los polluelos, que no engendró, que huirían a cobijarse bajo las alas de la madre católica. Así, pues, para tender asechanzas a los párvulos, afirmó que Moisés no había perdonado a nada divino. De esa manera, al no abrir las puertas al culto de los dioses, los cristianos no podrían huir de la impiedad de los maniqueos, tan alejada de la religión cristiana, y tendrían de su parte contra nosotros a los paganos, que sabían que Moisés dijo muchas cosas verdaderas y meritorias contra los ídolos y contra los dioses de los gentiles, que son demonios.
Rinden culto a la criatura
10. Si esto les desagrada, confiesen claramente que adoran a los ídolos o demonios: cosa que ciertamente harían desde la ignorancia por el simple hecho de ser herejes. De ellos dijo el Apóstol: En los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe, prestando atención a espíritus seductores y a las doctrinas de los demonios embaucadores en su hipocresía19. ¿Quiénes, sino demonios, amigos de! engaño, convencerían a éstos de que fue engañosa la pasión de Cristo, engañosa su muerte, engañosas las cicatrices que mostró; es decir que no padeció en verdad, ni murió en verdad, ni fueron verdaderas aquellas cicatrices producto de verdaderas heridas? ¿Qué doctrinas de los embaucadores demonios hay más patentes que éstas que persuaden que e Hijo de Dios, es decir, la misma Verdad, es mentirosa? Estos mantienen en su doctrina el culto manifiesto, no ciertamente de los demonios, pero sí de la criatura, culto que condena el Apóstol al decir: Rindieron culto y sirvieron a la criatura antes que al creador20.
No sirven al creador
11. Por tanto, éstos, sin saberlo, rinden culto en las fábulas creadas por su imaginación a los ídolos y a los demonios; saben que sirven a la criatura en el sol y en la luna. y al pensar que sirven también al creador, se equivocan cabalmente. Sirven a las creaciones de su imaginación, pero en ningún modo al creador, cuando niegan que él creó lo que el Apóstol muestra claramente incluido entre las criaturas de Dios al decir, refiriéndose a los alimentos y carnes: Toda criatura de Dios es buena, y nada que se recibe con acción de gracias, ha de rechazarse21.
Ved cuál es la sana doctrina, que no habéis soportado, por lo que os habéis vuelto a las fábulas. Igual que el Apóstol alaba la criatura de Dios y a la vez prohíbe que se le rinda culto religioso, así también Moisés, quien no perdonó a nada divino, según os parece a vosotros —no por otro motivo, sospecho, sino porque prohibió adorar al sol y a la luna22, a cuyas órbitas vosotros os volvéis desde cualquier posición, para adorarlos—, alabó con la auténtica alabanza al sol y a la luna cuando relató que los hizo Dios y los colocó en su lugar celeste para cumplir su misión, como es en realidad, al decir: Creó el sol para gobernar el día y la luna para gobernar la noche23. Elsol y la luna no gozan con vuestras falsas alabanzas. Es el diablo, criatura prevaricadora, quien sabe hallar gozo en la falsa alabanza; en cambio, las potestades celestes que no cayeron por el pecado quieren que su autor sea alabado en ellas, cuya verdadera alabanza es aquella que no implica ofensa a su creador. Ofensa que tiene lugar cuando se afirma que sus partes son o miembros de él o parte de su sustancia. El, que es perfecto, sin necesidad de nadie, sin menoscabo, sin divisiones, no extendido por lugar alguno, plenamente inmutable en sí mismo y autosuficiente, feliz en sí mismo por la abundancia de su bondad, lo dijo y fueron hechas, lo mandó y fueron creadas24. De aquí que si los cuerpos terrestres, de los que hablaba el Apóstol al afirmar que ningún alimento es impuro, son buenos, puesto que toda criatura de Dios es buena, ¡cuánto más los celestes entre los que destacan el sol y la luna, si el mismo Apóstol dice: los cuerpos celestes y los terrestres, pero uno es el resplandor de los celestes y otro el de los terrestres!25
Maldición sobre el cuerpo y maldición sobre el alma
12. Así, pues, Moisés no ultraja al sol ya la luna al prohibir que se les adore, sino que los alaba como a criaturas celestes. A Dios, en cambio, lo alaba como a creador de lo celeste y lo terrestre, y no quiere que se le ofenda adorando en su lugar lo que es alabado por motivo de él y de él recaba su alabanza.
¡Con cuánta agudeza creyó Fausto reprender el hecho de que Moisés llame maldito al que adore al sol y a la luna! Escribe: "Por tanto, suponte que estoy sometido a un rey gentil que me obliga a adorar al sol; si, al resistirme yo por temor a incurrir en esa maldición, ordena que me crucifiquen, incurriré también en la otra, proferida contra quien penda de un madero?" A vosotros no os obliga a adorar al sol ningún rey gentil, porque ni siquiera el mismo sol obligaría a ello, si reinara sobre la tierra, puesto que ni siquiera ahora quiere que lo hagáis. Pero como el creador mismo tolera hasta el día del juicio a los impíos que blasfeman contra él, así también los mismos seres celestes toleran a sus vanos adoradores hasta el día en que los juzgue su creador. Con todo, recordad que ningún rey cristiano puede forzar a adorar el sol. Fausto recurrió a un rey gentil para su ejemplo, sabiendo muy bien que es propio de gentiles lo que hacéis al adorar el sol. No es propio de cristianos; pero la perdiz ya pone por doquier el nombre de Cristo para reunir lo que no engendró26.
Ved, sin embargo, con qué facilidad responde la verdad y la sana doctrina, con qué facilidad rompe este como doble e insalvable lazo de vuestra pregunta. Supongamos que alguien, dotado de poder real, amenaza a un cristiano con colgarle de un madero, si no acepta adorar el sol. "Si logro escapar, dices, de la maldición lanzada por la ley contra quien adora al sol, caeré en la otra, lanzada también por la ley contra quien cuelgue de un madero". De ahí vendría la turbación, mas para ti o, mejor, ni siquiera para ti que adoras el sol, incluso sin que nadie te obligue. En cambio, el cristiano edificado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas27 considera cada uno de los motivos y cada una de las maldiciones; ve que una pertenece al cuerpo mortal, que va a ser suspendido de un madero, y la otra al alma con que se adora el sol. Pues, aunque el cuerpo se incline en el acto de adoración, es el alma quien rinde culto a lo que adora o finge hacerlo. Una y otra cosa son perniciosas. Por lo tanto, dado que en uno y otro caso la maldición acaba en la muerte, como el pender del madero implica la muerte del cuerpo, así adorar el sol implica la muerte del alma. Hay que elegir, pues, la maldición referida a la muerte corporal, maldición de la que será liberado el cuerpo en el momento de la resurrección; en cambio hay que evitar la maldición referida a la muerte del alma, para evitar que sea condenada en el fuego eterno junto con su cuerpo.
Esta cuestión nos la resolvió el Señor al decir: No temáis a los que matan al cuerpo, pero no pueden dar muerte al alma, temed más bien a quien tiene poder para dar muerte a cuerpo y alma en la gehenna del fuego28, como si afirmara: "No temáis esta maldición referida a la muerte corporal, que se anula con el tiempo, sino la de la muerte espiritual, por la que el alma será atormentada eternamente con su cuerpo". Ved que no se trata de una maldición de viejas, sino de una predicción profética: Maldito todo el que penda de un madero. Cristo anulará la maldición con la maldición, igual que eliminó la muerte con la muerte y el pecado con el pecado. Por tanto, no blasfemó Moisés al decir: Maldito todo el que pende de un madero, como tampoco blasfemaron los apóstoles al enseñar que murió29; que nuestro hombre viejo ha sido clavado con él en la cruz30; que condenó al pecado con el pecado31; que al que no conocía el pecado, le hizo pecado por nosotros32, y muchas otras cosas por el estilo.
Vosotros, en cambio, al aborrecer que Cristo haya sido declarado maldito, confesáis que sentís horror de la muerte de Cristo. Ahí se manifiesta vuestra, no maldición de viejas, sino simulación diabólica, puesto que no creéis la muerte corporal de Cristo, lo que implica la muerte de vuestra alma. Muerte de Cristo que, sin embargo, persuadís, pero no verdadera, sino fingida, como si no os atrevierais a engañar a los hombres mediante el nombre cristiano si no hacéis antes al mismo Cristo maestro del engaño.
Moisés no fue enemigo de la virginidad y continencia
13. A Fausto le pareció que Moisés era enemigo de la continencia y de la virginidad, porque dijo: Maldito todo el que no suscite descendencia en Israel33. Lean a Isaías que grita: Esto dice el Señor a todos los eunucos: quienes observen mis preceptos y opten por lo que yo quiero, guardando mi alianza, les daré un lugar célebre en mi casa y dentro de mis murallas, mejor que el de los hijos e hijas; les daré un nombre eterno, que no les faltará34. O, si piensan que Moisés e Isaías se contradicen, agrádeles éste, si es que les desagrada aquél, lo que no es poco para estos. A nosotros nos basta con saber que el único Dios habló por Moisés y por Isaías, y que es maldito todo el que no suscitó descendencia en Israel, tanto entonces, cuando, para propagar carnalmente al pueblo, hasta la procreación de una prole carnal dentro de la castidad conyugal caía dentro de los deberes cívicos, como ahora, para que nadie que haya nacido espiritualmente piense que debe bastarse a sí mismo y no se preocupe de las ganancias del Señor, con las que cada uno, según su capacidad, debe engendrar cristianos predicando a Cristo. De esa manera, aquella sentencia divina abarca con admirable brevedad los dos Testamentos: Maldito todo el que no suscite descendencia en Israel.