Libro XIII
Catequesis maniquea y católica a un gentil
Fausto, gentil de nacimiento, no tiene por qué aceptar a los profetas
1. Fausto: —¿Cómo adoráis a Cristo si repudiáis a los profetas, de cuyos vaticinios se concluye que había de venir?
— No sé si alguien podrá probar que algún profeta hebreo haya anunciado a nuestro Cristo, es decir, al Hijo de Dios, si el hecho se somete a examen. Con todo, incluso si ese fuera el caso, ¿qué nos afecta a nosotros? Ese reproche va contra quienes, convertidos del judaísmo al cristianismo, quizá bajo el peso de las pruebas que aduces, después, ingratos a sus favores, las desecharon. Además, nosotros somos, por naturaleza, gentiles, esto es, incircuncisos en el lenguaje de Pablo1, nacidos bajo otra ley y otros profetas, a los que la gentilidad denomina vates. De la gentilidad pasamos luego al cristianismo, sin habernos hecho antes judíos ni haber aceptado lógicamente la fe en los profetas hebreos al pasar a él. A ello nos sentimos impulsados únicamente por la fama, alto concepto de las virtudes y sabiduría de nuestro liberador Jesucristo. Por lo que, si a mí, cuando aún seguía la religión de mis antepasados, se me hubiese presentado un predicador queriendo sugerirme a Cristo a partir de los profetas, al instante le hubiese considerado como un demente, por intentar ofrecerme a mí, gentil y hombre de otra religión muy distinta, cosas dudosas a partir de otras aún más dudosas.
¿No era necesario que me convenciese antes de que había que creer a los profetas y, luego, de que tenía que creer en Cristo a través de ellos? Mas, para hacer realidad esto, se necesitaban otros profetas, que testificaran que había que creer a los primeros. Por lo cual, si piensas que hay que aceptar a Cristo por la palabra de los profetas, ¿por la palabra de quién aceptas a los profetas? ¿O has de decir "por la de Cristo", de modo que recíprocamente se recomienden, es decir, Cristo a los profetas y los profetas a Cristo? Pero un pagano, libre frente a uno y a otro, no creerá ni a los profetas cuando hablan de Cristo, ni a Cristo cuando habla de los profetas. Así, todo el que viene a la fe cristiana de la gentilidad no debe nada a ninguna otra cosa más que a su fe.
Y para que con un ejemplo aparezca más claro lo que decimos, imaginemos que vamos a catequizar a un gentil. Sentados a su lado, le decimos: "Cree que Cristo es Dios". A lo que él replica: "¿Cómo me lo probáis". Nosotros le respondemos: "Por los profetas". Al preguntar él de nuevo,"¿por qué profetas?", le respondemos que por los hebreos. El, riéndose por lo bajo, dirá: "¡Pero si no creo lo más mínimo en ellos!". Nosotros, no obstante, le respondemos: "¿Por qué? ¡Si Cristo los avala! "El entonces, riéndose ya a carcajadas, replicará: "¿Cómo? ¡Si tampoco creo en él!" ¿Qué pasará a continuación? ¿No nos quedaremos perplejos, mientras que él, mofándose de nosotros como de insensatos, volverá a sus asuntos?
Así, pues, como dije, los testimonios de los hebreos no aportan nada a la iglesia cristiana, con mayor número de gentiles que de judíos. Ciertamente, si existen, según se corre, algunos vaticinios acerca de Cristo de la Sibila o de Hermes, el llamado Trismegisto, o de Orfeo o de otros vates de la gentilidad, podrán sernos de alguna ayuda para creer, a nosotros que nos hicimos cristianos siendo gentiles. En cambio, los testimonios de los profetas, aunque fuesen verdaderos, antes de creer son inútiles; después de creer, totalmente superfluos, porque antes no podíamos darles fe, mientras que ahora carece de sentido dársela.
Los profetas hebreos y los vates gentiles
2. Agustín: Sírvanos la respuesta anterior, tan prolija, para responder con brevedad a este texto. Pienso, en efecto, que quien la haya leído se reirá de éste que tiene tales delirios y que sigue afirmando que los profetas hebreos no anunciaron con antelación a Cristo el hijo de Dios. El pueblo judío fue el único en que el mismo nombre "Cristo" fue sacratísimo en la persona del rey y en la del sacerdote2, perdurando hasta que llegó el figurado en ellos3. Respóndannos ellos de quién han aprendido el nombre "Cristo". Si responden que de Manés, pregunto al mismo Manés cómo, por silenciar a otros, unos hombres africanos han creído a un persa, dado que Fausto reprocha a los romanos, a los griegos y a otros pueblos el que hayan creído acerca de Cristo a los profetas hebreos, en cuanto extranjeros que son. Dígales también a ellos que los vaticinios de la Sibila, de Orfeo, o de cualesquiera otros vates gentiles, si es que existen, son más apropiados para llevar a la fe en Cristo, sin prestar atención a que no se leen en ninguna iglesia, mientras que los profetas hebreos brillan en todas las naciones y llevan a la salud cristiana a tan grandes enjambres de pueblos. Afirmar que la profecía hebrea no es adecuada para llevar a los gentiles a creer en Cristo es una insensatez ridícula. Sólo tienen que ver que todos los pueblos creen en Cristo gracias a la profecía hebrea.
Muestren alguna profecía gentil con el nombre de Cristo
3. Os desagrada un Cristo tal cual ha sido predicho por los hebreos. Y, sin embargo, todos los pueblos gentiles, entre quienes pensáis que no tiene autoridad alguna la profecía hebrea, creen en un Cristo tal cual fue anunciado por los hebreos. Es decir, aceptando el evangelio que Dios había prometido —como recuerda el Apóstol— por sus profetas en las Escrituras Sagradas acerca de su hijo, que le nació del linaje de David según la carne4. Por esa razón dice el profeta Isaías: Habrá una raíz de Jesé que se alzará para reinar sobre los gentiles; los gentiles pondrán en él su esperanza5, y: He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Enmanuel6, que significa: Dios con nosotros7.
No piensen que los profetas hebreos anunciaron únicamente a Cristo como hombre. Este punto parece haberlo tocado Fausto, al hablar de "nuestro Cristo, el hijo de Dios" como si los hebreos no considerasen a su Cristo hijo de Dios. Ved que nosotros mostramos, apoyándonos en la profecía hebrea, que Cristo, el hijo de la Virgen, es Dios. En efecto, para que los judíos carnales no pensasen que Cristo era sólo lo que se hizo por nosotros del linaje de David, el mismo Señor reclama su atención con una profecía del mismo David, preguntándoles de quién creían que era hijo Cristo. Cuando ellos le respondieron: De David, para que, como dije, no pensasen que era sólo eso, y dejasen de mirarle como Enmanuel, que significa Dios con nosotros, les dijo: ¿Cómo entonces el mismo David, movido por el Espíritu, le llama Señor, con estas palabras: Dijo el Señor a mi Señor, siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies?8
Ved, repito, que, sirviéndonos de una profecía hebrea, mostramos que Cristo es Dios; mostradnos vosotros alguna profecía vuestra, de la que hayáis aprendido el nombre de Cristo.
¿Cómo puede Manés reclamar fe en sí mismo?
4. Vuestro Manés no profetizó que Cristo había de venir; con engaño carente de la más mínima vergüenza se proclama su apóstol. En efecto, consta que esta herejía surgió no sólo después de Tertuliano, sino incluso después de Cipriano. Sin embargo, todas sus cartas comienzan de esta manera: Manés, apóstol de Jesucristo. ¿Por qué le habéis dado fe en lo que dice sobre Cristo? ¿Qué testigo os aportó de su condición de apóstol? El mismo nombre "Cristo", cuya existencia sólo conocemos en la nación judía, vinculada a los sacerdotes y a los reyes, de modo que no sólo uno u otro hombre, sino toda la nación y todo el reino se convirtió en profecía de Cristo y del reino cristiano, ¿por qué lo invadió, por qué lo usurpó Manés, que os prohíbe creer a los profetas hebreos, haciéndoos así él, apóstol falso y falaz, discípulos falaces de un falso Cristo?
Finalmente, para evitar que se le acusase de mentir, tenía que haberos presentado también algunos profetas que anunciaban a Cristo, según su modo de ver. ¿Cómo os comportaréis con aquel catequizando al que Fausto introdujo a modo de ejemplo, si no quiere creer ni a ellos ni a él? ¿Pondrá por testigos a su favor a nuestros apóstoles? Opino que no presentará personas, sino que abrirá libros; libros que hallará abiertos no a su favor, sino en su contra. Pues allí leemos y enseñamos que Cristo nació de la virgen María, allí también que el hijo de Dios nació, según la carne, del linaje de David9. Y si dijera que han sido falsificados, él mismo destruirá la fe en sus testigos. Si, por el contrario, presenta otros códices que atribuya a nuestros apóstoles, ¿cómo les otorgará él la autoridad que no recibieron de las iglesias de Cristo, establecidas por los mismos apóstoles, para que luego pasasen a la posteridad con tan sólido aval? ¿Cómo me presenta escrituras aquél en quien no creo para que, por ellas, crea en él? ¿Cómo intenta darles autoridad él mismo, si no le creo a él?
Si pretenden apoyarse en la opinión pública...
5. Si, por el contrario, habéis creído lo referente a Cristo por la opinión pública —cosa que dejó caer de paso Fausto, puesto en grandes apuros, para no verse obligado a presentar aquellos libros carentes de toda autoridad, ni vinculado a otros cuya autoridad va contra él—; repito, si lo referente a Cristo lo habéis creído por la opinión pública, ved si ella es un testigo válido. Considerad atentamente a dónde os precipitáis. En efecto, la opinión pública divulga muchas maldades sobre vosotros, a las que no queréis dar crédito. ¿Qué razón hay para estimar veraz en lo que divulga acerca de Cristo a la que pretendéis que es mentirosa respecto de vosotros? ¿Qué decís? Porque incluso contradecís a la opinión pública respecto a Cristo. Ella es más luminosa, más poderosa, domina los oídos, mentes y lenguas de todos los pueblos porque, una vez anunciado Cristo, nacido del linaje de David, según las escrituras hebreas, muestra como realidad lo que allí está escrito que se prometió a Abrahán, a Isaac y a Jacob: En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos10.
¿Qué respondéis, pues? ¿A quién habéis creído acerca de Cristo vosotros a quienes no agradan los testigos extraños? Además, la autoridad de nuestros libros, afianzada por el consenso de tantos pueblos mediante la sucesión apostólica, episcopal y conciliar, os es adversa; los vuestros carecen de ella, puesto que es presentada por tan pocos y por quienes adoran a un Dios y un Cristo mentiroso.
Por esa razón se vuelve contra su doctrina falaz, a no ser que también a ellos se les considere mentirosos en cuanto imitadores de su Dios y de su Cristo. Consultada la misma opinión pública, a vosotros os divulga como gente pésima, mientras no cesa de anunciar, contra vosotros, a Cristo como nacido del linaje de David. No habéis oído la voz del Padre desde el cielo11; no habéis visto las obras de Cristo con las que daba testimonio de sí mismo; simuláis aceptar los códices en que están escritas estas cosas, para engañar bajo la apariencia de cristianos; para que no se lean contra vosotros, afirmáis que han sido falsificados. Presentáis allí a Cristo que dice: Si no me creéis a mí, creed a mis obras12, y: Yo soy quien da testimonio de mí, y da testimonio de mí el Padre que me envió13, y: Si creyerais a Moisés, creeríais también en mí, pues él escribió de mí14, y: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no le creerán ni aunque resucite uno de entre los muertos15. ¿Cómo habéis salido de aquí? ¿A quién habéis otorgado credibilidad? Rechazáis las Escrituras ratificadas y avaladas por su grande autoridad, milagros no hacéis, y en el caso de que los hicierais nos pondríamos de guardia ante ellos, pues el Señor nos instruyó de antemano diciéndonos: Se alzarán muchos falsos cristos y falsos profetas, que harán muchas señales y prodigios para engañar, si les es posible, incluso a los elegidos. Ved que os lo he dicho con tiempo16. Hasta tal punto no quiso que se creyera nada contra la autoridad afianzada de las Escrituras, que ella prueba su propia fiabilidad por los mismos hechos que muestra haberse cumplido y realizado con el pasar del tiempo, hechos anunciados por ella tanto antes de que aconteciesen.
Lo suyo es una fábula
6. Sólo os resta afirmar que disponéis de un argumento, tan cierto e irrebatible que, una vez manifestada la verdad por él, no requiera autoridad de testigo, ni verdad de milagro alguno. ¿Qué decís? ¿Qué aducís? ¿Qué argumento, qué verdad? Lo suyo es una fábula, larga y pura vacuidad, juego de niños, entretenimiento mujeril y delirio senil que contiene un comienzo mutilado, una etapa intermedia pútrida y un fin ruinoso. Cuando, a propósito de dicho comienzo, se os diga: "¿Qué podía hacer la raza de las tinieblas al Dios inmortal, invisible e incorruptible, si él no hubiera querido luchar contra ella?" Ya propósito de la etapa intermedia: "¿Cómo es incorruptible e incontaminable Dios cuyos miembros trituráis en los frutos y hortalizas, cuando los coméis y los digerís?" y respecto al fin: "¿Qué hizo el alma miserable para que, en castigo, quede ligada para siempre al globo de las tinieblas? Ella que, manchada no por falta personal, sino ajena, no pudo purificarse por deficiencia de su Dios, quien la envió a que se mancillase". Llenos de dudas, y sin hallar qué responder, miráis vuestros códices, tan numerosos, tan grandes y de tanto valor y sentís un dolor intenso ante el trabajo de los anticuarios, la cartera de los miserables y el pan de los engañados.
Si, pues, ni la antigüedad de la autoridad de las Escrituras, ni la fuerza argumentativa de los milagros ni la santidad de costumbres ni la verdad percibida por la razón os avala, marchad confundidos y regresad confesando que el Cristo, salvador de todos los que creen en él, es aquel cuyo nombre y cuya iglesia muestra la época presente tal como lo anunció la anterior, no mediante un cualquiera que procede de escondrijos cavernosos, sino por cierta nación y cierto reino instituido y difundido con esa finalidad. En efecto, allí se señalaba en figuras todo lo referente a él, que ahora, ya explicitadas, se reconocen en la realidad, y se escribía como anuncio profético, lo que ahora ofrece la predicación apostólica.
El anuncio de Cristo a un gentil
7. Por tanto, presentadnos ahora a un gentil a quien tengamos que catequizar. Fausto se mofó de nosotros como si hubiésemos fracasado allí donde fracasó él mismo, merecedor no de mofa, sino de llanto. Supongamos que decimos a un gentil: "Cree que Cristo es Dios" y que él nos responde: "¿Qué razones hay para ello?" Supongamos también que, cuando nosotros le presentamos la autoridad de los profetas, el replica que no cree en ellos porque son hebreos, y él gentil. A ese talle mostramos la fiabilidad de los profetas por lo que ellos proclamaron que iba a acontecer y se ve que de hecho aconteció.
Creo, en efecto, que no se le ocultaría cuántas persecuciones soportó en los primeros tiempos la religión cristiana de parte de los emperadores de este mundo. O, en el caso de que las desconociese, sería fácil probárselas con la misma historia de los pueblos y las leyes de los emperadores confiadas al papel y a la memoria. Conocerá que todo eso había sido predicho con mucha antelación por el profeta que dijo: ¿Por qué se amotinaron las naciones y los pueblos han planeado vaciedades? Se yerguen los reyes de la tierra y los príncipes se alían contra el Señor y contra su Cristo17. Que estas cosas no se dijeron de David en persona es fácil advertirlo en el mismo salmo, pues en él se dice también aquello que, con el mismo manifestarse de la realidad, produce igualmente confusión a los hombres por muy obstinados que sean: El Señor me dijo: Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado; pídemelo y te daré los pueblos como herencia y como posesión los confines de la tierra18, algo que no se concedió a la nación judía en la que reinó David, y que nadie duda que se ha cumplido con el nombre de Cristo que llena todos los pueblos a lo largo y a lo ancho.
Creo que ese gentil se sentiría sacudido al oír muchos otros datos tomados de los profetas, que traer aquí ahora sería muy largo. Vería también que los mismos reyes terrenos ya están, con beneficio para su salvación, sometidos al mandato de Cristo, y que todos los pueblos le sirven. Leería igualmente que el salmo predijo de él con tanta antelación: Le adorarán todos los reyes de la tierra, todos los pueblos le servirán19. Y si quisiera leer el mismo salmo en su totalidad, que en figura va como dirigido a Salomón, descubriría a Cristo como verdadero rey de paz —eso significa el nombre Salomón—, en quien advertiría que se cumple todo lo que en él se afirma, sin que nada tenga que ver con aquel Salomón que fue rey de Israel. Del mismo modo, podía leer aquel otro salmo en que se habla de Dios ungido por Dios y se le llama Cristo en virtud de esa misma unción, y al mismo Cristo se le muestra a todas luces como Dios, cuando se alude a él como Dios ungido20. Si quisiese considerar lo que allí se dijo de Cristo y de la Iglesia, ciertamente lo leería allí como predicho, pero lo vería en todo el orbe de la tierra ya como realizado.
Vería asimismo que los ídolos de los gentiles desaparecían del orbe de la tierra en virtud del nombre de Cristo, y aprendería que él mismo fue predicho por los profetas. Oiría al profeta Jeremías que dice: Así les diréis: Perezcan de la tierra y de debajo del cielo los dioses que no hicieron ni el cielo ni la tierra21. Igualmente escucharía decir al mismo profeta en otro lugar: El Señor es mi fuerza, mi auxilio y mi refugio en el día de apuro; a ti vendrán pueblos del extremo de la tierra y te dirán: ¡Cuán falsas imágenes recibieron nuestros padres; no hay en ellas utilidad alguna! Así el hombre creará sus dioses, pero no son tales. Por tanto, mira que yo me mostraré a ellos en aquel tiempo; les mostraré mi mano y conocerán mi poder, puesto que yo soy el Señor22. Al oír esto, tomado de la Escritura profética, y contemplándolo en toda la tierra, ¿para qué decir cómo se sentirá impulsado a creer? Lo que afirmamos lo probamos con los mismos hechos, dado que conocemos que los corazones de los fieles se afianzan sólidamente, gracias a la profecía escrita con tanta antelación y realizada en estos tiempos.
Además de hombre, Cristo es también Dios
8. Además, para que no juzgase a Cristo como un hombre al estilo de otros grandes hombres que existieron, el mismo profeta se lo quitaría de la mente. Allí sigue diciendo: Maldito el hombre que pone su esperanza en el hombre y afianza la carne de su brazo, apartando su corazón del Señor. Será como el tamarisco plantado en el desierto; no verá el bien cuando venga, y habitará entre los malvados en tierra desierta, en saladar inhabitable; y: Bendito el hombre que confía en el Señor; el Señor será su esperanza; será como árbol frutal plantado a la orilla del agua y ahondará sus raíces junto al agua; no temerá cuando lleguen los calores y su follaje será frondoso; no temerá en año de sequía y no cesará de dar fruto23.
Al ver que en este pasaje se llama maldito a quien pone su esperanza en el hombre y explicar dicha maldición con imágenes proféticas, y bendito a quien confía en el Señor, e hilvanar asimismo dicha bendición con imágenes semejantes, quizá se sintiese un poco turbado. Se preguntaría quizá cómo le anunciamos a Cristo en cuanto Dios para que no ponga su esperanza en el hombre, al mismo tiempo que le consideramos hombre, no por su propia naturaleza, sino por haber asumido nuestra mortalidad. En efecto, hubo algunos que erraron al creer que Cristo era Dios pero negando que fuera hombre; y, a su vez, otros al considerarle ciertamente hombre, pero negando que fuera Dios, o le despreciaron o, poniendo su esperanza en un hombre, incurrieron en aquella maldición.
Pero supongamos que dicho gentil se sintiese turbado y dijese que el profeta había hablado en contra de nuestra fe. En efecto, nosotros, siguiendo la enseñanza apostólica, no sólo consideramos a Cristo como Dios, para poner en él con la máxima garantía nuestra esperanza, sino que incluso consideramos a Jesucristo, en cuanto hombre, mediador entre Dios y los hombres24, mientras que el profeta sólo habló de Dios, sin hacer mención alguna de su naturaleza humana. Allí mismo hubiese oído la voz del mismo profeta que reclamaba su atención y le corregía: El corazón duro está por doquier. Es hombre; ¿quién lo conoce?25 Por tanto, hombre para sanar mediante la fe a los duros de corazón a través de la condición de siervo a fin de que le reconozcan como Dios que se hizo hombre por nosotros, para que no pusieran su esperanza en un hombre, sino en el hombre Dios. Y con todo, El corazón duro está por doquier, y es hombre al asumir la condición de siervo. ¿Quién le conoce? Quien existiendo en la condición divina, no juzgó una rapiña ser igual a Dios26. Y es hombre, puesto que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros27. ¿Quién le conoce? Pues en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios28.
El corazón duro se halla por doquier. Hasta sus discípulos tenían endurecido el suyo, cuando les decía: Llevo tanto tiempo con vosotros y ¿aún no me habéis conocido?29 ¿Qué significa: Llevo tanto tiempo con vosotros, sino lo que dice el profeta: Yes hombre? y no me habéis conocido ¿qué es, sino lo que pregunta: y quién lo conoce? ¿A quién, sino al que dice: Quien me ha visto a mí ha visto al Padre? Todo ello para que nuestra esperanza no radique en un hombre, pensando en la maldición del profeta, sino en el hombre Dios, esto es, en el hijo de Dios, el Salvador Jesucristo, mediador entre Dios y los hombres. Por su condición de siervo, el Padre es mayor que él, pero en la condición divina es igual al Padre.
Conforme a lo predicho, se ocultan los ídolos
9. Dice también Isaías: Será humillado y caerá el oprobio de los hombres, y en aquel día será ensalzado únicamente el Señor; todo lo que es hechura de mano humana lo esconderán en las cuevas, en las grietas de las rocas y en las hendiduras de la tierra, lejos de la presencia pavorosa del Señor y de la majestad de su poder, cuando él se levante para quebrar la tierra. En aquel día arrojará el hombre los objetos abominables de oro y plata, hechos por él para adorar cosas inútiles y nocivas30.
Y este gentil a quien instruimos en la fe cristiana, de quien afirmó Fausto que diría con mofa: "No creo en los profetas hebreos", quizá esconda los ídolos, fabricados a mano, en una cueva, o en las grietas de una roca o en las hendiduras de la tierra. O sabe que algún amigo suyo lo hizo, o conoce que se ha practicado en la ciudad, o en su fundo, huyendo de la presencia pavorosa del Señor, quien, conforme a la misma profecía, con las leyes severísimas de los emperadores terrenos, que ya le sirven y le adoran a él, quiebra la tierra, esto es, quiebra la osadía del corazón terreno. ¿Cómo, pues, va a decir "No creo en los profetas hebreos" si quizá reconoce que se ha cumplido incluso en sí mismo lo que en otro tiempo predijeron los profetas hebreos?
Los judíos, garantes de la autenticidad de las profecías
10. Más bien habría que temer que, confundido ante evidencia tan real, dijese quizá que, después que todo eso comenzó a suceder en el mundo, los cristianos compusieron esos escritos para que se pensase que todo aquello había sido predicho por Dios de antemano, a fin de que no se despreciasen temerariamente como composición humana. En verdad, habría que temer esa posibilidad, si el pueblo judío, tan conocido, no estuviese extendido a lo largo y a lo ancho, cual Caín que recibió la señal para que nadie le diese muerte31; cual Cam, siervo de sus hermanos32, que lleva los libros que a los demás sirvan de instrucción y a él de carga. En efecto, mediante sus códices probamos que no fuimos nosotros quienes escribimos dichas cosas a partir de lo sucedido, sino que, predichas y conservadas en aquel reino en otra época, se han manifestado y cumplido ahora. Entre las cuales también otras menos perceptibles allí, puesto que todo les acontecía en figura; fueron escritas en atención a nosotros para quienes ha llegado el fin de los siglos33, ya ilustradas, se descifran ahora. Y lo que aún resultaba opaco, como sombra de realidades futuras, ahora se descubre ya a la luz de lo acontecido.
Por qué los judíos no acogieron a Cristo
11. Quizá diga también que le deja perplejo el que los judíos, en cuyos libros se halla anunciado lo que ahora vemos realizado, no comparten con nosotros el mismo evangelio. Mas, cuando se le indique que los mismos profetas predijeron incluso esto, ¡cómo se sentirá impulsado a creer! ¿Quién hay tan demente que no lo vea? ¿Quién tan desvergonzado que simule no percibirlo? Dice Isaías: Conoció el buey a su amo y el asno el pesebre de su dueño; por el contrario, Israel no me conoció y mi pueblo no me comprendió34. O aquel otro texto que cita también el Apóstol: Todo el día he extendido mis manos al pueblo que no me daba fe y me contradecía35, y sobre todo este: Dios les dio espíritu de compunción; ojos para que no vean y oídos para que no oigan ni entiendan, etc. ¿Quién duda de que se refiere a los judíos?
Y si él pregunta: ¿Cuál fue el pecado de los judíos, si Dios les cegó para que no reconociesen a Cristo? En cuanto nos sea posible a la hora de instruir a un hombre no informado, le mostraremos que el justo castigo de esta ceguera les viene de otros pecados ocultos, conocidos por Dios. Le haremos ver que el Apóstol no dijo sólo de algunos: Por lo cual los entregó Dios a las apetencias de su corazón, o a un réprobo pensar, para que hagan lo que no les conviene36, queriendo mostrar que ciertos pecados manifiestos son un castigo de otros ocultos, pero que ni esto ocultó a los mismos profetas. Para no ir más lejos, en el mismo pasaje en que Jeremías dice: Es hombre, y ¿quién le conoce?37, para evitar que los judíos se sintiesen exculpados, por eso mismo, de no haberle conocido —pues, como dice el Apóstol, si le hubiesen conocido, nunca habrían crucificado al rey de la gloria38—, muestra a continuación que fue culpa de ellos no haberle conocido. Dice, en efecto: Yo, el Señor, que interrogo el corazón y pruebo los riñones, para dar a cada uno según su proceder y en conformidad con el resultado de sus afanes39.
Razón de los cismas y herejías
12. Más aún: si a ese gentil le inquieta por qué los mismos que se llaman cristianos, se escinden en muchas y variadas herejías, le enseñaremos que los profetas tampoco pasaron por alto este punto. Como si fuera consecuencia lógica que, tras manifestar la ceguera de los judíos, le pasara por la mente que también muchos, incluso amparados bajo el nombre cristiano, se separasen de la comunidad cristiana, el mismo Jeremías, como insinuándonos un orden de catequesis, añadió a continuación: La perdiz cantó, reunió huevos que no puso, acumulando riquezas sin cordura40. Esconocido con cuánta avidez la perdiz, animal muy pendenciero, corre hacia el lazo, impulsada por ese mismo afán pendenciero. A los herejes, en efecto, no les gusta el diálogo, sino el prevalecer de cualquier modo con una obstinación desvergonzada, para reunir, como dijo el profeta, lo que no engendraron. A los cristianos, a los que preferentemente seducen amparándose en el nombre de Cristo, los hallan ya nacidos por el evangelio del mismo Cristo y los constituyen en la propia riqueza, mas no con cordura sino con una osadía irreflexiva. No comprenden que la comunidad cristiana auténtica, salvífica, en cierto modo legítima y originaria, se halla allí de donde separaron a los que agregaron a sus riquezas. Como el Apóstol dice de ésos: Del mismo modo que Jannes y Mambrés se enfrentaron a Moisés, así también éstos, hombres de mente corrompida, descalificados en la fe, se enfrentan a la verdad, pero no pasarán adelante; su demencia quedará manifiesta a todos, como sucedió con la de aquellos41, también el profeta sigue aquí, refiriéndose a la perdiz que reunió lo que no engendró: en medio de sus días lo tendrá que abandonar y a la postre será un necio42; o sea: quien comenzaba seduciendo, con la promesa y ostentación de la excelencia de la sabiduría, será un necio, es decir, se revelará como un necio. Aquellos que antes le miraban como un sabio, cuando aparezca, le considerarán un necio, pues su necedad será conocida de todos.
Catequesis sobre la Iglesia
13. Quizá aquel a quien catequizamos pregunte: ¿qué señal clara tengo yo, aún un niño e incapaz de discernir la verdad auténtica de tantos errores; de qué prueba manifiesta dispongo para aferrarme a la Iglesia de Cristo, en la que me siento impulsado a creer ante la evidencia de tantas realidades predichas con anterioridad? El mismo profeta continúa con el pensamiento puesto en él, y, como captando en su justa sucesión los movimientos de su mente, le enseña que la Iglesia de Cristo que ha sido predicha es la que tanto descuella y es visible a todos. Ella es la sede de la gloria de la que dice el Apóstol: El templo de Dios, que sois vosotros, es santo43. Por esa razón dice el profeta: La sede de la gloria, nuestra santificación ha sido exaltada44.
Pensando en estos movimientos de los párvulos a quienes pueden seducir los hombres, el Señor, previendo también la manifestación del resplandor de la Iglesia, dijo: No puede esconderse una ciudad edificada sobre una montaña45, justamente porque la sede de la gloria, nuestra santificación, ha sido exaltada, para que no se escuche a aquellos que conducen a los cismas religiosos diciendo: Ved aquí a Cristo, vedle allí46. Muestran los distintos partidos al decir: Vedle aquí, vedle allí. Dado que aquella ciudad está sobre una montaña, ¿de qué montaña se trata, sino de aquella que, según el profeta Daniel, fue creciendo, a partir de una pequeña piedra, hasta convertirse en una montaña grande, que llenó toda la tierra?47
No se escuche tampoco a quienes, en nombre de una verdad como secreta y apócrifa y del reducido número de hombres, dicen: Vedlo en los aposentos, vedlo en el desierto48, puesto que una ciudad edificada sobre una montaña, no puede esconderse, porque la sede de la gloria, nuestra santificación, ha sido exaltada49.
El dar fe a los profetas es plenamente razonable
14. Una vez que este gentil haya visto que se ha cumplido lo antes predicho en estos y otros testimonios por el estilo acerca de la persecución de los reyes y pueblos, de la fe de los reyes y pueblos, de la destrucción de los ídolos, de la ceguera de los judíos, del valor probativo de los códices custodiados por ellos, de la locura de los herejes, de la excelencia de la santa Iglesia, de los cristianos verdaderos y auténticos, ¿qué hallará más digno de fe que aquellos profetas, a quienes elegiría dar fe acerca de la divinidad de Cristo?
En efecto, si antes de que aconteciesen estas cosas, hubiese iniciado a ese gentil en los profetas hebreos, para que, por su palabra, creyese que iba a acontecer lo que aún no veía como acontecido, quizá con razón diría: "¿Qué tengo yo que ver con estos profetas, si no se me aporta la prueba de que dicen verdad?" Mas como ya se han hecho realidad manifiesta cosas tan numerosas y grandes de las que predijeron, ciertamente él, de no querer emprender un camino equivocado, no despreciaría en ningún modo ni a estas cosas que merecieron ser encarecidas como algo que había que prever y anunciar con tanta antelación y con tanta aparatosidad, ni a aquellos que pudieron preverlas y anunciarlas. En efecto, a ninguna otra persona prestamos fe más razonable, tanto respecto a lo pasado, que ya tuvo lugar en otro tiempo, como a lo futuro, que aún no ha tenido lugar, como a ellos que nos dieron pruebas de la fiabilidad de sus palabras con tantas y tan grandes realidades que, predichas por ellos, ya se han cumplido.
Testimonios de vates paganos sobre Cristo
15. Si muestran que la Sibila o Sibilas, Orfeo y no sé qué Hermes, o algunos otros vates o teólogos o sabios o filósofos de los gentiles dijeron o predijeron algo verdadero acerca del hijo de Dios o de Dios Padre, tiene ciertamente valor para refutar la vacuidad de los paganos, mas no para abrazar su autoridad, pues nosotros mostramos que rendimos culto a aquel Dios de quien no pudieron callar ni aquellos que, en parte, se atrevieron a enseñar a los pueblos gentiles como ellos a adorar a los ídolos y a los demonios, y en parte no se atrevieron a prohibírselo.
En cambio, aquellos nuestros autores santos, bajo el mandato y con la ayuda de Dios, propagaron y rigieron un pueblo, una república, un reino tal que en él es sacrilegio lo que para estos era el culto auténtico. Por tanto, si algunos se deslizaban desde allí al culto de los ídolos y demonios, o se les castigaba mediante las leyes de la misma república o se les cohibía mediantes las palabras de los profetas cual trueno libérrimo. Rendían culto al único Dios, que hizo el cielo y la tierra, con ritos ciertamente proféticos, esto es, simbólicos de lo futuro. Ritos que serían abolidos cuando llegase lo que ellos simbolizaban como futuro, dado que era una gran profecía el mismo reino en que se ungían con un simbolismo místico al rey y al sacerdote50. No se le quitó antes, sin que los judíos lo supiesen y por eso mismo contra su voluntad, hasta que no llegó el Dios ungido con la gracia espiritual por encima de sus compañeros, el Santo de los santos51, rey auténtico que mira por nosotros y sacerdote auténtico que se ofrece por nosotros. Por esa razón cuanta es la diferencia entre el anuncio de los ángeles y la confesión de los demonios, respecto al advenimiento de Cristo, tanta es la que hay entre la autoridad de los profetas y la curiosidad de los sacrílegos.
Catequesis moral
16. Con estos datos y otros parecidos, ahora sólo tocados con brevedad, pero en su caso, ante la necesidad de refutar el cavernoso error, expuestos con más amplitud y avalados con la fuerza de pruebas más abundantes, si el gentil que Fausto nos propuso como destinatario de la catequesis, antepone su salvación a sus pecados, se sentirá movido de inmediato a creer. Una vez imbuido de la fe y dentro ya del seno de la Iglesia católica para recibir en él el calor, se le instruiría a continuación sobre las costumbres que debe seguir.
Y no se sentiría turbado por la muchedumbre de aquellos en quienes no halla lo que se manda observar aunque se reúnan con él en la iglesia y reciban los mismos sacramentos. Sabría que tiene que compartir con pocos la herencia de Dios, y con muchos sus signos; que tendría que participar con pocos en la santidad de vida y en el don de la caridad difundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado52, fuente interior a la que no tiene acceso ningún extraño, y con muchos la santidad del sacramento, al cual, quien lo come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación53; pero que quien desprecia el comerlo, no tendrá en sí la vida54 y por tanto no llegará a la vida eterna. Llegará a saber también que si habla de pocos es sólo en comparación de la muchedumbre de malos; que considerados en su realidad numérica son un gran número, difundidos por todo el orbe de la tierra, creciendo en medio de la cizaña y junto con la paja hasta el día de la siega y de la bielda55.
Esto lo ha dicho el evangelio, lo han predicho los profetas. Se predijo con antelación: Como lirio en medio de zarzas, así es mi amada entre las hijas56. Está predicho asimismo: He habitado en las tiendas de Cedar; con quienes odiaban la paz, yo era pacífico57. También: Señala con una cruz en la frente a los que gimen y se entristecen por las maldades de mi pueblo que acontecen en medio de ellos58.
De este modo, ese gentil a quien afianzaríamos con tal coloquio, hecho ya ciudadano de los santos y familiar de Dios, ya no extraño a Israel59, sino auténtico israelita en quien no hay engaño60, aprendería también a decir con corazón sincero las palabras que hilvanó a continuación el profeta Jeremías: Tú, Señor, eres la paciencia de Israel; llénense de terror todos los que te han abandonado61. Al hablar de la perdiz que canta y reúne lo que no parió, encareció la excelencia de la ciudad puesta sobre una montaña, que no puede permanecer oculta, para no apartar de la iglesia católica al hereje, al decir: La sede de la gloria, nuestra santificación, ha sido exaltada.
Luego, como si le hubiera pasado por la mente: "¿Qué hacemos, pues, con el número tan grande de malos, tanto más extensamente mezclados por doquier cuanto más destaca la gloria de Cristo en la unidad de todos los pueblos?", añadió al instante: Tú eres la paciencia de Israel, Señor. Hay que soportar con paciencia estas palabras: Dejadlos crecer juntos hasta la siega62. La dificultad de soportar a los malos no ha de llevar al abandono de los buenos, que son con propiedad el cuerpo de Cristo y, en consecuencia, si se les abandona a ellos, se le abandona a él. Por esa razón añade a continuación: Llénense de terror los que te abandonan; queden confundidos los que volvieron a la tierra63. La tierra es el hombre que presume de sí mismo e induce a otros a que presuman también de ellos mismos. Por eso sigue: Serán abatidos, porque abandonaron al Señor, fuente de la vida64. ¿Qué otra cosa proclama la perdiz sino que la fuente de la vida está en ella y que ella la otorga? Los que se reúnen en torno a ella se alejan de Cristo movidos por la promesa de poseer a Cristo, de cuyo nombre ya estaban imbuidos. Pues no reúne a los que engendró, sino que, para reunir a los que no engendró, dice: "La salvación que prometió Cristo, se halla en mí; yo os la daré". Pero mira lo que dice el profeta: Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame y quedaré salvado65. Por esa razón afirma el Apóstol: Que nadie ponga su gloria en un hombre66, y añade el profeta: Porque mi gloria eres tú67. He aquí cómo instruimos a ese hombre a partir de la enseñanza apostólica y profética, para edificarlo sobre el fundamento de los apóstoles y profetas68.
Manés, el Paráclito prometido por Cristo
17. Por el contrario, ¿cómo convencería Fausto de la divinidad de Cristo al gentil que presentó diciendo: "Yo no creo ni a los profetas respecto de Cristo ni a Cristo respecto de los profetas"? ¿Acaso daría fe a Cristo hablando de sí mismo, si no le cree cuando testifica sobre otros? Pensarlo sería en verdad ridículo. Al que una vez no consideró digno de fe, o no le creerá absolutamente nada o le creerá mejor cuando testifica de otros que cuando testifica de sí.
¿Acaso Fausto, burlado aquí, leería a ese hombre los textos de las Sibilas, de Orfeo y otros parecidos, si es que halla algunos otros vates gentiles que hayan predicho algo de Cristo? No lo haría; él mismo confesó que los desconocía al decir: "Si, como se cuenta, hay algunos vaticinios de la Sibila, o de Hermes, al que llaman Trismegisto, o de Orfeo o de otros vates de la gentilidad acerca de Cristo". Fausto, pues, desconoce esos escritos, porque atribuye al "se dice" la existencia de algunos de ellos. Por tanto, no se los leería a quien dice: "Yo no creo ni a los profetas acerca de Cristo". ¿Qué haría, entonces? ¿Sacaría acaso a Manés y le encarecería a Cristo por su autoridad? Nunca hicieron tal cosa; antes bien, siempre intentaron recomendar a Manés apoyándose en aquel cuyo nombre resplandece dulcemente por doquier. Así untaban con esta miel los bordes de su vaso envenenado.
Como Cristo prometió a sus discípulos que enviaría el Paráclito —el consolador o abogado—, es decir, al Espíritu Santo69, amparándose en esta promesa, afirmando que Manés es ese Paráclito o que estaba en él se introducen en la mente de los hombres que ignoran cuándo fue enviado el prometido por Cristo.
Mas quienes leen el libro canónico titulado Hechos de los Apóstoles, ven en él mencionada de nuevo y clarísimamente cumplida aquella promesa de Cristo70. Pienso que nadie será tan ciego que quiera decir: "Doy fe a Manés", a la vez que dice: "No doy fe a Cristo". Luego, si no entre carcajadas, sí al menos indignado diría: "¿Así que me mandas creer a los libros persas tú que me dijiste que no tenía que creer a los libros hebreos"? ¿Cómo vas a conquistar, oh hereje, a ese hombre, a no ser que lo encuentres ya sometido en cierta manera al nombre de Cristo, de modo que, como él no duda ya de que hay que dar fe a Cristo, engañado, dé su asentimiento a Manés como a quien anuncia mejor a Cristo? Ved que él es aquella perdiz que reúne lo que no engendró. y así, aún no la abandonáis vosotros a los que os reúne, y aún no os parece necio quien dice que los testimonios de los hebreos, aunque fuesen verdaderos, para nosotros serían inútiles antes de creer, y superfluos después de creer.
Inconsecuencias maniqueas
18. Por tanto, los que creyeron han de arrojar todos los libros, gracias a los cuales creyeron. Pues, si eso es verdad, no veo por qué han de leer los fieles incluso el evangelio. Antes de creer es inútil, puesto que aquel gentil al que Fausto, merecedor él de mofa o más bien de llanto, presenta como mofándose, no cree a Cristo; después de creer, es ya superfluo, si también es superfluo dar fe a los auténticos vaticinios sobre Cristo, una vez que ya se ha creído en él.
Aquí diréis quizá: "Una vez que ya es creyente debe leer el evangelio para que no olvidar lo que creyó". Del mismo modo entonces ha de leer, oh necios, los testimonios auténticos de los profetas, para no olvidar por qué creyó, pues si llegara a olvidarlo, no podría mantener con firmeza lo que creyó.
O arrojad de una vez los libros de Manés por cuyo testimonio creísteis que la luz luchó contra las tinieblas, luz que era el mismo Dios; creísteis también que para que la luz pudiera sujetar a las tinieblas, antes las tinieblas devoraron, sujetaron, mancillaron e hicieron añicos la luz. Luz que vosotros restablecéis, liberáis, purificáis y sanáis al comerla, para que se os retribuya como recompensa, no sea que seáis condenados junto con la porción de ella que no pudo liberarse en el globo de las tinieblas. Esta fábula la cantáis a diario con vuestras costumbres y palabras. ¿Por qué todavía buscáis testimonios de libros en su favor, de modo que se gaste en cosas superfluas y en la confección de vuestros códices la sustancia ajena y se mantenga encadenada la de vuestro Dios? Prended fuego a todos aquellos pergaminos y lujosas encuadernaciones, recubiertas de pieles curtidas, para que no tengáis vuestro honor en algo superfluo, y sea liberado de allí vuestro Dios quien, con un castigo propio de siervos, se mantiene ligado incluso a un códice. En efecto, si pudieseis comer vuestros libros, al menos cocidos, ¡qué beneficio más grande prestaríais a los miembros de vuestro Dios! ¿Acaso, si fuera posible comerlos, la impureza de la carne excluiría los libros de vuestros banquetes? Atribúyase, pues, a sí la pureza de la tinta que se adhirió a la piel de cordero.
Pero tampoco hicisteis esto vosotros que, como en vuestra primera guerra, sujetasteis lo que en la pluma estaba limpio a la inmundicia de los pergaminos al escribirlo, dejando de lado que los colores testifican en contra de vosotros. Pues vosotros más bien vinisteis a la luz de las páginas blancas con las tinieblas de la tinta. ¿Debéis airaros contra nosotros que decimos, o contra vosotros que creéis tales cosas de las que, queráis o no, se siguen tales consecuencias?
Nosotros, por el contrario, leemos los libros de los profetas y de los apóstoles para recordar nuestra fe, consolar nuestra esperanza y exhortarnos al amor; libros que muestran su mutuo acuerdo, y con ese acuerdo, como con una trompeta celeste, nos despiertan del torpor de la vida mortal y nos ponen en tensión hacia la palma de la suprema vocación. Cuando el Apóstol menciona lo que está escrito en dichos libros proféticos: Los ultrajes de los que te ultrajaban cayeron sobre mí71, indica de inmediato por qué es útil la lectura divina: Todo lo que fue escrito con anterioridad —dice— fue escrito para nuestra instrucción, a fin de que por la paciencia y consuelo que nos otorga la Escritura tengamos la esperanza en Dios72. Pero Fausto le lleva la contraria. Acontézcale, pues, a él, lo que dice Pablo: Si alguien os anuncia algo distinto de lo que habéis recibido, sea anatema73.