Libro X
«No desear los bienes ajenos» aplicado al Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento, un bien ajeno que no hay que apetecer
1. Fausto: —¿Por qué no aceptas el Antiguo Testamento?
—Porque de él mismo y del Nuevo hemos aprendido a no apetecer lo ajeno.
—¿Qué tiene de ajeno el Antiguo Testamento?
—Mejor, ¿qué tiene que no sea ajeno? Promete riquezas, hartura del vientre, hijos, nietos, una vida larga y, al lado de todo eso, el reino de Canaán. Pero todo ello lo promete a los que se hacen circuncidar, guardan los sábados, ofrecen sacrificios, se abstienen de carne de cerdo, etc. Como yo, igual que todo cristiano, me desentiendo de esas cosas, en cuanto carentes de sentido y sin relación alguna con la salud del alma, reconozco que en nada me atañe ya lo que promete. Y recordando que está mandado: No apetezcas los bienes ajenos1, de buen grado he permitido que los judíos posean sus bienes, contento con sólo el evangelio y con la espléndida herencia del reino de los cielos. Pues, si un judío usurpase para sí el evangelio, le reprendería severamente y le diría con razón: "Malvado, ¿qué tienes que ver con él tú que no guardas sus preceptos?" De igual manera, temo que un judío me haga el mismo reproche, si acepto el Antiguo Testamento cuyos mandatos desprecio.
Actitud católica ante el Antiguo Testamento
2. Agustín: A Fausto no le sonroja repetir continuamente las mismas futilidades, pero a mí sí repetir siempre lo mismo, aunque sea verdad. Por tanto, quien busque una respuesta a lo anterior, lea lo que dije antes. Si un judío me dice: "¿Por qué te apropias el Antiguo Testamento, si no guardas sus preceptos?", le respondo que los cristianos guardan los preceptos, tomados de esos mismos libros, que regulan la vida; en cambio los preceptos que la simbolizan, sólo se observaban rectamente entonces, cuando anunciaban las realidades que se han revelado ahora. En consecuencia, aunque no los observo como prácticas religiosas, los acepto como testimonio, igual que las promesas carnales en él contenidas. Esta es la razón por la que se llama propiamente Antiguo Testamento. Aunque ya se me hayan revelado los bienes eternos que he de esperar, sigo leyendo lo que da testimonio de ellos. Realidades que les acontecían en figura; que fueron escritas en atención a nosotros para quienes ha llegado el fin de los tiempos.2 Así, si habéis oído lo que respondemos a los judíos, escuchad también lo que contesto a los maniqueos.
El Dios maniqueo apeteció lo ajeno
3. Fausto afirmó que nosotros podíamos sentirnos confundidos si los judíos llegasen a preguntarnos: "¿Por qué os apropiáis el Antiguo Testamento, cuyos preceptos no guardáis?" A ellos les respondemos con la autoridad venerada y respetada de la misma Escritura. ¿Qué respondéis vosotros cuando se os pregunta: "¿Por qué os apropiáis los libros evangélicos, de los cuales os fingís seguidores para engañar a los ignorantes, y no sólo no creéis lo que en ellos está escrito, sino que lo atacáis con cuantas fuerzas podéis?" Advertís que encontráis vosotros más dificultad en responder a lo que se os objeta a propósito del Nuevo Testamento que nosotros en contestar a las dificultades que nos ponéis del Antiguo. Nosotros sostenemos que todo lo que está escrito en el Antiguo Testamento es verdad, que fue mandado por Dios y asignado al momento oportuno. Vosotros, en cambio, cuando se os objeta lo que está escrito en el Nuevo Testamento, no lo aceptáis por carecer de respuesta y, cerrándoos la boca la verdad manifiesta, decís jadeantes que ha sido falsificado. ¿Qué otra cosa pueden emitir los labios sofocados de los mentirosos? O mejor, ¿a qué otra cosa podrían oler los cadáveres de los muertos apilados en una fosa?
Y, no obstante, Fausto confesó que él aprendió a no apetecer lo ajeno no sólo del Nuevo Testamento, sino también del Antiguo. Ciertamente de su Dios no pudo aprender tal cosa. Pues, si él no apeteció lo ajeno, ¿por qué construyó nuevos siglos sobre la tierra de las tinieblas donde nunca existieron? ¿O vas a decirme: "Antes apeteció la raza de las tinieblas mi reino que le era ajeno"? Entonces, ¿imitaste a la raza de las tinieblas, hasta apetecer también tú lo ajeno? ¿Acaso antes era angosto el reino de la luz? En ese caso la guerra era de desear para conseguir mediante una victoria el espacio donde reinar. Si eso es bueno, pudo apetecerlo con anterioridad, pero esperó hasta que la raza enemiga iniciase la guerra como para que fuese más justo su ataque. Si por el contrario no es bueno, ¿por qué, una vez vencido su enemigo, quiso que su reino se extendiera por la tierra hostil, si antes había vivido en felicidad plena, contento con sus límites?
¡Ojalá estos quisieran aprender de dichos libros los preceptos que regulan la vida, uno de los cuales es no apetecer lo ajeno! Al instante se amansarían y, desde la mansedumbre, comprenderían también que se ajustaba a aquel momento la observancia de los preceptos que simbolizaban la vida, contra los que ladra su ataque, y que entenderlos es lo que compete a este tiempo actual. En cambio, ¿cómo es que nosotros apetecemos el Antiguo Testamento cual algo ajeno, si leemos que aquellas cosas les acontecían en figura; que fueron escritas en atención a nosotros para quienes ha llegado el fin de los tiempos? Considero que no apetece lo ajeno quien lee lo escrito para él.