RÉPLICA A FAUSTO, EL MANIQUEO

Traducción: Pío de Luis, OSA

Libro V

Quién cumple y quién no cumple el Evangelio

El cumplimiento del Evangelio, prueba de su aceptación

1. Fausto: —¿Aceptas el evangelio?

—Me preguntas si lo acepto. En el hecho de cumplir lo que manda queda claro que lo acepto. ¿No debería preguntarte yo si lo aceptas tú en quien no aparece indicio alguno de ello? Yo he dejado padre y madre, mujer, hijos y todo lo demás que manda el evangelio1, ¿y me preguntas si lo acepto? A no ser que aún desconozcas a qué se llama evangelio. El evangelio no es otra cosa que la predicación y lo mandado por Cristo.

He rechazado el oro y la plata y he dejado de llevar dinero en mi faja, contento con el alimento de cada día, sin ocuparme del mañana ni preocuparme de cómo llenar el vientre o vestir el cuerpo, ¿y me preguntas si acepto el evangelio? Ves en mí las Bienaventuranzas de Cristo que constituyen el evangelio, ¿y me preguntas si acepto el evangelio? Me ves pobre, me ves manso, me ves pacífico, limpio de corazón, lloroso, hambriento, sediento, sufriendo persecuciones y odios por ser justo, ¿y dudas de si acepto el evangelio? Ya no resulta extraño que, a pesar de haber visto a Jesús y haber oído los relatos de sus obras, Juan bautista preguntase aún si él era el Cristo. Jesús justa y razonablemente no se dignó responderle que sí lo era, sino que le remitió de nuevo a las obras, que ya conocía de oídas: los ciegos ven, los sordos oyen, los muertos resucitan2, etc. Tampoco yo estaría fuera de razón si al preguntarme tú si acepto el evangelio te respondiese: "He dejado todas mis cosas: padre, madre, mujer, hijos, oro, plata, comida, bebida, satisfacciones, placeres". Acéptalo como respuesta suficiente a tu pregunta y considérate dichoso si no hallares escándalo en mí.

¿En qué consiste aceptar el Evangelio?

2. —Pero aceptar el evangelio, dice [el católico], no consiste sólo en hacer lo que manda, sino también en creer todo lo escrito en él, lo primero de todo que Jesús nació.

—Igualmente aceptar el evangelio tampoco consiste sólo en creer que Jesús nació, sino también en hacer lo que mandó. Y si juzgas que no acepto el evangelio precisamente porque paso por alto el nacimiento de Jesús, tampoco, y mucho menos, lo aceptas tú que desprecias sus mandatos. En consecuencia, de momento, estamos en igualdad de condiciones hasta que no discutamos cada uno de los extremos. O si a ti no te prejuzga ese desprecio de los preceptos para confesar que admites el evangelio, ¿por qué me va a prejuzgar a mí el que condene la genealogía? Porque si aceptar el evangelio consta, como afirmas, de esas dos cosas: creer en las genealogías y cumplir sus mandatos, ¿por qué siendo tú imperfecto me juzgas a mí imperfecto? Cada uno de nosotros necesita del otro.

Si, por el contrario, cosa más cierta, aceptar el evangelio consiste únicamente en el cumplimiento de los preceptos celestes, eres inicuo por doble motivo tú que, como suele decirse, siendo un desertor arguyes al soldado. Con todo, supongamos, puesto que así lo quieres, que la fe perfecta la componen dos elementos, de los cuales uno lo constituye el hablar, esto es, confesar que Cristo nació, y el otro el obrar, es decir, la observancia de los preceptos. Ya ves qué parte más ardua y más difícil elegí para mí; mira cuán ligera y más fácil la que elegiste para ti. Con razón las masas corren hacia ti, mientras huyen de mí, pues desconocen que el reino de Dios no consiste en la palabra, sino en la virtud. ¿Por qué me provocas, si al emprender yo la tarea más difícil para llegar a la fe te he dejado a ti, como más débil, la más fácil?

—Yo, dice [el católico], considero más eficaz y más idóneo para otorgar la salvación a las almas este aspecto de la fe que tú has dejado de lado, es decir, confesar que Cristo nació.

La respuesta de Jesús

3. Ea, pues, interroguemos a Cristo mismo y aprendamos de su propia boca, de donde sobre todo ha de surgir para nosotros una oportunidad de salvación.

—¿Qué hombre entrará en tu reino, oh Cristo?

—El que cumpla, dice, la voluntad de mi padre que está en el cielo3. No dijo: "Quien confiese que yo he nacido". En otro lugar dice a los discípulos: Id, enseñad a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir cuanto os he mandado4. No dijo: "Enseñándoles que he nacido", sino que cumplan lo que mandó. En otro lugar dijo estas palabras: Seréis mis amigos si hacéis lo que os mando, y no éstas: "Si creéis que he nacido". Asimismo dijo: Si cumplís mis mandatos, permaneceréis en mi amor5, y muchas otras cosas. También dijo cuando enseñaba en el monte: Dichosos los pobres, dichosos los mansos, dichosos los pacíficos, dichosos los de corazón limpio, dichosos los que lloran, dichosos los que tienen hambre, dichosos los que sufren persecución por ser justos6. Nunca dijo: "Dichosos quienes confiesen que yo he nacido".

Enseña asimismo que cuando en el juicio vaya a separar a los corderos de los cabritos dirá a los de la derecha: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber, etc.; por tanto, recibid el reino7. No dijo: "Puesto que creísteis que yo había nacido, recibid el reino".

Igualmente al rico que preguntaba sobre la vida eterna le dijo: Vete, vende todo lo que tienes, y sígueme8. No le dijo: "Cree que he nacido para vivir eternamente".

He aquí cómo a mi porción, la elegida por mí de los dos, como pretendéis, aspectos de la fe, se le promete doquier el reino, la vida y la felicidad, mientras que a la vuestra nunca. O mostrad si alguna vez se ha escrito que es dichoso o que ha de recibir el reino o que ha de poseer la vida eterna quien confiese que él nació de mujer. De momento, si es que es un aspecto de la fe, no se le ha prometido la bienaventuranza.

¿Qué sucederá si probamos que no forma parte de la fe? Que quedaréis vacíos, como también se mostrará. Entre tanto, basta para nuestro propósito que el aspecto asumido por nosotros está coronado con las bienaventuranzas. A él se le añade además la otra bienaventuranza, asociada a la confesión oral, puesto que confesamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, como lo atestigua igualmente el mismo Jesús al decir a Pedro: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado la carne y la sangre, sino mi Padre que está en el cielo9. Por lo cual, nosotros estamos en posesión no de uno solo, como pensabais, sino de los dos aspectos, y ambos confirmados, de la fe; y en uno y en otro Cristo nos llama bienaventurados, porque a la vez que practicamos uno de ellos por medio de las obras, profesamos el otro sin blasfemia.

Aceptar el evangelio implica aceptar el Cristo auténtico

4. Agustín: Ya he mencionado con anterioridad cuán frecuentemente Jesucristo, el Señor, se designa a sí mismo como hijo del hombre y con cuanta vaciedad los maniqueos introducen la fábula propia de su nefando error acerca de no sé qué primer hombre lo fruto de su fantasía, no terreno, sino revestido de elementos engañosos, que anuncian, oponiéndose a lo que dice el Apóstol: El primer hombre, terreno, procede de la tierra10. ¡Con cuánta vigilancia nos amonestó el mismo Apóstol al decir: Si alguien os anuncia algo distinto a lo que os he anunciado, sea maldito!11 No resta, pues, sino creer que Cristo es hijo de hombre, como lo anuncia la verdad apostólica, no como lo inventa la falsedad maniquea.

Los evangelistas proclaman que nació de una mujer de la casa de David, esto es, del linaje de David. Asimismo, Pablo escribe a Timoteo con estas palabras: Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio12. De ahí aparece con bastante claridad cómo debemos creer que Cristo es hijo de hombre. Él, siendo el hijo de Dios que nos hizo a nosotros, se hizo a sí hijo del hombre asumiendo la carne para morir por nuestros pecados y resucitar para nuestra justificación13. Así, pues, se designa de las dos maneras: como hijo de Dios y como hijo del hombre.

Evito emprender muchos caminos. Está escrito en un pasaje del evangelio según Juan: En verdad, en verdad os digo que viene la hora y es ésta en que los muertos oirán la voz del hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán. Pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así otorgó también al hijo el tener vida en sí mismo, y le dio la potestad de juzgar porque es hijo de hombre14. Dijo: oirán la voz del hijo de Dios, y también: porque es hijo de hombre. En la faceta conforme a la cual dijo que era hijo de hombre recibió el poder de juzgar, puesto que es en esa forma como ha de venir al juicio, para que lo vean tanto los buenos como los malos. En esa misma faceta subió también al cielo cuando los discípulos oyeron aquellas palabras: Así vendrá, como le habéis visto subir al cielo15. En efecto, en la otra faceta, conforme a la cual es hijo de Dios, Dios igual al Padre y uno con el Padre, los malos no lo verán, pues, Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios16.

A los que creen en él les promete la vida eterna, y creer en él no consiste en otra cosa que en creer en el Cristo auténtico, tal como él se presenta y le anuncian los apóstoles, esto es, verdadero hijo de Dios y verdadero hijo del hombre. En consecuencia, maniqueos, ya veis cuán alejados estáis de la vida eterna que promete Cristo a los que creen en él, vosotros que creéis en un Cristo falso y falaz, hijo de hombre falso y falaz, puesto que enseñáis que el mismo Dios, lleno de pánico por el tumulto de la raza contraria, envió sus miembros al tormento, sin poder purificarse plenamente después.

—Pero Cristo dirigió las palabras: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás17 a Pedro cuando le confesó hijo de Dios.

—¿Acaso no prometió nada a los que creyesen que él era hijo de hombre, siendo él a la vez hijo de Dios e hijo del hombre? También tienes claramente prometida la vida eterna para los que creen en el hijo del hombre. Dijo él: Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así conviene que sea levantado el hijo del hombre, para que todo el que crea en él no perezca, sino que posea la vida eterna18. ¿Qué más queréis? Creed, pues, que él es hijo del hombre, para poseer la vida eterna, puesto que él es también el hijo de Dios, que puede dar la vida eterna. En efecto, él es verdadero Dios y la vida eterna19, como dice el mismo Juan en la carta en que señala igualmente que quien niega que Cristo ha venido en la carne es el Anticristo20.

El cumplimiento de los mandatos requiere la fe verdadera y la caridad

5. ¿Cómo os atrevéis a jactaros de cumplir a la perfección sus mandatos, alegando que ponéis en práctica lo preceptuado en el evangelio? ¿Qué utilidad os aportarían a vosotros, en quienes no se da la fe verdadera, aunque vuestro cumplimiento fuese real? ¿No habéis oído decir al Apóstol: Aunque reparta todos mis bienes a los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve?21

¿Por qué presumís de vivir la pobreza cristiana, si carecéis del amor cristiano? También los salteadores de carninas, que se deben mutuamente una conciencia llena de crímenes y torpezas, tienen entre sí lo que ellos llaman amor, pero no el amor que encarece el Apóstol. Y para distinguirlo de las otras clases censurables y repudiables, afirma en distinto pasaje: El fin del precepto es el amor que procede de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida22. ¿Cómo podéis tener el amor genuino si brota de una fe fingida? ¿O cuándo sentiréis vergüenza de que vuestra fe luche a base de mentiras? Proclamáis que vuestro primer hombre se sirvió de una máscara postiza para el combate con sus enemigos que permanecieron en la verdad de su naturaleza. Tratáis de convencer asimismo de que ese Cristo que dice: Yo soy la verdad23, mintió al simular la apariencia de carne, la muerte en cruz, las llagas de la pasión, la cicatrices de la resurrección. En consecuencia, vosotros queréis anteponeros a vuestro Cristo, si es que decís verdad, mientras él miente. Por el contrario, si queréis seguir a vuestro Cristo, ¿quién no se guardará ante vosotros de la falsedad de que hasta en esos mandatos que afirmáis cumplir no haya otra cosa que un puro engaño?

Fausto se atrevió a decir que no lleváis dinero en las fajas. Quizá diga verdad porque no tenéis metales viles en vuestra faja pero sí oro en los cofres y valijas. Hecho que no sería de reprochar, si no fuera porque proclamáis una cosa y vivís de manera distinta.

Todavía sigue activo aquel Constancio, ahora ya hermano nuestro como cristiano católico. Él había reunido en su casa de Roma a muchos de vosotros con el fin de que se cumpliesen los preceptos de Manés, bastante vacíos de contenido y sin pies ni cabeza en sí, pero de los que vosotros tenéis gran aprecio. Como vuestra debilidad no los soportó, os desperdigasteis, siguiendo cada uno su camino.

A partir de ahí, los que quisieron mantenerse en fidelidad a ellos, crearon un cisma que los separó de vuestra sociedad y como duermen sobre esteras (mattae) se les llama "Matarios". Poco tenían que ver con dichos jergones las plumas de Fausto y los cobertores de piel de cabra. Esa vida tan regalada hería no sólo a los "Matarios" sino también a la casa de su padre, un hombre pobre de Milevi.

Eliminad, pues, esa depravada doblez; si no queréis hacerla desaparecer de vuestras costumbres, que desaparezca al menos de vuestros escritos, para que no parezca que, conforme al actuar de aquel primer hombre con la raza de las tinieblas, vuestra lengua lucha contra vuestra vida no ya con elementos engañosos, sino con palabras.

No contra las personas, sino contra la enseñanza de la secta

6. Alguien podrá reprocharme que mis palabras van contra los hombres que no cumplen lo que se les manda más que contra la secta en sí. Para que eso no acontezca, digo lo siguiente: Los preceptos de Manés son de tal naturaleza que si no los cumplís, estáis engañando a los demás, y si los cumplís, los engañados sois vosotros.

En efecto, Cristo que no prohibió arrancar espigas en sábado a sus discípulos que, hambrientos, pasaban por un sembrado24, no os ordenó no arrancar hierbas para evitar cometer un homicidio. Con ese gesto dejó convictos a los judíos de entonces y a los maniqueos posteriores: a los primeros, al hacerlo en sábado; a los segundos, al hacerlo. Manés, por el contrario, ordenó con toda claridad que, manteniendo inactivas vuestras manos, viváis a base de homicidios perpetrados por otros. Los que cometen éstos son homicidios falsos, mas los que cometéis vosotros son verdaderos, puesto que despedazáis a las almas desdichadas con tal enseñanza demoníaca.

Fausto no cumple las bienaventuranzas

7. No falta tampoco la hinchazón herética ni la insoportable soberbia. "Ves en mí aquellas bienaventuranzas de Cristo que constituyen el evangelio, ¿y me preguntas si acepto el evangelio? Me ves pobre, me ves manso, me ves pacífico, limpio de corazón, lloroso, hambriento, sediento, sufriendo persecuciones y odios por ser justo, ¿y dudas si acepto el evangelio?". Si ser justo equivaliese a justificarse uno a sí mismo, ese hombre hubiese volado al cielo llevado por sus palabras.

Pero yo no arremeto contra la vida regalada de Fausto conocida por todos los oyentes maniqueos, sobre todo los de Roma. Pongo delante a Manés, tal como lo reivindicaba Constancio, cuando exigía que se pusiesen en práctica aquellos preceptos, no tal como no quería que apareciese a los ojos del público. Y ¿cómo puedo verle incluso a él pobre de espíritu, si es tan soberbio que cree que su alma es Dios y, estando cautivo, no muere de vergüenza? ¿Cómo puedo considerar manso a quien prefiere insultar antes que creer a la autoridad tan grande del evangelio? ¿Es pacífico quien juzga que la misma naturaleza divina por la que Dios, el único que verdaderamente es, es lo que es, no pudo gozar de paz perpetua? ¿Cómo puede ser limpio aquel corazón en que se amotinan tan sacrílegas y numerosas fábulas? ¿Cómo puedo ver lloroso, a no ser al Dios cautivo y encadenado, hasta que se libere y logre escapar, mutilado sin embargo de cierta parte, a la que el padre encadenará al globo de las tinieblas, sin llorarla? ¿Es posible considerarle hambriento y sediento de la justicia, que Fausto pasó por alto en su escrito, creo que para que no se viese que le faltaba, si confesaba que aún estaba hambriento y sediento de ella? ¿Pero de qué justicia tienen hambre y sed éstos para quienes la perfecta justicia consistirá en celebrar el triunfo frente a los hermanos condenados en el globo? Hermanos que, aunque no cometieron pecado personal alguno, están infectados, sin posibilidad de expiación, por la podredumbre hostil a la que el Padre los envió.

La persecución que sufren no es por la justicia

8. ¿Cómo sufrís persecución y odios por ser justos, vosotros para quienes la justicia consiste en anunciar y persuadir estos sacrilegios? ¿Por qué no pensáis cuán poco o casi nada sufrís por tan perverso extravío, debiéndolo a la mansedumbre de los tiempos cristianos? Mas, como si estuvierais hablando a ciegos y necios, queréis que el soportar la deshonra y el sufrir persecución sea como la gran prueba de vuestra justicia. Si uno es tanto más justo cuanto más sufre —paso por alto algo que es sumamente fácil de ver, esto es, cuán superiores a los vuestros son los sufrimientos de muchos otros manchados con cualesquiera crímenes o torpezas— esto es lo que digo: Si de todo el que sufre persecución por el nombre de Cristo, independientemente de cómo haya sido usurpado y acogido, se ha de decir ya que está en posesión de la verdadera fe y justicia, concededme que posee una fe más auténtica y una justicia mayor aquel de quien pudiéramos demostrar que sufrió mucho más que vosotros. Preséntense ante vosotros los millares de nuestros mártires y ante todo el mismo Cipriano, cuyos escritos enseñan que creyó que Cristo nació de la virgen María. Unido a un grupo numeroso de cristianos que entonces creían eso mismo y que murieron como él o de forma más cruel aún, llegó hasta la espada y la muerte por esa fe que vosotros detestáis.

Sin embargo, Fausto, convicto o confeso de ser maniqueo, junto con algunos otros llevados consigo ante el tribunal del procónsul, gracias a la intercesión de los mismos cristianos que los acusaron, sufrió la levísima pena, si es que se puede llamar así, de la deportación a una isla. En efecto, de propia iniciativa lo hacen a diario siervos de Dios queriendo alejarse de la agitación ruidosa de las gentes; deportación, por otra parte, de la que los príncipes terrenos suelen liberar compasivamente a los condenados, por público decreto. En efecto, no mucho después, a todos les dejaron salir de allí con la misma solemnidad.

Confesad, pues, que poseyeron una fe más auténtica y una vida superior quienes merecieron sufrir por ella tormentos mucho más atroces que vosotros, o dejad de jactaros de que son muchos los que os detestan. Pero distinguid entre lo que es sufrir persecución por blasfemar y sufrirla por ser justo. Por cuál de estas dos causas la sufrís vosotros, miradlo atentamente una y otra vez en vuestros libros.

Católicos observantes de los consejos evangélicos

9. ¡Cuántos en nuestra comunión cumplen de verdad estos preceptos evangélicos de superior categoría, con cuya apariencia de cumplimiento engañáis a los desinformados! ¡Cuántos hombres de uno y otro sexo viven en pureza e integridad alejados de toda relación carnal! ¡Cuántos que primero la conocieron luego se entregaron a la continencia! ¡Cuántos distribuyen y abandonan sus bienes, cuántos someten su cuerpo a servidumbre con ayunos o frecuentes o diarios o incluso con increíble continuidad! ¡Cuántas comunidades fraternas existen, donde no tienen nada propio, sino que todo es común, y usan sólo lo necesario para el alimento y el vestido, hinchando con el fuego del amor el alma única y el único corazón hacia Dios! Y en todas estas profesiones, ¡cuántos se descubren falsos y libertinos, cuántos lo son ocultamente, cuántos que comenzaron a caminar con rectitud desfallecen luego al torcerse su voluntad! ¡Cuántos sufren la tentación, porque abrazaron tal vida con otro espíritu movidos por apariencias engañosas! Pero ¡cuántos, manteniendo humilde y fielmente el santo propósito, perseveran hasta el fin y se salvan!

En su comunidad aparecen como diferentes unos de otros, pero están unidos por el mismo amor quienes por alguna urgencia, siguiendo la exhortación del Apóstol, tienen mujeres, pero como si no las tuvieran; compran como si no poseyesen y se sirven del mundo como si no se sirviesen. A estos se añaden, conforme a la abundante riqueza de la misericordia de Dios, aquellos a quienes se dice: No os defraudéis el uno al otro, sino de común acuerdo, por algún tiempo, para daros a la oración, y de nuevo volved a lo mismo para que no os tiente Satanás por vuestra incontinencia. Esto lo digo como concesión, no os lo mando25. A ellos les dice también el mismo Apóstol: Ya es ciertamente una falta que tengáis pleitos entre vosotros. Y poniendo sobre sus propias espaldas la debilidad de ellos les dice poco después: Si tenéis pleitos de carácter secular, poned por jueces a los que son más despreciables en la iglesia26.

Pero no pertenecen al reino de los cielos únicamente quienes para alcanzar la perfección venden o abandonan todos sus bienes y siguen al Señor. Sino que en virtud de cierto comercio de amor a este ejército cristiano se añade también cierta retaguardia de aprovisionamiento, a la que se dice al fin del tiempo: Tuve hambre y me disteis de comer27, etc.

De no ser así tendrían que ser condenados aquellos cuya casa ordena el Apóstol con atención tan diligente y esmerada, exhortando a las mujeres a que se sometan a sus maridos y a los maridos a amar a sus mujeres; a los hijos a que obedezcan a sus padres, y a los padres a nutrirlos bajo la disciplina y corrección del Señor; a los esclavos a que obedezcan con temor a sus amos terrenos, y a los amos a dar a sus esclavos lo que manda la justicia y equidad.

Pero lejos de nosotros pensar que el Apóstol juzgue como excluidos de los preceptos evangélicos y merecedores de ser separados de la vida eterna a los tales. En efecto, donde dice el Señor: Quien no tome su cruz y me siga no puede ser mi discípulo, exhortando a los más firmes a la perfección, allí mismo consoló al instante a éstos al decir: El que reciba a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo, y quien reciba a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta28. Por tanto, no sólo quien diese un poco de vino a Timoteo en atención a su estómago y frecuentes enfermedades, sino incluso quien diese a otra persona más sana y robusta un vaso de agua fría sólo por ser discípulo —como sigue el texto— no perderá su recompensa29.

Los maniqueos engañan a sus oyentes

10. ¿Por qué engañáis a vuestros oyentes, quienes os sirven a vosotros con sus mujeres, hijos, esclavos, casas y campos, diciéndoles que quien no abandone todas estas cosas no recibirá el evangelio? Como a ellos no les prometéis la resurrección, sino el regreso a esta mortalidad, de modo que vuelvan a nacer y vivan la vida de vuestros elegidos, la vida tan vacía, sin pies ni cabeza y sacrílega que vivís vosotros, cuando se os alaba en extremo. O si lograron mayores méritos, renacerán como melones o sandías o cualesquiera otros alimentos, que vosotros habéis de comer, para que hallen una purificación rápida con vuestros eructos. Con razón los alejáis de los preceptos evangélicos; pero también y sobre todo debéis de separaros vosotros a vosotros mismos que pensáis y persuadís tales cosas.

En efecto, si éste sin sentido formase parte de la fe evangélica, no debió decir el Señor: Tuve hambre y me disteis de comer30, sino: "Tuvisteis hambre y me comisteis", o: "Tuve hambre y os comí". Según vuestros delirios, nadie será recibido en el reino de Dios por el mérito logrado de dar de comer a los santos, sino porque comió los alimentos que luego exhalaría, o porque lo comieron quienes lo exhalarían al cielo. Ni dirían ellos tampoco: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer?, sino: "¿Cuándo te vimos hambriento y nos comiste?" A ellos no les respondería: Cuando lo disteis a uno de mis discípulos más pequeños, a mí me lo disteis31, sino: "Cuando uno de estos discípulos míos más pequeños os comió, yo os comí".

Los maniqueos se fijan sólo en la paja católica

11. Estas monstruosidades pensáis y enseñáis y conforme a ellas vivís. Y os atrevéis a afirmar que cumplís los preceptos evangélicos y a desvirtuar los de la iglesia católica. En ella están los numerosos pequeños junto con los grandes, y a unos y a otros los bendice el Señor, pues guardan según su nivel los preceptos evangélicos y esperan las promesas contenidas en el evangelio.

Pero el error malintencionado dirige vuestros ojos únicamente a nuestra paja, pues si quisierais ser trigo lo veríais pronto en ella. Mas entre vosotros incluso los maniqueos fingidos son malos, y los no fingidos, hueros. Donde la misma fe es fingida, quien se sirve de ella con simulación, engaña y quien la considera auténtica, se engaña. Pero de ella no puede surgir una vida santa, porque cada cual vive bien o mal según su amor. Vosotros, por el contrario, si ardieseis en el amor del bien espiritual e inteligible, y no en el deseo de creaciones corpóreas de vuestra fantasía, para decir rápidamente lo que todos saben de vosotros, no adoraríais a este sol corpóreo en vez de la sustancia divina y de la luz de la sabiduría.