CONTRA LOS ACADÉMICOS

Traductor: Victorino Capánaga, OAR

Del libro primero de "Las Revisiones" (I,1)

1. Habiendo dejado, pues, ya las cosas que había logrado, siguiendo en pos de las ambiciones del mundo, ya las que tenía deseo de conseguir, acogiéndome al descanso de la vida cristiana, aunque todavía sin recibir el bautismo, escribí primero los libros Contra los académicos o acerca de ellos, con el fin de apartar de mi ánimo, con cuantas razones pudiera, los argumentos que todavía me hacían fuerza, con los cuales quitan ellos a muchos la esperanza de hallar la verdad y no permiten dar asentimiento a alguna cosa, sin consentir ni al sabio que apruebe verdad alguna, como si fuera manifiesta y cierta, pues todo, según ellos, está envuelto en tinieblas e incertidumbre.

2. En estos libros no me agrada el haber nombrado tantas veces la fortuna, si bien no era mi intención significar con tal nombre ninguna deidad, sino más bien los acontecimientos fortuitos de las cosas en lo relativo a los bienes del cuerpo y a los bienes y males externos. De aquí se deriva el uso de las palabras, que ninguna religión prohibe (forte, forsan, forsitan, fortasse, fortuito), tal vez, acaso, quizá, por casualidad, fortuitamente; mas todo esto debe dirigirse a la divina Providencia. Tampoco omití allí esta idea: Pues tal vez lo que vulgarmente se llama fortuna, está gobernado por un orden oculto; y llamamos casualidad en las cosas aquello cuya razón y causa se nos va de vuelo. Verdad es que consigné esto allí; con todo, me pesa el haber nombrado la fortuna, pues veo que los hombres tienen la pésima costumbre de decir, en vez de «Dios lo ha querido, la fortuna lo ha querido».

De lo que dije también allí: Así está determinado, ora por nuestros méritos, ora por una necesidad de la naturaleza, que el ánimo divino, apegado a las cosas corruptibles, no sea acogido de ningún modo en el puerto de la filosofía, o ninguna de las dos expresiones debía haberse puesto, porque ya así ofrecía el sentido completo, o era bastante decir por nuestros méritos, pues heredamos en verdad nuestra miseria de Adán; y holgaba añadir ora por necesidad de la naturaleza, pues la dura necesidad a que se halla sometida nuestra condición natural se originó de los méritos precedentes de la culpa.

También lo que dije: Que nada absolutamente se lia de honrar, y que se debe rechazar todo lo que se ve con los ojos mortales, todo lo que percibe algún sentido, ha de completarse diciendo: todo lo que percibe sentido alguno de cuerpo mortal, porque también hay un sentido de la mente. Mas entonces hablaba yo al estilo de los que entienden por sentidos únicamente los del cuerpo, y por cosas sensibles las corporales. Y así, donde me expresé de este modo, poco se evitó la ambigüedad, a no ser entre los que acostumbran a hablar así.

Dije también: ¿Qué piensas que es vivir dichosamente, sino conformarse a lo más excelente que hay en el hombre? Y explicando luego qué entendía por la porción más noble, añadí: ¿Quién dudará de que lo mejor del hombre es la parte del ánimo, a cuyo imperio es justo se sometan las demás? Y esta parte, para que no me pidas más definiciones, puede llamarse mente o razón.

Verdad es esto, pues en lo que atañe a la naturaleza del hombre, ninguna cosa hay en él mejor que la mente y razón; mas no debe vivir según ella el que desea vivir felizmente, pues así vive según el hombre, cuando es necesario vivir según Dios para poder llegar a la bienaventuranza. Pues para lograrla no ha de contentarse de sí misma, sino a Dios debe someterse nuestra mente.

En otro lugar dije, respondiendo a mi contrincante: En esto ciertamente no yerras, y te deseo que ello sea un augurio para lo demás. Aunque esto se dijo en broma y no en serio, no querría se hubiese empleado tal palabra (omen), pues no recuerdo haberla visto ni en las Sagradas Escrituras ni en el estilo de los escritores eclesiásticos, si bien de ella se deriva la palabra abominación, tan corriente en las divinas Letras.

3. En el segundo libro es totalmente inepta e insulsa aquella, digámoslo así, fábula de la filocalia y filosofía, de que son hermanas, nacidas de un mismo progenitor. Pues lo que se llama filocalia es una bagatela, y, por lo mismo, no es hermana de la filosofía; o si se quiere respetar este nombre, que, vuelto al latín, significa el amor de la hermosura, verdadera y suma hermosura es la de la sabiduría; y en ese caso, tratándose de cosas espirituales y elevadas, una y misma cosa son filosofía y filocalia, ni se han de concebir como dos hermanas.

En otro lugar, hablando del alma, dije: Para volver más segura al cielo. Mejor se hubiera dicho ir que volver, mirando el error de los que piensan que las almas humanas, por mérito de sus pecados, cayeron o fueron arrojadas del cielo y aprisionadas en el cuerpo.

Mas no dudé en decirlo así, in caelum, como si dijese in Deum, a Dios, que es autor y creador, porque también San Cipriano escribió: Pues como tenemos el cuerpo de la tierra y el alma del cielo, somos tierra y cielo. Y en el libro del Eclesiastés se lee: Vuélvase el espíritu a Dios, que se lo dio. Todo lo cual debe entenderse sin contradecir a la doctrina del Apóstol, cuando dice que los no nacidos no han hecho ni bien ni mal. Indiscutiblemente, pues, en cierto modo el lugar original de la felicidad del alma es el mismo Dios, el cual no la engendró de su misma sustancia, sino la creó de la nada, como creó el cuerpo de la tierra. Mas en lo tocante al origen de su infusión en el cuerpo, ni entonces lo sabía ni ahora puedo decir si procede de aquel hombre único que fué creado el primero, al tiempo que fué animado por el soplo de Dios, o si, de un modo semejante, cada alma es creada para cada uno de los individuos*.

4. En el libro tercero se dice: Si me preguntas qué me parece, creo que en la mente del hombre se halla el sumo bien del mismo. Mejor hubiera dicho: en Dios, pues de El goza la mente para lograr la dicha, como de su bien supremo.

Repruebo también estas palabras: Es lícito jurar por todo lo divino, y las que dije de los académicos, que conocían la verdad, llamando verosímil lo que era semejante a la verdad, verosímil que yo califiqué de falsedad que ellos aprobaban. Por dos razones no está bien dicho esto: o por ser falso, que de alguna manera haya nada semejante a la verdad que a su modo no sea también verdadero, o porque asentían a estas cosas falsas que llamaban verosímiles, siendo así que se lisonjeaban de no afirmar nada y de que el sabio no aprueba cosa alguna. Mas como a lo verosímil llamaban ellos probable, por eso hice esa afirmación de ellos.

También las alabanzas con que exageradamente exalté a Platón o a los platónicos y académicos, como no convenía que se hiciera con hombres impíos, con razón me han disgustado, sobre todo porque contra sus errores tenemos que defender la doctrina cristiana.

También censuro la afirmación que hice, a saber: que, comparados a los argumentos usados por Cicerón en sus libros, los míos eran bagatelas, siendo así que refuté con toda certeza sus pruebas; aunque lo dije chanceándome y parece más bien ironía, hubiera sido mejor callarlo. Este libro comienza: O utinam, Romaniane, hominem sibi aptum.