LA CONCORDANCIA DE LOS EVANGELISTAS

Traducción: Pío de Luis

LIBRO IV

Procedimiento a seguir

1. Hemos considerado el relato de Mateo, siguiendo su texto, y comparado con él los otros tres hasta el final; hemos mostrado también que ellos en nada se contradicen a sí mismos o entre sí. Consideremos ahora ya de la misma manera el de Marcos, exceptuando lo que tiene en común con Mateo, sobre lo cual ya dimos fin a lo que parecía que era oportuno decir. Examinando y comparando lo restante, mostraremos que no contradice a ningún otro evangelista hasta el relato de la cena del Señor'. Pues a partir de él ya hemos expuesto, hasta el final, cómo va de acuerdo todo lo aportado por los cuatro.

Mc 1,1—21 | Lc 4,31

1 2. Así empieza Marcos: Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Conforme está escrito en Isaías el profeta1, etc., hasta: Fueron a Cafarnaún y, entrando un sábado en la sinagoga, se puso luego a enseñarles2. De todo este pasaje, el comienzo ha sido tratado en su totalidad al considerar el evangelio de Mateo. Marcos coincide con Lucas3, pero sin plantear problema alguno, en que entró el sábado en la sinagoga de Cafarnaún y les enseñaba.

Mc 1,22—39 | Lc 4,33—37

2 3. Continúa diciendo Marcos: Y quedaban asombrados de su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus letrados. Había en su sinagoga un hombre con un espíritu inmundo, que se puso a gritar diciendo: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a hacernos perecer?4, etc., hasta: Y predicaba en sus sinagogas y en toda Galilea y expulsaba los demonios5. Aunque en todo este pasaje hay algunas cosas en las que sólo Lucas le acompaña6, ya han sido consideradas también al hilo de la narración continua de Mateo, porque habían caído en el mismo orden y juzgué que no debía omitirlas.

Respecto al espíritu inmundo, Lucas refiere que salió del hombre sin hacerle daño. Marcos, en cambio, dice: Y desgarrándole, el espíritu inmundo dio un fuerte grito y salió de él7. Puede dar la impresión de que hay contradicción. En efecto, ¿cómo salió de él desgarrando o, como tienen algunos códices, sacudiendo violentamente a aquel a quien, según Lucas, no hizo daño alguno? Mas también el mismo Lucas dijo: Y arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño8. Por donde se comprende que Marcos señaló con sacudiéndole violentamente lo mismo que Lucas con arrojándole en medio. En consecuencia, lo que dice a continuación: Sin hacerle ningún daño, se entiende en el sentido de que aquella sacudida de los miembros y aquella agitación no le debilitó, resultado habitual de la salida de los demonios, no faltando el quebrantamiento de algún miembro tras la agitación.

Mc 1,40; 3,11b—16 | Lc 4,41 | Jn 1,42

3 4. Continúa el mismo Marcos: Se acercó a él un leproso en actitud de súplica y, de rodillas, le dijo: Si quieres puedes limpiarme9, hasta: Y gritaban diciendo: Tú eres el Hijo de Dios, y les prohibió severamente que le descubriesen10. Lucas tiene algo semejante al final de lo que hemos puesto11, pero sin que haya contradicción alguna.

Sigue Marcos: Subió al monte y llamó a los que quiso y vinieron donde él. E hizo que estuviesen doce con él y los envió a predicar. Y les dio poder para curar las enfermedades y expulsar demonios. E impuso a Simón el nombre de Pedro12, etc., hasta: Y marchó y comenzó a predicar en la Decápolis todo lo que había hecho Jesús, y todos se admiraban13. Respecto a los nombres de los apóstoles, sé que ya he hablado antes de ellos, al seguir el texto de Mateo; aquí vuelvo a llamar la atención, no sea que alguien piense que entonces recibió Simón el nombre de Pedro, y contradiga a Juan, que recuerda que ya se lo había impuesto mucho antes: Te llamarás Cefas, que significa Pedro14. Mencionó, pues, las palabras textuales con las que el Señor le impuso el nombre. Marcos, por el contrario, en este lugar lo mencionó recapitulando6 al decir: E impuso a Simón el nombre de Pedro15. Como quería enumerar los nombres de los apóstoles y tenía que decir el de Pedro, quiso indicar con brevedad que antes no se llamaba así, sino que ese nombre se lo había impuesto el Señor, no entonces, sino en el momento en que Juan refiere las palabras del Señor. Lo demás no manifiesta contradicción alguna y ya lo he comentado antes.

Mc 5,21—6,37 | Lc 9,10—17 | Jn 24,24

4 5. Continúa Marcos: Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla, y se aglomeró junto a él una gran muchedumbre; él estaba a la orilla del mar16, hasta: Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado17. Esto último lo tiene en común con Lucas, sin discrepar en nada18; el resto ya lo hemos comentadoantes.

Sigue Marcos: Y les dijo: Venid vosotros aparte, a un lugar solitario, y descansad un poco19, hasta: Cuanto más se lo mandaba, tanto más lo pregonaban y más se admiraban, diciendo: Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos20. Al respecto, Marcos no parece que tenga nada en desacuerdo con Lucas; lo primero ya lo consideramos al compararlo con Mateo.

Pero hay que guardarse de que alguien piense que lo último que cité del evangelio de Marcos está en desacuerdo con todos los que, por otros muchos hechos y dichos de él, muestran que sabía lo que pasaba en los hombres, es decir, que no se le podían ocultar sus pensamientos y deseos, como dice clarísimamente Juan: El mismo Jesús no se confiaba a ellos, porque él conocía a todos y no tenía necesidad de que alguien le informase sobre el hombre, pues él sabía lo que había en él21. Pero ¿qué tiene de extraño que viera las voluntades presentes de los hombres él que incluso anticipó a Pedro su voluntad futura, que ni siquiera tenía en el momento en que presumía estar dispuesto a morir por él o con él?22 Estando así las cosas, ¿cómo no contradice a su gran ciencia y presciencia lo que refiere Marcos? A saber: Les ordenó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo pregonaban23. Si, como quien conocía las voluntades presentes y futuras de los hombres, sabía que ellos iban a publicarlo tanto más cuanto más les mandase no hacerlo, ¿por qué se lo mandaba? A no ser porque quería mostrar a los perezosos con cuánto mayor afán y fervor deben anunciarlo a él aquellos a quienes ordena que lo anuncien, si eran incapaces de callar aquellos a quienes se prohibía hacer publicidad.

Mc 8,1—9,40 | Lc 9,49—50

5 6. Sigue Marcos: En aquellos días, habiendo de nuevo una gran multitud y no teniendo qué comer, etc., hasta: Le respondió Juan y le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba los demonios en tu nombre y no viene con nosotros, y se lo hemos prohibido. Jesús le dijo: No se lo prohibáis; no hay nadie que haga milagros en mi nombre y pueda luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra vosotros, está con vosotros24. Lucas refiere esto de modo semejante, si exceptuamos que él no dice: «No hay nadie que haga milagros en mi nombre y pueda luego hablar mal de mí»25. No hay, pues, cuestión alguna de discordancia. Pero hay que ver si esto parece contrario a aquella sentencia del Señor que dice: Quien no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama26. ¿Cómo no estaba contra él este que no estaba con él, de quien sugiere Juan que no seguía a Jesús con ellos, si está contra él quien no está con él? O, si estaba contra él, ¿cómo dice a sus discípulos: No se lo prohibáis, pues el que no está contra vosotros, está con vosotros?27 ¿O dirá alguien que la diferencia está en que aquí dijo a sus discípulos: El que no está contra vosotros, está de parte vuestra28, mientras que allí habló de sí mismo: Él que no está conmigo, está contra mí? ¡Como si pudiese no estar con él el que se asocia como miembro a sus discípulos!

De lo contrario, ¿cómo será verdad: Quien a vosotros os recibe, a mí me recibe29, y cuando lo hicisteis a uno de los míos más pequeños, a mí me lo hicisteis?30 O ¿puede no estar tampoco contra él quien estuviere contra sus discípulos? ¿Dónde quedará entonces aquello: Quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia31, y cuando no lo hicisteis a uno de mis pequeños, a mí no me lo hicisteis ciertamente32, y Saulo, Saulo, por qué me persigues?33 ¿Noperseguía a sus discípulos? Pero quiere que se entienda esto: en tanto no está alguien con él en cuanto está contra él, y en tanto no está contra él, en cuanto está con él. Por ejemplo: este que hacía milagros en el nombre de Cristo y no estaba en el grupo de los discípulos de Jesús, en la medida en que obraba milagros en su nombre, en esa misma medida estaba con ellos y no contra ellos; pero en la medida en que no se adhería a su grupo, en esa misma medida no estaba con ellos y estaba contra ellos. Pero como ellos le prohibieron hacer aquello en lo que estaba con ellos, les dijo el Señor: No se lo prohibáis. Lo que debieron prohibirle era el estar fuera de su compañía, para persuadirle la unidad de la Iglesia, no aquello en que estaba con ellos, encareciendo el nombre de su Maestro y Señor con la expulsión de los demonios. Así actúa la Iglesia católica al no reprobar en los herejes los sacramentos comunes; en lo que a éstos respecta, ellos u están con nosotros y no contra nosotros. Pero desaprueba y prohíbe la división y separación o alguna sentencia contraria a la paz y la verdad; pues en esto están contra nosotros, porque en esto no están con nosotros ni con nosotros recogen y, en consecuencia, desparraman.

Mc 9,40—50

6 7. Sigue diciendo Marcos: Todo el que os dé a beber un vaso de agua fría en mi nombre, porque sois de Cristo, os digo que no perderá su recompensa. Y todo el que escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí, le sería mejor que le pusieran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar. Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; te es mejor entrar débil en la vida que ir con las dos manos a la gehena, al fuego inextinguible, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga34, etc., hasta: Tened sal en vosotros y paz entre vosotros35. Esto lo dijo el Señor, después que vetó la prohibición a aquel que en su nombre expulsaba demonios y que no le seguía con los discípulos. Marcos lo menciona a continuación, introduciendo algunas cosas que ningún otro evangelista refirió, otras que trae Mateo36 y otras además que traen tanto Mateo como Lucas37. Pero ellos tomando pie de otras circunstancias y en otro orden de acontecimientos, no en este lugar en que se aludió a aquel que no le seguía con los discípulos de Cristo y expulsaba demonios en su nombre.

Por eso a mí me parece que, según el relato verídico de Marcos, el Señor dijo en este lugar cosas que dijo también en otros, porque combinaban bien con esta su sentencia por la que vetaba que se prohibiese hacer milagros en su nombre, incluso a quien no le seguía en compañía de sus discípulos. Así enlazó: Pues quien no está contra vosotros, está de parte vuestra. Todo el que os diere a beber un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, os digo en verdad que no perderá su recompensa38. Con esto mostró que tampoco aquel a quien había aludido Juan, y de quien tomó origen este su discurso, se separaba tanto del grupo de los discípulos que lo censurase, como hacen los herejes; el suyo era el caso frecuente de hombres que no se atreven aún a recibir los sacramentos de Cristo y, sin embargo, favorecen al nombre cristiano, hasta acoger a cristianos por el único motivo de que son cristianos. De ellos dice que no perderán su recompensa; no porque ya deban verse protegidos y seguros por la benevolencia que tienen hacia los cristianos, aunque no estén lavados con el bautismo de Cristo ni estén incorporados a su unidad, sino porque ya están gobernados por la misericordia de Dios de tal manera que llegan a esos hechos y salen seguros de este mundo.

Efectivamente, éstos, incluso antes de asociarse al número de los cristianos, son más útiles que aquellos otros que, llamándose ya cristianos e imbuidos incluso de los sacramentos cristianos, persuaden tales cosas que arrastran consigo al castigo eterno a aquellos a quienes las persuaden. A ésos les da el nombre de miembros; y, como si se tratase de una mano o un ojo que es ocasión de pecado, manda arrancarlos del cuerpo39, es decir, de la misma sociedad de la unidad, siendo mejor llegar a la vida sin su compañía que ir a la gehena con ellos. Separarse de ellos consiste en no darles asentimiento cuando persuaden al mal, esto es, cuando son ocasión de pecado. Y cuando los buenos con quienes tratan llegan a conocer también dicha perversidad, se les aparta completamente de la común compañía y hasta de la participación en los sacramentos divinos. Si, por el contrario, ya resultan conocidos a algunos, mientras que a la mayoría aún es desconocida esta maldad, han de ser tolerados como se tolera la paja en la era antes de la bielda, de manera que ni se les dé asentimiento, comulgando así en su iniquidad, ni se abandone la sociedad por causa de ellos. Esto lo hacen los que tienen sal en sí mismos y paz entre ellos.

Mc 10,1—12,44 | Lc 21,1—4

7 8. Prosigue Marcos: Y levantándose de allí llegó al territorio de Judá, al otro lado del Jordán; de nuevo se reunió junto a él una gran multitud y, según su costumbre, les enseñaba40, etc., hasta: Todos echaron de lo que les sobraba; ésta, en cambio, de su pobreza echó todo lo que tenía, cuanto tenía para comer41. De todo este pasaje, la parte primera ya la consideramos, por si pareciere que había alguna contradicción, cuando comparábamos a los demás con el orden seguido por Mateo. De esta viuda pobre que echó dos pequeñas monedas en el cepillo del templo, sólo hablan Marcos y Lucas42, pero concuerdan sin presentar cuestión alguna. Desde aquí hasta la cena del Señor43, punto en que comenzamos la consideración y comentario en conjunto de los cuatro evangelistas, tampoco Marcos dice nada que obligue a establecer la comparación con otro, por si hubiera alguna contradicción.

Lc 1,1—4 | Jn 21,25

8 9. Examinemos, pues, a continuación el evangelio de Lucas siguiendo su orden, exceptuando lo que tiene en común con Mateo y Marcos, porque todo eso ya ha sido considerado— Lucas comienza así: Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que han acontecido entre nosotros, conforme nos las transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he decidido, investigando todo con esmero desde el principio, escribírtelo entero por su orden, para que conozcas la verdad de las palabras con que has sido instruido44. Este comienzo aún no corresponde al relato del evangelio. Sin embargo, nos lleva a conocer que el mismo Lucas escribió también el libro intitulado Hechos de los Apóstoles; no sólo porque también él contiene el nombre de Teófilo —pues podría darse que se tratase de otro Teófilo y, en el caso de que fuese el mismo, se lo hubiese escrito otro, igual que Lucas le escribió el evangelio—, sino además porque allí dice en su exordio: En el primer libro hablé, oh Teófilo, de todo lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar hasta el día en que eligió a los apóstoles, y, mandándoles por medio del Espíritu Santo, les ordenó predicar el Evangelio45.

Aquí da a entender que ya había escrito el libro del evangelio, uno de los cuatro, cuya autoridad es sublime en la Iglesia. Por el hecho de decir que había hablado de todo lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar hasta el día en que mandó a los apóstoles, no se debe pensar que escribió en su evangelio todo lo que Jesús hizo y dijo viviendo con los apóstoles en la tierra, para no contradecir a Juan, que refiere que Jesús hizo muchas otras cosas que, si se escribiesen, el mundo entero no podría contener los libros46; tanto más que consta que los otros evangelistas narraron no pocas cosas que Lucas mismo no tocó en su narración. Habló, pues, de todo, eligiendo de cuanto habló lo que juzgó apto, coherente y suficiente al deber de su ministerio. Su afirmación de que muchos intentaron narrar ordenadamente las cosas que han acontecido entre nosotros parece aludir a algunos que no pudieron acabar esta tarea asumida; por eso afirma que decidió escribirlo por orden, puesto que muchos lo intentaron. Pero debemos referirlo a aquellos cuya autoridad en la Iglesia es nula, porque no pudieron acabar lo que intentaron. Lucas, por el contrario, no sólo llevó su narración hasta la resurrección y ascensión del Señor, mereciendo su esfuerzo un puesto entre los cuatro autores de evangelios, sino que además escribió, a continuación, los hechos de los apóstoles que consideró suficientes para edificar la fe de los lectores u oyentes. De los escritos que relatan los hechos de los apóstoles, sólo el suyo fue hallado merecedor de fe, rechazados todos los que se atrevieron a escribir tales hechos y dichos desprovistos de la fidelidad oportuna. Contemporáneamente escribieron Marcos y Lucas, pudiendo recibir así la aprobación no sólo de la Iglesia de Cristo, sino también de los mismos apóstoles que aún permanecían en vida.

Lc 1,5—5,4 | Jn 21,1—11

9 10. Así comienza Lucas el relato de su evangelio: En los días de Herodes, rey de Judá, hubo cierto sacerdote de nombre tacarías, del turno de Abías; su mujer pertenecía a las hijas de Aarón y su nombre era Isabel47, etc. hasta: Cuando cesó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar48. En todo este texto no surge problema alguno de concordia. Ciertamente Juan parece decir algo semejante, pero se trata de otra cosa muy distinta, que tuvo lugar en el mar de Tiberíades49 después de la resurrección del Señor. Al respecto no sólo es muy distinta la circunstancia misma, sino incluso el hecho. Pues allí las redes, echadas a la derecha, capturaron ciento cincuenta y tres peces, grandes en verdad. Pero cupo al evangelista decir que, a pesar de ser tan grandes, no se rompieron las redes; es decir, poniendo sus ojos en el hecho mencionado por Lucas, en el que se rompían por la gran cantidad de peces50. El resto de datos que tiene en común con Juan, Lucas los coloca cerca de la pasión y resurrección del Señor. Todo ese pasaje, desde su cena hasta el fin, lo hemos comentado de modo que, comparando todos los testimonios, enseñamos que no había desacuerdo alguno.

Lo propio de Juan

10 11. Juan es el último y ya no queda con quien compararle. Lo que refirió individualmente cada uno y callaron los demás, es difícil que plantee algún problema de concordia. Y por eso consta claramente que estos tres, es decir, Mateo, Marcos y Lucas, se ocuparon sobre todo de la humanidad de nuestro Señor Jesucristo, según la cual es Sacerdote y Rey. Y por eso, Marcos, que en aquel simbolismo de los cuatro animales parece estar significado en el rostro del hombre51, o parece más bien acompañante de Mateo, puesto que tiene en común con él muchas cosas sobre la persona del rey, que no suele ir sin séquito —dato que mencioné en el libro primero— o —dato que parece más probable— camina con ambos. Pues aunque concuerde con Mateo en muchas cosas, en algunas concuerda más con Lucas, para mostrar con eso mismo que el hecho de que Cristo es hombre, cuya realidad representa Marcos, pertenece al león y al buey, es decir, a la persona real, que representa Mateo, y a la sacerdotal, representada por Lucas, pues Marcos abarca a ambas.

En cambio, la divinidad de Cristo, por la que es igual al Padre, en cuanto que es la Palabra y Dios junto a Dios y Palabra hecha carne para habitar entre nosotros52, según la cual él y el Padre son una sola cosa53, asumió encarecerla sobre todo Juan, que como águila se detiene en lo que Cristo habló de más sublime, sin descender a tierra, salvo en raras ocasiones. Además, aunque atestigüe claramente que conoce a la madre de Cristo, ni siquiera a propósito de su nacimiento refiere algo con Mateo y Lucas, ni menciona su bautismo con los otros tres, sino que, encareciendo allí de forma profunda y sublime el testimonio de Juan54, dejándoles a ellos, se encamina con él a la boda de Cana de Galilea, donde, aunque el mismo evangelista menciona que estuvo presente la madre de Jesús55, éste, sin embargo, dice: ¿Qué nos importa a ti y a mí, mujer?56 Con tales palabras no rechaza a aquella de quien había tomado carne, sino que sobre todo indica su divinidad en el momento en que iba a convertir el agua en vino. Divinidad creadora de aquella mujer, no hecha en ella.

12. Después de pocos días pasados en Cafarnaún, regresa de allí al templo57, donde menciona que dijo, refiriéndose al de su cuerpo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré58. Aquí indica particularmente no sólo que era Dios en su templo, la Palabra hecha carne, sino también que él resucitó la misma carne, como es obvio en cuanto es una sola cosa con el Padre y obra inseparablemente con él. En todos los demás pasajes la Escritura no dice sino que Dios le resucitó, y en ningún otro como en éste, donde dice: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré, señala que también él se resucitó a sí mismo, puesto que es una sola cosa con el Padre, no obstante que Dios lo resucitó.

13. Arrancando de ahí, ¡qué cosas más extraordinarias y divinas habló con aquel Nicodemo! De ahí vuelve de nuevo al testimonio de Juan y encarece que el amigo del esposo sólo halla su gozo en la voz del esposo59. Allí advierte que el alma humana no se ilumina a sí misma ni se vuelve feliz si no es por la participación en la sabiduría inmutable.

De aquí pasa a la mujer samaritana, donde menciona el agua cuya bebida apagará la sed para siempre60. De nuevo vuelve a Cana de Galilea, donde había convertido el agua en vino61, y donde menciona que dijo al oficial cuyo hijo estaba enfermo: Si no veis señales y prodigios, no creéis62. Hasta tal punto quería elevar la mente del creyente por encima de todo lo mudable, que ni siquiera pretendía que los fieles buscasen los mismos milagros que, aunque son obra de la divinidad, proceden de la mutabilidad de los cuerpos.

14. De allí vuelve a Jerusalén; recobra la salud el enfermo desde hacía treinta y ocho años63. ¡Qué cosas se afirman con ocasión de ese hecho! Allí se dice: Los judíos buscaban darle muerte, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios64. Aquí aparece claro que afirmó que Dios era su Padre, no al modo habitual como suelen decirlo los hombres santos, sino indicando que es igual a él. En efecto, poco antes había dicho a quienes se servían del sábado para injuriarle: Mi Padre obra basta el presente, y también yo obro65. Entonces ardieron en llamas, no porque dijera que Dios era su Padre, sino porque quería que se entendiera que era igual a él al decir: Mi Padre obra hasta el presente, y también yo obro. Mostraba que era lógico que, si el Padre obra, obre también el Hijo, porque el Padre no obra sin el Hijo. Porque poco antes dijo allí mismo a quienes ya estaban airados por esto: Todo lo que hiciere El, lo hace también de la misma manera el Hijo66.

15. De allí, finalmente, desciende Juan a los otros tres (evangelistas) que caminaban en la tierra con el Señor, hasta el punto de dar de comer a cinco mil con cinco panes, donde, sin embargo, sólo él menciona que, como querían hacerle rey, huyó en solitario al monte67. Me parece que con este hecho no quiso exhortar al alma racional a otra cosa sino a que él reinase sobre nuestra mente y razón, gracias a aquello por lo que está en las alturas, sin comunión alguna con los hombres, él solo, porque es el Hijo único del Padre.

Este misterio escapa a los hombres carnales que reptan aquí abajo. La razón es su sublimidad, motivo por el que también él huye a la montaña de aquellos que buscaban hacerle rey con ánimo terreno. Por eso dice en otro lugar: Mi reino no es de este mundo68. Esto no lo menciona más que Juan, elevándose sobre la tierra mediante un vuelo en cierto modo celeste y disfrutando de la luz del Sol de justicia. Después del milagro de los cinco panes, donde se detuvo un poco con aquellos tres hasta que pasaron el mar, momento en que caminó sobre las aguas, desde aquella montaña se lanza de nuevo a la palabra del Señor, tan grande, tan abundante, tan largamente superior y excelsa, originada a partir del pan69. Dijo a la muchedumbre. En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis no porque hayáis visto señales, sino porque comisteis de los peces y os saciasteis; obrad no el alimento que perece, sino el que permanece hasta la vida eterna70. Y a partir de aquí, por largo tiempo, estuvo diciendo cosas sumamente excelsas.

Entonces cayeron de esa altura de la palabra los que luego no le siguieron a él, a quien se adhirieron los que pudieron entender: El Espíritu es el que vivifica; la carne, en cambio, nada aprovecha71, porque el Espíritu aprovecha también a través de la carne, mientras que la carne, sin el Espíritu, no aprovecha nada.

16. Luego, ¡con qué altura respondió a sus hermanos, es decir, a sus parientes carnales, que le indicaban que subiese a la fiesta para darse a conocer a la multitud!72 Les dijo: Mi hora aún no ha llegado, mientras que la vuestra siempre está a punto. El mundo no puede odiaros; a mí, en cambio, me aborrece, porque yo doy testimonio de que sus obras son malas73. Esto significa: Vuestro tiempo está siempre apunto, porque estáis deseando el día del que dice el profeta: Yo no me he fatigado al seguirte, Señor, y no he deseado el día de los hombres; tú lo sabes74. Esto equivale a volar a la luz de la Palabra y desear aquel día que deseó ver Abrahán, lo vio y se alegró75. Desde aquí ya hasta el día de la fiesta, fecha en que subió al templo, ¡qué maravilloso, qué divino, qué excelso76 es lo que Juan recuerda que dijo! Que ellos no podían ir adonde él iba a ir; que le conocían y sabían de dónde procedía; que era veraz quien le había enviado, a quien ellos no conocían, como si dijera: —Vosotros sabéis de dónde procedo y no sabéis de dónde procedo. ¿Qué otra cosa quiso que se entendiera sino que ellos podían conocerle según la carne, la parentela y la patria, pero que le desconocían en cuanto a su divinidad?

Allí mostró que había hablado también del don del Espíritu Santo, quién era, cuándo habría podido otorgar ese don altísimo.

17. Volviendo otra vez allí desde el monte de los Olivos77, ¡cuántas cosas narra que dijo después de perdonar a la adúltera, que quienes querían probarle le presentaron como merecedora de ser lapidada! Cuando escribía en tierra con el dedo, como indicando que aquellos tales había que escribirlos en la tierra, no en el cielo, lugar en que, por exhortación suya, debían alegrarse los discípulos de estar inscritos78; o el hecho de que hiciese signos en la tierra humillándose, significado en el tener la cabeza inclinada; o que ya era el tiempo de que escribiese su ley en tierra que diese fruto, no en piedra estéril, como antes.

En consecuencia, después de esto dijo que él era la luz del mundo y que quien le siguiese no caminaría en tinieblas, sino que tendría la luz de la vida79. Dijo también que él era el principio que les hablaba también a ellos80. Con este nombre se distinguió de la luz que hizo él, presentándose como la luz por la que se hizo todo, para que la afirmación de que era la luz del mundo no se tomase en el sentido en que dijo a los discípulos: Vosotros sois la luz del mundo81, como una lámpara que no hay que ponerla bajo el celemín, sino en el candelabro82, según dijo también refiriéndose a Juan Bautista: Él era la lámpara que ardía y resplandecía83; sino en el sentido de que él era el principio, del que se dijo: Todos nosotros hemos recibido de su plenitud84. Entonces dijo que él, el Hijo, era la verdad y que, si ella no liberaba, nadie sería libre85.

18. A partir de aquí, y después de haber devuelto la vista al ciego de nacimiento86, Juan se demora en el prolijo discurso del Señor, que arrancó de aquel hecho, referente a las ovejas, al pastor, a la puerta, a su poder de entregar la vida y recuperarla de nuevo87, en que mostró el excelentísimo poder de su divinidad. Luego recuerda que, cuando se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación88, le dijeron los judíos: ¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si eres el Cristo, dínoslo abiertamente89. Y refiere las cosas sublimes que habló, tomando de dicha pregunta la oportunidad para un nuevo discurso90. Fue entonces cuando dijo: Yo y el Padre somos una sola cosa91. Luego relata la resurrección de Lázaro92, circunstancia a la que corresponden estas palabras: Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, aunque haya muerto, no morirá jamás93. ¿Qué reconocemos en ellas sino la altura de su divinidad, de cuya participación viviremos por siempre? A partir de aquí, Juan vuelve a encontrarse con Mateo y Marcos en Betania, donde tuvo lugar la escena del perfume de gran valor que María derramó sobre sus pies y cabeza. Y desde este punto camina con los otros tres evangelistas hasta la pasión y resurrección del Señor, pero con variantes en el relato de las mismas escenas94.

19. En lo que se refiere a los discursos del Señor, Juan no cesa de elevarse a lo que, a partir de ese momento, Jesús habló en estilo sublime y de forma continua. En efecto, incluso cuando, sirviéndose de Felipe y Andrés, quisieron verle los gentiles, pronunció un discurso de altura, que ninguno de los otros evangelistas insertó. En él menciona, una vez más, cosas en extremo luminosas acerca de la luz que ilumina y que hace hijos de la luz95.

Luego, ya en la misma cena, que ningún evangelista pasó por alto, ¡cuántas y de qué altura son las palabras de Jesús que menciona Juan96 y callaron los otros! No se limitó a encarecer la humildad en el momento de lavar los pies a los discípulos, sino que se detuvo en el discurso, que produce admiración y estupor y sumamente largo, pronunciado por el Señor una vez que hubo salido quien le iba a entregar, descubierto en el momento de tomar el bocado, y quedaron con él los once. Discurso en que dijo: Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre97. En él dijo muchas cosas acerca del Espíritu Santo, el Paráclito que les iba a enviar98; acerca de la gloria que personalmente tuvo junto al Padre antes de que existiese el mundo; dijo asimismo que nos haría una sola cosa en él, igual que él y el Padre son una sola cosa. No se trata de que él, el Padre, y nosotros hayamos de ser una sola cosa, sino de que nosotros seremos una sola cosa, como lo son ellos.

Muchas otras cosas dijo también que causan admiración por su carácter sublime; pero ¿quién no advierte que en esta obra no nos hemos propuesto hablar de ellas «, incluso en la hipótesis de que fuésemos capaces de hacerlo con dignidad? No hay que reclamar aquí lo que quizá se pueda ofrecer en otro momento. En efecto, lo que hemos querido encarecer a los amantes de la palabra de Dios y a los entregados a la santa verdad es esto: aunque Juan anuncia y proclama en su obra al mismo Cristo —verdadero y veraz— que los otros tres evangelistas y que los otros apóstoles que no se propusieron dejar un relato escrito, pero que cumplieron su deber con la predicación, él, elevado ya desde el mismo comienzo de su libro a la faceta más excelsa de Cristo, rara vez acompaña a los otros. Sólo en estos casos: la primera vez, junto al Jordán, a propósito del testimonio de Juan Bautista99. Luego, al otro lado del mar de Tiberíades, cuando alimentó a la muchedumbre con cinco panes y caminó sobre las aguas100; por tercera vez, en Betania, cuando la piedad de una fiel mujer derramó sobre él un perfume de gran valor101. Luego se une a los otros a propósito de la pasión, que necesariamente había de narrar con ellos.

Aunque presentó la misma cena del Señor, que ninguno de los evangelistas pasó por alto, lo hizo con mucha más opulencia, como sacando de la despensa del pecho del Señor sobre el que solía reposar102. Posteriormente golpea al mismo Pilato con palabras aún más elevadas diciéndole que su reino no es de este mundo, que él es rey de nacimiento, y que vino a este mundo para dar testimonio de la verdad103.

Asimismo, visitando a María después de la resurrección, le dijo estas palabras de profundo significado: No me toques, pues aún no he subido al Padre104. Soplando sobre ellos donó su Espíritu a los discípulos para que no se crea que el mismo Espíritu, que es consustancial y coeterno a la Trinidad, es sólo Espíritu del Padre y no también del Hijo105.

20. Finalmente, confiando sus ovejas a Pedro, que le amaba y que le había confesado su amor por tres veces, Jesús dice que quiere que el mismo Juan permanezca así hasta que él venga106. He aquí lo que a mí me parece que enseñó de forma profundamente misteriosa con estas palabras: la misma aportación del evangelio de Juan, que introduce de forma sublime en la luz purísima de la Palabra en que se puede ver la igualdad e inmutabilidad de la Trinidad y la particularidad que, sobre todo, diferencia de los demás al hombre con cuya asunción la Palabra se hizo carne, no se puede ver ni conocer claramente, a no ser una vez que el Señor haya venido. Por eso permanecerá así hasta que el Señor venga. Sólo que ahora permanecerá en la fe de los creyentes, mientras que, cuando se manifieste nuestra Vida y nosotros aparezcamos con él en la gloria107, será contemplado cara a cara108.

Quizá alguien piense que, aun en esta existencia mortal, puede ocurrir a un hombre que, removida y eliminada toda nube de imaginación corpórea, llegue a poseer la luz serenísima de la verdad inmutable y que, apartada completamente el alma de la costumbre de esta vida, se adhiera a ella en forma constante e indefectible. Ese tal no entiende ni qué es lo que busca ni quién el que lo busca. Crea más bien a la autoridad sublime y nunca falaz que, mientras estamos en este mundo, somos peregrinos lejos del Señor y que caminamos en la fe, no en la realidad109. Y así, reteniendo y custodiando con perseverancia la fe, la esperanza y la caridad, ponga su mirada en la realidad, valiéndose de la fianza que hemos recibido, el Espíritu Santo, que nos enseñará toda la verdad110. Esto acontecerá cuando Dios, que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, haya vivificado también nuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en nosotros111.

Pero no hay duda alguna de que, antes de ser vivificado, este cuerpo que murió a causa del pecado es corruptible y se convierte en un peso para el alma112. Y si ésta, con la ayuda necesaria, sobrepasa alguna vez la niebla que empapa toda la tierra113, esto es, la tenebrosidad carnal que cubre toda vida terrena, se ve envuelta como en un repentino resplandor, pero luego regresa a su estado de debilidad, quedando vivo en ella el deseo, capaz de levantarla de nuevo, pero sin la necesaria purificación para quedar adherida. Uno es tanto mayor cuanto más lo consigue, y tanto menor cuanto menos.

Si, por el contrario, aún no ha experimentado nada de esto el alma de un hombre en la que, sin embargo, habita Cristo por la fe, debe esforzarse en disminuir y dar fin a las apetencias mundanas sirviéndose de la virtud moral caminando con Cristo mediador como en compañía de los otros tres evangelistas. Con la alegría que produce la gran esperanza, retenga en la fe a aquel que, siendo siempre Hijo de Dios, se hizo por nosotros hijo del hombre, para que su sempiterno poder y divinidad, adaptados a nuestra debilidad y mortalidad, nos hiciese, de lo que tomó de nosotros, un camino en él y hacia él. Para no pecar, déjese gobernar por Cristo. Y en el caso de que haya pecado, acepte la expiación del mismo Cristo sacerdote114. De esta manera, nutridas en el esfuerzo de una existencia y una vida santa las plumas del doble amor cual dos alas poderosas, elevado de la tierra, será iluminado por el mismo Cristo Palabra, Palabra que existía en el principio, pues la Palabra existía junto a Dios y la Palabra era Dios115. Aunque sea como en un espejo y en enigma116, siempre es de forma mucho más sublime de lo que puede ofrecer cualquier semejanza corporal.

Por lo cual, aunque en aquellos tres resplandezcan los dones de la vida activa y en el evangelio de Juan los de la contemplativa para quienes sean capaces de conocer estas cosas, incluso lo de Juan, dado que es parcial, permanecerá así hasta que llegue lo perfecto117. A uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro palabra de ciencia según el mismo Espíritu118; otro gusta el día para el Señor119; otro bebe del pecho del Señor algo más claro; otro, arrebatado hasta el tercer cielo, escucha palabras inefables120; pero, mientras están en el cuerpo, todos son peregrinos lejos del Señor121, y a todos los fieles de recta esperanza y señalados en el libro de la vida les está reservado lo dicho122: Yo le amaré y me manifestaré a él123. Mientras dure esta peregrinación, cuanto más progrese uno en la comprensión o conocimiento de esta realidad, tanto más ha de guardarse de los vicios diabólicos de la soberbia y la envidia. Advierta a este punto que el evangelio mismo de Juan, cuanto más eleva a la contemplación de la verdad, tanto más prescribe la dulzura de la caridad. Y así, dado que es verdadero y saludable al máximo el precepto: Cuanto mayor eres, tanto más has de humillarte en todo124, en el evangelista que encarece a Cristo muy por encima de los demás, él aparece lavando los pies a sus discípulos125.