LA ESCALA DEL PARAÍSO

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulo 1. DESCRIPCIÓN DE LOS CUATRO GRADOS DE LAS EJERCITACIONES ESPIRITUALES: LA LECTURA. LA MEDITACIÓN. LA ORACIÓN. LA CONTEMPLACIÓN

Como cierto día, en que estaba ocupado en un trabajo corporal de manos, comenzase a pensar sobre el ejercicio del hombre espiritual, se ofreció de repente a mi alma, que estaba pensando, los cuatro grados espirituales, a saber: la lectura, la meditación, la oración y la contemplación. Esta es la escala de los claustrales, desde donde son trasladados al cielo, escalonada con pocos peldaños, y sin embargo de una grandeza inmensa e increíble. Cuya parte inferior está fija en la tierra, la superior penetra las nubes, y escudriña los secretos de los cielos. Estos grados, como son diversos por sus nombres y números, también son distintos por su orden y oficio. Sus propiedades y oficios son ciertamente singulares: qué misión cumplen acerca de nosotros, cómo se diferencian y destacan mutuamente entre sí, si alguno lo examina con diligencia y determinadamente, todo el trabajo y estudio que empleara y consagrara para ellos, lo juzgaría ligero y fácil ante la magnitud de su utilidad y dulzura. Por otra parte la lectura (lectio) es un examen diligente de las Escrituras con la atención del alma. La meditación es la acción apasionada del alma, que investiga el conocimiento de la verdad oculta bajo la dirección de la propia razón. La oración es el esfuerzo devoto del corazón hacia Dios, para que sean evitados los males y sean conseguidos los bienes. La contemplación de la mente es una elevación de la mente suspendida hacia Dios, que degusta los gozos de la dulzura eterna.

Capítulo 2. DESCRIPCIÓN DE LOS CUATRO GRADOS DE LOS OFICIOS

Asignadas las descripciones de los cuatro grados, sólo falta que veamos sus oficios. A saber, la lectura examina la dulzura de la vida feliz, la meditación la encuentra, y la oración la suplica, y llama, y la contemplación la degusta. Por eso el mismo Señor dice: buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá 1. Buscad leyendo, y encontraréis meditando, llamad orando, y se os abrirá contemplando. La lectura (lectio) lleva a la boca como un alimento sólido; la meditación mastica y tritura; la oración adquiere el sabor; la contemplación es la misma dulzura, que deleita y refocila; la lectio (lectura) se detiene en la corteza, la meditación en la enjundia, la oración en la súplica del deseo, la contemplación en el deleite de la dulzura conseguida; y para que pueda verse más clara y expresivamente, propongo un ejemplo entre muchos. Oigo en la lectio (lectura): bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios 2. Ved ahí una palabra breve, pero suave y repleta de sentido, que ha suministrado para pasto del alma algo así como un racimo; después que el alma lo ha examinado diligentemente, dice dentro de sí: puede que sea algo bueno; vaya entrar en mi interior, para intentar si puedo tal vez entender y encontrar esta limpieza. En efecto, este asunto es precioso y los que lo entienden y poseen son llamados bienaventurados, porque a ellos se les promete la visión de Dios, que es la vida eterna, ensalzada por tantos testimonios de la Sagrada Escritura. Así pues, con el deseo de que esto le sea explicado más plenamente, comienza a masticar y a triturar esa vida eterna, y la pone como en el lagar; después mueve a la razón para investigar qué es, y cómo puede ser adquirida tan preciosa y deseable limpieza.

Capítulo 3. OFICIO DE LA MEDITACIÓN. LA CIENCIA EN LOS MALOS NO ES SABIDURÍA

Por tanto la meditación diligente que de verdad penetra, no se queda fuera, en la superficie de la lectura, pone su pie más alto, penetra las cosas interiores, y las examina una por una. Considera con atención que no dijo: Bienaventurados los de cuerpo limpio, sino los de corazón, porque no es suficiente tener las manos inocentes de toda obra mala, sino que además seamos limpios en el alma de los pensamientos malos. Lo cual está confirmado por la autoridad del profeta que dice: ¿quién subirá al monte del Señor, o quién podrá estar en su recinto santo? El hombre de manos inocentes y de puro corazón 3. Asimismo considera cuánto deseaba esta limpieza del corazón el mismo profeta que oraba de este modo: crea en mí, oh Dios, un corazón puro 4. Y de nuevo: Si hubiera tenido yo miras perversas en mi corazón, no me habría escuchado el Señor 5. Piensa cuán solícito era en esta custodia el santo Job que decía: Yo hice un pacto con mis ojos, de ni siquiera fijarme en doncella 6.

Ved cómo se vigilaba aquel varón santo, que cerraba sus ojos para no ver la vanidad; para no mirar tal vez incauto lo que luego podría desear involuntariamente. Después de que ha tratado esto consigo, y de este modo sobre la fuerza del corazón, comienza ahora a pensar en el premio: cuán glorioso y deleitable será ver el rostro tan deseado del Señor, el más hermoso de los hijos de los hombres 7: que ya no está despreciado ni envilecido, que no tiene la forma con que le vistió su madre la sinagoga; sino que está vestido con la estola de la inmortalidad y coronado con la diadema con que le coronó su Padre en el día de la resurrección y de la gloria, en el día que actuó el Señor 8. Piensa que en aquella visión estará toda la saciedad de la que dice el Profeta: me saciaré cuando aparezca tu gloria 9. ¿No ves cuánto licor ha manado de un pequeño racimo, cuánto fuego ha nacido de una centellita, cuánto esa pequeña masa? Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios 10 ha estirado en el yunque de la meditación. ¿Pero, cuánto más podría estirarse aún si alguien experto se encargase expresamente de tales materias? Ciertamente que el pozo es hondo, y yo como soy un inexperto en esta materia, apenas si he hallado un vaso con el que pueda extraer poquita cosa.

Inflamada el alma con tales ardores y movida por esos deseos, quebrado el alabastro comienza a presentir la suavidad del ungüento, todavía no por el gusto, sino como por el olfato de la nariz. Y de esto deduce cuán suave sería sentir la experiencia de esta limpieza, en cuya meditación ha conocido que es en tal grado deleitosa. Y ahora ¿qué hará? Se abrasa en deseos de poseerlo, pero no encuentra en sí cómo poder conseguirlo 11; y cuanto más lo busca, tiene más sed; entonces se aplica en la meditación, se aplica también en el sufrimiento; porque tiene sed de la dulzura que la meditación le muestra que está en la limpieza del corazón, pero todavía no la degusta de antemano. Porque no está en el que lee, y en el que medita sentir esa dulzura, si no le fuera dada de arriba. En efecto, tanto el leer como el meditar es común a buenos y a malos. Hasta los filósofos de los gentiles, guiados por la razón, descubrieron en qué consistía la sublimidad del verdadero Bien; pero, porque cuando habían conocido a Dios no lo glorificaron como Dios 12, sino que presumiendo de sus fuerzas y cualidades, decían: la lengua es nuestra fuerza, nuestros labios nos defienden 13, no merecieron percibir lo que hubieran podido ver. Se desvanecieron en sus pensamientos y toda su ciencia quedó disipada, la ciencia que les había proporcionado el estudio de las disciplinas humanas, no el espíritu de la sabiduría, que sólo da sabiduría verdadera: es decir, ciencia sabrosa, que con un sabor inestimable deleita y refocila el alma, a la que está unida, y de la que se ha dicho: la sabiduría no se encontrará en un alma de mala ley 14. Porque ésta viene sólo de Dios. Y así como el oficio de bautizar el Señor lo ha concedido a muchos, en cambio se reservó para sí solo la potestad y la autoridad de perdonar los pecados en el bautismo. Por eso Juan antonomásticamente y con discreción dijo de Él: éste es el que bautiza en el Espíritu Santo 15; lo mismo podemos decir: Este es el que da el sabor de la Sabiduría, y la ciencia sabrosa al alma. El habla se da a muchos, pero la sabiduría a unos pocos, porque el Señor la distribuye a quien quiere y como quiere.

Capítulo 4. OFICIO DE LA ORACIÓN

Y al ver el alma que no puede alcanzar por sí sola aquella dulzura deseada del conocimiento y de la experiencia, y que cuanto más se acerca al corazón alto, Dios es tanto más exaltado; ella se humilla y corre a la oración, diciendo: Señor, que no eres visto sino por los corazones limpios, yo he investigado, leyendo, he buscado, meditando, cómo ha de ser adquirida la verdadera limpieza del corazón para que, mediante ella y en pequeña parte, pudiese conocerte. Buscaba tu rostro, Señor, tu rostro, Señor, buscaba 16. Durante tiempo he meditado en mi corazón, y en mi meditación se encendió el fuego y el deseo de conocerte más 17. Cuando partes para mí el don de la Sagrada Escritura, y en la fracción del pan hay un gran conocimiento 18, y cuanto más te conozco, más deseo conocerte. No ya en la superficialidad de la letra, sino en el sentido de la experiencia. Tampoco te pido esto, Señor, por mis propios méritos, sino por tu misericordia. Pues confieso que soy indigna y pecadora, pero también los cachorros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos 19. Dame, Señor, las arras de la herencia futura, al menos una gota de la lluvia celestial, con la cual refresque mi sed, porque me inflamo de amor.

Capítulo 5. OFICIO DE LA CONTEMPLACIÓN

Inflama su deseo con estos y otros parecidos coloquios encendidos; de este modo muestra su afecto; con requiebros parecidos llama al esposo. Y el Señor, cuyos ojos están puestos sobre los justos, y sus oídos no sólo atienden a las preces. Pero ni siquiera espera a que terminen sus mismas súplicas, sino que interrumpiendo el curso medio de la oración interviene presuroso, y acude presto al alma que lo desea, envuelto en el rocío de la dulzura celestial; perfumado con los mejores ungüentos recrea al alma fatigada; sustenta a la hambrienta, empapa a la reseca, y la hace olvidarse de las cosas terrenas, fortificándola admirablemente con la memoria de Él, para vivificarla, embriagarla, y volverla sobria. Y así como en algunos oficios carnales, de tal modo es vencida la concupiscencia de la carne, que pierde todo uso de la razón, y el hombre se hace como un todo carnal: así con justicia en esta contemplación celestial de tal modo son consumidos y absorbidos los movimientos carnales por el alma que la carne en nada contradice al espíritu.


Capítulo 6. SIGNOS DEL ESPÍRITU SANTO QUE VIENE AL ALMA

¿Cómo sabemos, Señor, cuándo vas a hacer esto, y cuál es el signo de tu venida? ¿Acaso los suspiros y las lágrimas son los testigos y mensajeros de esta consolación y alegría? Si es así, es nueva esta antifrase y significación desusada. Porque ¿cuál es el pacto del consuelo con los suspiros y de la alegría con las lágrimas?

Con todo, si éstas hay que llamarlas lágrimas, y no más bien abundancia desbordante del rocío interior derramado del cielo, y purificación del hombre exterior como señal de la purificación interior; así como en el bautismo de los niños por la purificación exterior se significa y se figura la purificación interior del alma, así por contra aquí la purgación interior precede a la purificación exterior. Dichosas las lágrimas que limpian las manchas interiores, que apagan el incendio de los pecados. ¡Bienaventurados los que lloráis así, porque reiréis! 20: En esas lágrimas reconoce a tu esposo, abraza a tu, deseado. Ahora sáciate con el torrente de su delicia 21, y liba leche y miel del pecho de su consolación. Estos son los regalos y los consuelos maravillosos que te ha regalado el esposo, a saber, gemidos y lágrimas. Te da de beber en esas lágrimas con medida. Lágrimas que son para ti panes de día y de noche 22; panes por cierto que confortan el corazón del hombre 23, más dulces que la miel y el panal. Señor, si de tal modo son dulces esas lágrimas, que brotan de la memoria y el deseo de ti, ¡qué dulce será el gozo que se percibirá en la visión clara de ti! Y si tan dulce es llorar por ti, ¡qué dulce será gozar de ti! Pero, ¿para qué vamos a manifestar en público esta clase de coloquios secretos? ¿Por qué nos esforzamos en expresar con palabras comunes los afectos que son inefables e inenarrables? Los inexpertos no entienden nada de esto, a no ser que lo lean con mayor claridad en el libro de la experiencia, cuando los enseñe la misma unción. Y por otra parte la letra exterior no sirve de nada al que lee. Poco sabrosa es la lectio (lectura) de la letra exterior, si no recibe de corazón la glosa y el sentido interior.

Capítulo 7. EL SECRETO DE LA GRACIA

Alma, hace tiempo que venimos hablando. En efecto, qué bueno era estarnos aquí, y contemplar con Pedro y Juan la gloria del Esposo, y permanecer largo tiempo con El; si quisiera haríamos aquí no dos ni tres tabernáculos, sino uno solo; en el cual estuviésemos juntos, y juntos nos deleitaríamos. Pero ya dice el esposo: Déjame; porque ya llega la aurora, ya has recibido la luz de la gracia y la visitación que deseabas. Por tanto, dada la bendición y mortificado el tendón del fémur, y cambiado el nombre de Jacob en Israel, por un poco tiempo se retira el esposo largo tiempo deseado, de repente oculto. Se oculta tanto de la visión predicha, como la dulzura de la contemplación; sin embargo permanece presente en cuanto al gobierno, en cuanto a la gloria, en cuanto a la unión.

Capítulo 8. POR QUÉ SE OCULT A ASÍ TEMPORALMENTE

Pero no temas, esposa, ni desesperes ni estimes que eres despreciada, cuando por un poco tiempo el esposo te oculta su rostro. Todas estas cosas cooperan para tu bien; y por su venida y su retirada adquieres ganancia. Viene para ti y también se va para ti. Viene para tu consolación, y se retira para tu cautela, no vaya a ser que la grandeza de la consolación te ensoberbezca: no vaya a suceder que, si el esposo está siempre contigo, comiences a despreciar a tus compañeros, y atribuyas esta continua visitación no a la gracia, sino a la naturaleza. Pues el esposo da esta gracia a quien quiere y cuando quiere, no como es poseído por derecho hereditario. Un proverbio vulgar dice que la excesiva familiaridad produce hastío. Luego se va, para que no sea tenido en poco quizá por demasiado asiduo, y ausente sea deseado con más amor, el deseado sea buscado con mayor avidez. El por largo tiempo buscado sea hallado por fin con mayor gratitud. Además, si nunca faltase aquí la consolación (que con relación a la gloria futura, que nos será revelada, es enigmática y en parte, 24), creeríamos tal vez que aquí teníamos ciudad permanente, y buscaríamos menos la ciudad futura 25. Para que no sustituyamos el destierro por la patria; las arras por el valor verdadero apreciado. Viene el esposo y se va de nuevo, ya trayendo la consolación, ya cambiando todo nuestro entorno en debilidad, por un poco tiempo nos permite gustar cuán suave es, y, antes de que le sintamos plenamente, se oculta; y al modo como incitándonos sobre nosotros con las alas extendidas nos provoca para volar. Como si dijese: ved que gustáis un poco cuán suave y dulce soy; pero si queréis saciaros plenamente de esta dulzura, corred en pos de mí tras el olor de mis ungüentos, poniendo arriba los corazones, donde yo estoy a la derecha de Dios Padre. Allí me veréis no por espejo y en enigma sino cara a cara; y vuestro corazón gozará plenamente, y vuestro gozo nadie os lo quitará.

Capítulo 9. CON QUÉ CAUTELA HA DE PORTARSE CADA UNO

Pero ten cuidado de ti, esposa; cuando el esposo se ausenta, no se ha ido lejos, aunque no le ves; sin embargo Él te ve siempre, lleno de ojos por delante y por detrás; nunca puedes ocultarte de Él. Tiene además en torno a ti a los espíritus como mensajeros suyos, exploradores sagacísimos; para que vean cómo te vuelves hacia Él, cuando está ausente el Esposo; y te acusan delante de Él, cuando descubrieren en ti señales de lascivia, de hipocresía. El Esposo es muy celoso. Si aceptaras tal vez otro amante, cuando procuras agradar a otros más que a Él; al instante se aleja de ti, y se unirá a otros adolescentes. Este Esposo es delicado, noble y rico, hermoso en su figura sobre los hijos de los hombres 26; y por eso solamente la que es hermosa puede ser digna de ser esposa suya. Si ve en ti mancha o arruga, al instante apartará sus ojos. Porque no puede tolerar inmundicia alguna. Por tanto, sé casta, sé pudorosa y humilde; para que así merezcas ser visitada con frecuencia por tu Esposo. Me temo que no nos durará por mucho tiempo este coloquio, pero me empuja a ello una materia fértil a la vez que dulce; que yo no prolongaría espontáneamente, de no conocer con qué dulzura suya era atraído sin quererlo.

Capítulo 10. RECAPITULACIÓN. CUÁN RELACIONADOS ENTRE SÍ ESTÁN LOS GRADOS PREDICHOS

Por tanto, para que lo dicho más extensamente se vea todo en conjunto, y mejor unido, lo recogemos recapitulando en resumen todo lo dicho antes. Así advertidos con los ejemplos anteriores, podemos ver la relación entre los grados predichos; y como se preceden en el tiempo, de la misma forma se preceden en la causa: la lectio (lectura) viene la primera como fundamento y, propuesta la materia, nos introduce en la meditación. Y la meditación examina con diligencia qué se debe apetecer, y, como quien cava, encuentra y descubre el tesoro; pero como no lo puede obtener por sí mismo, nos remite a la oración. La oración, que con todas las fuerzas se eleva hacia el Señor, pide el tesoro deseado, que es la suavidad de la contemplación. Y esta, en llegando, recompensa el trabajo de los tres grados precedentes, mientras embriaga al alma sedienta con el rocío de su dulzura celestial. En consecuencia, la lectio (lectura) es según el ejercicio exterior, la meditación según el entendimiento interior; la oración según el deseo; la contemplación según todo el sentido. El primer grado es el de los que comienzan; el segundo es el de los que progresan; el tercero el de los devotos, y el cuarto el de los elegidos.

Es decir que estos grados están concatenados entre sí, y se ayudan mutuamente con asistencia subsidiaria, porque los grados precedentes poco o nada aprovechan sin los siguientes, y los siguientes sin los precedentes raramente o nunca pueden tenerse. Efectivamente, ¿de qué sirve ocupar el tiempo con la lectio (lectura) continua, pasar el tiempo leyendo las gestas y escritos de los santos, si no les sacamos también el jugo, masticándolas y rumiándolas y, después de tragarlas, las transmitimos hasta lo íntimo del corazón; para que por ellas consideremos diligentemente nuestra situación, y pongamos interés en hacer las obras de aquellos cuyos hechos deseamos releer? Pero ¿cómo vamos a pensar todo esto o cómo podremos evitar que, meditando las cosas falsas o vanas, no traspasemos los límites que los santos padres han dejado establecidos, a no ser que antes seamos instruidos acerca de estas cosas por la lectura o por el oído?; por cierto que el oído pertenece de algún modo a la lectio (lectura). Por lo cual solemos decir que no sólo hemos leído los mismos libros que leemos para nosotros mismos o para otros, sino también aquellos que hemos oído de nuestros maestros. Además, ¿qué aprovecha al hombre, si por la meditación ve lo que debe hacer, si no se ve fortalecido con la ayuda de la oración y con la gracia de Dios para conseguirlo? Puesto que toda dádiva buena y todo don perfecto baja del cielo, del Padre de los astros 27: sin lo cual no podemos hacer nada, sino que El mismo hace las obras en nosotros, aunque no completamente sin nosotros. Porque somos cooperadores de Dios 28, como dice el Apóstol. Supuesto que Dios quiere que le pidamos, y que al que llega, llama y está aguardando a la puerta, le abramos el regazo de nuestra voluntad, y le acojamos. Esta acogida exigía de la samaritana, cuando le decía: llama a tu marido; como si le dijera: Quiero infundirte la gracia, tú emplea el libre albedrío: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice dame de beber, tú le pedirías a Él agua viva 29. Oído esto, la mujer como instruida por la lectio (lectura), meditó en su corazón que sería bueno y útil para ella tener esa agua. Encendida, pues, por el deseo de tenerla, se convierte a la oración, diciendo: Señor, dame esa agua para no tener más sed, ni venir aquí a sacar el agua 30. Ved que la escucha de la palabra del Señor y la meditación consiguiente sobre eso la movieron a orar. Porque ¿cómo habría sido diligente para pedir, si antes no la hubiese encendido la meditación? O ¿qué le habría ahorrado la meditación precedente si la oración siguiente no hubiese impetrado lo que mostraba tan apetecible? Para esto, pues, para que la meditación sea fructuosa, conviene que le siga la oración devota, cuyo efecto es como la dulzura de la contemplación.

Capítulo 11. CUÁN IMPERFECTOS SIN LA MUTUA RELACIÓN. FELICIDAD DE LOS CONTEMPLATIVOS

De esto podemos deducir que la lectio (lectura) sin la meditación es árida, la meditación sin la lectura errónea, la oración sin la meditación es tibia, la meditación sin la oración es infructuosa; la oración con la devoción, adquisitiva de la contemplación; la obtención de la contemplación sin la oración, es o bien rara o bien milagrosa. En efecto, Dios, cuyo poder no tiene número ni término, y cuya misericordia supera a todas sus obras, a veces de las piedras saca hijos de Abraham, cuando mueve con eficacia a los que rehúsan aceptar, para que quieran; de ese modo rumboso, como suele decirse vulgarmente, atrae al buey por los cuernos, cuando El mismo se infunde sin ser llamado. Como hemos leído que ha sucedido a algunos, por ejemplo a Pablo y a algunos más; con todo, no debemos por eso presumir de las cosas divinas como tentando a Dios, sino hacer lo que debemos, es decir leer, y meditar en la ley de Dios; pedirle que ayude a nuestra debilidad, y que vea nuestra imperfección, porque El mismo nos enseña a hacerlo, cuando dice: pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá 31. Efectivamente, ahora el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan 32. He aquí como por las distinciones antes señaladas pueden ser reconocidas las propiedades de los grados predichos, cómo se cohesionan, y qué opera cada uno de ellos en nosotros.

Feliz el hombre cuya alma, libre de los demás negocios, desea siempre estar metida en estos cuatro grados, porque vendidas todas las cosas que ha tenido, compra el campo ese en el que se esconde el tesoro deseado 33; a saber, aficionarse y ver cuán suave es el Señor; porque el ejercitado en el primer grado, el prudente en el segundo, el devoto en el tercero, el levantado sobre sí en el cuarto, por estas ascensiones, que ha dispuesto en su corazón, asciende de virtud en virtud, hasta ver al Dios de los dioses en Sión. Bienaventurado aquel a quien se le concede permanecer en ese grado supremo, aunque sea por breve tiempo; porque puede decir con verdad: ved que siento la gracia del Señor, ved que contemplo su gloria con Pedro y Juan en el monte, ved que me deleito con Jacob a menudo en los abrazos de Raquel. Pero que tenga cuidado, no vaya a ser que después de esta contemplación, por la cual haya sido llevado hasta los cielos, caiga desordenadamente hasta los abismos; ni que después de la visión de Dios se vuelva a los actos lascivos del mundo y a los halagos de su carne. En cambio, cuando la agudeza enfermiza de la mente humana no pueda mantener por mucho tiempo la ilustración de la verdadera luz, que desciende suave y ordenadamente a alguno de los tres grados por los que iba a ascender; y alternativamente, bien en uno, bien en otro, se detenga según la medida de libre albedrío en cada circunstancia de lugar y de tiempo, ya está tanto más cerca de Dios cuanto más alejada del primer grado. Pero ¡ay la frágil y miserable condición humana! Ved cómo guiados por los testimonios de la razón y de las Escrituras vemos claramente que en estos cuatro grados está contenida la perfección de la vida buena y en ellos debe consistir el ejercicio del hombre espiritual. Pero ¿quién hay que tome este sendero de la vida?, ¿quién es ése? Y le alabaremos. Querer esto agrada a muchos, pero realizarlo es de pocos. Y ¡ojalá que nosotros seamos de esos pocos!

Capítulo 12. CUATRO CAUSAS QUE RETRAEN DE ESTOS GRADOS

Por cierto, hay cuatro causas que nos retraen frecuentemente de estos grados, a saber: la necesidad inevitable, la utilidad de una acción buena, la debilidad humana y la vanidad profana. La primera es excusable, la segunda tolerable, la tercera miserable, y la cuarta culpable. ¿Por qué culpable? Porque a aquellos a quienes esta novísima causa retrae del santo propósito, mejor les era no conocer la gloria de Dios, que abandonarla después de haberla conocido. Sin duda ¿qué excusa tendrá ése del pecado? Acaso el Señor no le puede decir con justicia ¿qué debí hacerte a ti y no lo hice? No existías, y te he creado; pecaste, te habías hecho servidor del diablo, y te he redimido; corrías con los impíos en el ruedo del mundo, y te he elegido; te había dado la gracia en mi presencia, y quería poner en ti mi mansión, pero tú me despreciaste, y no sólo arrojaste lejos mis palabras, sino a mí mismo, y caminaste tras de tus concupiscencias. Pero Dios bueno, suave y manso, amigo dulce, consejero prudente, protector fuerte, ¡cuán inhumano, cuán temerario, es el que te arroja, el que aleja de su corazón a un huésped tan humilde y tan manso! ¡Oh qué cambio tan infeliz y perjudicial arrojar a su Creador, y aceptar los pensamientos perversos y nocivos! ¡Aquel tan secreto aposento del Espíritu Santo, secreto del corazón, que poco antes se multiplicaba con gozos celestiales, que tan repentinamente haya sido conculcado al entregarse a pensamientos y pecados inmundos! Todavía están presentes en el corazón los vestigios del reposo, y ya se entrometen los deseos adulterinos. Muy inconveniente e indecoroso es que los oídos que sólo han oído palabras que al hombre no le es lícito decir 34, tan pronto se aficionen a escuchar fábulas y a oír calumnias y apostasías; que los ojos, que fueron bautizados sólo con lágrimas sagradas, de repente se conviertan y entreguen a las vanidades; que la lengua, que sólo había entonado dulces epitalamios, que habían reconciliado con sus palabras encendidas y persuasorias a la esposa con el Esposo, y la había introducido en su bodega 35; que se vuelva de nuevo a los vanos coloquios, a las socarronerías, a urdir engaños y a las detracciones. ¡Aparta todo esto de nosotros, Señor! Pero si tal vez por fragilidad humana resbalamos a cosas semejantes, que no desesperemos, sino que nuevamente acudamos al médico clemente, que levanta de la tierra al desvalido, y alza de la basura al pobre 36; y el que no quiere la muerte del pecador 37, nos curará y sanará de nuevo.

Ya es tiempo de que pongamos fin a la carta. Oremos, pues, a Dios para que los impedimentos, que nos retraen de su contemplación, nos los mitigue en la vida presente, y nos los quite completamente en el futuro, para que, por los grados que hemos tratado, nos conduzca de virtud en virtud, hasta que veamos al Dios de los dioses en Sión 38. Donde los elegidos percibirán la dulzura de la contemplación divina no gota a gota, y con interrupciones; sino que, repletos del torrente de delicias, tendrán un gozo sin fin, que nadie les quitará, y una paz inmutable, que es la paz eterna en Él.