EL AMOR A DIOS

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulo 1. LA CARIDAD ES CAMINO QUE LLEVA A LA VIDA. CÓMO HA Y QUE AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO

Necesitamos ser vigilantes, atentos, animosos y solícitos para indagar y aprender el modo y la manera de poder evitar las penas del infierno y conseguir la felicidad del cielo; puesto que no podremos evitar aquel tormento ni adquirir aquel gozo, si no es conociendo el camino para esquivar lo primero y poder alcanzar lo segundo.

Escuchemos, entonces, con gusto, y meditemos atentamente las palabras del Apóstol, donde manifiesta dos cosas, a saber: que la vida gloriosa del cielo es inefable, y cuál es el camino que conduce a esa vida. Porque dice: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni comprendió el corazón del hombre lo que Dios ha preparado para los que lo aman 1. Al decir que Dios ha preparado bienes para quienes lo aman, está mostrando que el amor es el camino por el que se llega a esos bienes. Pero no puede darse el amor de Dios sin el amor del prójimo, como atestigua San Juan, cuando dice: Quien no ama a un hermano suyo, a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve? Y el mandato que tenemos de Dios es que quien ama a Dios, ame también a su prójimo 2. En este doble amor consiste la verdadera caridad, de la que habla el Apóstol, cuando dice: Os vaya mostrar aún un camino mucho mejor 3. Ved cómo la caridad es el camino más excelente que lleva a la patria celestial, sin él nadie puede llegar allí. Pero ¿quién es el que anda por ese camino?, ¿quién lo ha conocido? El que ama a Dios y al prójimo.

¿Cómo debemos amar a Dios y al prójimo? Debemos amar a Dios más que a nosotros mismos, pero al prójimo como a nosotros. Amamos a Dios más que a nosotros, cuando anteponemos en todo los mandamientos suyos a nuestra voluntad, porque no se nos manda amar al prójimo más que a nosotros, sino como a nosotros, es decir, debemos querer y desear al prójimo todo el bien que debemos querer y deseamos a nosotros, sobre todo la felicidad eterna, y ayudarle a conseguirla, tanto en las cosas corporales, como en las espirituales, según lo pide la razón, y los recursos lo permitan. Por lo cual el Señor dice en el evangelio: Tratad vosotros a los demás como queréis que los hombres os traten a vosotros 4; Y el apóstol Juan dice: No amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad 5. Y ¿quiénes son los prójimos a los que debemos amar así? Ciertamente son todos los hombres, sean cristianos, judíos, paganos, tanto amigos como enemigos.

Capítulo 2. POR QUÉ Y DE QUÉ MODO NOSOTROS TENEMOS QUE AMAR A DIOS. EL AMOR DE DIOS SE ESTIMULA POR EL ASOMBRO DE LA CREACIÓN. LA CRIATURA RACIONAL ES DOBLE. PARA QUÉ FUE CREADA

Puesto que toda nuestra salvación consiste en el amor, tenemos que examinar con cuidado por qué y cómo debemos amar a nuestro Señor. En efecto, nada más eficaz para excitar en nosotros el amor, para alimentarlo y aumentarlo, como la reflexión constante y diligente de sus beneficios. Nos ha dado y colmado de tantos beneficios que nuestra alma desfallece, y termina anonadada por completo ante la consideración de tantos beneficios suyos. Y aunque no podamos devolverle tanto amor y reconocimiento y tantas acciones de gracias, como conviene, con todo debemos compensarle con cuanto amor y gratitud seamos capaces. Aquí está el por qué nosotros debemos amar también mucho al Señor, es decir, por sus beneficios, porque nos los ha dado sin mérito alguno nuestro por su gran piedad, por su bondad totalmente gratuita. Y cómo nosotros debemos amar a Dios lo manifiesta aquel mandamiento suyo, que ordenó El con insistencia, y que quiso que fuera cumplido con exactitud 6. Escucha, hombre, el mandamiento que es el principal y primero de todos los mandamientos; te repito, escúchalo con atención, guárdalo en la memoria, medítalo de continuo, y cúmplelo con todas tus fuerzas exactamente, con asiduidad y perseverancia. Este es ese mandamiento: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, es decir, con todo el entendimiento; y con toda tu alma, es decir, con toda tu voluntad: y con toda tu mente 7, es decir, con toda la memoria: de manera que le consagres a Él todos tus pensamientos, toda tu vida y todo tu entendimiento.

Pero, porque quizá piensas que Dios a ti te ama poco, y no dudas en amarle también a Él poco; examina y repasa en tu espíritu los dones y beneficios que te ha dado y los que te ha prometido, para que te convenzas de que tú debes amarle a Él apasionadamente.

Y para excitar y acrecentar más en ti el amor de Dios, considera con atención por quién, por qué y para qué fue creado el hombre, y qué cosas creó Dios por el hombre. Has de saber que la causa de todas las cosas creadas, celestes y terrestres, visibles e invisibles, no es otra que la bondad del Creador, que es Dios único y verdadero, cuya bondad es tan grande que ha querido que otros sean partícipes de su felicidad, por la cual Él es feliz eternamente, felicidad que vio que podía comunicarla sin que pudiese disminuir lo más mínimo. Este bien que era El mismo, y por el cual El mismo es feliz, quiso comunicarlo a otros por su sola bondad, no por necesidad, porque era propio del sumo Bien querer hacer el bien, y del omnipotentísimo no poder hacer mal alguno. Y, porque nadie puede participar de su felicidad si no es por la inteligencia, de modo que tanto más se participa, cuanto más se comprende, creó Dios la criatura racional, para que entendiera el sumo Bien, entendiendo lo amara, amando lo poseyera, y poseyéndolo lo gozara. Y la distinguió de esta manera: que una parte permaneciese en la pureza de su ser, sin que se uniese a un cuerpo, a saber, el ángel; otra parte que se juntase a un cuerpo, a saber, el alma.

Según esto, la criatura racional se divide en incorpórea y corpórea. La incorpórea es el ángel; la corpórea en cambio se llama hombre, porque consta de alma racional y de cuerpo. Por tanto la formación de la criatura racional tuvo como causa primera la bondad de Dios. En resumen, el hombre y el ángel fueron creados por la bondad de Dios. Efectivamente, existimos porque Dios es bueno; y en cuanto que existimos, nosotros somos buenos. ¿Para qué, pues, ha sido creada la criatura racional? Para alabar a Dios, para servirle, para gozar de Él. En todo esto ella misma es la que se aprovecha, no Dios. Porque Dios, que es perfecto y pleno de la suma bondad, no puede ni ganar ni perder nada. Y porque la creación de la criatura racional por Dios hay que referirla a la bondad del Creador y a la utilidad de la criatura, debemos responder que: por la bondad de Dios y por la utilidad de la criatura, con que le resulta ventajoso servir a Dios y gozar de Él.

Capítulo 3. TODO ES DEL HOMBRE

El ángel y el hombre fueron creados por Dios, no porque Dios creador y sumamente feliz tuviese necesidad de su servicio, porque El no necesita de nuestros bienes, sino para que le sirvan y gocen de Él, pues servirle a Él es reinar. Y aquí el provecho es para el servidor, no para el que es servido.

Y como el hombre ha sido creado para Dios, esto es, para servirle, el mundo ha sido creado para el hombre, es decir, para que le sirviese. Así pues, el hombre está en el medio, entre Dios y el mundo, para servir y para ser servido, para abarcar los dos extremos, y para que todo revierta en bien del hombre, tanto el obsequio que recibe como el que él da. Porque Dios ha querido que el hombre le sirva de modo que con su servicio no sea Dios quien se aprovecha, sino el mismo hombre; y quiso que el mundo sirviese al hombre, para que además se beneficiase él mismo igualmente. En consecuencia todo era bien del hombre, tanto lo que fue creado para él, como aquello para lo cual él fue creado. Porque, dice el Apóstol, todas las cosas son nuestras 8: a saber, las cosas superiores, las iguales y las inferiores. Las cosas superiores ciertamente son nuestras para gozar, como Dios Creador Trinidad; las cosas iguales son nuestras para convivir, es decir, los ángeles, que aunque ahora son superiores a nosotros, en el futuro serán iguales 9; Y las cosas inferiores son nuestras, porque sirven para nuestro uso, como cuando decimos que los bienes de los señores son de los servidores, no a título de propiedad, sino de usufructo. En algunos pasajes de la Escritura está escrito que hasta los mismos ángeles son enviados para servicio nuestro, por eso el Apóstol afirma: Que todos los espíritus en funciones son enviados al servicio de los que han de heredar la salvación 10. Esto a nadie debe parecer algo increíble, cuando hasta el mismo Creador y Rey de los ángeles ha venido no a ser servido, sino a servir y a dar su vida por muchos 11. Se dice que los ángeles presentan nuestras oraciones y ofrendas a Dios; no porque enseñen algo a Dios, que conoce todas las cosas, tanto antes de que sucedan, así como después; sino porque consultan su voluntad divina sobre todo, y lo que llegan a conocer que es voluntad de Dios, eso nos lo anuncian a nosotros de una forma clara o misteriosa. Por eso el ángel dice a los hombres: Cuando orabais, yo presentaba a Dios vuestra oración 12. Lo mismo cuando oramos nosotros, no es que enseñemos a Dios algo, como si El no supiese qué queremos, y qué necesitamos, sino que la criatura racional necesita dirigir hacia la verdad eterna las causas temporales, ya para pedir lo que le conviene, ya para consultar lo que debe hacer. Así pues, la caridad supereminente de Dios nos envía desde lo alto de los cielos a los ángeles para que nos consuelen, nos visiten y nos ayuden en orden a Dios, en orden a nosotros, y en orden a ellos mismos. Principalmente en orden a Dios, porque es tan grande su piedad, que ellos imitan, como es digno, las entrañas misericordiosas de Dios para con nosotros; en orden a nosotros, porque nos compadecen sobre manera por su propia semejanza con nuestra naturaleza; en orden a ellos mismos, porque están deseosos de que sus filas se completen con nosotros.

Capítulo 4. DIGNIDAD DEL ALMA. RECONOCIDA POR EL AMOR DE DIOS HACIA ELLA. A QUIEN SIRVEN TODAS LAS COSAS POR GRACIA DE DIOS. CÓMO HAN DE SER AMADAS LAS COSAS CREADAS, Y CÓMO EL CREADOR

En primer lugar que cada uno se examine atentamente a sí mismo y, cuando haya reconocido su dignidad, para no injuriar a su Creador, que no ame las cosas inferiores a él. En efecto, hasta las cosas que en sí mismas son hermosas, pierden valor comparadas con otras más hermosas; y como es impropio asociar lo deforme con lo hermoso, así es completamente impropio igualar las cosas que sólo tienen una mínima o imaginaria belleza con las cosas que son más bellas. Entonces, fíjate bien, alma, en tu propia belleza, y entiende cuál es la belleza que debes amar. Porque, si esa visión interior tuya está quizá obscurecida por tu negligencia, y eres incapaz de contemplarte a ti misma como lo exigen tu dignidad y tu interés, ¿por qué al menos no sopesas y valoras con el juicio de otros lo que debes estimar y valorar de ti misma? Tienes un esposo, y no lo conoces. Es el más hermoso de todos, y no has visto su rostro. El sí te ha visto a ti, porque, si no, no te amaría. El no ha querido aún descubrirse ante ti; pero te ha enviado sus dones, te ha dado las arras, como prenda de amor y señal de su predilección. Si pudieras conocerlo, si vieras su hermosura, no dudarías jamás de tu belleza, porque sabrías que un esposo tan bello, tan hermoso, tan distinguido, y tan extraordinario no se habría enamorado de ti al verte, si tu encanto singular y tu atractivo sobre otros no le hubiese impresionado. ¿Qué vas a hacer entonces? Por ahora no puedes verlo, porque está oculto; y por eso ni temes ni te avergüenzas de ofenderlo, porque desprecias su amor singular, y te prostituyes torpe e impúdicamente a la pasión de un extraño. No obres así. Si aún no eres capaz de conocer quién es el que te ama, fíjate al menos en las arras que te ha dado, porque quizá a la vista de esos dones suyos que están ,en tu poder, puedas reconocer con qué cariño debes amarlo, y con qué empeño y diligencia debes guardarte para El. Sus arras son insignes, un regalo regio; porque ni convenía a su grandeza hacer regalos pobres, ni siendo tan sabio habría otorgado cosas grandes por poco precio. Porque es muy grande lo que te ha dado, pero es de mayor valor lo que Él ama en ti. Es decir, que es algo muy grande lo que te ha dado.

¿Qué es lo que te ha dado tu esposo? Observa todo este universo mundo, y considera si hay algo que no sea para tu servicio. Toda la naturaleza sigue su curso para obedecer tus órdenes, ponerse a tu disposición, servir a tus necesidades y placeres con abundancia asegurada. Cielo, tierra, aire, y mar, con cuanto contienen, nunca cesan de regalarte. Las estaciones, al renovarse cada año y revitalizar lo viejo, reformando lo caduco y restaurando lo fungible, te ayudan con alimentación perpetua. ¿Quién crees que ha instituido todo esto? ¿Quién ha ordenado a la naturaleza que te sirva así con una armonía tan perfecta? Disfrutas el beneficio, y no reconoces a su autor. El don es manifiesto, el donante oculto, y sin embargo tu misma razón no te permite dudar de que todo esto no es algo que te sea debido a ti, sino que es un beneficio gratuito. Así pues, quienquiera que sea, nos ha dado mucho; y quien ha querido darnos tanto, es que nos ha amado mucho. Por tanto, sus dones demuestran tanto las pruebas de su amor como los motivos del amor que le debemos. ¡Qué locura no desear espontáneamente el amor de un bienhechor tan poderoso! ¡Qué impiedad, y qué perversidad no amar a tan gran amador!

Ya que amas todas estas cosas, ámalas como súbditos, como servidores, como arras del esposo, como regalos del amigo, y favores del Señor, de tal modo que recuerdes siempre que se lo debes a Él; y no por sí mismas, sino por Él, ni a ellas con Él, sino por su causa; y por medio de ellas, y por encima de ellas le ames a É1.

Capítulo 5. REPASO A LOS BENEFICIOS DE DIOS

Cuídate, alma, de ser llamada meretriz, lo que Dios no permita, si es que amas los regalos del donante más que el afecto del amante. La injuria que haces a su amor es tanto mayor cuanto que hasta recibes sus dones, y, sin embargo, no correspondes a las muestras de su amor. O bien, si puedes, rehúsa sus dones, o, si no puedes rehusarlos, correspóndele amor con amor. Ámalo a Él por sí mismo, y ámate a ti por amor a Él; ámalo a Él para que goces de Él, y ámate a ti, de modo que Él, sea quien te ame. Ámalo en los dones que Él te ha concedido. Amalo a Él para ti, y también ámate a ti para Él. Ese es el amor puro y casto, que nada tiene de impuro, nada de amargo, nada de transitorio.

Así pues, considera, alma mía, los dones que has recibido tanto en común con las demás criaturas, como los especiales con algunas, y los singulares que tú sola has recibido. El te ha amado en todos esos bienes tanto en los comunes de todos contigo, como en los especiales con algunos, y en los singulares concedidos a ti sola. Además te ha amado a ti como a todas las demás criaturas, porque te ha hecho partícipe en común con ellas de sus dones. Te ha amado a ti más que a las demás, porque te ha distinguido a ti con el don de una gracia singular. Has sido amada entre todas las criaturas; has sido amada con todos los buenos, y por encima de todos los malos; y para que no te parezca poco que has sido amada más que todos los malos, ¿cuántos son los buenos que han recibido menos que tú?

Capítulo 6. EL BENEFICIO DE LA CREACIÓN. EL BENEFICIO DE LA REPARACIÓN. EL VALOR DEL HOMBRE

Piensa, alma, en primer lugar, que no existirías alguna vez, y que, para que comenzaras a existir, has sido enriquecida con este don de Dios. En efecto, el don de Dios era para que fueras hecha. Pero, ¿es que a Él le habías dado algo antes de que tú fueras hecha? Ciertamente que no. Tú nada le habías dado; ni nada podías darle antes de que fueras hecha. Por cierto, aunque te hubiese concedido solamente la existencia, por eso solo merecería nuestra alabanza y nuestro amor eternos. Pero en realidad nos ha dado mucho más, porque nos ha dado no sólo el ser, sino también el ser bello y hermoso. Y, como tampoco quiso ponerse limites la liberalidad del mejor bienhechor, todavía nos ha dado algo más, y nos ha atraído más y más a su semejanza. Quiso atraer a Sí por medio de la semejanza a los que había atraído ya por medio del amor.

Además de que nos dio el ser, y el ser bellos, nos dio también el vivir: para que fuéramos superiores por la esencia a las cosas que no son, por la forma a las que son desordenadas, o incompletas e irregulares, y por la vida a las que son inanimadas. Grande es tu deuda, alma mía. Has recibido mucho, sin tener nada de tu parte, y por todo ello no tienes otra cosa que dar sino el pago de tu amor. En efecto, lo que se te ha dado por amor, nada mejor y más apropiado que pagarlo con amor, ya que lo has recibido por amor.

Ahora empezaré a contarte todo lo que hizo este esposo tuyo, que se mostró tan excelente al crearte, y se dignó humillarse cuando te redimió. Allí se mostró tan sublime, aquí tan humilde; con todo no es menos amable en su pequeñez que en su grandeza; porque tampoco es menos admirable en uno y otro caso. Entonces, al crearte, su poder te colmó de dones, ahora, al redimirte, su misericordia soportó por ti las pruebas más crueles. Para devolverte al lugar de donde habías caído, El mismo se dignó descender hasta el lugar donde estabas caído; y para recuperarte con justicia todo lo que habías perdido, El mismo se dignó tomar piadosamente sobre Sí los sufrimientos que tú padecías. En consecuencia, El descendió del cielo, tomó tu naturaleza, sufrió, venció y te restauró. Descendió a la condición mortal, tomó nuestra mortalidad, sufrió la pasión, venció la muerte, y restauró al hombre.

Considéralo, alma mía, y enmudece ante tantas maravillas, ante tantos beneficios y bondades para contigo. Medita cuánto te amaría el que se dignó obrar cosas tan grandes por ti. Fuiste creada bella por la gracia de su creación, y tú te volviste fea por tu iniquidad; pero de nuevo fuiste purificada y hermoseada por su piedad, obrando siempre en ambos casos su caridad. Antes, cuando no existías, El te amó para crearte; después, cuando eras fea, El te amó para hacerte hermosa; y para demostrarte lo mucho que te amaba quiso librarte de la muerte, solamente muriendo El mismo; y, como si no bastasen los beneficios tan grandes de su piedad, te muestra además el afecto verdadero de su amor.

El Creador piadoso infundió al primer hombre desde arriba el soplo de la vida son su inmensa bondad; pero con caridad mucho mayor dio por el hombre no sólo las cosas suyas, sino que hasta Él mismo se da y se sacrifica a Sí mismo por el hombre, En verdad que es grande proceder de Dios, porque me siento ser obra suya; pero mucho más es que veo que Él mismo se ha convertido en mi precio, porque la misma redención se realiza con un don tan copioso que el hombre parece alcanzar el mismo valor de Dios. ¡Feliz culpa mía, que, mientras el amor le atrae para lavarla, a la vez ese mismo amor me tiende sus brazos para desearlo, y para buscarlo a Él ardientemente con todas las entrañas! Jamás conocería tan bien su amor, si no lo hubiese experimentado en tantos y tan grandes peligros. ¡Oh feliz caída, porque después he resucitado más feliz que antes! Imposible imaginar una predilección más grande, un amor más sincero, una caridad más santa, un afecto más ardiente. Murió por mí el inocente, sin encontrar en mí nada que le agradara. ¿Qué amaste, Señor, en mí, y hasta tal punto me has amado, para que murieras por mí? ¿Qué de importante encontraste en mí, que quisiste sufrir tantos y tan duros tormentos?

Capítulo 7. EL BENEFICIO DE LA VOCACIÓN A LA FE

Pero eso no es todo, porque ponte a pensar ¿cuántos y de qué calidad, comparados contigo, fueron rechazados, sin poder conseguir la gracia que a ti te ha sido dada? Ciertamente has oído que desde el principio del mundo hasta hoy han pasado muchísimas generaciones, las cuales, sin conocer a Dios y sin el rescate de su redención, han perecido en la muerte eterna. Tu Redentor te ha preferido a ti a todos ellos, al darte esa gracia que ninguno de ellos mereció recibir. Tú sola fuiste escogida entre todos; y, al elegirte a ti, ninguna otra causa podrás encontrar que el amor único de tu Salvador. De esa manera te ha elegido y te ha preferido a ti tu esposo, tu amador, tu Dios y Redentor tuyo. Te ha escogido entre todos, te ha preferido a los demás, y te ha amado más que a todos. Te ha marcado con su nombre, a fin de que su recuerdo estuviese siempre contigo. Quiso que compartieras su nombre, de modo que fuera en ti verdaderamente una realidad, porque te ha ungido con el mismo óleo de la alegría, con el que El también fue ungido 13, de modo que has sido ungido por el Ungido, porque cristiano viene de Cristo. ¿Es que tú fuiste más fuerte, más sabio, más noble, más rico que los demás, para haber merecido alcanzar una gracia especial sobre todos ellos? ¿Cuántos fuertes, sabios, nobles y ricos han existido; y sin embargo, perecieron abandonados y rechazados? Es innegable que ha hecho mucho por ti, porque, cuando antes estabas manchada, y contaminada, eras deforme, estabas escuálida y llena de andrajos, desgarrada y hecha jirones, objeto de horror y de asco; sin embargo, Dios, Señor tuyo, te amó de tal modo que te ha enriquecido con tantos y tan grandes dones de su gracia. Puesto que si antes no hubieras sido cuidadosamente, con desvelo apasionado, cultivada y embellecida de modo conveniente, nunca habrías sido digna de ser introducida en el tálamo del esposo celestial. Ahora, pues, mientras hay tiempo, cultiva, alma mía, tu forma, embellece tu cara, dispón bien tu exterior, elimina la suciedad, recobra la limpieza, conviértete, guarda la disciplina, y mejorando, por fin, del todo, muéstrate con denuedo esposa digna de tu digno Esposo. Prepárate, por tanto, como conviene a una esposa del esposo inmortal, a la esposa del reino celestial.

Capítulo 8. DON DE LAS VIRTUDES. CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DE DIOS

Has de saber también que debes a su amor todo eso que tienes a tu disposición para que puedas embellecerte; porque nada tendrías de ti misma, si no lo recibieras de Él. Además has recibido de Él como vestidos para cubrirte las obras buenas, y como joyas y adornos diversos el que puedas adornarte y embellecerte con los frutos de las limosnas, los ayunos, las oraciones, las vigilias sagradas, y las demás obras de piedad; también te ha concedido copiosamente todo lo que puede servir para la salud, la alimentación, para restaurar la belleza, para aumentar los encantos. Contempla con qué distribución tan copiosa te ha venido todo por todas partes. Tú no tenías nada, y te lo dieron; lo habías perdido, y te lo devolvieron; nunca te abandonaron, para que conozcas el amor tan grande del que te ama. Él no quiere que te pierdas, por eso te espera con infinita paciencia, y te concede piadosamente que, si tú quisieras, puedas reparar una y otra vez lo que has perdido con tu negligencia. Y ¡cuántos han perecido ya de los que recibieron todo eso contigo, pero que no han merecido recuperar nuevamente contigo los dones que habían perdido! Tú has sido amada más que todos, porque se te devuelve tan bondadosamente lo que habías perdido, mientras que a ellos les es negado con tanto rigor. Jamás te ha negado a ti la gracia, que siempre te ha dado, para hacer el bien. Si haces grandes obras, eres engrandecido con misericordia; pero cuando no las haces, eres humillado para tu salvación. Porque El sabe mejor que tú lo que te conviene; y por tanto, si quieres pensar rectamente de Él, comprende que todo lo que ha hecho contigo lo ha hecho por, tu bien. Porque es tal el amor de Dios entre nosotros que, cuanto se hace insufrible a la debilidad humana, El en su bondad no lo permite sino para bien nuestro. Quizás no tienes la gracia de las virtudes, pero entonces, cuando el ímpetu de los vicios te sacuda, te afirmarás mejor en la humildad. Pues la debilidad del humilde agrada más dulcemente a Dios que la virtud del soberbio. No tengas la más mínima audacia de prejuzgar las disposiciones divinas, antes bien pídele siempre con temor y reverencia que, según El te conoce, venga en tu ayuda; que piadoso borre las reliquias del pecado que quedan en ti; que benigno perfeccione el bien comenzado; y que te lleve hasta Él mismo por el camino que más le plazca.

Capítulo 9. IMPORTANCIA DE LOS DEMÁS BENEFICIOS

¿Qué debemos hacer, alma mía, por Dios nuestro Señor, de quien hemos recibido tantos bienes? No contento con darnos los mismos bienes que a los demás, hasta en nuestras miserias hemos experimentado su amor especial, para que le amemos extraordinariamente tanto por los bienes como por los males. Tú me has dado, Señor, el don de conocerte; y, más que a otros, el conocer muchos de los secretos que tú has revelado. A muchos de mis coetáneos los has dejado en las tinieblas de la ignorancia, y a mí, sobre ellos, me has infundido la luz de tu sabiduría; me has dado la facultad de sentir, un entendimiento ágil, una memoria tenaz, la eficacia en las obras, la gracia en la conversación, el progreso en los estudios, el éxito en lo emprendido, el consuelo en las adversidades, la cautela en la prosperidad; y adondequiera que me vuelva siempre me ha acompañado tu gracia y tu misericordia. Y muchas veces, cuando me he visto perdido, repentinamente tú me has librado; cuando yo me extraviaba, tú me atrajiste al buen camino; estaba en la ignorancia, y me instruiste; había pecado, y me corregiste; estaba triste, y me consolaste; cuando caí, me levantaste; cuando estuve en pie, me tenías de la mano. Tú me has concedido conocerte con mayor verdad, amarte con más pureza, creer en ti con más sinceridad, y seguirte con más amor. Señor, Dios mío, dulzura de mi vida, y lumbre de mis ojos, ¿cómo podré pagarte por todos los bienes que me has dado? Quieres que te ame.

Pero ¿cómo y cuánto te voy a amar? Y ¿quién soy yo para amarte? Y, sin embargo, he de amarte a ti, Señor, mi fortaleza, mi fundamento, mi refugio y mi libertador, mi Dios, mi ayuda, mi protector, fuerza de mi salvación, y mi guía. ¿Qué más voy a decir? Que tú, Señor, eres mi Dios.

Capítulo 10. LA PROVIDENCIA DE DIOS SOBRE NOSOTROS

Señor y Dios mío, son muchos e innumerables los beneficios que me has concedido, y será muy agradable para mí pensar de continuo en ellos, hablar de ellos sin cesar y darte gracias en cada instante, para que pueda alabarte y amarte por todos tus beneficios. Ahí tienes, alma mía, tus arras; y en esas arras reconoces a tu esposo. Guárdate, pues, para El, intacta, inmaculada, incontaminada e íntegra. Si antes eras una corrompida, ahora te ha convertido en virgen; y como su amor suele devolver la integridad a los corruptos, también suele conservar la castidad a los que son puros. Piensa constantemente cuánta misericordia ha derrochado contigo, y valora en ello la grandeza de su amor, puesto que reconoces que jamás ha cesado de hacerte beneficios. Me parece, en efecto, cuando pienso en sus bondades para conmigo, como si Dios, por así decirlo, no tuviese otra ocupación que atender a mi salvación; y le veo tan ocupado en mi custodia, como si se olvidara de todo, y quisiera, dedicarse sólo a mí. Dios siempre se me hace presente, se me ofrece siempre dispuesto; dondequiera que vaya, Él no me abandona; en todas partes me acompaña; en todo lo que hiciere me ayuda, y, en fin, ve todas mis acciones, y en su gran bondad, me presta su asistencia especial, como se demuestra palmariamente por los efectos de su gracia. De lo cual se sigue que, aunque sea invisible para nosotros, nunca podemos huir de su presencia. ¿Y ese toque dulce que yo experimento con su recuerdo y que me impresiona con tanta fuerza y suavidad, que comienzo como a estar toda enajenada de mí misma, y abstraída no sé cómo? De repente no soy la misma, y cambiada del todo comienzo a tener un bienestar que no soy capaz de explicar. La conciencia rebosa de júbilo, se olvida la miseria de los dolores pasados, el alma se regocija, el entendimiento se ilumina, el corazón se embellece, los deseos se inundan de felicidad. Aunque no sé dónde, me encuentro en otro lugar, y como que poseo algo interiormente con los abrazos del amor, sin saber qué es; y sin embargo me esfuerzo con todo entusiasmo por poseerlo siempre y no perderlo jamás. El alma lucha de algún modo gozosamente para no apartarse de aquello que ha querido siempre abrazar; y como si allí encontrase la meta de sus deseos, salta de un júbilo grandioso e inefable, sin desear otra cosa ni apetecer nada más, y queriendo permanecer siempre así, ¿No es ése el Amado? En verdad que Él es mi Señor, el que viene a visitarme, pero ahora viene invisible, oculto, incomprensible; y viene para tocarme, no para que yo lo vea; viene para ayudarme, no para que yo lo abarque; viene no para darse ahora todo entero, sino para darnos a gustar su dulzura, no para colmar el deseo ni mostrar la plenitud de su perfecta hartura. Y todo esto pertenece a las arras de su desposorio, porque el que algún día se te mostrará y dará para siempre, ahora se te muestra de algún modo para que le gustes y veas cuán dulce es.

Capítulo 11. EL DON DE LA VIDA. LOS DELEITES SENSIBLES Y OTROS BENEFICIOS

Así pues, tú debes amar mucho a tu Dios, porque te ha concedido tantos beneficios. Más aún, para que te enciendas más en su amor considera con cuidado cómo, además de los beneficios anteriores, te ha concedido muchos más. Y como ves los bienes aquí recordados que te ha dado, debes mostrarte muy agradecido y devoto a quien tales favores te ha hecho, y decirle, dándole gracias: debo amar a mi Dios, porque sacando el bien del mal de mis padres, me ha creado de su carne, e infundió en mí el soplo de la vida, tratándome mejor que a los abortivos, arrancados del útero, que a los ahogados dentro de las entrañas de sus madres que parecen concebidos para el castigo y no para la vida. Si yo he recibido el ser, y el ser hombre, el entendimiento para distinguirme de los animales. He recibido la forma del cuerpo, y con la diferenciación de los sentidos: ojos para ver, oídos para oír, nariz para oler, manos para palpar, paladar para gustar, pies para andar, y, en fin, la misma salud del cuerpo. También ha habido otro grandísimo beneficio que Dios creó para la agudeza sensorial de cada sentido: los estímulos y deleites convenientes a cada uno: armoniosos, olorosos, sabrosos, y luminosos. Realmente, la providencia del Creador ha puesto en las cosas cualidades tan diversas que todos y cada uno de los sentidos del hombre pueden encontrar sus propios deleites. En efecto, una cosa percibe la vista, otra la olfacción, otra el oído, otra el olfato, otra el gusto, y otra el tacto. La belleza de los colores deleita la vista, la dulzura del canto acaricia los oídos, la fragancia de los olores halaga el olfato, la dulzura de los sabores regala el gusto, la suavidad del contacto recrea el tacto. Y ¿quién es capaz de enumerar la gama inmensa de deleites de los sentidos? Porque son tantos y tan variados en cada uno, que, si alguien los examina por separado, enseguida ve que cada uno tiene los suyos propios. ¡Cuántos placeres de los ojos descubrimos en la variedad de colores, cuántos deleites de los oídos oímos en la diversidad de sonidos; y, sobre todos ellos, cuántos dulces coloquios para intercambiar los hombres sus sentimientos, para recordar las cosas pasadas, relatar las presentes, anunciar las futuras y revelar las ocultas de tal manera que, si careciese de estos dones, la vida humana sería semejante a la de los animales!

Y ¿por qué no recordar los conciertos de las aves, la dulce melodía de la voz humana, las modulaciones armoniosas de todos los sonidos? Porque son tantos los géneros de la armonía que no puede fácilmente ni el pensamiento recorrer, ni la palabra explicar; y sin embargo todos son para servir al oído, y para su deleite. Lo mismo cabe decir del olfato: cada perfume tiene su olor, y todas las cosas, que desprenden su propio suave olor, y exhalan exquisitos aromas, han sido hechas al servicio del olfato y para su deleite. Igualmente el gusto y el tacto tienen su diversidad de deleites, que se puede explicar suficientemente por la analogía de los anteriores. Sin duda está también el gran don de la salud, que Dios creó para mí unos miembros sanos e íntegros de modo que ni a los míos causasen pena ni irrisión a los extraños. Aún he recibido más: una mente que puede entender, que puede captar la verdad, que puede discernir lo justo de lo injusto, para que sea capaz de buscar y desear al Creador, de alabarlo y de unirme a Él.

Valoro también otro gran beneficio, que Dios ha querido que yo naciera en este tiempo y entre tales personas, por medio de las cuales yo pudiese llegar a la fe en Dios y a sus sacramentos. Veo que ha sido negado a innumerables hombres esto que yo me alegro de haber recibido, y eso que todos tenemos una misma condición. Y aquéllos fueron abandonados por justicia, en cambio, yo he sido llamado por su gracia. Continuaré todavía, porque veo el gran don de Dios que fue el ser educado por mis padres, que ni el fuego me ha dañado, ni el agua me ha sorbido ni el demonio me ha maltratado, ni me han herido las fieras, ni he perecido por un precipicio, y, en fin, que he sido alimentado en la fe y en la buena voluntad hasta una edad conveniente.

Capítulo 12. LA DIVINA LARGUEZA. TRES MANERAS DE SER LIBRADOS DEL PECADO. EL ÁNGEL DE LA GUARDA.
EL PECADOR CONMUEVE A TODA LA CREACIÓN.
CON CUÁNTA LIBERALIDAD PERDONA DIOS

Señor Dios, has tenido gran piedad para conmigo. Y, aun cuando eres admirable en todas tus obras, todavía eres más admirable en la ternura de tu piedad, porque a ninguno desprecias, a nadie rechazas ni aborreces, a no ser al insensato que te haya odiado. Repito, pues, Señor, que todos éstos son dones que me has concedido por tu misericordia: que Tú, clemente, me has salvado cuantas veces me encontré en peligro; que nunca pudo disminuir tu misericordia para conmigo a causa de mis pecados; que aun olvidado de Ti me interpelaste, apartado me hiciste volver, y cuando volvía a ti me acogiste benignamente, cuando me arrepentía perdonaste no sólo los pecados que había cometido, sino también los que Tú impediste que cometiese, porque tengo que pensar que he sido perdonado por ti cuantas veces con tu protección no cometí el pecado; en efecto, como he caído en muchos pecados, así habría caído en muchos más, si Tú no me hubieses protegido. Por otra parte, he de recordar los tres modos como he sido preservado de los pecados, a saber: por la preservación de la ocasión, por la fuerza dada para resistir, y por el deseo sano del bien. Realmente habría caído en muchos pecados, si hubiera tenido la ocasión, pero que la misericordia de Dios alejó de mí esa oportunidad. Además, habría caído en muchos pecados quizá gravemente cometidos por la violencia de la tentación, pero tú, Señor, me diste fortaleza para vencer mi pasión y no consentir en modo alguno a la concupiscencia que sentía. Más aún, tu misericordia, Señor, me alejó de ciertos pecados de tal modo que, inspirándome horror a ellos, ni siquiera la tentación me molestase lo más mínimo. Y, por cierto, la prueba de tu gran bondad, Señor Dios, es ésta: que yo, desgraciado, te he irritado, he hecho el mal en tu presencia, he provocado tu furor y merecido tu ira; yo he pecado y tú me has sufrido, te fui infiel y todavía me esperas. Cuando me arrepiento, tú me perdonas; si vuelvo, me recibes; incluso cuando soy remolón, tú me estás aguardando; me vuelves a llamar, cuando voy perdido, me invitas a pesar de mis repugnancias, me estimulas, cuando soy indolente, me abrazas al volver, me enseñas, porque soy ignorante, me consuelas cuando estoy triste; tú me levantas de la ruina, y me curas después de la caída, me atiendes si te lo suplico, te haces presente, cuando te busco y me abres al llamarte; tú me enseñas el camino del bien y me das prudencia para caminar. Otra gran prueba de tu bondad, Señor, es que me has colmado de bienes, incluso antes de que yo fuera capaz de pedirlos, de desearlos o conocerlos. Y eso no es todo, Señor, sino que, después de que te conocí, y pude suplicarte, buscarte, desearte y unirme a ti, tu bondad gratuita no ha cesado de regalarme tus bienes, aunque yo no te lo pedía, ni te buscaba, ni te deseaba, incluso cuando no te estimaba y hasta te aborrecía. Reconozco también como uno de los mayores beneficios el haberme concedido desde el mismo nacimiento hasta mi último suspiro un ángel de paz para guardarme. Lo cual hace decir a un santo (San Jerónimo): «Grande es la dignidad de las almas porque desde el mismo nacimiento cada una tiene un Ángel delegado para su custodia».

Además, me has mostrado, Señor, que tu bondad es grande para conmigo, porque has soportado mis iniquidades con tu maravillosa paciencia. Te debo gracias continuas, porque no me has tratado según mis iniquidades, por no haberme tragado la tierra, ni haberme fulminado el cielo, ni abrasado el rayo ni sorbido las aguas, y no me has castigado con un castigo especial, incluso con la muerte, como he merecido. Cierto que, cuando al pecar me apartaba de ti, no sólo he merecido tu ira, sino que también he provocado contra mí a toda la creación. En efecto, si un siervo abandonase a su señor, exacerbaría no sólo al señor, sino que además toda su familia participaría de su justa indignación. Luego cuando te he ofendido a ti, Dios Creador de todo, con mi rebeldía he provocado la ira a toda la creación, de tal modo que el universo entero con toda justicia lucha contra mí y a tu favor. La tierra podría decirme con razón: no debía aguantarte, sino más bien tragarte, porque, al pecar, te has atrevido a apartarte de mi Creador, y te has entregado al enemigo, es decir, al diablo. El sol podría decirme también: No debo iluminar tu vida, sino para vengar a mi Señor, que es luz de luz y fuente de toda iluminación, negarte del todo mis rayos. De ese modo todas las criaturas se esforzarían en vengar tan gran injuria hecha a su Creador, si no frenara su ímpetu el mismo que las creó, y que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva. Así pues, siento por eso, Señor, que tanto más debo humillarme ante tu mano poderosa, y mostrarme tanto más agradecido, devoto, y dispuesto a servirte, cuanto más obligado, al darte cuenta por tantos y tan grandes beneficios tuyos para que la venganza por tanto tiempo diferida no castigue mis culpas con tanto mayor rigor cuanto más tiempo has tardado en castigarme.

Así pues, habiendo sido por tanto tiempo objeto de inmensa paciencia, reflexiona, alma mía, en la misericordia que Dios te ha mostrado, en sus designios de predilección que ha querido tener contigo, en la caridad infinita con que nos ha amado. Por estos motivos, el Señor te ha estado esperando incansablemente; apartando los ojos de mis pecados, como no queriendo ver cuánto le había ofendido. Podría decir por todo esto que El disimulaba para hacerme ver su paciencia, cumplir sobre mí sus designios, y confirmarme su caridad. Por medio de todo eso, como bien lo recuerdo, sacudió mi corazón para despertarlo haciéndome ver sus heridas de esos pecados, para que sintiese su dolor. También me atemorizó poniéndome a las puertas mismas del infierno, y mostrándome los suplicios preparados para los réprobos, de modo que no me quedase ya ningún deleite de malicia, para inspirarme mayor consuelo, me dio la esperanza del perdón, y después me lo otorgó. De este modo su perdón fue tan completo, y tan liberal el olvido de toda injuria, que ya ni condena por venganza, ni confunde con improperios, y mucho menos ama imputándome nada. En efecto, entre los hombres hay quienes perdonan pero a su manera, porque no se vengan, y sin embargo humillan; otros hay que, aun cuando no digan nada, con todo no lo olvidan y guardan rencor; y en ninguno de estos casos el perdón es completo. Muy distinta y distante es la benignidad de Dios, que obra con generosidad y perdona del todo, de tal modo que según la confianza de los pecadores, ya arrepentidos, donde ha abundado el pecado, hasta suele sobreabundar la gracia. Un testigo es Pedro, a quien a pesar de la triple negación le encomendó el cuidado pastoral de toda su Iglesia; otro testigo es Pablo, que de perseguidor de la Iglesia fue convertido en vaso de elección y doctor de los gentiles; otro testigo es Mateo, quien de publicano fue convertido en apóstol, otorgándole además que fuese el primer escritor del Nuevo Testamento.

Capítulo 13. EL DON DE LA CONTINENCIA Y SU TRIPLE ENEMIGO

Además de todo esto el Señor Dios me ha dado la continencia. Y me estoy refiriendo a la continencia no sólo de la lujuria, sino también, como es ineludible, de todos los demás vicios y pecados. Yo que antes apenas podía guardar continencia por tres días, después con la gracia de Dios he podido guardarla por mucho tiempo. Por lo cual creo que con toda razón puedo exclamar: porque el que es poderoso ha hecho obras grandes conmigo 14. Tal vez alguno tenga en poco la continencia, pero yo no opino así. Ya sé qué enemigos tiene y cuánta virtud es necesaria para poder resistir a semejantes adversarios. El primer enemigo de nuestra continencia es la propia carne que guerrea contra el espíritu. ¡Cuán familiar es el enemigo, cuán peligroso el combate, y qué guerra civil! Ni podemos evitar este enemigo tan peligroso, ni hacerlo huir; pero tenemos que convivir con él, porque está ligado a nosotros. Pero ¿qué hay más peligroso y miserable, que estar obligados a alimentar a nuestro enemigo, sin poder deshacernos de él? Ves, por tanto, con qué cuidado has de guardarte de ésa que duerme en tu seno. Y no es éste el único enemigo mío, tengo además otro que me acecha y asedia por todas partes. Este enemigo es el mundo presente corrompido, el cual a través de las cinco puertas, que son los cinco sentidos del cuerpo, me lacera con sus dardos, y hace que la muerte penetre por mis ventanales. El tercer enemigo es el perpetuo del género humano, la antigua serpiente más astuta que los demás animales. Es un enemigo que no podemos ver, y ¿cuánto menos evitar? Enemigo que siempre ataca, bien de una forma descarada y violenta, bien disimulada y engañosamente, pero siempre nos incordia y persigue con malicia y crueldad. ¿Y quién será capaz, no diré de vencer, pero ni siquiera de tolerar todo esto? Por eso lo he dicho para que destaque la dificultad de la continencia de modo que apreciemos los dones que Dios nos ha concedido 15; y así amemos más a quien nos ha dado esta fortaleza. Porque en realidad solamente practicamos esta virtud en el Señor, y es Él quien anula a todos los que nos atribulan. Él es quien destruye no sólo nuestra carne con sus vicios y concupiscencias, y este mundo corrompido con sus curiosidades y sus vanidades, sino que también pone bajo nuestros pies al mismo demonio con sus tentaciones. ¿No he dicho con toda razón que encontraría en la continencia motivos para exclamar: Que el que es poderoso ha hecho obras grandes conmigo?

Capítulo 14. LA ESPERANZA DE LA VIDA ETERNA ESTÁ EN TRES COSAS

Además el Señor Dios me ha concedido la gracia de merecer los bienes de la vida eterna; gracia que creo que consiste principalmente en tres cosas, a saber: en el odio de los pecados cometidos, en el desprecio de los bienes presentes, y en el deseo de los futuros. Después me ha dado la esperanza de alcanzar esos bienes, y que consiste en tres cosas: en tres cosas, repito, que fortalecen y afianzan mi corazón para que, firmemente enraizado en ella, ninguna penuria de méritos, ninguna consideración de la propia miseria, y ninguna presunción de la felicidad celestial pueda despeñarme de la celsitud de la esperanza. ¿Quieres saber, alma mía, cuáles son? Las tres cosas en las cuales considero que consiste toda mi esperanza son: la caridad de mi adopción, la verdad de la promesa, y el poder de la redención. Que mi pensamiento insensato murmure ya cuanto le plazca, diciendo: ¿Y quién eres tú, o cuánta es esa gloria, o con qué méritos esperas obtenerla? Yo responderé con inquebrantable confianza. Sé de quién me he fiado, y estoy seguro de que Dios me ha adoptado con su caridad infinita, de que es veraz en sus promesas, y de que es poderoso en sus obras; y puede hacer lo que quiera. Por consiguiente con toda justicia mi Dios merece ser amado.

Capítulo 15. OTROS BENEFICIOS RECIBIDOS. DEBEMOS BENDECIR A DIOS EN LOS BIENES Y EN LOS MALES

Efectivamente, ha sido obra de su gracia infinita: que Dios fue en busca mía, cuando yo huía de Él; que me animó, cuando temía; que me levantó a la esperanza, cuando estaba desesperado; que me colmó de beneficios, siendo ingrato; que me atrajo y me sedujo con el gusto de la dulzura interior, cuando estaba habituado a los deleites inmundos; que rompió las cadenas indisolubles de la mala costumbre, y, arrancándome del siglo, me acogió benignamente. Recuerda también, alma mía, aquellos beneficios de la divina bondad, que tú sola conoces con qué amable acogida Cristo te recibió, cuando renunciaste al mundo; con qué delicias te alimentó, cuando estabas hambrienta; qué riquezas de su misericordia te mostró; qué afectos te inspiró; con qué bebida de la caridad te embriagó. Pero gran beneficio suyo fue que, cuando yo era un siervo suyo fugitivo y rebelde, me llamó con su misericordia, y no me dejó privado de sus consolaciones espirituales. Por cierto, cuando yo era tentado, Él me sostenía; cuando estaba en peligro, Él me libraba; estando triste, me consolaba; si vacilaba, Él me afianzaba. Siempre que mi corazón estaba seco por el temor, Él, consolador piadoso, me atendía; cuantas veces me desazonaba por el miedo, Él se escanciaba cual vino generoso o aroma embriagador en mis entrañas. Recuerdo también cuántas veces me ilustraba con la luz de los sentidos espirituales cuando salmodiaba o leía, y cuántas, en tiempo de oración, me arrebataba a un deseo inefable de Él, cuántas transportaba mi mente, apartándola de las cosas terrenas, a las delicias y amenidades del paraíso. Omito otras muchas y grandes obras de su misericordia para conmigo, para que no parezca que me atribuyo a mí algo de la gloria, que es toda suya. Porque, según la valoración de los hombres, la bondad del que da y la felicidad del que recibe van de tal modo unidas que no sólo se alaba al dador, sino también al que recibe el don. En efecto, ¿qué tiene uno que no haya recibido? Y, quien ha recibido gratis ¿por qué va a ser alabado como si lo hubiera merecido? Luego a Ti solo, Dios mío, y gloria mía, toda la alabanza, a Ti solo toda acción de gracias; en cuanto a mí, que he cometido tantos pecados, y he recibido gratuitamente tantos bienes, la confusión y vergüenza.

Considera, pues, alma mía, lo mucho que hace brillar la bondad de Dios no sólo su generosidad, sino también nuestra iniquidad. Porque, si es gran bondad hacer muchos beneficios a los que no merecen nada, ¿cuál y cuán grande será otorgar grandes bienes a los que sólo merecen males? ¡Oh piedad infinita, que ninguna impiedad puede vencer! Por un lado Dios perdona con misericordia, por otro otorga beneficios con abundancia: perdona nuestros pecados, y otorga sus beneficios; siempre dispuesto a perdonar, pronto a hacer el bien; indulgente y generoso, siempre benigno, en todas partes bueno. Confesémosle, pues, nuestros pecados, y también nuestros beneficios; nuestros pecados, porque son obras nuestras, para que los perdone piadosamente; nuestros beneficios, porque son bienes suyos, para que los conserve y aumente. Hagamos esto sin desfallecer, para no aparecer ingratos ni por el perdón concedido ni por la gracia otorgada. Repito que esto debe hacer quien cree ser o desea ser amigo de Dios. Porque el amor verdadero todo lo confiesa. Y todo esto bien meditado ¿qué otra cosa ha de hacer sino arrebatar admirablemente el corazón, apartándolo por completo de todo otro amor, para amar a Dios que lo ha concedido, y adorarle con pasión? En cambio, si alguno ve que todos esos bienes no los ha recibido de Dios, y que por eso no le debe tan gran amor, tenga por cierto que no hay nadie que, si reflexiona, no descubra fácilmente múltiples razones para estar sumiso a Dios, para amarle con todas las fuerzas y todas las fibras del corazón, para poder siempre darle gracias continuamente. Incluso uno, a quien le falten las gracias necesarias para la salvación, ni entonces murmure de Dios ni le acuse de nada, porque Dios ha hecho todas las cosas con certísima y justa medida, el cual se compadece de quien quiere, y al que quiere lo endurece 16, porque puede dar sus dones como le plazca, y también puede retirarlos cuando quisiere. Por tanto, si todavía no tiene esos dones, que lo sienta, y que trabaje y ore para conseguirlos; y muéstrate agradecido a Dios por los bienes recibidos.

Capítulo 16. EL BENEFICIO DE LA REDENCIÓN. BIENES TERRENOS Y CELESTIALES

Grandes y muchos, más aún, innumerables, son los beneficios que tú, Señor, Dios mío, me has concedido; por los cuales con toda justicia mereces que te ame y siempre te alabe. En efecto, ¿qué bien puedo, he podido o podré tener que no venga de Ti, el sumo Bien, de quien procede todo lo que es bueno, y es la razón y el origen del bien? Pero entre todos esos beneficios hay uno que me enciende, me apremia, me mueve, y me impulsa a que yo te ame. Sobre todas las cosas, repito, es la muerte más ignominiosa y amarga, que sufriste para realizar la obra de la redención, la que te hace, oh buen Jesús, amable para mí. Sólo esto basta para reclamar del todo fácilmente para Ti toda nuestra vida, nuestros trabajos, nuestro homenaje, y, en fin, todo nuestro amor; repito, que esto es lo que excita mejor nuestra devoción, lo que más suavemente la nutre y más eficazmente la aumenta. Como que el Creador del mundo ha trabajado mucho en esta obra, y ni la misma creación del mundo le costó tantas fatigas. En efecto, sobre el mundo y las cosas que hay en el mundo lo dijo y todo fue hecho, lo mandó, y fue creado 17; en cambio, para redimir al género humano sufrió grandes, muchos y continuos trabajos y dolores. He aquí cómo nos amó quien, no por propia necesidad, sino solamente por nuestro amor padeció tan crueles e ignominiosos tormentos. Con razón, pues, he de decir que este beneficio solo es superior a todos los demás beneficios. Como quiera que regalar a uno sus propios bienes sea gran generosidad, ciertamente es mucho mayor darse a sí mismo por amor. Y si es prueba de amor grande dar la vida por los amigos, mucho mayor lo es entregarla por los enemigos, que es lo que hizo el Hijo de Dios por nosotros. Cuando todavía éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados por la muerte de su Hijo. Apenas habrá uno que muera por un justo, pero El murió por lo impíos, el justo por los injustos, para ofrecernos a Dios; El se exilió del cielo para repatriarnos a nosotros al cielo. ¡Qué piedad tan inefable, qué dulzura tan indecible de amor, qué dignación tan estupenda de caridad la de Dios al hacerse hombre por el hombre, Dios que se viste de carne por el hombre, que muere, y experimenta todas las pruebas a semejanza del hombre, menos el pecado! He ahí a qué precio y con qué trabajos redimió al pobre hombre, que por título estaba bajo el dominio del demonio; que si no hubiera sido rescatado ciertamente sería condenado con el diablo para siempre. Por eso he dicho todo esto para que el hombre comprenda cuánto debe amar a Dios; con cuánta paciencia y hasta alegría, y no sólo eso, sino también con qué entusiasmo debe soportar los trabajos y dolores por Aquel, que sufrió tantos y tamaños sufrimientos por nosotros. Porque había que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de los cielos 18. Así que mi alma, Señor Jesús, te abrace sobre la cruz, y que beba de tu preciosísima sangre; que esta suave meditación sea la ocupación de mi memoria, de tal modo que nunca se olvide totalmente de ella. Que decida no saber nada sino a Jesucristo, crucificado, para que mi ciencia no se extravíe de la firmeza de la fe; que ese admirable amor tuyo reivindique para sí todo el amor mío, para que la codicia del mundo no lo absorba. Que al alma que tu amor, Señor, ha llenado de dulzura, ni el temor la angustie, ni la contamine la concupiscencia, ni la ira la desgarre, ni la soberbia la arrebate, ni la avente el humo de las glorias fatuas, ni la agite el furor, ni el estímulo de la ambición la desgarre, ni la contraiga la avaricia; tampoco la tristeza la derrumba, ni la envidia la consume; finalmente ningún vicio la corrompe, cuando está sólidamente implantada en las dulzuras de su amor. ¿Quién, pues, da tanto a los suyos en la vida presente, y cuánto les reserva para el futuro? Lo que da en el presente son bienes temporales, en cambio, lo que Dios promete dar a los suyos para el siglo futuro son bienes eternos, incomparablemente mucho mejores que los bienes temporales. Porque los temporales se adquieren con dificultad, los adquiridos se pierden fácilmente, y hasta los bien conservados hay que guardarlos con serios cuidados, se pierden con dolor, y una vez perdidos se recuperan con grandes sacrificios. En cuanto a los bienes de la vida futura no se pierden nunca ni disminuyen, son poseídos con gozo y en paz, se poseen siempre, siempre son deseados, y jamás producen hastío. Una vez que se hayan conseguido estará tan seguro de que nunca los perderá, como está y estará seguro de que jamás los querrá perder.

Capítulo 17. LAS PROMESAS DIVINAS. NO PUEDEN PERDERSE

Por consiguiente, las promesas de Dios, que nos ha dado cosas tan grandes y nos ha prometido otras mayores, deben movernos a amarle mucho. Nos ha prometido el descanso después del trabajo, la libertad después de la esclavitud, la seguridad después del temor, el consuelo después de la aflicción, la resurrección después de la muerte y desde la resurrección el gozo pleno, sumo e indeficiente. Finalmente, se nos prometió a sí mismo, como juró a nuestros padres dársenas a sí mismo 19. Son, pues, las promesas divinas grandes e inefables, y por ellas y en ellas quiere de algún modo que le amemos. Si preguntas ¿cómo? El deseo ardiente de sus promesas es el mejor modo de amarle. Las promesas divinas, por más que se las desee, nunca se las deseará como debieran. Pues por mucho que adelantara todavía debe adelantar más. Por tanto ese deseo vehemente en modo alguno tiene medida porque nunca puede ser excesivo. Mientras que en las demás cosas la impaciencia suele ser una falta, en la expectación de tan gran promesa es laudable la impaciencia que no sabe esperar. Y mientras que la impaciencia de esperar mortifica más al que más ama y al que más desea, la esperanza que se retrasa aflige al alma, porque todos estos bienes son poseídos en la patria celestial. Por eso comenzaremos hablando de ese bien, que es el bien sumo de todos los bienes, qué sea su naturaleza, y cuál su excelencia.

Capítulo 18. LA FELICIDAD DE LOS ELEGIDOS. EL GOZO. EL MUTUO CONOCIMIENTO. LA INTEGRIDAD CORPORAL

Así pues, despertemos y elevemos todo nuestro entendimiento, en cuanto Dios nos lo conceda, para pensar cuál y cuánto será ese gozo único y singular de los elegidos, a saber, el bien único y soberano, que es vida, luz, felicidad, sabiduría, eternidad y otros muchos bienes de su género; y con todo no es sino el Bien único y sumo, totalmente autosuficiente, que no le falta de nada, y de quien todos los demás seres tienen necesidad para existir y para ser felices. Este sumo Bien es Dios Padre, es también el Verbo o Hijo del Padre, y asimismo es el Amor único y común del Padre y del Hijo, es decir, el Espíritu Santo que procede de ambos. Y lo que es cada uno en singular, eso es toda la Trinidad en común, el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, porque cada uno en singular no es otra cosa que la unidad sumamente simple, y la simplicidad sumamente una, que ni se puede multiplicar, ni puede ser una cosa unas veces y otra cosa otras. Pero una sola cosa es necesaria 20. Pues esto es eso único necesario, en lo cual está todo bien, más aún, que es el todo, único, entero y solo bien. Y, si cada uno de los bienes son deleitables, considera atentamente cuán deleitable será ese bien que contiene la amenidad de todos los bienes, y no cual la experimentamos en las cosas creadas, sino tanto más diferente cuanto se diferencia el Creador de la criatura. En efecto, si es buena la vida creada, ¿cuán buena no ha de ser la Vida creadora? Si amena es la salud creada, ¿cuán amena no ha de ser la Salvación que produjo la salvación? Si es amable la sabiduría por el conocimiento de las cosas creadas, ¿cuán amable no será la Sabiduría que ha creado todas las cosas de la nada? En fin, si son tantos y tan grandes los deleites en las cosas deleitables, ¿cuál y cuánto será el deleite en Aquel que creó todas las cosas deleitables? ¡Feliz el hombre que disfrute de este bien! ¿Qué será para él, y qué no será, todo eso? Ciertamente que será para él todo lo que quiera que sea, y no será lo que no quiera. Sin duda, allí tendrá todos los bienes del cuerpo y del alma, como ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni ha subido al corazón del hombre 21. ¿Por qué, entonces, vagamos por todas partes, buscando los bienes de nuestro cuerpo y de nuestra alma? Amemos al único Bien, que contiene todos los bienes, y nos basta. Deseemos el Bien simple, que es todo bien, y será suficiente. Tú, carne, ¿qué es lo que amas? Y tú, alma, ¿qué es lo que deseas? Allí está todo lo que amas, y todo lo que deseas. Ningún carnal es capaz de explicar, ni pensar ni entender cómo son los bienes del reino de los cielos, porque son mucho mayores y mejores que lo que podemos pensar y entender. En efecto, el reino de Dios es mayor que toda fama, mejor que toda alabanza, muy por encima de toda ciencia, y más excelente que toda gloria que se precie. El reino de Dios, repito, está lleno de luz y de paz, de caridad y de sabiduría, de honestidad y de gloria, de dulzura y amor, de alegría y felicidad perenne, y de todo bien inefable, que ni se puede decir ni pensar. Con todo, no debo callar sino que debo hablar todo lo que puedo, ya que no puedo decir todo lo que quiero. Y por lo mismo que creemos que Dios es inefable, por eso no debemos hablar de Él lo que podemos. Igualmente hay que creer de esa vida más de lo que está escrito, puesto que la palabra no es capaz de expresar todo lo que la mente es capaz de comprender, y la comprensión de la mente humana, por muy profunda que sea, concibe menos de lo que es la grandeza de la misma realidad. Luego hay que creer que la vida futura es la bienaventuranza eterna y la eternidad bienaventurada. Allí reina la seguridad completa, la tranquilidad perfecta, el placer sereno, la eternidad feliz; allí el amor es perfecto, el temor no existe, el día es eterno, el movimiento ágil, y es uno el espíritu de todos, seguro siempre en la contemplación de su Dios, y en su unión con El. Allí aquella ciudad, que es la misma congregación bienaventurada de los ángeles y los santos, brilla radiante de méritos. Allí sobreabunda la salvación eterna, la verdad reina; allí nadie engaña ni es, engañado; de donde ningún bienaventurado es echado fuera, y donde ningún miserable es admitido. Esa es la vida contemplativa bienaventurada, en la cual, los que hayan llegado por la realización de las obras buenas, serán semejantes a los bienaventurados, y reinarán para siempre todos juntos unidos con Dios. Además verán allí lo que aquí han creído, contemplando la substancia de su Creador con corazones purísimos, gozarán con júbilo eterno, poseerán la caridad divina y el amor mutuo, y estarán eternamente unidos con Dios y mutuamente unos con otros. Recuperados los cuerpos incorruptibles e inmortales recibirán el derecho de ciudadanía de la patria celestial, y hechos ciudadanos suyos para siempre recibirán como botín los premios prometidos. Allí les rebosará tanta alegría y tanta gracia de gozos celestiales, que no dejarán de dar gracias a su remunerador por tantos y tan grandes dones, y sin sentir fastidio alguno por el mar inagotable de gracias y bienes recibidos. Allí las mentes de cada uno se harán patentes a cada uno de la misma manera que los rostros corporales a los ojos del cuerpo; porque allí la pureza de los pechos humanos será tan grande y tan perfecta que consideran siempre cómo dar gracias a su purificador, no cómo los ofendidos se avergüenzan de algunas sórdidas manchas de los pecados, porque allí no habrá ni pecados ni pecadores, y los que allí estuvieren ya no podrán pecar. Tampoco habrá ya secreto alguno para los perfectamente bienaventurados, los cuales contemplarán al mismo Dios con corazones puros, que es sobre todo lo más excelente; puesto que la criatura humana será tan perfecta que no podrá ya ni mejorar ni empeorar. Todos los bienes que la substancia humana, sublimada a la semejanza de su Creador, y que recibidos en la naturaleza había corrompido al pecar, serán restaurados con perfección, por ejemplo, el entendimiento sin error, la memoria sin olvidos, el pensamiento sin inexactitudes, la caridad sin disimulos, los sentidos sin equivocación, el buen estado sin debilidad, la salud sin dolores, la vida sin muerte, la facilidad sin impedimento, la saciedad sin hastío, y la sanidad completa sin enfermedad alguna. Porque todo cuanto en esta vida hace defectuosos a los cuerpos humanos, sea que maten mordiscos de fieras o sucesos imprevistos, sea que molesten enfermedades de todo género, o mutile la crueldad humana, sea que el fuego y cualquier otro elemento natural le debilite, sea que la misma decrepitud resulte deprimente hasta para los sanos, todos esos daños de los cuerpos y otros semejantes la sola resurrección los reparará entonces de tal modo que una eterna juventud recobrará esos cuerpos restaurados en todos sus miembros. Por esta causa todos los que vivan allí, aunque se diferencian unos de otros por los méritos diferentes, sin embargo todos serán bienaventurados con una misma perfección, porque nadie deseará nada que sea superior a su recompensa. En efecto, así como la saciedad corporal deja igualmente satisfechos a todos, aunque cada uno haya comido no igualmente sino según su posibilidad; así todos los santos, aunque fueren distintos por alguna diversidad de sus méritos, todos serán perfectos con la misma beatitud, porque también todos serán bienaventurados con la misma perfección. Por lo demás, en aquella patria de la suprema felicidad ni los de mayores méritos se arrogarán nada como suyo, porque allí no habrá arrogancia alguna, ni los inferiores en méritos tendrán envidia de los superiores, porque allí nadie puede ser envidioso; y, por eso, aunque allí habrá diversidad de mansiones, todos serán igual y sumamente perfectos, porque todos serán igualmente felices en el reino celestial.