LA FE, DEDICADO A PEDRO
O
LA REGLA DE LA FE VERDADERA

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
PRÓLOGO

1. Pedro, hijo, he recibido la carta de tu caridad. En ella me has dado a entender que quieres peregrinar hasta Jerusalén, y que con nuestras cartas te has propuesto instruirte sobre qué regla de la fe verdadera debes profesar en aquellos lugares, de tal manera que ningún sentido de falsedad herética te pueda sorprender. Realmente me alegro de que te muestres solícito en guardar la fe verdadera sin vicio alguno de perfidia; sin lo cual no puede aprovechar, más aún ni siquiera puede existir conversión alguna. Ciertamente lo dice la autoridad del Apóstol: sin fe es imposible agradar a Dios 1. Porque la fe es el fundamento de todos los bienes; y el comienzo de la salvación del hombre. Sin la fe nadie puede pertenecer al número de los hijos de Dios. Porque sin la fe nadie en esta vida puede conseguir la gracia de la justificación, ni en la otra podrá poseer la vida eterna, ni podrá llegar a la visión. Sin la fe todo el trabajo del hombre es vano. En verdad es tal quien sin la fe verdadera pretenda agradar a Dios por el desprecio del siglo, como el que, yendo de camino hacia la patria, donde él sabe que vivirá feliz, sin embargo, deja la dirección del camino correcto para seguir el equivocado; con lo cual nunca va a llegar a la ciudad feliz, sino que va a caer en el precipicio; donde al que llega no le dan parabienes y gozo, sino la ruina y la muerte del que ha perecido.

2. Con todo, suponiendo que se hable suficientemente de la fe, y sin limitación de tiempo, puesto que quieres tener una respuesta rápida, y es tan enorme la tarea de esta discusión que apenas pueden realizarla los grandes ingenios, no has pedido aún cómo debas ser instruido sobre la fe, de tal modo que indiques una herejía cualquiera, en torno a la cual se centre especialmente el interés de nuestra controversia; sino que, cuando pides indefinidamente una definición de la fe, y además quieres que se concluya con brevedad, estás viendo sin duda alguna que pides algo imposible, como es que abarquemos del todo y brevemente algo tan grande, para lo cual no podemos ser capaces, aun cuando tuviéramos todo el tiempo posible, y tanto ingenio que pudiésemos escribir tantos volúmenes como tú pides sobre este asunto. Pero, porque Dios está cerca de los que lo invocan con verdad sinceramente 2, el cual cumplió su palabra en la tierra sin mengua y sin tardanza 3, espero que como te ha dado a ti celo santo de esta fe, también a mí me dé la capacidad suficiente para servirte en tan buen y laudable propósito. Y, aunque yo no pueda decir todo aquello por lo cual el error herético pueda ser reconocido, y una vez reconocido pueda ser convencido o al menos evitado, sin embargo, diré en el nombre y con la ayuda de la Santa Trinidad, un solo Dios verdadero y bueno, todo aquello en que conste, al menos en su mayor parte, la razón de la fe católica, contenida sin sombra alguna de error. Con este caudal podrás descubrir y evitar todo aquello que, aunque en este trabajo no aparezca refutado con una discusión particular, sin embargo, por lo que aquí se dice en general y absolutamente, quede bien patente cuanto los hombres sin fe intentan susurrar a los oídos de los fieles, sin ofrecer la regla de la verdad divina, sino inventando la malicia del error humano.

Capítulo 1. LA TRINIDAD UN SOLO DIOS

3. Dondequiera que te encuentres, puesto que estás bautizado según la regla promulgada por la potestad de nuestro Salvador, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Guarda, sobre todo y sin duda alguna, con todo el corazón que el Padre es Dios, y que el Hijo es Dios, y que el Espíritu Santo es Dios, es decir, que la santa e inefable Trinidad es por naturaleza un solo Dios, de quien se dice en el Deuteronomio: Escucha, Israel: el Señor, tu Dios, es un solo Dios; y adorarás al Señor, Dios tuyo, ya El solo servirás 4. Con todo, como hemos dicho que este único Dios, que por naturaleza es único y verdadero Dios, no solamente es el Padre, ni solamente es el Hijo, ni solamente el Espíritu Santo, sino a la vez el Padre y el Hijo, y el Espíritu Santo; y debes cuidar que así como decimos con verdad que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo es un solo Dios, en cuanto a la unidad natural; del mismo modo debemos cuidar el atrevimiento de decir y creer que el que personalmente es Padre el mismo es también Hijo y Espíritu Santo; y que el que es Hijo también es Padre y Espíritu Santo; y que el que, con propiedad se dice en la confesión de esta Trinidad Espíritu Santo, es también Padre y es Hijo. ¡Lo cual es sacrilegio!

4. En efecto, la fe, que los santos Patriarcas y Profetas recibieron por inspiración divina antes de la encarnación del Hijo de Dios, la fe, que los santos Apóstoles oyeron también del mismo Señor encarnado, e instruidos con el magisterio del Espíritu Santo predicaron no sólo de palabra, sino que también dejaron fija en sus escritos para instrucción salubérrima de los seguidores, fe que predica que la Trinidad es un solo Dios, es decir, el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo. Pero la Trinidad no sería verdadera Trinidad, si una sola y la misma persona se llamara el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Si pues la Trinidad fuese una sola persona, como es una sola la sustancia del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, no habría nada en absoluto para poder llamarla verdaderamente Trinidad. A la inversa, la Trinidad sería ciertamente verdadera, pero la misma Trinidad no sería un solo Dios, si, como el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo son recíprocamente distintos por la propiedad de las personas, fuesen del mismo modo distintos también por la diversidad de las naturalezas. Pero, porque en aquel único Dios verdadero, que es Trinidad, es naturalmente verdadero no solamente que es un solo Dios, sino también que es Trinidad; por eso el mismo Dios verdadero es Trinidad en personas, y es único en una sola naturaleza. Por esa unidad de naturaleza todo el Padre está en el Hijo y en el Espíritu Santo, y todo el Hijo está en el Padre y en el Espíritu Santo, y todo el Espíritu Santo está en el Padre y en el Hijo. Y ninguno de ellos está fuera de cualquiera de los otros, porque ninguno precede a otro en eternidad ni excede en grandeza ni supera en potestad. Porque ni el Padre es anterior o mayor al Hijo y al Espíritu Santo, en cuanto pertenece a la unidad de la naturaleza divina; ni la eternidad y la inmensidad del Hijo, en cuanto mayor o menor, puede preceder o exceder naturalmente a la eternidad e inmensidad del Espíritu Santo. Luego así como ni el Hijo es posterior o menor que el Padre, así ni el Espíritu Santo es posterior o menor que el Hijo. Realmente es eterno y sin principio que el Hijo existe nacido de la naturaleza del Padre; y es eterno y sin principio que el Espíritu Santo procede de la naturaleza del Padre y del Hijo. Es decir, que creemos y decimos con razón que los tres son un solo Dios, porque, en suma, única es la eternidad, única la inmensidad, única por naturaleza es la divinidad de las tres personas.

5. En consecuencia, sostengamos que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo por naturaleza son un solo Dios; sin embargo, no sostengamos ni que el Padre es el mismo que es el Hijo, ni que el Hijo es el mismo que es el Padre, ni que el Espíritu Santo es el mismo que es el Padre, y que es el Hijo. En efecto, una es la esencia del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, que los griegos llaman ousían, en la cual no es una cosa el Padre, y otra cosa el Hijo, y otra cosa el Espíritu Santo; aunque, en cuanto a las personas, uno es el Padre, otro es el Hijo, y otro el Espíritu Santo. Esto se nos demuestra sobre todo al principio mismo de las santas Escrituras, cuando dice Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza 5. Efectivamente, al decir imagen en singular, está demostrando que es una la naturaleza, a cuya imagen sería creado el hombre. Pero, al decir nuestra en plural, demuestra que el mismo Dios, a cuya imagen era creado el hombre, no es una sola persona. Porque si en aquella única naturaleza del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo existiese una sola persona, no habría dicho a imagen nuestra; sino a «imagen mía»; ni habría dicho: Hagamos, sino «haga». Pero si en aquellas tres personas se ha de entender o creer que hay tres substancias, no se diría a imagen nuestra, sino a «imágenes nuestras», porque no puede existir una sola imagen de tres naturalezas distintas. Y como dice que el hombre fue creado conforme a la única imagen del único Dios queda bien declarada la esencia de una sola divinidad en la santa Trinidad. A continuación y poco después, en referencia a lo que Dios había dicho antes: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra, la Escritura ha narrado que el hombre fue creado así, cuando dice: Y Dios creó al hombre: a imagen de Dios lo creó 6.

6. El profeta Isaías no ha callado que le fue revelado esta Trinidad de personas y la unidad de naturaleza, cuando dice que vio al serafín gritando: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos 7. Donde, con razón, cuando dice por tres veces Santo, reconocemos la Trinidad de personas, y al decir una sola vez Señor de los ejércitos estamos reconociendo la unidad de la naturaleza divina. Por consiguiente, en aquella Trinidad santa, que por eso lo repetimos, para que quede grabado más firmemente en vuestro corazón, uno es el Padre, que sólo El ha engendrado por la esencia de sí mismo un único Hijo, y uno es el Hijo, que sólo El ha nacido por la esencia del único Padre, y uno es el Espíritu Santo, que sólo El procede por la esencia del Padre y del Hijo. Y todo esto, tanto el engendrarse a sí mismo, como el nacer de sí mismo, como el proceder de sí mismo, no podría ser una sola persona. Porque, repito, es distinto el haber engendrado que el haber nacido, y es distinto el proceder que el haber engendrado o el haber nacido; está claro, pues, que uno es el Padre, otro es el Hijo, y otro es el Espíritu Santo. Por consiguiente, la Trinidad la referimos a las tres Personas: la del Padre, la del Hijo, y la del Espíritu Santo; y la unidad a la naturaleza.

Capítulo 2. LA HUMANIDAD DE CRISTO.
QUÉ FUE EL ANONADAMIENTO DEL HIJO DE DIOS

7. Como, según la divinidad, por la cual son uno el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, no creemos que el Padre ha nacido, ni el Espíritu Santo, sino solamente el Hijo; del mismo modo la fe católica también cree y predica que solamente el Hijo ha nacido según la carne. Cierto que en aquella Trinidad ni sería propio de solo, el Padre que El mismo no ha nacido, sino que ha engendrado un solo Hijo; ni propio de solo el Hijo que El mismo engendró, sino que pació de la esencia del Padre; ni es propio del Espíritu Santo que ni El mismo nació ni engendró, sino que El solo procede del Padre y del Hijo 5; si Dios Padre, según la naturaleza divina, no nace de ningún Dios; sin embargo, El mismo nacería según la carne de una virgen; porque si el Padre naciera de una virgen, serían una sola persona el Padre y el Hijo, y la misma persona única, porque no nacería de Dios sino solamente de una virgen, no se llamaría con verdad Hijo de Dios, sino solamente hijo del hombre. Y el mismo Hijo de Dios dice: De tal manera amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito. Y de nuevo: Porque Dios no envió su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él 8. Tampoco habría dicho el bienaventurado. Juan: El que ama al Padre-Engendrador, ama también a Aquel que ha nacido de Él 9. Ni el mismo Hijo: Mi Padre trabaja sin descanso, y yo también trabajo (Jn 5,17). Porque el mismo que se llama Hijo, si Él mismo fuese también Padre, no se llamaría con verdad Hijo de Dios, porque no nacería de Dios, sino de una virgen. Finalmente tampoco el mismo Padre daría testimonio desde el cielo, ni mostraría a su Hijo con voz corporal, cuando dice: Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido 10. Y el apóstol Pablo tampoco habría dicho de Dios Padre: Quien no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros 11.

8. Pero, porque todas estas cosas nos han sido reveladas por voluntad de Dios para doctrina nuestra, y por ser cosas divinas son ciertamente verdaderas, también es verdadero lo que predica la fe católica, tanto que, según la divinidad, ha nacido del Padre un solo Hijo, que es eterno con el Padre, inmortal, impasible, y Dios inmutable; como que según la carne no es el Padre sino su Hijo Unigénito el que, siendo eterno, nació en el tiempo, siendo impasible, padeció! siendo inmortal, murió, siendo inmutable, porque es, Dios verdadero y la vida eterna, resucitó verdaderamente. El, que tiene en común con el Padre todo lo que El, eterno por naturaleza, ha tenido sin principio; no tiene en común con el Padre ninguna de estas que El, eterno y excelso, asumió por humildad en su persona en el tiempo.

9. Además, si no naciera de una virgen el que es Hijo propio y Unigénito de Dios Padre, sino el Espíritu Santo, la santa Iglesia estaría creyendo sinceramente para la justificación, y proclamando para la salvación que el mismo Hijo, nacido de mujer y bajo la ley, no nació por obra del Espíritu Santo de la Virgen María como está en el Credo. y si el mismo Espíritu Santo, que es Espíritu del Padre y del Hijo, hubiese tomado la forma de siervo, el mismo Espíritu Santo no descendería en forma de paloma sobre sí mismo hecho hombre.

10. Por tanto, Dios Padre, noengendrado de Dios alguno, engendró por una vez de su naturaleza sin principio un Hijo Dios igual a Él, y coeterno con la misma divinidad con que El mismo por naturaleza es eterno. Pero el mismo Hijo de Dios, siendo Dios eterno y verdadero, y único Dios con el Padre por naturaleza según la divinidad, porque dice: Yo y el Padre somos uno 12; El mismo por nosotros se hizo hombre verdadero y pleno; verdadero precisamente porque el que es Dios tiene verdadera naturaleza humana; y pleno, porque tomó la carne humana y el alma racional. Sin embargo, el mismo, que es Dios Unigénito, nació por dos veces: una del Padre, otra de la Madre; nació del Padre el Verbo Dios, nació de una Madre el Verbo hecho carne.

11. Así pues, uno y el mismo Dios es el Hijo de Dios nacido antes de los siglos y nacido en el siglo; y uno y otro nacimiento es del único Hijo de Dios: el divino, según el cual es Dios, Creador coeterno con el Padre en la forma de Dios; el humano, según el cual, anonadándose a sí mismo y tomando la forma de siervo, no solamente se formó a sí mismo en la concepción del seno materno con la misma asunción de la forma de siervo, al hacerse hombre, sino que, además, el mismo Dios en cuanto hombre salió del seno mismo de la Madre, y el mismo Dios en cuanto hombre colgó en la cruz, y el mismo Dios hecho hombre yació en el sepulcro, y el mismo Dios en cuanto hombre resucitó de los infiernos al tercer día; pero el mismo Dios yació en el sepulcro según la carne sola, y descendió a los infiernos según el alma sola. La cual, al volver de los infiernos a la carne al tercer día, el mismo Dios según la carne con la cual yació en el sepulcro, la resucitó del sepulcro; y a los cuarenta días después de la resurrección el mismo Dios hecho hombre, ascendiendo al cielo, la sentó a la derecha de Dios, de donde ha de venir al final del siglo a juzgar a vivos y muertos.

12. Luego el Verbo hecho carne es el Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, Mediador entre Dios y los hombres. Y por eso Mediador, porque El mismo es Dios y hombre verdadero, que tiene una naturaleza divina con el Padre, y una substancia humana con la Madre; que tiene de nosotros la pena de nuestra iniquidad hasta la muerte, y de Dios Padre la justicia inmutable, que, muriendo en el tiempo a causa de nuestra iniquidad, El mismo siempre vivo había de dar por su justicia a los mortales la inmortalidad. El mismo, que conservó realmente su humanidad perfecta en la misma perfección de su divinidad, absorbió realmente la verdad de su mortalidad por la aceptación de la muerte en la verdad y en la inmutabilidad de su inmortalidad.

13. Esto es lo que atestigua el bienaventurado Pedro, que Cristo destruyó la muerte, para que fuésemos herederos de la vida eterna 13. Y el bienaventurado Pablo enseña que Cristo ha destruido la muerte, y ha iluminado la vida y la incorrupción 14. Cristo, pues, ha gustado la muerte, porque es hombre verdadero, y El mismo ha destruido la muerte, porque es Dios verdadero. Puesto que El mismo, como dice el Apóstol, fue crucificado por su debilidad, pero que vive por el poder de Dios 15: es uno y el mismo el que, según la profecía del bienaventurado David, también fue hecho hombre en Sión, y el mismo Altísimo la ha fundado 16.

14. Así pues, ni la divinidad de Cristo es ajena a la naturaleza de Dios, según lo escrito: en el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios: esto al principio estaba en Dios. Todo existió por El, y sin El no se hizo nada; ni su humanidad es ajena a la naturaleza de su madre, según aquello: el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros 17. Aquella naturaleza que permanece engendrada perpetuamente del Padre, tomó nuestra naturaleza sin pecado para nacer de una virgen. Pues la naturaleza eterna y divina en modo alguno habría podido ser concebida en el tiempo y nacer en el tiempo de la naturaleza humana, de no haber recibido en sí la divinidad inefable mediante la asunción de la realidad humana una verdadera concepción y verdadero nacimiento en el tiempo. De este modo Dios eterno y verdadero fue concebido y nació en el tiempo verdaderamente de una virgen. En efecto, cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción de hijos 18: es decir, hecho por naturaleza hijo del hombre, aquel Dios, que es por naturaleza Hijo único de Dios Padre. Y confirmándolo el evangelista Juan, después de que dijo el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, a continuación añade: Y contemplamos su gloria, gloria como de Hijo Único del Padre, lleno de gracia y de verdad 19. Así, el Creador y Señor de todos los espíritus y de todos los cuerpos, es decir, de todas las naturalezas, que había de ser creado de una virgen, El mismo creó a la Virgen, y es el hacedor de aquella que creó para Madre suya, cuando Dios inmenso y sempiterno, que había de ser concebido y dado a luz de su carne, tomó la materia verdadera de la carne, para que por un lado, según la verdad de la forma servil, Dios se hiciese hombre por misericordia; y por otro lado, según la forma de Dios, el mismo Dios, permaneciendo hombre, no careciese de la verdadera naturaleza.

15. Por consiguiente, cree que Cristo, el Hijo de Dios, esto es, una persona de la Trinidad, es Dios verdadero, para que no dudes de que su divinidad ha nacido de la naturaleza del Padre; y así cree que Él es hombre verdadero, para que no pienses que su carne ni es de naturaleza celeste ni aérea ni de cualquier otra naturaleza; sino de aquella cuya carne es la de todos los hombres, es decir, la que el mismo Dios modeló de la tierra para el primer hombre, y modela para los demás, a los que crea de los mismos hombres por generación. Pero, aunque la carne de Cristo y la de todos los hombres sea de una e idéntica naturaleza, sin embargo, ésta, que el Verbo de Dios se ha dignado unir a sí de la Virgen María, fue concebida sin pecado, y nació sin pecado; puesto que según ella Dios eterno y justo fue concebido y nació misericordiosamente, y fue crucificado el Señor de la gloria.

16. Y ¿con qué palabras proclamaremos la excelencia sin par de esa carne, cuya persona es divina desde su misma concepción, cuyo origen y natalicio es insólito, por cuanto el Verbo se hizo hombre, de modo que el Dios Unigénito y sempiterno, concebido desde el instante de la concepción de su carne, fuese una sola persona con su carne? Y en cuanto a la carne de los demás hombres es cierto que nace del concurso humano, seminando el hombre y concibiendo y dando a luz la mujer. Y como el hombre y la mujer se unen entre sí para tener hijos, porque no es posible la unión de los padres sin concupiscencia, por este motivo no puede estar sin pecado la concepción de los hijos que nacen de su carne, en cuya concepción no es la generación la que transmite el pecado a los niños, sino la concupiscencia; ni es la fecundidad la que hace que los hombres nazcan con pecado, sino la fealdad de la concupiscencia, que contraen los hombres a raíz de la condenación justísima de aquel primer pecado. Por eso el bienaventurado David, aunque nació de un matrimonio legítimo y justo, en el cual ciertamente no podía encontrarse ni la culpa de la infidelidad ni la mancha de la fornicación, sin embargo, grita y dice, a causa del pecado original, que por su naturaleza hace hijos de ira, no sólo a los hijos de los impíos sino también a todos cuantos nacen de la carne santificada de los justos: Mira, dice, que en pecado fui concebido, y pecador me dio a luz mi madre 20. También el santo Job dice que no hay ni un solo hombre limpio de pecado, ni siquiera el de un solo día de vida sobre la tierra 21.

17. Es decir, el Hijo Unigénito de Dios, que está en el, seno del Padre, para limpiar la carne y el alma del hombre, se encarnó tomando la carne y el alma racional; y El, que es Dios verdadero, se hizo hombre verdadero; no para que uno fuese Dios y otro hombre, sino el mismo Dios-Hombre. El cual para quitar el pecado, que la generación humana de la carne mortal contrajo en el concurso de la carne mortal, fue concebido de un modo nuevo: Dios se encarnó en una madre virgen, sin conocimiento de varón, sin concupiscencia de la virgen que concibe, para que por medio del Dios-hombre, al que, concebido sin concupiscencia, dio a luz el seno inviolado de la virgen, fuese borrado el pecado que, al nacer, contraen todos los hombres, los cuales tienen en este cuerpo mortal tal condición de nacimiento que sus madres no pueden realizar su obra de fecundidad sin antes perder la virginidad de su carne. Así pues, solamente borró el pecado de la concepción y del nacimiento humano el Dios Unigénito, que en el instante de ser concebido tomó la carne verdadera de una virgen; y en el instante de su nacimiento conservó en su Madre la integridad virginal. Esta es la causa por la que Dios se hizo hijo de la Virgen María, y la Virgen María fue hecha Madre del Unigénito de Dios; de tal modo que a quien el Padre engendró desde la eternidad, al mismo lo concibe la Virgen en el tiempo. En efecto, aquella Virgen, a quien Dios, que iba a nacer de ella, previno y colmó con una gracia singular tal que la Virgen tuviese como fruto de su vientre al mismo a quien desde el principio el universo tiene como Señor; y viese ante sí como súbdito suyo por la solemnidad del nacimiento a Aquel a quien en la unidad de la sustancia Paterna reconoce y adora como el Altísimo no sólo la criatura humana sino también la criatura angélica.

18. Y, de este modo, el pecado y la pena del pecado, que entró en el mundo por la desobediencia de la mujer corrompida, fue borrado del mundo mediante el parto de la Virgen inviolada. Y como en la condición primera del género humano por medio de la mujer, que fue creada de solo el varón, sucedió que quedamos atrapados en el cepo de la muerte; la bondad divina hizo esto: que en la redención del género humano, que por medio del varón, que nació sólo de mujer, les fuese devuelta la vida a los hombres. Entonces el diablo con engaño perversísimo atrapó para sí la naturaleza humana en la semejanza de pecado, ahora Dios tomó la naturaleza humana en la unidad de su persona. Allí la mujer fue engañada para hacerla hija del diablo, aquí la Virgen fue llena de gracia, para ser la Madre del sumo e inmutable Unigénito de Dios. Allí el ángel, derribado por la soberbia, sedujo el ánimo de la mujer, aquí Dios, humillándose por misericordia, para nacer de ella colmó el seno de la Virgen incorrupta. Porque Jesucristo es el Hijo de Dios que estaba en la forma de Dios; que de no haber nacido de la naturaleza del Padre, no habría podido serlo; según la doctrina del Apóstol, tomando la forma del siervo, se anonadó a sí mismo. Dios mismo, por tanto, tomó la naturaleza de siervo, es decir, asumió la naturaleza de siervo en su persona, y así el hacedor de los hombres, hecho a semejanza de los hombres, fue hallado en el porte como hombre; el mismo que se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz 22.

19. Piensa, pues, con atención en esta sentencia del Apóstol, para que reconozcas en ella cómo creer que el mismo Señor Jesucristo es Dios y hombre, sin confundir ni dividir en El la verdad de ambas naturalezas en una sola persona. Y cuando, en primer lugar, oyes de nuestro Señor Jesucristo que estaba en la forma de Dios, conviene que reconozcas y creas firmemente que en aquel nombre de forma debes entender la plenitud natural. Así pues, el Señor Jesucristo estaba en la forma de Dios; porque siempre estaba en la naturaleza de Dios Padre, de quien ha nacido. Es de la misma naturaleza que el Padre, igualmente sempiterno e inmenso que Él, igualmente inmortal e inmutable, invisible e inenarrable, bueno y justo, compasivo y misericordioso, paciente, muy piadoso y veraz, fuerte y suave, sabio y omnipotente.

20. En consecuencia, todo esto que he dicho del Hijo de Dios para profesarlo con fe firmísima (que, teniendo todo esto en la unidad con el Padre, es igual al Padre: por lo cual también el Apóstol dice, añadiendo a continuación: No hizo alarde de ser igual a Dios 23, porque aquella igualdad divina del Hijo con el Padre no fue botín de la rapiña, sino fruto de la naturaleza), y lo que en consecuencia subraya el Apóstol, al decir: que se anonadó, tomando la forma de siervo, hecho a semejanza de los hombres y fue hallado en el porte como hombre; y que se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz 24; todo eso sobre el Dios Unigénito, Hijo de Dios, sobre el Verbo Dios, de quien el evangelista dice: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios 25; y sobre aquel Poder de Dios, y Sabiduría de Dios, que se llama Dios, Todo lo hiciste con la Sabiduría 26; sobre aquel Principio, con quien el mismo Padre es un solo Principio, y en quien, coeterno suyo, creó el cielo y la tierra, es decir, toda naturaleza espiritual y corporal; acepta personalmente todo esto sobre Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, como he dicho; salva siempre la eternidad, la inmensidad, la inmortalidad, la inmutabilidad y la invisibilidad de su divinidad. Todo lo cual Dios Hijo lo tiene por naturaleza e igualdad en común con Dios Padre de tal modo que, aunque se hizo verdaderamente hombre por nosotros, con todo permaneció igual al verdadero Dios Padre, de quien nació verdadero y Dios Verdad. Así pues, se anonadó, pero todos nosotros hemos recibido de su plenitud 27; plenitud que si la hubiese perdido al anonadarse, no tendría ciertamente qué darnos de ella; si Él no la tenía, nosotros sin duda alguna que nada podríamos recibir. De su plenitud, pues, todos hemos recibido. Y puesto que nos ha dado de su plenitud, cuando se anonadó, nos demostró que no había perdido la plenitud que tuvo, porque si hubiese perdido su plenitud, en modo alguno hubiera podido darnos de ella. Tomó, pues, la forma de siervo, porque no otra cosa fue aquel anonadamiento del Dios sumo, sino la aceptación de la forma de siervo, es decir, la asunción de la naturaleza humana.

21. Una y otra forma está en Cristo, porque una y otra substancia, verdadera y plena, está en Cristo. Por eso, el santo evangelista le predica lleno de gracia y de verdad 28. Porque es pleno tanto en la naturaleza divina, en la que es Dios-Verdad, como en la naturaleza humana, en la que fue hecho por la Gracia hombre verdadero. En aquella plenitud es Dios, en la forma de Dios igual a Dios; en esta plenitud es siervo, en la forma de siervo, porque, hecho a semejanza de los hombres, fue hallado en su porte como hombre 29. Luego, anonadándose a sí mismo, tomó la forma de siervo, para hacerse siervo; pero no perdió la plenitud de la forma de Dios, en la cual siempre es Señor eterno e inmutable; hecho hombre verdadero según la forma de siervo de la misma naturaleza que es su Madre-esclava, pero permaneciendo a la vez Dios verdadero en la forma de Dios, de la misma naturaleza igual que el Padre Señor. En la forma de Dios con el Padre y con el Espíritu Santo es Dios uno y único creador de todo; según la forma de siervo El solo es formado por su propia operación y la del Padre y la del Espíritu Santo, porque es Creador por naturaleza en común con el Padre y con el Espíritu Santo; y en cuanto que es creado El solo lo tiene personalmente en sí mismo. Cuyo nacimiento futuro, y muerte, y resurrección, y ascensión a los cielos según la carne, la Ley y los Profetas nunca han dejado de anunciar, como El mismo lo ordenaba, obedeciendo de palabra y de obra.

22. En realidad también en los sacrificios de las víctimas carnales, que la misma Santa Trinidad, que es el único Dios del Nuevo y Antiguo Testamento, mandaba que le fueran ofrecidos por nuestros padres, se significaba la ofrenda gratísima de aquel sacrificio, por el que el solo Hijo Dios habría de ofrecerse a sí mismo en favor nuestro misericordiosamente según la carne. Efectivamente, Él mismo, según la doctrina apostólica, se ofreció a sí mismo por nosotros como oblación y hostia a Dios en olor de suavidad 30. El mismo Dios verdadero y Pontífice verdadero que entró una sola vez en el santuario no con sangre de toros y machos cabríos, sino con su propia sangre 31. Esto significaba entonces aquel Pontífice que entraba cada año con sangre en el santuario. Y éste es quien en sí mismo mostró de una vez todo lo que sabía que era necesario para la realización de nuestra redención: a saber, El mismo es el sacerdote y el sacrificio, El mismo es Dios y el templo; el sacerdote, por quien hemos sido reconciliados; el sacrificio, que nos reconcilia; el templo, donde somos reconciliados; Dios, con quien nos reconcilia. Sin embargo, solamente El es el sacerdote, el sacrificio, y el templo, porque todo esto es Dios según la forma de siervo; pero no es solo Dios, porque todo es común con el Padre y el Espíritu Santo según la forma de Dios.

23. Por tanto hemos sido reconciliados por medio de solo el Hijo según la carne, pero nos reconcilió no para solo el Hijo según la divinidad.

24. He intercalado estas pocas cosas acerca de la fe de la Santa Trinidad, que es Dios por naturaleza, único y verdadero, cuanto lo permite la brevedad del tiempo y del discurso. Pasaré ahora a tratar qué es lo que debes creer sin duda alguna.

Capítulo 3. DIOS ES EL CREADOR DE TODAS LAS COSAS. ¿POR QUÉ RAZÓN LAS CRIATURAS CRECEN Y DECRECEN?
DIOS EN TODO. DIOS ES VIDA POR NATURALEZA.
ORIGEN DE LA MALA VIDA. EL PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO

25. Acepta, por tanto, principalmente que toda naturaleza, que no es Dios Trino, ha sido creada de la nada por la misma santa Trinidad, que es el solo Dios verdadero y eterno; y así: que todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades son obra y criaturas de la Santa Trinidad (cf. Col 1,16); que es único Dios, Creador y Señor de todas las cosas, eterno, omnipotente, y bueno, que tiene por naturaleza el ser desde siempre, y que es inmutable. Este Dios, que siempre es sin principio, porque es en grado sumo, dio el ser a las cosas que creó, y sin embargo éstas no son sin principio, porque ninguna criatura es de la misma naturaleza de la que la Trinidad es el único Dios verdadero y bueno, creador de todas las cosas. Y, porque es bueno en sumo grado, dio a todas las cosas que creó el ser buenas; pero no son buenas como el Creador de todo bien, el cual no es solamente bueno en grado sumo, sino que además es el bien sumo e inmutable, porque es el bien eterno, que no tiene defecto alguno, porque no es creado de la nada; sin progreso, porque no tiene comienzo. Por esta razón, las naturalezas creadas por Dios pueden progresar, porque han comenzado a existir, y también pueden dejar de ser, porque fueron creadas de la nada. La condición de su origen las lleva al deterioro, y la acción del Creador a la perfección. En lo cual reconocemos en primer lugar la eternidad sin principio por naturaleza de la Trinidad, que es Dios verdadero, porque creó algunas cosas de tal modo que por haber comenzado a existir ya no pueden no dejar de ser, y tienen fecha de caducidad. Y en eso se entiende también su omnipotencia, porque creó de la nada a toda criatura visible e invisible, es decir, corporal y espiritual, en las cuales su misma diversidad realza aún más la bondad y la omnipotencia del Creador. En efecto, si no fuese omnipotente, nada habría creado con aquella única y profunda potestad; y si no fuese bueno en sumo grado, no habría garantizado su providencia hasta en las cosas más insignificantes.

26. Es decir, que la gran bondad y la omnipotencia del Creador está patente en todas las cosas creadas, tanto en las grandes como en las pequeñas. Porque la Sabiduría suprema y verdadera ha creado todas las cosas con sabiduría, cuya naturaleza es el ser, y el ser sabio; y ese crear que es crear con Sabiduría. La simplicidad, pues, de la múltiple sabiduría de Dios canta no sólo la grandeza de su excelsitud en la grandeza de las criaturas sublimes, sino también en la pequeñez aun de las cosas más humildes. Siendo buenas todas las cosas que ha creado, son no solamente muy inferiores y distintas de su Creador, en cuanto que no son salidas de Él, sino creadas completamente de la nada, y además desiguales entre sí, cada una en su ser como lo ha recibido de Dios, unas de una forma y otras de otra. Pues a los cuerpos no les ha sido dado que sean como los espíritus, aunque los cuerpos también sean desiguales, y en los cuerpos celestes y terrestres exista mucha diversidad, puesto que tanto los cuerpos celestes como los terrestres no solamente se diferencian por la dispar cantidad de su mole, sino que también resplandecen por su diferente claridad. Porque una es la claridad de los cuerpos celestes, como dice el Apóstol, y otra la de los terrestres. Y entre los mismos cuerpos celestes una es la claridad del sol, otra la claridad de la luna, y otra la claridad de las estrellas: pues una estrella difiere de la otra por la claridad 32. Y la diversidad de las naturalezas corporales demuestra que cada una de ellas no es lo que de suyo hubiera podido tener sino lo que ha recibido por disposición y obra del Creador omnipotente, inmutable y sapientísimo.

27. Si cualquier criatura corporal fuese de la misma naturaleza única y propia de la santa Trinidad, que es un solo Dios, no tendría ubicación alguna, ni sentiría el paso del tiempo, ni el tránsito de un lugar a otro, ni estaría circunscrita por la cantidad de su mole. Todo lo cual está demostrando que el Artífice de estas naturalezas es aquel que carece de cualquier lugar, espacioso o angosto, porque, está todo entero no menos en los lugares angostos que en los espaciosos, ni cambia con el tiempo, porque El solo puede ordenar maravillosamente los ciclos de los tiempos, no con la volubilidad temporal, sino con la estabilidad eterna. Puesto que ni piensa en el tiempo cómo transcurre el ciclo de los tiempos, terminándose unas cosas y su cediéndose otras, ni está delimitado por cantidad alguna de materia, porque ninguna le circunscribe, ni El mismo está disperso con partes suyas por las partes del mundo, de manera que las partes mayores llenen las partes mayores del mundo, llenando también las menores con las menores, sin que en parte alguna se difunda todo entero. Es el mismo Dios quien dice: Yo lleno cielo y tierra 33. Cierto, que en todas partes todo el Señor Dios llena y contiene de modo inefable todo lo que creó, es decir, los espíritus y los cuerpos, las criaturas grandes y las pequeñas, las celestes y las terrestres, los vivientes y las criaturas a las que no dio el don de la vida; pero El ni se divide en las cosas divisibles ni sufre mutación alguna en las cosas mudables. Porque, si Él no fuese inmutable por naturaleza, jamás cierto orden de su consejo y disposición permanecería inmutable en las cosas mudables.

28. En resumen, Dios, que es creador inmenso de las cosas corpóreas e incorpóreas, manifiesta en primer lugar que El no es cuerpo, porque, al haber creado todos los cuerpos, a algunos no les dio vida. Pero El es la vida por naturaleza, porque si no fuese la vida, no habría creado los cuerpos sin vida. En efecto, no crea algo sin vida sino el ser que posee la vida. Pues los cuerpos que de verdad no pueden vivir no son de una misma naturaleza con Dios. Y tampoco son de la misma naturaleza de Dios los cuerpos a los que uno por uno infundió el espíritu en cada uno de los brutos e irracionales para vivificar y sensibilizar a los mismos cuerpos. Pero tampoco son de la misma naturaleza de Dios los espíritus de los brutos, a los cuales, aunque se reconozca que se lo infundió para vivificar y sensibilizar los cuerpos, sin embargo, a esos mismos espíritus no les infundió lumbre alguna de la inteligencia, de modo que pudiesen conocer y amar al Creador.

29. Incluso ¿quién, si no es con espíritu blasfemo y ciego corazón, tendrá la osadía de pensar y decir que los mismos espíritus, que no hay duda de que son racionales e intelectuales, sean de la misma naturaleza de Dios, que por naturaleza ciertamente es inmutable e inmenso? El cual, aun cuando no pueda tener en sí mismo diversidad alguna, sin embargo en los mismos espíritus, que creó racionales e intelectuales, muestra la diversidad de su actuación; porque en algunos, a saber, en aquellos que han sido infundidos en los cuerpos terrenos y mortales, aun sin movimiento local alguno, porque, cuando están en los cuerpos, no están a pedazos sino totales, tanto en los cuerpos íntegros como en las partes de cada uno; y, sin embargo, la variedad de pensamientos está demostrando la diversidad de alguna moción y mutación temporal en ellos: ora cuando conocen algo, ora cuando lo ignoran; ora cuando quieren, ora cuando no quieren; bien cuando son cuerdos, bien cuando chochean; o cuando de justos son injustos, y cuando de inicuos justos; ora cuando brillan con el esplendor de la piedad, ora cuando se depravan por el error tenebroso de la impiedad.

30. Incluso a aquellos a quienes ninguna materia fangosa de los cuerpos terrenos molesta, es decir, a los espíritus angélicos, ¿quién no ve que no son de la única naturaleza de Dios, sino creados de la nada? Cuya mutabilidad natural se conoce porque es una parte de la misma naturaleza cambiada a peor. Además, que los que no se pervirtieron, aunque fue por la gracia de Aquel por quien, cuando no existían, fueron creados, y, en la medida en que le ha sido dada gratuitamente a la naturaleza angélica, reciban sin cansancio con amor perfecto, contemplación y gozo incensantemente la multitud de dulzuras del Señor, sin apartarse de ella por su condición natural, antes bien, en los que están unidos a Dios no hay variación alguna de tiempo, porque, concedido el premio de la incorrupción eterna, y el de la inmutabilidad, no experimentan en sí mutación alguna; sin embargo, en cada uno está su limitación natural, por la que a la vez se distinguen entre sí, ya que ninguno está en el otro, y cuando a alguno se le encomienda una misión, otro es designado para otra, cumpliendo la voluntad de la Majestad divina. Todo esto está demostrando también que los santos ángeles son criaturas de la Santa Trinidad, de la cual aparece admirablemente tanto la sabiduría en la disposición como el poder en la obra con cada una de las criaturas que creó ciertamente como quiso.

31. Por tanto, Dios creó a unos espíritus eternos, y a otros temporales. A algunos de éstos los creó del agua, y a otros de la tierra, porque el Omnipotente lo quiso así. En cambio, hizo que los espíritus superiores no tengan ninguna asociación con los elementos corpóreos; los creó eternos y les infundió la facultad y la inteligencia de poder pensar, conocer y amar a la Divinidad. Los creó además para que le amaran a El antes que a sí mismos, con cuya obra habrían reconocido que ellos son criaturas, cuando ningún mérito suyo había precedido para ser lo que son. Y, para que este amor tenga una corona justa y adecuada, les dio también el libre albedrío de la voluntad para que les fuese posible: bien elevar su intención de amor santo al que está sobre ellos, bien desviarse con el peso de la concupiscencia pervertida hacia sí mismos o hacia las cosas que son inferiores a ellos.

32. No es, pues, la naturaleza la que pueda subsistir por siempre, viviendo miserable o felizmente, a no ser la que puede pensar de Dios por la gracia del mismo Dios. Y esta naturaleza intelectual está en las almas de los hombres yen los espíritus de los ángeles. Puesto que Dios concedió la facultad de conocerlo y amarlo solamente a los ángeles y a los hombres.

Por el libre albedrío, que la benignidad del Creador debió otorgar sobre todo a la criatura intelectual, les dio la facultad y la voluntad de conocerlo y amarlo de tal manera que uno por uno la pudiera conservar o perder; pero que, si alguno voluntariamente la perdiere, ya no podría recuperarla después por su libre albedrío, para que fuese suyo infundir los principios de aquel santo propósito para renovar de nuevo con el don de su bondad gratuita a los que quisiere Aquel a quien perteneció desde el mismo principio de la creación, sin preceder mérito alguno, ordenar maravillosamente a los espíritus y a los cuerpos en lugares y estados convenientes, según a la misma Sabiduría le plugo. En cuanto a los ángeles, lo mismo que a los hombres, porque fueron creados racionales, recibieron divinamente el don de la eternidad y de la beatitud en la misma creación de la naturaleza espiritual; o sea que, si se hubiesen adherido continuamente al amor de su Creador, habrían permanecido a la vez eternos y bienaventurados; en cambio, si por su propio albedrío se empeñasen en hacer su capricho contra el mandato del sumo Creador, al instante la beatitud desaparecería de los contumaces y dejaría una eternidad miserable para sufrir y ser torturados con errores, además del dolor. Y así dispuso y cumplió esto sobre los ángeles, de manera que, si alguno de ellos perdiese la bondad de la voluntad, nunca la recuperaría por favor divino.

33. Así, una parte de los ángeles que se apartó con aversión completamente voluntaria de Dios su Creador, cuyo único Bien fue su felicidad, encontró en la propia aversión de la voluntad el principio de su condenación por el juicio de la suprema equidad, de modo que el comienzo de su castigo no sería otra cosa que la privación del amor de aquel bien beatífico; amor que Dios ordenó permaneciese todo entero en el suplicio eterno de manera que le proporciona también el fuego eterno; donde todos aquellos ángeles prevaricadores juntos jamás puedan carecer ni de su mala voluntad ni de su castigo; pero que, al permanecer en ellos injustamente el mal de la aversión, permanezca también la condenación eterna de la retribución justa. El principal pervertido de todos estos perversores, que es el diablo, no solamente contaminó a los hombres, a los que arrastró por envidia a la participación del pecado, sino que también inculcó el merecimiento de la muerte a toda su descendencia con el vicio del pecado. Pero Dios misericordioso y justo, así como confirmó al diablo y a sus ángeles, que caen por su propia voluntad e igualmente a los otros ángeles en la eternidad de su amor; así tampoco permitió que pereciese eternamente toda la masa del género humano, sino que, a los que quiso, gratuitamente su bondad los predestinó para traerlos a la luz, desterradas las tinieblas en las que todo nacimiento humano está envuelto por la condena del pecado original, demostrando con ello principalmente que la gracia del Libertador iba a absolver a éstos de las ataduras del pecado original, mientras que la condenación eterna retendría indisolublemente a los demás; y muy en especial a los niños, que no pueden tener ni méritos ni deméritos por propia voluntad.

34. Además, Dios manifiesta con evidencia que el principio de la buena voluntad y del conocimiento no nace en el hombre de sí mismo, sino que es preparado y otorgado divinamente, puesto que ni el mismo diablo ni ninguno de los ángeles, que por culpa de aquella ruina fueron arrojados a esta tiniebla inferior, ha podido ni podría volver a recobrar la buena voluntad. Porque, si fuese posible a la naturaleza humana, que, después de verse alejada de Dios, perdió la bondad de la voluntad, recuperarla por sí misma, mucho más posible sería a la naturaleza angélica, porque cuanto menos agravada está por el peso del cuerpo terreno, tanto más dotada estaría de esta facultad. Pero Dios manifiesta cómo concede a los hombres la buena voluntad, que perdieron los ángeles después de haberla tenido, de tal modo que no pudiesen ya recuperar aquella bondad perdida.

35. y porque, así como la voluntad buena es digna del premio de la felicidad eterna por la gracia de Dios, tampoco la iniquidad angélica y la humana debe quedar impune; por eso, según la regla de fe católica, esperamos con fidelidad que el Hijo de Dios ha de venir a castigar a todos los ángeles prevaricadores, y a juzgar a los hombres, vivos y muertos. Lo afirma el bienaventurado Pedro: Dios no perdonó a los ángeles pecadores, sino que, arrojándolos a las lóbregas cárceles del infierno, los dejó reservados para castigarlos en el juicio 34. Sobre el juicio de los hombres vivos y difuntos dice también San Pablo: Te conjuro delante de Dios y de Jesucristo que ha de juzgar a vivos y muertos, y por su venida y por su reino 35. En cuya venida, el que los creó resucitará los cuerpos de todos los hombres que comenzaron a vivir animados en el tiempo, desde aquel cuerpo del primer hombre que Dios modeló de la tierra. Entonces cada uno será devuelto en la resurrección a cada una de las almas que en los vientres maternos comenzaron a tener para que tuviesen vida: es decir, para que las almas reciban en aquel examen del justo Juez la retribución, sea del reino, sea del castigo, cada uno en sus propios cuerpos con los cuales compartieron lo bueno y lo malo de la vida presente.

36. En cuanto a la mala vida, ésta comienza por la infidelidad, que tiene su origen desde la culpa del pecado original. Todo el que comienza a vivir con él de tal modo que se vea libre de su obligación antes de acabar la vida, aunque aquella alma haya vivido en el cuerpo por espacio de un día o de una sola hora, es necesario que sufra con su mismo cuerpo los tormentos eternos del infierno: donde arderá eternamente el diablo con sus ángeles, porque fue el que primero pecó, y porque engañó a los primeros hombres con el pecado; donde con él serán quemados, también con fuego eterno, los fornicarios, los idólatras, los adúlteros, los afeminados, los homosexuales, los ladrones, los avaros, los calumniadores, los explotadores, y todos cuantos hacen las obras de la carne (de todos ellos dice el Apóstol que no heredarán el reino de Dios 36, si antes de terminar su vida no se convierten de sus malos caminos. Porque todo hombre, que en este mundo ha permanecido hasta el final en el deleite de la maldad y en el endurecimiento del corazón, así como aquí el deleite perverso de los crímenes lo tuvo encadenado, así ahora el tormento sempiterno lo retendrá encadenado sin término.

37. Habrá también una resurrección para los malvados, pero sin la transformación que Dios ha de dar solamente a los fieles, y a cuantos vivan en justicia por la fe. Así lo dice San Pablo: Todos resucitaremos, pero no todos seremos transformados; y, demostrando que los justos han de ser transformados por gracia, dice: También nosotros seremos transformados 37. Por tanto los inicuos tendrán en común con los justos la resurrección de la carne; sin embargo, no tendrán la gracia de la transformación, que será dada a los justos; porque de los cuerpos de los impíos no desaparecerá la corrupción, la ignominia y la enfermedad, que están enraizadas en ellos, y por eso no desaparecerá tampoco la muerte, de modo que ese tormento perenne será para el cuerpo y para el alma el suplicio de la muerte eterna. En cambio, las almas de los justos, a quienes este Dios Redentor justificó gratuitamente por la fe, y que, a los que justificó, les dio la perseverancia de bien vivir hasta el final, porque vivieron con el amor de Dios y del prójimo en los mismos cuerpos en los que recibieron aquí por favor divino la gracia de la justificación, y en los cuales, justificadas mediante la fe, vivieron en el amor de Dios y del prójimo, serán colmadas de la felicidad eterna del reino celestial; y llenos de gloria también aquellos cuerpos suyos, que volverán a tener sin duda alguna, conservando de verdad la naturaleza de carne que Dios creó, pero ya no animales como aquí, sino espirituales allí. Porque el cuerpo de los santos se siembra animal, resucitará espiritual 38. En ellos se cumplirá por medio de aquella transformación que se dará sólo a los justos, lo que dice el Apóstol: que conviene que esto corruptible se revista de inmortalidad 39. Permanecerá en ellos el sexo masculino y femenino, tal como fueron creados los mismos cuerpos; cuya gloria será distinta según la diversidad de sus buenas obras. Pero todos los cuerpos, tanto masculinos como femeninos, los que lleguen a vivir en aquel reino, serán gloriosos; pues aquel juez conoce cuánta gloria ha de dar a cada uno, porque El ha prevenido en esta vida, justificando gratuitamente por misericordia, a los que dispone glorificar allí por justicia.

38. En verdad, Dios dio a los hombres solamente el tiempo para conseguir la vida eterna en esta vida, donde ha querido que la penitencia sea también fructuosa. Pero, por eso la penitencia es aquí fructífera, porque el hombre, deponiendo aquí la malicia, es capaz de vivir bien; y, convertida su voluntad injusta, puede transformar los méritos a la vez que las obras, haciendo con temor de Dios todo lo que a Dios agrada. El que no haya hecho esto en esta vida tendrá castigo en el siglo futuro por sus obras malas, sin que encuentre indulgencia a los ojos de Dios, porque, aunque allí tuviese remordimiento, allí no habrá ya más corrección de la voluntad. Y de tal manera se autoculparán sus maldades que en manera alguna puedan ni amar ni desear la justicia. Pues su voluntad será tal que tenga siempre ante sí el suplicio de su maldad, sin que jamás sea capaz de recibir un afecto de bondad. Porque, así como los que reinen con Cristo no tendrán ante sí reliquia alguna de la voluntad mala, así aquellos que estén en el suplicio del fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles, como no tendrán descanso alguno en adelante, así tampoco podrán tener voluntad buena en modo alguno. Y como a los coherederos con Cristo se les dará la perfección de la gracia para la gloria eterna, así a los consortes del diablo la misma maldad les acumulará pena, cuando, una vez destinados a las tinieblas exteriores, no sean iluminados por luz alguna interior de la verdad.

39. Por lo tanto, en esta vida a todo hombre puede serie útil la penitencia que hubiere hecho en todo tiempo; toda la que quiera el inicuo, toda la que quiera el viejo, si se arrepintiere de todo corazón de los pecados pasados, y derramare lágrimas, no sólo corporales, sino de contrición delante de Dios, y se cuidase de lavar las manchas de las obras malas con obras buenas, al instante obtendría el perdón de todos sus pecados. Porque esto nos lo ha prometido el Señor por el profeta, cuando dice: Si te convirtieres y arrepintieres, te salvarás 40; y en otro lugar: Hijo, has pecado, no lo repitas, sino ora también por los pecados pasados para que te sean perdonados (Eclo 21,1). Jamás le sería impuesta al que peca una oración por los pecados, si al pecador no le fuese concedido el perdón. Más aún, entonces le aprovecha al pecador la penitencia, cuando la cumple dentro de la Iglesia católica, a quien Dios, en la persona de Pedro, concedió la potestad de atar y desatar, cuando le dice: Lo que atares sobre la tierra también quedará atado en los cielos, y lo que desatares sobre la tierra quedará desatado también en los cielos (Mt 16,19). Así pues, en cualquier tiempo que el hombre hiciere verdadera penitencia de sus pecados, y corrigiere su vida a la luz de Dios, no se verá privado de la gracia del perdón, porque, como dice el profeta, Dios no quiere tanto la muerte del pecador, cuanto que se convierta de su mala vida, y que viva su alma (Ez 33,11).

40. Sin embargo, ningún hombre debe permanecer empedernido en sus pecados, como tampoco nadie quiere enfermar crónicamente en su cuerpo con la esperanza de alcanzar la salud. Porque esos tales que olvidan apartarse de sus pecados, y que se prometen el perdón de Dios, a veces son sorprendidos repentinamente por el furor divino de tal modo que no tienen ni tiempo de conversión ni el beneficio del perdón. Por eso, la sagrada Escritura amonesta benignamente a cada uno de nosotros, cuando dice: No has de tardar en convertirte a Dios, y no lo difieras de un día para otro; porque su ira vendrá de repente, y te destruirá en el tiempo de la venganza 41. También el santo David: Si oyereis hoy su voz, no queráis endurecer vuestro corazón 42. Y San Pablo está también de acuerdo con estas palabras: Mirad, hermanos, que ninguno de vosotros tenga un corazón perverso se incrédulo, desertor del Dios vivo. Antes bien, animaos unos a otros cada día, mientras suena ese Hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca por la seducción del pecado 43. Porque vive endurecido de corazón tanto el que no se convierte sin esperar el perdón de sus pecados, como el que espera la misericordia de Dios de manera que se obstine en la perversidad de sus crímenes hasta el final de la vida presente.

41. En consecuencia, amando la misericordia de Dios y temiendo su justicia, ni desesperemos del perdón de los pecados ni permanezcamos en los pecados, conscientes de que la equidad del Juez justísimo juzgará los pecados de todos los hombres que no haya perdonado la misericordia del clementísimo Redentor. Porque, como la misericordia acoge y absuelve a los convertidos, así la justicia rechazará y castigará a los empedernidos. Tales son quienes, al pecar contra el Espíritu Santo, no obtendrán el perdón de los pecados ni en este siglo ni en el futuro 44. Y por eso el alma del hombre es espíritu intelectual, para buscar, conocer y discernir también el tiempo de sus obras, por las cuales recibirá en el juicio lo que la justicia divina ha ordenado, y el tiempo de su premio en el cual no sea lícito ya ni cambiar las obras, ni implorar fructuosamente de la divina misericordia el perdón de sus pecados. En cambio, las almas de los demás animales, que no tienen entendimiento, porque algunas de ellas tienen su origen de la tierra, otras de las aguas (pues de las aguas son los reptiles y los volátiles, de la tierra en cambio han salido los que se arrastran y los que caminan); y en tanto son almas, en cuanto que animan sus cuerpos. Como quiera que el alma, que no fue creada por Dios capaz de razón, porque comienza y deja de vivir con su carne, y, cuando ya no anima al cuerpo, tampoco vive ella; y como el alma sea admirablemente la causa de la vida para toda carne, y sin embargo el alma irracional en tanto vive, en cuanto puede permanecer en la vida de la carne; y que cuando se separa de su carne, se extingue. Así sucede que al ser la vida de su carne, no pueda sobrevivir, cuando cese de suministrar la vida a la carne, y si no tiene carne a la que pueda dar vida, sin duda que tampoco ella la podrá tener. De ahí el que los irracionales no tengan ni eternidad, ni juicio alguno para darles la felicidad por las buenas obras o la condenación por las obras malas. Y por eso no se pedirá en ellos examen alguno por sus obras, porque no han recibido de Dios facultad alguna para entender. En consecuencia, pues, sus cuerpos tampoco han de resucitar, porque no ha existido en sus almas ni equidad ni iniquidad alguna, por la que se les pueda retribuir eternamente ni la felicidad ni el castigo.

42. Así pues, los animales de este siglo realizan el plan y ornato según la voluntad incomprensible del Creador, y no darán cuenta alguna de sus actos, porque no son racionales. ¿Es que Dios se ocupa de los bueyes? 45 Los hombres, en cambio, porque son racionales, tendrán que dar cuenta a Dios tanto de sí, como de las cosas que han recibido para usar en su vida presente, y según la calidad de sus actos recibirán el castigo o la gloria. Porque conviene que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo para recibir cada uno el pago de lo que hizo con el cuerpo, el bien o el mal 46. Es decir, entonces se cumplirá la palabra de nuestro Creador y Redentor: Todos los que están en los sepulcros oirán su voz. Y los que hicieron el bien irán a la resurrección de la vida, pero los que obraron el mal a la resurrección del juicio 47. A saber, que los que obraron el mal vayan al fuego eterno para arder por siempre con el diablo, príncipe de todos los malos; en cambio, los que hicieron el bien, vayan a la vida eterna para reinar sin fin con Cristo, rey de todos los siglos. Pues reinarán con Cristo aquellos a quienes Dios ha predestinado por su bondad gratuita para el reino. Porque al predestinarlos los preparó para que fueran dignos del reino; preparó sobre todo a los que había de llamar para que sean obedientes; preparó a los que iban a ser justificados para que, recibida la gracia, crean rectamente y vivan bien; preparó además a los que iba a glorificar para que, hechos coherederos con Cristo, posean sin fin el reino de los cielos.

43. Aquellos, a los que Dios salvó gratuitamente sin mérito alguno precedente de buena voluntad o de obra buena, llegaron al reino en distintos tiempos por medio de los sacramentos que instituyó Cristo para la fe de su encarnación. Así como desde que nuestro Salvador dijo: Si uno no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios 48, sin el sacramento del bautismo, a excepción de los que en la Iglesia Católica derraman su sangre por Cristo sin bautismo, nadie puede conseguir ni el reino de los cielos ni la vida eterna. Porque, sea en la Católica, sea en la herejía o en el cisma, cualquiera que recibiere el sacramento del bautismo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, recibe íntegro el sacramento, pero no obtendrá la salvación, que es la virtud del sacramento, si obtuviere el sacramento fuera de la Iglesia Católica. Por eso, debe volver a la Iglesia, no para reiterar el sacramento del bautismo, que nadie debe repetir en cualquier hombre bautizado, sino para que reciba en la comunión Católica la vida eterna, que nunca puede ser capaz de recibir, si permanece separado de la Iglesia Católica con el sacramento del bautismo. Y, aunque haga limosnas generosas, y hasta derrame su sangre por el nombre de Cristo, como en esta vida no ha profesado la unidad de la Iglesia Católica, no conseguirá la vida eterna. Porque allí sólo puede ser de provecho la limosna, donde puede ser provechoso el bautismo. Pues el bautismo ciertamente puede existir fuera de la Iglesia, pero no puede aprovechar sino dentro de la Iglesia.

44. Solamente en el seno de la Iglesia pueden ser provechosas la recepción del bautismo, las obras de misericordia y la confesión gloriosa del nombre de Cristo, siempre que dentro de la Iglesia Católica se viva santamente. Porque, así como fuera de la sociedad de la Iglesia Católica ni el bautismo ni las obras de misericordia sirven de nada, a no ser quizás para un tormento más mitigado, con todo nunca para ser contado entre los hijos de Dios, de igual manera tampoco se adquiere la vida eterna dentro de la Iglesia Católica por solo el bautismo, cuando se vive mal después del bautismo. En efecto, también los que viven bien deben insistir sin desfallecer en las obras de misericordia, sabiendo que ellos cometen muchos pecados cada día, aunque sean leves; por los cuales hasta los santos y justos deben pedir siempre a Dios en esta vida: Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden 49.

45. Estos pecados, porque sorprenden frecuentemente a los hombres, aún en las cosas licitas y permitidas por Dios, y tanto más frecuentemente incurren en culpa en esta mortalidad, cuanto más se sacia el cuerpo de alimentos exquisitos, o el corazón del hombre se desordena con las acciones y los afectos carnales; por esto los humildes siervos de Cristo, que buscan servir a su Señor sin impedimento ni ocupación nociva del alma, no desean matrimonio, y se abstienen de la carne y el vino, en cuanto lo permite la salud del cuerpo . No porque sea pecado tener cónyuge, ni tomar vino o carnes. Pues también el bienaventurado Pablo dice: Que toda criatura de Dios es buena, y nada es rechazable, cuando se toma con acción de gracias; porque queda santificada con la palabra de Dios y con la oración 50. Dios instituyó también el matrimonio en los primeros hombres, y los bendijo 51; por eso el apóstol dice: El matrimonio respetado por todos y el lecho conyugal inmaculado 52. Por lo tanto, los siervos de Dios, al abstenerse de la carne y del vino, no rehúsan estas cosas como inmundas, sino que abrazan institutos de una vida más pura; y, al no contraer matrimonio, no piensan que el bien del matrimonio sea pecado, sino que sin duda alguna aceptan la continencia fiel como mejor que los bienes del matrimonio, en especial, cuando se dice de la continencia en este tiempo: El que pueda con ello que lo acepte 53; en cambio, se dice del matrimonio: Quien no pueda contenerse que se case 54. En el primer caso se exalta la virtud, exhortando, en el segundo se mitiga la enfermedad, remediándola. De ahí el que haya que atender siempre a la debilidad, y por esto quien se ve privado del primer matrimonio y quisiere contraer segundas y terceras nupcias, no hay en ello pecado alguno, si las guardare castamente, es decir, cuando uno y otra legítimamente unidos se guardan fidelidad, de modo que ni él se una a otra mujer fuera de su esposa, ni ella a otro hombre que no sea su marido. En tales casos, aunque hubiere algún exceso conyugal, sin que se mancille el lecho matrimonial, tendrá consigo algún pecado, pero sería leve.

46. Pero todo esto es propio de los que no han ofrecido su continencia a Dios. Con todo, quien se hiciere eunuco a sí mismo por el reino de los cielos, y prometiere en su corazón a Dios la continencia, cuando no solamente se mancilla con el pecado mortal de la fornicación, sino también cuando tanto el varón como la mujer quieren casarse, según la sentencia del Apóstol, se condenará, porque ha faltado a la fidelidad primera 55. Pues, según el Apóstol, así como es digno que el varón dé a su esposa el débito, lo mismo que la esposa a su esposo, porque si alguno toma mujer no peca, y si una doncella se casa, no peca; así, según el dicho apostólico, quien perseverare fiel en su corazón, no teniendo necesidad, pero guardando el señorío de su voluntad, ofreciere con voto también su continencia a Dios 56, debe guardarla con toda diligencia de alma hasta el final, para no condenarse, faltando a la fidelidad primera. Del mismo modo, también los varones casados y las mujeres casadas, cuando de mutuo acuerdo ofrecieren con voto a Dios la continencia perenne, han de saber que ellos están dependiendo de su voto, sin que deban la relación carnal que antes tenían como lícita, sino que ambos deben a Dios la continencia que han prometido con voto. Porque entonces cada uno de ellos poseerá el reino de los cielos que promete a los santos, si olvidando lo que queda atrás, y esforzándose por lo que queda por delante 57, como se dice en los Salmos: Haced votos al Señor vuestro Dios y cumplidlos 58, porque sabe que es lícito, y reconoce que pertenece al progreso en la vida mejor, tanto al prometer con voto de buena gana, y cumplirlo prontamente, como al progresar con el mejor esfuerzo en lo que cumple. Pues a quien promete con voto a Dios y lo cumple, el mismo Dios le dará también los premios del reino celestial que El ha prometido.

Capítulo 4 o Regla primera. LA NATURALEZA DIVINA

47. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son por naturaleza un solo Dios, en cuyo nombre somos bautizados. Siendo un nombre el Padre, y otro el Hijo, y otro el Espíritu Santo, éste es ciertamente el nombre único de la naturaleza de los tres, que es Dios, quien dice en el Deuteronomio: Mirad y ved que yo soy Dios, y no hay otro fuera de, mí 59, Y de quien se dice: Escucha, Israel, el Señor, tu Dios, es solamente uno; y: Al Señor, tu Dios, adorarás, y a Él solo servirás 60.

Capítulo 5 o Regla segunda. UN SOLO DIOS

48. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, que la Trinidad Santa es por naturaleza un solo Dios verdadero. Porque, como no sea lícito que adoremos a tres dioses, sino a un solo Dios verdadero; sin embargo, como el Padre es Dios verdadero, según el apóstol que dice: Dejando los ídolos os convertisteis a Dios para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar desde los cielos a su Hijo Jesús, al que resucitó de los muertos 61. Igualmente el apóstol Juan nos confía que el Hijo es Dios verdadero, al decir: Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado inteligencia para conocer al Dios verdadero, y estamos con su verdadero Hijo, Jesucristo. El es el Dios verdadero y la vida eterna 62. El cual, porque es Dios verdadero, también es la Verdad, como nos enseña El mismo, cuando dice: Yo soy la vida, la verdad, y el camino 63. También el santo apóstol Juan dice: Que el Espíritu es la Verdad 64. Y evidentemente no puede no ser por naturaleza Dios verdadero, quien es la misma Verdad. El apóstol Pablo también le confiesa Dios cuando dice: Vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, y a quien recibís de Dios. Y no os pertenecéis, porque os ha comprado, pagando un precio alto: Glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo 65.

Capítulo 6 o Regla tercera. DIOS ES ETERNO

49. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, es decir, la Trinidad Santa, un solo Dios verdadero, es sempiterno sin principio. Por lo cual está escrito: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Éste estaba en el principio en Dios 66. Esta sempiternidad la confirma el salmo, cuando dice: Pues Dios es nuestro Rey antes de los siglos 67; y en otro lugar: También son eternos su poder y su divinidad 68.

Capítulo 7 o Regla cuarta. DIOS ES INMUTABLE

50. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que la Trinidad Santa, un solo Dios verdadero, así como es eterno, así es por naturaleza el solo inmutable. Pues esto significa, cuando dice a su siervo Moisés: Yo soy el que soy 69. También en los salmos se dice: Al principio, Señor, cimentaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, tú permaneces; se gastarán todos como la ropa, y como el vestido los mudarás, y se acabarán 70.

Capítulo 8 o Regla quinta. DIOS CREADOR DE TODO

51. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que la Trinidad Santa es un solo Dios verdadero, creador de todas las cosas visibles e invisibles, de quien se dice en los salmos: Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, su esperanza está en el Señor, su Dios, que hizo el, cielo y la tierra, el mar, y cuanto hay en ellos 71. De quien también dice el Apóstol: Porque de Él, por Él, y en Él existe todo. A Él la gloria por los siglos 72.

Capítulo 9 o Regla sexta. LA TRINIDAD EN LA UNIDAD

52. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que la naturaleza del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo es ciertamente una sola, pero que son tres las personas: y que solo es el Padre quien dijo: Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido 73, Y que solo es el Hijo sobre quien resonó aquella voz de solo el Padre, cuando en el Jordán fue bautizado según la carne el Dios Unigénito, que El solo tomó la carne; y que es solo del Padre, y del Hijo el Espíritu Santo, que en forma de paloma descendió sobre Cristo bautizado, saliendo del agua 74; Y a los cincuenta días de la resurrección de Cristo llenó a los fieles reunidos en un solo lugar, bajando sobre ellos, para distribuirse en forma de lenguas de fuego 75. Con todo, la voz con la que habló solamente Dios Padre, y la carne con que se hizo hombre solamente Dios Unigénito, y la paloma en cuya aparición solamente el Espíritu Santo descendió sobre Cristo, y las lenguas de fuego, con cuya distribución colmó a los fieles reunidos en un solo lugar, son obras de toda la Trinidad Santa, es decir, del Dios único que hizo todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles.

Capítulo 10 o Regla séptima. LA DISTINCIÓN DE PERSONAS

53. Guarda fidelísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que solo Dios-Hijo, es decir, una persona de la Trinidad, es el Hijo de solo Dios-Padre; en cambio, que el Espíritu Santo, también El una persona de la Trinidad, no es, solo del Padre, sino que a la vez el Espíritu Santo es del Padre y del Hijo. Porque el Dios-Hijo, al manifestar que El solo es engendrado, dice: Pues tanto amó Dios al mundo que entrega a su Hijo Unigénito; y poco después: Pero el que no cree, ya está juzgado; porque no ha creído en el nombre del Hijo Unigénito de Dios 76. Y el Apóstol enseña que el Espíritu Santo es el Espíritu del Padre y del Hijo, cuando dice: Pero vosotros no vivís en la carne sino en el espíritu; si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros; y prosigue: Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de Él 77.

Capítulo 11 o Regla 8. EL ESPÍRITU SANTO

54. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que el mismo Espíritu Santo, que es el único Espíritu del Padre, y del Hijo, procede del Padre y del Hijo. Pues dice el Hijo: Cuando venga el Espíritu de la verdad, que procede del Padre 78. Aquí enseñó que es su Espíritu, porque El mismo es la Verdad 79. Que el Espíritu Santo procede también del Hijo nos lo enseña la doctrina profética y apostólica. Dice Isaías del Hijo: Herirá la tierra con la vara de su boca, y matará al impío con el Espíritu de sus labios 80. Y también el Apóstol dice: A quien el Señor Jesús matará con el Espíritu de su boca 81. Porque además el mismo Hijo Unigénito de Dios, dando a conocer quién es el Espíritu de su boca, al insuflar sobre los discípulos, después de su resurrección, dice: Recibid el Espíritu Santo 82. En cambio, el apóstol Juan en el Apocalipsis dice que de la boca del Señor Jesús procede una espada afilada de doble filo 83. Luego el mismo Espíritu de su boca es la misma espada que procede de su boca.

Capítulo 12 o Regla 9. LA TRINIDAD NO ESTÁ CIRCUNSCRITA POR LÍMITE ALGUNO

55. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que la Trinidad es Dios inmenso por poder, no por masa; y que toda criatura espiritual y corporal está llena de su poder y de su presencia. Pues Dios-Padre dice: Yo lleno el cielo y la tierra 84. Dice también de la Sabiduría de Dios, que es su Hijo, que alcanza con vigor de extremo a extremo, y gobierna todas las cosas con acierto  85. Sobre el Espíritu Santo leemos que el Espíritu del Señor llenó toda la tierra 86. Y el profeta David dice: ¿Adónde me alejaré de tu Espíritu? ¿Y adónde huiré de tu presencia? Si escalo el cielo allí estás Tú; y si desciendo al abismo, allí te encuentro 87.

Capítulo 13 o Regla 10. LA PERSONA DEL HIJO

56. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que una persona de la Trinidad, es decir, que Dios-Hijo, quien solamente El nació de la naturaleza, de Dios-Padre, y es de una única y la misma naturaleza con el Padre, que, llegada la plenitud de los tiempos, El mismo, concebido voluntariamente en la virgen según la asunción de la forma de siervo, y que, nacido de la virgen, es el Verbo hecho carne; y que también es el mismo que nació por naturaleza del Padre, y que fue concebido esencialmente, y que nació de la virgen, y El mismo es uno y de la única naturaleza con el Padre, y de la única naturaleza con la virgen, el cual dice de Dios-Padre: Antes de los siglos me creó, y antes de todas las montañas me engendró 88; de quien también dijo el Apóstol, que cuando se cumplió la plenitud del tiempo, envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley 89.

Capítulo 14 o Regla 11. LA HUMANIDAD DE CRISTO

57.Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que Cristo, Hijo de Dios, así como engendrado Dios pleno y perfecto de Dios-Padre, así engendrado pleno y perfecto hombre, es decir, Verbo-Dios, que tiene, por supuesto sin pecado, la carne verdadera y el alma racional de nuestra humanidad. Esto lo declara con evidencia el mismo Hijo de Dios, cuando dice de su carne: Palpad y ved, que el espíritu no tiene carne y huesos, como veis que tengo yo 90. Igualmente demostró que tenía alma con las palabras siguientes, diciendo: Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida, y la recobraré de nuevo 91. También que tiene el entendimiento del alma en lo que dice: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29). Y Dios dice de sí mismo por medio del profeta: Mirad, mi siervo será muy entendido, y será exaltado y crecerá mucho (Is 52,13). Efectivamente también san Pedro confiesa, con la profecía del santo David, que Cristo tiene cuerpo y alma, pues hablando del mismo el santo David dice: Pero como era profeta, y sabía que Dios le había prometido con juramento que de descendiente suyo se sentaría en su trono, previó y predijo la resurrección de Cristo, diciendo que ni su alma quedaría abandonada en la muerte ni su carne experimentaría la corrupción (Hch 2,30-31).

Capítulo 15 o Regla 12. LA DIVINIDAD DE CRISTO

58. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que es uno y el mismo el Verbo-Dios, que con el Padre-Dios y el Espíritu Santo-Dios creó todos los tiempos, y dio a Moisés en el monte Sinaí la ley ordenada por mediación de los ángeles 92; Y que el mismo Verbo-Dios se hizo carne, el cual, cumplido el plazo, enviado por el Padre y el Espíritu Santo, nació Él solo de la mujer que Él creó, y nació Él solo bajo la ley que Él dio 93.

Capítulo 16 o Regla 13. LAS DOS NATURALEZAS EN CRISTO

59. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que permanecen sin confusión e inseparables las dos naturalezas del Verbo-Dios hecho carne: la una, verdadera y divina, que tiene en común con el Padre, según la cual dice: El Padre y yo somos uno 94; y: Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre; y Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí 95; según la cual dice el Apóstol que El es el esplendor de la gloria y la impronta de la substancia de Dios 96; la otra, verdadera y humana, según la cual el mismo Dios encarnado dice: El Padre es mayor que yo 97.

Capítulo 17 o Regla 14. LA UNIDAD DE PERSONA EN CRISTO

60. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que el Verbo-Dios hecho carne tiene una sola persona de su divinidad y de su carne. Porque el Verbo-Dios se ha dignado unir a Sí de verdad toda la naturaleza humana, y, permaneciendo su divinidad, de tal manera el Verbo se hizo carne que, aunque lo que es carne no sea por naturaleza el Verbo, porque en Cristo permanece la verdad de las dos naturalezas; sin embargo, según la unidad de la persona el mismo Verbo se hacía carne desde el mismo instante de la concepción materna. En efecto, el Verbo-Dios no tomó del hombre la persona, sino la naturaleza; y la persona eterna de la divinidad asumió la substancia temporal de la carne. Por tanto, Cristo solamente es el Verbo hecho carne 98, el cual procede de los patriarcas según la carne, y sobre todo, es el Dios bendito por siempre 99. Uno solo es Jesús a quien dice también el Padre: Desde el seno materno antes de la aurora, te he engendrado 100; donde está significado, antes de todo tiempo, sin principio, el nacimiento eterno. De quien dice el evangelista que le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel, antes de que fuera concebido 101.

Capítulo 18 o Regla 15. LA UNIÓN DEL VERBO Y DE LA CARNE

61. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que la carne de Cristo no fue concebida en el seno de la Virgen sin la divinidad, antes de que la tomara el Verbo; sino que el mismo Verbo-Dios fue concebido, cuando tomó la carne; y que la misma carne fue concebida, cuando se encarnó el Verbo.

Capítulo 19 o Regla 16. LOS SACRIFICIOS. EL SACRIFICIO DEL PAN Y DEL VINO

62. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que el mismo Unigénito Verbo-Dios hecho carne se ofreció por nosotros a Dios como sacrificio y hostia en olor de suavidad 102, a quien con el Padre y el Espíritu Santo los Patriarcas, Profetas, y sacerdotes sacrificaban animales en el Antiguo Testamento con el Padre y el Espíritu Santo; y a quien ahora, en el Nuevo Testamento, con el Padre y el Espíritu Santo, con quienes es una sola divinidad, la santa Iglesia Católica no cesa de ofrecer por toda la tierra el sacrificio del pan y del vino con fe y caridad. En aquellas víctimas carnales se significaba la carne de Cristo, que Él-sinpecado había de ofrecer por nuestros pecados, y la sangre que había de derramar para el perdón de nuestros pecados. En cambio, en este sacrificio está la acción de gracias, y la conmemoración de la carne de Cristo, que ofreció por nosotros, y de la sangre que el mismo Dios derramó por nosotros. De quien el bienaventurado Pablo en los Hechos de los Apóstoles dice: Cuidad de vosotros y de todo el rebaño que el Espíritu Santo os encomendó como a pastores de la Iglesia de Dios, que adquirió con su sangre 103. Es decir, que en aquellos sacrificios figuradamente se significaba lo que nos iba a dar; en cambio, en este sacrificio se nos muestra con evidencia lo que ya se nos ha dado. En aquellos sacrificios estaba prefigurado el Hijo de Dios, que había de morir por los impíos; en cambio, en éste se anuncia muerto por los impíos, al afirmar el Apóstol que Cristo, cuando todavía éramos inválidos, a su tiempo, murió por los impíos; y que cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo 104.

Capítulo 20 o Regla 17. LA HUMANIDAD DE CRISTO

63. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que el Verbo hecho carne tiene la misma carne humana siempre verdadera, porque el Verbo-Dios nació de la virgen, porque fue crucificado y muerto, porque resucitó y subió al cielo, y está sentado a la derecha de Dios, porque también vendrá a juzgar a vivos y muertos. Por todo lo cual los apóstoles oyeron de los ángeles: Vendrá así como lo habéis visto marchar al cielo 105; y San Juan dice: Mirad que llegará entre nubes, y lo verá todo ojo, también los que lo atravesaron; y lo verán tal todas las tribus de la tierra 106.

Capítulo 21 o Regla 18. LA NATURALEZA ES BUENA, NO TIENE NADA MALO. ¿QUÉ ES EL MAL?

64. Guarda firmísimamente y nunca dudes lo más mínimo de que Dios-Trinidad, es decir, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, es por naturaleza el Bien sumo e inmutable; y que todas las naturalezas han sido creadas por Él, verdaderamente buenas, porque las creó el sumo Bien; aunque son mudables, porque fueron creadas de la nada; y que no existe ninguna naturaleza del mal, porque toda naturaleza, en cuanto que es naturaleza, es buena. Pero como en ella el bien puede disminuir y aumentar, se dice que en tanto es mala en cuanto que disminuye su bien, porque el mal no es otra cosa que la privación de bien. Por eso, es doble el mal de la criatura racional: primero, porque ella voluntariamente se apartó del sumo Bien, su Creador; segundo, porque será castigada, a pesar suyo, con el suplicio del fuego eterno, que ha de sufrir con toda justicia, porque admitió el mal injustamente; y, porque no guardó en sí misma el orden del plan divino, no escapará al orden de la divina venganza.

Capítulo 22 o Regla 19. NINGUNA CRIATURA ES UNA MISMA COSA CON DIOS

65. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que ni los ángeles ni criatura alguna es de la misma naturaleza de Aquel que según su Divinidad por naturaleza es la Trinidad suma, la cual es por naturaleza un solo Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Porque no podrán tener una misma naturaleza el que ha creado y aquello que ha creado.

Capítulo 23 o Regla 20. LOS ÁNGELES CREADOS INMUTABLES

66. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que toda criatura por su naturaleza fue creada mudable por Dios inmutable. Sin embargo, ninguno de los santos ángeles puede ya cambiar a peor, porque han recibido la eterna beatitud, con la cual gozan de Dios inmutablemente de tal modo que no puedan carecer de ella. Pero esto mismo, que desde aquel estado de beatitud en que viven, en modo alguno pueden cambiar a peor, no les ha sido otorgado por su naturaleza, sino que, después de que fueron creados, les fue dado por generosidad de la divina gracia. Pues si los ángeles fuesen creados inmutables por su naturaleza, el diablo y sus ángeles no habrían caído nunca de su compañía.

Capítulo 24 o Regla 21. LAS CRIATURAS RACIONALES

67. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que en toda criatura, que la Trinidad suma creó espiritual y corpórea, solamente los espíritus angélicos y los humanos han recibido por favor divino la facultad de entender; en cambio, los demás brutos animales no han recibido la razón e inteligencia; y además esto no lo pueden tener en absoluto. Por eso se les dice a los hombres: No queráis haceros como el caballo o el mulo, que no tienen entendimiento 107; y por eso las almas de los hombres y las bestias no son de una misma naturaleza, ni los brutos pueden pasar alguna vez a ser hombres, ni los hombres pueden pasar a ser bestias.

Capítulo 25 o Regla 22. LA VOLUNTAD LIBRE DE ADÁN

68. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que los primeros hombres, es decir, Adán y su mujer, fueron creados buenos, rectos, y sin pecado, con el libre albedrío, por el que pudiesen, si quisieran, servir y obedecer a Dios siempre con una voluntad humilde y buena; que además con el libre albedrío pudiesen, si quisieran, pecar por propia voluntad; y que ellos pecaron no por necesidad sino voluntariamente; y que por aquel pecado la naturaleza humana cambió a peor, de tal modo que la muerte no solamente implantase su reino por el pecado entre los mismos primeros padres, sino que además pasase su dominio de pecado y de muerte a todos los hombres.

Capítulo 26 o Regla 23. EL PECADO ORIGINAL

69. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que todo hombre, que es concebido por la unión del hombre y de la mujer, nace con el pecado original, súbdito de la impiedad y sujeto a la muerte; y que por eso nace con la naturaleza hijo de ira, de la cual dice el Apóstol: Pues con la naturaleza también nosotros éramos hijos de ira como los demás 108. De esta ira nadie se libra, si no es por medio de la fe del Mediador de Dios y de los hombres, del hombre Jesucristo, que, concebido sin pecado, muerto sin pecado, fue hecho pecado por nosotros 109, es decir, fue hecho sacrificio por nuestros pecados. Cierto que en el Antiguo Testamento se llamaban pecados a los sacrificios que se ofrecían por los pecados; en todos los cuales estuvo significado Cristo, porque Él mismo es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo 110.

Capítulo 27 o Regla 24. CUÁL SEA LA PENA DE LOS NO BAUTIZADOS

70. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que no solamente los hombres que tienen uso de razón, sino también los niños, que, o bien comienzan a vivir en el seno de sus madres y allí mismo mueren, o bien nacidos ya de sus madres, sin el sacramento del santo Bautismo que se da en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, salen de este mundo para ser castigados con el suplicio sempiterno del fuego eterno. Porque, aunque no han tenido ningún pecado de acción propia, sin embargo contrajeron desde la concepción carnal y el nacimiento la condenación del pecado original.

Capítulo 28 o Regla 25. EL JUICIO

71. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que en la venida del Señor, tanto los buenos como los malos tendrán en común la resurrección de la carne; sin embargo, la resurrección de la justicia de Dios será distinta para los buenos y los malos según lo dice el Apóstol: Que todos resucitaremos, pero no todos seremos transformados. Pues serán transformados los justos que irán a la vida eterna. Lo manifiesta el Apóstol al decir: Y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Y añade para mostrar cómo será esa transformación: Esto corruptible tiene que revestirse de incorruptibilidad, y esto mortal tiene que revestirse de inmortalidad. En sus cuerpos (de los justos) se realizará lo que dice el mismo Apóstol: se siembra corruptible, resucitará incorruptible; se siembra sin honor, resucitará glorioso; se siembra en debilidad, resucitará poderoso; se siembra un cuerpo animal, resucitará un cuerpo espiritual 111. Lo que ha llamado espiritual no es porque el mismo cuerpo será espíritu, sino porque, por el espíritu que da vida, permanecerá inmortal e incorruptible. Pero, así como entonces el cuerpo se llamará espiritual, sin que sea espíritu, sino que permanece cuerpo; así también ahora se llama animal, aunque se encuentra que no es alma, sino cuerpo.

Capítulo 29 o Regla 26. LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE

72. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que, a excepción de aquellos que son bautizados con su sangre por el nombre de Cristo, no conseguirá la vida eterna ningún hombre, que en esta vida no se haya convertido de sus malas obras por medio de la penitencia y de la fe, y haya sido liberado por medio del Sacramento de la fe y de la penitencia, es decir, por medio del Bautismo. Y que los adultos necesitan también arrepentirse de sus pecados, y profesar la fe católica según la regla de la verdad, y recibir el sacramento del Bautismo; a los niños, en cambio, porque ni pueden creer con voluntad propia, ni hacer penitencia por el pecado que contraen de origen, les basta para salvarse el Sacramento de fe y de penitencia, que es el santo Bautismo, mientras su edad no les puede hacer capaces del uso de la razón.

Capítulo 30 o Regla 27. LA FE Y EL BAUTISMO

73. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que Cristo, Hijo de Dios, ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, para que los hombres, a los que justifica aquí por la fe gratuitamente con el don de su gracia, a los mismos justificados que por la fe y la caridad de la santa madre Iglesia da la perseverancia hasta el final, los resucite en su venida, los glorifique, los iguale a los santos Ángeles según su promesa 112, Y los lleve a ese estado, en el cual sean perfectamente buenos, en la medida en que Dios da a cada uno; y que en adelante no puedan mudarse de la misma perfección. Allí será distinta la gloria de los santos, pero será la misma la vida eterna de todos. En cambio, al diablo y a sus ángeles Cristo los enviará al fuego eterno, donde nunca faltará el castigo que les ha preparado la justicia divina; y con el mismo diablo también a los hombres impíos e inicuos, de los que dice la Escritura: y que lo imiten los que son de su partido 113, porque le han imitado en las obras malas, y no han hecho la penitencia debida antes de salir de esta vida, para arder con sus cuerpos recuperados en el suplicio de la combustión eterna.

Capítulo 31 o Regla 28. LA GRACIA

74. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que ningún hombre puede aquí hacer penitencia sino aquel a quien Dios le haya iluminado y convertido por su misericordia gratuita. El Apóstol dice: A no ser que Dios les dé el arrepentimiento para conocer la verdad, y recobren el juicio libres de los lazos del diablo 114.

Capítulo 32 o Regla 29. NADA SE HACE SIN LA GRACIA

75. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que un hombre a quien ni la ignorancia de las letras ni la incapacidad o la adversidad impide bien leer bien escuchar por boca de un predicador las palabras de la santa ley del evangelio; pero nadie puede obedecer los mandamientos divinos sino aquel a quien Dios haya prevenido con su gracia para que lo que oye por el cuerpo lo perciba también en el corazón, y recibida por favor divino la voluntad y la virtud quiera y pueda cumplir los mandamientos de Dios. Porque ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer 115 el cual también obra en nosotros el querer y el obrar de buena voluntad 116.

Capítulo 33 o Regla 30. A DIOS NADA SE LE OCULTA

76. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que a Dios, que es inmutable, todo le está muy presente de modo inmutable, no sólo el pasado, y el presente, sino también el futuro, a quien se dice: Dios, que conoces lo oculto, que lo sabes todo antes de que suceda 117.

Capítulo 34 o Regla 31. LA PREDESTINACIÓN

77. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que Dios-Trinidad, inmutable, conocedor certísimo de todas las cosas, las suyas y las de los hombres, sabe desde siempre a quienes habría de dar la gracia por medio de la fe, sin la cual nadie ha podido ser absuelto de la atadura del pecado, tanto original como actual, desde el principio del mundo hasta el final. Porque a los que Dios conoció de antemano también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo 118.

Capítulo 35 o Regla 32. LOS BIENAVENTURADOS POR LA PREDESTINACIÓN

78. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que todos aquellos a quienes Dios por su bondad gratuita hace vasos de misericordia, han sido predestinados por Él antes de la constitución del mundo, para la adopción de hijos de Dios; ni puede perecer alguno de los que Dios ha predestinado para el reino, ni alguno de los que Dios no ha predestinado para la vida puede salvarse por razón alguna. Porque la predestinación es la preparación del don gratuito, por el cual el Apóstol nos llama predestinados a la adopción de hijos por Jesucristo en Sí mismo 119.

Capítulo 36 o Regla 33. EL BAUTISMO

79. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que el sacramento del Bautismo puede existir no sólo dentro de la Iglesia Católica, sino también entre los herejes que bautizan en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; pero fuera de la Iglesia Católica no puede ser de provecho; más aún, así como dentro de la Iglesia a los que creen rectamente da la salvación por medio del sacramento del Bautismo, así a los bautizados fuera de la Iglesia, si no volvieren a la Iglesia, acumulan su destrucción con el mismo Bautismo. Pues tanto vale la unidad de la sociedad eclesiástica para la salvación que no se salva por el Bautismo aquel a quien no se administra dentro de ella, donde conviene que sea administrado. Sin embargo, no dudes de que tiene el Bautismo el hombre bautizado fuera de la Iglesia, pero el separado de la Iglesia lo tiene para juicio. Y porque es manifiesto que, dondequiera que haya sido administrado este Bautismo, ha de ser administrado una sola vez; por eso, aunque lo haya administrado un hereje en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, ha de ser reconocido con toda veneración, y por esto en modo alguno se debe volver a administrar. Pues el Salvador dice: El que se ha bañado una vez, no necesita lavarse más que los pies 120.

Capítulo 37 o Regla 34. FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACIÓN

80. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que todo bautizado fuera de la Iglesia Católica no puede hacerse participante de la vida eterna, si, antes de acabar esta vida, no se hubiere vuelto e incorporado a la Iglesia Católica. Porque dice el Apóstol: Aunque tenga toda la fe, y conozca todos los misterios, si no tengo caridad, no soy nada 121. En efecto, también leemos que en los días del diluvio nadie pudo salvarse fuera del arca.

Capítulo 38 o Regla 35. LOS CONDENANDOS

81. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que no solamente los paganos, sino también todos los judíos, Y todos los herejes y cismáticos, que acaban la vida presente fuera de la Iglesia Católica, irán al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles 122.

Capítulo 39 o Regla 36. LOS HEREJES

82. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que cualquier hereje o cismático bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, si no estuviere agregado a la Iglesia Católica, por muchas limosnas que hiciere, y hasta derramare su sangre por Cristo, no puede salvarse. Porque, a todo hombre que no tiene la unidad de la Iglesia Católica, no le puede aprovechar para la salvación ni el Bautismo ni la limosna por muy copiosa que sea, ni la muerte sufrida por Cristo, cuando en él persevera la perversidad herética o cismática, que le lleva a la muerte.

Capítulo 40 o Regla 37. LOS CRISTIANOS DE MALA VIDA

83. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que no todos los que están bautizados dentro de la Iglesia Católica conseguirán la vida eterna, sino aquellos que, recibido el bautismo, viven rectamente, es decir, los que se abstuvieren de los vicios y concupiscencias de la carne. Pues, como los infieles, los herejes, y los cismáticos no poseerán el reino de los cielos, tampoco los católicos culpables lo podrán poseer.

Capítulo 41 o Regla 38. QUE NADIE VIVE SIN PECADOS

84. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que hasta los justos y los hombres santos, excepto aquellos que bautizados son niños, nadie puede vivir en esta vida sin pecado; y que todo hombre necesita lavar sus pecados con limosnas hasta el final de la vida presente, e impetrar de Dios humilde y sinceramente el perdón.

Capítulo 42 o Regla 39. LA COMIDA Y LA BEBIDA.
EL MATRIMONIO. LAS SEGUNDAS NUPCIAS SON LÍCITAS

85. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que toda criatura de Dios es buena, y que nada es desechable si se toma con acción de gracias 123; Y que los siervos de Dios que se abstienen de la carne y del vino, no rechazan como inmundas las cosas que Dios ha creado, sino que más bien se abstienen de la comida y de la bebida para controlar mejor su cuerpo.

Que también las nupcias han sido instituidas y bendecidas por voluntad divina; y que, aunque sea mejor, cuando alguno no se casa, para, estando más libre, ocuparse plenamente de las cosas de Dios, cómo agradar a Dios; sin embargo, a los que no han prometido con voto su continencia, no tienen pecado alguno, tanto cuando la mujer se casa, como cuando el hombre toma mujer 124. Que no solamente han sido instituidas por Dios las primeras nupcias, sino que también han sido concedidas las segundas y terceras nupcias por la debilidad de aquellos que no pueden permanecer continentes. En cambio, a los que prometieron con voto a Dios su continencia, ya sean casados, ya estén libres del matrimonio, por lo menos es condenable, tanto si los unos hubieren pretendido el acto conyugal, aunque no llegaran a cometerlo; como si los otros intentaran repetir aquello a que habían renunciado, los primeros por haberlo prometido con entera y libre voluntad, los segundos de mutuo acuerdo.

Capítulo 43 o Regla 40. QUE EN LA IGLESIA LOS MALOS ESTÁN MEZCLADOS CON LOS BUENOS

86. Guarda firmísimamente, y nunca dudes lo más mínimo de que la era de Dios es la Iglesia Católica, y que dentro de la Iglesia se contienen las pajas con el trigo hasta el fin de los siglos, esto es, que los malos se mezclan con los buenos en la comunión de los sacramentos; y que en toda profesión, tanto de clérigos, como de monjes, como de laicos, haya la vez buenos y malos. Que los buenos no deben ser abandonados por los malos, sino que los malos han de ser tolerados por los buenos, en cuanto lo exige la medida de la fe y de la caridad; es decir, tanto si siembran en la Iglesia las semillas de una inútil perfidia, como si arrastran a los hermanos hacia alguna obra mala con su imitación mortífera. Que nadie dentro de la Iglesia Católica, profesando la fe con rectitud y con una vida buena puede mancharse con el pecado ajeno, si no da su consentimiento ni su favor a cualquier pecador; y que los malos son tolerados para utilidad de los buenos dentro de la Iglesia, si esto se hace viviendo bien con ellos, y aconsejando bien, para que también los que ven y los que oyen las cosas que son buenas, rechacen sus cosas malas, y se arrepientan de sus malas obras porque han de ser juzgados por Dios; y que así con la gracia previniente se confundan de sus iniquidades, y se conviertan por la misericordia de Dios a una vida buena. En cambio, que los buenos deben separarse de los malos, que están aquí dentro de la Iglesia católica, por la desemejanza de sus obras, para que no tengan en común con aquellos que comulgan los divinos Sacramentos las malas obras, por las cuales son reprobables. En cambio, que al final de los siglos los buenos han de ser separados de los malos hasta en el cuerpo, cuando Cristo venga empuñando el bieldo, y aventará su era, y el trigo lo reunirá en el granero, pero quemará la paja en un fuego que no se apaga  125; cuando por un juicio justo separa a los justos de los injustos, a los buenos de los malos, a los rectos de los perversos; a los buenos los pondrá a la derecha, a los malos a la izquierda; y, por la sentencia sempiterna e inmutable de un juicio justo y eterno salido de su boca, todos los inicuos irán al fuego 126, los inicuos para arder por siempre con el diablo, pero los justos para reinar sin fin con Cristo.

Capítulo 44. QUE HAY QUE PERSEVERAR EN LA FE

87. Entre tanto, cree fielmente, guarda con fidelidad, defiende con veracidad, y con paciencia todos estos cuarenta capítulos que pertenecen firmísimamente a la regla de la fe verdadera. Y si conoces a alguien que enseñe lo contrario, evítalo como una peste, y abandónalo como hereje. Así pues, estos capítulos que hemos expuesto están de acuerdo con la fe católica, para que si alguno quisiere contradecir no solamente todos los capítulos sino también cada uno de ellos, en tanto que contradice con contumacia cada uno de ellos, y que no duda en enseñar lo contrario a ellos, aparezca como hereje y enemigo de la fe cristiana, y por esto ha de ser anatematizado por todos los católicos. Por tanto, aunque tanto la falta de tiempo, como la prisa del portador nos constriña a pasar en silencio algunas cosas, que deberían haber sido traídas para mejor conocer y evitar las diversas herejías; sin embargo, si no te descuidas en revisar y en conocer con toda claridad lo que en este opúsculo se contiene, has de poder juzgar con toda discreción de estas cosas, y también de las demás de modo especial. Porque el Apóstol dice que el hombre espiritual lo discierne todo 127. Por lo cual, mientras cada uno de nosotros vaya llegando, que camine en tanto que llega, es decir, en tanto que ha conseguido la certeza, que persevere con fidelidad. Porque cuando algo capta de otro modo, esto también Dios se lo revelará 128. Amén.

Capítulo 45. REGLA DE ORO

1. Fundamento verdaderamente sólido de la fe es por principio creer que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo es por naturaleza un solo Dios; de manera que creemos que de la naturaleza del Padre nació verdaderamente el Hijo Unigénito, y que el Espíritu Santo procede a la vez del Padre y del Hijo; y que la misma santa Trinidad es un solo Dios verdadero, eterno e inmutable. Que para salvarse es necesario también creer que una sola Persona de la Trinidad, es decir, el Dios Unigénito, se hizo hombre por nuestra salvación; y que Él mismo es un solo Dios verdadero y hombre verdadero, que según la divinidad tiene una misma naturaleza con el Padre y el Espíritu Santo; pero que según la humanidad el alma racional de Cristo es de la misma naturaleza que las almas de todos los hombres, y que la carne de Cristo es de aquella misma naturaleza que todos los que tienen su origen del primer hombre. Por lo tanto, que ni el alma de Cristo ni su carne son de una y la misma naturaleza con la divinidad, porque, según la humanidad, El verdaderamente fue creado. Pero, así como su divinidad tiene en común con el Padre y con el Espíritu Santo la naturaleza divina, así su cuerpo y su alma tienen en común la comunión natural con nuestras almas y nuestros cuerpos. El cual con su divinidad, quitando el pecado, arrancó gratuitamente del dominio del pecado, y del suplicio de la muerte eterna la carne y el alma de los que creen en Él.

2. Defendido con esta creencia no, te olvides de suplicar día y noche a la misericordia divina, pidiendo la santa esperanza de todos los que creen en El, que es Cristo, el Señor, para que retengas firmemente esta verdad de fe, y la guardes intacta, porque el Espíritu Santo da ayuda copiosa a los fieles que se la piden, como dice el Profeta: Cerca está el Señor de los que lo invocan sinceramente. Cumplirá los deseos de los que lo temen, y escuchará sus gritos, y los salvará. El Señor guarda a todos los que lo aman, y dispersará a todos los pecadores 129. Y de nuevo dice al mismo Dios: Sí, todos los que se alejan de Ti, se pierden; destruiste a los que te son infieles; pero de Sí mismo dice: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, poner en Dios mi esperanza 130.

3. Así pues, únete a Dios, queridísimo hijo, y pon en Él tu esperanza de todo corazón con fe y caridad. En la lucha del siglo demuestra al rey terreno un servicio fiel, porque Dios lo quiere, y el Apóstol lo manda. Pero, en esta causa de la fe, por la cual Cristo nos redimió con su sangre, destierra todo temor de nuestro corazón. Nuestras almas se las debemos a Aquel por cuya sangre hemos sido redimidos. Sobre todas las cosas debemos amar a Aquel a quien reconocemos Redentor clementísimo de nuestras almas. Ante todo, debemos temer la potestad eterna y verdadera de Aquel en quien esperamos que ha de venir como juez ecuánime. Debemos anhelar con todo el afecto del corazón las promesas de Aquel que puede dar la vida eterna al alma y al cuerpo. Debemos temer la ira de Aquel que tiene poder para enviar al infierno el alma y el cuerpo; en cuyo juicio, sin acepción de personas, serán juzgados por igual, y sin cohecho de poderes, los señores, los siervos, reyes y súbditos, ricos y pobres, humildes y grandes. Allí cualquier siervo, que aquí haya guardado sinceramente la fe de Dios, poseerá el reino eterno; y el señor infiel será quemado en el fuego sempiterno. Allí no se terminará la vida de los siervos y señores fieles ni tendrá fin su alegría; en cambio, la vida de los infieles, tanto siervos como señores, según la verdad de la palabra profética: Su fuego no se apagará, y su gusano no morirá 131. Porque los inicuos irán al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles.

4. Prestemos, pues, atención a quienes el Salvador predijo que irían allí, es decir, a aquellos a quienes dirá: Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estuve desnudo, y no me vestisteis; fui peregrino, y no me acogisteis; enfermo, y en la cárcel, y no vinisteis a verme 132. Porque si con razón es enviado al fuego eterno el que no ha dado pan a Cristo que tenía hambre en sus pequeñuelos, ¿qué no ha de padecer el que arrebata para sí por el vicio de la infidelidad el mismo pan que descendió del cielo? Y si va a arder en las llamas perennes el que no da un vaso de agua fría a Cristo, que tiene sed en sus pequeñuelos, ¿qué no padecerá el que renacido del agua y del Espíritu Santo permite repetir en sí el santo Bautismo, que recibió una sola vez para la salvación y para el sacramento de la santa regeneración? Y si creemos que el que rehúsa dar hospedaje caritativamente a Cristo peregrino en sus pequeñuelos, ha de estar sujeto a tormentos perennes, ¿qué se puede pensar que sufrirá el que, arrojando a Cristo, el Señor de la casa de su corazón, y acogiendo en sí con infidelidad completamente ciega al diablo, se llegase a separar de la santa Iglesia, que es columna y base firme de la verdad 133, seducido por la falsedad herética? Y si aquel, que no visita a los enfermos y a los siervos de Dios que están en la cárcel, será destinado al fuego sempiterno, ¿con qué diremos que va a castigar a quienes afligen violentamente a los siervos de Dios, en quienes persiguen únicamente la verdad de la fe, bien con la hediondez de las cárceles, bien con la deportación de los destierros? Pero en todo esto, pese a que se ensañen los enemigos de la fe, Dios ayuda siempre a los suyos. Y mientras los enemigos de la fe intentan corromper a alguno, bien con seducción engañosa, bien con ataques violentos, Cristo, que es la fortaleza y la sabiduría de Dios, da el valor para despreciar las promesas de una mortífera persuasión, y para resistir con el vigor del temor, divino a los terrores humanos. Tanto es así que la voluntad no se aparta de Dios, y conquista el premio de la fe. Esta es, pues, la pena eterna que tendrá el que es castigado por su infidelidad, y la alegría sempiterna el que sea premiado por su fe bien guardada.