CAPÍTULO I
El hombre exterior y el hombre interior
1. Veamos ahora dónde se encuentra el confín entre el hombre exterior y el interior. Cuanto de común tenemos en el alma con los animales, se dice, y con razón, que pertenece aún al hombre exterior. No es solamente el cuerpo lo que constituye el hombre exterior: le informa un principio vital que infunde vigor a su organismo corpóreo y a todos sus sentidos, de los que está admirablemente dotado para poder percibir las cosas externas; al hombre exterior pertenecen también las imágenes, producto de nuestras sensaciones, esculpidas en la memoria y contempladas en el recuerdo. En todo esto no nos diferenciamos del animal sino en que nuestro cuerpo es recto y no curvado hacia la tierra. Sabia advertencia de nuestro supremo Hacedor, para que en nuestra parte más noble, esto es, en el alma, no nos asemejemos a las bestias, de las cuales nos distinguimos ya por la rectitud de nuestro cuerpo.
No lancemos nuestra alma a la conquista de lo que hay más sublime en los cuerpos, porque desear el reposo de la voluntad en tales cosas es prostituir el alma.
Pero así como nuestro cuerpo está naturalmente erguido, mirando lo que hay de más encumbrado en el mundo, los astros, así también nuestra alma, substancia espiritual, ha de flechar su mirada a lo más excelso que existe en el orden espiritual, no con altiva soberbia, sino con amor piadoso de justicia.
CAPÍTULO II
Sólo el hombre percibe, en el mundo corpóreo, las razones eternas
2. Pueden los brutos, si, percibir, por los sentidos del cuerpo, los objetos externos, fijarlos en la memoria, recordarlos, buscar en ellos su utilidad y huir de lo que les molesta; pero anotarlos, retener no sólo lo que espontáneamente se capta, sino también lo que con industriosa solicitud se confía a la memoria; imprimir de nuevo en el recuerdo y en el pensamiento las cosas que están para caer en el olvido; afianzar en el pensamiento lo que en el recuerdo vive; informar la mirada del pensamiento con los materiales archivados en la memoria; componer estas visiones fingidas tomando y recosiendo recuerdos de acá y allá; comprender cómo en este orden de cosas se distingue lo verosímil de lo verdadero, no ya en los seres espirituales, sino incluso en el mundo corpóreo; éstas y otras operaciones similares, aunque tengan su origen en las realidades sensibles y las modere y actúe el alma mediante los sentidos del cuerpo, no se encuentran en los seres privados de razón ni son comunes a hombres y bestias. Propio es de la razón superior juzgar de las cosas materiales según las razones incorpóreas y eternas; razones que no serían inconmutables de no estar por encima de la mente humana; pero, si no añadimos algo muy nuestro, no podríamos juzgar, al tenor de su dictamen, de las cosas corpóreas. Juzgamos, pues, de lo corpóreo, a causa de sus dimensiones y contornos, según una razón que nuestra mente reconoce como inmutable.
CAPÍTULO III
La razón superior, que pertenece a la contemplación, y la inferior, que es dinámica, en un alma
3. Aquella parte de nuestro ser que se ocupa de la acción de las cosas corpóreas y temporales y no es a bestias y hombres común, ciertamente es racional, pero se deriva de esta substancia racional del alma que nos subordina y aduna a la verdad inteligible e inconmutable, principio deputado para administrar y gobernar las cosas inferiores.
Y así como entre todos los animales no había para el hombre una ayuda semejante a él, y por eso fue de él quitado lo que se había die formar para esposa, así en aquella parte de nuestra mente que se eleva a la verdad íntima y trascendente no se encuentra, en lo que de común con los animales tenemos, una ayuda que se le asemeje y sea apta para comunicar con el mundo corpóreo, cual la naturaleza del hombre lo exige. Por esto, algo racional muy nuestro, no separado en divorcio de unidad, sino como 1e1egado en ayuda de] consorcio social, se distribuye en ministerio de su acción. Y así como el varón y la mujer son una carne, así la inteligencia y la acción, el consejo y la ejecución, la razón y el apetito racional, o cualquier otra expresión más significativa, si existe, integran la naturaleza de la mente, que es una. De aquéllos se dijo: Serán dos en una carne1; de éstas se puede decir también que son dos en una mente.
CAPÍTULO IV
La Trinidad, imagen de Dios en la parte superior del alma, que contempla las razones eternas
4. Al discurrir acerca de la naturaleza de la mente humana, discurrimos acerca de una sola realidad: los dos aspectos que recordé lo son en relación de sus dos funciones. Y así, cuando buscamos la trinidad en el alma, la buscamos en toda ella y no separamos nunca su acción racional en las cosas temporales de la contemplación de las eternas, como buscando un tercer elemento para completar la trinidad.
Pero es menester descubrir una trinidad en la naturaleza íntegra del alma; de suerte que si faltase la acción de las temporales, a cuya obra es necesaria una ayuda, pues para esto ha sido delegada una parte de nuestra mente en calidad de administradora de estas cosas inferiores, no se podría encontrar la trinidad en un alma indivisa. Hecha esta distribución, encontramos no sólo la trinidad, sino la imagen de Dios en la región superior de alma, que pertenece a in contemplación de las cosas eternas; porque en la parte delegada para la acción en lo temporal puede encontrarse una trinidad, pero no la imagen de Dios.
CAPÍTULO V
¿La Trinidad del Padre, la madre y el hijo es imagen de Dios?
5. No me parece probable la sentencia de aquellos que juzgan poder encontrar en la naturaleza del hombre la trinidad, imagen de Dios, en tres personas; por ejemplo, en el ayuntamiento del varón y de la mujer, y, como complemento, en su descendencia; de suerte que el varón representaría la persona del Padre; lo que de él procede por generación, la del Hijo; y la mujer, la del Espíritu Santo, pues del varón procede, sin que sea su hijo o su hija2: de su empreñamiento nace la prole.. "Del Padre procede"3, dijo Cristo hablando del Espíritu Santo; sin embargo, no es su Hijo.
En esta errónea opinión, lo único admisible es que, en el origen de la mujer, como se prueba suficientemente por la autoridad de la santa Escritura, no puede llamarse hijo a todo lo que trae su origen de una persona para ser a su vez persona; de la persona del varón trae su existencia la persona de la mujer; sin embargo, no se la puede llamar hija.
Las restantes afirmaciones son tan absurdas y falsas, que su refutación resulta empresa baladí. Paso en silencio la absurda posibilidad de ser el Espíritu Santo madre del Hijo de Dios y esposa del Padre; quizá se me pueda contestar que estas cosas son tan sólo escandalosas en lo carnal, como cuando se piensa en la concepción y en el parto de un ser corpóreo. Aunque esto mismo lo piensan los puros, para quienes todo es puro, con una castidad admirable; por el contrario, para los impuros e infieles, de corazón y conciencia contaminados4, nada hay limpio, y así algunos de éstos se escandalizan de que Cristo haya nacido de una virgen según la carne. Pero en aquellas cimas espirituales, donde nada impuro y corruptible existe, ni nacido en el tiempo ni formado de masa informe, si se emplea este lenguaje, a cuya semejanza la criatura inferior ha sido plasmada, aunque a una distancia inmensa, no debe esto inquietar a la sobria prudencia, no sea que, por evitar un terror vano, se despeñe en un error pernicioso.
Acostúmbrese a descubrir vestigios de lo espiritual en el mundo corpóreo, para que, al iniciar la ascensión a las cumbres, guiado por la inteligencia, llegue hasta la misma verdad inconmutable, por la cual fueron hechas estas cosas, y no lleve consigo a las vetas lo que despreció en la hondonada. Hubo quien no sintió sonrojo en desposarse con la sabiduría, aunque el nombre suscite en el pensamiento la idea de un ayuntamiento carnal con vistas a la generación de la prole. La misma sabiduría es hembra por el sexo, pues del género femenino es el vocablo que la designa en el idioma griego y latino.
CAPÍTULO VI
Impugnación razonada de la sentencia anterior
6. No rechazamos esta sentencia porque temamos representar a la santa, purísima e inmutable Caridad cual esposa de Dios Padre y como procediendo de Él, pero no como prole ni destinada a engendrar el Verbo, por quien fueron hechas todas las cosas; sino porque la Escritura divina evidencia su falsedad. Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; y poco después se dice: E hizo Dios al hombre a imagen de Dios5. Nuestra, en número plural; expresión inexacta de haber sido el hombre plasmado a imagen de una sola persona, ora sea el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo. Mas como fue hecho a imagen de la Trinidad, por eso se dice a nuestra imagen. En cambio, para que no se crea que hay tres dioses en la Trinidad, siendo la Trinidad un solo Dios, se añade: E hizo Dios al hombre a imagen de Dios; como si dijera: "a su imagen".
7. Existen en la Escritura expresiones que algunos, aunque afirmen su fe católica, no consideran con suficiente atención, y así creen que se dice: Hizo Dios (al hombre) a imagen de Dios; como si dijera: "Hizo el Padre (al hombre) a imagen del Hijo"; queriendo probar por estas palabras de la Escritura la divinidad del Hijo, como si no existiesen testimonios muy manifiestos y verídicos en los que el Hijo no sólo es llamado Dios, sino también Dios verdadero.
Mas en este pasaje, al querer dar solución a otra dificultad, de tal modo se enredan, que son incapaces de salir del laberinto. En efecto, si el Padre creó al hombre a imagen del Hijo, y el hombre no es imagen del Padre, sino del Hijo, síguese que el Hijo no es semejante al Padre. Pero si una piadosa creencia enseña, como la enseña, que el Hijo es en todo semejante al Padre en igualdad de esencia, luego el hombre, creado a imagen del Hijo, es necesario que lo haya sido también a imagen del Padre.
Además, si el padre creó al hombre, no a su imagen, sino a imagen del Hijo, ¿por qué se dice: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, y no se dice a tu imagen, si no es porque la imagen de la Trinidad quedaba en el hombre esculpida, para que de este modo fuera el hombre imagen de un solo Dios verdadero, pues la Trinidad es un solo Dios verdadero?
Y semejantes expresiones son sin número en las Escrituras. Bastará aducir las que siguen. En los Salmos se lee: Del Señor es la salud, y sobre tu pueblo tu bendición6; cual si hablase con un tercero al decir: Del Señor es la salud, y no con aquel a quien se refiere la sentencia. Y en otro salmo: Por ti me veré libre de la tentación, y confiado en mi Dios asaltaré las murallas7; como si hablasen con otro cuando dice: Por ti me veré libre de la tentación. Y de nuevo: Bajo tus pies caen los pueblos en el corazón de los enemigos del rey8; como si dijera: "En el corazón de tus enemigos". Al rey, es decir, a nuestro Señor Jesucristo, fue dicho: Los pueblos caerán bajo tus pies; y a este Rey quiso aludir cuando dice en el corazón de los enemigos del rey.
Testimonios de este género son más raros en las Escrituras del Nuevo Testamento. No obstante, el Apóstol, en su Carta a los Romanos, dice: De su Hijo, nacido de la descendencia de David según la carne, que fue predestinado Hijo de Dios, con poder, según el espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos, de Jesucristo, Señor nuestro9; como si al principio hiciese referencia a otro. ¿Qué significa ser predestinado por la resurrección de los muertos, de Jesucristo, sino ser Jesucristo constituido, en poder, Hijo de Dios? En consecuencia, cuando oímos: Hijo de Dios, en poder de Jesucristo; o: Hijo de Dios según el espíritu de santidad de Jesucristo; o: Hijo de Dios por la resurrección de los muertos de Jesucristo, equivale a decir en lenguaje corriente: por su poder, según el espíritu de su santidad, por su resurrección de entre los muertos o de sus muertos, sin que nos veamos precisados a entenderlo de otra persona distinta, sino de una misma; es decir, del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo. Y así, cuando oírnos: Hizo Dios al hombre a imagen de Dios, aunque, según el uso más común, debiera decirse "a su imagen", no obstante, no nos vemos forzados a ir en busca de otra persona en la Trinidad, que es un solo Dios verdadero, a cuya imagen fue el hombre plasmado.
8. Pues esto es así, si encontramos esta misma imagen de la Trinidad, no en un hombre, sino en tres, padre, madre e hijo, entonces el hombre no habría sido hecho a imagen de Dios antes de ser formada la mujer y antes de la procreación del primer hijo, supuesto que no existía aún esta trinidad. ¿Dirá alguien que ya existía la trinidad, porque si aun no existía en su forma propia, sin embargo, la mujer existía ya, según su naturaleza de origen, un el costado del varón, y el hijo en los lomos del padre? Entonces ¿por qué la Escritura, cuando dice: Hizo Dios al hombre a imagen de Dios, añadió en el contexto inmediato: A imagen de Dios lo hizo; los hizo macho y hembra; los bendijo?10 ¿O es que se ha de leer primero: Hizo Dios al hombre a imagen de Dios, y luego: a imagen de Dios los hizo, y finalmente: los hizo macho y hembra? Algunos temieron decir: "Los hizo macho y hembra", para que no se entendiese algo monstruoso, al estilo de los hermafroditas; aunque, sin mentir, bien se pueden designar ambos con el número singular, al tenor de la expresión bíblica que dice: Dos en una carne.
Pero entonces, como principié a decir, ¿por qué la Escritura sólo menciona en la naturaleza humana, hecha a imagen de Dios, al varón y a la mujer? Para completar la trinidad debió añadir al hijo, contenido virtualmente en los lomos del padre, como lo estaba la mujer en el costado. ¿O es que la mujer ya había sido creada, y la Escritura, en expresión ceñida, menciona tan sólo lo que después con más claridad explica, indicando el modo de su creación, y el hijo no pudo ser mencionado por no haber aún nacido? Como si el Espíritu Santo no hubiera podido señalar con breves palabras al hijo, reservándose detallar en su lugar oportuno el nacimiento, como más adelante narrará la creación de la mujer del costado del varón11, si bien no olvidó aquí mencionarla.
CAPÍTULO VII
Cómo el hombre es imagen de Dios. La mujer, ¿no es acaso imagen de Dios? Mística y figurada interpretación de aquella sentencia del apóstol en que se proclama al varón imagen de Dios y a la mujer gloria del varón
9. No hemos, pues, de entender que el hombre, al ser creado a imagen de la Trinidad soberana, esto es, a imagen de Dios, lo fue como si la imagen existiera en tres hombres distintos; sobre todo cuando el Apóstol proclama al varón imagen de Dios, y por eso se le prohíbe velar su cabeza, mientras se le preceptúa a la mujer. He aquí sus palabras: El varón no debe cubrir su cabeza, porque es imagen y gloria de Dios, pero la mujer es gloria del varón12.
¿Qué decir n esto? Si la mujer con su persona completa la imagen de la Trinidad, ¿por qué, una vez arrancada del costado del varón, aun se le llama a éste imagen de Dios? Y si una de las tres personas humanas puede llamarse imagen de Dios, como sucede en la Trinidad excelsa, donde cada una de las tres personas divinas es Dios, ¿por qué la mujer no es imagen de Dios? Se le manda cubrir su cabeza y se le prohíbe al varón por ser imagen de Dios.
10. Pero veamos cómo la afirmación del Apóstol donde afirma que el varón, no la mujer, es imagen de Dios, no es contraria a la escritura del Génesis: Hizo Dios al hombre, a imagen de Dios lo hizo; macho y hembra los hizo y les dio su bendición13.
Hecha, dice, a imagen de Dios la naturaleza humana, la cual se compone de dos sexos; y así no se excluye a la hembra cuando se habla de la imagen de Dios. Al decir el texto: Hizo Dios al hombre a imagen de Dios, añade: Varón y hembra lo hizo; o según otra versión: Hízolos varón y hembra. ¿Cómo, pues, oímos al Apóstol que el varón es imagen de Dios, y por eso se le prohíbe cubrir su cabeza; pero no la mujer, y por esto se le manda velar su cabeza? La razón, a mi entender, es, según indiqué al tratar de la esencia del alma humana, porque la mujer, juntamente con su marido, es imagen de Dios, formando una sola imagen toda la naturaleza humana; pero considerada como ayuda, propiedad suya exclusiva, no es imagen de Dios. Por lo que al varón se refiere, es imagen de Dios tan plena y perfectamente como cuando con la mujer integra un todo.
Como dijimos al hablar de la esencia del alma humana, porque, si toda ella contempla la verdad, es imagen de Dios; mas, cuando una de sus facultades es enviada, por decreto de la voluntad, para que actúe en las cosas temporales, permanece imagen de Dios en la parte que ve y contempla la verdad; pero la parte que se ocupa en las acciones inferiores no es imagen de Dios. Y cuanto más eleve su pensamiento hacia lo eterno, tanto más fielmente es formada a imagen de Dios; y por eso no se ha de cohibir, moderar o contener su ascensión; y he aquí por qué el varón no debe cubrir su cabeza.
Existe para la acción racional, entretenida en lo temporal y corpóreo, el peligro de resbalar hacia las cosas inferiores; por eso ha de tener gran dominio sobre su cabeza, lo que indica el velo, símbolo de contención. Símbolo éste místico, piadoso y muy grato a los santos ángeles. La visión de Dios no es en el tiempo; y en su visión o en su ciencia no puede haber novedad cuando acaece algo temporal y transitorio, como sucede en los sentidos carnales de hombres y bestias o en las percepciones angélicas.
11. El apóstol San Pablo insinúa en la distinción de los sexos, macho y hembra, un profundo misterio; la prueba está en que, al decir en otra parte que la viuda en desolación, sin hijos ni nietos, debe perseverar en la oración noche y día14 y esperar en el Señor, aquí da a entender quo la fémina seducida y prevaricadora so salvará por la crianza de los hijos; y añade: Si permaneciere en fe, en caridad y en santidad, acompañada de sobriedad15. Como si perjudicase a la buena viuda el no tener hijos, o si, teniéndolos, no quisieran permanecer en el bien.
Las obras buenas son como los hijos de nuestra vida, y según ellas se pregunta qué vida lleva cada uno, es decir, cómo hace estas obras temporales; vida que los griegos no llaman zwh, sino bios; y estas buenas obras se practican de ordinario en los oficios de misericordia; mas estas obras de misericordia de nada aprovechan a los infieles y judíos, pues no creen en Cristo, ni al hereje o cismático, porque en ellos no se encuentra ni la fe, ni la caridad, ni la santidad acompañada de la sobria modestia"; así resulta claro el pensamiento del Apóstol. Habla en un sentido figurado y místico al mandar cubrir a la mujer su cabeza, precepto vacío de sentido si no estuviera henchido de misterio.
12. El hombre fue creado a imagen de Dios, no según su forma corpórea, sino por su alma racional; así lo declaran de consuno la razón verdadera y la autoridad del Apóstol. Pensamiento vano y grosero sería imaginar a Dios circunscrito y limitado por configuración de miembros corporales. ¿No nos dice el santo Apóstol: Renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios16; y más claramente en otro lugar: Despojaos del hombre viejo con sus actos, y vestid el nuevo, que se renueva en el conocimiento de Dios, según la imagen del que le crió?17 Si nos renovamos en el espíritu de nuestra mente, el hombre nuevo se remoza en el conocimiento de Dios según la imagen de su Criador; luego para nadie ofrece duda que el hombre ha sido hecho a imagen del que lo crió, pero no según el cuerpo o según una parte cualquiera de su alma, sino según su mente racional, sede del conocimiento de Dios.
Según, pues, esta renovación, nos hacemos hijos de Dios por el bautismo de Cristo, y, al vestirnos del hombre nuevo, nos vestimos de Cristo por la fe. ¿Quién hay que excluya a las mujeres de este benéfico concierto, siendo nuestras coherederas en la gracia, cuando en otro lugar el mismo Apóstol dice: Todos, pues, sois hijos de Dios por la fe de Cristo Jesús. Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis vestido de Cristo. No hay ya judío ni griego, no hay siervo ni libre, no hay varón ni hembra, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús?18 ¿Por ventura perdieron las mujeres creyentes su sexo?
Mas porque se renuevan a imagen de Dios, donde no existe diferencia de sexo, de ahí que el hombre haya sido creado a imagen de Dios, donde no hay sexo alguno; es decir, en el espíritu de su mente. ¿Por qué el varón no debe cubrir la cabeza, siendo imagen y gloria do Dios, y la mujer, por ser gloria del varón, ha de velar la suya, como si la mujer no se remozara en el espíritu de su mente al renovarse en el conocimiento de Dios según la imagen de su Hacedor? Pero, como por el sexo del cuerpo se diferencia del varón, muy bien pudo en el velo corporal figurar aquella parte de la razón que se ocupa del gobierno de lo transitorio; de suerte que la imagen de Dios permanezca sólo en aquella parte del alma que se aplica a la contemplación y búsqueda de las razones eternas 7; parte que, como es manifiesto, varones y hembras poseen.
CAPÍTULO VIII
Cómo se desdibuja la imagen de Dios en el alma
13. Luego en sus mentes se reconoce una naturaleza común; en sus cuerpos se representa la diversidad de funciones de esta misma mente. En las ascensiones íntimas y graduales a través de las estancias del alma, allí donde principiemos a vislumbrar algo que no nos sea común con los brutos, allí empieza la razón y puede reconocerse al hombre interior. Si, empero, este hombre, a causa de aquella razón a la que se le confió la administración de las cosas temporales, se derrama en demasía, con rápido progreso, hacia el exterior, previo el consentimiento de su cabeza, esto es, sin que le frene y cohíba la parte más noble, que preside en la atalaya del consejo como porción viril, entonces envejece entre sus enemigos19, los demonios, envidiosos de su virtud, con Satanás, su caudillo; y en pena de su delito le es substraída a la cabeza, piles en compañía de su mujer gustó del manjar prohibido, la visión de las cosas eternas, para que la luz de sus ojos no esté con él20; y así, desnudos ambos de la luz de la verdad y abiertos los ojos de su conciencia para ver su deshonestidad e indecencia, entretejen bellas palabras sin el fruto de las buenas obras, cual hojas que anuncian dulces frutos, pero am sus pomos, y cubren con un bello decir la torpeza de su mala vida21.
CAPÍTULO IX
La caída
14. Enamorada el alma de su poder, olvida el bien universal y se desliza hacia el interés privado; y llevada de una soberbia satánica, principio del pecado22, en vez de seguir en el mundo de la creación a su Dios y Rector para ser óptimamente gobernada conforme a sus leyes, apeteció ser algo más que el universo, al que intentó someter a su ley; y corno nada existe más amplio que el mundo, se precipitó en la inquietud del bien particular, y así, aspirando a lo más, decreció; por ese la avaricia se dice raiz de todos los males23. Cuanto haga, impulsada por un interés particular, en contra de las leyes que rigen el orbe, lo ejecuta por medio del cuerpo que parcialmente posee; y así, complacida en estas formas y movimientos corpóreos, no poseyéndolos en su interior, se enreda en las imágenes grabadas en su memoria y se enloda torpemente en la fornicación de su fantasía, refiriendo a estos fines bastardos todas sus actividades; fines quo busca con curiosa diligencia en los bienes corporales y temporales mediante los sentidos del cuerpo; o con hinchada altanería afecta ser más excelsa que las almas esclavas de las sensaciones del cuerpo, o se sumerge en las marismas cenagosas del placer de la carne.
CAPÍTULO X
Grados en la torpeza
15. Cuando con rectitud de intención trata el alma de captar las cosas interiores y trascendentes, patrimonio común, no propiedad privada, de cuantos las aman y sin solicitud ni envidia, con casto amplexo, las poseen, entonces mira por su propio bien y por el bien de los demás; y si por ignorancia yerra en algo transitorio, cuya administración ella desempeña en el tiempo, y no observa el justo medio debido, tentación es humana. Gran ventura es pasar así está vida, en viaje de retomo, de suerte que sólo nos sorprenda la tentación humana24. Este pecado cae fuera del cuerpo y no se considera fornicación; de ahí que con facilidad se perdone.
Pero si el alma se afana por conseguir lo que por el cuerpo percibe y obra movida por deseos de experiencia, de distinción, de contacto, y en ellas pone el fin de su bien, haga lo que haga, su acción es torpeza; y fornica pecando contra su propio cuerpo25, y en su interior se apodera de los simulacros falaces del mundo corpóreo y los combina con vano trabajo, hasta no parecerle fuera de esto nada divino; y así, avara en secreto, se fecunda en errores y, pródiga en privado, queda exhausta de fuerzas. Cierto que no se lanzó desde un principio a tan liviana y deshonrosa fornicación, pero está escrito: El que desprecia lo poco, lentamente se despeña26.
CAPÍTULO XI
Imagen de la bestia en el hombre
16. Como se desliza la serpiente, apoyada en el ondulante movimiento de sus escamas, nunca con pasos francos, así el movimiento resbaladizo de la caída arrastra insensiblemente a los que se abandonan: parte de la culpable ambición de ser como Dios y llega a la semejanza de las bestias. Despojados de la estola de la inocencia, merecen vestir en su mortalidad zamarras de pieles27. El verdadero honor del hombre consiste en ser imagen y semejanza de Dios, y sólo el que la imprimió puede custodiarla. Cuanto menos amemos lo propio, tanto más amaremos a Dios. Si cede a la apetencia de experimentar su propio poder, cae, por su capricho, en sí mismo como en su centro. Y así, no queriendo estar, al igual de Dios, bajo nadie, en pena de su presunción, es precipitado desde su metacentro al abismo, esto es, al deleitoso placer de la bestia; y, siendo la semejanza divina su gloria, es su infamia su semejanza animal. El hombre puesto en dignidad no entendió; se comparó a los asnos estúpidos y a ellos se asemejó28.
¿Cómo precipitarse en tales honduras desde tan encumbradas cimas sin pasar por medio de sí misma? Cuando, despreciado el amor a la sabiduría, inmóvil siempre en su punto, se ambiciona la ciencia experimental de las cosas mudables y temporales, ciencia que infla y no edifica29, el alma, gravada por su propio peso, es excluida de la felicidad, y por la experiencia de su medianía aprende, a sus expensas, la diferencia que existe entre el bien abandonado y el mal que cometió. La efusión y pérdida de sus fuerzas no le permiten volver atrás, a no ser con la ayuda de la gracia de su Creador, que la llama a penitencia y perdona sus pecados. ¿Quién librará al alma infeliz de este cuerpo de muerte, sino la gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor?30
De esta gracia, con su auxilio, disputaremos en su lugar.
CAPÍTULO XII
Maridaje misterioso en el hombre interior. Complacencias ilícitas
17. Demos fin ya, con el auxilio del Señor, al estudio emprendido acerca de aquella parte de la razón a la que pertenece la ciencia, esto es, el conocimiento de las cosas temporales y mudables, necesarias para desempeñar las funciones de esta vida. Así como en aquel conocido maridaje de los dos primeros seres humanos que existieron no comió la serpiente de la fruta del árbol prohibido, aunque sí incitó al bocado; y la mujer no fue sola en gustar el manjar, sino que dio a su hombre y ambos comieron, aunque haya sido la hembra sola la que habló con la serpiente y fue seducida31, esto mismo pasa y se nota en el hombre individual divorciado de la razón que se entrega a la sabiduría, por culpa también de un secreto y misterioso sensual del alma, que pone toda su atención en los sentidos del cuerpo, que nos son con las bestias comunes.
El sentido del cuerpo percibe las cosas corporales; las espirituales, inconmutables y eternas, las conoce la razón que se aplica a la sabiduría. El apetito se avecina a la razón, que se orienta a la ciencia, pues la ciencia llamada de acción raciocina sobre los objetos corporales que el sentido del cuerpo percibe; y será bueno su razonar si refiere este conocimiento al fin de un bien sumo; malo, si el alma se propone gozar de estos bienes para descansar en su felicidad mentirosa.
Cuando el sentido bestial de la carne excita a la caricia del goce a esta parte inferior de la mente, que se ocupa de las cosas temporales y terrenas con la vivacidad propia de su raciocinio, impulsada por la necesidad misma de su acción, y usa de ellas como de un bien privado y propio y no como público y común, cual es el bien inconmutable, entonces es como si la serpiente hablase a la mujer. Consentir en este halago es comer del fruto prohibido. Y si este consentimiento se satisface con sólo el deleite del pensamiento, y la autoridad de un consejo superior contiene los miembros para que no sean entregados como armas de iniquidad al pecado32, sería como si la mujer sola gustase del fruto vedado. Finalmente, si, además de consentir en usar mal de las cosas que se perciben por los sentidos del cuerpo, decide que todo pecado, si está en su poder, sea consumado por el cuerpo, entonces se ha de entender que aquella mujer dio a su marido y ambos gustaron del pomo ilícito. No es posible el pecado, ni de pensamiento ni de obra, si la atención del alma, con poder absoluto para lanzar los miembros a la acción o refrenarlos, no cede servilmente a acto culpable.
18. Ciertamente no se puede negar el pecado cuando el alma se deleita en pensamientos ilícitos, aunque no se decida a ponerlos por obra, si retiene y rumia con agrado lo que rechazar debía en el instante mismo de su aparición; pero es un pecado mucho menor que si se determina llevarlo a la práctica. Es, pues, necesario pedir perdón de estos pensamientos, golpearse el pecho y decir: Perdónanos nuestras deudas; luego, poner por obra lo que se añade en la plegaria: así como nosotros perdonamos a nuestros deudores33.
En el caso de aquellos dos seres primeros, cada uno respondía por su persona; y si la mujer sola hubiese gustado del fruto vedado, ella sola hubiera sido condenada a pena de muerte; pero en el hombre individual, aunque sólo se adelicie el pensamiento en los placeres ilícitos, placeres que tiene obligación de rechazar al nacer, y no esté resuelto a obrar el mal, retozándose en la suavidad de este recuerdo, lejos de nosotros el creer que sólo el pensamiento merece ser castigado, cual mujer sin varón. Aquí sólo existe una persona, un hombre solo, y todo él ha de ser condenado; a no ser que estos pecados cometidos sin el propósito de descender a la acción, con sólo el pensamiento ilícito de la complacencia culpable, nos sean perdonados por la gracia del Mediador.
19. Este nuestro discurrir en busca de un cierto connubio racional entre la contemplación y la acción en la mente de todo hombre, con reparto de empleos diversos, aunque conservando siempre la unidad del alma, y salva la historia verídica de aquellos primeros seres, varón y hembra, origen del género humano, según nos lo atestigua la divina Verdad, no tiene otro fin que la de explicar cómo se ha de entender el pasaje del Apóstol donde atribuye la imagen de Dios al varón, no a la mujer, queriendo, en la diferencia de sexos de los dos seres humanos, invitarnos a escudriñar su oculto significado en cada hombre.
CAPÍTULO XIII
Otra interpretación simbólica: El varón significa la mente, y la mujer los sentidos del cuerpo
20. No ignoro que, antes de nosotros, algunos ilustres paladines de la fe católica y autorizados expositores de las Escrituras divinas, al buscar estos dos principios en el hombre singular y considerando toda alma buena como una especie de paraíso, afirmaron que el varón representaba la inteligencia, y la mujer los sentidos del cuerpo. Si con seriedad reflexionamos sobre esto, nos parecerá adaptarse a maravilla todo este reparto, según el cual, el varón es la inteligencia, y la mujer los sentidos del cuerpo; pero está escrito que entre todas las aves y bestias no se encontró una ayuda semejante al hombre, y entonces fue la mujer creada de su costado34.
Por esta razón no juzgo oportuno simbolizar en la mujer los sentidos del cuerpo, pues sabemos nos son con los animales comunes, y preferí buscar algo que no se encuentre en las bestias, representando en la serpiente, la más astuta de todos los animales de la tierra35, el sentido corporal. En efecto, entre todos los bienes de naturaleza que vemos nos son con los irracionales comunes, sobresale, por su vivacidad, el sentido; no aquel del cual está escrito en la Carta a los Hebreos, en el pasaje donde se lee: El manjar sólido es para los perfectos, los que por costumbre tienen ejercitados los sentidos en discernir lo bueno de lo malo36; porque éstos son sentidos de la naturaleza racional y pertenecen a la inteligencia; sino que se trata de este quíntuple sentido, repartido por todo el cuerpo, y mediante él, no sólo nosotros, sino incluso los animales, pueden percibir las formas y movimientos corpóreos.
21. Pero ya interpretemos el dicho del Apóstol, en el que llama al varón imagen y gloria de Dios y a la mujer gloria del varón37, en este o aquel sentido, o de otra manera cualquiera, es evidente que al vivir según Dios, anclada nuestra inteligencia en sus perfecciones invisibles, ha de perfeccionarse gradualmente el alma en caridad, eternidad y verdad. Mas siempre una parte de nuestra atención racional, es decir, de nuestra mente, por necesidad se ha de ocupar en el uso de las cosas materiales y mudables, sin las que es imposible vivir; no para conformarnos a este siglo38, poniendo nuestro fin en dichos cuidados y desviando hacia ellos el deseo de nuestra felicidad, sino de tal suerte que cuanto racionalmente hagamos en el uso de los bienes temporales, lo hagamos para conseguir la contemplación de los eternos, caminando por medio de aquéllos con la mirada fija en éstos.
CAPÍTULO XIV
Sabiduría y ciencia. El culto de Dios es su amor. Cómo por la sabiduría ha lugar el conocimiento de las cosas eternas
Tiene la ciencia su justo medio, si lo que en ella infla o suele inflar es vencido por el amor de lo eterno, que no infla, sino que, como ya sabemos, edifica39. Sin ciencia, ni adquirir podríamos estas mismas virtudes, que nos hacen vivir una vida sin tacha y por las que se gobierna esta mísera vida, de manera que logremos alcanzar la eterna, vida verdaderamente feliz.
22. Sin embargo, la acción que nos lleva a usar rectamente de las cosas temporales dista de la contemplación de las realidades eternas: ésta se atribuye a la sabiduría, aquélla a la ciencia. Aunque, en rigor, la, sabiduría puede llamarse también ciencia, pues así lo hace el Apóstol cuando dice: Ahora conozco en parte, entonces conocerá como soy conocido40. Por ciencia entiende aquí la contemplación de Dios, supremo galardón de los santos. Pero cuando dice: A uno le es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu41, no hay duda que distingue estas dos cosas, aunque no explica su diferencia ni enseña cómo se las puede discernir.
Pero, escudriñando la riqueza inexhausta de las Sagradas Escrituras, encuentro escrito en el libro de Job esta sentencia del santo varón: ¡Mira! La piedad es sabiduría; apartarse del mal, ciencia42. En esta distinción vemos cómo la sabiduría pertenece a la contemplación, y la acción a la ciencia. Piedad significa, en este lugar, el culto de Dios; es en griego qheosébeia. Esta es la palabra que se encuentra en los códices griegos en esta sentencia. ¿Y qué hay en las realidades eternas de más excelso que Dios, único inmutable por naturaleza?
Y ¿en qué consiste su culto, sino en su amor, que al presente nos hace suspirar por su visión y creemos y esperamos verlo un día, porque mientras peregrinamos lo vemos como en un espejo y en enigma, pero entonces lo veremos en su plena manifestación? Esto es lo que llama el apóstol San Pablo cara a cara43. Abunda en el mismo sentido San Juan cuando dice: Carísimos, ahora somos hijos de Dios, y todavía no se nos mostró qué seremos. Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es44. En este pasaje y otros similares paréceme se habla de la sabiduría.
Abstenerse del mal, ciencia en sentir de Job, pertenece ciertamente al dominio de las cosas temporales. Es en el tiempo donde estamos sujetos a los males, que hemos de evitar si queremos un día arribar a las playas de los bienes eternos. Por lo cual, cuanto con prudencia, fortaleza, justicia y templanza ejecutemos, pertenece a la ciencia o disciplina que dirige nuestras acciones huyendo del mal y apeteciendo el bien; y asimismo, todos los ejemplos que debemos imitar o evitar y todos los documentos necesarios acomodados a nuestros usos los deducimos del conocimiento de la historia.
23. Cuando se habla de estas cosas, paréceme ser palabra de ciencia, distinta de la palabra sabiduría, a la que no pertenecen las cosas que fueron o serán, sino las que son; y a causa de la eternidad, en la cual existen, se dice que fueron, son y serán, sin mutabilidad alguna de tiempo. Y no fueron, como si dejasen de ser, ni serán, como si ahora no fuesen, pues siempre tuvieron y tendrán idéntico ser. Permanecen, pero no fijas en lugares espaciales, como los cuerpos, porque en la naturaleza incorpórea se presentan a la mirada del alma tan inteligibles como los objetos palpables y visibles a los sentidos del cuerpo en el espacio.
Subsisten sin extensión espacial las razones inteligibles e incorpóreas de las cosas sensibles ubicadas en el lugar, y permanecen también las razones de las mismas mociones temporales y transitorias sin sucesión de tiempo, como inteligibles, no como sensibles. Pero a pocos es dado llegar hasta ellas con la mirada de la inteligencia, y cuando se llega, en cuanto es posible, no es dable fije en ellas la mirada el espectador, sino que su vista se siente como rechazada; surgiendo entonces un conocimiento fugaz de la realidad que no pasa.
Y este pensamiento, al avanzar a través de las disciplinas que ilustran al alma, se confía a la memoria, para así poder retornar y pensar, pum por el momento se le obliga a pasar adelante; y si el pensamiento no recurre a la memoria y encuentra lo que confiado tenía, como un ignorante será conducido de nuevo como la vez primera y hará su descubrimiento donde antes, es decir, en la verdad incorpórea, grabando en su memoria el sello descriptivo de la realidad. El pensamiento del hombre no subsiste con la subsistencia de la razón inmaterial e inconmutable de un cuerpo, verbigracia, cuadrado, si es capaz de llegar hasta ella desnudo de todo fantasma espacial, o, si la cadencia armoniosa de un sonido se desliza en el tiempo, perdura su ritmo sin tiempo en un secreto y alto silencio; y se puede pensar en él mientras sea posible oír el canto; pero lo que arrebató la mirada fugaz de la mente y, cual si lo engullera en el vientre, lo almacenó la memoria, sólo puede rumiarlo mediante el recuerdo, y si lo aprende, podrá convertirlo en doctrina. Mas, si el olvido fuere completo, sólo bajo la guía de la enseñanza es posible arribar de nuevo hasta lo que consideraba perdido, y lo encontrará como era.
CAPÍTULO XV
Contra las reminiscencias de Platón y del samio Pitágoras. Trinidad en la ciencia
24. Platón, noble filósofo, se esforzó en convencernos que las almas humanas habían vivido en el mundo antes de vestir estos cuerpos; de ahí que aquellas cosas que se aprenden sean, no nuevos conocimientos, sino simples reminiscencias. Según él refiere, preguntado ignoro qué esclavo sobre un problema geométrico, respondió como consumado maestro en dicha disciplina. Escalonadas las preguntas con estudiado artificio, veía lo que debía ver y respondía según su visión.
Mas, si todo esto fuera mero recuerdo de cosas con antelación conocidas, ni todos ni la mayor parte estarían en grado de responder al ser interrogados de idéntica manera; porque en su vida anterior no todos han sido geómetras, y son tan contados en todo el género humano, que a duras penas se podrá encontrar uno. Es preferible creer que, disponiéndolo así el Hacedor, la esencia del alma intelectiva descubre en las realidades inteligibles del orden natural dichos recuerdos, contemplándolos en una luz incorpórea especial 12, lo mismo que el ojo carnal al resplandor de esta luz material ve los objetos que están a su alrededor, pues ha sido creado para esta luz y a ella se adapta por creación.
Si él distingue entre lo blanco y la negro sin ayuda de maestro, no es por haber conocido estas cosas antes ya de existir en esta carne.
Por fin, ¿por qué únicamente en las realidades inteligibles puede alguien responder cuando se le interroga con arte, aunque sea sobre una disciplina que ignora? ¿Por qué nadie es capaz de hacerlo cuando se trata de cosas sensibles, a no ser que las haya visto en su existencia corpórea o lo haya creído a quienes lo saben y se lo comunicaron de palabra o por escrito? No se ha de dar crédito a los que dicen del samio Pitágoras que se recordaba de ciertas sensaciones experimentadas cuando vivía en otro cuerpo: hay quienes ponen en otras idénticas experiencias.
Se trata de falsas reminiscencias, como las que con frecuencia experimentamos en sueños, cuando nos parece recordar haber visto o ejecutado lo que en realidad ni hemos visto ni obrado. Estas mismas afecciones se producen en las almas de los que están bien despiertos, bajo la influencia de los espíritus malignos y falaces, cuyo oficio es afianzar o sembrar erróneas doctrinas sobre la emigración de las almas con el fin exclusivo de engañar a los hombres. Si en realidad se recordaran las cosas vistas en el mundo, al vivir en otros cuerpos, todos o casi todos tendríamos estas experiencias; porque, según dicha opinión, se finge un continuo flujo y reflujo de la vida a la muerte y de la muerte a la vida, de la vigilia al sueño y del sueño a la vigilia.
25. Si, pues, la verdadera distinción entre sabiduría y ciencia radica en referir el conocimiento intelectual de las realidades eternas a la sabiduría, y a la ciencia el conocimiento racional de las temporales, no es difícil discernir a cuál de las dos se ha de conceder la precedencia y a cuál el último lugar. Y si existe alguna otra nota característica por la que se distingan estas dos cosas, porque hay ciertamente entre ellas distinción manifiesta, como lo enseña el Apóstol cuando dice: A uno ha sido dado por el Espíritu palabra de sabiduría, a otro palabra de ciencia, según el mismo Espíritu45, con todo, la diferencia por nosotros puntualizada es evidente, pues una cosa es el conocimiento intelectivo de lo eterno, y otra la ciencia racional de lo caduco, y nadie dudará en dar sus preferencias al primero.
Mas, dejando a un lado lo perteneciente al hombre exterior, al elevarnos interiormente sobre cuanto nos es con los animales común, antes de arribar al conocimiento de las realidades inteligibles y supremas, que son eternas, nos encontramos con el conocimiento racional de las cosas temporales. Si es posible, descubramos en este conocimiento una especie de trinidad, como la descubrimos en los sentidos del cuerpo y en aquellas imágenes que a través de sus celosías se nos entraron en el alma, que es espiritual. Así, en lugar de los objetos materiales percibidos desde el exterior mediante el sentido del cuerpo, tendremos en nuestro interior las imágenes de los objetos impresas en la memoria, especies que informan el pensamiento, interviniendo la voluntad como tercer elemento unitivo, cual ocurría al realizarse la visión corporal, pues la voluntad, para que la visión existiera, dirigía la mirada sobre el objeto visible y unía a los dos, colocándose ella en medio, como un tercer elemento.
Mas no encerremos esta afirmación dentro de los límites del libro presente, pues, si Dios nos ayuda, la podremos en el siguiente tratar más a fondo y exponer el resultado de nuestra búsqueda.