CAPÍTULO I
Qué pide a Dios Agustín y qué a sus lectores. En Dios nada mudable y corpóreo se ha de pensar
1. Principiando ya a tratar de aquellas cosas que en modo alguno pueden ser expresadas por ningún hombre -al menos por mí ciertamente no lo pueden ser- como se piensan, y aunque nuestro mismo pensamiento, cuando discurre sobre el Dios Trinidad, se sienta muy distanciado del objeto de su pensar, ni lo comprenda como Eli es, sino que, aunque iguale al gran apóstol San Pablo, lo ve, según está escrito, por un espejo y en un enigma1, imploro primero ayuda para entender lo que explicar intento, y pido perdón, si en algo yerro, a Dios nuestro Señor, en quien siempre debemos pensar y del que nada podemos pensar dignamente, y a quien en todo tiempo debemos bendición de alabanza2, sin que haya palabra capaz de darle a conocer. Tengo muy presente no sólo mi voluntad, sino también mi flaqueza.
Pido también perdón a los que hayan de leer estas cosas si advierten que mis palabras no responden a mi intención, ora sea porque ellos lo entienden mejor, ora sea porque no lo entienden debido a la obscuridad de mi expresión. Yo, por mi parte, les anticipo mi venia si, a causa de su rudeza, no fueren capaces de entenderme.
2. Con más facilidad nos excusaríamos mutuamente si entendiésemos o creyésemos con firmeza que todo cuanto se afirme de esta naturaleza inconmutable, invisible, vida suma y que a sí misma se abasta, no ha de medirse con el compás de las cosas mudables, perecederas e indigentes. Nos afanamos inútilmente por comprender las cosas que caen bajo el dominio de nuestros sentidos corporales o lo que somos nosotros en nuestro interior. En la búsqueda de las cosas de allá arriba, trascendentes, divinas e inefables, no en vano se inflama la piedad sincera si sabe evitar la arrogancia del que en sus propias fuerzas confía y sólo se apoya en la gracia de su Hacedor y Salvador. Porque, ¿cómo podrá el hombre comprender con su inteligencia a Dios, si aun no comprende su inteligencia, con la que quiere comprenderlo? Y si la comprende, advierta con diligencia cómo no hay en su naturaleza nada mejor, y observe si descubra allí la línea de sus formas, la belleza de sus colores, su magnitud espacial, la distancia de sus partes, la extensión de su mole, sus movimientos en el espacio y otros detalles semejantes. Nada de esto encontramos en lo que hay de mejor en nosotros, es decir, en nuestra inteligencia, con la que nos adueñamos de la sabiduría en la medida de nuestra capacidad. Pues lo que no descubrimos en nuestra parte más noble no hemos de buscarlo en aquel que es infinitamente superior a lo más excelso de nuestro ser. A Dios le hemos de concebir -si podemos y en la medida que podemos- como un ser bueno sin cualidad, grande sin entidad creador sin indigencias, presente sin ubicación, que abarca, sin ceñir, todas las cosas; omnipresente sin lugar, eterno sin tiempo, inmutable y autor de todos los cambios, sin un átomo de pasividad. Quien así discurra de Dios, aunque no llegue a conocer lo que es, evita, sin embargo, con piadosa diligencia y en cuanto es posible, pensar de Él lo que no es.
CAPÍTULO II
Sólo Dios es esencia inmutable
3. Dios es, sin duda, substancia, y si el nombre es más propio, esencia; en griego ousía. Sabiduría viene del verbo saber; ciencia, del verbo scire, y esencia, de ser. Y ¿quién con más propiedad es que aquel que dijo a su siervo Moisés: Yo soy el que soy; dirás a los hijos de Israel: El que es me envía a vosotros?3
Todas las demás substancias o esencias son susceptibles de accidentes, y cualquier mutación, grande o pequeña, se realiza con su concurso; pero en Dios no cabe hablar de accidentes; y, por ende, sólo existe una substancia o esencia inconmutable, que es Dios, a quien con suma verdad conviene el ser, de donde se deriva la palabra esencia. Todo cuanto se muda no conserva el ser; y cuanto es susceptible de mutación, aunque no varíe, puede ser lo que antes no era; y, en consecuencia, sólo aquel que no cambia ni puede cambiar es, sin escrúpulo, verdaderamente el Ser.
CAPÍTULO III
Argumento de los arrianos contra la consubstancialidad del Padre y del Hijo
4. Principiemos a contestar a nuestros adversarios en la fe sobre aquellas cosas que no se expresan como se piensan ni se piensan como son. Entre los muchos argumentos que los arrianos acostumbran a esgrimir contra la fe católica está el siguiente sofisma, que ellos consideran de gran peso. Dicen: "Cuanto se piensa o enuncia de Dios, se predica no según los accidentes, sino según la substancia". Ahora bien, el Padre es, según la substancia, ingénito, y el Hijo es, según la substancia, engendrado. Realidades muy diversas son ser ingénito y ser engendrado. Luego la substancia del Hijo -es muy otra que la substancia del Padre.
Respuesta: Si cuanto de Dios se predica se dice según la substancia, luego según la substancia se dijo: Yo y el Padre somos uno4. En consecuencia, una es la substancia del Padre y del Hijo. Y si esto no se entiende según la substancia, existe ya algo en Dios que no se entiende según la substancia y, por consiguiente, ya no es obligado entender las palabras ingénito y engendrado según la substancia. Se afirma asimismo del Hijo: No juzgó rapiña hacerse igual a Dios5. Pregunto: ¿Según qué es igual? Si igual no se dice según la substancia, admitan que en Dios no todo cuanto se predica es según la substancia. Luego no es necesario entender según la substancia las palabras ingénito y engendrado. Y si no aceptan esta conclusión por ser substancial cuando se enuncia de Dios, luego el Hijo es consubstancial al Padre.
CAPÍTULO IV
La mutación es a todo accidente esencial
5. Se suele llamar accidente a todo cuanto una cosa puede adquirir o perder por mutación. Cierto que existen accidentes inseparables, denominados en griego acwrista, cómo es el color negro a la pluma del cuervo; no obstante, puede perder el color, no en cuanto pluma, sino porque no siempre es pluma. La materia es por naturaleza mudable y al dejar de existir este animal o aquella pluma, todo su ser, se muda y convierte en terreno elemento, y entonces se desvanece también su color.
El accidente separable puede perder su existencia, no por separación, sino por mutación. Así, por ejemplo, la negrura en los cabellos del hombre, pues mientras existan cabellos existe la posibilidad de encanecer, y, por consiguiente, dicho accidente es separable. Mas observemos con atención cuidadosa y veremos que no es por separación, como si emigrase algo de la cabeza que empieza a blanquear, sino que es sólo la cualidad del color lo que cambia.
En Dios no existe accidente, porque en Él nada mudable ni amisible se encuentra. Y si place llamar accidente a lo que, sin extinguirse, es susceptible de crecimiento o disminución, como la vida del alma, pues mientras sea alma vive, y como siempre es alma, siempre vive; pero su vida es más intensa cuando su ciencia es más sensata, y menos cuando entontece, y así se verifica en ella una cierta mudanza, no porque cese la vida, como en el ignorante cesa la sabiduría, sino porque es menos abundosa la vida. Mas nada de esto sucede en Dios, esencia en absoluto inmutable.
CAPÍTULO V
Relaciones divinas
6. Por lo tanto, en Dios nada se dice según los accidentes, pues nada le puede acaecer: sin embargo, no todo cuanto de Él se predica, se predica según la substancia. En las cosas creadas y mudables, todo lo que no se predica según la substancia, se predica según los accidentes. En ellas todo puede perderse o disminuir, dimensiones y cualidades. Y dígase lo mismo de las relaciones de amistad, parentesco, servidumbre, semejanza, igualdad, posición, hábito, lugar, tiempo, acción y pasión.
En Dios, empero, nada se afirma según el accidente, porque nada mudable hay en Él; no obstante, no todo cuanto de Él se enuncia se dice según la substancia. Se habla a veces de Dios según la relación (ad aliquid). El Padre dice relación al Hijo, y el Hijo dice relación al Padre, y esta relación no es accidente, porque uno siempre es Padre y el otro siempre es Hijo; y no como si dijéramos que desde que existe el Hijo no puede dejar de ser Hijo, y el Padre no puede dejar de ser Padre, sino a parte antea, es decir, que el Hijo siempre es Hijo y nunca principio a ser Hijo. Porque si conociese principio o alguna vez dejase de ser Hijo, sería esta denominación accidental. Y si el Padre fuera Padre con relación a sí mismo y no con relación al Hijo, y el Hijo dijese habitud a sí mismo y no al Padre, la palabra Padre y el término Hijo serían substanciales.
Mas, como el Padre es Padre por tener un Hijo, y el Hijo es Hijo porque tiene un Padre, estas relaciones no son según la substancia, porque cada una de estas personas divinas no dice habitud a sí misma, sino a otra persona o también entre sí; mas tampoco se ha de afirmar que las relaciones sean en la Trinidad accidentes, porque el ser Padre y el ser Hijo es en ellos eterno e inconmutable. En consecuencia, aunque sean cosas diversas ser Padre y ser Hijo, no es esencia distinta; porque estos nombres se dicen no según la substancia, sino según lo relativo; y lo relativo no es accidente, pues no es mudable.
CAPÍTULO VI
Sale al paso a ciertas cavilaciones de los herejes sobre las palabras "engendrado" e "ingénito"
7. Contra este nuestro razonar replican diciendo que el Padre dice ciertamente relación al Hijo, y el Hijo al Padre; pero el término engendrado e ingénito no entrañan relación alguna, sino que dicen habitud a sí mismas. No es igual decir ingénito que decir Padre, porque, aunque no hubiera engendrado un Hijo, el Padre sería siempre ingénito; no por el hecho de engendrar alguien un hijo es ya ingénito, pues los hombres sabemos que proceden por generación unos de otros y engendran a su vez hijos.
Arguyen, pues: Padre dice relación al Hijo, e Hijo al Padre; pero ingénito y engendrado -dicen relación a sí mismas. Ahora bien, todo -cuanto dice habitud al sujeto se predica según la substancia; y como- ser ingénita y ser engendrado son conceptos distintos, luego son también distintas substancias.
Los que así hablan no comprenden que sientan una proposición acerca del término ingénito que merece examen diligente, porque no por ser uno padre es ya ingenito, ni por ser ingénito es padre. En consecuencia, ingénito no dice habitud alguna, sino que se predica de sí mismo; pero, con maravillosa ceguera, no advierten que el término engendrado es relativo. Uno es hijo porque ha sido engendrado, y porque fue engendrado es hijo. El hijo dice relación al padre, el engendrado dice relación al que lo engendra; y así como padre dice relación al hijo, el que engendra dice relación al engendrado. Luego engendrador e ingénito son, pues, dos conceptos distintos. Porque aunque de Dios Padre se afirmen ambas cosas, aquél dice habitud al engendrado, es decir, al Hijo, verdad que no niegan los arrianos; mas ingénito, como ellos afirman, es término absoluto. Dicen, pues: Si el Padre tiene algo que no tiene el Hijo, y todo lo que dice habitud al sujeto es substancial, e ingénito dice relación a sí mismo, lo que no se puede afirmar del Hijo; luego, según la substancia, se dice ingénito, y así el Hijo, pues no se puede llamar ingénito, no es de la misma substancia.
A esta falacia se responde obligando a nuestros adversarios a decir en qué es el Hijo igual al Padre, si en identidad de naturaleza o según su relación al Padre. No en cuanto dice relación al Padre, porque el hijo siempre dice relación al padre, y el padre no es hijo, sino padre. Los conceptos de padre e hijo no se han de parangonar a los de amigo y vecino. El amigo dice relación al amigo, y, si se aman con amor parigual, la amistad es en ambos idéntica. Vecino dice también relación al vecino, y pues son igualmente vecinos-la distancia que hay de uno al otro es la misma, idéntica es en ambos la vecindad. Aquí el Hijo no dice relación al Hijo, sino al Padre, y, según esta habitud al Padre, dl Hijo no es igual al Padre. Luego resta lo sea tan sólo según la naturaleza. Y todo cuanto se dice de sí mismo se dice según la substancia. Queda, pues, en pie la consubstancialidad. Una misma es en ambos la esencia.
Cuando se dice del Padre que es ingénito, no se expresa lo que es, sino lo que no es. Si negamos en Dios lo relativo, no se niega según la substancia, porque la relación no es substancia.
CAPÍTULO VII
La negación no altera el predicamento
8. Esto se hará más asequible por medio de algunos ejemplos. Veamos, en primer lugar, si el significado de hijo y el de engendrado es idéntico. En efecto, uno es hijo porque ha sido engendrado, y porque es hijo es engendrado. Cuando se dice ingénito, so niega que sea hijo. Engendrado e ingénito son dos palabras corrientes; hijo también se puede decir en romance, pero el uso no autoriza la palabra inhijo. Nada pierde de su significación si decimos no hijo, y así lo mismo es decir ingénito que decir no engendrado. Términos son relativos amigo y vecino, pero no se puede decir invecino, como se dice enemigo. Por consiguiente, no se ha de atender en las cosas qué es lo que la índole de nuestro lenguaje permite o no permite, sino a las ideas latentes en las palabras.
Si os place, no digamos ingénito, aunque se puede decir en romance; digamos en su lugar no engendrado, que es término equivalente. ¿No es esto lo mismo que decir no hijo? La partícula negativa no puede convertir en substancial un término que sin ella sería relativo; sólo niega lo que sin ella se afirma, cual sucede en los predicamentos restantes.
Al decir, por ejemplo: "Es hombre", designamos una substancia. El que dice: "No es hombre", no enuncia un predicamento distinto; se limita a negar. Según la substancia, digo: "Es hombre"; y según la substancia, niego cuando digo: "No es hombre". Y si alguien me pregunta con relación a la cantidad, respondo: Es cuadrúpedo, es decir, tiene cuatro pies"; y mi respuesta se refiere a la cantidad; el que dice: "No es cuadrúpedo", según la cantidad niega. "Es blanco", digo refiriéndome al color; "No es blanco", digo negando esta cualidad. Está cerca", afirmo según la relación espacial; "No está cerca", niego según esta relación. "Está echado", digo según la posición; "No está echado", digo y niego según la posición. Hablo según el hábito y digo: "Está armado"; y según el hábito niego cuando digo: "No está armado"; y equivale a decir que está inerme. Hablando del tiempo digo: "Es de ayer"; y refiriéndome al tiempo, niego cuando digo: "No es de ayer". En Roma está", exclamo con relación al lugar "No está eh Roma", afirmo según esta misma relación. Hablo de la acción y digo: "Golpea"; "No golpea", digo, indicando ausencia de acción. "Es azotado", afirmo según el predicamento llamado pasión; según este mismo predicamento, niego cuando digo: "No es azotado". Y así, no existe predicamento alguno en el que a la afirmación no se pueda oponer una negación dentro del mismo predicamento, con sólo anteponer la partícula negativa.
Esto sentado, si a la substancia me refiero cuando digo hijo, al decir no hijo, niego también según la substancia. Y así como hijo es término relativo, pues dice habitud al padre, niego esta relación cuando digo no hijo, y entonces traslado al padre la negación cuando quiero indicar que no es padre. Decir hijo y decir engendrado es una misma realidad, según ya probamos, e idéntico valor tiene la palabra no engendrado y la expresión no hijo. Relativamente negamos al decir: "No es hijo, y relativamente negamos cuando decimos no engendrado. Y ¿qué significa ingénito, sino no engendrado? No se aleja uno del predicamento de relación cuando dice ingénito. Engendrado dice habitud, no al sujeto engendrado, sino al que engendra; y así, cuando se dice ingénito no se indica ninguna habitud al sujeto, sino que tan sólo significa la carencia de padre. Ambos significados pertenecen, pues, a la categoría de relación. Y lo que se enuncia según este predicamento no entraña substancia; luego aunque los conceptos engendrado e ingénito sean diversos, nunca indican diversidad de substancias; porque así como el hijo dice relación al padre y el no hijo al no padre, así es necesario que engendrado diga habitud al principio generador, y no engendrado al no engendrador.
CAPÍTULO VIII
Todo lo que sustancialmente se dice de Dios se predica en singular de cada una de las personas y también de toda la Trinidad. En Dios hay una esencia y tres personas, según los latinos; o una esencia y tres hipóstasis, según los griegos
9. Por lo tanto, sentemos como fundamental que todo cuanto en aquella divina y excelsa Sublimidad se refiere a sí misma es substancial, y cuanto en ella dice proyección a otro término no es substancia, sino relación. Y tal es la virtud de esta unidad substantiva en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, que todo lo que se predica en sentido absoluto de cada uno, no se predica en plural, sino en singular.
Así decimos que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, y nadie duda que Dios sea substancia; sin embargo, no hay tres dioses, sino un solo Dios, que es la Trinidad excelsa. Grande es el Padre, grande el Hijo y grande es el Espíritu Santo; pero no hay tres grandes, sino un solo grande. Está escrito: Tú solo eres Dios grande6, y esto no se ha de entender exclusivamente del Padre, como opinan algunos perversamente, sino también del Hijo y del Espíritu Santo.
Bueno es el Padre, bueno el Hijo y bueno el Espíritu Santo; sin embargo, no son tres los buenos, sino uno solo, de quien se dijo: Nadie es bueno sino solo Dios. Al joven que como hombre le llamaba Maestro bueno7, nuestro Señor Jesucristo, elevando su pensamiento, no le dice que nadie es bueno sino sólo el Padre, sino: Nadie es bueno sino solo Dios. En el nombre de Padre sólo el Padre se incluye; mas en la palabra Dios se incluye al Hijo y el Espíritu Santo, pues en la Trinidad sólo hay un Dios.
Los accidentes de posición, hábito, tiempo y lugar sólo impropiamente y en sentido traslaticio o metafórico se pueden de Dios predicar. Así se dice que está sentado sobre un querube8, lo cual indica una cierta postura; cubierto de los mares como de regio manto9, haciendo referencia al hábito. Tus días no tienen fin10, decimos con relación al tiempo; y: Si me elevare hasta el cielo, allí estás tú11, aludiendo al lugar. Hablando de la acción, quizá sólo de Dios pueda decirse que es acción, pues sólo El hace sin ser hecho, ni aun se concibe en Él potencia pasiva en cuanto es substancia, en virtud de la cual es Dios.
Y así, omnipotente es el Padre, omnipotente el Hijo y omnipotente el Espíritu Santos; pero no existen tres omnipotentes, sino un solo Omnipotente, por quien, en quien y para quien son todas les cosas; a Él la gloria12.
En resumen: cuanto atañe a la naturaleza de Dios, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, esto es, del Dios Trinidad, se ha de predicar en singular de cada una de las divinas personas, y no en plural; pues para Dios no es una realidad el ser y otra el ser grande, porque en Él se identifica el ser y la grandeza; y así como no decimos tres esencias, sino una, así tampoco decimos tres grandezas, sino una grandeza. Llamo esencia, y más comúnmente substancia, al ousía de los griegos.
10. Estos dicen también hipóstasis, pero ignoro qué diferencia pueda existir entre ousía e hipóstasis. Ciertos escritores de los nuestros que tratan de estas cuestiones en idioma heleno, acostumbran a decir mían o?ísan, treis upostaseis; en latín, unam essentiam, tres substantias, y en romance, una esencia y tres substancias.
CAPÍTULO IX
Impropiedad e indigencia del humano lenguaje
Mas como en nuestra habla corriente se toma en el mismo sentido la palabra esencia y la de substancia, por eso no nos atrevemos a decir una esencia y tres substancias, sino que decimos una esencia o substancia y tres personas. Así dijeron nuestros latinos, y dignos son de todo crédito, al tratar de estas cuestiones, los cuales no encontraron en su léxico palabras más apropiadas para expresar lo que ellos sin palabras entendían. En efecto, pues el Padre no es el Rijo, y el Hijo no es el Padre, y el Espíritu Santo, llamado Don de Dios, no es ni el Padre ni el Hijo, luego son ciertamente tres. Por eso se dijo en plural: Yo y el Padre somos uno13. No dijo, como pretenden los sabelianos, "es uno", sino somos uno. Sin embargo, cuando se nos pregunta qué son estos tres, tenemos que reconocer la indigencia extremada de nuestro lenguaje. Decimos tres personas para no guardar silencio, no para decir lo que es la Trinidad.
CAPÍTULO X
Lo absoluto en Dios se predica de la Trinidad en singular
11. Y así corno no decimos tres esencias, tampoco decimos tres grandezas ni tres grandes. En las cosas que son grandes por participación de la grandeza, en las que una cosa es ser y otra ser grande, como una casa grande, un monte grande o un gran ánimo; en estas cosas, el ser grande se diferencia de la grandeza, y la grandeza no se confunde con la casa grande.
Pero la verdadera grandeza es aquella en virtud de la cual no sólo es grande la casa espaciosa y es grande el monte encumbrado, sino porque es causa de toda grandeza. En todo lo demás, una cosa es la grandeza y otra la cosa grande. La grandeza absoluta -es infinitamente más excelsa que todas las grandezas participadas. Dios no es grande con la grandeza que no es lo que es El, como si Dios participara de la grandeza cuando es grande: en este caso, la grandeza sería más perfecta que Dios; pero nada existe más grande que Dios: Él es grande con la grandeza fontal de la grandeza. Y así como no decimos tres esencias, tampoco decimos tres grandezas. Para Dios, el ser y el ser grande es una misma realidad. Por esta causa no decimos tres grandes, sino un solo grande. Dios es grande no por grandeza participada, sino con grandeza esencial, pues Él es su misma grandeza.
Y esto mismo ha de entenderse de la bondad, de la omnipotencia, de la eternidad de Dios y de aquellos atributos que pueden de Dios predicarse en sentido propio y directo, no en sentido metafórico y traslaticio. Esto suponiendo que los labios humanos puedan- con propiedad ensalzar alguna excelencia divina.
CAPÍTULO XI
Lo relativo en la Trinidad
12. Todo aquello que en la Trinidad se dice propiamente de cada una de las personas divinas entraña mutua relación o dice habitud a la criatura, no a sí mismas; luego es evidente que estas realidades pertenecen a la categoría de la relación y no de la substancia. Así se dice que la Trinidad es un solo Dios, grande, bueno, eterno, todopoderoso; y aun se puede decir que es su misma deidad, su grandeza, su bondad, su eternidad y su omnipotencia; mas nunca es lícito afirmar que la Trinidad es el Padre, a no ser en un sentido traslaticio, respecto a la criatura según la adopción de hijos. La sentencia escriturística: Oye, Israel: el Señor Dios tuyo es un solo Señor14, no ha de entenderse con exclusión del Hijo y del Espíritu Santo. Podemos llamar en verdad Padre al Señor, nuestro Dios, porque nos regeneró con su gracia.
La Trinidad tampoco se puede llamar Hijo; sí en general el Espíritu Santo, al tenor de aquella escritura: Porque Dios es espíritu15; pues ciertamente el Padre es espíritu, y espíritu es el Hijo, y espíritu es también el Espíritu Santo. Y, pues, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios, y Dios es santo y Dios es espíritu, se pueden llamar Trinidad y Espíritu Santo. No obstante, esto Espíritu Santo, que no es la Trinidad, sino que está en la Trinidad y se denomina por antonomasia Espíritu Santo, dice habitud, pues indica referencia al Padre y al Hijo, siendo como es Espíritu del Padre y del Hijo. Mas la relación no aparece en el nombre, pero se manifiesta cuando se le dice Don de Dios16. Y es Don del Padre y del Hijo, pues también procede del Padre17, como lo afirma el Señor. Y al Espíritu Santo se refieren estas palabras del Apóstol: El que no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo18. Cuando decimos don del dador y dador del don, expresamos una relación mutua y formal. Luego el Espíritu Santo es como una inefable comunicación del Padre y del Hijo; y es muy verosímil se llame así por convenir dicha denominación al Padre y al Hijo. Es, en aquél, nombre propio; en éstos, común; pues el Padre es espíritu y espíritu es el Hijo, y santo es el Padre y santo es el Hijo. Y para expresar en el nombre esta conveniencia y mutua comunicación se llama al Don de ambos Espíritu Santo. Y esta Trinidad es un solo Dios, bueno, grande, eterno, todopoderoso. Él es su misma unidad, su deidad, su grandeza, su eternidad y su omnipotencia.
CAPÍTULO XII
Para expresar la relación mutua falta a veces la palabra correlativa
13. Y nadie debe inquietarse porque hayamos dicho que "Espíritu Santo" expresa relación, pero no la Trinidad, sino uno de la Trinidad, aunque observe la falta del término correlativo a esta referencia. Decimos esclavo del señor y señor del esclavo, hijo del padre y padre del hijo, pues éstos son nombres correlativos; mas no podemos aplicar este modo de expresarnos a nuestra materia. Decimos, es cierto, Espíritu del Padre, pero no es lícito decir Padre del Espíritu Santo, para que no se crea que el Espíritu Santo es hijo. Decimos también Espíritu del Hijo, pero nunca Hijo del Espíritu Santo, para que nadie imagine al Espíritu Santo como padre. En muchos conceptos relativos se nota esta deficiencia, pues no existe la palabra que indique esta correlación. ¿Hay por ventura palabra tan palmariamente relativa como arra? Siempre hace referencia a un donante y es siempre prenda de donación. Cuando decimos arra del Padre y del Hijo19, ¿nos está también permitido decir Padre del arra o Hijo del arra? Decimos Don del Padre y del Hijo, pero nunca podemos decir Padre del Don o Hijo del Don; y para que estas expresiones se correspondan mutuamente, se dice Don del dador y dador -Id Don; pues aquí podemos encontrar una palabra en uso; allí, no.
CAPÍTULO XIII
Principio en sentido relativo
14. Se dice, pues, en sentido relativo, Padre, y en sentido relativo se dice también principio, y quizá alguna otra expresión. Padre se dice con relación al Hijo; empero, principio dice habitud a cuantas criaturas por Él existen. Asimismo se dice relativamente Hijo, y relativamente se dice Verbo y se dice Imagen. Todos estos términos dicen relación al Padre, pero no son al Padre aplicables. Y principio es el Hijo; así, cuando se le preguntó: ¿Tú quién eres?, respondió: El Principio, que os hablo20. ¿Por ventura es principio del Padre? No; al afirmar que es principio quiso dar a entender que era también Él creador, como principio es el Padre, por quien son todas las cosas. Creador dice relación a la criatura, como señor dice habitud al esclavo. Y cuando llamamos principio al Padre, y al Hijo también principio, no queremos decir que sean dos los principios de la criatura, porque el Padre y el Hijo, en orden a la creación, son un solo principio, como son un solo Creador y un solo Dios.
Y si cuanto, permaneciendo en sí, actúa y engendra es principio de la cosa engendrada, no podemos negar el Espíritu Santo esta propiedad de principio, pues no le excluimos de la apelación de creador; está escrito que obra y permanece en sí mientras actúa, sin convertirse o transformarse en las cosas que ejecuta. Pon atención a sus operaciones. A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. A uno le es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, fe en, el mismo Espíritu; a otro, don de curaciones en un Espíritu; a otro, operación de milagros; a otro, profecía; a otro, discreción de espíritus; a otro, don de lenguas. Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno sus dones según quiere; esto es, como Dios. ¿Y quién, sino Dios, puede obrar tan grandes maravillas? Un mismo Dios obra todas las cosas en todos21. Si, en concreto, se nos pregunta sobre el Espíritu Santo, respondemos con toda verdad que es Dios. Y un solo Dios juntamente con el Padre y el Hijo. Luego Dios es principio único con relación a la criatura y no pueden ser dos o tres principios.
CAPÍTULO XIV
El Padre y el Hijo, principio único del Espíritu Santo
15. Si el que engendra es, en la Trinidad, principio de la persona engendrada, el Padre es principio del Hijo, pues lo engendró. No es, empero, liviano problema averiguar si el Padre es también principio con relación al Espíritu Santo, pues se dijo: Del Padre procede. De ser así, no sólo es principio de lo que engendra o hace, sino también de la persona a quien da. Y aquí es posible reciba alguna luz la cuestión que a muchos suele preocupar, a saber: por qué el Espíritu Santo no es Hijo, siendo así que salió del Padre, según se lee en el Evangelio22. Salió como don, no como nacido, y por esto no se le llama Hijo, pues no es nacido, cromo el Unigénito, ni renació por la gracia adoptiva, como nosotros.
Lo que del Padre nace al Padre solo dice relación, como Hijo, y por eso se le llama Hijo del Padre y no nuestro. Por el contrario, lo que se da dice relación al dador y a aquellos a quienes se da. Así, el Espíritu Santo se dice Espíritu del Padre y del Hijo, que lo dieron, y también nuestro, pues lo recibimos. El que da la salud se llama salud del Señor23, y es también nuestra salud, porque la recibimos. El Espíritu es Espíritu de Dios, porque lo otorga, y nuestro, porque lo recibimos. No se trata del espíritu fuente de nuestra existencia, pues éste es espíritu del hombre y en el hombre vive; mas aquél se dice Espíritu nuestro en un sentido análogo al de aquellas palabras: Danos el pan nuestro24. Aunque, a decir verdad, don es también el espíritu del hombre. ¿Qué tienes, pregunta el Apóstol, que no lo hayas recibido?25
Pero uno lo recibimos para existir, el otro lo recibimos para ser santos. De San Juan está escrito que vino en el espíritu y virtud de Elías26. Se llama aquí espíritu de Elías al Espíritu Santo, que recibió Elías. Esto mismo se ha de entender de Moisés cuando le dice el Señor. Y tomaré del espíritu que hay en ti y se lo daré a ellos27. Esto es, les daré del Espíritu Santo, que antes te había dado a ti. Si el don tiene su principio en el donante, pues de él recibe cuanto tiene, hemos de confesar que el Padre y el Hijo son un solo principio del Espíritu Santo, no dos principios. Pero así como el Padre y el Hijo son un solo Dios, y respecto a la criatura son un solo Creador y un solo Señor, así con relación al Espíritu Santo son un solo principio; y con relación a las criaturas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo principio, como uno es el Creador y uno es el Señor.
CAPÍTULO XV
¿Es el Espíritu Santo don antes de ser dado?
16. Se pregunta, además, si el Espíritu Santo recibe, al ser dado, el ser don y el ser, como el Hijo, naciendo, es Hijo y es ser; o si existía ya antes de ser dado, pero aun no existía como don, o si era ya don antes aún de ser dado, porque había de ser dado un día por Dios.
Mas, si no procede sino cuando es dado, no podía proceder antes de existir aquel a quien se da, porque ¿cómo puede existir su esencia si no existe sino porque es dado, como el Hijo, naciendo, es Hijo, predicado de relación, y es ser? O ¿es que el Espíritu Santo siempre proceder y procede no en el tiempo, sino desde la eternidad; mas, como procedía como donable, ya era Don antes de existir aquel a quien se había de dar?
Pero una cosa es el don y otra la donación. El don puede existir antes aún de ser dado; la donación sin la entrega no se concibe.
CAPÍTULO XVI
Cuanto de Dios se dice en el tiempo es relativo, no accidente
17. Ni te haga titubear el que, siendo el Espíritu Sant0 coeterno al Padre y al Hijo, se predique de Él algo temporal, como cuando le llamamos donación. Don es el Espíritu Santo desde la eternidad, donación en el tiempo. Al hombre se le llama señor desde el momento que tiene un siervo, esta denominación relativa existe también para Dios en el tiempo, porque la criatura, de la cual es Señor, carece de existencia eternal. La relación no es aquí accidente, porque nada temporal puede en Dios existir, pues según probé en el exordio de esta discusión, nada mudable hay en El.
Ser Señor no es para Dios eterno, para no vernos obligados a decir que la criatura es eterna, porque el señorío eterno supone una servidumbre sin duración. Y así como r0 puede ser siervo el que no tiene amo, tampoco puede ser señor el que no tiene esclavo. Y si alguien admite en Dios la eternidad y dice que el tiempo no es eterno a causa de sus variaciones y movilidad, pero que el curso de los siglos no principió en el tiempo (no existía él tiempo antes del inicio del tiempo, y por eso no puede ser Dios Señor en el tiempo, pues es el Señor de los tiempos, sin principio en el tiempo), ¿qué decir del hombre, hecho en el tiempo, cuyo señorío no podía existir antes que el siervo tuviera existencia?
Ser del hombre Señor conviene ciertamente a Dios en el tiempo; y para evitar toda disputa, ser Señor tuyo o mío conviene a Dios en el tiempo, pues ambos principiamos a existir en el tiempo. Y si aun esto, a causa del obscuro problema del alma, os pareciere incierto, imaginemos a Dios Señor del pueblo hebreo. Porque, aun existiendo la esencia anímica del pueblo, cuestión que de momento no nos preocupa, es cierto que no existía aquel pueblo antes de aparecer sobre la tierra. Finalmente, ser Señor de este árbol o aquellas mieses conviene a Dios en el tiempo, cuando empezaron a brotar estas cosas. Aunque la materia ya existía, una cosa es ser Señor de la materia y otra ser Señor de la materia formada. El hombre es señor en un tiempo de la madera y después dueño del arca fabricada con dicha madera, área que no existía cuando ya era dueño del leño.
¿Cómo conseguir que nada accidental se predique de Dios? Diciendo que nada sucede en su esencia por la que se pueda mudar. Ley es de todo accidente relativo el implicar mutación en las cosas de las cuales se predica. Así, amigo es término relativo, y no se principia a ser amigo sino cuando florece el amor. Es, pues, menester cierto cambio en la voluntad para que surja el amigo. La moneda dice relación cuando se la considera como precio; con todo, no hubo cambio en ella cuando empezó a ser precio ni cuando empieza a ser arra o cosas semejantes. Si la moneda, sin mutación por su parte, puede ser tantas veces término relativo, sin que exista mudanza alguna en su forma o en su esencia, ni en su inicio ni en su fin, ¿con cuánta mayor razón podemos afirmar esto mismo de la inconmutable esencia de Dios, de manera que, aunque de Él se enuncie alguna relación con la criatura, y esta denominación principie en el tiempo, se entienda que nada varía en la esencia de Dios, sino sólo en la criatura término de dicha relación?
Señor, clama el Salmista, sé para nosotros refugio28. La palabra refugio, aplicada a Dios, tiene un sentido relativo, pues se refiere a nosotros, y es nuestro refugio cuando nos refugiarnos en El. Mas ¿por ventura existe alguna novedad en su esencia que antes de refugiarnos en Él no existiera? Sucede cierta mutación en nosotros: éramos más viles antes de refugiarnos en El, y con su ayuda nos hacemos mejores; en Dios, empero, no hay cambio. Principió a ser nuestro padre cuando por su gracia fuimos regenerados, pues entonces se nos confirió el poder de ser hijos de Dios29. Nuestra naturaleza se muda perfeccionándose por la adopción de hijos; al mismo tiempo, Él principia a ser nuestro Padre, pero sin mutación en su esencia. Lo que en el tiempo se afirma de Dios, que antes no se enunciaba, es término de relación; no obstante, en Dios no es accidente, sino en nosotros, a los que se refiere la relatividad divina y según la cual Dios relativamente empieza. Múdase el justo cuando principia a ser hijo de Dios; mas -lejos esté de nuestro pensar- Dios no empieza a amar en el tiempo con amor antes inexistente. Para Él no pasa el pretérito y el futuro ya existe. Amé a sus santos antes de la creación del mundo y los predestiné. Mas cuando se convierten a Él y lo encuentran, se dice que empiezan a ser amados, para expresarnos con palabras asequibles a nuestra comprensión. Así se dice que se irrita contra los malvados y es amable con los buenos. Mudan ellos, no El; como la luz, tormento para el ojo enfermizo y amable para el sano. Es el ojo el que cambia, no la luz.