I. 1. Con la comparación de la Iglesia con el paraíso nos demuestra que pueden los hombres recibir su bautismo incluso fuera de la Iglesia, pero que nadie puede fuera de ella obtener y mantener la salvación que conduce a la bienaventuranza. Así, vemos cómo los ríos nacidos de la fuente del paraíso, según atestigua la Escritura, lanzaban afuera sus abundantes aguas. Nos lo cita por su nombre, y es de todos conocido, qué tierras riegan y cómo están fuera del paraíso, y, sin embargo, ni Mesopotamia ni Egipto -adonde llegaron aquellos ríos- tienen la felicidad de la vida que se cita en el paraíso. De suerte que estando el agua del paraíso fuera del mismo, la felicidad no se encuentra sino solamente dentro.
De la misma manera, pues, puede estar el bautismo de la Iglesia fuera de la misma Iglesia, y, en cambio, el don de la vida bienaventurada no se encuentra sino en la Iglesia, Iglesia que está asentada sobre la piedra, que recibió el poder de atar y desatar.
Es ésta la única que tiene en posesión todo el poder de su esposo y Señor; mediante este poder conyugal puede tener hijos aun de sus mismas esclavas, hijos destinados a participar de la herencia si no se ensoberbecen, y condenados a quedar fuera si se dejan señorear por la soberbia.
II. 2. Como luchamos por el honor y la unidad de la Iglesia, nos hemos de esforzar por no atribuir a los herejes cuanto de la Iglesia podemos reconocer entre ellos; antes tenemos que refutarles y enseñarles que, si no tornan a la Iglesia, no puede tornárseles en salvación lo que tienen procedente de la unidad. El agua de la Iglesia es fiel, saludable y santa para los que la usan bien; pero nadie puede usar bien de ella fuera de la Iglesia. En cambio, para los que usan mal de ella fuera o dentro, más bien hacen méritos para el tormento que títulos para la recompensa. Y por eso el bautismo no puede sufrir corrupción ni adulteración, aunque sean corrompidos y adúlteros los que lo poseen, como la misma Iglesia permanece incorrupta, casta y pura, y por eso no pertenecen a ella los avaros, ladrones y usureros, que el mismo Cipriano en muchos lugares de sus cartas nos testifica que se encuentran no sólo fuera, sino también dentro de ella; y sin embargo, aunque no cambian de sentimientos, reciben y dan el bautismo a los clérigos.
3. Dice esto también en una carta sobre la oración, tomando sobre sí, como el santo Daniel, los pecados de su pueblo. Entre los muchos males que cita, habla "de los que renuncian al mundo con solas las palabras y no con las obras", como de algunos dice el Apóstol: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten 1. Estos son los que demuestra el bienaventurado Cipriano que existen dentro de la Iglesia, y que sin haber mejorado su corazón reciben el bautismo, al renunciar al mundo con palabras, no con hechos, a pesar de la advertencia del apóstol Pedro: Esta os salva ahora a vosotros, como antitipo, en el bautismo, no quitando la suciedad de la carne, sino demandando a Dios una buena conciencia 2. Ésta no la tenían ciertamente aquellos de quienes dice Cipriano: "que renuncian al mundo sólo con palabras y no con las obras", y lo dice en tono de reproche y de argumentación, a fin de que lleguen a marchar por el camino de Cristo y prefieran ser amigos suyos a serlo del siglo.
III. 4. Si éstos hubieran obedecido y hubieran comenzado ya a vivir rectamente, no como pseudocristianos sino como cristianos auténticos, ¿ordenaría acaso que fueran bautizados de nuevo? Ciertamente que no. La verdadera conversión haría que el sacramento, que antes de su transformación les servía para su perdición, comenzara a serles salvífico una vez convertidos.
Tampoco están consagrados a la Iglesia los que parecen estar dentro y viven enfrentados con Cristo, es decir, obran contra los mandatos de Cristo; y en modo alguno se puede juzgar que pertenezcan a aquella Iglesia, que purifica él con el agua y la palabra del bautismo, para proporcionarse una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga o cosa semejante. Y si ellos no están en esta Iglesia, por no ser sus miembros, no están en la Iglesia de la que se afirma: Una sola es mi paloma, una la hija para su madre 3, pues es ella la que no tiene mancha ni arruga. Atrévase alguien a afirmar que son miembros de esta paloma los que renuncian al mundo con palabras mas no con obras.
Mientras tanto, podemos ver adónde pertenecen. A este propósito creo que se dijo: El que distingue los días, por Dios los distingue 4, que el Señor es quien juzga todos los días. Y según la presciencia de aquel que conoce a los que ha predestinado antes de la creación del mundo a ser conformes a la imagen de su Hijo, muchos que están abiertamente fuera y se llaman herejes, son mejores que muchos y buenos católicos. En efecto, vemos lo que son hoy, pero ignoramos lo que han de ser mañana. Aunque para Dios, ante quien están ya presentes las cosas que han de venir, ya son al presente lo que han de ser en el futuro. Nosotros, en cambio, tenemos que juzgar por lo que al presente es cada uno de los hombres, y así tratamos de investigar si tenemos que incluir hoy entre aquellos miembros de la Iglesia, llamada la única Paloma y esposa de Cristo sin mancha y sin arruga, a aquellos de quienes dice Cipriano en la carta ya citada que no andaban por el camino del Señor, ni guardaban los mandamientos celestiales que se les dieron para su salvación, ni cumplían la voluntad del Señor. Se entregaron a las riquezas y al lucro, siguiendo la soberbia, entregados a la emulación y a la disensión, descuidados de la sencillez y de la fe, renunciando al mundo con solas las palabras y no con los hechos, agradándose cada cual a sí mismo y desagradando a todos.
Si aquella Paloma no los reconoce entre sus miembros, y si al permanecer en su perversidad les ha de decir el Señor: No os conozco, ¡lejos de mí los que practicáis la maldad! 5, parece que están en la Iglesia, pero no lo están; más aún, están obrando contra la Iglesia. Ellos podrán bautizar con el bautismo de la Iglesia, pero no les aprovecha ni a los ministros ni a los bautizados si no se transforman internamente con una verdadera conversión; en este caso, el mismo sacramento que no les aprovechaba al recibirlo -cuando renunciaban al mundo sólo con palabras y no con sus obras- comenzará a serles de provecho al comenzar a renunciar también con hechos. Esto mismo sucede con los que están en abierta separación: porque ni los unos ni los otros se encuentran hoy entre los miembros de aquella Paloma, aunque algunos de ellos quizá hayan de encontrarse algún día.
IV. 5. No es el "bautismo de los herejes el que aceptamos cuando no bautizamos después que lo han hecho ellos, sino que por reconocer que es de Cristo, estén abiertamente fuera de la Iglesia o estén ocultamente dentro, lo aceptamos con la debida veneración después de la corrección de sus extravíos.
Parece se me pondría en un aprieto diciéndome: "¿Entonces el hereje perdona los pecados?" Replicaría yo torciendo el argumento: Luego quien no guarda los mandatos celestes, el avaro, el ladrón, el usurero, el envidioso, que renuncia al mundo de palabras y no con obras, ¿perdona los pecados? Si lo hace en virtud del sacramento de Dios, lo mismo lo perdona el uno que el otro; si es por su propio mérito, ni el uno ni el otro.
Ese sacramento, en efecto, se reconoce como propiedad de Cristo aun entre los malos; pero ni el uno ni el otro de ellos se encuentran en el cuerpo de la Paloma, la única, la incorrupta, santa, pura, la sin mancha ni arruga. Y lo mismo que al recibirlo no le aprovecha a quien no renuncie al mundo en palabras y obras, tampoco le aprovecha a quien es bautizado en la herejía o en el cisma; y cuando uno y otro se enmiendan, comienza a surtir su efecto lo que no les aprovechaba antes, aunque sí estaba presente en ellos.
6. Por consiguiente, el bautizado en la herejía no se hace templo de Dios. Pero ¿no se le ha de tener como bautizado por ese motivo? Tampoco el avaro bautizado dentro de la Iglesia se hace templo de Dios si no se aparta de la avaricia, ya que los que se hacen templo de Dios poseen el reino de Dios; y dice el Apóstol entre otras muchas cosas: Ni los avaros ni los rapaces poseerán el reino de Dios 6. El mismo Apóstol compara en otro lugar a la avaricia con el culto a los ídolos: La codicia, dice, que es una idolatría 7. Cipriano, en la carta a Antoniano, exageró tanto este punto, que no dudó en comparar la avaricia con el pecado de quienes en tiempo de persecución declararon por escrito haber sacrificado a los ídolos.
De esta suerte, pues, el bautizado en la herejía en nombre de la Trinidad santa no se hace templo de Dios si no se ha alejado de la herejía, al igual que quien ha sido bautizado en la avaricia, no se hace templo de Dios si no se aparta de la avaricia, que es una idolatría. Esto confirma también el Apóstol: ¿Qué concierto hay entre el templo de Dios y los ídolos? 8
Que no se nos pregunte de qué dios se hace templo quien afirmamos que no se hace templo de Dios. Aunque no por eso deja de ser bautizado ni su infame error impide la realización del sacramento que recibió consagrado por las palabras evangélicas; como tampoco la avaricia del otro, que es una idolatría y una gran infamia, puede poner impedimento al santo bautismo que recibe, aunque sea otro avaro de su calaña quien le bautiza en virtud de las palabras evangélicas.
V. 7. "En vano algunos -dice San Cipriano-, vencidos por la razón, nos echan en cara la costumbre vigente, como si la costumbre tuviera más fuerza que la verdad; o como si no hubiera que seguir en lo espiritual lo que ha sido revelado como mejor por el Espíritu Santo".
De acuerdo totalmente en esto, ya que la razón y la verdad deben anteponerse a la costumbre. Pero si la costumbre se siente corroborada por la verdad, no hay cosa que deba mantenerse con más firmeza.
Dice a continuación: "Se puede perdonar un simple extravío, como de sí mismo dice el apóstol Pablo: Yo primero fui blasfemo y perseguidor y denigrador, pero he obtenido misericordia, porque lo hacía por ignorancia 9. Pero quien después de recibir la inspiración y la revelación persevera con reflexión y a sabiendas en el error cometido, ese tal peca sin la excusa de la ignorancia. Viéndose vencido por la razón, se apoya en cierta presunción y obstinación".
Es a todas luces verdad que es mucho más grave el pecado de quien peca a sabiendas que el de quien peca por ignorancia. Por eso el santo varón Cipriano, no sólo docto, sino también dispuesto a aprender, considerando la alabanza que tributa el Apóstol al obispo, dice que también debe desearse en el obispo no sólo que tenga sabiduría para enseñar, sino también paciencia para aprender. No dudo por ello que si esta cuestión tan debatida por largo tiempo en la Iglesia la hubiera tratado con personas santas y doctas, por las cuales se consiguió que aquella antigua costumbre se confirmara incluso en un concilio plenario, demostraría cabalmente, sin lugar a dudas, no sólo la ciencia que tenía en las cosas recibidas de la verdad firmísima, sino su docilidad para aprender aquellas en las que había puesto menos atención.
Y, sin embargo, estando tan claro que peca mucho más gravemente el consciente que el ignorante, desearía se me dijera quién será peor de estos dos, el que incurre en la herejía ignorando la magnitud del mal, o el que permanece en la avaricia conociendo su malicia tan grande. Podría también proponer la cuestión de esta manera: uno por ignorancia incurre en la herejía, y otro a sabiendas no se aleja de la idolatría, ya que el Apóstol dice: La codicia, que es una idolatría 10, y el mismo Cipriano entendió así esa sentencia, escribiendo a Antoniano: "Y no se alaben en esto los nuevos heréticos, al decir que no se comunican con los idólatras, mientras haya entre ellos adúlteros y defraudadores que están dominados por el crimen de la idolatría. Pues habéis de saber que ningún fornicario, o impuro, o avaro, que es como adorador de los ídolos, tendrá parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios 11. Y dice más: Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, que es una especie de idolatría" 12. Pregunto, por tanto: ¿Quién peca más gravemente, el que incurre por ignorancia en la herejía, o el que a sabiendas permanece en la avaricia, o sea, en la idolatría? Según la regla de que los pecados de los conscientes aventajan a los pecados de los ignorantes, vence el avaro en el crimen por su conocimiento.
Puede ocurrir que la magnitud del crimen en la herejía alcance el nivel del conocimiento del avaro en su pecado, y así quedaría equiparado el hereje ignorante con el avaro consciente; aunque no parece demostrar esto el testimonio que adujo del Apóstol. En efecto, ¿qué es lo que detestamos en los herejes sino las blasfemias? Queriendo demostrar que a la facilidad del perdón contribuía la ignorancia del pecado, adujo aquel testimonio del Apóstol: Que primero fui blasfemo y perseguidor y denigrador, pero he obtenido misericordia, porque lo hacía por ignorancia 13.
De todos modos, si es posible, pésense igualmente los pecados de ambos, la blasfemia del ignorante y la idolatría del consciente, y júzguense con la misma medida el que buscando a Cristo incurre en una doctrina falsa que tiene apariencias de verdad, y el que a sabiendas resiste a Cristo que habla por el Apóstol : Que ningún fornicario, o impuro, o avaro, que es como adorador de ídolos, tendrá parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios 14. ¿Por qué se reprueba en aquél el bautismo y las palabras evangélicas, y se aprueban, en cambio, en éste, estando uno y otro fuera de los miembros de aquella Paloma? ¿Quizá porque aquél pleitea abiertamente desde fuera, sin que se le pueda introducir, y, en cambio, el otro desde dentro lo hace con astucia, a fin de no ser expulsado?
VI. 8. Continúa Cipriano diciendo: "Y nadie diga: seguimos la tradición de los apóstoles; porque los apóstoles nos han entregado una sola Iglesia y un solo bautismo, que se encuentran sólo en la misma Iglesia". No me convencen estas palabras tanto que me atreva a reprobar el bautismo de Cristo presente también entre los herejes (como me veo forzado a aprobar el mismo Evangelio cuando lo encuentro entre ellos, aunque deteste su error); más me convence el que hubo algunos en tiempos del santo Cipriano que aceptaban como apostólica aquella costumbre, contra la cual se celebraban concilios africanos, y de la cual dijo él poco antes: "Inútilmente algunos, vencidos por la razón, nos echan en cara la costumbre ".
Tampoco veo por qué esta costumbre, confirmada después de Cipriano en un concilio plenario de todo el orbe, la había encontrado antes el mismo Cipriano tan firme, que cuando un varón dotado de tal sabiduría buscara una autoridad que autorizara su cambio, tan sólo encontró en África el concilio, de Agripino, celebrado pocos años antes de él. Viendo que esto no era suficiente para contrarrestar la costumbre del mundo entero, echó mano de aquellos motivos que nosotros ahora, confirmados por la antigüedad de la misma costumbre, y luego por la autoridad del concilio plenario, los hemos considerado con más diligencia y los hemos encontrado más bien con apariencias de verdad que verdaderos. En cambio, a él le han parecido verdaderos, debatiéndose en una cuestión tan oscura y fluctuando sobre la remisión de los pecados, es decir, si podría faltar en el bautismo de Cristo, o si podía darse entre los herejes. Si es verdad que en esto la luz recibida fue escasa, para que quedara probada la grandeza de su caridad que le hizo no abandonar la unidad, no por ello debe nadie osar anteponerse a tan gran firmeza suya, a los méritos excelentes de sus virtudes y a gracias tan abundantes, porque apoyado por la solidez de un concilio universal, ve algo que él no vio, ya que aún no tenía la Iglesia un concilio plenario sobre esta materia. Lo mismo que no hay nadie tan insensato que se anteponga a los méritos del apóstol Pedro porque, aleccionado por las cartas del apóstol Pablo y robustecido ya por la costumbre de la Iglesia, no obliga a los gentiles a hacerse judíos como lo había hecho antaño Pedro.
9. No hemos encontrado a nadie que, bautizado por los herejes, haya sido admitido por los apóstoles al mismo bautismo y a su misma comunión. Claro, tampoco nosotros hemos encontrado que alguien, bautizado por los herejes y viniendo de ellos, haya sido bautizado de nuevo por los apóstoles. Sin embargo, aquella costumbre, que los hombres de entonces mirando hacia atrás no veían establecida por sus sucesores, se cree con razón que fue establecida por los apóstoles. Y de éstas hay muchas pruebas, que sería muy largo enumerar.
Si valían las palabras de quienes querían persuadir a Cipriano cuando les decía: "Nadie diga: seguimos la tradición de los apóstoles", con mucho mayor motivo podemos decir nosotros ahora: Lo que mantuvo siempre la costumbre de la Iglesia, lo que esta controversia no pudo cambiar, lo que confirmó el concilio plenario, esto es lo que nosotros seguimos. A esto hay que añadir que, examinadas cuidadosamente las razones de la controversia por una y otra parte, y los testimonios de las Escrituras, bien podemos decir: Lo que ha declarado la verdad, esto es lo que nosotros defendemos.
VII. 10. Hay un testimonio del Apóstol que algunos han objetado a los argumentos de Cipriano: De cualquier manera, sea por pretexto, sea sinceramente, que Cristo sea anunciado 15. Con razón lo rechaza Cipriano, demostrando que no tiene relación con la causa de los herejes, ya que el Apóstol lo decía de los que con malévola envidia se encontraban dentro de la Iglesia buscando sus intereses. Cierto que anunciaban a Cristo, conformándose a la verdad por la que creemos en Cristo, pero no con el espíritu con que lo anunciaban los buenos evangelistas, hijos de aquella Paloma. Y así dice él: "No hablaba el Apóstol en su cena ni de los herejes ni de su bautismo, dando a entender algo que pueda relacionarse con esta cuestión. Hablaba de hermanos que caminaban unos desordenadamente contra la disciplina eclesiástica, y otros que eran fieles a la verdad evangélica sobre el temor de Dios. Y a algunos de ellos nos los muestra hablando con entereza e intrepidez la palabra de Dios, y otros viviendo en la envidia y la disensión; a unos conservando una benévola caridad, según él, y a otros con un maligno espíritu de división; pero que él lo soportaba todo con paciencia, con tal que el nombre de Cristo, que Pablo predicaba, ya sea con sinceridad, ya como pretexto, llegara a noticia de mucha gente y la semilla aún reciente y sin cultivar de la palabra se propagase por la predicación. Pero una cosa es que hablen en nombre de Cristo los que están dentro de la Iglesia, y otra, que los que están fuera y obran contra la Iglesia, bauticen en el nombre de Cristo".
Estas palabras de Cipriano parecen invitarnos a distinguir entre los malos que están fuera de la Iglesia y los malos de dentro. Dice, y con razón, que estaban dentro aquellos de quienes afirma el Apóstol que predicaban el Evangelio no limpiamente, sino por envidia. No obstante, me parece que puedo afirmar sin temeridad: Si fuera nadie puede tener lo que es de Cristo, tampoco dentro nadie puede tener lo que es del diablo. Si es cierto que aquel jardín cerrado pudo tener espinas del diablo, ¿por qué no pudo manar, incluso fuera del jardín, la fuente de Cristo? Si no pudo, ¿de dónde les vino a los que estaban dentro, aun en los tiempos del apóstol Pablo, tan depravada envidia y malévola disensión? Y éstas son palabras de Cipriano. ¿Acaso la envidia y la disensión malévolas son un mal pequeño? ¿Cómo, pues, se encontraban en la unidad quienes no estaban en la paz? Esta no es efectivamente una palabra mía ni de hombre alguno, sino del Señor mismo; y no resonó por ministerio de los hombres, sino de los ángeles al nacer Cristo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad 16. Lo cual no resonaría con la voz angélica, al nacer Cristo en la tierra, si Dios no quisiera dar a entender con ello que se encuentran en la unidad del cuerpo de Cristo quienes están en la paz de Cristo, y están en la paz de Cristo los que tienen buena voluntad. Y como la buena voluntad se encuentra en la benevolencia, así en la malevolencia se encuentra la mala voluntad.
VIII. 11. Ahora bien, la envidia, que no puede ser sino malévola, ¡qué mal tan grande es! No busquemos otros testigos: nos basta el mismo Cipriano, a través del cual el Señor ha proclamado tantas verdades y dado tan saludables preceptos sobre los celos y la envidia. Leamos, pues, la carta de Cipriano sobre los celos y la envidia, y veamos qué mal tan grande es envidiar a los mejores; su origen lo hemos de atribuir al diablo si atendemos a su memorable advertencia: "Tener celos del bien que se ve y envidiar a los mejores, queridos hermanos, les parece a algunos un pequeño y leve pecado". Un poco después, buscando la cabeza y el origen del mal, dice: "De ahí que el diablo, en los mismos principios del mundo, fue el primero en perecer y echó a perder a los demás". Y un poco después: "¿Qué mal no será, queridos hermanos, el que derribó al ángel, el que pudo cercar y derrocar aquella sublime e ilustre dignidad, que engañó al mismo engañador? Como consecuencia de él, la envidia se extiende por la tierra, mientras el que ha de perecer por la envidia sigue los pasos del maestro de la perdición, mientras el envidioso imita al diablo, como está escrito: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, y los de su partido son sus imitadores" 17.
Tenemos que reconocer la verdad y firmeza que encierran estas palabras de Cipriano en la carta tan conocida de los fieles. Era justo que Cipriano reprobase y amonestase seriamente sobre el celo y la envidia, ya que su corazón se mantuvo completamente ajeno a mal tan grande. Lo comprobó su caridad tan elevada. Manteniéndose con toda vigilancia en ella, permaneció en la unidad de la comunión con sus colegas que sin malicia tenían diferente opinión sobre el bautismo. Tampoco él lucho con malicia, sino que, por una humana tentación, tuvo una opinión distinta sobre lo que Dios le revelaría después, según su beneplácito, por perseverar en la caridad. El permaneció en la unidad de comunión, según su conocida cita: "No juzgamos a nadie ni lo separamos del derecho de la comunión por tener opinión diferente. Nadie, en efecto, de nosotros ha sido constituido obispo de los obispos ni puede obligar con tiránico imperio a una obediencia necesaria". Y en el final de esta carta escribe: "Te escribo brevemente esto, querido hermano, según mis cortos alcances, sin prevenir a nadie ni anticiparnos a que cada obispo obre según juzgue, teniendo la libre potestad de su albedrío. Por nuestra parte, en cuanto podemos, no nos debatimos por motivo de los herejes con nuestros colegas y coepíscopos, con los cuales mantenemos la concordia y la paz divinas; sobre todo, si tenemos en cuenta lo que dice el Apóstol: A pesar de esto, si a alguno le gusta discutir, nosotros no tenemos tal costumbre, ni tampoco la Iglesia de Dios 18. Conservamos con paciencia y mansedumbre la caridad espiritual, el honor del colegio episcopal, el vínculo de la fe, la concordia que exige el sacerdocio. Por eso mismo, al presente, según nuestros cortos alcances y con la licencia e inspiración de Dios, hemos escrito el opúsculo sobre "el bien de la paciencia", que te hemos enviado en prenda de mutuo afecto".
IX. 12. Con esta paciente caridad toleró Cipriano a sus buenos colegas que en tan oscura cuestión tenían diferente opinión sin malicia alguna; al igual que él fue tolerado mientras al correr de los tiempos llegó a confirmarse en el concilio, cuando a Dios le plugo, la costumbre saludable con una declaración plenaria de la verdad; esa misma caridad le hizo tolerar también a los abiertamente malos y tan conocidos por él, cuya diversidad de opinión no era debida a la oscuridad de la cuestión, sino a las costumbres de la vida perdida que llevaban, como dice el Apóstol: Tú, que predicas que no se debe robar, robas 19. De tales obispos de su tiempo y colegas suyos y que permanecían en comunión con él dice en su carta: "Quieren tener dinero en abundancia mientras los hermanos en la Iglesia están hambrientos, se apropian con insidiosos engaños de las posesiones, aumentan sus bienes con la multiplicación de la usura". No hay aquí alguna cuestión oscura; bien claro clama la Escritura: Ni los avaros, ni los rapaces poseerán el reino de Dios 20; y también: El que da a usura su dinero 21, y: Ningún fornicario, o impuro, o avaro, que es como adorador de ídolos, tendrá parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios 22.
No acusaría, pues, si no los conociera a tales avaros, de que no sólo atesoraban con avaricia sus riquezas, sino que se apropiaban con fraude de las ajenas; no acusaría a tales idólatras como él mismo comprende y refuta, si no los conociera. Y, sin embargo, toleró con entrañas de caridad paterna y materna a tales individuos por Cristo, que murió por los débiles, a fin de no arrancar prematuramente el trigo juntamente con la cizaña. En lo cual imitó ciertamente al apóstol Pablo, que aguantó con la misma caridad respecto de la Iglesia a los malvados y a los que tenían envidia de él.
13. Ahora bien, por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y le imitan los que le pertenecen, no precisamente por haberlos creado Dios así, sino por haberse ellos pervertido, como recuerda el mismo Cipriano, y, por otra parte, el diablo antes de ser diablo fue ángel bueno. Entonces, ¿de qué les viene el estar en la unidad de Cristo a los partidarios del diablo? Sin duda alguna, como dice el mismo Señor, es obra del enemigo, que sembró la cizaña 23.
Por lo tanto, como hemos de rechazar dentro de la Iglesia lo que es del diablo, así hay que reconocer fuera lo que es de Cristo. ¿Acaso fuera de la Iglesia carece Cristo de su parte y la tiene el diablo en la unidad de la Iglesia? Quizá pueda decirse de los hombres, que fuera de la comunión con la Iglesia Dios no tiene a nadie que sea suyo, como entre los ángeles santos no tiene a nadie suyo el diablo. En cambio, por lo que se refiere a esta Iglesia, que todavía es portadora de la mortalidad de la carne, mientras peregrina lejos del Señor, bien ha podido el diablo mezclar en ella la cizaña, esto es, hombres malos, y le haya sido autorizado precisamente por esa peregrinación de la Iglesia, para estimular con ello un deseo más ardiente del descanso que gozan los santos ángeles. Pero esto no se puede decir de los sacramentos. Como pueden tenerlos y administrarlos los que constituyen la cizaña interior, y no para bien suyo, sino para su perdición, que los destina al fuego, también pueden tenerlos y administrarlos los que constituyen la cizaña exterior, que los recibieron de los de dentro al separarse, ya que, aun apartándose, no los perdieron. Y esto queda de manifiesto cuando al volver no se les restituye, si acaso vuelven algunos de los mismos que se habían apartado. Que no diga nadie: ¿Qué parte de trigo tiene la cizaña? Porque si esto es así, en esta materia se da la misma condición dentro que fuera; no se puede decir que en la cizaña exterior no hay granos de trigo y sí en la interior. Pero cuando se pregunta por el sacramento, no se pregunta si la cizaña tiene algo de trigo, sino si tiene algo de cielo. Porque sobre la cizaña exterior y la interior, al igual que sobre el mismo trigo, cae una lluvia común, celeste y agradable, aunque con ella crezca estérilmente la cizaña. De la misma manera el sacramento evangélico de Cristo es bueno y divino, y no se debe, rechazar por la esterilidad de los que incluso fuera reciben la lluvia.
X. 14. Puede replicar alguno: La cizaña que está dentro de la Iglesia se convierte con mucha facilidad en trigo. Cierto que es así; pero ¿qué relación tiene esto con la reiteración del bautismo? Si alguien se convierte de la herejía y con el tiempo y facilidad de su conversión se ha anticipado a otro que dentro tarda más en corregirse de su malicia y enmendarse, ¿a ese tal no se le debe reiterar el bautismo, y, en cambio, se ha de reiterar al que ha sido precedido por el convertido de los herejes? Por lo tanto, no tiene que ver nada con la cuestión quién se ha convertido antes o después de su propia perversidad a la recta fe, a la esperanza o a la caridad. Cierto que los malos de dentro pueden hacerse buenos con más facilidad; sin embargo, a veces algunos de los de fuera se anticipan en la conversión a algunos de dentro, y reconciliados en la unidad, mientras permanecen éstos en la esterilidad, dan aquéllos con su paciencia un fruto treinta o sesenta o cien veces mayor. Claro que si sólo se fuera a llamar cizaña la que perdura en su maligno error hasta el fin, habría que reconocer fuera mucho trigo y dentro mucha cizaña.
15. Pero ¿son peores los malos de fuera que los de dentro? Se plantea un gran interrogante sobre si fue peor Nicolás, que ya estaba fuera, que Simón el Mago, que se encontraba todavía dentro, ya que aquél era hereje, y éste, hechicero. Concedo que sea así, si se tiene como más grave el mal de la división, indicio bien claro de la violación de la caridad. Pero hay que tener en cuenta que muchos, aun perdiendo la caridad, no por ello se salen fuera; son retenidos por los emolumentos mundanos, y buscando sus intereses, no los de Cristo, no se alejan de la unidad de Cristo, sino que no quieren apartarse de sus comodidades. Por eso se dijo en elogio de la caridad: No busca lo suyo 24.
16. La cuestión que se propone ahora es: ¿Cómo podían los hombres de la parte del diablo pertenecer a la Iglesia, que no tiene mancha o arruga o cosa semejante, de la cual se dijo también: Única es mi Paloma? 25 Si no pueden pertenecer, es claro que ella gime entre los ajenos, que le tienden asechanzas en su interior y ladran desde fuera. Sin embargo, aun éstos reciben dentro el bautismo, y lo tienen, y lo dan sin que pierda la santidad, y sin quedar profanado en la más mínima parte por su malicia, en que perseveran hasta el fin.
Sobre esto el mismo Cipriano nos enseña que el bautismo debe ser considerado por sí mismo, consagrado por las palabras evangélicas, como lo recibió la Iglesia, sin que se le añada o mezcle perversidad o malicia alguna, ya por parte de los que lo reciben, ya por parte de los que lo dan. En efecto, él mismo nos recuerda ambas cosas: que dentro algunos no guardan la caridad benévola, sino que abundan en envidia y malévola disensión, sobre los cuales habló el apóstol Pablo, y que, por parte del diablo, hay también envidiosos, como lo testifica con toda claridad en la carta que escribió sobre el celo y la envidia.
Por ello es manifiesto que puede existir, aun entre los que son del partido del diablo, el santo sacramento de Cristo, no precisamente para su salud, sino para su condenación, no sólo si se pervierten después de recibirlo, sino también si ya estaban en esa perversión al recibirlo, como nos dice el mismo Cipriano, "renunciando al mundo con solas las palabras y no con las obras". Y no por eso, si luego se enmendaran, debe reiterarse lo que habían recibido en su malicia. Por ende, pienso que queda bien claro que en esta cuestión del bautismo no se debe tener en cuenta quién es el que lo da, sino qué es lo que da, ni quién es el que lo recibe, sino qué recibe, o quién es el que lo tiene, sino qué es lo que tiene.
Si, en efecto, los hombres de la facción del diablo, y que no pertenecen por ello a la única Paloma, pueden recibir, tener y dar la santidad del bautismo, que no puede mancillar en modo alguno su perversidad, como nos lo avisan las cartas del mismo Cipriano, ¿por qué les vamos a atribuir a los herejes lo que no es suyo? ¿Por qué decimos que es de ellos lo que es de Cristo, y no más bien reconocemos en ellos las banderas de nuestro emperador y corregimos los hechos de los desertores? De suerte que, como dice el mismo Cipriano, "una cosa es que los que están dentro de la Iglesia hablen en nombre de Cristo, y otra, que los que están fuera y obran contra la Iglesia, bauticen en nombre de Cristo".
Ahora bien, muchos que están dentro combaten contra la Iglesia con su mala vida y arrastran las almas débiles a esa mala vida; y algunos de los que están fuera hablan en nombre de Cristo, pero no es obrar las cosas de Cristo, sino estar fuera lo que se les prohíbe cuando, para su curación, los corregimos, increpamos o exhortamos. Fuera estaba aquel que no seguía con los discípulos de Cristo, y expulsaba los demonios en nombre de Cristo y el Señor ordenó que no se le prohibiera esto, aunque sí debía ser curado en la enfermedad de que adolecía, a tenor de las palabras del Señor: El que no está conmigo, está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama 26. Fuera se realizan algunas obras en nombre de Cristo, no contra la Iglesia; y dentro, otras de parte del diablo, contra la Iglesia.
XI. 17. ¿Qué decir de un hecho bien sorprendente, que puede constatar quien lo considere con un poco de atención? Algunos, salva la caridad, enseñan algo inútil, como Pedro, que obligaba a los gentiles a judaizar, y el mismo Cipriano que forzaba a rebautizar a los herejes; a estos miembros buenos radicados en la caridad y que no procedían rectamente en alguna cosa, dice el Apóstol: Si en algo pensáis de otra manera, Dios os lo hará ver 27; y, a su vez, otros sin caridad enseñan algo saludable, y de ellos dice el Señor: En la cátedra de Moisés han tomado asiento. Todo lo que os digan, hacedlo, pero no imitéis sus obras, porque ellos dicen y no hacen 28. De esos envidiosos y malévolos, que anuncian, no obstante, la salvación cristiana, es de los que dice el Apóstol: Sea por pretexto, sea sinceramente, sea Cristo anunciado 29. Por consiguiente, dentro y fuera hay que corregir la perversidad de los hombres, pero los sacramentos y las palabras divinas no deben atribuirse a los hombres.
Así, no ampara a los herejes el que no les atribuye lo que, aunque se encuentre en ellos, sabe que no es de ellos. Nosotros no concedemos el bautismo a los herejes: reconocemos, doquiera lo encontremos, el bautismo de aquel de quien se dijo: Este es el que bautiza 30. El traidor y el blasfemo, mientras persevera en la traición y la blasfemia, ni fuera ni dentro de la Iglesia recibe el perdón de los pecados; pero si en virtud de la fuerza del sacramento lo recibe por un momento, esta misma virtud obra dentro y fuera, como la fuerza del nombre de Cristo obraba aun fuera la expulsión de los demonios.
XII. 18. Pero hemos visto que los apóstoles en todas sus cartas dicen y detestan la maldad sacrílega de los herejes, hasta el punto de afirmar que su palabra se extiende como un cáncer. Pues qué, ¿no es también el mismo Pablo quien declara que los que decían comamos y bebamos, que mañana moriremos 31 son corruptores de las buenas costumbres con sus malas conversaciones? Y añade: Las conversaciones malas estragan las buenas costumbres 32. Y, sin embargo, significó que todos ellos se encontraban dentro, cuando dice: ¿Cómo entre vosotros dicen algunos que no hay resurrección de los muertos? 33 ¿Y dónde no detestó a los avaros? ¿O se pudo expresar algo con más vehemencia que llamando a la avaricia idolatría, como lo expresó el mismo Apóstol? No lo entendió de otra manera Cipriano, y lo estampó en sus obras siempre que fue preciso; hasta llegó a confesar que en su tiempo no eran los avaros cualquier cosa, sino ladrones y usureros, y que no eran éstos hombres cualesquiera, sino hasta obispos.
Bien quisiera yo comprender que estaban fuera aquellos de quienes dice el Apóstol que su palabra se extiende como un cáncer 34; pero no me lo permite el mismo Cipriano. Al demostrar en su carta a Antoniano, que antes del tiempo de la última separación de justos e injustos en modo alguno hay que apartarse de la unidad de la Iglesia porque haya en ella esa mezcla de los malos, donde pone bien de manifiesto cuán santo es y cuán digno de la celebridad a que se hizo acreedor por el martirio, al mostrar todo esto, dice: "¡Qué hinchazón de orgullo es, qué olvido de la humildad y la mansedumbre, qué jactancia de la propia arrogancia, pretender alguno o creer que puede hacer lo que no concedió el Señor ni a los apóstoles, pensar que puede separar la cizaña del trigo, o como si se le hubiera concedido llevar el bieldo y limpiar la era, intenta separar las pajas del trigo; y cuando Cristo dice: En una casa grande no hay sólo utensilios de oro y plata; también los hay de madera y de barro 35, parece elegir los vasos de oro y de plata, y menospreciar, rechazar y condenar los de barro; cuando en realidad sólo en el día del Señor serán quemados en el fuego de la llama divina los vasos de madera y serán quebrados los de barro por el que recibió el cetro de hierro!".
Al increpar, pues, de esta manera Cipriano a quien, evitando la comunicación de los malos, se había separado de la unidad, nos dio a conocer que por la gran casa que dice el Apóstol, donde hay vasos de oro y de plata, de madera y de barro, él no entendía otra cosa sino la Iglesia, donde había buenos y malos, hasta que sea purificada al fin como una era aventada.
Si esto es así, en la misma Iglesia, en esa misma gran casa, había grandes vasos destinados a la ignominia, cuya palabra se extendía como el cáncer. Y esto lo enseñó el Apóstol al hablar de ellos: La enseñanza de esa gente corroerá como una gangrena; entre ellos está Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad pretendiendo que la resurrección se ha efectuado ya y trastornando la fe de algunos. A pesar de todo, el sólido cimiento de Dios está firme y lleva esta inscripción: El Señor conoce a los que son suyos, apártese de la iniquidad quien tome en sus labios el nombre del Señor. En una casa grande no hay sólo vasos de oro y plata, sino también de madera y de barro 36.
Por consiguiente, si esos, cuya palabra se extendía como una gangrena, estaban en la gran casa como vasos de afrenta, casa grande que Cipriano interpreta como la unidad de la misma Iglesia, ¿acaso el cáncer de éstos puede profanar el bautismo de Cristo? Así, ni fuera ni dentro puede cualquiera del partido del diablo manchar en sí o en otro cualquiera el sacramento que es propio de Cristo. De suerte que no concede la remisión de los pecados la palabra que se extiende como un cáncer hasta los oídos de los que escuchan. Antes, cuando se da el bautismo con las palabras evangélicas, sea cual sea la perversidad con que lo entiende el que lo da o el que lo recibe, sigue siendo santo él por sí mismo en virtud de aquel a quien pertenece. Y si quien, recibiéndolo a través de un hombre perverso, no participa de la perversidad del ministro, sino de sola la santidad del misterio, ensamblado en la unidad de la Iglesia por la buena fe, la esperanza y la caridad, ese tal recibe la remisión de los pecados; no precisamente por las palabras que se extienden como el cáncer, sino por los sacramentos evangélicos que fluyen de la fuente celestial. Claro que si el que los recibe es perverso, no le aprovecha al perverso para la salud lo que se le da; aunque permanece santo en él lo que recibe y no se reitere si se enmendare.
XIII. 19. No hay, pues, relación entre la justicia y la iniquidad 37; no sólo con la de fuera, sino incluso con la de dentro. Porque conoce el Señor quiénes son los suyos, y debe apartarse de la iniquidad todo el que invoca el nombre del Señor 38. Tampoco hay comunidad entre la luz y las tinieblas 39, no sólo con las de fuera, sino incluso con las de dentro; pues el que aborrece a su hermano, dice Juan, está aún en las tinieblas 40. Y ciertamente los que odiaban a Pablo, los que por envidia y malévola disensión anunciaban a Cristo, creían provocar con ello tribulación a sus cadenas; y de éstos piensa Cipriano que estaban dentro.
Ahora bien, si las tinieblas no pueden iluminar ni la iniquidad justificar, como dice él mismo, me pregunto cómo podían éstos bautizar dentro de la Iglesia. Me pregunto cómo aquellos vasos, que encierra la gran casa no para honor, sino para vergüenza, pueden dentro de la misma casa administrar lo sagrado para santificar a los hombres, si no es porque la santidad del sacramento no puede ser profanada por los inmundos, sea cuando la administran ellos, sea cuando la reciben los que no mejoran su corazón y su vida. De estos que están dentro, dice Cipriano: "Renuncian al mundo con solas palabras y no con los hechos".
20. Existen, por lo tanto, dentro enemigos de Dios, de cuyos corazones se ha posesionado el espíritu del anticristo; y, sin embargo, administran las cosas espirituales y divinas que, por una parte, no pueden aprovecharles a ellos mismos mientras no cambien, ni por otra pueden ser mancilladas con su inmundicia. Dice también "que nada les corresponde de los tesoros de la Iglesia y de la salvación a los que dividen y atacan a la Iglesia de Cristo, y que son llamados por el mismo Cristo adversarios y por sus apóstoles anticristos". Esto quiere decir que tales enemigos se encuentran fuera y dentro; por lo que se refiere a la separación que tienen los que están dentro con relación a la perfección y unidad de aquella Paloma, no es sólo Dios quien lo conoce por algún detalle; también lo conocen los hombres; pues al ver claramente la vida detestable y la malicia confirmada, y al compararlas con las normas de los preceptos divinos, llegan a comprender a cuánta cizaña y paja -estén fuera o dentro, pero que serán separadas abiertamente al final- ha de decir el Señor: Apartaos de mí, obradores de iniquidad 41, y también: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles 42.
XIV. 21. Claro que no hemos de desesperar de la conversión de nadie, esté fuera o dentro, ya que la paciencia del Señor lo atrae a la penitencia, y fustiga con la vara sus crímenes v con el látigo sus pecados. Y así, no aparta su misericordia de ellos, si tienen piedad de su propia alma agradando a Dios. Como el justo que persevera hasta el fin se salvará, así el malo fuera o dentro, si perseverare hasta el fin, no se salvará. Tampoco nosotros decimos que "los bautizados, dondequiera y de cualquier manera que lo hayan sido, consiguen la gracia del bautismo", si entendemos por gracia del bautismo la salud que se confiere mediante la celebración del sacramento, ya que hay muchos que ni dentro la consiguen, aunque esté bien claro que tienen el sacramento que de por sí es santo. Con razón, pues, nos amonesta el Señor en el Evangelio a no creer a los que nos aconsejan mal, sino a los que caminan bajo el nombre de Cristo; pero éstos se encuentran tanto dentro como fuera, ya que no salen afuera si antes no hubieran sido malos dentro; ciertamente de los vasos puestos en la gran casa decía el Apóstol: Quien se mantiene puro de estos errores será vaso de honor, santificado, útil a su dueño, dispuesto para toda obra buena 43. Pero cómo ha de purificarse cada uno de estos errores, lo demostró poco antes al decir: Apártese de la iniquidad quien tome en sus labios el nombre del Señor 44, y así no tendrá que ir al final con la paja, que voló antes de la era o que será separada en el último día: Apartaos de mí, obradores de la iniquidad 45.
"Por donde queda bien claro -como dice Cipriano- que no se debe aceptar ni admitir sin más ni más lo que se pregona en nombre de Cristo, sino lo que se practica en la verdad de Cristo". Y ciertamente no entra dentro de la verdad de Cristo apropiarse de las posesiones con insidiosos engaños, aumentar las ganancias con la multiplicación de la usura, renunciar al siglo con solas palabras; pues como testigo idóneo declara él que todas estas prácticas tienen lugar también dentro.
XV. 22. Expone también extensamente que no pueden ser bautizados en Cristo quienes blasfeman del Padre de Cristo. Y es claro que los donatistas blasfeman, pues no es el que se acerca al bautismo de Cristo el que blasfema abiertamente del Padre de Cristo, sino que queda convicto de blasfemo al pensar del Padre de Cristo cosa bien diferente de lo que enseña la verdad. Sobre esto ya hemos demostrado que no tiene relación con el bautismo consagrado por las palabras evangélicas el error del que lo da o del que lo recibe sobre quién tiene diferente opinión de lo que enseña la doctrina celeste, sea sobre el Padre o sobre el Hijo o sobre el Espíritu Santo. Son muchos, en efecto, los hombres carnales y bajos que se bautizan dentro, según dice claramente el Apóstol: El hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios 46, y aun después de recibir el bautismo confirman que continúan siendo carnales. Pero siguiendo los deseos de la carne, no puede el alma entregada a los sentidos sentir de Dios sino carnalmente.
Por eso muchos, progresando después del bautismo, y sobre todo si fueron bautizados en la infancia o en la niñez, cuando se va serenando e iluminando su corazón, mientras se renueva el hombre interior de día en día, se burlan y detestan y repudian, confesándolas, aquellas primeras ideas que tenían acerca de Dios cuando estaban sometidas al juego de su imaginación. Claro que no por ello se puede pensar que no han recibido el bautismo, o que el bautismo que recibieron estaba acomodado a su error: en ellos se venera la integridad del sacramento y se corrige el desvarío de la mente, aunque se había robustecido tan firmemente y se había quizá agudizado con los recursos de multitud de disquisiciones.
Y así hasta el hereje, que evidentemente está fuera, si recibió el bautismo evangélico, no lo recibió según el error que le cegaba. Por ello, si al recapacitar reconoce que debe dejar lo que había tenido en malas disposiciones, no con ello debe dejar el bien que había recibido: no porque se ha reprobado su error, debe ser condenado en él el bautismo de Cristo.
Por tanto, en los que han sido bautizados incluso con falsas ideas sobre Dios, queda bien claro que debe separarse la verdad del sacramento del error de quien ha tenido falsas ideas, aunque se puedan dar ambas cosas en la misma persona, y así, cuando alguien, hallándose fuera en un error, ha sido bautizado con el sacramento verdadero, al retornar a la unidad de la Iglesia la verdadera fe reemplaza a la falsa, pero no puede reemplazar el bautismo verdadero al bautismo verdadero: no puede reemplazarse el bautismo a sí mismo, porque tampoco puede apartarse. Para esto, pues, vienen los herejes a la Iglesia católica, y no para reiterar el bien que ya tienen de Dios.
XVI. 23. Dirá alguien: ¿Entonces no hay diferencia entre dos que, estando en el mismo error y en la misma malicia, sin cambiar de vida y de pensamiento, uno es bautizado fuera de la Iglesia y el otro dentro? Claro que hay diferencia: está en peores circunstancias el que se bautiza fuera, no por el hecho de bautizarse, sino por estar fuera, pues que la misma división es un mal no pequeño; con tal, sin embargo, de que quien recibe el bautismo dentro no pretendiese estar dentro por algún interés terreno o temporal, sino porque antepuso la unidad de la Iglesia extendida por todo el orbe a las limitaciones de los herejes; de otra manera, este mismo hubiera sido considerado como uno de los de fuera.
Pongámonos delante dos cualesquiera en esta situación uno de ellos, por ejemplo, tiene sobre Cristo las ideas que tuvo Fotino, y es bautizado en su herejía fuera de la comunión de la Iglesia; otro, sin embargo, tiene las mismas ideas, pero es bautizado en la Católica, pensando que ésa es la fe católica. A éste no le puedo llamar hereje aún, a no ser que, habiéndosele manifestado la doctrina católica, haya optado por resistir a ella y continuar en lo que ya tenía; antes que suceda esto, es claro que el bautizado fuera es peor. Así, en el uno hay que corregir sólo las falsas ideas, en el otro debe enmendarse también la división misma; pero en ninguno de los dos se debe repetir el sacramento verdadero.
Puede darse el caso de un tercero que tenga las mismas ideas que aquéllos, dándose cuenta que existe una herejía separada de la unidad católica en la que se mantienen esas ideas; pero movido por algunas ganancias terrenas, prefirió bautizarse en la unidad católica, o, bautizado en ella, no ha querido salir de la misma por aquel motivo. Este tal no sólo debe ser considerado como separado, sino tanto más perjudicial cuanto que al error de la herejía y a la escisión de la unidad añade la falacia de la simulación.
Por la misma razón, cuanto más peligrosa y solapada se presenta la perversidad de alguien, tanto más empeño y esfuerzo se ha de emplear en corregirla; pero si tiene algo bueno, no suyo, sino de Dios, no se ha de tener por inexistente a causa de su maldad o vituperar de la misma manera o atribuirlo a su maldad y no a la liberalidad de quien ha dado al alma, alejada de él por la infidelidad y por haber ido en pos de sus amadores, su pan, su vino, su aceite con los demás alimentos e incluso el ornato que ella tiene, no precisamente de sus amadores, sino de quien, compadeciéndose de ella, estuvo amonestándola siempre a quién debía tornar.
XVII. 24. "¿Acaso puede la virtud del bautismo -se pregunta Cipriano- ser más grande o mejor que la confesión, que el martirio, que el hecho de confesar a Cristo delante de los hombres y ser bautizado con su propia sangre? Y, sin embargo, ni este bautismo aprovecha al hereje, aunque haya perdido la vida fuera de la Iglesia confesando a Cristo". Palabras de San Cipriano. Y es una gran verdad: al morir fuera de la Iglesia manifiesta bien claramente que no tiene la caridad de que habla el Apóstol: Ya puedo dejarme quemar vivo, que si no tengo amor, de nada me sirve 47. Si es precisamente por falta de caridad por lo que no les aprovecha el martirio, tampoco les aprovecha a los que dice Pablo y comenta Cipriano que viven dentro sin caridad, con envidia o maledicencia; y no obstante, pueden recibir y dar el verdadero bautismo.
"Fuera de la Iglesia no hay salvación" -afirma-. ¿Quién lo niega? Por ello, cuantos bienes de la Iglesia se posean, no sirven para la salvación fuera de la Iglesia. Aunque una cosa es no tenerlos, y otra muy distinta tenerlos sin provecho. El que no los tiene, debe ser bautizado para tenerlos; quien no los tiene útilmente, debe corregirse para que los tenga con provecho.
Dice también que no es adúltera el agua del bautismo de los herejes. Efectivamente, ni la criatura que Dios creó es mala, ni las palabras evangélicas deben ser reprendidas en los que andan errados; lo que hay que reprender es el error de quienes hacen al alma adúltera, aunque tenga de su legítimo esposo los arreos del sacramento.
Puede, por lo tanto, sernos común el bautismo con los herejes como nos puede ser común el Evangelio, por más distante que esté su error de nuestra fe, ya sientan sobre el Padre o el Hijo o el Espíritu Santo algo distinto de la verdad, ya separados de la unidad no recojan con Cristo, sino que desparramen; lo mismo que, si somos trigo del Señor, puede sernos dentro común el sacramento del bautismo con los avaros, ladrones, borrachos y semejantes malvados, de quienes se dice no poseerán el reino de Dios 48, y no sernos comunes, sin embargo, los vicios que los separan del reino de Dios.
XVIII. 25. No sólo de las herejías dice el Señor que los que obran así no poseerán el reino de Dios 49. De todos modos no nos moleste atender un poco a la enumeración que hace: Las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, disensiones, divisiones, envidias, embriagueces, orgías y otras como éstas, de las cuales os prevengo, como antes dije, de que quienes tales cosas hacen no heredarán el reino de Dios 50.
Imaginémonos un hombre casto, continente, no avaro, no idólatra, hospitalario, socorredor de los menesterosos, no enemigo de nadie, no litigioso, paciente, tranquilo, nada emulador, no envidioso de nadie, sobrio, frugal, pero hereje: nadie alberga la duda de que por el hecho de ser hereje no heredará el reino de Dios. Imaginémonos otro, fornicario, impuro, lujurioso, avaro o también entregado abiertamente a la idolatría, hechicero, incordiante, terco, emulador, iracundo, sedicioso, envidioso, borracho, comilón, pero católico: ¿acaso por el solo hecho de ser católico heredará el reino de Dios, cometiendo esos pecados de los que dice el Apóstol: De los cuales os prevengo, como antes lo hice, de que quienes tales cosas hacen no heredarán el reino de Dios? 51
Si decimos esto, nos engañamos a nosotros mismos; no es la palabra de Dios la que nos seduce, ya que ella no calla, ni anda con miramientos, ni nos engaña con adulación alguna. Por eso aún dice en otra parte: Pues habéis de saber que ningún fornicario, o impuro, o avaro, que es como adorador de ídolos, tendrá parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con palabras vanas 52.
Por ende, no hay motivo para quejarnos de la palabra de Dios. Dice con entera libertad y claridad que los que viven mal no pertenecen al reino de Dios .
XIX. 26. No adulemos, pues, al católico rodeado por todos estos vicios, no osemos prometerle por ser cristiano católico la impunidad que no le promete la divina Escritura; ni aunque sólo tuviera uno de estos vicios que hemos citado, debemos prometerle la compañía de aquella patria celeste. En la enumeración de cada vicio se sobrentiende aplicado a cada uno que no heredará el reino de Dios; dice: No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios 53. No dice el Apóstol que quien tenga todos estos vicios, a la vez no poseerá el reino de Dios, sino: ni éstos ni los otros; para que se sobrentienda en cualquiera de ellos que ninguno poseerá el reino de Dios. Como los herejes no poseerán el reino de Dios, tampoco lo poseerán los avaros.
Claro, tampoco se debe dudar de que las mismas penas con que serán atormentados los que no han de poseer el reino de Dios, serán diversas a tenor de la diversidad de los pecados, y unas serán más terribles que las otras, de suerte que en el mismo fuego eterno la diferencia de las penas de los tormentos será proporcionada a la diferencia de la gravedad de los pecados. No dijo en vano el Señor: El país de Gomorra será tratado con menos rigor que vosotros el día del juicio 54.
Por otra parte, para quedar excluidos del reino de Dios tanto importa elegir uno de estos vicios menos grave como muchos juntos, o uno solo que se considere más grave. Y como los que han de conseguir el reino son los que pondrá el Señor a su derecha, y no les queda otro lugar a los que no merecen estar a la derecha que permanecer a la izquierda, no habrá otra voz que puedan escuchar éstos de la boca del pastor sino: Apartaos de mí al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles 55. Bien que, como dije antes, de ese fuego pueden percibirse diversidad de suplicios según la diversidad de los pecados.
XX. 27. Sobre si se ha de anteponer un católico de pésimas costumbres a un hereje en cuya vida, aparte de ser hereje, nada se encuentre digno de reprensión, no me atrevo a dar una opinión a la ligera. Cierto que no faltará quien diga: Como hereje que es no será sólo esto, sino que le acompañarán otros vicios; es carnal y rastrero y, por consiguiente, seguro que será emulador, iracundo, envidioso, enemigo de la misma verdad y alejado de ella. Puede incluso uno citar de estos males el que juzgue más ligero y decir que no estará sólo en cualquiera precisamente por ser carnal y rastrero, por ejemplo, la embriaguez, que ya ha prevalecido la costumbre de ser citada sin horror y aun con hilaridad entre los pueblos: ¿podrá, cuando se encuentra en alguien, estar sola?; ¿qué beodo hay, en efecto, que no sea a la vez porfiado, iracundo, envidioso, disconforme con sus maestros sanos, enemigo irreconciliable de los que le corrigen? Por otra parte, difícil le será verse libre de la fornicación y el adulterio.
Puede, sin embargo, uno no ser hereje; como el hereje puede no ser beodo, ni adúltero, ni fornicario, ni lujurioso o amante del dinero o hechicero, como puede no ser todo esto a la vez, pues que no todos los vicios acompañan necesariamente a uno de ellos.
Por lo tanto, vamos a proponer dos casos, el de un católico con todos estos vicios y el de un hereje sin estos vicios que pueden no hallarse en el hereje; ninguno de ellos ataca a la fe, aunque uno y otro viven enfrentados con la fe, uno y otro se engañan inútilmente, ninguno de los dos vive la caridad nacida del Espíritu, y por esto uno y otro están fuera del cuerpo de aquella única Paloma. ¿Por qué en uno de ellos reconocemos el sacramento de Cristo y no en el otro, como si fuera propio del uno o del otro, cuando en realidad es el mismo en uno y otro, y precisamente es de Dios, y es bueno aunque esté en las personas más corrompidas? Y si de estos dos hombres que lo tienen uno es peor que el otro, no por eso lo que tienen ambos es peor en uno que en el otro; lo mismo que en dos católicos malvados; aunque uno sea peor que el otro, no tiene un bautismo peor; y si uno de ellos es bueno y otro malo, no es malo el bautismo del malo y bueno el del bueno, sino que en ambos es bueno. Al igual que la luz del sol o la de una lámpara no es peor en los ojos enfermos que en los sanos, sino la misma en unos y otros, aunque por la diversidad de los mismos produzca placer en unos y tormento en otros.
XXI. 28. A Cipriano le ponían una objeción sobre los catecúmenos, que, detenidos por dar testimonio de la fe y muertos por el nombre de Cristo, recibían la corona de la gloria aun sin el bautismo. No veo bien claro qué relación tiene con esta cuestión, a no ser porque decían que los herejes podían ser admitidos con el bautismo de Cristo en su reino con más facilidad que los catecúmenos, que eran admitidos en él, ya que el mismo Cristo había dicho: Quien no renazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos 56.
En esta cuestión yo tampoco dudo en poner antes al catecúmeno católico, ardiendo en amor de Dios que al herético bautizado; aun dentro de la Iglesia católica anteponemos el catecúmeno bueno al malo bautizado. Y con ello no hacemos injuria alguna al sacramento del bautismo, en que éste ha sido ya bañado y aquél no; como tampoco tenemos como superior el sacramento del catecumenado al sacramento del bautismo, porque reconozcamos algún catecúmeno más fiel y mejor que algún bautizado. Vemos que es mejor el centurión Cornelio, aun sin el bautismo, que Simón ya bautizado: aquél, en efecto, incluso antes del bautismo fue lleno del Espíritu Santo, y éste, después del bautismo, se vio hinchado por el espíritu inmundo. Claro que si Cornelio, recibido ya el Espíritu Santo, no hubiera querido bautizarse, se haría reo del desprecio de sacramento tan excelente. Pero, una vez bautizado, no recibió un sacramento más excelente que Simón: con igual santidad por parte del mismo sacramento, son diversos los méritos de los hombres.
No sufre aumento o disminución la santidad del bautismo por los méritos buenos o malos de los hombres. Lo mismo que al catecúmeno bueno le falta el bautismo para alcanzar el reino de los cielos, así le falta la conversión al malo que está ya bautizado. Porque el que dijo: Quien no renazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos 57, es el mismo que dijo: Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos 58. En efecto, para que el catecúmeno no se fiara de su justicia, se dijo: Quien no renazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos; y a su vez, para que los bautizados no estuvieran seguros en su maldad una vez recibido el bautismo, se dijo también: Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Una cosa sin la otra es muy poco: una y otra juntas hacen a uno heredero de aquella posesión.
No debemos, por consiguiente, reprobar en nadie la justicia que comenzó a existir en él antes de unirse con la Iglesia. En Cornelio había comenzado ya la justicia antes de encontrarse en el pueblo cristiano: si hubiera que reprobarla, no le hubiera dicho el ángel: Tus oraciones y limosnas han sido recordadas ante Dios 59; y si ella fuera suficiente para alcanzar el reino de los cielos, no se le amonestaría que fuera a buscar a Pedro. De la misma manera tampoco se debe reprobar el sacramento evangélico del bautismo, aunque haya sido recibido fuera de la Iglesia. Pero como no aprovecha para la salud, si el que tiene la integridad del bautismo no se incorpora a la Iglesia y enmienda a la vez su maldad, hemos también de corregir el error de los herejes, y reconozcamos que lo que hay en ellos no es suyo propio, sino de Cristo.
XXII. 29. Por lo que respecta a la suplencia alguna vez del bautismo por el martirio, nos lo testifica lo que se dijo a aquel ladrón no bautizado: Hoy estarás conmigo en el paraíso 60, que el mismo bienaventurado Cipriano toma como un documento importante. También yo, considerando una y otra vez esto, encuentro que no es sólo el martirio por el nombre de Cristo lo que puede suplir la falta del bautismo: también pueden hacerlo la fe y la conversión del corazón, si por la urgencia del tiempo no se puede acudir a la celebración del misterio bautismal.
Efectivamente, aquel ladrón no fue crucificado por el nombre de Cristo, sino por sus crímenes; más aún, no padeció por la fe, sino que creyó mientras padecía. En él queda declarado también qué valor tiene, aun sin el sacramento visible del bautismo, lo que dice el Apóstol: Con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa para la salvación 61. Pero esto tiene lugar invisiblemente, cuando no es el menosprecio de la religión, sino una necesidad circunstancial lo que excluye del bautismo. En Cornelio y en sus amigos se podía ver con más claridad que en el buen ladrón lo superfluo que era ser bañado por el agua, puesto que en ellos ya el don del Espíritu Santo se había mostrado con el signo propio de aquellos tiempos, el don de lenguas. Sin embargo, fueron bautizados, como nos lo testifica la autoridad apostólica.
Por ello, para resaltar cualquier provecho del hombre interior, si acaso ha llegado antes del bautismo con corazón piadoso y hasta perfección espiritual, nadie debe menospreciar el sacramento que se administra corporalmente por obra de los ministros, aunque es Dios quien por este medio realiza espiritualmente la consagración del hombre. Y pienso que no fue otro el motivo de confiar a Juan el oficio de bautizar, hasta el punto de ser llamado bautismo de Juan, sino para que el mismo Señor que lo había dado, al no sentirse rebajado recibiendo el bautismo del siervo, consagrase él mismo el camino de la humildad y pusiera de manifiesto con toda claridad en ese hecho qué importancia había que dar a su bautismo, con el que él había de bautizar. Como médico tan conocedor de la salud, veía que no hacía falta la hinchazón de algunos, que al verse tan adelantados en la inteligencia de la verdad y laudables costumbres, no dudarían en anteponerse a muchos bautizados por su vida y su doctrina, y habían de creer que era inútil para ellos el bautizarse, cuando se dieran cuenta de que habían llegado a un estado de alma al que trataban todavía muchos bautizados de ascender.
XXIII. 30. Es difícil expresar el poder y el efecto que produce la santificación del sacramento aplicada corporalmente al hombre, sin la cual, empero, no se quedó el buen ladrón, porque no le faltó la voluntad de recibirla, aunque tampoco hubo necesidad de hacerlo. Cierto, si no hubiera tenido un valor muy grande, no habría recibido el Señor un bautismo del siervo.
Pero se hace preciso considerarla en sí misma, sin tener en cuenta la santidad perfecta a que se encamina en el hombre; por eso indica claramente que esta santificación es cabal en los malos y en los que renuncian al mundo con palabras y no con obras, aunque no pueden conseguir la salud si no se enmiendan. En el corazón, a quien la necesidad privó del bautismo corporal, se realizó la santificación al estar presente espiritualmente por la piedad; así también, cuando ella está presente se realiza la santificación, aunque la necesidad prive de lo que no le faltó al ladrón.
Esta es la tradición de la Iglesia universal al bautizar a los niños pequeños, que ciertamente no pueden creer con el corazón para la justificación ni confesar con la boca para la salvación, lo cual sí pudo el ladrón; y aún más, con sus llantos y vagidos, cuando se celebra en ellos el misterio, interrumpen en cierto modo las palabras sagradas. Y, sin embargo, a ningún cristiano se le ocurre decir que son bautizados sin fruto alguno.
XXIV. 31. Si alguien reclama la autoridad divina en esta cuestión, como es una práctica que mantiene toda la Iglesia y no fue establecida por los concilios, sino que se ha retenido siempre, se cree con toda razón como una tradición apostólica. Aunque también podemos conjeturar con veracidad cuál es el poder del sacramento del bautismo en los párvulos por la circuncisión de la carne que fue el pueblo el primero en recibir, y, sin embargo, sin haberla recibido fue justificado Abrahán. Como Cornelio también fue enriquecido con el don del Espíritu Santo aun antes de ser bautizado.
Claro que el Apóstol dice del mismo Abrahán: Recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia por su fe 62; había creído ya en su corazón, y se le había computado como justicia. ¿Por qué, pues, se le mandó que al cuarto día circuncidara a todo recién nacido, si no podía aún creer con el corazón para que se le computara como justicia? Simplemente porque el sacramento por sí mismo tenía un gran valor. Se manifestó esto por medio de un ángel en el hijo de Moisés, quien siendo llevado todavía incircunciso por su madre, fue forzado en un peligro presente e inmediato a ser circuncidado, y una vez circuncidado, desapareció el peligro de muerte.
Así, pues, como en Abrahán precedió la justicia por la fe, y sobrevino la circuncisión como señal de justicia de la fe, así precedió en Cornelio la santificación espiritual en el don de Espíritu Santo, y sobrevino el sacramento de la regeneración en el baño del bautismo. Y como en Isaac, que fue circuncidado el octavo día de su nacimiento, precedió el signo de la justicia de la fe, y a imitación de la fe del padre, siguió en su adolescencia la misma justicia, cuya señal había precedido de niño, así en los infantes bautizados precede el sacramento de la regeneración, y si conservan la piedad cristiana, seguirá en su corazón la conversión, cuyo misterio precedió en el cuerpo. Y como en aquel ladrón completó la benignidad del Omnipotente lo que faltaba por el sacramento del bautismo, ya que no había falta por soberbia o menosprecio, sino por necesidad, así en los infantes que mueren bautizados se cree que suple la misma gracia del Omnipotente lo que no por voluntad impía, sino por incapacidad de la edad, ni pueden creer con el corazón para la justicia, ni pueden confesar con la boca para la salvación.
De este modo, al responder otros por ellos, para que tenga efecto en ellos la celebración del sacramento, tiene valor ciertamente para su consagración, ya que ellos no pueden responder. Y, por supuesto, no tiene valor si responde alguien por uno que puede responder por sí mismo. Según esa regla, se dijo en el Evangelio lo que conmueve a todos cuando se lee: Edad tiene, que él hable por sí mismo 63.
XXV. 32. Por todo esto queda bien probado que una cosa es el sacramento del bautismo, y otra, la conversión del corazón, pero que la salvación del hombre queda completada en uno y otra. Si faltara uno de los dos, no podemos pensar que lleva consigo la falta del otro. El bautismo sin la conversión interior puede estar en el infante, y ésta sin el primero pudo estar en el buen ladrón, al suplir Dios en el uno y en el otro lo que hubiera faltado sin voluntad; claro, si faltara uno de los dos voluntariamente, el hombre sería responsable de la culpa. Puede existir ciertamente el bautismo donde falta la conversión del corazón; y puede existir conversión del corazón sin recibir el bautismo, aunque no puede existir si se lo desprecia, ya que no se puede llamar en modo alguno conversión del corazón a Dios cuando se menosprecia el sacramento de Dios.
Por lo tanto, con toda razón reprendemos, anatematizamos, detestamos, aborrecemos la perversidad de corazón de los herejes; pero no dejan de tener el sacramento evangélico porque carezcan de la que lo hace provechoso. Por eso, cuando vienen a la fe y a la verdad, y haciendo penitencia piden se les perdonen los pecados no los burlamos y engañamos después de corregirlos y reformarlos en lo que se han corrompido y pervertido, los ilustramos de este modo en las disciplinas celestes hacia el reino de los cielos, de tal suerte que no profanemos en modo alguno lo que hay en ellos de sano ni declaremos, a causa del vicio del hombre, que no existe en él o que es vicioso lo que hay de Dios en él.
XXVI. 33. Poca materia queda ya de la carta a Jubayano; cierto que se encuentra ahí la costumbre ya pasada de la Iglesia y el bautismo de Juan, que suele suscitar un problema de consideración a los que prestan suficiente atención a cosa tan manifiesta, como es el que hayan sido mandados bautizar en Cristo por los apóstoles los que habían recibido el bautismo de Juan. Por ello no debe tratarse esta materia a la ligera y la remitimos a otro volumen, a fin de que no resulte desmesurado el presente.