SERMÓN DE LA MONTAÑA

Traductor: Carlos Morán, OSA

LIBRO SEGUNDO

Explicación de la última parte del sermón del Señor en el monte,
contenida en los capítulos 6 y 7 del evangelio de San Mateo

CAPÍTULO I

Limpieza de corazón y alabanza a Dios

1. Al libro primero, que terminó con el tratado de la misericordia, le sigue el tratado de la purificación del corazón, con el que comienza este segundo. La limpieza del corazón es como el ojo con el cual se ve a Dios; y para mantenerlo limpio se requiere tanta preocupación cuanta exige la dignidad del ser que con él se puede contemplar. No obstante, es difícil que en este ojo, en gran parte purificado, no se insinúen subrepticiamente algunas impurezas que suelen acompañar a las mismas buenas acciones, como puede ser la alabanza humana. Ciertamente es pernicioso el vivir desordenadamente, pero vivir con rectitud y no querer ser alabado, ¿qué otra cosa es sino aborrecer las cosas humanas, que, ciertamente, son tanto más miserables cuanto menos agrada la vida recta de los hombres? Si, pues, aquellos en medio de los cuales vives, no te alaban viviendo rectamente, ellos están en error; pero, si te alabaran, tú estás en peligro, a no ser que tuvieres un corazón tan sencillo y limpio, que todo lo que haces honestamente, no lo hagas por las alabanzas humanas y te alegrarías por los que te alaban con rectitud, ya que también les agrada lo que está bien hecho, más que congratularte a ti mismo; ya que vivirías rectamente, aunque nadie te alabase; y además comprendas que los mismos elogios que te tributan son provechosos para los que te alaban, si pretenden no ensalzarte a ti por tu buena conducta, sino que glorifican a Dios, cuyo templo santo es aquel que vive bien; cumpliendo de esta manera lo que dice David: En el Señor se gloriará mi alma, óiganlo los humildes y consuélense 1. Pertenece, pues, al ojo puro en el actuar honestamente, no mirar las alabanzas humanas al obrar bien, ni dirigir a ellas lo que haces, es decir, hacer una acción buena para agradar a los hombres; porque así también podrá fingirse el bien, si solamente se busca que lo alabe el hombre, el cual, dado que no puede ver el corazón, puede alabar también las cosas falsas. Los que hacen esto, es decir, los que simulan bondad, poseen un corazón doble. En consecuencia, no tiene corazón sencillo, es decir, corazón limpio, sino quien trasciende las alabanzas humanas al vivir bien y busca solamente agradar a Dios, que es el único en penetrar la conciencia. Lo que procede de la conciencia pura es tanto más digno de alabanza cuanto menos ambiciona las alabanzas humanas.

Necesaria rectitud de intención

2. Guardaos bien, dice el Señor, de practicar vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que os vean 2, es decir, guardaos de practicar la justicia con el fin de que os vean los hombres y poner ahí vuestra satisfacción. De otra manera no recibiréis el premio de vuestro Padre que está en los cielos. No dice el Señor si sois vistos de los hombres, sino si vivís rectamente para que os vean los hombres. De otra manera, ¿dónde quedaría lo que se dijo al principio de este discurso: Vosotros sois la luz del mundo? No se puede encubrir una ciudad edificada sobre un monte, ni se enciende la luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de alumbrar a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras; y no termina con estas palabras, sino que añade: y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos 3. Ahora reprende esto, es decir, si se pone allí el fin de las obras buenas, o sea, si el motivo de obrar bien es solamente para ser vistos de los hombres; después que dijo: Guardaos bien de hacer vuestras obras en presencia de los hombres, con el fin de ser vistos de ellos 4 , nada añadió. De todo esto se puede deducir que el Señor no prohibió que se actúe rectamente delante de los hombres, sino que se obre rectamente delante de ellos con el fin de que nos vean y lo pretendamos y pongamos en ello el fin de nuestra determinación.

Ejemplaridad sobrehumana de Pablo

3. En efecto, dice el Apóstol: Si todavía siguiera agradando a los hombres, no sería ministro de Cristo 5. Y en otro momento dice: Agradad a todos en todo, como yo agrado a todos en todo 6. Quienes no comprenden este pensamiento del Apóstol, encuentran ahí una contradicción, dado que había afirmado no haber agradado a los hombres, porque no hacía las cosas rectamente para no agradar a los hombres sino a Dios, a cuyo amor quería convertir los corazones de los hombres y en eso mismo les complacía. Por lo que decía rectamente de no agradar a los hombres, ya que lo demostraba el hecho mismo de agradar a Dios y ordenaba que se complaciese a los hombres, no con el fin de que se apetezca esa complacencia como recompensa de las buenas obras, sino porque no podría complacer a Dios quien no se ofreciese a la imitación de aquellos que quería llevar a la salvación. De ninguna manera alguien puede imitar a quien no le haya agradado. Como no hablaría absurdamente quien dijese: en este trabajo con el que busco una nave, no busco la nave, sino la patria; así el Apóstol diría lógicamente: por esta mi actividad, con la cual agrado a los hombres, no agrado a los hombres sino a Dios, ya que no deseo esto último, sino que pretendo que me imiten aquellos que quiero que sean salvados. Esto mismo dice de las ofrendas que se dan a los fieles: No porque busco dádivas, sino que busco fruto 7, es decir: lo que busco con vuestra ofrenda no es la ofrenda en sí misma, sino el fruto de ella. Con esta precisión se podría poner de manifiesto cuánto se podría haber progresado en el Señor, porque hacían libremente lo que se les pedía, no por la satisfacción que provenía del regalo, sino por la comunión de la caridad.

4. También cuando añade lo que dice: De lo contrario no tendréis la recompensa junto al Padre que está en los cielos 8. Con esto no quiere decir otra cosa sino que debemos evitar el exigir las alabanzas de los hombres como recompensa de nuestras acciones, es decir, que pensemos que con ellas llegaremos a ser felices.

CAPÍTULO II

Evitación de la hipocresía

5. Cuando, pues, hagas limosna, no vayas sonando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las plazas, para ser glorificados por los hombres 9. No os queráis hacer notar, dice, como los hipócritas. Es evidente que los hipócritas no tienen en el corazón lo que colocan ante los ojos de los hombres. En efecto, los hipócritas son simuladores, representando personas distintas a la manera de los teatros y las fábulas. En efecto, el que hace en la tragedia el papel de Agamenón, o de cualquier otro personaje histórico o fabuloso que represente, no es verdaderamente él mismo, sino que finge serlo y por eso se llama comediante. Así sucede también en la Iglesia y en toda manifestación de la vida humana, es hipócrita quien manifiesta lo que no es. Pues imita fingiendo al virtuoso, no lo representa, ya que pone todo el fruto en ser alabado por los hombres, lo que pueden recibir también los que disimulan en el hecho de engañar a quienes les parecen buenos y por los cuales son alabados. Pero estos tales solo reciben de Dios, que escruta los corazones, como recompensa, la condena del engaño. Recibieron, pues, su recompensa de los hombres 10. Con toda razón se les dirá: Alejaos de mí, obreros falaces 11, porque habéis llevado mi nombre con vosotros, pero no habéis practicado mis obras. Recibieron su recompensa quienes dieron limosna, no por otro motivo sino para que le alabaran los hombres; no precisamente porque sean alabados por los hombres, sino porque lo hacen de tal manera para ser alabado, como arriba se expuso. Aquel que obra bien no busca la alabanza humana, pero ésta seguirá a quien actúa rectamente, para que sea de provecho a aquellos que pueden imitar aquello que alaban, y no porque él piense que ellos, alabándolo, saquen alguna ventaja.

6. Mas tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha 12. Si entendieras que por izquierda se refiriese a los gentiles, sería evidente que no habría culpa el agradar a los fieles, mientras que nos está completamente prohibido colocar como fruto y fin de cualquier obra buena la alabanza de cualquier persona. Pero en lo que refiere a que te imiten aquellos a quienes les hubieran agradado tus buenas acciones, se debe mostrar no solo a los fieles, sino también a los gentiles, para que alabando nuestras buenas acciones honren a Dios y lleguen a la salvación. Pero si entendieses que por la izquierda se refiere al enemigo, en el sentido que el enemigo no sepa cuándo haces limosna, ¿por qué el mismo Señor misericordiosamente sanó a personas estando presentes los judíos enemigos?; ¿por qué el apóstol Pedro, compadecido del hombre cojo que estaba a la puerta Hermosa, lo sanó y también atrajo sobre sí y sobre otros discípulos de Cristo las iras de los enemigos? 13 Y después, si no conviene que sepa el enemigo cuando hacemos limosna, ¿cómo haremos con el mismo enemigo para poder cumplir el precepto: Si tu enemigo tuviera hambre, dale de comer; y si tuviera sed, dale de beber14 .

7. Hay además una tercera opinión que suele ser de los hombres carnales; la cual es tan absurda y ridícula, que no la mencionaría, si no fuera consciente de que no hay pocos que mantienen este error, que dice que la palabra izquierda significa la esposa. Dado que las mujeres en la gestión familiar se preocupan más del dinero, no debían saber, debido a las disensiones domésticas, cuándo sus maridos dan algo misericordiosamente a los necesitados. Como si solo los maridos fueran los cristianos y no hubiera sido dado este precepto también para las mujeres. Pues ¿a qué izquierda debe ocultar la mujer las obras de su misericordia?; ¿no será acaso el marido la izquierda de la mujer? Naturalmente, esto es absurdo. Si se pensase que uno es la izquierda del otro, de modo que siempre que uno distribuyese algo del patrimonio familiar fuese contra la voluntad del otro, tal matrimonio no sería cristiano. Pero es necesario que si uno de los dos quisiera dar limosna, según el mandato del Señor, cualquiera que estuviera en contra de ello, es enemigo del mandato del Señor y se le debe considerar entre los infieles. Pues es un mandato del Señor, sobre el matrimonio, que el marido fiel conquiste a su mujer con buena conversación y conducta y la mujer cristiana al marido 15. Por esta razón no deben ocultarse el uno al otro sus buenas acciones, con las cuales han de estimularse mutuamente, de tal forma que pueda uno estimular al otro también en la profesión común de la fe cristiana. No se deben cometer robos para ganarse la bondad de Dios. Mas si se debiese ocultar algo, cuando la flaqueza del ánimo del otro fuera incapaz de mirarlo bien, ya que no se actúa ni injusta ni ilícitamente; sin embargo, de la consideración de todo este apartado no aparece fácilmente que se pueda referir aquí a la mano izquierda; considerándolo a la vez con el otro se encontrará a qué se le llama la mano izquierda.

Mano izquierda es la búsqueda de loa humana

8. Guardaos bien, dice, de practicar vuestra justicia en presencia de los hombres con el fin de que os vean; de otra manera no recibiréis la recompensa de vuestro Padre que está en los cielos 16. Aquí nombra la justicia en general, después lo desarrolla por separado. Forman parte de la justicia las obras que se hacen mediante la limosna y por esto lo une diciendo: Cuando hagas limosna, no suenes la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles a fin de ser alabados por los hombres 17. A esto se refiere lo que se dijo más arriba: Evitad practicar vuestra virtud delante de los hombres para ser alabados por ellos. Sin embargo, lo que sigue: En verdad os digo que ya recibieron su recompensa, se refiere al pensamiento expresado precedentemente: De otra manera no tendréis la recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Y continúa: Tú, en cambio, cuando des limosna. Cuando dice: Tú, en cambio, ¿qué otra cosa quiere decir sino: no como ellos? En efecto, ¿qué me manda el Señor? Sin embargo, cuando tú des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha 18. Luego los otros hacen de tal forma que su mano izquierda sabe lo que hace su derecha. Por consiguiente, se te prohíbe hacer lo que en ellos es reprensible. En ellos es reprensible actuar de tal manera que actúen buscando las alabanzas humanas. Por consiguiente, nada más consecuente que se pueda entender por izquierda la misma complacencia en las alabanzas. Por derecha, en cambio, se entiende la intención de cumplir los preceptos del Señor. Cuando el anhelo de la alabanza humana penetra en la conciencia de quien hace limosna, se hace la izquierda sabedora de lo que hace la derecha. Que no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha 19, es decir: que no se mezclen en tu conciencia el anhelo de las alabanzas humanas, cuando al dar limosna deseas cumplir el precepto del Señor.

Elogio al anonimato de la limosna

9. Para que tu limosna quede en lo secreto 20. ¿Qué significa en lo secreto sino en la misma recta conciencia que no se puede mostrar a la vista humana ni desvelar con las palabras? En efecto, muchos mienten mucho. Por lo que si la derecha obra interiormente en lo secreto, pertenecen a la izquierda todas las cosas externas, que son visibles y temporales. Que tu limosna sea realizada en el interior de la misma conciencia, en la cual hay muchos que dan limosna con buena voluntad, aunque no tengan dinero o cualquier otro bien que se deba ofrecer al necesitado. Hay muchos que lo hacen en el exterior y no lo realizan en el interior. Esos son los que quieren aparecer misericordiosos por ambición o por amor de cualquier otra preocupación temporal, en los cuales hay que pensar que solo actúa la izquierda. Otros ocupan un lugar como intermedio entre esos dos extremos y dan la limosna con la intención de que la dirigen a Dios y, sin embargo, todavía se insinúa en esta buena disposición la ambición de la alabanza humana o deseo de alguna ventaja efímera y temporal. Pero Nuestro Señor con mucha vehemencia prohíbe que actúe en nosotros solo la izquierda, cuando también prohíbe que en ella se mezcle en las obras de la derecha; a fin de que no solo nos guardemos de dar limosna únicamente por la codicia de bienes temporales, sino también a fin de que en esta obra no dirijamos nuestra atención a Dios, de tal forma que haya mezcla o se añada codicia alguna de comodidades. Se trata en todo esto de purificar el corazón, que, si no fuese sencillo, no estará limpio. ¿Cómo puede ser sencillo si sirve a dos señores 21, y no purifica la propia mirada con la única intención de los bienes eternos, sino que la oscurece con el amor de las cosas perecederas y frágiles? Haz la limosna en lo oculto de tu corazón y tu Padre que ve en lo oculto te recompensará 22. Absolutamente justo y verdadero. Si, en consecuencia, esperas el premio de parte de aquel que es el único que puede ver las conciencias, bástete para merecer el premio la misma conciencia. Hay muchos códices latinos que dicen de esta manera: Y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará abiertamente. Sin embargo, como no he encontrado en los códices griegos, que son los más antiguos, abiertamente, he pensado que es mejor no tratarlo.

CAPÍTULO III

Condena de la oración hipócrita...

10. Y cuando oréis, sigue diciendo, no seáis como los hipócritas que les gusta estar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para ser vistos de los hombres 23. Ni prohíbe aquí el Señor el ser vistos de los hombres, sino el realizar estos actos para ser vistos de los hombres. Es superfluo repetir con tanta frecuencia los mismos conceptos, dado que una sola regla debe ser observada; por la cual se sabe que no se debe temer o evitar que los hombres sepan estas cosas que hacemos, sino que se ha de evitar hacerlas para buscar su recompensa, con la intención de agradar a los hombres. Usa aquí el mismo Señor las mismas palabras, añadiendo como anteriormente: En verdad os digo, recibieron ya su recompensa 24; dando a entender que él prohíbe esto para que no se apetezca aquella recompensa de la que gozan los necios al ser alabados por los hombres.

... y elogio a la oración interior

11. Vosotros, al contrario, cuando oréis, entrad en vuestro aposento 25, dice el Señor. ¿Qué son estos aposentos sino los mismos corazones, como viene indicado también en el salmo, cuando dice: En el retiro de vuestros aposentos compungíos de las cosas que andáis meditando en vuestros corazones? 26 Y cerrando las puertas orad, dice, a vuestro Padre en lo escondido 27. Es poco entrar en los aposentos si la puerta está abierta a los curiosos, ya que a través de ella irrumpen dentro las cosas externas de forma desconsiderada y disturban nuestra interioridad. Ya dijimos que están fuera todas las cosas temporales y visibles, las cuales penetran por la puerta, es decir, por el sentido carnal, en nuestros pensamientos, y con la multitud de vanos fantasmas perturban nuestra oración. Se deben cerrar las puertas, es decir, se ha de resistir al sentido carnal, a fin de que la oración espiritual vaya dirigida al Padre, la cual se hace en lo íntimo del corazón, donde se ora al Padre en lo escondido. Y vuestro Padre, sigue diciendo, que ve en lo escondido, os recompensará 28. Este argumento debiera haber terminado con esta cláusula. Y, en efecto, con esto no nos amonesta para que oremos, sino cómo debemos orar; ni, como hizo más arriba, no nos amonesta a dar limosna, sino con qué intención debemos darla 29. En efecto, nos manda purificar el corazón y no lo purifica sino la única y simple intención dirigida únicamente a la vida eterna por el puro y solo amor a la sabiduría.

Oración sin palabrería...

12. Cuando oréis, no digáis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que van a ser oídos por usar muchas palabras 30. Así como es propio de los hipócritas hacerse ver en la oración, y no tienen otro fruto que la aprobación de los hombres, así también es propio de los paganos, esto es, de los gentiles, imaginar que a fuerza de palabras serán oídos. Y, en verdad, el mucho hablar viene de los gentiles, que se esfuerzan más en educar el lenguaje que en purificar la conciencia. Y se esfuerzan en aplicar este género de lenguaje frívolo en la oración para convencer a Dios, juzgando que puede uno convencerle con palabras, como se induce al juez humano a dar una sentencia. No queráis, pues, ser semejantes a ellos, dice el único y verdadero maestro; sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de pedírselo 31. Si la multitud de palabras se emplea para informar y enseñar al ignorante, ¿qué necesidad hay de ellas para aquel que conoce todas las cosas, a quien todas las cosas que existen, por el hecho de existir, hablan y se presentan como hechas por él? Y tampoco los acontecimientos futuros están ocultos a su capacidad creativa y sabiduría, porque en ella están presentes y no pasados todos los acontecimientos que han pasado y que pasarán.

... y palabras cargadas de afecto

13. Pero como él también nos enseña a orar con palabras, aunque pocas, sin embargo son palabras y él mismo nos las dice, alguien se puede preguntar qué necesidad hay aún de estas pocas palabras, ante aquel que sabe todas las cosas antes que sean hechas y conoce, según hemos dicho, qué es lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. En primer lugar, debemos responder que, para obtener lo que deseamos, no nos debemos dirigir a Dios con palabras, sino con los sentimientos que tenemos en el ánimo y con la dirección de nuestro pensamiento, junto con un amor puro y afecto sencillo. Pero Nuestro Señor nos enseñó con palabras las mismas cosas, a fin de que, confiándolas a la memoria, las recordemos al tiempo de la oración.

Oración de conversión y generosidad

14. Pero se puede preguntar de nuevo, ya sea que se ore con obras o con las palabras: ¿Qué necesidad hay de la misma oración, si Dios sabe ya antes lo que necesitamos, a no ser que la misma intención de la oración serena y purifica nuestro corazón y lo hace más apto para recibir los dones divinos que nos son dados espiritualmente? En efecto, Dios no nos oye porque ambicione nuestras plegarias, pues siempre está pronto para darnos su luz no visible, sino inteligible y espiritual; pero nosotros no siempre estamos dispuestos a recibirla, porque estamos inclinados a otras cosas y entenebrecidos por la codicia de los bienes temporales. En la oración acontece la conversión de nuestro corazón a Dios, que está siempre dispuesto a darse a sí mismo, si recibimos lo que nos va dando y en la misma conversión se purifica el ojo interior, al excluir las cosas temporales que se apetecían para que el ojo del corazón sencillo pueda acoger la luz pura que irradia con el poder divino sin ocaso ni mutación alguna y no solo recibirla, sino también permanecer en ella, no solo sin molestia alguna, sino también con gozo inefable, en el cual se realiza verdadera y sinceramente la vida bienaventurada.

CAPÍTULO IV

El "Padrenuestro", modelo de oración de alabanza
y petición

15. Pero ya es el momento de considerar qué es lo que nos ha mandado pedir en la oración aquel que nos enseñó también lo que hemos de pedir y por el cual conseguimos lo que pedimos: Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, sea santificado tu nombre; venga tu reino; hágase tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra. Danos hoy nuestro pan de cada día; y perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores; no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos de todo mal 32. En toda oración lo primero que se debe ganar es la benevolencia de aquel a quien pedimos y después decir lo que queremos pedir, lo cual se suele ganar con algún elogio a quien se dirige la oración y esto se acostumbre colocar al principio de la oración. Para ello, Nuestro Señor no nos mandó decir otra cosa sino: Padre nuestro que estás en los cielos 33. Se han dicho muchas cosas en alabanza de Dios, las cuales cualquiera que lea las Sagradas Escrituras podrá encontrar varia y cumplidamente difundidas por todos sus libros: pero nunca se encuentra un precepto dado al pueblo de Israel, que diga: Padre nuestro, o dirigirse en la oración a Dios como Padre; sino que se insinuó a ellos como Señor que manda los esclavos, es decir, a los que aún vivían bajo la carne. Esto lo digo en relación con los que recibieron los preceptos de la ley que se les mandaba observar; pues los profetas muestran con frecuencia que el mismo Señor Dios podría también ser Padre, si no se apartasen de sus mandamientos, según aquello que se dijo: He criado hijos y los he engrandecido: ellos mismos me despreciaron 34. Y en el salmo: Yo dije: Vosotros sois dioses e hijos del Altísimo 35. Y en otro lugar: Si soy vuestro Señor, ¿dónde está mi temor?; y si soy vuestro Padre, ¿dónde está mi honor? 36 Y así otros muchos lugares, donde se les arguye a los judíos porque pecando no quisieron ser hijos de Dios, exceptuados aquellos textos proféticos que hablan del futuro pueblo cristiano, el cual habría de tener a Dios como Padre según lo dicho en el Evangelio: Les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios 37. Y el apóstol Pablo dijo: Mientras el heredero es niño, en nada se diferencia de un siervo 38 y recuerda después que hemos recibido el Espíritu de adopción: el cual nos hace clamar: Abba, Padre 39.

16. Y por cuanto la razón de nuestra vocación a la herencia eterna para ser coherederos de Cristo y recibir la adopción de los hijos 40, no se funda en nuestros méritos, sino en la gracia de Dios, la misma gracia mencionamos al principio de la oración cuando decimos: Padre nuestro. Con este nombre se inflama la caridad, pues ¿qué puede ser más querido para los hijos que el padre? Cuando llaman los hombres a Dios: Padre nuestro, se aviva el afecto y cierta presunción de obtener lo que debemos pedir, puesto que antes de pedir algo hemos recibido un don tan grande, que nos atrevamos a decir a Dios: Padre nuestro. ¿Qué no va a conceder a los hijos que piden, habiéndoles otorgado ya antes el ser hijos? Finalmente, ¿con cuánto cuidado previene el interior del hombre, para que aquel que dice: Padre Nuestro, no sea indigno de tan gran Padre? Porque, si un plebeyo de edad madura fuera autorizado por un senador para llamarle padre, sin duda alguna temblaría y ni se atrevería fácilmente a hacerlo teniendo en cuenta la inferioridad de su estirpe, la indigencia de riquezas y la vileza de una persona plebeya: Pero ¿cuánto más habrá de temblar uno de llamar a Dios Padre, si es tanta la fealdad de su alma y tanta la maldad de sus costumbres, que provocan a Dios para que las aleje de su unión mucho más justamente que aquel senador alejara la pobreza de cualquier mendigo? Después de todo, el senador desprecia en el mendigo lo que él puede llegar a ser por la fragilidad de las cosas temporales. Sin embargo, Dios nunca cae en costumbres viciosas. Y demos gracias a su misericordia, que nos exige solo aquello según lo cual pueda ser padre y que a ningún precio se puede adquirir, sino solo con buena voluntad. También aquí se amonesta a los ricos o a los nobles según el mundo que, cuando se hiciesen cristianos, no se ensoberbezcan contra los pobres y plebeyos, porque con ellos dicen a Dios: Padre nuestro, que no pueden decirlo verdadera y piadosamente si no se reconocen como hermanos.

CAPÍTULO V

Padre nuestro que estás en el cielo de los santos y virtuosos

17. Use, por tanto, de la palabra del Nuevo Testamento el nuevo pueblo, llamado a la herencia eterna y diga: Padre nuestro que estás en los cielos, es decir, en los santos y virtuosos, ya que Dios no está limitado por el espacio cósmico. Los cielos son los cuerpos más excelentes del cosmos, pero, no obstante, son cuerpos, que solo pueden estar en un lugar. Pero si alguno cree que la sede de Dios está en los cielos en cuanto que son las partes más altas del mundo, están en mejores condiciones las aves, ya que sus vidas están más cerca de Dios. No se ha escrito: El Señor está cerca de los hombres excelsos, y de los que habitan en los montes, sino que está escrito: El Señor está cerca de los contritos de corazón 41, y esto pertenece a la humildad. Así como el pecador es llamado tierra, ya que de él se ha dicho: Tierra eres y a la tierra irás 42, así se puede decir que el justo es el cielo. Pues se dice de los justos: El templo de Dios es santo, y éste sois vosotros 43. Por lo tanto, si Dios habita en su templo y los santos son su templo, que estás en los cielos significa que estás en los santos. Es muy apropiado este símil para hacer ver que espiritualmente hay tanta diferencia entre los virtuosos y los pecadores como corporalmente hay entre el cielo y la tierra.

Analogías del cielo u omnipresencia de Dios

18. Con la intención de significar este pensamiento, cuando nos ponemos en oración, nos volvemos hacia oriente, donde se inicia el cielo; no como si habitase allí Dios, como si hubiese abandonado las otras partes del mundo, él que está presente en todas las partes, no en el espacio físico, sino con la fuerza de su majestad. Con el fin de que tome conciencia el alma de la necesidad de convertirse a la naturaleza más excelente, esto es, hacia Dios, puesto que su mismo cuerpo, que es terreno, se convierta en un cuerpo más perfecto, es decir, en un cuerpo celeste. Es bueno esto para el progreso religioso y aprovecha mucho para que todos los sentidos, pequeños y grandes, sientan bien de Dios. Y por esto aquellos que están cautivos de las bellezas terrenas y no pueden imaginar algo incorpóreo, es necesario que estimen más el cielo que la tierra. Es más tolerable la opinión de aquellos que tienen todavía una idea corpórea de Dios, si creen que está más bien en el cielo que en la tierra. Y esto a fin de que, cuando lleguen a saber que el valor del alma es superior a un cuerpo celeste, lo busquen más bien en el alma que en un cuerpo, aunque sea celeste y cuando lleguen a conocer cuánta diferencia hay entre el alma de los pecadores y la de los virtuosos, como no se atrevían a colocar a Dios en la tierra, sino en el cielo, cuando lo intentaban todavía según la carne 44, así después con la fe más madura y también con la inteligencia lo busquen más bien en el alma de los virtuosos que en la de los pecadores. Por consiguiente, se interpreta correctamente diciendo que Padre nuestro que estás en los cielos 45 significa en el corazón de los justos, como en su templo santo. Al mismo tiempo, quien ora, quiere que también habite en él aquel a quien ora; y mientras aspira a esto, practique la justicia, ya que con esta finalidad es invitado Dios a habitar en el alma.

Santificado sea tu nombre y sus significaciones

19. Veamos ahora qué es lo que se debe pedir. Se ha expuesto ya quién es a quien se pide y dónde habita. Lo primero que se ha de pedir es: Que sea santificado tu nombre 46. No se pide como si no fuera santo el nombre de Dios, sino para que sea tenido por los hombres como santo, es decir, que de tal manera se reconozca a Dios, que no se juzgue ninguna otra cosa como más santa y a quien se tema más ofender. Ni tampoco por haberse dicho: Dios es conocido en Judea, en Israel y su nombre es grande 47, se debe entender como si en otro lugar sea Dios tenido por menor y en otro distinto por mayor; sino que allí será tenido su nombre como grande donde se le nombre por su inmensa grandeza. Allí será nombrado el nombre del Señor donde se le nombre con veneración y con temor de ofenderle. Es esto lo que sucede ahora mientras el Evangelio, dándole a conocer por muchos pueblos, recomienda el nombre del único Dios por mediación de su Hijo.

CAPÍTULO VI

Venga a nosotros tu reino manifestado,
reconocido, final

20. Después continúa: Venga tu reino 48, como el mismo Señor enseña en el Evangelio; entonces el día del juicio futuro llegará, cuando el Evangelio haya sido anunciado a todas las gentes 49; esto pertenece a la santificación del nombre de Dios. Ni tampoco se ha dicho aquí: Venga tu reino, como si en el momento presente el Señor no reinara. Quizás alguno diga que la palabra venga significa sobre la tierra: como si no reinara hoy en la tierra, ya que siempre ha reinado desde la creación del mundo. El término venga se debe interpretar: que se manifieste a los hombres. Como, en efecto, la luz, aunque presente, está ausente para los ciegos y para los que cierran los ojos, así el reino de Dios, aunque nunca abandona la tierra, es invisible para aquellos que no le conocen. A ninguno le será lícito ignorar el reino de Dios, porque su Unigénito, no solo en el campo del pensamiento, sino también en la experiencia, ha venido del cielo en la persona del Señor para juzgar a vivos y muertos. Y después de este juicio, es decir, cuando suceda la distinción y separación de buenos y malos, Dios estará presente en los buenos de tal manera que no habrá más necesidad de la enseñanza humana, sino que todos, como tenemos en la Escritura, serán amaestrados por Dios 50. Después la felicidad será plenamente acabada como final en los santos para siempre, al igual que ahora los ángeles del cielo, sumamente santos y fieles, solo con la iluminación del Señor, poseen la plenitud de la sabiduría y de la felicidad, ya que también el Señor prometió todo esto a los suyos: En la resurrección serán, dice, como ángeles de Dios 51.

Hágase tu voluntad aceptada

21. Después de aquella petición en la que decíamos: Venga tu reino, sigue: Hágase tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra 52; es decir, así como se hace tu voluntad en los ángeles que están en el cielo, de tal manera que están tan unidos a ti y en ti son felices, ya que ningún error oscurece la plenitud de su pensamiento, ninguna infelicidad impide su felicidad, así suceda en tus santos que están en la tierra y han sido hechos de la tierra en cuanto se refiere al cuerpo, y aunque tiendan a un lugar celeste e inmutable, siempre han de ser tomados de la tierra. Se refiere a esto aquel anuncio de los ángeles: Gloria a Dios en lo alto de los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad 53. Esto a fin de que cuando preceda nuestra buena voluntad, que sigue al que es llamado, se cumpla en nosotros la voluntad de Dios, al igual que en los ángeles celestes, a fin de que ninguna adversidad turbe nuestra bienaventuranza, que es la paz. Y así hay que entender de forma recta hágase tu voluntad, que se obedezca a tus preceptos, así en el cielo como en la tierra 54, es decir, así como por los ángeles, también por los hombres. El mismo Señor afirma que se cumple la voluntad de Dios cuando se obedece a sus mandamientos, cuando dice: Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió 55, y con mucha frecuencia: No vine a hacer mi voluntad, sino la voluntad de quien me envió 56. Y cualquiera que haga la voluntad de Dios es mi hermano, mi madre y mi hermana 57. Quienes hacen la voluntad de Dios, en ellos se cumple la voluntad de Dios, no porque ellos hagan que Dios quiera, sino porque hacen lo que Él quiere, es decir obran según su voluntad.

22. Hay otra forma de entender: Hágase tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra, es decir, como en los santos y justos, también en los pecadores. Y esto a su vez se puede entender de dos formas: bien sea que oremos también por nuestros enemigos: ¿se pueden considerar, en verdad, de otro modo aquellos contra cuya voluntad se dilata el nombre cristiano y católico? Se ha dicho de tal menara: Hágase tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra, como si pudiera decirse: Que hagan tu voluntad así como la hacen los justos, también los pecadores, para que se conviertan a ti. O también: Se haga tu voluntad en el cielo como en la tierra, para que a cada uno se le dé lo suyo; se hará en el último juicio, de tal forma que a los justos se les dará el premio y a los pecadores la condena, cuando se separarán los corderos de los cabritos 58.

Cielo y tierra son el espíritu y la carne...

23. Tampoco es absurdo, al contrario, muy de acuerdo con nuestra fe y esperanza, el que entendamos por cielo y tierra el espíritu y la carne. Y dado que dice el Apóstol: Con la mente sirvo a la ley de Dios, con la carne a la ley del pecado 59, vemos que la voluntad de Dios se hace en la mente, esto es, en el espíritu. Mas cuando la muerte sea absorbida por la victoria y este cuerpo mortal sea absorbido por la inmortalidad, y esto sucederá con la resurrección de la carne y con la transfiguración, que ha sido prometida según predicación del mismo Apóstol a los justos 60, entonces se hará la voluntad de Dios en la tierra como se hace en el cielo; es decir, así como el espíritu no se resiste a Dios siguiendo sus mandatos y haciendo su voluntad, así tampoco el cuerpo se oponga al espíritu o al alma, la cual es ahora atormentada por la enfermedad del cuerpo y está propensa a la costumbre de la carne. En la vida eterna será propio de la paz perfecta que no solo nos atraiga el querer, sino también el realizar el bien. Ahora me atrae el querer el bien, dice el Apóstol, pero no el cumplirlo 61, porque todavía no está cumplida la voluntad de Dios como en el cielo así en la tierra, es decir, todavía no en la carne como en el espíritu. Pues en nuestra miseria se hace también la voluntad de Dios cuando por la carne sufrimos todo aquello que corresponde por la condición de mortalidad, que por el pecado mereció nuestra naturaleza. Pero debemos orar que, así como en el cielo y en la tierra se cumple la voluntad de Dios, es decir, que, así como nos complacemos en la ley de Dios según el hombre interior 62, así también, realizada la transfiguración de nuestro cuerpo, ninguna de nuestras partes, por dolores físicos o por delectaciones terrenas, se oponga a esta nuestra felicidad.

24. Y no va en contra de la verdad interpretar las palabras Hágase tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra 63, como en el mismo Señor Jesucristo, así también en la Iglesia; como en el hombre que ha cumplido la voluntad del Padre, así también en la mujer, con la cual se ha casado. En efecto, cielo y la tierra se puede convenientemente entender como el varón y la mujer, porque la tierra es fructífera fertilizándola el cielo.

CAPÍTULO VII

Pan cotidiano espiritual, sin exclusión del material
y sacramental

25. La cuarta petición es: Danos hoy nuestro pan de cada día 64. El pan cotidiano se interpreta de diversas formas: o todo aquello que sirve para el sostenimiento de la vida física; de hecho, exhortando a este respecto dice: No penséis en el día de mañana 65, y por esto añade: Danos hoy; o por el sacramento del Cuerpo de Cristo, que diariamente recibimos; o por la comida espiritual, de la cual dijo el mismo Señor: Trabajad por la comida que no se corrompe 66; y también: Yo soy el pan de vida, que ha descendido del cielo 67. Ahora se puede considerar cuál de estas interpretaciones es la más probable. Puede darse que alguien pueda estar preocupado por qué tenemos que orar para conseguir lo necesario para esta vida, como es la comida y el vestido, dado que el Señor había dicho: No estéis preocupados por lo que vais a comer o con qué os vais a vestir 68. ¿Puede alguien no estar preocupado de las cosas por las cuales ora para conseguirlas, como que haya que dirigir la oración con tanta atención 69, ya que a esto se refiere todo lo que se dice de cerrar las puertas de la habitación 70, y lo que dice: Buscad primero el reino de Dios y todas las demás cosas se os darán por añadidura71 No ha dicho: Buscad en primer lugar el reino de Dios, y después buscad todas estas cosas, sino: Todas estas cosas, dice, os serán dadas por añadidura, incluso a los que no las pidan. Yo no sé encontrar la manera cómo se pueda decir con verdad que alguno no busca aquello que, para recibirlo, suplica a Dios con tanta atención.

26. Respecto del sacramento del cuerpo del Señor, para no entrar en cuestión con muchos en las regiones orientales, que no comulgan el Cuerpo de Cristo diariamente, aunque se haya dicho que este pan es cotidiano. Pues que se callen y que no defiendan su opinión sobre este tema, bien sea con la autoridad eclesiástica, ya que lo hacen sin escándalo, ni lo tienen prohibido por quienes presiden las distintas iglesias, ni que sean acusados los que así obran. De donde se prueba que en esos lugares no se pueda entender en este sentido el pan cotidiano; pues serían acusados de grandes pecados los que no lo recibieran diariamente. Pero para no discutir sobre ninguna de estas opiniones, según queda dicho, se debe ciertamente recordar a los que reflexionan que hemos recibido del Señor una norma de oración, la cual no se puede transgredir ni por añadidura ni por omisión. Siendo esto así, ¿quién ha dicho que solo debemos recitar una vez la plegaria del Señor o si se recite una segunda y tercera vez, solo hasta la hora en que recibamos el cuerpo de Cristo y que después ya no se ha de orar así durante el resto del día? En efecto, no podríamos decir: Danos hoy, lo que ya hemos recibido. O ¿podría alguien obligar a que celebremos el sacramento en la última parte del día?

27. Por tanto, solo queda el que podamos entender por pan cotidiano el pan espiritual: es decir, los mandamientos del Señor, que se necesitan meditar y observar todos los días. Pues de estos mismos dijo el Señor: Procuraos la comida que no se corrompe 72. Se llama cotidiana esta comida aquí, mientras esta vida temporal se desarrolla por días que pasan y se suceden. Mientras los afectos del alma se alternan dirigiéndose unas veces hacia los bienes superiores, otras hacia los inferiores, es decir, unas veces hacia los espirituales, otras hacia los carnales, como aquel que unas veces toma el alimento, otras pasa hambre, pero todos los días necesita comer pan para calmar el hambre y restaurar las fuerzas, así también nuestro cuerpo, en esta vida y antes de la transfiguración, necesita alimentarse con comida, ya que siente el desgaste; también el alma, ya que a causa de los afectos temporales, sufre como una disminución de fuerzas en la tensión hacia Dios y se restablece con el alimento de los mandamientos. Dánoslo hoy también se dice: mientras se dice hoy, se refiere a esta vida temporal. Después de esta vida seremos saciados del alimento espiritual por toda la eternidad, de tal manera que entonces ya no se llamará pan cotidiano, pues allí no habrá más volubilidad del tiempo, que hace que unos días sucedan a otros, por lo que se llama cotidianamente. Como se ha dicho: Si oyerais hoy la voz del Señor 73, lo que es interpretado por el apóstol Pablo en la Carta a los Hebreos: Mientras dura el día que se dice hoy 74, lo que ha de entenderse: Dánoslo hoy. Si alguno, por el contrario, quiere entender esta frase en relación con el alimento necesario del cuerpo o el sacramento del Señor, es conveniente que los tres significados se entiendan de forma unida, es decir, que se pida al mismo tiempo el pan cotidiano, tanto el necesario para el cuerpo como el pan consagrado visible y el pan invisible de la Palabra de Dios.

CAPÍTULO VIII

Remisión amplia y generosa

28. Sigue la quinta petición: Y perdona nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores 75. Es evidente que se llama deuda a los pecados o en el sentido que el mismo Señor indica: No saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo 76, o también porque llamó deudores a aquellos de quienes le fue anunciado que habían perecido, bien fuera por la ruina de la torre o porque Pilatos había mezclado su sangre con la del sacrificio 77. Pues dijo que pensaban los hombres que aquellos eran deudores en gran manera, es decir pecadores, y añadió: En verdad os digo, a no ser que hagáis penitencia, pereceréis igualmente 78. Con estas palabras no urge a cualquiera a perdonar el dinero a los deudores, sino todas las ofensas que el otro ha cometido contra él. Pues a perdonar el dinero, más bien se nos manda en aquel otro precepto que se ha dicho arriba: Si alguien te quiere llevar a juicio para quitarte la túnica, entrégale también la capa 79. Tampoco aquí es necesario perdonar la deuda a cualquier deudor pecuniario, sino a aquel que no quisiere devolverla, hasta el punto que quisiera incluso pleitear. Al siervo del Señor no le conviene pleitear, dice el Apóstol 80. Se le debe perdonar a aquel que ni por propia iniciativa ni por requerimiento quiere devolver el dinero debido. Por dos motivos no querrá devolver la deuda: o porque no lo tiene, o porque es avaro y codicioso del bien ajeno. Ambos motivos pertenecen a la indigencia: El primero pertenece a la carencia de bienes materiales; el segundo a la pobreza de espíritu. Quienquiera que perdona la deuda a un tal individuo, perdona a un necesitado y obra cristianamente, manteniendo aquella regla que prescribe que esté preparado a perder lo que se le debe. Mas, si modesta y mansamente actuara de tal manera que se le restituyese, no atendiendo tanto al interés de recobrar el dinero cuanto a que se corrija el hombre, al que es pernicioso el tener con qué restituir la deuda y no restituirla, no solo no pecará, sino que le aprovechará muchísimo, a fin de que el otro no sufra daño en su fe, por el hecho de querer aprovecharse del dinero ajeno. Y esto es tanto más grave en cuanto que no tiene comparación alguna. A esta conclusión se llega en la misma petición en la que pedimos: Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden 81; que no se trata explícitamente del dinero, sino de todos los casos en los que alguien peca contra nosotros y por esto también del dinero. Peca, pues, contra ti quien rechaza el restituir el dinero que te debe, cuando tiene con qué devolver. Si no perdonas este pecado, no puedes decir: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos. Pero si perdonas, ten en cuenta que a aquel a quien se le ordena pedir con esta oración, se le exhorta a perdonar también la deuda monetaria.

Correspondencia entre perdón divino y fraterno

29. Se puede, ciertamente, tratar este tema, porque decimos: Perdónanos, como también nosotros perdonamos; nos debemos dar cuenta que hemos actuado contra este mandato si no perdonamos a quienes piden perdón, ya que queremos que el Padre misericordioso nos perdone a los que le pedimos perdón. Pero en lo referente al precepto en que se nos pide orar por nuestros enemigos 82, no se nos pide hacerlo por los que piden perdón. Estos tales ya no son enemigos. De ningún modo diría alguien con sinceridad que ora por aquel a quien no ha perdonado. Por tanto, se debe reconocer que se deben perdonar todos los pecados cometidos contra nosotros, si queremos que nos sean perdonadas las culpas que hemos cometido contra el Padre. Pues de la venganza, según pienso, ya se ha hablado suficientemente.

CAPÍTULO IX

Tentación, no inducción

30. La sexta petición dice: No nos dejes caer en la tentación 83. Algunos manuscritos dicen: no nos induzcas a la tentación, que juzgo tenga el mismo significado; en efecto, de la misma palabra eisenégkes ha sido traducida una y otra. Muchos al rezar dicen así: No permitas que seamos inducidos a la tentación, mostrando de esta forma cómo ha sido introducida la traducción induzcas a la tentación. En efecto, Dios no nos induce a la tentación por sí mismo, sino que permite sea inducido alguien a quien le quitó su ayuda por ocultos y justos designios o por hacerse merecedor de ello. Muchas veces también por causas manifiestas juzga que uno merece ser privado de su ayuda y le deja caer en la tentación. Una cosa es ser inducido a la tentación y otra es ser tentado. Pues sin tentación nadie puede ser probado, ni para sí mismo, como encontramos en la Escritura: Quien no ha sido tentado, ¿qué puede saber? 84, ni para el otro, como dice el Apóstol: No habéis despreciado lo que era para vosotros una tentación en la carne 85. Precisamente por este hecho los reconoció fieles, ya que no se separaron de la caridad a causa de los sufrimientos del Apóstol padecidos en su físico. Mas Dios nos conoce a todos antes de cualquier tentación, ya que Él conoce todo antes de que suceda.

31. En lo escrito: El Señor, Dios vuestro, os tienta para saber si le amáis 86 la expresión para saber se ha de entender en el siguiente sentido: para que os haga saber; como cuando decimos que un día está alegre, por un día que nos alegra; un frío pesado, por un frío que entumece, y otras formas de hablar que se dan en la jerga habitual, o en el lenguaje de los literatos y en los libros de Sagrada Escritura. Lo cual no entienden los herejes que rechazan el Antiguo Testamento y juzgan que esto es tachar de ignorante a aquel de quien se dijo: El Señor, vuestro Dios, os tienta, como si en el Evangelio no estuviese escrito del Señor: Esto lo decía para tentarle. Pues él sabía lo que iba a hacer 87. En efecto, si conocía el corazón de aquel a quien tentaba, ¿qué intentaba conocer tentándole? Ciertamente se realizó esto para que se conociera a sí mismo aquel que era probado y condenase su desconfianza, viendo a la muchedumbre saciada con el pan del Señor, mientras que él había pensado que no tenían qué comer.

Tentados, no caídos, oh maniqueos

32. Por consiguiente, no se pide aquí que no seamos tentados, sino de no caer en la tentación; como si alguno es obligado a pasar la prueba del fuego, no se pide el no ser tocado por el fuego, sino que no le abrase el fuego. En efecto, en el horno se prueban los vasos de arcilla y en la tentación de la tribulación los hombres justos 88. José fue tentado con la tentación del adulterio, pero no sucumbió a la tentación 89; También Susana fue tentada y tampoco fue arrastrada por la tentación 90; y muchos otros de uno y otro sexo, pero sobre todo Job, de cuya admirable fidelidad a Dios, su Señor, pretenden mofarse aquellos herejes enemigos del Antiguo Testamento con sacrílegas expresiones, insistiendo sobre todo en aquel pasaje en que dice que Satanás pidió tentarle 91. Preguntan a los ignorantes, absolutamente incapaces de entender algunas cosas, de qué manera fue posible a Satanás hablar con Dios, no dándose cuenta -no pueden, por otra parte, ya que están obcecados por la superstición y la contienda- que Dios no ocupa un lugar en el espacio con la dimensión de su cuerpo; de modo que en un sitio esté y en otro no esté, o que tenga aquí una parte de sí mismo y en otro lugar otra, sino que está presente en todas partes con su majestad, ni dividido en partes, sino en todo lugar perfecto. Y si entienden en sentido literal la frase: El cielo es mi trono y la tierra peana de mis pies 92, a este lugar se refiere también el Señor con las palabras: No juréis ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es la peana de sus pies 93, ¿qué hay de extraño en que el diablo, situado en la tierra, se pusiera a los pies de Dios, y que le hablara algo en su presencia? 94 ¿Cuándo terminarán de entender estos tales que no hay un alma, aunque sea la más perversa, que pueda razonar de alguna manera, en cuya conciencia Dios no hable? ¿Quién sino Dios ha escrito en el corazón de los hombres la ley natural? De esta ley dice el Apóstol: En verdad, cuando los gentiles, que no tienen ley, hacen por razón natural lo que manda la ley, estos tales, no teniendo ley, son para sí mismos ley viva y ellos hacen ver que lo que la ley ordena está escrito en sus corazones, como se lo atestigua su propia conciencia y las diferentes reflexiones que allí en su interior ya les acusan o también les defienden, como se verá aquel día en que Dios juzgará los secretos de los hombres 95.

Por consiguiente, toda alma racional, aunque esté obcecada por las pasiones, sin embargo, si todavía piensa y razona, todo lo que mediante su razonamiento es verdadero, no se le debe atribuir a ella, sino a la luz de la verdad, la cual la esclarece, aunque sea débilmente, según su capacidad, de tal forma que algo verdadero encuentre en su razonamiento; ¿qué tiene de extraño que el alma del diablo corrompida con perverso deseo oiga la voz de Dios, es decir, la voz de la misma verdad, todo lo que pensó de un hombre justo cuando quería tentarle? 96. Y al contrario, todo lo que era falso, se atribuye a aquella perversión de la que recibe el nombre de diablo. Puesto que también, muchas veces, por medio de criaturas corporales y visibles habló Dios, tanto a los buenos como a los malos, como Señor y administrador de todas las cosas 97 y ordenador de ellas según la capacidad de cada una; como asimismo se sirvió de los ángeles, que se aparecieron también con apariencia de hombres 98 y por medio de los profetas diciendo: Esto dice el Señor 99. ¿Por qué ha de asombrarse ahora uno, si se dice que Dios ha hablado con el diablo, ciertamente no a través del pensamiento, sino a través de una criatura acomodada a este cometido?

33. Y no juzguen que es deferencia y casi mérito a su virtud el hecho de que Dios haya hablado con él, porque ha hablado con espíritu angélico, aunque necio y apasionado, como si hablase con un alma humana necia y apasionada. O si no digan ellos mismos de qué manera Dios ha hablado con aquel rico cuya estúpida avaricia quiso reprender diciendo: Necio, esta misma noche han de exigir de ti la entrega de tu alma: ¿De quién será cuanto has almacenado? 100 Ciertamente, esto lo dice el mismo Señor en el Evangelio, al cual estos herejes, quiéranlo o no, inclinan la cabeza. Mas si ellos se preocupan del hecho que Satanás pide a Dios el tentar a un hombre justo, yo no pretendo explicar la razón de por qué sucedió esto, pero les requiero que me aclaren por qué se dijo en el Evangelio a los discípulos: He aquí que Satanás ha pedido cribaros como el trigo 101, y a Pedro le dijo: Pero yo he rogado para que tu fe no perezca 102. Cuando me expliquen todo esto, ellos a la vez se dan a sí mismos la solución de aquello que pretenden les declare yo. Y si no son capaces de explicarlo, no se atrevan a reprobar temerariamente en libro alguno lo que leen en el Evangelio sin ninguna repugnancia.

Providencia de las tentaciones humanas permitidas

34. Suceden, pues, las tentaciones de Satanás, no por su poder, sino con permiso del Señor para castigar a los hombres por sus pecados o para probarlos y ejercitarlos en referencia a la misericordia de Dios. Importa mucho distinguir en qué tipo de tentación incurre cada uno. Pues no es lo mismo el tipo de tentación en que cayó Judas, que vendió al Señor 103, que en la que cayó Pedro, que negó, atemorizado, a su Señor 104. Hay, pues, tentaciones humanas, creo, como sucede cuando uno con buena intención, según los límites de la humana debilidad, se equivoca en algún proyecto o se irrita contra algún hermano con la intención de corregirlo, pero un poco más allá de lo que pide la serenidad cristiana. A éstas se refiere el Apóstol cuando dice: No os ha sobrevenido tentación que no fuera humana, y el mismo dice: Pero fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho, para que podáis sosteneros 105. Con este pensamiento muestra suficientemente que no debemos orar para no ser tentados, sino para que no caigamos en la tentación. Caeremos, pues, si fueran de tal naturaleza que no pudiéramos soportar. Pero dado que las tentaciones más peligrosas, en las cuales es pernicioso sumergirse e introducirse en ellas, tienen su origen en las prosperidades temporales o en las adversidades, nadie será abatido por la molestia de la adversidad, que no se deje llevar por los atractivos de la prosperidad.

Liberación de todo mal presente

35. La última y la séptima petición es: Líbranos de todo mal 106. Se debe orar para no solo no caer en el mal que no tenemos -y esto se pide en el sexto lugar-, sino para que seamos también liberados del mal, en el que ya hemos caído. Pues, conseguido esto, ya no quedará nada que temer, ni se deberá ya temer alguna tentación. Sin embargo, no se debe esperar que esto suceda en esta vida mientras llevemos con nosotros esta nuestra condición mortal a que nos condujo la seducción de la serpiente 107; más bien debemos esperar que llegará algún día y esta es la esperanza que no se ve. Precisamente, hablando de esto el Apóstol, dice: Una esperanza que se ve, no es esperanza 108. Sin embargo, no se debe desesperar de la sabiduría que también en esta vida ha sido concedida a los creyentes hijos de Dios. Consiste esta sabiduría en huir con especial diligencia de todo aquello que por revelación de Dios entendamos que debe evitarse; y apetezcamos con ardentísima caridad todo aquello que por revelación de Dios entendamos que se ha de amar. Porque, cuando la muerte despoje al hombre del restante peso de mortalidad, de parte de todo componente del hombre, en el tiempo oportuno, será realizada como fin la felicidad que ha comenzado ya en esta vida y que, para conseguirla definitivamente después, se pone ahora todo el esfuerzo posible.

CAPÍTULO X

Las tres primeras peticiones son temporales y eternas

36. Pero se debe considerar y discutir la distinción que hay entre estas siete peticiones. Como nuestra vida actual se desarrolla en el tiempo y se espera la vida eterna y como, por otra parte, los valores eternos son anteriores por dignidad, si bien es verdad que se pasa a ellos después de haber realizado los del tiempo. En efecto, la consecución de las tres primeras peticiones tiene su principio ya en esta vida, que se desarrolla en el tiempo; de hecho, la santificación del nombre del Señor ha comenzado a verificarse desde la venida del Señor en nuestra humildad; la venida del reino del Señor, en el cual él vendrá en esplendor, no se manifestará después del fin el tiempo, sino al final del tiempo; y el cumplimiento de su voluntad como en el cielo, así en la tierra, bien sea que por cielo y por tierra se entiendan los justos y los pecadores, o el espíritu y la carne, o el Señor y la Iglesia, o todos al mismo tiempo, se completará con la perfección de nuestra felicidad y por tanto será al final de los tiempos, aunque las tres cosas permanecerán eternamente. Porque efectivamente la santificación del nombre del Señor es eterna, su reino no tendrá fin y se promete la vida eterna para nuestra perfecta felicidad. Permanecerán unidas y perfeccionadas estas tres cosas en aquella vida que se nos promete.

Temporalidad de las cuatro últimas peticiones

37. Las otras cuatro cosas que pedimos me parecen pertenecer a esta vida temporal. La que está en primer lugar: Danos hoy nuestro pan de cada día 109. Por el hecho de ser llamado pan cotidiano, bien sea que se diga del pan espiritual o el del sacramento o este visible del alimento, pertenece al tiempo presente, que se le llamó hoy; no porque el alimento espiritual no sea eterno, sino porque este pan, que en la Escritura ha sido considerado como cotidiano, se ofrece al alma tanto con el sonido de las palabras como con varios signos temporales. Todas estas cosas no existirán entonces, cuando, según San Juan, todos puedan ser instruidos por Dios 110 y percibirán la inefable luz de la verdad no por movimientos de cuerpos que la manifiesten, sino que la tocarán con un puro acto de la mente. Y quizás por esto ha sido llamado pan, y no bebida, porque el pan partiéndolo y masticándolo se convierte en alimento, así como la Escritura, abriéndola y meditándola, sustenta al alma; mientras que la bebida preparada de antemano pasa al interior del cuerpo, tal como es; de tal manera que en esta vida la verdad es el pan, que se llama cotidiano, mas en la otra es la bebida, puesto que no habrá trabajo alguno de discusión, ni de palabras, como de partir y masticar, sino solamente contemplación pura y resplandeciente de la verdad. En el tiempo presente nos serán perdonados los pecados y los perdonaremos, en lo que consiste la segunda de las restantes cuatro peticiones; en la otra vida no habrá perdón de los pecados, ya que no los habrá. Las tentaciones infectan esta vida temporal; después ya no habrá más tentaciones y se cumplirá lo que dice el salmo: tú les esconderás en lo secreto de tu rostro 111. Y el mal, del que deseamos ser liberados y la misma liberación del mal pertenece también a esta vida, que por la justicia de Dios hemos merecido estar sujeta a muerte y de la cual por la misericordia de Dios seremos liberados.

CAPÍTULO XI

Correspondencia entre el septenario de peticiones
y de dones del Espíritu

38. También me parece que el número siete de las peticiones se corresponde con el número siete de las bienaventuranzas, del que deriva todo el discurso. En efecto, si el temor de Dios es el que hace bienaventurados a los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos 112: pidamos que sea santificado entre los hombres el nombre de Dios con el temor casto, que permanece por los siglos de los siglos 113. Si la piedad es la que hace bienaventurados a los mansos, porque ellos poseerán la tierra, pidamos que venga su reino, ya sea a nosotros mismos para que nos amansemos y no le resistamos, ya del cielo a la tierra con la gloria del advenimiento del Señor, en el cual nos alegraremos y conseguiremos la gloria, porque él dice: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os ha sido prometido desde la creación del mundo 114; pues en el Señor, dice el profeta, se alegrará mi alma; oigan los humildes y se alegrarán 115. Si es por la ciencia por la que son felices los que lloran, porque ellos serán consolados, oremos para que se haga su voluntad así en el cielo como en la tierra, porque cuando el cuerpo, como tierra, se conforme con el espíritu, como cielo, con suma y completa paz, nosotros ya no lloraremos; porque no hay otra razón para que lloremos en esta vida, sino cuando entre ellos, el cuerpo y el espíritu, luchen y nos fuercen a decir: Veo que hay en mis miembros una ley que resiste a la ley de mi espíritu 116, y a confesar nuestra aflicción con voz de llanto: ¡Oh, qué hombre tan infeliz soy!; ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? 117. Si la fortaleza es la que hace que sean bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, roguemos que el pan nuestro de cada día se nos dé hoy para que, fortalecidos y sustentados por él, podamos llegar a aquella completísima hartura. Si el consejo es el que hace bienaventurados a los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia, perdonemos las deudas a nuestros deudores, y oremos para que se nos perdonen nuestras deudas. Si el entendimiento es el que hace que sean bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, oremos para que no caigamos en la tentación, para que no tengamos un corazón doble, no ordenando todo al verdadero bien al cual dirigir todas nuestras acciones, sino persiguiendo al mismo tiempo los bienes temporales y los eternos. La tentaciones, en efecto, que provienen de las cosas, que parecen a los hombres molestas y desastrosas, no tienen poder sobre nosotros, si no lo tienen las que provienen de los halagos de aquellas cosas que juzgan los hombres convenientes y dignas de regocijo. Si es la sabiduría la que hace bienaventurados a los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios, pidamos que seamos librados del mal, pues la misma liberación nos hace libres, esto es, hijos de Dios, para que con el espíritu de adopción clamemos: ¡Abba, Padre! 118

Prevalencia del perdón en la oración
del "Padrenuestro"

39. Sin duda no se debe omitir por descuido que, de todas estas sentencias con las cuales el Señor nos ha ordenado orar, ha juzgado deber recomendar sobre todo aquella que se refiere al perdón de los pecados, en la cual ha querido que fuésemos misericordiosos, que es el único consejo para evitar las miserias de la vida. En ninguna otra sentencia oramos así como si pactáramos con Dios; pues decimos: perdónanos, como nosotros perdonamos. Si mentimos en este acuerdo, no sacamos provecho alguno de la oración. Así dice: Pues si perdonareis a los hombres sus pecados, también vuestro Padre que está en los cielos os perdonará. Pero si no perdonareis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas 119.

CAPÍTULO XII

Purificación del corazón por el ayuno escondido

40. Sigue ahora el precepto del ayuno, perteneciente también a la limpieza del corazón, de la cual estamos tratando. También en este cometido se debe evitar que se insinúen la ostentación y deseo de alabanzas humanas que infecta la doblez del corazón y no le permite la pureza y sencillez necesarias para ver a Dios. Así dice: Cuando ayunéis, no os pongáis tristes como los hipócritas; desfiguran su rostro, para mostrar a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya recibieron su galardón. Mas vosotros, cuando ayunéis, perfumad vuestra cabeza y lavad bien vuestra cara para que no vean los hombres que ayunáis y solo vuestro Padre que ve en lo secreto; y vuestro Padre, que ve en lo escondido, os lo recompensará 120. Está claro que en estos preceptos toda nuestra intención está dirigida a las alegrías interiores, para que no nos conformemos al mundo buscando en el exterior la recompensa, y perdamos la promesa de la bienaventuranza, tanto más segura y firme cuanto más interna, en virtud de la cual nos eligió Dios para llegar a ser conformes a la imagen de su Hijo.

Peligro de ostentación jactanciosa aun en el desaliño

41. En este apartado conviene tener en cuenta sobre todo que no solo en el brillo y pompa, sino también en el lastimoso desaliño, puede haber jactancia, que es tanto más peligrosa en cuanto que engaña con la apariencia de servir a Dios. Quien se distingue por el inmoderado cuidado de su cuerpo y vestido, o el esplendor de otras cosas, fácilmente es convencido por las mismas cosas de ser partidario de las pompas del mundo y no engaña a nadie con una imagen aparente de santidad. Sin embargo, si alguien, en la profesión de cristiano, hace que se fijen en él las miradas de los hombres con el extraordinario desaseo y miseria, si lo hace voluntariamente y no por necesidad, por sus otras obras puede conjeturarse, si lo hace por menosprecio del adorno superfluo o por alguna oculta ambición, dado que el Señor nos ha mandado que nos guardemos de los lobos con piel de oveja: Por sus frutos, dice, los conoceréis 121. Cuando en algunas pruebas se empezare a despojarles o a negarles aquellas mismas cosas que con este vestido habían conseguido o desean conseguir, entonces necesariamente aparecerá si es un lobo con piel de oveja o una oveja con la suya. Por tanto, el cristiano no debe llamar la atención con adornos superfluos, porque también los hipócritas muchas veces usurpan el traje modesto para engañar a los incautos; porque las ovejas no deben dejar sus pieles, aunque alguna vez los lobos se cubran con ella.

Limpieza y alegría interior y exterior en el ayuno

42. Se acostumbra a preguntar qué significan las palabras: mas vosotros, cuando ayunéis, perfumad vuestra cabeza y lavad vuestros rostros, para que no conozcan los hombres que ayunáis 122. En efecto, nadie nos prescribirá rectamente, aunque nos lavemos por costumbre todos los días, que debemos tener perfumada la cabeza cuando ayunamos. Y aunque esto todos lo consideren como algo indecoroso, sin embargo, debemos entender que el precepto de perfumar la cabeza y lavar la cara se refiere al hombre interior. De hecho, el perfumarse la cabeza se refiere a la alegría interior y el lavarse la cara a la limpieza interior; y, por tanto, se unge la cabeza quien se alegra interiormente con el espíritu y la razón. Se entiende convenientemente por cabeza la facultad que domina el alma, con la cual se entiende que las otras facultades son orientadas y dirigidas. Esto es lo que hace quien no busca la alegría externa, a fin de no gozar carnalmente de las alabanzas de la gente. Pues la carne, que debe ser sometida, de ninguna manera es la cabeza de toda la naturaleza humana. Ciertamente, nadie ha odiado su propia carne 123, como dice el Apóstol, cuando prescribe el amor que se debe a la esposa; sino que la cabeza de la mujer es el hombre y Cristo es cabeza del varón 124. En consecuencia, quien quiera tener perfumada la cabeza, según este precepto, se regocija interiormente en su ayuno, y por eso mismo, ayunando de esta manera, se aparta de los placeres del siglo para someterse a Cristo. Así también lavará la cara, es decir, purificará su corazón, con el cual podrá ver a Dios, sin el obstáculo del velo producido por la flaqueza del pecado, sino con firmeza y estabilidad, ya que estará limpio y unificado. Lavaos y purificaos, dice Isaías; alejad la maldad de vuestra conciencia y de mi vista 125. Se debe lavar vuestra cara de los pecados que ofenden la mirada de Dios. Nosotros, contemplando a cara descubierta, como en un espejo, la gloria de Dios, seremos transformados en la misma imagen 126.

Amor proveniente de la pureza de corazón,
buena conciencia y fe auténtica

43. Con frecuencia, incluso el pensamiento de las necesidades propias de esta vida temporal ofende y mancha el ojo interior y la mayor parte de las veces causa doblez en nuestro corazón, de suerte que aquellas cosas que parecen hacernos bien a favor de los hombres, no las hacemos con el corazón que Dios ha querido, es decir, no las hacemos porque les amamos, sino porque queremos conseguir a través de ellos algo provechoso como necesario para la vida presente. Debemos hacerles el bien por su eterna salvación y no para nuestro provecho personal. ¡Que Dios oriente nuestro corazón a sus enseñanzas y no a la codicia! 127 El fin del precepto es la caridad que proviene de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe no fingida 128. Aquel, pues, que auxilia a su hermano con miras a sus necesidades materiales, ciertamente no lo ayuda por caridad, porque no le ama como a sí mismo, sino que se ayuda a sí mismo, o mejor, ni siquiera a sí mismo, ya que se hace a sí mismo un corazón doble, que le impide ver a Dios, en cuya visión está la felicidad cierta y duradera.

CAPÍTULO XIII

Atesorar para sí en el cielo

44. Quien insiste en la necesidad de purificar el corazón, continúa y ordena diciendo: No acumuléis tesoros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen y donde los ladrones asesinan y roban; atesorad, más bien, tesoros en el cielo, donde ni el orín ni la polilla los consumen y donde los ladrones no asesinan ni roban. En efecto, donde está tu tesoro, allí estará tu corazón 129. De donde se sigue que, si el corazón está en la tierra, es decir, si alguien actúa con el fin de conseguir bienes terrenos, ¿cómo podrá estar limpio lo que se mezcla con la tierra? Pero si actúa en el cielo, estará limpio, ya que todos los seres del cielo son limpios. Se envilece una cosa cuando se mezcla con otra de naturaleza inferior, aunque de por sí no sea vil, porque incluso también el oro degenera mezclado con la pura plata. Así también nuestra alma se envilece con el deseo de las cosas terrenas, aunque la tierra sea limpia en su género y en su rango. En este contexto, no se entiende el cielo corpóreo, ya que todo cuerpo debe considerarse como tierra. En efecto, debe despreciar al mundo entero todo aquel que desea atesorar para sí en el cielo, en el cielo del que se dijo de él: El cielo de los cielos pertenece al Señor 130, es decir, el firmamento espiritual. No debemos colocar nuestro tesoro en lo que pasa, sino en aquello que siempre permanece: porque el cielo y la tierra pasarán 131.

La luz ocular, símbolo de la intencionalidad

45. Aquí manifiesta el Señor que todo lo preceptuado va dirigido a la limpieza del corazón, cuando dice: antorcha de tu cuerpo son tus ojos. Si tu ojo fuese sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado. Mas, si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará en las tinieblas. Y si la luz que está en ti es tiniebla, ¿cuán grandes serán las tinieblas? 132 Esto se debe interpretar de tal manera que podamos comprender que todas nuestras acciones son honestas y agradables en la presencia del Señor si han sido realizadas con un corazón sencillo, es decir, con la intención dirigida hacia el fin superior que es la caridad, dado que la plenitud de la ley es la caridad 133. En este paso debemos entender por ojo la misma intención con la que hacemos aquello que hacemos. Si ella es pura y recta y dirigida a conseguir el fin que se debe conseguir, todas aquellas obras que realicemos en conformidad con ella serán necesariamente buenas. Todas estas obras las llamó todo el cuerpo, en el sentido en el cual el Apóstol afirma ser miembros nuestros ciertas acciones que él condena y que manda mortificar cuando dice: Mortificad vuestros miembros terrenos: la fornicación, la impureza, la avaricia 134 y otros semejantes.

La intención ilumina la acción

46. Por consiguiente, no se debe considerar la acción que se realiza, sino la intención con la que se realiza. Esto es en verdad la luz que hay en nosotros, porque ella nos revela que cumplimos con buena intención aquello que realizamos: Ya que todo lo que se manifiesta es luz 135. En efecto, todas las acciones que se dirigen a la sociedad humana tienen un origen incierto y el Señor las ha llamado tinieblas. Porque cuando doy limosna a un pobre que me la pide, no sé qué hará con ella o qué padecerá con ella; pues puede suceder que abuse de ella o que con ella le acontezca alguna cosa mala, que yo, al dársela, ni quería que sucediese ni se la hubiese dado con esa intención. Por consiguiente, si he cumplido con recta intención una acción que, mientras la cumplía, me era conocida y, por tanto, se consideraba como luz, incluso mi acción está iluminada, sea el que sea su resultado. A este resultado, dado que es incierto y desconocido, se le llama tinieblas. Y si lo he realizado con mala intención, hasta la misma luz es considerada tinieblas. En efecto, se llama luz, porque cada uno sabe con qué intención obra, aunque se haga con mala intención. Sin embargo, la misma luz es tinieblas, porque la intención unificada no se dirige hacia lo alto, sino que deriva hacia lo bajo y con la doblez del corazón produce una especie de oscuridad. Pues si la luz que hay en ti es tiniebla, ¿cuán grandes serán las tinieblas? 136 Es decir, si la misma intención del corazón, por la que haces lo que haces, te es conocida, se mancha y ciega con el apetito de las cosas terrenas y temporales, ¿cuánto más impura y tenebrosa será la misma acción, cuyo resultado se ignora? Porque, aun cuando aquello que hacéis con una intención que no es pura ni recta, fuese provechoso para alguno, te será imputado, no según el provecho que resultó, sino según la intención con que se obró.

CAPÍTULO XIV

Dualidad intencional antitética condenable

47. El texto que sigue, dice: Nadie puede servir a dos señores, se refiere también a la susodicha intención, explicándolo en lo que sigue: En efecto, u odiará a uno y amará al otro, o soportará a uno y despreciará al otro 137. Son palabras que se deben examinar atentamente. Después indica quiénes son estos dos señores, diciendo: No podéis servir a Dios y a las riquezas. Mammona en hebreo se dice de las riquezas. Corresponde también con el nombre púnico, ya que la ganancia en cartaginés se dice mammon. Sin embargo, el que sirve a las riquezas, ciertamente sirve a aquel que, puesto en castigo de su perversidad a la cabeza de estas cosas terrenas, es calificado por el Señor príncipe de este siglo 138. Como consecuencia, el hombre odiará a éste y amará al otro, es decir a Dios, o soportará al uno y despreciará al otro. Quien sirve a las riquezas se somete a un señor duro y funesto; en efecto, amarrado por la propia pasión, está sometido al diablo y no le ama, porque ¿quién puede amar al diablo?, y, sin embargo, le soporta. Al igual que en un gran palacio, uno que se ha unido a la esclava de otro, tolera, por su pasión, una dura esclavitud, aunque no ame a aquel cuya esclava ama.

48. Despreciará al otro, ha dicho el Señor, no dice le odiará. Nadie puede en conciencia odiar a Dios; sin embargo, alguno le desprecia, es decir, no le teme, como que está seguro de su bondad. De esta negligencia y perniciosa seguridad le disuade el Espíritu Santo, cuando dice por medio del profeta: Hijo, no añadas pecado sobre pecado ni digas: La misericordia de Dios es grande, ignorando que la paciencia de Dios te invita a la penitencia 139. ¿De quién se puede uno imaginar que sea tan grande la misericordia, como la de aquél que perdona todos los pecados a aquellos que se convierten y hace al acebuche partícipe de la untuosidad del olivo? ¿Y de quién es tan grande la severidad, sino la de aquel que no perdonó a las ramas naturales, sino que las cortó por causa de su infidelidad? 140 Pero quien quiere amar a Dios y quiere evitar ofenderlo, no juzgue que puede servir a dos señores y preserve la recta intención de su corazón de toda duplicidad; así sentirá bien de Dios y le buscará con sencillez de corazón 141.

CAPÍTULO XV

Confianza en la providencia sin dobleces

49. Por tanto, continúa el Señor, yo os digo que no os acongojéis por la preocupación de qué comeréis, ni por vuestro cuerpo con qué os vestiréis 142, a fin de que, aunque ya no busquéis las cosas superfluas, se duplique el corazón con estas necesarias y que nuestra intención se pervierta al conseguir éstas, cuando hagamos, al parecer, obras de misericordia, esto es para que, cuando parece que queremos ayudar a alguien, atendamos más a nuestro provecho que a la utilidad del prójimo, y por tanto que no nos parezca que pecamos, porque no queremos conseguir lo superfluo, sino lo necesario. Pues el Señor nos exhorta a recordar que Dios, por el hecho de habernos creado y formado de alma y cuerpo, nos ha dado mucho más de lo que es la comida y el vestido, ya que, en la preocupación por esas cosas, no desea que dupliquemos el corazón en la intención. ¿Por ventura, continúa, no vale más el alma que el alimento?, para que entendáis que aquel que os dio la vida, os dará más fácilmente el alimento; ¿y el cuerpo que el vestido?, es decir, que más aventajado el cuerpo, para que comprendáis igualmente que aquel que dio el cuerpo, mucho más fácilmente os otorgará el vestido.

50. En este momento se acostumbra a preguntar si este alimento se relaciona con el alma, ya que el alma es inmaterial y el alimento material. Sabemos, sin embargo, que en este caso la expresión alma es usada en lugar de la vida, y el alimento material es el sustento de la misma vida. Con este significado también se ha dicho: Quien ama la propia vida, la perderá 143. Porque, si el alma no significara la vida presente, la cual hace falta perder para adquirir el reino de Dios, como es evidente que fue realizado en los mártires, habría contradicción con el otro pasaje que dice: ¿Qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? 144.

51. Mirad los pájaros del cielo, dice, cómo no siembran, ni siegan ni tienen graneros, y vuestro Padre celestial los alimenta. Pues ¿no valéis vosotros mucho más, sin comparación, que ellos? 145, es decir, ¿no sois vosotros de mucho más valor? En efecto, sin duda el animal racional, como es el hombre, está constituido en un peldaño más alto que los animales irracionales, como son los pájaros. ¿Quién de vosotros, dice, puede añadir un codo a su estatura?; ¿por qué estáis preocupados por el alimento? 146; es decir, vuestro cuerpo puede ser revestido por la providencia de quien por su poder absoluto ha conseguido que llegase a la estatura actual. Pero no ha sido obra de vuestro cuidado el que vuestro cuerpo llegara a la presente estatura, de lo cual puede comprenderse que, por mucha diligencia que pongáis y por mucho que deseéis añadir un codo a vuestra estatura, no podéis realizarlo. Dejad, pues, a él también la preocupación de cubrir el cuerpo, ya que os habéis dado cuenta que por su preocupación ha sucedido haber llegado a la estatura que tenéis.

52. También se debía dar alguna enseñanza en torno al vestido, al igual que fue dado sobre el alimento. Así sigue y dice: Observad cómo crecen los lirios del campo; no trabajan ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, con todo su fasto, se vestía como ellos. Ahora bien, si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, ¿cuánto mejor os vestirá el Señor, hombres de poca fe? 147 Estas enseñanzas no deben ser tratadas como si fuesen alegorías, preguntándonos qué significan las aves del cielo y los lirios del campo: son presentadas a fin de que del valor de las cosas inferiores nos persuadamos de la importancia de las mayores. Parecido es el caso del juez, que no temía ni a Dios ni respetaba al hombre, y sin embargo se replegó ante la viuda que le suplicaba, para que considerara su causa, y esto no por piedad o humanidad, sino para que no le siguiese molestando 148. De ninguna manera aquel juez injusto representa a la persona de Dios, sino que el Señor quiso que se sacase la conclusión de qué modo Dios, que es bueno y justo, trata con amor a aquellos que le suplican, ya que un hombre injusto, aunque solo fuera por evitar la molestia, no puede tratar con indiferencia a aquellos que le molestan con continuas súplicas.

CAPÍTULO XVI

El reino de Dios es nuestro bien y nuestro fin

53. Por tanto: No os afanéis diciendo: ¿Qué comeremos o qué beberemos, o con qué nos vestiremos? De todo esto se preocupan los paganos; vuestro Padre celestial sabe qué necesidades tenéis. Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas se os darán por añadidura 149. Con estas palabras manifiesta de forma clara que estas cosas, que son necesarias, no se deben desear como bienes de tal valor que, a la hora de realizar cualquier acción, debemos considerarlas como fin en sí mismas. La diferencia que se da entre un bien, que se debe apetecer como fin, y una cosa necesaria, que se debe usar, lo ha declarado con esta máxima, cuando dice: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. En efecto, el reino y la justicia de Dios son nuestro bien y eso se debe considerar y asignar como fin por el cual hacer todo aquello que hagamos. Pero dado que somos como soldados de viaje en esta vida para poder llegar a ese reino, una tal vida no se puede conseguir sin estas cosas necesarias: Se os añadirán todas estas cosas, dijo, sin embargo vosotros buscad primero el reino de Dios y su justicia. Puesto que ha dicho lo primero, quiso dar a entender que lo necesario hay que buscarlo después, no en el tiempo, sino en valor; aquello como nuestro bien y esto como algo que nos es necesario, pero necesario para conseguir el otro bien.

Comer para evangelizar, no evangelizar para comer

54. Así pues, nosotros, por ejemplo, no debemos evangelizar para comer, sino comer para evangelizar. En efecto, si evangelizamos para comer, manifestamos menor aprecio al Evangelio que a la comida y será nuestro bien el comer y la necesidad el evangelizar. Esto lo prohíbe también el Apóstol, cuando dice que le es lícito y permitido por el Señor, que aquellos que anuncian el Evangelio, vivan del Evangelio, es decir, que tengan del Evangelio lo necesario para la vida, pero que él no se ha aprovechado de esta potestad 150. Había muchos que deseaban tener la ocasión de adquirir y negociar con el Evangelio, a quienes el Apóstol, queriendo impedírselo, les dice que se ganaba su comida con sus propias manos 151. De éstos dice en otro lugar: Para cortar la ocasión a aquellos que la buscan 152. Incluso si, como los otros buenos apóstoles, él con el permiso del Señor hubiese conseguido la comida a través del Evangelio, no habría establecido el fin de la predicación del Evangelio en la comida, más bien habría colocado en el Evangelio el fin de la propia comida; es decir, como había dicho antes, no habría predicado el Evangelio para ganar la comida y las otras cosas necesarias para la vida, sino que hubiera tomado éstas para llevar a cabo aquello, a fin de evangelizar por propia voluntad y no por necesidad. Lo mismo desaprueba cuando dijo: ¿No sabéis que los que sirven en el templo se mantienen de lo que es del templo y que los que sirven al altar participan de las ofrendas? Así también dejó el Señor ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio. Mas yo de ninguna de estas cosas me he valido 153. Con estas palabras demuestra que es una concesión, no un mandato; de otra manera parecerá que ha actuado contra el mandato del Señor. Sigue después diciendo: Ni ahora escribo esto para que así se haga conmigo, porque tengo por mejor el morir que el que alguno me haga perder esta gloria 154. Esto lo dijo, porque había determinado ganar el alimento con las propias manos, por algunos que buscaban un pretexto 155. Y continúa: En efecto, no es para mí ocasión de gloria el predicar el Evangelio 156, es decir, si predicare el Evangelio a fin de que acontezcan en mí estas cosas; o sea: si predicase el Evangelio precisamente para conseguir todas esas cosas y colocar el fin del Evangelio en la comida, la bebida y el vestido. Pero ¿por qué carece de gloria? Porque estoy, añade, por necesidad obligado a ello; es decir, que el motivo de evangelizar es porque no tengo de qué vivir o por sacar algún fruto temporal de la predicación de las verdades eternas. De esta forma, la predicación del Evangelio será por necesidad, no por libre aceptación. Y añade: ¡Ay de mí si no evangelizare! 157 Pero ¿cómo se debe predicar el Evangelio? Ciertamente buscando la recompensa en el mismo Evangelio y en el reino de Dios; así se puede predicar el Evangelio no por coacción, sino en libre elección. Si lo hago por libre elección, tengo recompensa; pero si lo hago por la fuerza, es administración que me ha sido encargada 158; es decir, si predico el Evangelio obligado por la falta de cosas necesarias para la vida física, otros tendrán por mi medio la recompensa del Evangelio, porque con mi predicación amarán el Evangelio; mas yo no lo tendré, porque no amo al mismo Evangelio, sino su recompensa centrada en las necesidades temporales. Ahora bien, es una obra perversa el que alguien anuncie el Evangelio no como un hijo, sino como un esclavo, a quien se le ha encomendado su administración, repartiéndolo como un bien ajeno, sin percibir él mismo de ello otra cosa fuera de los alimentos, que se da a los extraños, no como participación en el reino, sino para el mantenimiento de la mísera esclavitud. Aunque en otro lugar el mismo Apóstol se llame dispensador 159. Efecto, incluso el esclavo, adoptado en el número de los hijos, puede administrar fielmente a sus copartícipes aquello en que mereció la calidad de coheredero. Pero ahora cuando dice: Mas si lo hago por fuerza, no hago más que cumplir el encargo que se me ha dado 160, quiso que se entendiese aquella especie de dispensador que distribuye el bien ajeno, sin percibir él mismo nada.

Medios temporales orientados al fin intemporal

55. Así pues, cualquier cosa que se busca en relación a otra es sin duda inferior a aquello por lo que se busca. Y por tanto lo primero es por lo que buscas esta otra y no aquella que buscas por ésta. Por consiguiente, si buscamos el Evangelio y el reino de Dios por el alimento, colocamos en primer lugar el alimento y después el reino de Dios; de tal manera que si no falta el alimento, no buscamos el reino de Dios. Esto es buscar primero el alimento y después el reino de Dios, es decir, dar preferencia a aquello y después a esto otro. Sin embargo, si buscamos el alimento para tener el reino de Dios, observamos la máxima que dice: Buscad primero el reino y la justicia de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura 161.

CAPÍTULO XVII

Primacía del reino de Dios y su justicia

56. Si buscamos primero el reino y la justicia de Dios, es decir, si lo anteponemos a las otras cosas, de tal manera que las buscamos por ellos, no debemos tener preocupación de que nos falte lo necesario para esta vida en relación al reino de Dios. Pues dijo más arriba: Sabe vuestro Padre celestial que necesitáis de todas estas cosas. Y después de haber dicho: Buscad en primer lugar el reino y la justicia de Dios, no ha añadido el que haya que buscar después estas otras, aunque sean necesarias, sino que todas estas cosas os serán dadas por añadidura 162, o sea, si buscáis las cosas de Dios, las otras vendrán seguidamente sin dificultad por vuestra parte, a fin de que, mientras buscáis las cosas de la tierra, no os distraigáis de las otras, o para que no constituyáis dos fines, con el fin de que no deseéis el reino de Dios por sí mismo y las cosas necesarias, sino que al buscar estas cosas, lo hagáis por el reino de Dios. De esta manera, no os faltarán, porque no podéis servir a dos señores 163. Intenta servir a dos señores quien desea el reino de Dios y las cosas del tiempo como un gran bien. No podrá tener una mirada serena y servir a un solo Dios si no valora todas las otras cosas, para ver si son necesarias en relación con esto, es decir, con el reino de los cielos. Lo mismo que todos los soldados reciben el alimento y el sueldo, así también todos los evangelizadores reciben el alimento y el vestido. Pero no todos los soldados luchan por la salvación de la república, sino por lo que reciben; así también no todos sirven a Dios por la salvación de la Iglesia, sino por estas cosas temporales, que consiguen como alimento y estipendio, o por una cosa y por la otra. Sin embargo, ya ha quedado indicado: No podéis servir a dos señores. Por consiguiente, debemos hacer el bien con corazón sincero a todos solo por el reino de los cielos y en el cumplir las buenas obras no esperar la recompensa de estas cosas temporales, o solo y junto con el reino de los cielos. Y al nombrar las cosas temporales hizo alusión al mañana diciendo: No os afanéis por el día de mañana 164. No se puede indicar el mañana si no es en el tiempo, en el cual al pasado sigue el futuro. Por tanto, cuando cumplamos alguna buena obra, no pensemos en las cosas temporales, sino en las eternas. Entonces la acción será buena y perfecta. El día de mañana, dice, tiene ya sus preocupaciones, es decir, que toméis el alimento, la bebida y el vestido cuando convenga, a saber, cuando la necesidad lo haga sentir. Pues todas estas cosas aparecerán, ya que nuestro Padre sabe que tenemos necesidad de ellas 165. Le basta a cada día su trabajo 166; es decir, es suficiente que al usar todas estas cosas se sienta la necesidad y mantengo que, precisamente por esto, se ha nombrado el trabajo, ya que para nosotros es una pena, dado que pertenece a esta fragilidad y mortalidad que hemos merecido al haber pecado. No queráis añadir algo más gravoso a la pena de la necesidad del tiempo, como será que, no solo sufráis la necesidad de estas cosas, sino también que sirváis a Dios al satisfacerla.

No enjuiciemos al siervo de Dios proveedor

57. En este momento debemos guardarnos con gran cuidado, no sea que, cuando observamos que un siervo de Dios se preocupa en que no le falten estas cosas necesarias ni para él ni para aquellos que le han sido asignados para su cuidado, juzguemos que lo hace contra el precepto del Señor y que está muy preocupado por el día de mañana. El mismo Señor, a quien le servían los ángeles 167, a título de ejemplo, a fin de que nadie posteriormente se escandalizare, después de haber encargado a alguno de los suyos de proveer de lo necesario, se dignó tener la bolsa con el dinero, de donde proveyese lo que hiciera falta para las cosas necesarias. De esta bolsa fue guardián y ladrón Judas el que le entregó, como se encuentra en la Escritura 168. También en Pablo el apóstol se puede observar que se preocupó del día de mañana, cuando dice: En cuanto a las limosnas que se recogen para los santos, practicadlo en la misma forma que yo he ordenado a las iglesias de Galacia. El primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte y deposite aquello que le dicte su buena voluntad, a fin de que no se hagan las colectas al mismo tiempo de mi llegada. En cuanto llegue, aquello que tengáis a bien lo enviaré yo con cartas para llevar vuestro obsequio a Jerusalén. Y si pareciese bien que también vaya yo, irán conmigo. Yo iré hacia vosotros después de atravesar Macedonia, pues tengo el propósito de pasar por Macedonia, y podría ser que me detuviese entre vosotros y aun que pasara ahí el invierno, para que luego me encaminéis adonde fuere. No quiero ahora veros de paso; espero más bien permanecer algún tiempo entre vosotros, si el Señor lo permitiere. Me quedaré en Éfeso hasta Pentecostés 169. También en los Hechos de los Apóstoles se escribió que las cosas necesarias para la comida se procuraran para el futuro en previsión de una inminente hambruna. Pues así podemos leer: Por aquellos días bajaron de Jerusalén a Antioquía profetas y levantándose uno de ellos, de nombre Agabo, vaticinaba por el Espíritu una gran hambre que había de venir sobre toda la tierra y que vino bajo Claudio. Los discípulos resolvieron enviar socorros a los hermanos que habitaban en Judea, cada uno según sus facultades, y lo hicieron, enviándoselo a los ancianos por medio de Bernabé y Saulo 170. Y cuando al navegar el mismo Apóstol fueron embarcadas las provisiones ofrecidas, parece ser que no se procuró este alimento para un solo día 171. También él mismo escribe: Quien robaba, que no robe más; antes bien afánese trabajando con sus propias manos en algo de provecho de que poder dar al que tiene necesidad 172. Para aquellos que no entienden parece que es contrario al mandamiento del Señor que dice: Mirad las aves del cielo cómo no siembran, ni siegan, ni tienen graneros 173; y contemplad los lirios del campo cómo crecen, ellos no trabajan, ni hilan 174, siendo así que el Apóstol mandó a estos fieles que trabajasen con sus manos, de tal manera que tengan con qué ayudar a otros. No parece, pues, que haya imitado a los pájaros del cielo y a los lirios del campo, ya que afirma con frecuencia de él mismo que ha trabajado con sus propias manos 175, para no ser gravoso a nadie 176; y a su vez de él se ha escrito que se asoció a Áquila para un trabajo en común del cual sacar la comida 177. De estos y otros testimonios de la Escritura parece evidente que Nuestro Señor no desaprueba esto, si alguno consigue la comida según la costumbre humana y sigue al servicio de Dios, aunque en la propia actividad no se tenga en cuenta el reino de Dios, sino la consecución de estas cosas.

También vale el aprovisionamiento necesario
para el servicio del reino

58. Toda esta normativa se reduce a este principio: que incluso en el aprovisionamiento de las cosas necesarias se tenga siempre presente el reino de Dios, pero que en el servicio del reino de Dios no pensemos en estas cosas. De tal manera que, aunque alguna vez faltasen, y con frecuencia lo permite Dios para ponernos a prueba, no solo no debilitan nuestro propósito, sino que lo confirman, porque está examinado y probado. Nos gloriamos, pues, en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación ejercita la paciencia, la paciencia sirve a la prueba de nuestra fe y la prueba produce la esperanza; la esperanza que no defrauda, porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado 178. En el recuerdo de sus tribulaciones y trabajos, el Apóstol recuerda de haber sufrido no solo cárceles y naufragios y otras aflicciones del mismo género, sino también hambre, sed y frío y falta de vestidos 179. Cuando leemos estos hechos, no pensemos que las promesas del Señor han flaqueado para que el Apóstol sufriese hambre, sed y desnudez, buscando el reino de Dios y su justicia, ya que se nos ha dicho: Buscad primero la justicia y el reino de Dios y todas estas cosas se os darán por añadidura 180. En efecto, nuestro médico considera todo esto como remedios, porque de una vez para siempre hemos confiado plenamente en él y de él tenemos la garantía de la vida presente y futura, sabe cuándo debe dárnoslos y cuándo retirarlos según juzga que nos conviene. Así, él nos guía y dirige para confortarnos y ejercitarnos en esta vida y para establecernos y afirmarnos después de esta vida en el descanso eterno. También el hombre, cuando retira el alimento a la bestia de carga, no la priva de su cuidado, sino que hace esto principalmente para sanarla.

CAPÍTULO XVIII

Interpretación liberal y positiva de las interioridades intencionales

59. Además, como todas estas cosas se procuran para el futuro o al reservarlas, si no hay motivo para consumirlas, no se sabe con qué intención se actúa, ya que se puede hacer con simplicidad de corazón o con doblez, oportunamente añadió aquí el Señor: No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados, porque con el mismo juicio que juzgareis, seréis juzgados, y con la misma medida con que midiereis, seréis medidos 181. Opino que en este pasaje se nos invita a interpretar aquellos hechos, de los que se duda con qué intención se realizan, de la manera más positiva posible. Ya que la frase: Por sus frutos los conoceréis 182, se refiere a los hechos manifiestos que no pueden ser realizados con buena intención, como son los estupros, las blasfemias, los hurtos, las borracheras y otros, sobre los cuales se nos permite juzgar, ya que dice el Apóstol: ¿acaso podría yo juzgar a los que están fuera?; ¿no son los que están dentro a los que juzgáis? 183 Y en lo referente a la clase de comidas, ya que se pueden usar de manera indiferente con buena intención, con simplicidad de corazón, y sin vicio de concupiscencia, de toda alimentación propia del hombre, el Apóstol prohíbe que se juzgue a quienes se alimentaban de carne y bebían vino, por parte de aquellos que se moderaban en el uso de tales alimentos. Quien coma, dice, que no desprecie al que se abstiene; y el que no coma, no juzgue al que come. Y también dice ahí: ¿Quién eres tú para juzgar al que es siervo de otro?; Si se mantiene firme o cae, esto pertenece a su amo 184. Acerca de las diversas maneras de actuar, que pueden realizarse con buena intención, sencilla y elevada, o también con una intención dañada, los romanos deseaban, siendo hombres, dar su parecer sobre las intenciones ocultas del corazón, de las cuales solo Dios puede juzgar.

Juicio humano de las acciones manifiestas e inhibición
sobre las intenciones ocultas

60. También a este mismo tema se refiere el Apóstol en otro paso, donde dice: No juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor e ilumine lo escondido de las tinieblas y manifestará las intenciones del corazón, y entonces cada uno será alabado de Dios 185. Hay ciertas acciones indiferentes, que ignoramos con qué intención se han realizado, dado que pueden ser hechas con buena o mala intención y de las cuales es temerario juzgar, y menos todavía para que las condenemos. Ya llegará el tiempo en que puedan ser juzgadas, cuando el Señor iluminará los secretos de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones. Y lo mismo dice el Apóstol en otro lugar: De ciertas personas los pecados son manifiestos antes de que preceda el juicio, de otros se manifiestan después de él 186. Se consideran manifiestos los pecados de quienes se sabe con qué intención se realizan; ésos preceden al juicio, es decir, que si el juicio se hiciere después, este juicio no sería temerario. Le siguen aquellos que son ocultos, y ni éstos quedarán escondidos a su hora. Esto mismo se debe pensar de las buenas obras. Y así puede añadir: De igual modo serán manifiestas las buenas obras; y las que no son tales no podrán permanecer escondidas 187. Juzguemos, pues, solo de las obras que son manifiestas; de las escondidas dejemos el juicio a Dios, ya que incluso ésas, sean buenas o malas, no pueden permanecer escondidas cuando llegue el tiempo en que se hagan manifiestas.

Prevención sobre juicios temerarios

61. Hay dos casos en los cuales debemos prestar atención al juicio temerario: Cuando es incierto con qué intención se ha realizado un hecho o cuando también es incierto qué llegará a ser el que ahora parece malo o bueno. Por ejemplo, si alguien que se queja del estómago, no ha querido ayunar, y tú, no creyéndole, lo atribuyeres al vicio de la glotonería, harás un juicio temerario. Igualmente, si conocieres de forma manifiesta su glotonería y embriaguez y le reprendieres, como si nunca pudiese corregirse o cambiar, también le juzgarás temerariamente. Por tanto, no reprendamos aquello que no sabemos con qué intención se está realizando; ni de tal manera reprendamos lo que es tan manifiesto, que desesperemos que pueda sanar y así evitaremos el juicio que ahora nos dice: No juzguéis y no seréis juzgados 188.

La temeridad daña al temerario

62. Pueden extrañar estas palabras: En efecto, con el juicio con que juzguéis, se os juzgará; y con la medida que midiereis, seréis medidos 189. Acaso, si nosotros hemos juzgado con juicio temerario, ¿no nos juzgará Dios también temerariamente? O quizás si hemos juzgado con injusta medida, ¿tendrá también Dios una medida injusta para medirnos? Pienso que el mismo juicio se significa con el nombre de medida. Dios no juzga temerariamente de manera alguna, ni mide con medida injusta a nadie. Esto se ha dicho porque es inevitable que la temeridad con que condenas a alguien te condene a ti también. A menos que uno se imagine que la injusticia daña algo a aquel contra quien se dirige y nada a aquel de quien procede; sino lo contrario, no daña con frecuencia a quien sufre el ultraje y daña inevitablemente a quien lo hace. ¿Qué mal causó a los mártires la iniquidad de los perseguidores? A los perseguidores, sin embargo, muchísimo. Y si es cierto que algunos de ellos se han convertido, todavía durante el tiempo que perseguían, les cegaba la propia perversidad. De la misma manera, un juicio temerario con frecuencia no daña a aquel que es juzgado con temeridad, pero la misma temeridad daña a quien juzga con temeridad. En este mismo sentido juzgo que se dijeron las siguientes palabras: Todo el que hiere con espada, a espada morirá 190. Sin embargo, hay muchos que hieren a espada y no han muerto con la espada, ni el mismo Pedro. Sin embrago, alguno podría pensar que, en virtud del mérito del perdón de los pecados, él huyó de tal pena, aunque nada más absurdo se pensaría: el que podría ser más grave la pena de la espada que no tocó a Pedro que la de la cruz que tuvo que soportar. Pero ¿qué dirá de los ladrones que fueron crucificados con el Señor, dado que aquel que mereció el perdón, lo mereció después de haber sido crucificado y el otro ni siquiera lo mereció? 191 ¿Acaso éstos habían crucificado a todos aquellos a quienes hubieran asesinado y por este motivo merecieron ellos sufrir el mismo suplicio? Es ridículo pensar esto. ¿Qué significan, pues, estas palabras: Todo el que hiere con espada, morirá a espada, sino que cualquier pecado que el alma cometa, con el mismo pecado morirá?

CAPÍTULO XIX

El odio es ira inveterada que no busca corrección

63. El Señor nos amonesta aquí sobre el juicio temerario y ofensivo, porque quiere que hagamos todo lo que tenemos que hacer con un corazón sencillo y dirigido solo a Dios; se dan muchas acciones en que es incierta la intención con que se realizan y es temerario el juzgarlas, y juzgan temerariamente de las cosas dudosas y las reprenden principalmente aquellos que aman más censurar y condenar que enmendar y corregir, lo cual es vicio de soberbia y de envidia; convenientemente añadió el Señor: ¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? 192; cómo es, por ejemplo, que él ha pecado de ira y tú le criticas con odio, pues tanta distancia hay entre la cólera y el odio como entre la paja y la viga. El odio es, pues, la ira inveterada y, por así decir, ha recibido tanta fuerza por la duración prolongada, que con razón se le llama viga. Puede acontecer que, si te irritas contra algún hombre, quieras que se corrija; sin embargo, si lo odiaras, no es cierto que quieras que se corrija.

Bondad y benevolencia, aptas para corregir vicios

64. ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Permíteme sacarte la paja de tu ojo, mientras tú mismo tienes una viga en tu ojo? Hipócrita, quita en primer lugar la vida de tu ojo y después verás cómo puedes sacar la paja del ojo de tu hermano 193; es decir, quita en primer lugar el odio de ti mismo y después podrás corregir a aquel que amas. Ha dicho bien, ¡Hipócrita! Reprender los vicios es misión de los hombres buenos y benévolos; pero, cuando esto lo hacen los malos, usurpan una representación ajena, como los hipócritas, que ocultan bajo la careta lo que son, y muestran un personaje que no son. Por tanto, bajo el apelativo de hipócritas se entienden los simuladores. Es verdaderamente terrible y molesto este género de farsantes que, al tomar con odio y malignidad la acusación de todos los vicios, quieren aparecer como consejeros. Se debe estar atento con piedad y prudencia, de tal forma que, cuando la necesidad obligue a reprender o a castigar a alguno, pensemos en primer lugar si acaso es tal el vicio que nunca lo hemos tenido nosotros, o si ya nos hemos librado de él. Si nunca lo tuvimos, pensemos que también nosotros somos hombres y lo pudimos tener; si lo tuvimos, pero ya no lo tenemos, acordémonos con indulgencia de la común debilidad, a fin de que a la reprensión o al castigo le preceda no el odio, sino la misericordia, de tal manera que, bien sea que sirva lo que hacemos para la corrección o sea que se pervierta más -ya que el éxito es incierto-, estemos seguros de la sencillez de nuestro ojo o rectitud de la intención. Y si, reflexionando, nos encontráramos nosotros mismos en el mismo vicio en el que se encuentra aquel a quien estamos dispuestos a reprender, no lo hagamos, ni le castiguemos, sino que gimamos con el culpable e invitémosle no a ceder a nuestras amonestaciones, sino a intentar juntos la superación.

Pablo, modelo de enculturación sin simulación

65. Así pues, cuando el Apóstol dice: Me he hecho judío con los judíos, para ganar a los judíos. Con los que viven bajo la ley me hago como si yo estuviera sometido a ella, no estándolo, para ganar a los que bajo ella están. Con los que están fuera de la ley me hago como si estuviera fuera de la ley, para ganarlos a ellos, no estando yo fuera de la ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo. Me hago con los flacos, flaco, para ganar a los flacos. Me hago todo para todos, para salvarlos a todos 194. Ciertamente no hacía esta experiencia por fingimiento, según querrían interpretar algunos, que pretenden apoyar su detestable hipocresía con la autoridad de tal ejemplo, sino que él hacía esto por caridad, porque consideraba como propia la debilidad de quienes quería socorrer. Esto mismo decía él, prevenido: Siendo del todo libre, me hago siervo de todos, para ganarlos a todos 195. Para que entiendas que no es por fingimiento, sino que lo hace por caridad, por la cual compadezcamos a los hombres débiles, como si fuésemos nosotros, aconseja también en otro lugar: Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad, pero cuidado con tomar la libertad por pretexto para servir a la carne, antes servíos unos a otros por caridad 196. Y esto no se puede realizar si uno no considera como propia la debilidad del otro, para llevarla con ecuanimidad, hasta que no sea liberado de ella quien se preocupa de su salvación.

Prudencia en la corrección y rareza de castigos

66. Por consiguiente, raramente y con grave necesidad se deben aplicar castigos, de tal manera que incluso en ellos mismos nos preocupemos de que se sirva a Dios y no a nosotros mismos. Él es el último fin, de tal manera que no hagamos nada con doblez de corazón, quitando de nuestro ojo la viga de la envidia, o de la malicia o el fingimiento, para poder quitar la paja del ojo del hermano. Porque veremos esa paja con los ojos de la paloma 197, con los ojos que son predicados de la esposa de Cristo, la Iglesia gloriosa que Dios escogió para sí, la cual no tiene mancha ni arruga, sino que es pura y sencilla 198.

CAPÍTULO XX

Prudencia en la presentación de la verdad
con atención al recipiendario

67. Pero como algunos, deseosos de obedecer los mandamientos divinos, pueden ser engañados por la palabra simplicidad, dado que juzguen ser una culpa el ocultar alguna vez la verdad, como también es una culpa decir alguna vez la falsedad y de este modo, manifestando cosas que a los que se les dice no pueden soportar, les dañan más que si las tuviesen siempre ocultas, rectamente añade el Señor: No deis las cosas santas a los perros y no arrojéis vuestras margaritas a los puercos, para que no las pisen con sus patas, y se vuelvan y os despedacen 199. En efecto, el Señor, si nunca había mentido, parece ocultar algunas cosas verdaderas, cuando dice: Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis soportarlas por ahora 200. Y el apóstol Pablo dice también: Yo no he podido hablaros como a hombres espirituales, sino como carnales. Como niños en Cristo os he dado de beber leche, no comida; no erais capaces, como tampoco ahora lo sois; pues todavía sois carnales 201.

Investigación previa de la margarita de los valores
y de sus destinatarios impugnadores o despreciadores

68. En este precepto en que se nos prohíbe dar lo santo a los perros y arrojar a los puercos las margaritas, se debe examinar atentamente qué significa una cosa santa, qué son las margaritas, que significan los perros y qué los puercos. Una cosa santa es la que no es posible violar y corromper. De este crimen se considera culpable el intentarlo y la voluntad de realizarlo, aunque la realidad santa se mantenga de por sí inviolable e incorruptible. Margaritas son consideradas todos los grandes valores espirituales; y dado que están escondidas en lugar oculto, se sacan como de un abismo profundo y se encuentran en las envolturas de las alegorías como en conchas abiertas. También se puede entender de esta forma: se puede considerar una misma y sola realidad una cosa santa y la perla, pero una cosa santa en el sentido que no se puede profanar y una margarita por el hecho que no debe despreciarse. Intenta uno profanar aquello que no quiere que permanezca en su integridad; desprecia uno aquello que tiene por vil y lo considera inferior a sí mismo y por esto se dice que es pisado lo que se desprecia. Por esto los perros se lanzan a despedazar y no dejan íntegro lo que desgarran, dice el Señor: No deis lo santo a los perros, porque aunque no se puede despedazar y profanar y al mismo tiempo permanecer íntegro e inviolable, se debe reflexionar qué pretenden los que se oponen con encarnizada enemistad y en cuanto está de su parte, si fuese posible, intentan destruir la verdad. Sin embargo, los cerdos, aunque no les apetece morder como a los perros, ensucian pisando por todas partes. Por esto dice: No arrojéis las margaritas a los puercos, a fin de que no las pisen con sus patas y se os vuelvan y os despedacen 202. Juzgo que no es incongruente que los perros son los que impugnan la verdad y los puercos los que la desprecian.

Ocultación de la verdad no se identifica con falsedad

69. Respecto a lo que dice: se vuelvan contra vosotros y os despedacen, no dice despedacen las mismas perlas. Pisando las mismas perlas, aunque se vuelvan, a fin de poder oír alguna cosa, sin embargo destrozan a aquel que les ha echado las perlas que han hollado. En verdad, no encontrarás con facilidad qué puede ser del agrado de quien ha pisado las perlas, es decir, que haya pisado las verdades divinas que con tanto esfuerzo se han conseguido. No veo la manera cómo quien las enseña no sea despedazado por la indignación y el disgusto. Uno y otro, el perro y el puerco, son animales inmundos. Hay que preocuparse de no revelar cosa alguna a quien no la acoge; es mejor que busque lo que está escondido que desprecie o corrompa lo que se le ha mostrado. No se encuentra otra razón por la cual no puedan ser acogidas las grandes verdades reveladas sino por el odio y el desprecio; por uno y por otro son llamados perros y cerdos respectivamente. Toda esta inmundicia se puede comprender por el amor a las cosas temporales, es decir, a través del amor a este mundo, al cual se nos añade que se debe renunciar a fin de poder llegar a estar limpios. Pues quien desea tener el corazón unificado y puro no se debe considerar culpable si mantiene en secreto una verdad que aquel a quien se la oculta no la puede entender. Y no por esto hay que pensar que es lícito mentir; pues no se sigue que quien oculta la verdad diga algo falso. Se debe conseguir en primer lugar quitar todos los impedimentos que impiden comprender; y si no lo recibe a causa de la inmundicia, se debe purificar a través de la palabra y de la acción, en cuanto nos sea posible.

Jesús, modelo de actuación evangélica también
con repreguntas

70. Y dado que encontramos que Nuestro Señor Jesucristo ha dicho algunas verdades que muchos de los presentes, bien sea por ir en contra o bien por desprecio, no las acogieron, no se debe juzgar que dio algo santo a los perros o que arrojó las perlas a los cerdos, ya que él no se las dio a quienes no podían entender, sino a los que sí entendían y estaban presentes allí también, pues la impureza de los otros no era motivo para que éstos fueran abandonados; y cuando le preguntaban los que le querían poner a prueba y les respondía de tal manera que no podrían contradecirle, aunque ellos se consumían con sus venenos en vez de nutrirse con el alimento que les proporcionaba; otros, sin embargo, que podían comprender con ocasión de aquellos, oían muchas cosas que les eran útiles. He dicho esto con el fin de que si uno, por casualidad, no pudiera responder a quien le pregunte, no se excuse diciendo que no quiere dar las cosas santas a los perros, ni echar las perlas a los puercos. Quien sepa qué responder, debe hacerlo, al menos por los otros que se descorazonan, si llegan a persuadirse de que la cuestión propuesta no puede resolverse y esto tratándose de argumentos útiles y que se refieren al problema de la salvación. Hay, ciertamente, muchos argumentos que pueden ser motivo de discusión por parte de aquellos que no tienen otra preocupación, argumentos superfluos, inútiles, vanos, y muchas veces nocivos, sobre los cuales todavía se puede decir algo, pero se debe manifestar y explicar el motivo de por qué es conveniente cuestionarse. Sobre los temas importantes se debe responder alguna vez a quien pregunta, como hizo el Señor cuando los saduceos le preguntaron sobre la mujer que tuvo siete maridos y de quién de ellos sería mujer en la resurrección. El les contestó que en la resurrección ni se casan, ni toman mujer, sino que serán como ángeles en el cielo 203. En alguna ocasión, aquel que pregunta se debe preguntar sobre otro tema, y si lo expone, él mismo se responda a sí mismo sobre lo que se ha preguntado y si no quiere exponerlo, no le parezca injusto a los presentes si no tiene una respuesta sobre lo que se ha preguntado. En efecto, aquellos que preguntaron para poner a prueba si se debía dar el tributo, él les preguntó también sobre otro tema, a saber, sobre de quién era la efigie que tenía la moneda que le habían mostrado; y porque respondieron lo que les habían preguntado diciendo que era la imagen del César, ellos mismos, en cierto modo, se contestaron a lo que le habían preguntado al Señor. Por lo cual Él les dio la respuesta: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios 204. Cuando los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo le preguntaron con qué autoridad hacía todo esto, les preguntó él acerca del bautismo de Juan; y dado que ellos no querían decir algo que, según su parecer, iba contra ellos mismos, ya que ellos no se atrevían a hablar mal de Juan por causa de los presentes, les dijo: Pues ni yo os diré con qué autoridad hago estas cosas 205, y esto pareció muy justo a los que estaban allí. Dijeron que no sabían lo que sabían perfectamente, pero no querían decirlo. En verdad era justo que ellos, que querían que se les respondiese sobre lo que habían preguntado, hicieran ellos primero aquello que querían se hiciera con ellos, y si lo hubieran practicado, ellos mismos ciertamente se hubieran respondido. Ellos mismos, en efecto, habían enviado a algunos a preguntar a Juan quién era, o mejor dicho, los mismos enviados eran sacerdotes y levitas, que pensaban que Juan era Cristo, lo cual negó él mismo y dio testimonio del Señor 206. Si hubiesen querido reconocerlo por este testimonio, ellos mismos se hubieran instruido para comprender con qué autoridad hacía Cristo aquellas obras; si bien ellos habían preguntado, fingiendo ignorarlo, para encontrar pretexto de poderlo calumniar.

CAPÍTULO XXI

La petición atiende a la moralidad de los actos
y la investigación a su verdad

71. Habiendo sido preceptuado no dar lo santo a los perros y arrojar perlas a los puercos, algún oyente podría replicar y decir, consciente de su ignorancia y enfermedad y habiendo oído que se le mandaba que no diera lo que percibía no haber recibido, podría replicar y decir: ¿Cuáles son las cosas santas que no debo dar a los perros o las perlas que me prohibís echar a los cerdos, si todavía yo no me he dado cuenta de tenerlas? Oportunamente el Señor añade: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; pulsad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe, y quien busca, halla, y al que llama, se le abrirá 207. El pedir se refiere a conseguir la salud y firmeza del ánimo, a fin de que podamos cumplir lo que está mandado; la búsqueda, sin embargo, va dirigida a descubrir la verdad. Pues la felicidad se consigue con la acción y el conocimiento; la acción pide la moralidad de los actos y la contemplación, la revelación de la verdad. De ellas, la primera se debe pedir; la segunda hay que investigar, a fin de que la primera se nos dé y la segunda la encontremos. Sin embargo, en esta vida el conocimiento es más bien del camino que de la misma posesión. Pero cuando alguien hubiere encontrado el camino verdadero, llegará a la misma posesión, la que ciertamente le será abierta a quien pulse.

Ejemplificación del triple paso: petición, búsqueda, encuentro

72. Con el fin de que sean aclarados estos tres pasos, la petición, la búsqueda y la llamada, pongamos el ejemplo de un enfermo que no puede caminar con los pies. Lo primero que hay que hacer es sanarlo y robustecerlo para que pueda andar y a esto se refiere cuando dice: Pedid. Pues ¿de qué sirve el poder andar y hasta correr, si se desvía por caminos extraviados? Lo segundo es el encontrar el camino que le conduzca adonde desea llegar. Cuando lo hubiese encontrado y recorrido, si encontrara cerrado el lugar donde quiere habitar, de nada le aprovecharía el haber podido andar, ni el haber andado y llegado si no le abren: a esto se refiere lo que se dijo de pulsad.

Diferencia cualitativa entre dádivas divinas y humanas

73. Nos ha dado una gran esperanza aquel que al prometer no decepciona, pues dijo: Todo el que pide, recibe, y quien busca, encuentra, y a quien llama, se le abrirá 208. Por tanto, se necesita perseverancia para recibir lo que pedimos, encontrar lo que buscamos y para que se abra a quien llama. Así como se ha hecho alusión a las aves del cielo y a los lirios del campo 209, para que no perdiésemos la esperanza de que el alimento y el vestido no habían de faltarnos, a fin de que nuestro espíritu se elevase de las cosas pequeñas a las grandes, continúa así: ¿Quién de vosotros, si un hijo suyo le pidiese un pan, le daría una piedra?; ¿o si le pidieses un pez, le daría una serpiente? Si, pues, vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo os dará cosas buenas a los que se las pidan! 210 ¿Cómo dan los malos cosas buenas? El Señor llamó aquí malos a los que aman todavía al mundo y a los pecadores. Las cosas buenas que dan se deben considerar buenas, según su forma de actuar, porque las tienen por buenas. Aunque estas cosas sean buenas por naturaleza, sin embargo todavía están en el tiempo y pertenecen a esta vida sujeta a enfermedades. Y cualquier malvado que las diese, nada suyo da: Pues del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella 211; el que ha hecho el cielo y la tierra y el mar y todas las cosas que están en él 212. En consecuencia, ¡mucho debemos esperar en que Dios nos dará los bienes que le pedimos y no nos puede engañar, en el recibir una cosa por otra, cuando le pedimos algo, porque también nosotros, a pesar de ser malos, sabemos dar cosas a quien nos las pide! En efecto, nosotros no engañamos a nuestros hijos, y todas las cosas que les damos, no las damos de lo nuestro, sino de lo suyo.

CAPÍTULO XXII

Reciprocidad en la bondad de las acciones humanas

74. La perseverancia y un cierto vigor del caminar están establecidos en la honestidad moral, que se desarrolla hasta la purificación y la unificación del corazón, de la cual, habiendo hablado ya, concluye así: Haced vosotros con los demás hombres todas las cosas buenas que deseáis que hagan ellos con vosotros, porque esta es la suma de la Ley y de los Profetas 213. En los códices griegos se dice así: Haced vosotros con los hombres todas las cosas que deseáis que hagan ellos con vosotros. Pero pienso que, para dar mayor realce a esta máxima, los códices latinos añadieron la palabra buenas. En efecto, podía ocurrir que, si alguno, apoyándose en este texto, deseara que le hicieran alguna cosa pésima, como, por ejemplo, que fuera provocado a beber sin medida y sumergirse en la embriaguez, y haga él primeramente a otro esto mismo que desea le hagan, es ridículo que ese hombre imaginara haber cumplido ese precepto. Y como esto podía dejar perplejos, como pienso, se añadió para esclarecerlo una palabra, de tal forma que, después de haber dicho: Todas las cosas que deseáis que hagan los hombres con vosotros, se añadió buenas. Y si falta en los códices griegos, también ésos deben ser corregidos. Pero ¿quién se atrevería a hacer esto? Por consiguiente, es necesario reconocer que la máxima está completa y es del todo exacta, aunque no se añada esa palabra. La expresión: Todo lo que queréis, debe ser entendida no en una significación ordinaria, sino según un sentido propio. Uno no tiene voluntad más que para el bien; mientras que para las acciones malas y deshonrosas se habla con propiedad de pasión, no de voluntad. No siempre hablan así los libros de la Escritura, sino que, donde es necesario, usan términos de tal manera apropiados, que no permiten entenderse de otra manera.

Los frutos, signo de bondad o maldad

75. Parece que este mandamiento pertenezca al amor del prójimo, y no igualmente al amor de Dios, ya que en otro lugar dice el Señor que son dos preceptos en los cuales pende toda la Ley y los Profetas 214. En efecto, si hubiese dicho: Todo lo que queréis que os sea hecho, hacedlo también vosotros, con esta sola fórmula se incluirían uno y otro precepto; así se diría rápidamente cada uno que él desea ser amado de Dios y de los hombres. Si se le mandase hacer lo que quisiera que se le hiciese a él, esto se mandaría para amar a Dios y al prójimo. Pero como se dice más expresamente de los hombres: Haced vosotros con los hombres todas las cosas que deseáis que hagan ellos con vosotros 215, parece que no se le ha mandado otra cosa sino: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero no se debe dejar a un lado lo que se ha añadido: Esta es la Ley y los Profetas 216. En estos dos preceptos no solo dijo: Pende la Ley y los Profetas, sino que añadió: toda la Ley y los Profetas, como si fuesen todas las profecías. Pero como en este paso no lo ha añadido, reservó el lugar para el otro mandamiento que se refiere al amor de Dios. Aquí, sin embargo, dado que completa los preceptos referentes a la sinceridad del corazón y como es de temer que alguno tenga el corazón doble con relación a aquellos a quienes el corazón puede estar oculto, es decir, con relación a los hombres, fue necesario dar este mandamiento. No hay nadie que quiera que alguien trate con él con doblez de corazón. Según esto, no es posible que un hombre conceda alguna cosa a otro hombre con corazón simple, a no ser que lo conceda de tal manera, que no reciba de él alguna recompensa temporal y lo haga con la recta intención de la cual ya hemos tratado largamente arriba, cuando hablamos del ojo sencillo.

Pureza de vista y recta intención, necesarias
para ver a Dios

76. Por tanto, el ojo purificado y sencillo está ya apto para mirar y contemplar su luz interior. Este es el ojo del corazón. Posee un ojo tal aquel que, para que sean verdaderamente buenas sus obras, no se propone el fin de las mismas en agradar a los hombres; pero si llegare a agradarles, refiere esto a la salud espiritual de sus hermanos y a la gloria de Dios y no a la propia ostentación. Por consiguiente, no ejecuta ningún bien referente a la salvación de su prójimo, si exige de él las cosas necesarias para el sustento de esta vida; ni condena temerariamente la intención y la voluntad del hombre en la acción, en que no aparece con qué intención y voluntad han sido realizadas; y después que presta al prójimo todos los servicios posibles con la misma intención con que quiere que a él se los presten, es decir, sin pretender recompensa alguna temporal. Así será el corazón simple y limpio en el cual se busca a Dios: Felices, pues, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios 217.

CAPÍTULO XXIII

Senda estrecha y puerta angosta para la vida

77. Pero, dado que a esta situación llegan pocos, comienza el Señor a hablar de la búsqueda y posesión de la sabiduría, que es el árbol de la vida 218. Pero para buscarla y poseerla, es decir, para contemplarla, este ojo ha sido enderezado a través de todas las pruebas anteriores, con el fin de poder darse cuenta del camino estrecho y de la puerta angosta. Por lo cual, sigue diciendo: Entrad por la puerta estrecha, porque la puerta ancha y el camino espacioso son los que conducen a la perdición, y son muchos los que entran por él; ¡oh, qué angosta es la puerta y cuán estrecha la senda que conduce a la vida y qué pocos son los que entran por ella! 219 No dice esto porque el yugo del Señor sea duro y la carga sea pesada, sino que son pocos los que quieren poner término a las tribulaciones por falta de fe en el que clama: Venid a mí todos los que estáis agobiados y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas. Porque suave es mi yugo y ligera mi carga 220. Por esto empezó este sermón hablando de los humildes y sencillos de corazón 221. No obstante, muchos rechazan y pocos aceptan el yugo suave y la carga ligera y por eso viene a ser angosto el camino que conduce a la vida y estrecha la puerta por la que se entra en ella.

CAPÍTULO XXIV

78. Hace falta, pues, en este momento tener cuidado sobre todo de aquellos que prometen la sabiduría y el conocimiento de la verdad que no tienen, como son los herejes, los cuales se recomiendan a sí mismos por su escaso número. Y por esta razón el Señor, después de haber dicho que son pocos aquellos que encuentran la puerta estrecha y el camino angosto, a fin de que no se introduzcan con el pretexto de ser un número reducido, rápidamente añade: guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados con pieles de ovejas, mas por dentro son lobos voraces 222. Pero éstos no engañan al ojo simple, que sabe distinguir el árbol por sus frutos; así dice: Por sus frutos los conoceréis. Acto seguido añade algunas analogías: ¿Acaso se cogen uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así es que todo árbol bueno produce buenos frutos y todo árbol malo da frutos malos; un árbol bueno no puede dar frutos malos, y un árbol malo darlos buenos. Todo árbol que no da buen fruto será cortado y echado al fuego. Por sus frutos, pues, los podéis conocer 223.

79. En este lugar conviene prestar atención sobre todo al error de aquellos que suponen que de los dos árboles son indicadas dos naturalezas. Una de las cuales es la de Dios, y la otra, ni de Dios ni proviene de Dios. Sobre este error ya se ha discutido largo y tendido en otros libros y, si todavía fuese poco, se discutirá en el futuro; ahora se debe demostrar que estos dos árboles no apoyan esta interpretación. En primer lugar está claro que el Señor habla de los hombres, de tal forma que quien haya leído los pasos anteriores y posteriores se maravilla de la ceguera de estos tales. Después hay que atender a lo que dice posteriormente: No puede el árbol bueno dar frutos malos, ni el árbol malo dar frutos buenos, y por esto piensan que no puede suceder que un alma mala se convierta en buena y que una buena se convierta en mala, como si se hubiese dicho lo siguiente: No puede convertirse un árbol bueno en malo, ni un árbol malo hacerse bueno. Sino que se dijo: No puede un árbol bueno dar malos frutos, ni un árbol malo dar buenos frutos. El árbol es la misma alma, es decir, el mismo hombre, y el fruto son las obras del hombre. No puede ser que un hombre malo realice obras buenas, ni el bueno realice obras malas. Pues el malo, si quiere realizar obras buenas, debe hacerse en primer lugar bueno. De esta forma, dice el mismo Señor claramente: O bien haced el árbol bueno, o hacedlo malo 224. Pues si con estos dos árboles se simbolizasen estas dos naturalezas, no habría dicho: Haced. Pues ¿qué hombre puede hacer una naturaleza? Después también allí, una vez que hizo mención de los dos árboles, añadió: Hipócritas, ¿cómo podéis hablar cosas buenas si sois malos? 225 Por tanto, mientras que uno sea malo, no puede dar frutos buenos; y si diese frutos buenos, ya no será malo. Con toda razón pudo seguir diciendo: no puede ser caliente la nieve; una vez que comience a calentarse, ya no la llamamos nieve, sino agua. Puede darse que aquello que fue nieve deje de serlo; pero es imposible que la nieve sea caliente. Así puede suceder que quien fue malo no siga siéndolo, pero no puede ser que quien es malo obre el bien. Y si en alguna circunstancia se hace útil, no lo realiza él, sino que proviene de él con la intervención de la divina Providencia, como se dijo de los fariseos: Haced lo que os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen 226. Esto mismo de decir cosas buenas y lo que decían, lo oían y practicaban útilmente, no era obra de ellos, porque el Señor dice: Se sientan en la cátedra de Moisés 227. Por la providencia divina, predicando la ley de Dios, pueden ser útiles para los oyentes, aunque no lo sean para ellos. De estos tales se ha dicho por el profeta en otro lugar: Sembráis trigo y recogéis espinos 228, porque enseñan cosas buenas, pero hacen el mal. Quienes les escuchaban y hacían lo que les decían, no recogían uvas de los espinos, sino recogían las uvas de la vid a través de los espinos. Es como si uno metiese la mano a través de un vallado y cogiera un racimo de la viña que está rodeada del vallado; ese racimo no es fruto de los espinos, sino de la vid.

Los frutos de buenas obras implican rectitud de intención

80. Con justo criterio, ciertamente, se pregunta a qué frutos debemos atender para que podamos conocer el árbol. Muchos consideran como frutos algunas cosas como el vestido de las ovejas y así son engañados por los lobos, como son los ayunos, las oraciones, las limosnas. Si todo esto no pudiera ser realizado por los hipócritas, no habría dicho anteriormente: guardaos de practicar vuestra justicia ante los hombres para ser vistos por ellos 229. Al proponer esta enseñanza se tienen en cuenta estas tres cosas: la limosna, la oración y el ayuno. Muchos, en efecto, distribuyen a los pobres muchas cosas, no por misericordia, sino por vanagloria; otros muchos oran, o parece que oran, deseando no que los vea Dios, sino agradar a los hombres; y otros muchos ayunan y ostentan una admirable abstinencia ante aquellos a quienes parecen muy difíciles estas obras y las juzgan muy dignas de honor. Y les atraen con fraudes de esta categoría, aparentando una cosa para engañar y otra para robar y para matar a aquellos que no pueden llegar a descubrir los lobos bajo estos vestidos de ovejas. Estos no son los frutos por los cuales se amonesta conocer el árbol. Si todo esto se hace con buena intención según la verdad, esto es propiamente el vestido de las ovejas; si se realiza con intención mala en el error, no cubren otra cosa que lobos. Pero no por esto las ovejas deben odiar su vestido, aunque muchas veces bajo este vestido se oculten los lobos.

Cuáles son frutos de malas y buenas obras

81. El Apóstol enseña cuáles son los frutos, por los que una vez reconocidos, reconocemos al árbol malo: Son bien conocidas las obras de la carne: fornicaciones, deshonestidades, lujurias, idolatrías, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, enojos, riñas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, embriagueces, glotonerías y cosas semejantes; sobre las cuales os prevengo, como ya tengo dicho, que los que tales cosas hacen no alcanzarán el reino de Dios. Y acto seguido enseña cuáles son los frutos por los cuales podemos reconocer al árbol bueno: Al contrario, los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia 230. Se ha de saber que aquí la palabra gozo está puesta en sentido propio; en efecto, los hombres malos no se puede decir propiamente que se alegran, sino que se divierten, como dijimos antes que la palabra "voluntad" se ponía en sentido propio, la cual no la tienen los malos, donde se dijo: Todo lo que queréis que hagan con vosotros los hombres, hacedlo vosotros con ellos 231.

Según esta propiedad de las palabras, por la cual el gozo no se da sino en los buenos, también dice el profeta: No hay alegría para los malévolos, dice el Señor 232. Así también la fe, de la cual se ha hablado, no es una fe cualquiera, sino la verdadera fe, y todos los otros conceptos a los que se ha hecho alusión tienen una cierta apariencia en los hombres malos e hipócritas, de tal manera que engañan al otro si no se tiene el ojo puro y sincero, con el cual se conozcan estos hechos. Por esto, con mucha lógica se ha tratado en primer lugar de la purificación de la visión y después se han ido exponiendo las cosas de las cuales hay que tener cuidado.

CAPÍTULO XXV

No basta decir: Señor, Señor...

82. Pero, aunque cada uno pueda tener el ojo puro, es decir, vivir con sinceridad y simplicidad de corazón, sin embargo no puede uno figurarse el corazón del otro, pues se pone en claro en las tentaciones, lo que no se puede manifestar en los hechos o en las palabras. Hay una doble tentación: con la esperanza de conseguir una ventaja temporal o en la angustia de perderla. Y hay que precaverse especialmente, no anhelando la sabiduría, que sólo se puede encontrar en Cristo -en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia 233-; hay que cuidarse, por tanto, de que no seamos engañados en el nombre mismo de Jesucristo por los herejes o por los mal instruidos o por los amadores de este mundo. Por esto sigue amonestando: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése entrará en el reino de los cielos 234. No debemos pensar que ya produce buenos frutos si alguno le dice a Nuestro Señor: Señor, Señor, y por ello nos parezca ya un buen árbol. Pues los frutos son éstos: hacer la voluntad del Padre que está en los cielos, porque haciendo su voluntad el mismo Cristo se dignó mostrarse como modelo.

Jesús es el Señor bajo la acción del Espíritu Santo

83. Pero, justamente, alguno puede encontrar dificultad para poder conciliar esta enseñanza con aquello que dice el Apóstol: Nadie que hable bajo la acción del Espíritu de Dios dice: anatema sea Jesús; y nadie puede decir: Jesús es el Señor, sino bajo la acción del Espíritu Santo 235. No podemos decir que algunos que tienen el Espíritu Santo no entrarán en el reino de los cielos, si perseveran hasta el final, ni podemos decir que tienen el Espíritu Santo aquellos que dicen Señor, Señor y, sin embargo, no entran en el reino de los cielos. ¿En qué sentido dice: Jesús es el Señor, sino bajo la acción del Espíritu Santo, a no ser porque el Apóstol puso con propiedad la palabra dice, que significa la voluntad y la mente del que lo dice? Sin embargo, el Señor colocó en sentido genérico la palabra que dice: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, porque aquel que no entiende o no quiere lo que dice, tiene solamente la apariencia de decir; pero propia y rigurosamente dice aquel que con el sonido de su voz expresa su voluntad y su pensamiento; como poco antes se dijo al enumerar los frutos del Espíritu Santo que la palabra gozo estaba empleada en su sentido propio y no en la acepción en que la usa el mismo Apóstol cuando dice: no se goza de la iniquidad 236. Como si uno pudiera gozarse de la iniquidad, porque ello es una agitación del ánimo, que se divierte confusamente, y no gozo, por cuanto éste solamente lo tienen los buenos. Por consiguiente, tienen también apariencia de decir aquellos que no penetran con el entendimiento ni practican con la voluntad aquello que dicen, sino que solamente lo expresan con la voz. En este sentido dice el Señor: no todo aquel que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos. Sin embargo lo dicen con verdad y propiedad aquellos cuyo discurso no está en desacuerdo con la voluntad y con el pensamiento; y con este significado dice el Apóstol: Nadie puede decir: Jesús es el Señor, sino en el Espíritu Santo.

Cuidado con las apariencias de maravillosismo

84. Y hay algo muy importante que pertenece a este tema, y es que, tendiendo a la contemplación de la verdad, no nos dejemos engañar, no solo con el nombre de Cristo, por influjo de aquellos que tienen el nombre, pero no las obras, sino también por algunos hechos milagrosos. Si bien el Señor los realizó por el bien de los incrédulos, les amonestó el no dejarse engañar por estos tales, juzgando que allí está la sabiduría invisible de lo alto, donde quiera que viésemos un acontecimiento visible maravilloso. Por tanto, continúa diciendo: Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado nosotros en tu nombre y echado demonios en tu nombre y realizado muchos milagros en tu nombre? Y entonces yo les diré: nunca os conocí; apartaos de mí, operarios de maldad 237. Pues solo conoce a quien practique la justicia. Y prohibió a sus discípulos alegrarse de los hechos maravillosos, es decir, que los demonios se les sometieran, sino alegraos, les dijo, de que vuestros nombres estén escritos en el cielo 238. Creo que se refiera a aquella ciudad celestial de Jerusalén, en la cual solo reinarán los justos y los santos. ¿O no sabéis, dice el Apóstol, que los injustos no poseerán el reino de Dios? 239

85. Sin embargo, quizás, alguno pudiera objetar que los malos no pueden realizar aquellos prodigios y suponer que más bien mienten los que dirán: En tu nombre ¿no hemos profetizado, echado demonios y realizado milagros? Lea, pues, ¡cuántas obras prodigiosas realizaron los magos de Egipto al oponerse al siervo de Dios, Moisés! 240 Y si no quiere leer este paso porque aquellos no actuaron en nombre de Cristo, lea el que el mismo Señor dice de los falsos profetas: Entonces, si alguno os dice: el Cristo está aquí o allí, no le creáis. Porque aparecerán seudocristos y seudoprofetas y harán grandes maravillas y prodigios, de tal manera que aun los escogidos caerán en error. He aquí que os lo he predicho 241.

La sencillez de corazón lleva a la paz y estabilidad
de la sabiduría

86. ¡Cuán necesario es el ojo puro y simple a fin de encontrar el camino de la sabiduría, al cual obstruyen tantos engaños y errores de los hombres malos y perversos! Evitar todos ellos significa llegar a una paz segura y a una estabilidad inamovible de la sabiduría. Se debe temer vehementemente que, en el empeño de discutir y disputar, uno no se dé cuenta de lo que solo por parte de algunos puede ser visto: que sea pequeño el alboroto de los que contradicen, aunque uno no se oponga a sí mismo. A esto se refiere también lo que dice el Apóstol: Al siervo de Dios no le conviene litigar, sino ser humilde con todos, dispuesto a aprender, sufrido, que reprenda con modesta dulzura a los que opinan de forma distinta, ya que quizás Dios les lleve a la penitencia para que conozcan la verdad 242. Por tanto, Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios 243.

Conclusión del sermón: edificar sobre la roca
que es Cristo

87. Debemos prestar especial atención a la terrible conclusión a la que lleva todo este sermón: Por tanto, quienquiera que oiga estas mis palabras y las lleve a la práctica, será semejante a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca 244. Solo con la práctica hace uno efectivo lo que ha oído y entendido. Y si la piedra es Cristo, como afirman muchos textos de la Sagrada Escritura 245, edifica en Cristo quien lleva a la práctica aquello que ha oído. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y dieron con ímpetu sobre aquella casa y no fue destruida; estaba, pues, construida sobre la roca 246. Éste no teme las tenebrosas supersticiones -porque ¿qué se entiende por lluvia, cuando se pone con la significación de algún mal?-, o los rumores de los hombres, que juzgo que se pueden comparar con los vientos; o el torrente de esta vida, que parece inundar la tierra con las concupiscencias carnales. Quien se deja seducir por la prosperidad de estos tres elementos es derribado por las adversidades; nada de esto teme quien tiene construida su casa sobre la roca, es decir, aquel que no solo oye los preceptos del Señor, sino que los lleva a la práctica. Por el contrario, está expuesto peligrosamente a todos estos daños quien oye y no lo lleva a la práctica; en efecto, no tiene una base sólida, sino, que oyendo y no actuando, lo que edifica es su ruina. Por esto continúa diciendo el Señor: Pero cualquiera que oye todas estas mis palabras y no las lleva a la práctica, se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Bajó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y dieron con ímpetu sobre la casa y se cayó; y hubo una gran ruina. Y sucedió que, una vez que Jesús concluyó de decir estas palabras, la muchedumbre quedó admirada de su doctrina; pues les enseñaba como teniendo autoridad y no como sus escribas 247. Esto es lo que dije anteriormente que había sido significado por el profeta en los salmos cuando dijo: Pondré toda mi confianza en Él. Los dichos del Señor son puros, plata refinada en el crisol y siete veces refinada 248. Por esto, este número siete me advierte que también estos preceptos se relacionan con aquellas siete sentencias que el Señor expresó al principio del sermón, al hablar de las bienaventuranzas y con las siete operaciones del Espíritu Santo que enumera el profeta Isaías 249. Pero, bien sea que se tenga en consideración este orden u otro, lo importante es que se debe poner en práctica lo que hemos oído del Señor, si queremos edificar sobre piedra.