CARTA 179

Traducción: Lope Cilleruelo

A Juan de Jerusalén

Año 416

A Juan, señor beatísimo, hermano justamente venerable y coepíscopo, Agustín, salud en el Señor.

1. No me atrevo a enfadarme porque aún no merecí una carta de tu santidad. Prefiero creer que el correo fue inhábil antes de sospechar que me desdeñe tu veneración, señor beatísimo y hermano justamente venerable. Y como he sabido que Lucas, el siervo de Dios por quien te remito ésta, va a volver muy pronto, daré muchas gracias a Dios y a tu benignidad si te dignares visitarme con tu carta. Oigo que amas mucho a Pelagio, hermano nuestro e hijo tuyo; pero te sugiero que le muestres un tal amor, que los hombres que le han conocido y oído con diligencia no vayan a pensar que tu santidad se deja engañar por él.

2. Algunos adolescentes de buena familia y educados en las artes liberales, discípulos de Pelagio, abandonaron por él las esperanzas que tenían en el siglo y entraron al servicio de Dios. Pero se descubrió que en algunos puntos contradecían a la sana doctrina que se contiene en el Evangelio del Salvador y se declara en las Epístolas apostólicas. Se descubrió, digo, que disputaban contra la gracia de Dios, por la que somos cristianos y en la cual esperamos la justicia por medio del Espíritu en virtud de la fe, y empezaron a corregirse por mis recomendaciones. Me entregaron un libro, afirmando que era de Pelagio, y me rogaron que más bien contestase al libro. Cuando comprendí que debía hacerlo para arrancar de ese modo más perfectamente de sus corazones el nefasto error, lo leí y contesté.

3. En ese libro, Pelagio llama gracia tan sólo a la naturaleza con que fuimos creados libres. Pero no sólo no la menciona, sino que dice hartas cosas contra la gracia de que la Santa Escritura con innumerables testimonios afirma que nos justifica, es decir, que nos hace justos; por la misericordia de Dios, nos ayuda en todas las obras buenas que hacemos o coronamos; esa gracia que las oraciones de los santos manifiestan con tanta claridad cuando piden a Dios las cosas que exige Dios. Afirma Pelagio, y lo defiende con ahínco, que la naturaleza humana puede bastarse por sola la libertad para obrar la justicia y cumplir todos los mandamientos de Dios. ¿Quién no ve, al leer ese libro, que de ese modo combate la gracia de Dios, de la que dice el Apóstol: ¡Infeliz hombre yo! ¿Quién me librará el cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por nuestro Señor Jesucristo1. ¿Quién no ve que así no se deja lugar al socorro divino, por el que debemos orar y decir: No nos dejes caer en la tentación?2 ¿Quién no ve que el Señor habría dicho sin causa al apóstol Pedro: He rogado por ti para que no desfallezca tu fe3, si todo esto se cumple sin el auxilio de Dios y por sólo el poder de la voluntad?

4. Con estas disputas perversas e impías se contradicen las oraciones en que pedimos al Señor todo lo que leemos y creemos que le pidieron los santos. Además se contradicen nuestras bendiciones, pues a veces invocamos a Dios sobre el pueblo, pidiendo para él y deseándole que le haga abundar en caridad recíproca y hacia todos los demás4, y le conceda, según las riquezas de su gloria, ser corroborado en virtud por el Espíritu de Dios5. Pedimos a Dios que lo llene de gozo y paz en la fe, que abunde en esperanza y poder del Espíritu Santo6. Sabemos que el Apóstol pidió a Dios estas cosas. Mas ¿para qué las pedimos, si ya nuestra naturaleza, creada libre, se puede dar a sí misma todo esto por su propia voluntad? Dice el Apóstol: Los que son guiados por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. ¿Para qué lo dice, si somos guiados por el espíritu de nuestra naturaleza para hacernos hijos de Dios? Escrito está: Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados más de lo que podéis, sino que con la tentación os dará el éxito para que podáis resistir7. ¿Para qué se escribe eso, si fuimos creados de manera que por el poder de la libertad podernos resistir y superar todas las tentaciones?

5. ¿A qué citar más cosas a tu santidad? Siento que soy pesado. Además, has de oír mi carta por medio de intérprete. Si amas a Pelagio, ámete él también, y ámese más a sí propio, y no te engañe. Cuando oís que confiesa la gracia de Dios y el auxilio de Dios, pensáis que dice lo mismo que vosotros aprendisteis en la norma católica, porque ignoráis lo que ha escrito en su libro. Por eso os envío el libro suyo y uno mío en el que le contesto. Ahí verá vuestra venerabilidad a qué llama él gracia y auxilio de Dios cuando yo le objete que contradice a la gracia y auxilio de Dios. Enseñándole, exhortándole y orando por la salud que debe tener en Cristo, haz que confiese aquella gracia de Dios que confesaron los santos, como puede probarse, cuando pedían a Dios aquellas cosas que Dios les mandaba hacer. Dios nos las exige para demostrar que tenemos voluntad. Pero no se las pediríamos a Dios sino para probar que es socorrida nuestra debilidad de voluntad por aquel que da el precepto.

6. Pregúntale claramente si cree que debemos orar a Dios para no pecar. Si no le agrada esa oración, lee en sus oídos las palabras del Apóstol, que dice: Oramos a Dios para que no hagáis mal alguno8. Pero, si le place una tal oración, pregone abiertamente la gracia que nos ayuda, para que él mismo no produzca un gran mal. Porque todos los que son liberados lo son por esta gracia de Dios mediante Jesucristo nuestro Señor. Nadie puede librarse de manera ninguna si no es por ella. Por eso está escrito: Como en Adán todos mueren, así en Cristo todos serán vivificados9. No quiere decir que nadie será condenado, sino que nadie se salvará por otro medio. Porque, así como nadie es hijo del hombre sino por Adán, así nadie es hijo de Dios sino por Cristo. Diga, pues, también Pelagio claramente qué opina acerca de este punto: si confiesa que se libran por la gracia de Cristo los niños, que aún no pueden querer o no querer la justicia por razón de aquel hombre por el que el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó ésta a todos los hombres, en quien todos pecaron10; si cree que también por ellos derramó su sangre Cristo por razón del pecado original, pues fue derramada en remisión de los pecados11. Sobre esos puntos en especial deseamos conocer qué cree Pelagio, qué es lo que defiende, confiesa y predica. Se le podrá tolerar más fácilmente en los otros puntos que se le objetan, hasta que se corrija, aunque se demuestre que está equivocado.

7. Te suplico también que te dignes remitirme las actas eclesiásticas, en las que se dice que Pelagio se ha justificado. Te lo suplico en nombre de muchos obispos, pues la incierta fama nos perturba sobre ese punto. Te escribo sólo yo porque no he querido desaprovechar la ocasión del correo, que sale de aquí con prisas y oigo que podrá volver muy pronto. Pelagio nos ha remitido, no las actas o parte de ellas, sino una especie de defensa que escribió para contestar a las objeciones de unos galos. En esa defensa, omitiendo otras cosas, le acusan de haber dicho que el hombre puede, si quiere, vivir sin pecado y cumplir los mandamientos de Dios. Él contesta diciendo: "Ya lo hemos dicho: Dios le ha dado esa posibilidad. No hemos dicho que haya alguien que nunca haya pecado desde la infancia hasta la senectud; sino que, una vez convertido de sus pecados, con su propio trabajo y con la ayuda de la gracia de Dios, puede vivir sin pecado, y que, a pesar del pecado, puede convertirse en el futuro".

8. Ya advierte tu reverencia en esta contestación de Pelagio que él confiesa que el hombre no vive sin pecado en la primera parte de su vida, que es la infancia; pero que con su propio trabajo y con la ayuda de la gracia de Dios puede convertirse a una vida sin pecado. ¿Por qué entonces, un ese libro al que yo contesté, dice que hay acá abajo una vida exenta en absoluto de pecado? Sus palabras sobre la cuestión son éstas: "Esto puede decirse con razón de aquellos cuyos bienes o males no menciona la Escritura. Pero, cuando recuerda la justicia de algunos, recordaría también mis pecados, si creyera que habían pecado en algo. Admitamos que la Escritura haya omitido en otros tiempos los pecados de todo el mundo por ser innumerable el pueblo. ¿Qué diremos del mismo principio del mundo? ¿Por qué no quiso la Escritura mencionar las palabras de todos? ¿Sería por causa de una inmensa muchedumbre que aún no existía? ¿O es que se acordó tan sólo de aquellos que pecaron, y no pudo acordarse de quien nunca pecó? En verdad, al principio vivían Adán y Eva. Al nacerles Caín y Abel, no había en la tierra más que cuatro hombres. Pecó Eva, y la Escritura lo denunció. Pecó también Adán, y la Escritura no lo ocultó. También atestiguó la Escritura que pecó Caín. No sólo indica sus pecados, sino que declara también la calidad de los mismos. Luego, si también Abel hubiese pecado, la escritura sin duda lo hubiese declarado. No lo declaró. Luego Abel no pecó".

9. He acotado del libro de Pelagio esas palabras. Tu santidad podrá verlas en el mismo texto; así podréis entender cómo habéis de creer a quien niega también las otras cosas. Quizá diga que Abel no pecó, pero que tuvo pecado, y, por ende, no puede compararse con el Señor, único que vivió en carne mortal sin pecado; porque Abel tenía el pecado original heredado de Adán, si bien él no cometió ningún pecado actual. ¡Ojalá diga por lo menos eso, ya que así podremos por ahora creer que sustenta una opinión segura sobre el bautismo de los niños! Y puesto que dice "desde la infancia hasta la senectud", quizá quiera decir que Abel no pecó porque no se sabe por la Escritura que llegara hasta la senectud. No se ve eso en sus palabras. Dice que la primera parte de la vida es pecadora, mientras que en la segunda puede vivirse sin pecado. Asegura que no ha dicho "que haya alguien que nunca haya pecado desde la infancia hasta la senectud; sino que, una vez convertido de sus pecados, con su propio trabajo y con la ayuda de la gracia de Dios, puede vivir sin pecado". Sin duda, cuando dice "convertido de sus pecados", muestra que la primera vida transcurre entre pecados. Confiese, pues, que Abel pecó, pues vivió en este siglo la primera vida, que no carece de pecados, según su propia confesión. Y luego dé un vistazo a su libro, pues en él consta que dijo lo que ahora, en esa defensa, afirma que no dijo.

10. Quizá niegue que es suyo ese libro o el pasaje de ese libro. Yo tengo acá testigos idóneos, varones nobles y fieles, que sin duda le aman, y con su testimonio me puedo justificar. Ellos me dieron el libro. En ese libro se lee el pasaje acotado, y ellos me dijeron que el libro era de Pelagio. Esto me bastará para que no diga que el libro lo he escrito yo o lo he interpolado. Cada cual elija entre ellos a quien quiera, y no me toca a mí discutir más sobre eso. Te rogamos que le transmitas por ti mismo el libro, si dice que no sustenta esas opiniones contra la gracia de Cristo que le han objetado. Porque esa defensa escrita por él es tan velada, que nuestro regocijo será grande si no engaña con ninguna ambigüedad de palabras a vuestra santa prudencia, que no conoce otros escritos de Pelagio. Y entonces nos importará muy poco saber si nunca ha sustentado tales opiniones o se ha corregido ya de ellas.