CARTA 178

Traducción: Lope Cilleruelo

A Hilario

Año 4161

A Hilario, señor beatísimo, hermano venerable en la verdad de Cristo y consacerdote, Agustín, salud en el Señor.

1. Nuestro honorable hijo Pelagio, al zarpar de nuestras playas, me ha pedido un favor, y más bien me lo ha hecho. Quiere que yo le encomiende a tu benignidad y a mí mismo me encomiende a tus oraciones, señor beatísimo y honorable hermano en la verdad de Cristo. Yo lo hago, y sin duda tu caridad ejecutará lo que ambos esperamos de ti. Sé que vuestro amor por nosotros es tan solícito como el nuestro por vosotros, pero el mencionado correo dirá a tu santidad cómo van nuestras cosas. Voy a resumir brevemente lo que es más necesario. Pretende levantarse contra la Iglesia de Cristo una nueva herejía enemiga de la gracia de Cristo; pero no ha sido amputada oficialmente de la Iglesia. Es la herejía de los hombres que tanto poder quieren atribuir a la debilidad humana, que a la gracia de Dios le reservan únicamente el habernos creado libres, capaces de no pecar, y el habernos dado los mandamientos que nosotros cumplimos, porque para guardar y cumplir estos mandamientos no necesitamos de ninguna ayuda divina. Dicen que necesitamos la remisión de los pecados porque no podemos dar por no hechas aquellas malas obras que ejecutamos en el pasado. Pero afirman que en adelante la voluntad humana por su poder natural y sin ayuda de la gracia de Dios se basta para evitar y vencer los pecados futuros y para superar con su virtud todas las tentaciones. Añaden que los niños no necesitan de la gracia del Salvador, que por el bautismo nos libra de la perdición, porque ningún contagio de condenación heredaron de Adán.

2. Todas estas proposiciones son enemigas de la gracia de Dios, que fue concedida al género humano por Jesucristo nuestro Señor, y se encaminan a destruir los fundamentos de toda la fe cristiana. Eso lo ve con nosotros tu venerabilidad. Pero debemos ponerlo en vuestro conocimiento para que con cautela pastoral huyáis de esos hombres, si bien nosotros queremos y anhelamos que sean sanados dentro de la Iglesia, antes de que sean amputados de ella. Antes de escribiros esta misiva, sabíamos que un concilio episcopal do la Iglesia cartaginesa había dado contra ellos un decreto que había de ser presentado por carta al venerable papa Inocencio. También nosotros habíamos escrito a la misma Sede Apostólica desde el concilio de Numidia.

3. Todos los que tenemos esperanza en Cristo debemos hacer resistencia a esta impiedad pestífera, condenarla y anatematizarla de común acuerdo. Ella está en contradicción con nuestras oraciones. Nos permite decir: Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores1. Pero nos lo permite, afirmando al mismo tiempo que el hombre, en este cuerno corruptible que abruma al alma, puede con sus fuerzas llegar a tan alta justicia que ya no le sea necesario decir: Perdónanos nuestras deudas. Las palabras que siguen: No nos dejes caer en la tentación2, no las entienden como si Dios hubiese de ser implorado para que nos ayude a superar las tentaciones de los pecados, sino para que ningún accidente corporal e imprevisto nos aflija. Porque el vencer las tentaciones de los pecados lo ha dejado un Dios en nuestro poder por posibilidad de la misma naturaleza, de modo que hemos de pensar que sería vano el pedirlo en la oración. No podemos, en una carta de las pequeñas, recoger todos o los más de los argumentos de esa gran iniquidad. Además, mientras te estaba escribiendo, los correos iban a hacerse ya a la vela y no me permitían alargarme. Pero estimo que no fui oneroso para tus sentidos santos al verme compelí do a hablar de tamaña peste. Hemos de evitarla con la mayor vigilancia, con la ayuda de Dios.