CARTA 177

Traducción: Lope Cilleruelo

A Inocencio

Año 416

Aurelio, Alipio, Agustín, Evodio y Posidio, a Inocencio Papa, señor beatísimo y justamente honorabilísimo hermano, salud en el Señor.

1. Desde los dos concilios de la provincia cartaginesa y númida, hemos enviado a tu santidad cartas firmadas por un gran número de obispos contra los enemigos de la gracia de Cristo. Confían en su virtud y dicen en cierto modo a nuestro Creador: "Tú nos hiciste hombres, pero nosotros nos hacemos justos". Dicen que la naturaleza humana es libre para no buscar Libertador, y salva, para tener por superfluo al Salvador. Afirman que esa naturaleza es tan válida, que, una vez en posesión de sus fuerzas en el origen de la creación, puede por su libertad, y sin auxilio ulterior de la gracia de quien la creó, domar y extinguir todas las concupiscencias y superar las tentaciones. Muchos de ellos se alzan contra nosotros y dicen a nuestra alma: No tiene salud en su Dios1. La familia de Cristo que ora diciendo: Cuando soy más débil, entonces soy fuerte2, espera también la ayuda del Señor por la caridad de tu veneración, con el corazón suspenso, con temor y temblor.

2. Hemos oído que en la ciudad de Roma, donde Pelagio vivió por largo tiempo, hay algunos que por diversas causas le favorecen; es decir, algunos que se dejaron persuadir por él, y muchos que no creen que él opine tal cosa. Especialmente porque se le juzgó sin culpa en el Oriente, donde ahora vive, según actas eclesiásticas allí levantadas. Si allí los obispos admitieron su ortodoxia, hemos de creer que no ha sido por otra razón sino por ésta: confesaba la gracia de Dios y que el hombre podía vivir justamente con su trabajo y voluntad, pero sin negar que a ello le obligaba la gracia de Dios. Oídas estas palabras, los obispos católicos no pudieron entender otra gracia de Dios, sino la que suelen leer en los libros de Dios y predicar a los pueblos de Dios, esa gracia de la que dice el Apóstol: No hago inútil la gracia de Dios. Pues si la justicia viene por la ley, luego Cristo ha muerto en vano3; esa gracia por la que somos justificados de nuestra iniquidad, salvados de nuestra debilidad; pero no la gracia por la que fuimos creados con propia voluntad. Si aquellos obispos hubieran entendido que Pelagio llamaba gracia a esa que tenemos en común con los impíos, pues somos hombres con ellos, y que negaba la gracia por la que somos cristianos e hijos de Dios, ¿quién de los sacerdotes católicos, no decimos que le hubiese escuchado, pero ni siquiera le hubiese tolerado en su presencia? Por eso no hemos de culpar a los jueces. Según la costumbre eclesiástica oyeron el nombre de gracia, sin advertir lo que estos hombres suelen difundir en los libros de su doctrina y en los oídos de sus amigos.

3. No se trata tan sólo de Pelagio, pues quizá ya se haya corregido. Ojalá sea así. Se trata de muchos que con sus discusiones y charlatanerías arrastran, como con una cadena, a las almas débiles y simples, y cansan con su misma discusión a las fuertes y firmes en la fe, y que se han esparcido por doquier. Tu veneración ha de citar a Pelagio en Roma e interrogarle con diligencia a qué gracia se refiere, hasta que confiese, si es verdad que lo confiesa, que los hombres son ayudados para no pecar y para vivir rectamente. O, por lo menos, hay que discutir ese punto con él por medio de una carta. Si se comprueba que se refiere a la gracia propuesta por la verdad eclesiástica y apostólica, hemos de absolverle sin escrúpulo alguno de la Iglesia y sin la menor sombra de ambigüedad, y hemos de alegrarnos de la limpieza de su fe.

4. Pero supongamos que dice que la gracia es la libertad, o la remisión de los pecados, o el precepto de la ley. Entonces no se refiere a esa gracia que nos permite dominar las concupiscencias y tentaciones administrándonos el Espíritu Santo, pues lo derramó generosamente sobre nosotros4 aquel que, al subir al cielo y llevar cautiva la cautividad, otorgó dones a los hombres5. Cuando oramos para poder superar las tentaciones y los pecados, oramos para que el Espíritu de Dios, cuyas garantías hemos recibido6, fortalezca nuestra debilidad7. El que ora diciendo: No nos dejes caer en la tentación, no ora para ser hombre, pues ya lo es por naturaleza. Ni ora para adquirir la libertad, pues ya la recibió al ser creada la naturaleza misma. Ni pide la remisión de los pecados, pues antes había dicho ya: Perdónanos nuestras deudas8. Ni ora para recibir un mandamiento, sino para cumplirlo. Porque si fuere inducido a la tentación, es decir, si desfalleciere en la tentación, comete un pecado, y eso es contra el mandamiento. Ora, pues, para no pecar, para no obrar mal: eso es lo que el apóstol Pablo pide para los corintios diciendo: Oramos al Señor para que no obréis ninguno mal9. Luego bien claro está que, aunque no se niega la libertad, sus poderes no bastan para no pecar, es decir, para no obrar el mal, si no es socorrida la debilidad. Luego la oración misma es ya una evidente testificación de la gracia: confiésela Pelagio, y nos alegraremos de su fe o de su corrección.

5. Hay que distinguir la ley y la gracia. La ley sabe mandar; la gracia, ayudar. No mandaría la ley si faltase la voluntad, ni ayudaría la gracia si se bastase la voluntad. Se nos manda tener entendimiento, cuando se dice: No queráis ser como el caballo y el asno, que no tienen entendimiento10; y, sin embargo, para tener entendimiento oramos cuando decimos: Dame entendimiento para aprender tu mandamiento11. Se nos manda tener sabiduría, diciendo: Necios, sabed al fin12. Y, sin embargo, para tener sabiduría, se ora cuando se dice: Si alguno de vosotros necesita sabiduría, pídala a Dios, que la da generosamente y sin reproche, y se la dará13. Se nos manda tener continencia, diciendo: Tened ceñidos vuestros lomos14. Y, sin embargo, se ora para tener la continencia, cuando se dice: Sabiendo que nadie puede ser continente si Dios no se lo da, y que la sabiduría estaba en saber cuyo es este don, me presenté al Señor y le supliqué15. En fin, para no alargarnos en recorrerlo todo, se nos manda que no obremos el mal, diciendo: Apártate del mal. Y, sin embargo, se ora para no hacer el mal, cuando se dice: Oramos al Señor para que no obréis ningún mal. Se nos manda hacer el bien, diciendo: Apártate del mal y haz el bien16. Y, sin embargo, se ora para hacer el bien, cuando se dice: No cesamos de orar y de pedir por vosotros. Y entre otras cosas que pide para ellos, dice: Para que llevéis una vida digna de Dios en todo beneplácito, en toda obra y palabra buena17. Luego, como reconocemos la libertad en el precepto, reconozca Pelagio la gracia en la oración.

6. Hemos enviado a tu reverencia un libro que nos entregaron unos siervos de Dios, adolescentes religiosos y de noble nacimiento, cuyos nombres no callaremos: se llaman Timasio y Jacobo. Según hemos oído, y humildemente ponemos en tu conocimiento, abandonaron las esperanzas que tenían en el siglo por las exhortaciones de Pelagio, y ahora sirven a Dios en continencia. Al leer una obrita nuestra y por inspiración del Señor, se libraron al fin de su error. Nos presentaron el libro, afirmando que era de Pelagio y suplicándonos que le contestásemos al punto. Ya está ejecutado. La respuesta se les ha dirigido a ellos mismos, y ya han acusado recibo dando las gracias. Te remitimos ambos, el libro al que hemos contestado y la contestación nuestra. Para no ser cargantes, hemos puesto señales en aquellos pasajes que humildemente ofrecemos a tu consideración: allí, al planteársele a Pelagio la objeción de que negaba la gracia de Dios, replica diciendo que esa gracia no es otra cosa que la naturaleza en la que Dios nos creó.

7. Si Pelagio niega que sea suyo el libro o esos pasajes del libro, no queremos discutir. Pronuncie el anatema contra esos pasajes y confiese con sencillez la gracia que afirma la doctrina cristiana, anunciando que es la propia de los cristianos, y que no consiste en la naturaleza, sino en la ayuda que salva a la naturaleza; y que no ayuda a la naturaleza cuando la doctrina suena en los oídos o mediante alguna otra ayuda visible, como ayuda el que planta o el que riega, sino que ayuda suministrando el espíritu y con una oculta misericordia, como hace Dios, que da el incremento18. Verdad es que con razón plausible se llama gracia de Dios a aquella por la que nos creó, para ser algo, y no algo como un cadáver, que no vive, o como un árbol, que no siente, o como un bruto, que no entiende, sino que nos creó hombres, dándonos el ser, la vida, la sensibilidad, la inteligencia y el poder agradecer a nuestro Creador tamaño beneficio. También esto se llama gracia con razón, pues no se nos donó por mérito de obras algunas precedentes, sino por gratuita bondad de Dios. Pero es muy otra la gracia por la que somos predestinados, llamados, justificados y glorificados, para que podamos decir: Si Dios en nuestro favor, ¿quién contra nosotros? El cual no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros19.

8. De esta segunda gracia se trataba cuando aquellos a quienes Pelagio ofendía y perturbaba gravemente le reprochaban que él la combatía en sus disputas, cuando afirmaba que por la libertad se bastaba a sí misma la naturaleza humana, no sólo para ejecutar, sino también para consumar los mandamientos divinos. La doctrina apostólica da con razón este nombre de gracia a aquella por la que somos salvados y justificados mediante la fe de Cristo. De ella está escrito: No hago inútil la gracia de Dios. Porque, si la justicia viene por la ley, luego Cristo murió en vano20. Os habéis separado de Cristo los que sois justificados en la ley; os habéis amputado de la gracia21. Y si es gracia, no viene de las obras: pues en otro caso la gracia ya no es gracia22. Al que trabaja no se le da la recompensa según gracia, sino según deuda; en cambio, al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, esa fe se le reputa como justicia23. Muchos otros textos hay que tú mismo puedes recordar, entender con mayor prudencia y exponer con mayor brillantez. Y aunque aquella gracia por la que fuimos creados hombres pueda ser denominada así con razón, a nuestro ver, nos sorprendería leer que la llame así ningún libro canónico, ya sea profético, evangélico o apostólico.

9. Se le objetó, pues, a Pelagio acerca de esta gracia tan notoria a los cristianos, fieles y católicos, para que renunciase a combatirla. El mismo se plantea esa objeción en su libro, como si otro le atacase, y trata de sincerarse. Pero ¿qué contesta sino que la naturaleza del hombre creado canta 1a gracia del Creador, y que el hombre puede sin pecado consumar la justicia por la libertad con la ayuda de la gracia divina, en cuanto que Dios se lo otorgó al hombre por esa posibilidad de la naturaleza? Le replicamos, pues, con razón: Luego es inútil el escándalo de la cruz24. Luego Cristo ha muerto en vano. Si no hubiese muerto por nuestros delitos, y resucitado por nuestra justificación25, y subido al cielo y llevado cautiva a la cautividad para otorgar dones al hombre, ¿acaso les faltaría a los hombres esa posibilidad de la naturaleza que Pelagio defiende?

10. ¿Acaso no había mandamientos de Dios, y por eso murió Cristo? Por el contrario, el mandamiento era ya santo y justo y bueno26. Ya se había dicho: No codiciaras y amaras a tu prójimo como a ti mismo27; mandamiento, según las palabras del Apóstol, con el que se cumple toda la ley28. Y como nadie se ama a sí mismo si no ama a Dios, por eso dice el Señor que de esos dos mandamientos pende la ley entera y los profetas29. Ahora bien, esos dos mandamientos ya los tenía el hombre dados por Dios. ¿Acaso no se había prometido aún a la justicia un premio eterno? No dirá eso quien afirma en sus epístolas que también en el Antiguo Testamento se había prometido el reino de los cielos30. Luego para nacer y consumar la Justina ya había una posibilidad de naturaleza por la libertad, y había un mandamiento santo y justo y bueno de la ley de Dios, y había una promesa de premio eterno. Y entonces Cristo murió en vano.

11. Luego la justicia no se logra por la ley ni por la posibilidad de la naturaleza, sino por la fe y don de Dios mediante Jesucristo nuestro Señor, único mediador entre Dios y los hombres31. Si Él no hubiese muerto por nuestros delitos en la plenitud del tiempo y no hubiese resucitado por nuestra justificación, sin duda fuera inútil la fe, tanto la de los antiguos como la nuestra. Y una vez inutilizada la fe, ¿qué justicia le queda al hombre, pues el justo vive de la fe?32 Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, en quien todos pecaron33. Teniendo eso en cuenta, sin duda que nadie se libró o se libra del cuerpo de esta muerte, en el que hay otra ley que contradice a la ley de la mente, por una mera posibilidad (ya que ésta está perdida y necesita de Redentor; herida, y necesita de Salvador). Se libró o libra por la gracia de Dios mediante la fe en el único Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús34. El cual, siendo Dios; hizo al hombre y, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre y rehizo lo que El mismo hizo.

12. Pienso que Pelagio ignora que la fe de Cristo, que más tarde fue revelada, estuvo oculta en los tiempos de nuestros padres. Sin embargo, también por la gracia de Dios fueron liberados todos los que pudieron ser liberados en cualesquiera tiempos del género humano, por un juicio de Dios oculto, aunque no vituperable. Por lo cual dice el Apóstol: Teniendo et mismo espíritu de fe, es decir, el espíritu que tenían los antiguos, según lo que está escrito: Creí, por lo cual hablo35. Y nosotros creemos, y por eso hablamos. Por lo cual el mismo Mediador dijo: Abrahán, nuestro padre, anheló ver mi día, y lo vio y se regocijó36. Por eso también Melquisedec, al ofrecer el sacramento de la mesa dominical, comprendió que simbolizaba el eterno sacerdocio de Cristo37.

13. Se dio por escrito la ley, y dice el Apóstol que se implantó para que abundase el delito; y de ella añade: Si la herencia viene de Abrahán, no viene de la promesa, y, sin embargo, Dios se la dio a Abrahán por la promesa. ¿Qué decir entonces de la ley? Fue implantada por La transgresión, hasta que llegase el descendiente a quien se hizo la promesa, dispuesta por los ángeles en la mano del Mediador. El Mediador no es para uno solo, y Dios es único. ¿Es que se implantó la ley contra las promesas de Dios? No tal. Pero si la ley que se dio hubiese podido justificar, la justicia vendría en absoluto por la ley. Pero la Escritura lo comprendió todo bajo el pecado para que la promesa se diese a los creyentes por la fe de Jesucristo38. Por donde se ve con evidencia que con la ley se logró tan sólo que el pecado fuese conocido y por la prevaricación multiplicado, pues donde no hay ley no hay prevaricación39. Así, contra la victoria del pecado se recurrió a la divina gracia, que se contenía en las promesas. Por lo tanto, la ley no se alzaba ya contra las promesas de Dios: por ella se efectuaba el conocimiento del pecado, y la multiplicación de ese pecado cuando se quebrantaba la ley; y así, para lograr la liberación, se buscarían las promesas de Dios, que consisten en la gracia de Dios. Y por este medio empezaría el hombre a poseer la justicia, no la suya, sino la de Dios, es decir, la otorgada por un don de Dios. ¿Acaso no es así?

14. Algunos, ignorando la justicia de Dios, como entonces se dijo de los judíos, y queriendo construir la propia, no se subordinan a la justicia de Dios40. Creen que se justifican por la ley, pues les basta para guardarla la libertad, un decir, su justicia propia, que emana de la humana naturaleza, y que no es un don de la divina gracia, por lo que se la llama gracia de Dios. Por eso está escrito: Por la ley viene el conocimiento del pecado. Pero ahora la justicia de Dios se ha manifestado sin la ley, testificada por la ley y los profetas41. Cuando dice que se ha manifestado, muestra que antes estaba, pero oculta, como aquella lluvia que pidió Gedeón y se ocultaba en el vellocino. En cambio, ahora está como en la era, esto es, manifiesta42. La ley sin la gracia no hubiese podido ser muerte del pecado, sino virtud del mismo, y así se dijo: Aguijón de la muerte es el pecado, pero virtud del pecado es la ley43. Muchos huyen de la faz del pecado dominador a la gracia, que ahora está patente como en la era; pero eran pocos los que entonces acudían a ella, porque estaba latente como en el vellocino. Esta distribución de los tiempos atañe a la profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios, de la que está escrito: ¡Cuan inescrutables son sus juicios y misteriosos sus caminos!44

15. Antes del tiempo de la ley y en el tiempo mismo de la ley, a los padres que vivían de la fe no les justificaba la posibilidad de la naturaleza débil e indigente, viciada y vendida al pecado, sino la gracia de Dios por la fe. Y ahora, una vez revelada y manifestada a la publicidad, ella es la que justifica. Por lo tanto, anatematice Pelagio sus escritos, en los que disputa contra ella quizá no por contumacia, pero sí por ignorancia, y en los que defiende la posibilidad de la naturaleza para vencer el pecado y cumplir la justicia. Si dice que los libros no son suyos o que sus enemigos han interpolado pasajes que no son suyos, anatematícelos y condénelos por la paterna exhortación y autoridad de tu santidad. Si quiere, dé fin a ese escándalo, oneroso para sí mismo y pernicioso para la Iglesia, ya que su auditorio y los que perversamente le aman no cesan de difundir por doquier el escándalo. Si éstos reconocen ese libro y saben o creen que es de Pelagio, descubrirán que Pelagio lo ha anatematizado y condenado por la autoridad de los obispos católicos, y en especial por la de tu santidad, que a los ojos de Pelagio es, sin duda, mayor que la nuestra. No osarán en adelante, a nuestro juicio, hablar contra la gracia de Dios, que se reveló por la pasión y resurrección de Cristo, y no turbarán ya los corazones fieles y sencillamente cristianos. Por el contrario, con ayuda de la misericordia del Señor, unidos a nosotros en caridad y por tus oraciones impregnadas de piedad, confiarán, no en su propia virtud, sino en la misma gracia, para que sean no sólo bienaventurados para siempre, sino también justos y santos. Por todo lo cual uno de nosotros ha escrito una carta contestando a otra que Pelagio le remitió por un cierto diácono oriental, ciudadano de Hipona, para justificarse. Hemos creído que era mejor remitirla a tu beatitud, esperando y pidiendo que te dignes remitírsela tú. No se desdeñará de leerla, atendiendo a quien me la remite más bien que a quien la escribió.

16. Dicen ellos también que el hombre puede vivir sin pecado y guardar, si quiere, los mandamientos de Dios con facilidad. Al parecer, eso se puede tolerar cuando se afirma que tal acontece con el auxilio de la gracia, aunque esa gracia es la que se otorgó y reveló por la encarnación del Unigénito de Dios. Pero puede preguntarse dónde y cuándo esa gracia logra de nosotros que vivamos sin pecado alguno. ¿Es acaso en esta vida, en la que la carne codicia contra el espíritu, o en la otra vida, cuando se realizará la palabra que está escrita: "¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?" Porque el aguijón de la muerte es el pecado45. Esto hay que discutirlo con mayor cuidado. Porque algunos han opinado y enseñado en sus cartas que también en esta vida puede el hombre vivir sin pecado, no desde el principio de su nacimiento, sino desde su conversión del pecado a la justicia, de su vida réproba a una vida bienaventurada. Así entienden lo que está escrito de Zacarías e Isabel, a saber, que caminaban en todas las justificaciones del Señor sin reproche. Cuando aquí se dice sin reproche, ellos entienden "sin pecado". No niegan, sino que, como se ve en otros lugares de sus escritos, confiesan piadosamente el socorro de la gracia de nuestro Dios, gracia que no consiste en el espíritu del hombre, sino en el Espíritu principal de Dios. Sin embargo, parece que no lo han considerado bien: Zacarías era sacerdote y la ley de Dios exigía a todos los sacerdotes de entonces el ofrecer ante todo un sacrificio por sus propios pecados y después por los del pueblo46. Ahora el sacrificio de la oración nos convence de que no podemos vivir sin pecado, pues se nos exige decir: Perdónanos nuestras deudas. Del mismo modo, entonces el sacrificio de víctimas animales demostraba que los sacerdotes no vivían sin pecado, ya que se les exigía inmolar por sus propios pecados.

17. Quizá progresemos en esta vida por la gracia del Salvador, mermando la concupiscencia y aumentando la caridad, y nos perfeccionemos en la otra vida, ya extinguida la concupiscencia y perfecta la caridad. En ese caso, aquel texto que dice: Quien ha nacido de Dios no peca, hay que entenderlo exclusivamente de la caridad, que es la única que no peca. Porque el nacimiento, que proviene de Dios, sólo tiene que ver con la caridad, que debe crecer y consumarse, no con la concupiscencia, que debe disminuir y consumirse. Mientras ésta reside en nuestros miembros, contradice, por una ley propia suya, a la ley de la mente. Pero el nacido de Dios, que no obedece a los deseos de esa ley ni brinda a sus miembros como armas de iniquidad el pecado, puede decir: Yo no soy el que hago eso, sino que lo hace el pecado que habita en mí47.

18. Pero sea lo que sea de esa cuestión. Aunque nadie en esta vida carece de pecado, se dice que puede eso realizarse con la ayuda de la gracia y del Espíritu de Dios, y hay que procurar y suplicar a Dios que así sea. En todo caso, es tolerable que nos equivoquemos en este punto. No es impiedad diabólica, sino error humano, afirmar cosas que debemos hacer y desear, aunque no se pueda demostrar lo que se afirma. Se afirma simplemente que puede ser lo que es de desear. Bástenos que en la Iglesia de Dios no se halle ningún fiel, sea la que sea la excelencia y aprovechamiento de su justicia, que ose decir que no es necesario rezar en la oración dominical perdónanos nuestras deudas, o que ose decir que ya no tiene pecado, para que no se engañe a sí mismo y la verdad no habite en él48, aunque ya viva sin reproche. Aquí por reproche entendemos no cualquier minucia de tentación humana, sino un pecado grave.

19. Respecto a otras objeciones opuestas a Pelagio, tu beatitud juzgará de ellas según las respuestas que él dio, y que están en las actas. Habrá de perdonarnos la suavidad mansísima de tu corazón porque enviamos a tu santidad una carta más prolija quizá de lo que tú quisieras. No lanzamos nuestro arroyuelo para aumentar la riqueza de tu fuente, pero la tentación en esta coyuntura es grande; líbrenos de ella aquel a quien decimos: No nos dejes caer en la tentación. Y en esta tentación, hemos querido que nos digas que también nuestro arroyo, aunque pequeñito, procede de la misma fuente que el tuyo copioso. Queremos asimismo que nos consueles en tu carta atestiguándonos la común participación en la última gracia.