CARTA 53

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Controversia donatista.

Fortunato, Alipio y Agustín saludan en el Señor a Generoso, hermano amadísimo y honorable.

¿Hipona? Hacia el año 400.

1 1. Ya que quisiste que conociéramos la carta, que te dio el presbítero de los donatistas (aunque tú te rías de ella con ánimo católico), te pedimos que le enseñes nuestra contestación. Así mirarás por él, si no está desesperadamente loco. Escribe él que un ángel le mandó mostrarte el orden de cristiandad de vuestra ciudad, siendo así que tú tienes no sólo el orden de cristiandad de la ciudad esa, ni tan sólo del África o de los africanos, sino de todo el mundo. Ella fue anunciada, y sigue siéndolo, en todas las naciones. A los donatistas les parece poco no avergonzarse de vivir separados y de no volver a la raíz, cuando pueden. Quieren llevar a otros a la separación y se esfuerzan por destinarlos al fuego como la leña seca. Supongamos que a ti se te hubiese presentado un ángel, como él (a nuestro parecer) finge que se le presentó por tu causa, y te hubiese dicho eso mismo que te dice este donatista por mandato del ángel. Tú deberías recordar la sentencia apostólica que dice: Aunque yo, o un ángel del cielo, os evangelice algo, fuera de lo que os he evangelizado, sea anatema1. A ti se te ha evangelizado, por boca del mismo Jesucristo, que el Evangelio será anunciado a todas las gentes y entonces vendrá el fin2. Se te ha evangelizado, por medio de las letras proféticas y apostólicas, que las promesas se dieron a Abrahán y a su linaje, que es Cristo3, cuando le dijo Dios: En tu linaje serán bendecidas todas las naciones4. A estas promesas te atienes. Supongamos, pues, que un ángel del cielo te dijese: «Deja la cristiandad del orbe terráqueo y entra en el partido de Donato, cuyo orden se te expone en una carta del obispo de tu ciudad». Ese ángel debería ser anatematizado, porque eso sería una invitación a separarte del todo y a reducirte a una parte, alejándote de las promesas de Dios.

2. Si vamos a considerar el orden de los obispos que se van sucediendo, más cierta y consideradamente empezaremos a contar desde Pedro, figura de toda la Iglesia, a quien dijo el Señor: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no la vencerán5.

A Pedro sucedieron Lino, Clemente, Anacleto, Evaristo, Sixto, Telesforo, Higinio, Aniceto, Pío, Sotero, Alejandro, Víctor, Ceferino, Calixto, Urbano, Pontiano, Antero, Fabián, Cornelio, Lucio, Esteban, Sixto, Dionisio, Félix, Eutiquiano, Cayo, Marcelo, Eusebio, Melquíades, Silvestre, Marco, Julio, Liberio, Dámaso, Siricio, Anastasio. En este orden de sucesión no se encuentra ningún obispo donatista. Sólo recientemente enviaron de improviso una persona ordenada que con unos pocos africanos se ganó en Roma el apelativo de montenses o cutzupitas.

3. Aunque en ese orden de obispos que va de Pedro a Anastasio, actual ocupante de aquella cátedra, se hubiese deslizado durante la persecución algún traidor de los libros, no sentaría prejuicio contra la Iglesia ni contra los inocentes cristianos, a quienes el Señor advirtió acerca de los malos jefes: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen; porque dicen y no hacen6. Así está garantizada la esperanza fiel. Esta no estriba en el hombre, sino en Dios; nunca podrá ser derrocada por la tempestad de un cisma sacrílego, como fueron derrocados estos donatistas, que en sus santos códices leen los nombres de las iglesias a quienes los apóstoles escribieron, y no tienen en ellas obispo alguno. ¿Hay cosa más perversa y loca que decir «La paz sea contigo» a los lectores de las epístolas, mientras están alejados de esas mismas iglesias a las que las epístolas fueron escritas?

2 4. Pero para que ese donatista no se haga ilusiones del orden de los obispos de vuestra ciudad de Constantina, léele las actas que se levantaron en presencia de Munacio Félix. Durante la persecución era flamen perpetuo, encargado de las finanzas de vuestra ciudad, siendo cónsules Diocleciano por octava vez y Maximiano por séptima, el 22 de mayo. Allí se consignó sin ambigüedad que el obispo Pablo fue traidor y entregó los libros; su subdiácono Silvano fue traidor con él, entregando los instrumentos del Señor, aun los que habían sido ocultados con toda diligencia (una ampolla de plata y una lámpara de plata), hasta el punto de que un cierto Víctor le dijo: «Habrías muerto si no las hubieses encontrado». El donatista, en la carta que te escribe, hace una ilustre conmemoración de este tal Silvano, que primero fue un traidor notorio y luego fue consagrado obispo de Constantina por Segundo Tigisitano, obispo de la sede primada. Dé paz el donatista a su orgullosa lengua y reconozca sus crímenes, sin ponerse a delirar acerca de los ajenos. Léele también, si quiere, las actas eclesiásticas de Segundo Tigisitano, levantadas en casa de Urbano Donato, en las que dejó al juicio de Dios a los traidores confesos: Donato Masculitano, Marino de las Aguas Tibilitanas, Donato de Ca-lama; con estos traidores confesos consagró obispo al citado traidor Silvano. Léele las actas levantadas ante el gobernador Cenófilo. Allí consta que un cierto Nundinario diácono, encolerizado contra Silvano, que le había excomulgado, declaró todo esto ante los jueces: todo quedó más patente que la luz con documentos fehacientes, declaraciones de testigos, lectura de actas y numerosas cartas.

5. Hay muchas otras cosas que pudieras leerle si desea escuchar con cordura y no discutir por discutir. Ahí están los ruegos de los donatistas a Constantino para que enviase obispos de la Galia a juzgar el pleito planteado entre los africanos; las cartas del mismo emperador, en que envía los obispos a la ciudad de Roma; las actas levantadas en Roma sobre el proceso y discusión de la causa, realizados por los obispos que el emperador envío; otra carta en que el citado emperador declara que los donatistas se quejaron del juicio de sus colegas, es decir, de los obispos enviados a Roma por él; en ella se anuncia su voluntad de que otros obispos vuelvan a juzgar en Arles; en ella consta que los donatistas apelaron de este nuevo juicio al mismo emperador; en ella se manifiesta que el emperador juzgó la causa por sí mismo; en fin, en ella se declara con energía que los donatistas fueron aplastados por la inocencia de Ceciliano. Si quisiere, oirá, enmudecerá y dejará de socavar la verdad.

3 6. Nosotros no presumimos de estos documentos tanto como de las santas Escrituras, en las que está prometida la herencia de Cristo en todas las naciones hasta los últimos confines de la tierra7. Los que viven separados por este infame crimen, denuncian los crímenes que hay en la paja de la mies del Señor. Es necesario que se tolere la mezcla hasta el fin, hasta que en el último juicio sea beldada toda la era. Por donde es notorio que esos crímenes verdaderos o falsos, nada tienen que ver con el trigo del Señor, que hasta el fin del mundo debe crecer en todo el campo, es decir, en toda la tierra. Así lo manifiesta, no un falso ángel en el error donatista, sino el mismo Señor en el Evangelio8. Los cristianos inocentes están por todo el orbe mezclados con los cristianos malos, como con su correspondiente paja o cizaña. Dios ha retribuido pródigamente a estos donatistas, que echan en cara a los católicos tantos falsos crímenes y vanidades: condenaron en su concilio universal a los maximianistas, cismáticos suyos, que en Cartago anatematizaron a Primiano. Los condenaron porque bautizaban fuera de la comunión de Primiano y se dedicaban a rebautizar, a ejemplo de Primiano. Después de largo tiempo se vieron obligados por Opiato Gildoniano a readmitir a algunos de ellos en los honores del episcopado, a saber, a Feliciano Mustitano y a Pretextano Assuritano, con todos los fieles a quienes ellos habían rebautizado durante el tiempo de la excomunión. No se sintieron mancillados por unos hombres a quienes por boca propia excomulgaron como sacrílegos y criminales, a quienes compararon con aquellos otros cismáticos tragados vivos por la tierra9. Los recibieron de nuevo en su dignidad y viven en comunión con ellos. Despierten de una vez y consideren que es una ceguera y una locura decir que el mundo entero ha sido mancillado por los crímenes desconocidos de ciertos africanos, y que ha sido destruida la herencia de Cristo, prometida a todas las naciones, por la comunión contagiosa con los pecados de algunos africanos. Ellos no se sienten destruidos y mancillados por mantener la comunión con aquellos cuyos crímenes notorios juzgaron.

7. Dice el apóstol San Pablo por dos veces que el mismo Satanás se transfigura en ángel de luz. Por donde no es maravilla que sus ministros se transformen en ministros de justicia. Si ese donatista ha visto a algún ángel mensajero del error que pretendía separar a los cristianos de la unidad católica, ha sido víctima del ángel de Satanás transfigurado en ángel de luz. Y si miente y no ha visto tal ángel, él mismo es ministro de Satanás, transfigurado en ministro de justicia10. No obstante, si considera todo lo dicho y no quiere ser excesivamente perverso y contumaz, podrá librarse de toda seducción propia o ajena. Nosotros nos hemos reunido con esta ocasión que tú nos proporcionaste sin odio alguno, observando con él lo que nos recomienda el Apóstol: Es menester que el siervo de Dios no pleitee, sino que sea manso para con todos, dócil, paciente; que corrija con modestia a los que son de distinta opinión; porque puede Dios otorgarles arrepentimiento para conocer la verdad y advertir los lazos del diablo, pues están prisioneros de él y a su voluntad11. Si algo hemos dicho con aspereza, entienda él que nuestra reprensión tiene el valor de una corrección amorosa y no de una amargura contenciosa. Vive incólume en Cristo, amadísimo y honorable hermano. Amén.

Nota sobre las dos siguientes cartas

Los dos libros cuyo título es «A las consultas de Jenaro» contienen hartas lucubraciones acerca de los sacramentos que celebra la Iglesia universal y de los particulares, o que no se celebran con tradición uniforme por doquier. Aunque no pude tocar todos los puntos, satisfice modestamente a mi corresponsal. El primero de los dos libros es una carta, ya que en el epígrafe se dice a quién va enderezado. En la lista de los libros, lo coloqué como parte primera del siguiente, harto más prolijo y rico de contenido. En el primero, hablando del maná, afirmo «que a cada cual le sabía al paladar según su deseo»12. No hallo con qué demostrarlo, si no es con el libro de la Sabiduría, desprovisto para los judíos de autoridad canónica. En todo caso, el fenómeno hubo de limitarse a los judíos fieles; no pudo afectar a los que murmuraron contra el Señor, ya que no hubiesen apetecido otros manjares, si hubiese dependido de su gusto el sabor del maná. El libro comienza de este modo: «Quisiera que tú mismo contestaras...»