EL TRABAJO DE LOS MONJES

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Isaías Díez del Río, OSA

CAPÍTULO I

Origen de la obra. Actitud ociosa de algunos monjes de Cartago, y razones en que se basan

1. Cuanto más claro veo, santo hermano Aurelio, quién es el que por tu ministerio me solicita, tanto mejor comprendo mi obligación de responder a tu demanda. Porque en tu interior mora nuestro Señor Jesucristo. Él es quien te infunde esa preocupación de paterna y fraterna caridad. Él, valiéndose de tu voluntad y lengua para sus designios, me ordena consignar por escrito lo que yo pienso sobre el problema que me planteas. ¿Hemos de inhibirnos ante la licencia que se toman esos monjes, hijos y hermanos nuestros, que se niegan a obedecer al apóstol Pablo cuando les dice: quien no quiera trabajar, que no coma? 1 Asístame, pues, el Señor también a mí para que obedezca de manera que, por la utilidad y el fruto de mi trabajo, llegue a comprender que por su gracia he sido dócil a su voluntad.

2. Veamos, en primer lugar, los argumentos que aducen esos monjes que se niegan a trabajar. A continuación, si demostramos que están equivocados, veremos lo que puede hacerse para lograr su corrección. Afirman ellos que, cuando el Apóstol dice: quien no quiera trabajar, que no coma 2, no se refiere al trabajo físico, en el que se afanan campesinos y artesanos, ya que no puede contradecir al Evangelio en el que afirma el Señor: En razón de eso, os digo: no os acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para sustentar vuestra vida o de dónde sacaréis vestidos para cubrir vuestro cuerpo. ¡Qué! ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad las aves del cielo, cómo no siembran, ni siegan, ni tienen graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Pues no valéis vosotros mucho más sin comparación que ellas? Y ¿quién de vosotros a fuerza de discursos puede añadir un codo a su estatura? Y acerca del vestido, ¿a qué propósito inquietaros? Contemplad los lirios del campo cómo crecen: no labran, ni tampoco hilan. Sin embargo, yo os digo que ni Salomón en medio de toda su gloria se vistió con tanto primor como uno de estos lirios. Pues si una hierba del campo, que hoy es y mañana se echa en el horno, Dios así la viste, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Así que no vayáis diciendo acongojados: ¿Dónde hallaremos qué comer y beber? ¿Dónde hallaremos con qué vestirnos? Como hacen los paganos, los cuales andan ansiosos tras todas estas cosas; que bien sabe vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis. Así que buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura. No andéis, pues, acongojados por el día de mañana; que el día de mañana harto cuidado traerá por sí; bástele ya a cada día su propio afán 3.

He aquí un texto, argumentan ellos, en el que el Señor nos manda que esperemos confiados nuestro vestido y alimento. ¿Cómo podría el Apóstol sostener un pensamiento contrario al del Señor, exigiéndonos una actitud solícita por lo que hemos de comer, beber y vestir, mediante la imposición de trabajos, cuidados y oficios propios de los artesanos? Por lo tanto, cuando el Apóstol dice: quien no quiera trabajar, que no coma, hemos de referirlo, dicen ellos, al trabajo espiritual, del que afirma en otro lugar: según el don que a cada uno ha concedido el Señor. Yo planté, regó Apolo, pero Dios ha dado el incremento; y poco después: cada uno recibirá su propio salario a medida de su trabajo. Porque somos coadjutores del Señor; vosotros sois el campo de Dios, el edificio de Dios. Y yo, según la gracia que Él me ha dado, eché, cual perito arquitecto, el cimiento del edificio 4. Como el Apóstol trabaja plantando, regando, edificando y echando cimientos, así hay que entender el quien no quiera trabajar, que no coma. En efecto, ¿de qué sirve comer espiritualmente, esto es, alimentarse de la palabra de Dios, si con ello no se opera la edificación del prójimo? ¿Qué le aprovechó al siervo perezoso el esconder el talento que recibió, renunciando al lucro esperado por su señor? ¿No se lo quitaron al fin y le arrojaron a las tinieblas exteriores? 5 Así obramos nosotros, dicen ellos: nos ocupamos de la instrucción de los hermanos, que, cansados del mundanal ruido, vienen a nosotros para encontrar, a nuestro lado, la paz en la palabra de Dios, en la oración, en los salmos, himnos y cánticos espirituales. Les hablamos, consolamos, y exhortamos, intentando construir en su vida lo que, de acuerdo con su estado, descubrimos que todavía les falta por edificar. Si no realizásemos estas obras, con grave riesgo recibiríamos del Señor el mismo alimento espiritual. A esto es a lo que se refiere precisamente el Apóstol cuando afirma: quien no quiera trabajar, que no coma. En definitiva, en esto se basan esos monjes para creer acatar la doctrina del Apóstol a la par que la del Evangelio: en que, por una parte, piensan que el Evangelio prohíbe preocuparse por las necesidades corporales y temporales de esta vida; y, por otra, en que el Apóstol, cuando dice: quien no quiera trabajar, que no coma, habla de la comida y del trabajo espirituales.

CAPÍTULO II

Respuesta a base de las mismas palabras del Evangelio y del propio Apóstol

3. No se percatan estos monjes de que otro, con el mismo derecho, podría sostener que el Señor, hablando evidentemente en parábolas y comparaciones, se refiere al alimento y vestido espirituales, para que no vivan preocupados por ellos sus seguidores. Así se desprende de este otro texto evangélico: cuando os hicieren comparecer ante los tribunales, no penséis lo que habéis de hablar. Porque se os dará en aquella hora lo que habléis; no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros 6. Porque aquí evidentemente se habla de sabiduría espiritual; y les ordena que no se inquieten por ella, prometiéndoles que les será otorgada sin ellos preocuparse por ella. Sin embargo, el Apóstol, como es habitual en él, expresándose con mayor precisión, y hablando en sentido propio más que figurado, como podemos constatar en otros muchos, si no en todos, los pasajes de sus Cartas, cuando dice: quien no quiera trabajar, que no coma 7, se refiere expresamente al trabajo manual y a la comida material. Esto debería bastar a estos monjes para hacerles dudar de su interpretación. A menos que, examinando otras palabras del Señor, encuentren algún otro texto en el que se evidencie que el Señor mandó a sus discípulos no afanarse por el alimento y el vestido corporales cuando dice: no os preocupéis por lo que habéis de comer o beber o con qué os habéis de vestir; porque, si observan lo que, a modo de ejemplo, a continuación añade: porque todo eso lo buscan los gentiles 8, aparece claro que aquí el Señor se refiere a cosas corporales y temporales. Si el Apóstol hubiese dicho en una sola ocasión quien no quiera trabajar, que no coma, el sentido del texto podría ser motivo de discusión. Pero acontece que sobre este tema el Apóstol aclara su pensamiento hasta la saciedad en otros muchos pasajes de sus Epístolas. Por lo tanto, en vano se esfuerzan éstos por no ver ni dejar que otros vean. Con su actitud no solo rehúsan hacer el bien que ordena la caridad, sino también se niegan a entender al Apóstol o a dejar que otros le entiendan, no temiendo lo que está escrito: no quiso entender para obrar bien 9.

CAPÍTULO III

Las palabras de San Pablo en su contexto y el ejemplo de vida del Apóstol

4. Comenzaré, pues, por demostrar que el Apóstol quiso que los siervos de Dios realicen trabajos manuales, por los que como fin han de recibir una gran recompensa espiritual; de ese modo, además, no necesitarán recibir de nadie el alimento y el vestido, puesto que se lo procurarán con su propio esfuerzo. Después demostraré que no son contrarios al precepto y al ejemplo de San Pablo esos preceptos evangélicos, en los que esos monjes se basan para fomentar no solo su pereza, sino también su arrogancia. Veamos, pues, lo que dice el Apóstol antes de llegar a las palabras quien no quiera trabajar, que no coma. Del contexto y de las circunstancias del pasaje se nos aclarará el sentido de la frase. Dice así: Por lo que os intimamos, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de cualquiera de entre vuestros hermanos que proceda desordenadamente y no conforme a la tradición que ha recibido de nosotros. Pues bien sabéis vosotros mismos lo que debéis hacer para imitarnos; por cuanto no anduvimos desordenadamente entre vosotros, ni comimos el pan de balde a costa de otro, sino con trabajo y fatiga, trabajando de noche y de día por no ser gravosos a ninguno de vosotros. No porque no tuviésemos potestad para hacerlo, sino a fin de daros en nuestra persona un dechado que imitar. Así es que, aun estando entre vosotros, os imitábamos en esto; quien no quiere trabajar, tampoco coma. Porque hemos oído que andan entre vosotros algunos bulliciosos que no entienden en otra cosa que en indagar lo que no les importa. Pues a estos tales les apercibimos y les rogamos encarecidamente por nuestro Señor Jesucristo que, trabajando quietamente, coman su propio pan o el que ellos se ganen 10. ¿Qué podrá responderse a esto? Para que nadie en adelante pudiese interpretarlo según su capricho y no conforme exige la caridad, ilustró con su propio ejemplo el sentido de su prescripción. Dios le había facultado para vivir a expensas del Evangelio por su condición de apóstol, predicador del Evangelio, soldado de Cristo, plantador de la viña y pastor del rebaño. Él, sin embargo, se abstuvo de exigir el estipendio que se le debía, a fin de servir de modelo a los que pretendían exigir lo que no se les debía. Como se lo dice a los Corintios: ¿Quién pelea a sus propias expensas, planta una viña y no come de su fruto? ¿Quién apacienta un rebaño y no participa en la leche de las ovejas? 11 No quiere recibir lo que se le debe para, con su ejemplo, tener a raya a los que, gozando de menor autoridad que él en la Iglesia, pretendían exigir lo que, según ellos, se les debía. Por eso añade: no hemos comido gratis el pan de nadie, sino que de día y de noche hemos trabajado con sudor y fatiga para no ser gravosos. Y no porque no tuviésemos derecho, sino para serviros de modelo para que nos imitéis. Óiganlo esos a quienes el precepto les fue dado, y que no tienen en la Iglesia dignidad semejante a la de Pablo, pues pretenden contentarse con un trabajo espiritual y comer el pan gratuitamente, sin ganárselo con su trabajo físico. Recordemos las palabras del Apóstol: Mandamos y rogamos en Cristo que trabajen en silencio para comer su pan. Contra palabras tan claras del Apóstol no disputen, pues también esto entra a formar parte del silencio con que deben trabajar para comer su pan.

CAPÍTULO IV

Aclaración del pensamiento paulino con textos de otras epístolas

5. Me detendría en estudiar y exponer con mayor profundidad y diligencia el pasaje de referencia, si no tuviese en las Epístolas otros textos mucho más explícitos, con cuya confrontación se aclara mucho más la interpretación que venimos sosteniendo. Aunque el pasaje de referencia faltara, bastarían los que a continuación voy a citar para resolver la cuestión. Escribiendo Pablo a los Corintios sobre este mismo tema, se expresa así: ¿No soy yo libre? ¿No soy apóstol? ¿No vi a nuestro Señor Jesucristo? ¿No sois vosotros obra mía en el Señor? Si para los demás no soy apóstol, para vosotros lo soy. Sois el sello de mi apostolado en el Señor. Esa es la contestación que doy a quienes me preguntan. ¿No tengo yo derecho a comer y beber? ¿No tengo yo derecho a llevar una mujer hermana, como los otros apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas? 12

Observa que lo primero que aquí presenta Pablo es el derecho que tiene precisamente por ser apóstol. Comienza diciendo: ¿No soy libre? ¿No soy apóstol? Y prueba su condición de Apóstol, agregando: ¿No he visto a nuestro Señor Jesucristo? ¿No sois vosotros obra mía en el Señor? Una vez demostrada su condición de apóstol, declara que tiene el mismo derecho que los demás apóstoles, es decir, el derecho a estar exento del trabajo manual, y a vivir a expensas del Evangelio, como el Señor lo había establecido. Lo que seguidamente demuestra con el propio testimonio de su ejemplo. En efecto, ahí estaban esas mujeres cristianas que acompañaban a los apóstoles con sus bienes, con los que les mantenían, de forma que no tuviesen que preocuparse ellos de las necesidades materiales de la vida. Demuestra Pablo que él tenía el mismo derecho a hacer lo que los otros apóstoles hacían, pero advierte, un poco más adelante, que nunca quiso hacer uso de su derecho. Por cierto que algunos han entendido mal esa frase del Apóstol: ¿No tengo yo derecho a llevar conmigo a una mujer hermana?, y han traducido esposa en lugar de hermana. Les indujo a engaño la ambigüedad de la palabra griega, pues el mismo vocablo se utiliza para decir tanto mujer como esposa. Pero no deberían haberse confundido, ya que el Apóstol no dice tan solo mujer, sino mujer hermana; y no dice tomar mujer, sino llevar consigo una mujer. Otros traductores lo han interpretado bien, traduciendo mujer y no esposa.

CAPÍTULO V

La conducta de Pablo y de los Apóstoles imitaba el ejemplo de Cristo

6. Si alguien estima imposible que mujeres de intachable conducta acompañasen a los Apóstoles adondequiera que iban predicando el Evangelio, para suministrarles de sus bienes cuanto necesitaban para vivir, lea el Evangelio y reconozca que lo hacían imitando el ejemplo del mismo Jesús. Porque a nuestro Señor hubiesen podido servirle los ángeles. Pero, amoldándose, según costumbre de su misericordia, a los más débiles, tenía talega, y en ella se depositaba el dinero que los buenos fieles le ofrecían para el vital sustento. Esa escarcela se la encomendó a Judas, para que aprendiésemos en la Iglesia a tolerar a los ladrones, en el caso de no poder evitarlos. De Judas, en efecto, está escrito que sustraía lo que allí depositaban 13. Consintió Jesús que unas mujeres le acompañasen, para preparar y suministrar los artículos de necesidad, con el fin de enseñar con su ejemplo que las obligaciones del pueblo de Dios para con sus soldados -los heraldos del Evangelio y ministros del Señor- son similares a las que los habitantes de provincia tienen para con los soldados del emperador. Si alguien no quiere hacer uso de su derecho, como es el caso del apóstol Pablo, mayor es el beneficio que presta a la Iglesia, ya que no exige lo que se le debe, sino que gana con su trabajo el sustento cotidiano. Al mesonero evangélico, al serle entregado el herido, se le dijo: si algo más gastares, a la vuelta te lo pagaré 14. Algo más le costaba el sustento al apóstol Pablo, que vivía a sus expensas, como él mismo nos lo cuenta 15. En el Evangelio leemos: Después iba por las alquerías y villas predicando y evangelizando el reino de Dios. Y con Él iban los Doce y algunas mujeres a quienes había curado de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que había arrojado siete demonios, y Juana, mujer de Cusa, procurador de Herodes, y Susana, y otras muchas que con su hacienda les atendían 16. Imitando ese ejemplo del Señor, los Apóstoles recabaron el sustento que se les debía, y de ello habla claramente el mismo Señor: Id y predicad, diciendo que se acerca el reino de los cielos. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, arrojad los demonios. Gratuitamente dad, pues gratuitamente recibís. No poseáis oro, ni plata ni dinero en vuestra bolsa; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias ni cayado. Porque digno es el obrero de su alimento 17. He ahí las palabras con que el Señor estableció la norma que el Apóstol recuerda. El Señor dice precisamente que no lleven nada en el viaje, porque, en caso de necesidad, recibirán lo que necesiten de aquellos a quienes anuncian el reino de Dios.

CAPÍTULO VI

Esta concesión, no imposición, no era exclusiva de los Apóstoles

7. Para que nadie piense que esa concesión era exclusiva de los Apóstoles, vea lo que nos narra San Lucas: después de esto designó el Señor otros setenta y dos, y los envió de dos en dos a todas las ciudades y lugares adonde había de ir Él mismo. Y les decía: La mies es mucha, mas los trabajadores pocos. Rogad, pues, al Señor de la hacienda que envíe obreros a su mies. Id, he aquí que os envío como corderos entre lobos. No llevéis bolsillo, ni alforja, ni zapatos, ni os paréis a saludar a nadie por el camino. Al entrar en cualquier casa, decid ante todo: "La paz sea en esta casa"; que, si en ella hubiere algún hijo de la paz, descansará vuestra paz sobre él; donde no, tornará a vosotros. Y perseverad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan, pues el que trabaja merece su recompensa 18. Aquí se aprecia con claridad que no se trata de una imposición, sino de una concesión. Quien quiera hacer valer su derecho, puede hacerlo por ese privilegio del Señor. Si alguien no quiere, no va contra el precepto, sino que renuncia a su derecho. Obrando así, su conducta es más misericordiosa y generosa para el Evangelio, pues no quiere recibir lo que, según el Evangelio, le es debido. De no ser así, tendríamos que decir que el Apóstol obró contra el precepto del Señor; por eso vemos que, inmediatamente después de afirmar su derecho, añade: pero no he querido hacer valer mi derecho 19.

CAPÍTULO VII

El trabajo al que se refiere el Apóstol es de naturaleza física

8. Pero volvamos al orden que nos hemos impuesto y examinemos con cuidado todo el pasaje de la Epístola: ¿Acaso, dice, no tenemos derecho a comer y beber? ¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer hermana? 20 ¿A qué derecho se refiere sino al que otorgó el Señor a los que envió a predicar el Evangelio del reino de los cielos cuando les dijo: comed de lo que tengan? ¿Porque digno es el obrero de su galardón? 21 ¿No se presentó Jesús a sí mismo como ejemplo de ese derecho al permitir que unas fieles mujeres le suministrasen de sus bienes cuanto necesitaba? El apóstol Pablo va todavía más lejos, al incluir a sus coapóstoles como prueba de ese derecho otorgado por el Señor. Al decir: como los otros apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas, no lo hace como reprensión, sino para probar su propia renuncia a ese derecho, que quedaba demostrado por la costumbre de sus compañeros. ¿Acaso tan solo yo y Bernabé carecemos de ese derecho de no trabajar? 22 Con esta expresión arranca, hasta de los más torpes corazones, toda duda sobre la clase de trabajo al que se está refiriendo. Dice esto: ¿acaso tan solo yo y Bernabé carecemos de ese derecho de no trabajar?, precisamente porque todos los evangelistas y ministros de la palabra de Dios habían recibido del Señor la potestad de no trabajar con sus manos, sino de vivir del Evangelio, dado que sus actividades debían ser exclusivamente espirituales: la predicación del reino de los cielos y la edificación de la paz de la Iglesia. Nadie puede afirmar, por tanto, que se refiere a las actividades espirituales esta frase: ¿Acaso tan solo yo y Bernabé carecemos de ese derecho de no trabajar?, ya que todos los apóstoles tenían ese derecho. Quien pretende forzar y torcer los preceptos del Apóstol trayéndolos a su opinión, diga, si se atreve, que todos los evangelistas recibieron del Señor el derecho de no evangelizar. Si el suponer eso es la cosa más estúpida y absurda, ¿por qué no admiten lo que para todos es evidente, es decir, que recibieron la exención del trabajo físico, ese trabajo manual con el que uno se gana el sustento, porque digno es el obrero de su galardón 23, como dice el Evangelio? No eran solamente Pablo y Bernabé los que tenían el derecho de no trabajar; todos lo poseían. Pero ellos no lo utilizaban, siendo así más generosos con la Iglesia, porque creían que esta conducta estaba más en consonancia con los débiles de aquellos lugares en los que predicaban.

Y para que nadie pensase que Pablo reprendía a sus compañeros, añadió: ¿Quién hace la guerra a sus expensas? ¿Quién apacienta el rebaño y no participa de la leche de las ovejas? ¿Quién planta una viña y no come de sus frutos? ¿Es que hablo yo según el hombre? ¿Por ventura no lo dice la ley? En la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Acaso se ocupa Dios de los bueyes? ¿No dice esto por nosotros? Por nosotros se escribió, porque en esperanza debe arar el que ara, y también el que trilla en la esperanza de recoger fruto 24. Bien claramente indica el Apóstol con esas palabras que sus coapóstoles no usurpan derechos indebidos, cuando no trabajan físicamente, para cubrir las necesidades de la vida. Tal como el Señor lo había establecido, vivían del Evangelio al recibir gratuitamente el pan de aquellos a quienes gratuitamente predicaban la gracia. Recibían como soldados su estipendio; tomaban del fruto de la viña por ellos plantada lo que necesitaban; percibían la leche del rebaño que apacentaban, y el alimento de la era en que trillaban.

CAPÍTULO VIII

Se trata claramente de trabajo manual

9. Todavía lo expresa con mayor claridad, quitando toda clase de ambigüedad y de duda, diciendo: si entre vosotros hemos sembrado lo espiritual, ¿será mucho que recojamos lo carnal entre vosotros? 25 ¿Qué semillas espirituales sembró sino la palabra y el insondable misterio del reino de los cielos? ¿Y qué cosas carnales se permite recoger sino estos bienes temporales que se otorgan para hacer frente a la vida y a la indigencia de la carne? Pone de manifiesto, sin embargo, que ni buscó ni aceptó lo que se le debía, para no crear obstáculos al Evangelio de Cristo. ¿Qué nos queda sino entender que, para conseguir el sustento, Pablo trabajó en labores materiales con sus manos de carne y hueso? Si hubiese pretendido obtener el alimento y el vestido con sus actividades espirituales, recibiéndolos de aquellos a quienes edificaba en el Evangelio, no hubiese sacado esta consecuencia: si otros participaron de vuestra hacienda, ¿no tenemos nosotros mayor derecho? Pero no usamos de él, sino que todo lo toleramos para no crear un obstáculo al Evangelio de Cristo 26. ¿Qué derecho es ese que no utilizó, sino el que había recibido del Señor sobre los fieles, es decir, el derecho de percibir el fruto material con el que sustentar esta vida que vivimos en la carne? Derecho este que también disfrutaban aquellos que, a pesar de no ser los primeros en anunciarles el Evangelio, habían llegado, no obstante, más tarde a su Iglesia con esa misma intención de predicarlo. Dice pues: si hemos sembrado entre vosotros lo espiritual, ¿será mucho si recogemos entre vosotros lo carnal? Y añade: si los otros participan de vuestra hacienda, ¿no tenemos nosotros mayor derecho? Y, una vez demostrado el derecho que tenía, sigue: pero no usamos de él, sino que todo lo toleramos para no crear un obstáculo al Evangelio de Cristo. Que nos digan éstos cómo ganaba el Apóstol el sustento material con sus actividades espirituales, cuando él mismo nos dice que no quiso usar de su derecho. Y, si no conseguía el sustento vital con actividades espirituales, solo resta que lo ganara con el trabajo corporal. Por eso pudo decir: no he recibido gratuitamente el pan de nadie, sino que he trabajado día y noche con sudor y fatiga para no gravar a ninguno de vosotros. Y no porque no tuviese derecho, sino para serviros de modelo que pudieseis imitar 27. Precisa más: todo lo toleramos para no crear un obstáculo al Evangelio de Cristo.

CAPÍTULO IX

Aportan una prueba aún más clara las absurdas implicaciones

10. Vuelve de nuevo el Apóstol sobre el asunto, e insiste una y otra vez por todos los medios en probar el derecho que le asiste y, a su vez, su negativa en utilizarlo, diciendo: ¿no sabéis que los que trabajan en el templo comen de la hacienda del templo? ¿Los que sirven al altar, del altar participan? Así, el Señor estableció que los que anuncian el Evangelio, vivan del Evangelio. Pero yo ninguno de esos derechos he utilizado 28. ¿Hay palabras más explícitas y claras? Hasta temo que, por tratar yo de esclarecerlas, mi razonamiento oscurezca lo que de por sí es claro y manifiesto. Los que no entienden esas palabras o fingen no entenderlas, mucho menos entenderán las mías, o reconocerán que las entienden. A no ser que las mías digan entenderlas, porque de las mías son libres para burlarse de ellas, mientras que no les es permitido burlarse de las palabras del Apóstol. Por eso, cuando no pueden interpretar éstas en otro sentido, para hacerlas coincidir con su opinión, las que son claras y manifiestas elocuciones dicen que son oscuras e inciertas expresiones; y eso, porque no llegan a atreverse a calificarlas de malas y perversas. Clama el hombre de Dios: el Señor estableció que los que anuncian el Evangelio, vivan del Evangelio. Pero yo ninguno de esos derechos he utilizado. Pero la carne y la sangre se empeñan en pervertir lo recto, cerrar lo abierto y oscurecer lo claro, y así sentencian: trabajaba en obras espirituales y de ellas vivía. Si es así, efectivamente vivía del Evangelio. Pero, entonces, ¿por qué dice: el Señor estableció que los que anuncian el Evangelio, vivan del Evangelio. Pero yo ninguno de esos derechos he utilizado? Si este término vivir, que aquí se emplea, ha de referirse a la vida espiritual, el Apóstol no tenía esperanza alguna en Dios, pues no vivía del Evangelio, ya que dijo: ninguno de esos derechos he utilizado. Para abrigar esperanza cierta de la vida eterna, el Apóstol había de vivir espiritualmente del Evangelio. Por tanto, al decir: ninguno de esos derechos he utilizado, sin duda alguna quiere que refiramos a la vida -que se vive en la carne- lo que el Señor estableció. Y lo que el Señor estableció fue que los que anuncian el Evangelio, vivan del Evangelio; es decir, que se provean de lo necesario a costa del Evangelio, pues necesitan vestidos y alimentos. Eso mismo afirmó poco antes Pablo acerca de sus compañeros de apostolado, citando las palabras del Señor: digno es el obrero de su comida 29; y también: digno es el obrero de su galardón 30. Ahora bien, el Apóstol no recibió de aquellos a quienes evangelizaba esos alimentos y ese salario, destinados a sustentar esta vida, y que los evangelistas estaban autorizados a percibir. Por eso dice la verdad al afirmar: yo no he hecho uso de ninguno de estos derechos.

CAPÍTULO X

Razones de Pablo para no vivir a costa del Evangelio

11. El Apóstol prosigue en su exposición, y, por si alguien sospecha que él no recibió esas donaciones porque nadie se las ofertó, continúa diciendo: no escribo esto para que obréis así conmigo; para mí la muerte es preferible a que nadie destruya mi gloria. ¿De qué gloria habla sino de la que quería tener ante Dios sufriendo en Cristo con los débiles? Por eso dice a continuación: por evangelizar no me corresponde la gloria, puesto que me urge la necesidad 31, es decir, la necesidad que se me impone para poder sustentar mi vida. Por eso añade: ¡ay de mí si no evangelizare!; es decir, si no evangelizo, lo pasaré mal, porque me atormentará el hambre y no tendré de qué vivir. Después prosigue diciendo: si lo hago espontáneamente, merezco galardón. Dice que lo hace espontáneamente cuando lo hace sin que le urja necesidad alguna de atender a los menesteres de esta vida, y que por eso merece galardón, el galardón de la vida eterna, que le dará Dios. Si lo hago obligado, se me ha concedido la dispensación 32. Es decir, si me veo forzado a evangelizar por la necesidad de sustentar mi vida, esa es una misión que me ha sido confiada. Esto significa que, si ejerzo el ministerio de la predicación del Evangelio y de la Verdad, actuando por oportunismo, o por buscar mi interés, o por verme forzado por la necesidad material, puede suceder que otros salgan beneficiados; y yo, en cambio, no logre conseguir ante Dios la eterna recompensa de la gloria. Entonces, ¿cuál será, se pregunta, mi recompensa? Si él se pregunta, no adelantemos nosotros la respuesta hasta que él conteste. Y para entenderlo mejor, hagámosle nosotros mismos la pregunta: ¿cuál será, oh Apóstol, la recompensa? Si no recibes ese galardón material que les es debido a los celosos heraldos del Evangelio por su labor evangelizadora, aunque no evangelicen por la recompensa, ya que ese es un galardón ligado a su acción evangelizadora por expreso mandato del Señor, ¿qué galardón has de obtener? ¿Cuál ha de ser, en definitiva, tu recompensa? Veamos qué responde: para no poner, al evangelizar, precio al Evangelio. Es decir, la recompensa será el conseguir que la predicación del Evangelio no les resulte gravosa a los creyentes; que no piensen que, cuando se les evangeliza, los evangelistas se dedican a mercadear. Pero, con todo, vuelve una y otra vez sobre ese derecho divino que le asiste, y al que renuncia diciendo: para no abusar de mi derecho en el Evangelio 33.

CAPÍTULO XI

Acomodación de Pablo a las características personales de los evangelizandos

12. Para saber que Pablo obraba así por compasión hacia los débiles, oigamos lo que sigue: Siendo libre, en todo me hice siervo de todos para ganar a muchos; para los que viven bajo la ley, me hice como bajo la ley, aunque no estoy sometido a la ley para ganar a los que viven bajo la ley; para los que viven sin ley, me hice como sin ley, aunque no vivo sin ley de Dios, sino en la ley de Cristo, para ganar a aquellos que viven sin ley 34. No obraba por astuto disimulo, sino por misericordia compasiva. Es decir, no se fingió judío, como algunos pensaron, observando en Jerusalén las prescripciones del Antiguo Testamento. Obró así por seguir su libre criterio, que formula así de claro: ¿Quién ha sido llamado de la circuncisión? No alegue ya el prepucio. Es decir, no trate de vivir como un circunciso atado a la ley de la que se ha despojado, tal como lo explica en otro lugar: tu circuncisión se ha convertido en prepucio 35. Acorde con este criterio: ¿quién ha sido llamado estando circuncidado? Que no alegue ya la incircuncisión. ¿Quién ha sido llamado sin circuncidar? Que no se circuncide 36, el Apóstol realizó con total sinceridad todo aquello que los que no entienden, o prestan muy poca atención, creen que fue puro fingimiento. Era judío, y fue llamado circunciso. No quiso negar su condición de circuncidado, es decir, no quiso vivir como si no estuviera circuncidado. Tal era ya su derecho. Estaba de hecho sometido a la ley, pero no como aquellos que servilmente la cumplían; en realidad, vivía en la ley de Dios y de Cristo. Porque no eran estas dos leyes diferentes, como suelen afirmar los pérfidos maniqueos. Si hemos de creer que al comportarse así fingió, entonces también fingió ser pagano y sacrificó a los ídolos, ya que también dice que se comportó como un hombre sin ley para asemejarse a los que estaban sin ley. Se refiere aquí, sin duda, a los gentiles, a quienes llamamos paganos. Porque son cosas distintas vivir bajo la ley, en la ley, y sin la ley. Bajo la ley viven los judíos no renacidos a la gracia. En la ley, es la condición de los hombres espirituales, judíos y cristianos, ya que por ella los judíos mantuvieron las costumbres de sus antepasados, pero sin imponer a los gentiles conversos cargas insólitas, aunque también éstos fueron circuncidados. Sin ley viven los gentiles, que aún no han llegado a creer. Afirma, no obstante, el Apóstol que se acomodó a éstos por una compasión misericordiosa, no por una falsa simulación. Es decir, socorre al pagano y al judío, en cuanto hombres carnales, de la misma forma que él hubiese deseado verse socorrido, si él mismo fuese pagano o judío no renacido a la gracia; es decir, acomodándose a su flaqueza con misericordiosa compasión, no engañándoles con una falaz ficción. Por eso dice a continuación: me hice débil con los débiles para ganar a los débiles 37.

Aquí condensa todo lo que hasta aquí ha venido diciendo. Al hacerse débil con los débiles, no mentía; por tanto, tampoco mentía cuando dijo lo que antes hemos mencionado. ¿En qué consistía su debilidad para con los débiles sino en acomodarse a ellos, es decir, en no recibir lo que se le debía por derecho divino, para no aparecer como un mercader del Evangelio, impidiendo de ese modo el éxito de la palabra de Dios entre los ignorantes por inducirlos a una falsa sospecha? Pero, si lo hubiese aceptado, no mentía, porque realmente se le debía; y, si lo rehusó, no por eso mintió. No dice que no se le deba. Por el contrario, probó que se le debía, y se limitó a declarar que no había hecho uso de su derecho, ni quería hacerlo; y por eso mismo se hizo débil, por renunciar a su derecho. Se había llenado de un afecto tan misericordioso, que le empujó a pensar la forma en que él mismo desearía verse tratado, si su debilidad le llevase a poder sospechar que los que le predicaban el Evangelio hacían un intercambio de mercancía, viéndoles aceptar recompensas materiales.

CAPÍTULO XII

Pablo vive de su trabajo para evitar el escándalo de los débiles

13. De esa su debilidad dice Pablo en otro lugar: me he aniñado en medio de vosotros como una nodriza que educa a sus pequeños. Esto es lo que indica todo el contexto, pues dice: porque nunca viví en palabra de adulación ni en ocasión de avaricia, pongo a Dios por testigo; ni busqué la gloria de los hombres, ni de vosotros, ni de nadie, aunque hubiese podido seros gravoso como apóstol de Cristo; sino que me he aniñado en medio de vosotros como una nodriza que educa a sus pequeños 38. Lo que dice a los Corintios, es decir, que retenía el derecho de su apostolado como los demás apóstoles, pero que nunca hizo uso de ese derecho, es lo mismo que repite a los Tesalonicenses en este pasaje: aunque hubiese podido seros gravoso, como apóstol de Cristo, por aquello que dijo el Señor: digno es el obrero de su galardón 39. Lo que aquí quiere decir se deduce de lo que dijo poco antes: ni en ocasión de avaricia, pongo a Dios por testigo. Por precepto divino tenían ese derecho los buenos evangelistas. No evangelizaban por esa recompensa, sino por buscar el reino de Dios; pero, como consecuencia de esa acción, lo demás les venía dado por añadidura. Pero en ese hecho hallaban un pretexto aquellos otros de quienes dice: los tales no sirven a Dios, sino a su vientre 40. Para quitarles, pues, a éstos todo pretexto, renunciaba el Apóstol incluso a lo que en justicia se le debía. En la segunda Epístola a los Corintios lo manifiesta claramente al afirmar que otras iglesias proveyeron a sus necesidades perentorias. Por lo que parece, había llegado a tal indigencia, que hubieron de proveerle de lo necesario iglesias muy lejanas, no recibiendo, en cambio, nada de aquellos entre los que vivía. Así dice: ¿acaso falté humillándome para que vosotros fueseis exaltados, cuando os prediqué gratuitamente el Evangelio de Dios? A otras iglesias despojé, admitiendo su contribución, para predicaros a vosotros. Aunque padecí necesidad cuando ahí estuve, a nadie fui gravoso. A mi necesidad proveyeron los hermanos que habían venido de Macedonia, y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso a vosotros. Tengo la verdad de Cristo, y os aseguro que no me perderé esa gloria en las regiones de Acaya. ¿Por qué? ¿Es que no os amo? Dios lo sabe. Pero lo hago y seguiré haciéndolo para quitar el pretexto a los que lo buscan; así, en eso de que se glorían, aparecerán como yo 41.

Ese pretexto, que aquí dice tratar de cortar, es al que se refiere cuando advierte: ni en ocasión de avaricia, pongo a Dios por testigo. Y lo que aquí apunta: humillándome yo para que vosotros fueseis exaltados, es lo mismo que atestigua en la primera a los Corintios: me hice flaco con los flacos 42 y lo que dice a los Tesalonicenses: me aniñé en medio de vosotros como una nodriza que educa a sus pequeños. Ahora fijémonos en lo que sigue: por buscaros a vosotros, me place brindaros no solo el Evangelio de Dios, sino también mi vida. Acordaos, hermanos, de mi trabajo y necesidad cuando trabajé día y noche para no seros gravoso 43. Es lo que poco más arriba dijo: aunque hubiera podido seros gravoso, como apóstol de Cristo. En suma, obró con entrañas de padre y madre por miedo al riesgo que corrían los débiles, los cuales, movidos por falsas sospechas, podían odiar al Evangelio, al considerarlo como una mera mercancía. Es lo que repite en los Hechos de los Apóstoles cuando desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso, a quienes, entre otras cosas, les dice: bien sabéis que no codicié plata, oro o vestido de nadie; porque para mis necesidades y para las de aquellos que están conmigo me serví de estas manos. Todo os lo mostré, ya que era menester trabajar de ese modo para ayudar a los débiles, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: Bienaventurado es el dar más bien que el recibir 44.

CAPÍTULO XIII

El trabajo honesto del apóstol

14. Quizá alguien podría preguntar: Si el Apóstol realizaba trabajos corporales para procurarse la vida, ¿qué trabajos eran ésos, y cómo podía compaginar el trabajo con la predicación del Evangelio? A eso respondo: Supongamos que lo ignoro. Sigue, no obstante, estando fuera de toda duda que trabajó físicamente, que vivía de su trabajo, que no hizo uso del derecho que el Señor otorgaba de vivir del Evangelio a quien lo anunciaba, como ya he demostrado. He citado muchos y extensos pasajes, para que ningún habilidoso dialéctico pueda tergiversarlos, desviándolos e interpretándolos en otro sentido diferente. Toda resistencia queda aplastada con esa inmensa y variada cantidad de textos de tan prestigiosa autoridad que van en su contra. Entonces, ¿por qué me preguntan qué oficio ejercía o cuándo lo ejercía el Apóstol? Tan sólo sé que no robaba, que no era ladrón, salteador, auriga, cazador, histrión o prestamista, sino que producía honrada y honestamente objetos útiles para los usos humanos, tales como son los servicios de los carpinteros, albañiles, sastres, agricultores y demás. Tales trabajos no los condena la decencia, sino el orgullo de quienes desean ser llamados honestos, sin querer serlo de verdad. No se sintió deshonrado el Apóstol por dedicarse a trabajos del campo o a cualquiera otra labor de artesanía. No sabría decir ante quienes pudiera avergonzarse en esta materia quien dijo: vivid sin ofensa para los judíos, para los griegos y para la Iglesia de Dios 45. Si se dijere ante los judíos, no olvidemos que los patriarcas guardaron rebaños; si ante los gentiles o paganos, éstos tuvieron filósofos de gran prestigio ejerciendo el oficio de zapateros; si ante la Iglesia de Dios, carpintero fue 46 aquel justo, elegido para testigo de la siempre perdurable virginidad conyugal, con quien fue desposada la Virgen María, madre de Cristo. Buenas son, pues, todas las artes que los hombres ejercen cuando las ejercen con honradez y sin fraude. Esto es precisamente lo que el Apóstol quiere evitar: que nadie, por esa urgencia de sustentar su vida, se rebaje a hacer malas obras, advirtiendo: el que hurtaba, no hurte ya; antes bien, trabaje el bien con sus manos para ganar con que ayudar a quien lo necesite 47. Bástenos, pues, saber que el trabajo manual, en el se ocupaba el Apóstol, era una actividad honesta.

CAPÍTULO XIV

Laboriosidad de Pablo frente a la ociosidad de algunos monjes

15. Cuándo solía trabajar el Apóstol, es decir, en qué momentos del día trabajaba, con el fin de que esta circunstancia no fuese obstáculo para la evangelización, nadie podrá precisarlo. De cualquier modo, él mismo nos refiere que trabajaba de día y de noche 48. Y digo yo: ¿qué es lo que hacen estos que preguntan por el horario de trabajo, como si ellos vivieran sumamente ocupados y atareados? ¿Acaso han difundido el Evangelio por todo el territorio que va desde Jerusalén, y todo el entorno, hasta Iliria? ¿O han tomado a su cargo lo que de los pueblos bárbaros quedó por ser alcanzado y llenado de la paz de la Iglesia? Sabemos que se han constituido en una santa asociación, donde llevan una vida extremadamente ociosa. Obra, por eso, digna de admiración es la que realizó el Apóstol, que, a pesar de lo solicitado que estaba por todas las iglesias, fundadas o por fundar, que tenía bajo la responsabilidad de su cargo, desarrollaba un trabajo manual. Es más, cuando estuvo en Corinto y padeció necesidad, no fue gravoso a ninguno de aquellos entre quienes vivía, sino que de lo que necesitó le proveyeron los hermanos venidos de Macedonia 49.

CAPÍTULO XV

Generosidad de los fieles para con los evangelizadores

16. Pablo también conocía situaciones de indigencia de los fieles; los cuales, aunque obedecieran sus preceptos y trabajasen en silencio para ganar su pan, por motivos diversos podían necesitar de que otros suplieran lo que les faltaba para su sustento. Por eso, primero dice, a modo de enseñanza y admonición: a los que así viven, les mandamos y suplicamos en nuestro Señor Jesucristo que trabajen en silencio para ganar su pan. Mas, con el fin de que eso no sirva de pretexto a los fieles con posibilidades económicas para descuidar la obligación que tienen de proveer de lo necesario a los siervos de Dios, inmediatamente añade esta provisión: y vosotros, hermanos, no os descuidéis de ejercitar la beneficencia 50. A Tito le escribe: envía solícito por delante al abogado Zena y a Apolo para que nada les falte. Y a continuación explica por qué no debe faltarles nada: aprendan los nuestros a proveer a sus necesidades con buenas obras para que den su fruto 51. El Apóstol sabía que Timoteo, a quien llama queridísimo hijo, estaba delicado de salud, como lo prueba el consejo que le da de no beber agua, sino un poco de vino, por sus frecuentes achaques de estómago 52. Temía que, al no poder trabajar físicamente y, tal vez, tampoco querer mendigar el sustento cotidiano de aquellos a quienes predicaba el Evangelio, se dedicase a otros negocios que podían absorberle toda su atención. (Porque una cosa es trabajar corporalmente manteniendo el ánimo libre, como lo hace el artesano, con tal de no ejercer el fraude, la avaricia o la ambición de poseer, y otra cosa muy distinta es desvelarse en actividades que deparan el dinero sin trabajo físico, como lo hacen los comerciantes, administradores y contratistas; estos tales, aunque no trabajan con sus manos, trabajan con el esfuerzo de su mente, y, por ende, tienen su ánimo ocupado por el ansia de poseer.) Pues bien, a este Timoteo, que por sus achaques no podía realizar trabajos manuales, le encomienda que no se meta en tales negocios. De esta manera le exhorta, amonesta y consuela: trabaja como buen soldado de Jesucristo. Nadie que guerree por Dios se enreda en negocios seculares, si ha de agradar a quien se consagró. El que lucha en el estadio, no es coronado si no lucha legítimamente 53. Para que no se angustiase diciendo: no puedo cavar y me avergüenzo de mendigar 54, le añade: es preciso que el agricultor que trabaja sea el primero en percibir los frutos 55. Que es lo mismo que había dicho a los Corintios: ¿Quién guerrea a sus propias expensas? ¿Quién planta la viña y no come de sus frutos? ¿Quién apacienta el rebaño y no participa de la leche de sus ovejas? 56 De ese modo tranquilizó al fiel y honesto evangelista, que, por una parte, evangelizaba desinteresadamente, y, por otra, no podía ganarse con sus manos lo necesario para sustentar la vida. Así le dio a entender que no era mendicidad, sino un derecho, el tomar lo que necesitaba de aquellos proveedores provincianos por quienes peleaba, a los que con su trabajo cultivaba como a una viña y como a un rebaño apacentaba.

CAPÍTULO XVI

La limosna de los fieles no dispensa del trabajo a los siervos de Dios

17. Teniendo en cuenta las ocupaciones de los siervos de Dios y los achaques corporales, que nunca pueden faltar, no solo permitió el Apóstol que los buenos fieles suplieran la pobreza de los santos, sino que les exhorta a ello como la cosa más saludable. Dejemos aparte ese derecho, que Pablo no utilizó según nos dice él, pero que los fieles tienen que aceptar, según el Apóstol manda cuando afirma: el que recibe la catequesis de la palabra, dé parte de todos sus bienes a quien le catequiza 57. Aparte ese derecho que, según su reiterado testimonio, tienen los predicadores de la palabra sobre aquellos a quienes la predican, también manda y exhorta a las iglesias de los gentiles a que provean de lo necesario a los santos, que habían vendido y distribuido todos sus bienes y habitaban en Jerusalén en santa comunión de vida, sin llamar propio a nada, teniendo todas las cosas en común, y un alma y un corazón en Dios 58. De esta iniciativa escribe a los Romanos: ahora estoy de partida para Jerusalén en servicio de los santos. Porque Macedonia y Acaya han tenido a bien hacer una colecta para socorrer a los pobres de entre los santos de Jerusalén. Así les plugo y era su obligación. Porque si los gentiles han sido hechos participantes de los bienes espirituales de los judíos, deben también aquéllos hacer participar a éstos de sus bienes temporales 59. Pensamiento afín expresa a los Corintios: hemos sembrado lo espiritual entre vosotros; ¿será mucho que recojamos entre vosotros lo carnal? 60 Idéntica opinión manifiesta en la segunda Carta a los Corintios: os hago saber, hermanos, la gracia que Dios ha hecho a las iglesias de Macedonia. Fueron colmadas de gozo a proporción de las muchas tribulaciones con que han sido probadas; su extrema pobreza ha derramado con abundancia las riquezas de su buen corazón. Debo dar testimonio de que han dado cuanto han podido y aun más de lo que podían. Nos rogaron con muchas instancias que aceptásemos sus limosnas y permitiésemos que contribuyesen por su parte al socorro que se envía a los santos. No solo han hecho lo que de ellos esperábamos, sino que se han entregado a sí mismos primeramente al Señor y después a nosotros mediante la voluntad de Dios; esto nos ha hecho rogar a Tito que, conforme ha comenzado, acabe también de conduciros al cumplimiento de esta buena obra. Siendo, como sois, ricos en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud y aun en el amor que me tenéis, sedlo también en esta gracia. No os lo digo mandando, sino para excitaros con el ejemplo de la solicitud de los otros a dar pruebas de vuestra sincera caridad. Conocéis la liberalidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros a fin de que vosotros fueseis ricos por medio de su pobreza. Y así, os doy consejo en esto como cosa que os importa; puesto que no solo ya lo comenzasteis a hacer, sino que espontáneamente formasteis el designio de hacerlo desde el año pasado; cumplidlo, pues, ahora de hecho; para que así como vuestro ánimo es pronto en querer, así lo sea también en ejecutar según las facultades que tenéis. Porque cuando el ánimo es pronto, debe serlo según lo que tiene y no según lo que no tiene. No es justo que los otros abunden y vosotros necesitéis, sino que haya igualdad, supliendo al presente vuestra abundancia la necesidad de los otros; para que asimismo su abundancia supla también a vuestra indigencia, de donde resulte igualdad, según está escrito: "El que recogía mucho, no se hallaba con más, ni con menos el que recogía poco" 61. Pero gracias a Dios, que ha inspirado en el corazón de Tito este celo por vosotros. No solo se ha movido por mis ruegos, sino que, movido aún más por su voluntad hacía vosotros, partió espontáneamente para ir a veros. Enviamos con él a nuestro hermano, célebre ya en todas las iglesias por el Evangelio; le han escogido las iglesias para acompañarme en mi viaje y colaborar conmigo en el cuidado de este socorro por la gloria de Dios y para mostrar nuestra pronta voluntad. Evitamos que nadie nos pueda vituperar con motivo de la administración de este caudal. Pues atendemos a portarnos bien no solo delante de Dios, sino también delante de los hombres 62.

En estas palabras aparece su exigencia de que el pueblo santo se cuide de proveer lo necesario a los santos siervos de Dios; y da ese consejo porque la donación aprovecha más a quien la hace que a quien la recibe. A los siervos de Dios les aprovecha el hacer buen uso del obsequio de sus hermanos, aunque no han de servir a Dios por el obsequio, ni, menos, han de utilizarlo para fomentar la ociosidad, sino para cubrir la indigente necesidad. Además, se ve que la escrupulosidad del bienaventurado Apóstol por esa administración que, por medio de Tito, se le confiaba era tan grande, que nos habla de un compañero de viaje designado por las iglesias para este fin, un hombre de Dios de excelente fama, cuyas alabanzas predican todas las iglesias por el Evangelio. Advierte que las iglesias le designaron ese compañero para evitar el chismorreo de la gente, para que los débiles en la fe y los impíos no pudieran pensar que, por carecer del testimonio de los santos en este asunto de hermandad, recibía para sí y aplicaba para su propio provecho lo que recibía para subvenir las necesidades de los santos, y que él había de llevar y distribuir personalmente a los indigentes.

18. Un poco más adelante dice: en orden al socorro que se prepara en favor de los santos, para mí es por demás el escribiros. Pues sé bien la prontitud de vuestro ánimo, de la cual me glorío entre los macedonios; porque Acaya está pronta desde el año pasado y vuestro ejemplo ha provocado la emulación de muchos. Pero he enviado a esos hermanos a fin de que no me haya gloriado de vosotros en vano respecto a este asunto y para que estéis prevenidos, como he dicho. No fuera que al venir los macedonios conmigo hallasen que no teníais recogido nada y tuviésemos nosotros, por no decir vosotros, que avergonzarnos por esta causa. Por tanto, he juzgado necesario rogar a dichos hermanos que se adelanten y den orden para que esa limosna de antemano prometida esté a punto, de modo que sea un don ofrecido por la caridad y no arrancado a la avaricia. Lo que digo es: que quien escasamente siembra, cogerá escasamente, y quien siembra a manos llenas, a manos llenas recogerá. Haga cada cual conforme haya resuelto en su corazón, no de mala gana o como por fuerza. Porque Dios ama al que da con alegría. Poderoso es Dios para colmarnos de todo bien, de suerte que, contentos con tener lo suficiente, estéis sobrados para ejercitar toda especie de buenas obras, según lo que está escrito: "La justicia del que a manos llenas dio a los pobres dura por los siglos". Dios, que provee de simiente al sembrador, os dará también pan que comer, y multiplicará vuestra sementera, y hará crecer más y más los frutos de vuestra justicia; para que así, siendo ricos en todo, ejercitéis con sincera caridad toda suerte de limosnas, las cuales nos harán tributar a Dios acciones de gracias. Porque estas ofrendas que estamos encargados de recoger no solo remedian las necesidades de los santos, sino que también contribuyen mucho a la gloria del Señor por la gran multitud de acciones de gracias que se le tributan; pues los santos, al recibir estas pruebas de vuestra liberalidad, se mueven a glorificar a Dios por la sumisión que mostráis al Evangelio de Cristo y por la sincera caridad con que dais parte de vuestros bienes, ya a ellos, ya a todos; y con las oraciones que hacen por vosotros dan un buen testimonio del amor que os tienen a causa de la eminente gracia que habéis recibido de Dios. Sea, pues, Dios loado por su don inefable 63. ¡Cuál no sería la santa alegría que inundaba al Apóstol al hablar de la recíproca compensación, que mutuamente se hacían los fieles proveedores y los soldados de Cristo, intercambiando aquellos sus bienes materiales por los bienes espirituales de éstos, pues, rebosante de santo gozo, se ve impulsado a exclamar: ¡Sea, pues, Dios loado por su don inefable!

19. El Apóstol, mejor dicho, el Espíritu de Dios que poseía, y llenaba y movía su corazón, no cesó de exhortar a los fieles hacendados a que socorriesen a las necesidades de los siervos de Dios, que prefirieron vivir un más alto grado de santidad en la Iglesia, rompiendo todos los lazos de la esperanza secular y dedicándose al servicio de Dios con toda libertad de espíritu. Del mismo modo deben también los monjes obedecer los preceptos del Apóstol y compadecerse de los débiles. Carentes como están de propiedad privada, deben trabajar manualmente para la comunidad y obedecer sin murmurar a sus superiores; los fieles buenos suplirán con sus oblaciones lo que vean que necesiten estos siervos de Dios cuyos ingresos, a pesar de trabajar ordinariamente y ocuparse de ganar el sustento, no llegan a cubrir sus necesidades, ya sea porque algunos carecen de salud, ya sea por las ocupaciones eclesiásticas o ya por el tiempo que dedican a enseñar la doctrina de la salvación.

CAPÍTULO XVII

Compatibilidad del trabajo físico con la actividad espiritual

20. Llegados aquí, me gustaría saber en qué se ocupan y qué hacen los que se niegan a trabajar físicamente. Dicen ellos que se ocupan en oraciones, salmodias, lecturas y predicación de la palabra de Dios. Vida, por cierto, verdaderamente santa y, por lo que atañe a la gozosa experiencia de Cristo, digna de alabanza. Pero, si no les sacamos de estas ocupaciones, ni comeríamos, ni podríamos disponer cada día de tiempo suficiente para preparar las viandas que todos los días deben servirse y consumirse. Supongamos que algún achaque de salud obliga a los siervos de Dios a emplearse exclusivamente en dichas ocupaciones durante algunas temporadas. ¿Por qué no hemos de reservar también otras temporadas a obedecer los preceptos apostólicos? Dios escucha una sola oración del obediente antes que diez mil del desobediente. El cantar himnos santos es perfectamente compatible con el trabajo manual; es dulcificar el mismo trabajo con un ritmo de cadencia divina. ¿Acaso no vemos cómo los artesanos cantan con el corazón y la lengua motivos insulsos y hasta licenciosos sacados de las obras teatrales sin quitar la mano de su trabajo? ¿Qué le impide al siervo de Dios, mientras trabaja con sus manos, meditar en la ley del Señor 64 y cantar salmos al nombre del Altísimo Señor? 65 Le basta con disponer de tiempo suficiente para aprender de memoria lo que luego tiene que meditar y cantar. Precisamente la limosna de los fieles debe suplir con su óbolo lo que es necesario para evitar que esas horas, empleadas por los siervos de Dios en el cultivo del espíritu, sustrayéndolas al trabajo manual, les lleven a caer en la completa miseria. Pero esos que dicen entregarse a la lectura, ¿nunca se han encontrado en sus lecturas con lo que manda el Apóstol acerca del trabajo? ¿Qué perversidad es esa de entregarse a la lectura y no querer obedecerla; de rehusar llevar a la práctica el bien que se encuentra en la lectura, para, así, poder prolongar más esa lectura? ¿Quién ignora que el que lee algo edificante, tanto antes sacará de ello provecho cuanto antes ponga en práctica lo que lee?

CAPÍTULO XVIII

La solución del problema está en poner orden
en el trabajo, distribuyendo sabiamente el tiempo

21. Admitamos que un monje tenga el encargo de exponer a alguien la palabra del Señor, y estar en esta tarea tan ocupado que no le queda tiempo disponible para dedicarse al trabajo manual. Pero ¿acaso todos los que viven en el monasterio están capacitados para realizar esa tarea? ¿Acaso quienes vienen al monasterio, de procedencia y vida tan distintas, están todos capacitados para impartir lecciones de Sagrada Escritura o disertar con éxito sobre algunas cuestiones de las Sagradas Escrituras? Y, si no todos están capacitados, ¿por qué entonces todos quieren, con ese pretexto, verse eximidos del trabajo manual? Aunque todos tuviesen esa capacidad, deberían hacerlo por turno, para evitar que se abandonen las tareas imprescindibles y, además, porque, para hablar a muchos oyentes, basta un solo locutor. ¿Cómo hubiese podido el Apóstol emplearse en trabajos manuales, si no hubiese fijado determinadas horas para predicar la palabra de Dios? No quiso Dios que este hecho pasase inadvertido. La Sagrada Escritura nos refiere, en efecto, el oficio que ejercía y las horas del día que destinaba a explicar el Evangelio. Estando en una ocasión en Tróade el primer día de la semana, y urgiéndole emprender el viaje de marcha, se juntó con los hermanos que estaban reunidos para la fracción del pan, y tal fue la fascinación de su palabra y tan útil la conversación, que la charla se prolongó hasta la medianoche 66, como si hubiesen olvidado que aquel día no era vigilia. Y cuando llegaba a alguna localidad y se dedicaba cada día a catequizar, ¿qué duda cabe que había de tener horas expresamente señaladas para atender a esta tarea? Por ejemplo, estando en Atenas, donde se encontró con gentes ávidas de saber, nos refiere de él la Escritura que disputaba con los judíos en la sinagoga y con los gentiles del país en el foro durante todo el día en presencia de todos 67. No podía hablar todos los días en la sinagoga, porque era costumbre dedicar el sábado al sermón, pero sí lo hacía todos los días en el foro por aquella avidez de los atenienses. Por eso añade: algunos filósofos epicúreos y estoicos discutían con él 68. Y poco después advierte: los atenienses y los huéspedes transeúntes solo se ocupaban en decir u oír algo nuevo 69. Podemos imaginar que, durante los días que el Apóstol pasó en Atenas, no tuvo posibilidad de dedicarse al trabajo manual. Eso explica que proveían a sus necesidades los de Macedonia, según nos cuenta en la segunda Carta a los Corintios 70. Aunque también pudo trabajar a otras horas del día o durante la noche, pues su robustez de cuerpo y espíritu se lo permitía. De todos modos, veamos qué dice la Escritura después que Pablo salió de Atenas. Cuando estaba en Corinto, disputaban en la sinagoga todos los sábados 71, nos dice de sí mismo. En cambio, estando en Tróade -cuando la sesión tuvo que prolongarse hasta la medianoche por la urgencia de su partida-, era el primer día de la semana, es decir, domingo. De este hecho deducimos que no estaba con los judíos, sino con los cristianos, pues, además, el autor sagrado nos precisa que se habían reunido para la fracción del pan. Este es el mejor gobierno: asignar a cada actividad un tiempo determinado y realizarlas en el orden fijado, con el fin de que no sea, a causa de la confusión y el desorden, el espíritu humano perturbado

CAPÍTULO XIX

Trabajo manual de Pablo. Peligro de contagio de la pereza

22. En ese mismo lugar se nos refiere lo que hacía concretamente el Apóstol: después de esto salió de Atenas y vino a Corinto. Y allí encontró a un cierto judío llamado Aquila, oriundo del Ponto, que acababa de llegar de Italia, con su mujer, Priscila, porque Claudio había ordenado que saliesen de Roma todos los judíos. Y se reunió con ellos y se quedó a trabajar con ellos por la semejanza de profesión, ya que se dedicaban a hacer tiendas 72. Si esos monjes se empeñan en explicar alegóricamente este pasaje, mostrarán cuánto han progresado en el conocimiento de la Escritura sagrada, tarea a la que dicen dedicar su tiempo. En relación con esto ya hemos aducido anteriormente varios textos. Por ejemplo: ¿Acaso solo yo y Bernabé carecemos del derecho de no trabajar? 73 No hemos utilizado ese derecho 74. Aunque hubiésemos podido seros gravosos como apóstoles de Cristo 75. Trabajando día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros 76. El Señor estableció que los que anuncian el Evangelio vivan del Evangelio, pero yo no he utilizado ese derecho 77. Den a estos textos, y a otros parecidos, una interpretación distinta de lo que en sí dicen, o, si se doblegan a la clara luz de la verdad, deben entender lo que dicen y llevar a la práctica lo que expresan. En fin, si no quieren o no pueden obedecer personalmente, por lo menos confiesen que son mejores que ellos los que quieren, y más felices todavía los que quieren y pueden. Una cosa es alegar una enfermedad corporal verdadera o fingir una falsa, y otra cosa peor es engañarse y engañar, de modo que la santidad conseguida entre los siervos de Dios parezca tanto mayor cuanto mayor es el grado en que ha conseguido imponerse entre los ignorantes la pereza. Quien alega una enfermedad real del cuerpo, ha de ser tratado con humanidad; quien alega una falsa, y no puede ser convencido de su impostura, ha de ser dejado al juicio de Dios. Ninguno de esos dos individuos establece una norma perniciosa. Porque el buen siervo de Dios sirve a su hermano, cuando está manifiestamente enfermo. Sin embargo cuando el hermano alega una falsa enfermedad, el buen siervo de Dios le cree o no le cree. Si le cree, no imita la maldad, pues no la supone; si no le cree, tampoco la imita, pues conoce la falsedad. Por el contrario, supongamos que alguien dice: "Ésta es la verdadera santidad: imitar a las aves del cielo holgando físicamente, porque el que trabaja físicamente obra en contra del Evangelio". En este caso, el débil que lo escucha y lo cree, es digno de compasión, no porque así huelga, sino porque así yerra.

CAPÍTULO XX

Pretexto sacado de la conducta de los Apóstoles

23. Aquí surge un nuevo problema, pues alguien puede decir: ¡Cómo! ¿Pecaban los demás apóstoles, los hermanos de Señor y Cefas, por no trabajar? ¿O creaban obstáculos al Evangelio, ya que dice San Pablo que él no utilizó este derecho para no crear precisamente un obstáculo al Evangelio de Cristo? Si pecaron por no trabajar, no es por haber recibido precepto alguno de holgar, sino de vivir del Evangelio. Y si habían recibido ese derecho, puesto que el Señor estableció que los que anunciaban el Evangelio viviesen del Evangelio, añadiendo que digno es el obrero de su galardón 78, derecho al que Pablo por generosidad renunció, no pecaron. Y si no pecaron, no pudieron crear obstáculos al Evangelio. Pues, en verdad, es pecado el impedir la propagación del Evangelio. Estando así las cosas, dicen, queda también a nuestro albedrío el utilizar o no utilizar ese derecho.

24. Podría yo solucionar este problema rápidamente diciendo -porque me asiste para ello toda la razón- que hemos de creer al Apóstol. Él sabía por qué en las iglesias de los gentiles no convenía presentar el Evangelio como una mercancía. Con ello no culpaba a sus compañeros, sino que simplemente exponía la singular circunstancia de su propio ministerio. Se habían distribuido, sin duda bajo la inspiración del Espíritu Santo, las provincias que habían de evangelizar, de modo que Pablo y Bernabé fueron a los gentiles, mientras los demás fueron a la comunidad judaizante 79. Todo cuanto llevamos diciendo hasta aquí prueba que Pablo dio el precepto de trabajar a quienes no disfrutaban de ese derecho.

CAPÍTULO XXI

Comprensible ociosidad de algunos monjes

Pero estos hermanos nuestros se arrogan, a mi juicio, temerariamente ese derecho. Porque, si fuesen evangelizadores, confieso que lo tienen. Lo mismo si son ministros del altar, dispensadores de los sacramentos, ciertamente no se lo arrogan, sino que justamente lo reclaman.

25. Tratándose de aquellos que, cuando vivían en el siglo, tenían con qué mantenerse fácilmente sin trabajar, y, al convertirse a Dios, lo dieron todo a los pobres, hemos de creer en su fragilidad y tolerarla. Porque esos tales suelen recibir una crianza no mejor, como muchos piensan, sino, lo que es más cierto, más delicada, y no pueden soportar el agobio de los trabajos físicos. Quizá había muchos de ésos en Jerusalén, pues está escrito que vendieron sus haciendas y pusieron el precio a los pies de los apóstoles para que se diese a cada uno según su necesidad 80. Ellos estaban cerca de Dios 81 y fueron útiles a los gentiles, que desde antiguo fueron llamados del culto de los ídolos, según lo que se dijo: de Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén 82. Por eso dijo el Apóstol que los cristianos de Palestina eran acreedores de los cristianos venidos de la gentilidad, los cuales son deudores de ellos. Y añade por qué: si comunicaron a los gentiles sus bienes espirituales, éstos deben hacerlos partícipes de sus bienes materiales 83.

CAPÍTULO XXII

Incomprensible ociosidad de algunos monjes que, además, intentan con su conducta apartar a otros del trabajo

Hoy, sin embargo, la mayoría de los que vienen a la profesión monástica procede de la esclavitud, o se trata de libertos, que han obtenido la libertad o la promesa de la libertad por el hecho de ingresar en el servicio de Dios, o bien eran sencillos artesanos o labriegos; todos ellos han recibido una educación tanto más afortunada cuanto más dura. Sería un crimen rechazarlos, pues muchas de estas gentes han llegado a ser hombres importantes y dignos de imitación. Aparte de que: Dios eligió lo débil del mundo para confundir a lo fuerte; eligió a los necios para confundir a los sabios; eligió, y las que no son, como si fuesen, para dejar a un lado las cosas viles que son; para que no se gloríe ningún hombre delante de Dios 84. Este piadoso y santo pensamiento es causa de que se abran las puertas del monasterio incluso a los que no presentan pruebas de un cambio de vida hacia mejor. No se sabe, de hecho, si llegan con el propósito de servir a Dios, o vienen porque, al estar carentes de todo, huyen de una vida mísera y trabajosa, con la intención de lograr alimentarse y vestirse y, sobre todo, de verse honrados por aquellos que en el siglo solían despreciarlos y atropellarlos. Éstos no pueden alegar la excusa de la fragilidad corporal para no trabajar, ya que lo desmiente el género de vida que antes llevaron. Se amparan en la oscuridad de una doctrina falsa para intentar, partiendo de una errónea interpretación de los Evangelios, pervertir los preceptos del Apóstol. Son aves del cielo, solo porque vuelan alto sobre las alas de su soberbia; y, al mismo tiempo, heno del campo, pero por sus sentimientos carnales.

26. Les acaece exactamente lo que el Apóstol trata de precaver en las indisciplinadas viudas más jóvenes, cuando dice: al mismo tiempo pueden aprender a vivir ociosas; y no solo ociosas, sino también curiosas y parleras, hablando de lo que no conviene 85. Lo que el Apóstol decía de aquellas pobres mujeres, lo lamentamos y lloramos nosotros en estos pobres hombres, que, ociosos y charlatanes, hablan lo que no conviene contra el mismo San Pablo, en cuya Epístola leemos el texto citado. Si han venido a la santa milicia con el propósito de agradar a Aquel a quien se consagraron 86, vigor y salud no les faltan no solo para aprender, sino también para trabajar siguiendo el precepto del Apóstol. Pero prestan oídos a las palabras de los ociosos y relajados, a quienes por falta de formación no pueden juzgar, y por su pestilente contagio contraen la misma enfermedad. No solo no imitan la obediencia de los santos, que trabajan en paz, y de los otros monasterios que viven dentro de la disciplina acorde con la norma apostólica, sino que insultan a los mejores, predicando la ociosidad como fidelidad al Evangelio y denunciando la misericordia como si fuese su transgresión. Mayor obra de misericordia ejercita con el alma de los hermanos débiles quien procura la buena fama de los siervos de Dios que quien reparte el pan a los cuerpos hambrientos de los pobres. ¡Ojalá esos que declaran la huelga de brazos caídos declarasen también la de la lengua! No lograrían que les imitasen tantos, si los ejemplos de ociosidad que dan con su vida no fuesen, al mismo tiempo, celebrados de palabra.

CAPÍTULO XXIII

Recta interpretación del Evangelio frente a la doctrina y la incoherencia de vida de los ociosos

27. Van todavía más lejos, pues frente a las palabras del Apóstol de Cristo nos citan las palabras del Evangelio de Cristo. Tan maravillosas son las obras de estos holgazanes, que pretenden impedir con palabras del Evangelio lo que el Apóstol mandó y observó precisamente para que no hubiese obstáculo alguno al Evangelio. Sin embargo, si les obligásemos a vivir conforme a las palabras del Evangelio, tal como ellos las entienden, serían los primeros en convencernos de que esas palabras no deben entenderse como ellos las interpretan. Afirman que no deben trabajar, porque tampoco siembran ni recogen las aves del cielo, a las que Cristo propuso por modelos para que no pensemos en tales menesteres. Pero ¿por qué no prestan atención a lo que a continuación sigue diciendo? Porque no dice tan solo que no siembran ni recogen, sino que también añade: ni almacenan en la despensa 87. Los depósitos y almacenes pueden traducirse literalmente por despensa. ¿Por qué, pues, quieren ellos tener las manos ociosas y la despensa llena?, ¿por qué recogen los frutos del trabajo ajeno y los guardan y conservan, para ir consumiendo de ellos cada día?, ¿por qué muelen y cocinan? Eso no lo hacen las aves del cielo. Es posible que hallen modo de encomendar a otros hacer ese trabajo, de suerte que todos los días les sean servidas las provisiones ya preparadas. Pero, por lo menos, toman el agua de las fuentes y se sirven de cisternas y pozos para obtenerla y conservarla, cosa que no hacen las aves del cielo. Supongamos, si os place, que también logren que los buenos y próvidos fieles, proveedores del Rey eterno, les deparen también esos servicios a estos sus valientes soldados, ahorrándoles el trabajo de la provisión de agua; tal vez han logrado un grado de santidad tan extraordinario, que sobrepuja al de aquellos santos de Jerusalén. Porque, cuando a éstos les urgió el hambre, que de antemano habían anunciado los profetas, se encargaron los buenos fieles griegos de mandarles trigo 88. Es de suponer que con ese trigo ellos se hicieron pan o, al menos, procuraron que otros se lo hicieran. Nada de eso hacen las aves. Pero supongamos que es verdad, como iba diciendo, que esos monjes han sobrepasado ya en santidad a los santos de Jerusalén, y en todo lo que afecta a la vida presente se portan como las aves. Demuéstrennos que ha de haber hombres al servicio de las aves, como ellos quieren que haya otros a su servicio, salvo cuando se trata, naturalmente, de las aves capturadas y enjauladas, de las que uno no puede fiarse, no sea que logren escaparse y no vuelvan a regresar. Pues, con todo, estas aves prefieren gozar de libertad y conseguir en el campo cualquier cosa para sobrevivir, antes que tomar lo que les preparan y sirven los hombres.

28. Además, en este sentido esos monjes, a su vez, pronto se verán superados en santidad por otros que se propusieran por norma el salir cada día a buscar la comida en el campo, tomar cuanto durante ese tiempo encuentren y, una vez saciada el hambre, regresar a casa. Pero, ¡ojo!, hay que contar con los guardas de los campos. Sería, por eso, bueno que el Señor se dignase otorgarles también alas a esos siervos de Dios para que, al ser sorprendidos en las haciendas ajenas, no sean capturados como ladrones, sino puestos en fuga como estorninos. En ese caso, el mejor imitador de las aves sería aquel que lograse escapar del cazador. Concedamos aún que todos van a permitir a los siervos de Dios que vayan a sus campos cuando quieran, y regresen de ellos seguros y con el estómago saciado. De hecho, al pueblo de Israel se le prohibió por una ley molestar al ladrón sorprendido en propiedad ajena, con tal de que no llevase consigo nada de la propiedad; se mandaba dejarlo ir en libertad e impune si no cogía más que lo que comía 89. Por eso, los judíos acusaron de quebrantar el reposo del sábado, más bien que de hurto, a los discípulos del Señor que cogieron espigas 90. Pero ¿cómo se las arreglarán en aquellas estaciones del año en que nada hay en el campo que pueda comerse directamente en su estado natural? Pues, si alguien pretendiese llevarse a casa algo para cocinarlo y comerlo, ateniéndonos a la opinión de éstos tendríamos que decirle con el Evangelio: "Déjalo, que eso no lo hacen las aves".

29. Admitamos incluso todo esto: que durante todo el año pudiese hallarse en el campo alguna fruta, hortaliza o raíz que poder comer crudas, o que tengan tal capacidad de estómago, que puedan ingerir crudas, sin hacerles mal, las cosas que solemos comer cocidas; y que puedan salir a los huertos durante la temporada más cruda del invierno para buscar alimento. En tal caso, no necesitan llevarse nada a casa para prepararlo, ni dejar nada para el día siguiente. Pero todo esto no es de aplicación para los que se apartan durante mucho tiempo de la convivencia con los hombres, y no se dejan ver por nadie, enterrándose en vida, puesto todo su afán en dedicarse intensamente a la oración. Éstos, es cierto, suelen contentarse con alimentos corrientes y de poco valor, pero siempre deben llevar consigo los suficientes para poder vivir durante todo el tiempo que van a estar en completa soledad. Esto tampoco lo hacen las aves. No critico esa vida de admirable continencia, siempre que haya tiempo libre para poder vivirla y se proponga a la imitación ajena no por orgulloso engreimiento, sino por caritativa santidad. Por el contrario, reconozco que mi alabanza no llega a expresar todo cuanto se merecen. Pero, ¿qué diríamos de estos tales, si nos atenemos a la interpretación que los monjes ociosos hacen de las palabras evangélicas?, ¿acaso que tales eremitas, cuanto más santos son, menos imitan a las aves? Porque, si no se reservan comida para muchos días, no podrán retirarse a vivir en soledad mucho tiempo, como de hecho hacen. Porque a ellos, como a nosotros, se les dijo: no penséis en el mañana 91.

30. En conclusión, y resumiendo: aquellos que, basándose en una errónea interpretación del Evangelio, pretenden corromper preceptos del Apóstol tan manifiestos, una de dos, o no piensen en el mañana, como las aves del cielo, u obedezcan al Apóstol, como hijos amados. Mejor dicho, hagan las dos cosas, pues ambas son compatibles. No podría Pablo, apóstol de Jesucristo 92, proponer una doctrina contraria a la de su Señor. Nuestro mensaje a estos monjes es bien claro: si queréis apelar a las aves del cielo, de las que habla el Evangelio, para sustraeros del trabajo manual con que proveeros de alimentos y vestidos, no guardéis nada para el mañana, puesto que nada guardan las aves del cielo. Pero, si reserváis algo para mañana, eso puede no estar en contradicción con aquel texto del Evangelio: mirad las aves del cielo, que ni siembran, ni recogen ni amontonan en los almacenes 93. Puede compaginarse perfectamente con el Evangelio y con la conducta de las aves del cielo el sostener esta vida terrenal con el sudor del trabajo manual.

CAPÍTULO XXIV

El Evangelio no prohíbe ser previsor

31. Si, argumentando con el Evangelio, urgimos a esos monjes a que no reserven nada para mañana, pueden con razón responder: "¿Por qué el mismo Señor tenía bolsa donde guardar el dinero que recibía? 94 ¿Por qué con tanta presteza se envió trigo a los santos padres de Jerusalén, cuando amenazaba el hambre? 95 ¿Por qué los apóstoles tomaron tanto interés en recoger lo necesario para aliviar la pobreza de los hermanos en la fe de Jerusalén, de forma que nada les faltase en el porvenir?". Esta es la respuesta que nos da Pablo en su Epístola a los Corintios: en cuanto a las colectas para los santos, haced lo mismo que ordené a las iglesias de Galacia: el domingo, cada uno de vosotros pondrá aparte en su casa lo que estime conveniente para que no se hagan las colectas cuando yo vaya. Mas, cuando llegue yo, enviaré a llevar vuestra gracia a Jerusalén a aquellos que vosotros recomendéis por carta. Y, si vale la pena de que yo vaya, irán conmigo 96. Estos y otros muchos y auténticos textos aducen esos monjes. Pero les replicamos: el Señor dijo: no penséis en el mañana, y, sin embargo, este texto no es para vosotros obstáculo alguno para reservar algunas cosas para mañana. Pues ¿por qué no tomáis a las aves del cielo por modelos cuando se trata de almacenar, y os empeñáis en tomarlas para no trabajar?

CAPÍTULO XXV

Adecuación personal y santidad del trabajo manual

32. Alguno podrá decir: ¿Qué le aprovecha al siervo de Dios el haber renunciado a las actividades que en el siglo tenía y haberse consagrado a esta vida y milicia espirituales, si tiene que volver a ocuparse de negocios que son propios de un obrero? No es fácil explicar con palabras cuánto le valió al rico, que solicitaba un consejo para alcanzar la vida eterna, lo que el Señor le mandó hacer si quería ser perfecto: vender sus bienes, repartir el precio entre los pobres y seguirle 97. Por otra parte, ¿quién ha seguido al Señor con paso más expedito que aquel que dijo: no he corrido en vano ni he trabajado en vano? 98 Y, sin embargo, no solo ordenó él esos trabajos, sino que también los realizó personalmente. A quienes estamos formados e instruidos por tan excelso maestro debía bastarnos ese ejemplo no solo para abandonar las riquezas del siglo, sino también para asumir el trabajo manual. Mas, con ayuda del mismo Señor, quizá podamos de algún modo comprender cuánto les aprovecha a los siervos de Dios, que trabajan manualmente, el haber abandonado sus negocios en el siglo. Supongamos que es un rico el que se consagra a este género de vida y no se ve impedido por algún achaque de salud. ¿Tan torpes somos en la degustación de las cosas de Cristo que no entendamos que se ha curado el cáncer de su vieja soberbia al renunciar a todo lo superfluo, eso que antes le inflamaba el corazón para su perdición, aceptando la humildad del artesano para obtener aquellas pequeñas cosas que siguen siendo indispensables para la vida de cada día? Y, si el que viene al monasterio es de condición pobre, no debe pensar que el trabajo que ahora hace es el mismo que antes hacía. El amor egoísta de antes por acrecentar, aunque fuese un poquito, los bienes propios, lo ha cambiado ahora por amor sobrenatural; y no solícito ya por buscar las cosas propias, sino las de Jesucristo 99, vive en sociedad con aquellos que tienen una sola alma y un solo corazón en Dios, de modo que nadie llama propio a nada, sino que todo es de todos 100. Los héroes antiguos de la república civil suelen ser celebrados por la brillante elocuencia de sus literatos por anteponer a sus bienes privados el bien común de los ciudadanos. Fue, por ejemplo, el caso de uno de ellos [Escipión el Africano] que, habiendo obtenido los honores del triunfo, después de haber conquistado África, no tenía dote que dar a su hija al casarse, y ésta hubo de recibirla del Estado en virtud de un decreto especial del Senado. Frente a tales ejemplos, ¿qué intenciones debe abrigar el ciudadano de la ciudad eterna, la Jerusalén celeste, para con su propia patria, sino el tener en común con el hermano los bienes que ha conseguido con sus propias manos y, si algo faltare, recibirlo de la comunidad? Así podrá repetir con el Apóstol, cuyo precepto y ejemplo siguió, aquello de como quien nada tiene y todo lo posee 101.

33. Una palabra para quienes abandonan o distribuyen copiosos u opulentos bienes, buscando, con piadosa y meritoria humildad, contarse entre los pobres de Cristo. Si tienen salud y están libres de ocupaciones eclesiásticas, deben trabajar con sus manos, para quitar todo pretexto a los holgazanes que vienen de una condición plebeya, y, por lo mismo, más acostumbrados al trabajo corporal. Cuando así obran, son más misericordiosos que cuando repartieron sus bienes a los pobres. Bien es verdad que traen una prueba tan manifiesta de sus rectas intenciones y han contribuido tanto con sus propios bienes a remediar la pobreza de la comunidad, que los bienes comunes y la caridad fraterna deben proveerlos del necesario sustento. Pero si se niegan a trabajar corporalmente, ¿quién estaría legitimado a forzarlos? Para ellos hay que buscar en el monasterio ocupaciones más adecuadas, que no exijan esfuerzo corporal, aunque exijan celo mayor y administración más vigilante, para que tampoco ellos coman gratuitamente su pan, que es ya común. No importa en qué monasterio o en qué localidad repartieron a los pobres lo que tenían, pues una sola es la familia de los cristianos. Quien distribuye sus bienes a los cristianos, dondequiera que fuere, de los bienes de Cristo recibe, a su vez, dondequiera que se lo den, lo que necesita. Porque, cuando él dio a los pobres, sea cual fuere el lugar donde hizo la donación, ¿quién lo recibió sino Cristo? Mas aquellos que, antes de ingresar en esta santa familia de la religión, se ganaban el sustento con el trabajo corporal -que son la mayoría de los que vienen al monasterio, como es natural, pues esta clase social es la más numerosa del género humano-, éstos, si se niegan a trabajar, que no coman 102. En la milicia de Cristo no van a humillarse por piedad los ricos, para que se engrían por orgullo los pobres. No es de recibo que en esta vida, en la que se hacen laboriosos los senadores, se hagan ociosos los obreros; y que aquí, adonde llegan los señores de las haciendas, dejando sus comodidades, se hagan exigentes y cómodos los simples campesinos.

CAPÍTULO XXVI

Importancia de la recta intención en el ejercicio de la evangelización

34. Sigamos con las objeciones. Dijo el Señor: no viváis preocupados por lo que necesita el alma para comer o el cuerpo para vestir. Y con toda la razón, puesto que antes había dicho: no podéis servir a Dios y al lucro 103. Cuando uno predica el Evangelio con la mira puesta en procurarse el sustento cotidiano y el vestido, puede pensar que, a la vez que sirve a Dios, ya que anuncia el Evangelio, sirve también al dinero, pues lo hace para sacar lo imprescindible para vivir. Pero el Señor dijo que esta combinación no es posible. La razón es clara: quien anuncia el Evangelio con esa finalidad, debe convencerse de que no sirve a Dios, sino al dinero, aunque Dios sepa servirse de él, sin él darse cuenta, para hacer bien a otras personas. A reglón seguido del texto anterior, el Señor añade: por eso, os digo que no viváis solícitos por lo que necesite vuestra alma para comer o vuestro cuerpo para vestir. Quiere decir que no dejen de procurarse lo necesario para vivir, siempre que puedan hacerlo lícitamente. Lo que se les prohíbe es que en la predicación del Evangelio busquen el dinero, hasta el punto de hacerlo por esa motivación. Llama "ojo" a la intención con la que se hace algo. De él decía un poco más arriba, antes de llegar a este texto: la lámpara de tu cuerpo es tu ojo; si tu ojo fuere sencillo, será brillante todo tu cuerpo; mas, si tu ojo fuere nublado, será todo tu cuerpo tenebroso 104. Es decir, tales serán tus obras cual fuere la intención con que las haces. Y en texto precedente, hablando de la limosna, había dicho: no reunáis tesoros en la tierra, donde los destruyen el orín y la polilla, donde los ladrones asaltan y roban. Reservaos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los corrompen, donde los ladrones no asaltan ni roban. Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón 105; y seguidamente añade: la lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Así habla para que los que dan limosnas no lo hagan con intención de agradar a los hombres o de buscar en la tierra la recompensa de lo que hacen. Cuando el Apóstol encarga a Timoteo que amoneste a los ricos, hace esta advertencia: distribuyan y repartan fácilmente, reservándose un fundamento bueno para el porvenir, para que conquisten la vida verdadera 106. El Señor dirige el ojo de los que dan limosna hacia la vida futura, hacia el galardón celeste, para que, siendo sencillo el ojo, sean brillantes las acciones. A propósito de la remuneración final vale lo que dice en otra parte: quien a vosotros recibe, me recibe a mí, y quien me recibe, recibe a aquel que me envió. Quien recibe al Profeta en nombre de profeta, recibirá el galardón del profeta; y quien recibe al justo por su nombre de justo, recibirá el premio del justo; y quien diere a beber a uno de estos pequeñuelos un vaso de agua fría por el mero nombre de discípulo, no perderá su galardón 107. Podría suceder que, estando sano el ojo de los que remedian las necesidades de los pobres, profetas, justos y discípulos del Señor, esté, en cambio, enfermo el ojo de los que reciben los favores, hasta el punto de querer servir a Cristo para recibir esas mercedes. Para evitar eso añade: nadie puede servir a dos señores; y poco después: no podéis servir a Dios y al lucro. Y al fin concluye: Por lo tanto, os digo que no viváis preocupados por lo que necesita vuestra alma para comer o vuestro cuerpo para vestir.

35. Lo que a continuación expone acerca de las aves del cielo y de los lirios del campo, lo dice para que nadie piense que Dios no se cuida de las necesidades de sus siervos, siendo así que su sapientísima providencia llega hasta crear y gobernar esas criaturas. Dios es quien nutre y viste incluso a aquellos que trabajan físicamente. Pero el Señor, para que no se distorsione el carácter de la milicia cristiana, convirtiéndola en una conquista de lo material, advierte a sus siervos que en el ejercicio de su ministerio sagrado no busquen bienes materiales, sino el reino de Dios y su justicia. Todo lo demás se les dará por añadidura, tanto a los que trabajan corporalmente, como a los que por enfermedad no pueden trabajar, como a los que están tan absorbidos en el ejercicio de su ministerio pastoral, que no pueden ocuparse en otra cosa.

CAPÍTULO XXVII

Hemos de utilizar nuestras propias fuerzas para no tentar a Dios

35. Por cierto que había dicho Dios: invócame en el día de la tribulación: yo te salvaré y tú me glorificarás 108. Según este texto, el apóstol no debió huir y hacerse descolgar por el muro en un serón, para esquivar las manos de los perseguidores 109. Al contrario, debió esperar ser capturado y ser liberado por Dios, igual que lo hizo con los tres jóvenes librándolos de las llamas 110. Por esta razón tampoco debió decir el Señor: si os persiguen en una ciudad, huid a otra 111, puesto que él mismo había asegurado: si algo pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará 112. Pudiera también objetarse a los que huyen de la persecución por qué no desisten e invocan a Dios, para que los libre mediante un milagro, como fue librado Daniel de los leones 113 y Pedro de las cadenas 114. A lo que podría responderse que no debemos tentar a Dios. Él ejecutará el milagro, si quiere, cuando la víctima no encuentre solución, porque mientras Dios proporcione ocasión de huir, aunque ellos se libren por la huida, no se libran sino por obra de Dios. Supongamos, en nuestro caso concreto, que los siervos de Dios tienen tiempo libre y salud para seguir el precepto y el ejemplo del Apóstol, y se ganan con sus manos el alimento. Y si alguien se lo reprocha a base del Evangelio, que habla de las aves del cielo que no siembran, ni recogen ni almacenan en graneros; y de los lirios del campo, que no trabajan ni hilan, a éstos podrá respondérseles: si por una enfermedad u ocupación no pudiéramos trabajar, Dios nos nutrirá y vestirá como a las aves y a los lirios, que no ejecutan esas operaciones; pero, dado que podemos, no debemos tentar a Dios; esto que podemos, lo podemos por merced divina, y cuando de ello vivimos, vivimos de quien nos hace esa merced. Por eso no nos preocupamos de estas necesidades, porque, cuando podemos trabajar, nos nutre y viste el que viste y nutre a todos los hombres; y cuando no podemos trabajar, nos nutre y viste el que viste y nutre a los lirios y a las aves, ya que somos más que ellos. En esta nuestra milicia no pensamos en el mañana. Porque no es por conseguir bienes temporales, que hacen referencia al mañana, sino por lograr bienes eternos, que se caracterizan por ser un hoy-sin-fin, por lo que nos consagramos a Dios, con el fin de agradarle desembarazados de los negocios seculares 115.

CAPÍTULO XXVIII

Exhortación paterna a los monjes ociosos y vagabundos

36. Estando así las cosas, permíteme, querido hermano, puesto que el Señor se sirve de ti para inspirarme gran confianza, que me dirija directamente a esos monjes, hijos y hermanos nuestros. Conozco con cuánto amor los das a luz conmigo, hasta lograr verlos formados en las enseñanzas del Apóstol 116. ¡Oh siervos de Dios, soldados de Cristo!, ¿así encubrís las asechanzas del más astuto enemigo, que trata por todos los medios de oscurecer con sus hedores vuestra buena fama, ese exquisito olor de Cristo 117, de forma que no puedan decir las almas buenas: corremos en pos de la fragancia de sus perfumes 118, y así escapar de sus lazos? Este es el motivo por el que el enemigo ha dispersado por todas partes tanta gente hipócrita con hábito de monje. Entre esa gente, unos recorren las provincias, sin estar para ello comisionados, estando siempre en continuo movimiento, nunca quietos, nunca domiciliados; otros negocian con reliquias de mártires, si es que son de mártires; otros airean sus fimbrias y filacterias; otros mienten afirmando al incauto haber oído que allá, sabe Dios dónde, viven sus padres o parientes, y que muy pronto vendrán a verle. Y todos piden, todos exigen, bien el beneficio de su rediticia pobreza, bien el precio de su fingida santidad. Entre tanto, cuando en algún lugar son sorprendidos en sus fechorías o éstas de algún modo llegan a divulgarse, bajo el nombre genérico de monjes es desacreditado el estado de vida consagrada que profesáis, una institución tan buena, tan santa, tan digna de ser difundida por toda el África como lo está en otros países. ¿No os enardece el celo de Dios? ¿No os abrasa el corazón en vuestro interior y arde el fuego 119 en vuestra meditación, con el fin de borrar con buenas obras las tropelías de esos infelices, para arrebatarles la ocasión de sus torpes negocios, con los que padece vuestro nombre y se da motivo de escándalo a los débiles? Tened compasión y caridad, demostrad a los hombres que no buscáis una vida fácil en la holganza, sino el reino de Dios en el estrecho y áspero camino de la profesión religiosa. Vuestro motivo para trabajar es el mismo que tuvo el Apóstol: quitar la ocasión 120 a los que la buscan, para que los que son ahuyentados por el hedor de ellos sean fortalecidos con vuestra fragancia.

CAPÍTULO XXIX

Agustín expone su propia situación en relación con el trabajo manual

37. No queremos arrojar sobre vosotros cargas pesadas ni abrumar vuestros hombros con pesos que ni con el dedo quiera rozar yo 121. Preguntad e informaos del trabajo de mis ocupaciones, de la debilidad física de mi cuerpo para ciertos trabajos, de la costumbre de las Iglesias a cuyo servicio estoy, y veréis que no me dejan tiempo disponible para entregarme a las labores que a vosotros os aconsejo. Aparte de que yo podría decir: ¿Quién hace la guerra a sus propias expensas? ¿Quién planta una viña y no come de sus frutos? ¿Quién apacienta el rebaño y no participa de la leche del rebaño? 122 Pero pongo por testigo sobre mi alma a Jesucristo, en cuyo nombre os digo sin recelo estas cosas, que, por lo que toca a mi comodidad, preferiría mil veces ocuparme en un trabajo manual cada día y a horas determinadas -como está prescrito en los monasterios donde rige la disciplina-, y poder disponer de las restantes horas del día libres para leer, orar, y escribir algo acerca de las divinas Escrituras, en lugar de tener que sufrir las zozobras y angustias de pleitos ajenos sobre asuntos mundanos, que hay que dirimir con una sentencia o cortar con una decisión personal. Son éstas las molestias con que me tiene clavado el mismo Apóstol, no por su voluntad, sino por la de Aquel que hablaba por su boca, aunque no leo que él las hubiera padecido. Su apostolado, por el continuo correr de un lugar a otro, era distinto del mío. No dijo él: si tuviereis pleitos seculares, traedlos a nosotros o constituidnos jueces para vuestras causas, sino que afirmó: elegid -antes que a los jueces infieles- a los que son ínfimos en la Iglesia. ¿No hay entre vosotros ningún hábil que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que un hermano pleitea con otro, y eso en el tribunal de los infieles? 123 Quiso que se encargaran de resolver tales pleitos los fieles sabios y santos, que tenían domicilio fijo, no los que iban de una parte a otra predicando el Evangelio. Por eso, jamás leemos que el Apóstol se haya entregado a estas tareas, mientras que yo no puedo librarme de ellas, por más que sea una insignificante persona. Porque, a falta de sabios, prefirió en esta tarea incluso a los insignificantes, antes que llevar a los tribunales civiles los asuntos de los cristianos. Y, con todo, yo acepto ese trabajo, aparte del consuelo del Señor por la esperanza de la vida eterna, por la esperanza de poder sacar algún fruto de bien con el ejercicio de la paciencia. Servidor soy de su Iglesia, máxime de sus miembros más débiles, sin que importe saber qué clase de miembro soy respecto al cuerpo entero. Omito otras innumerables preocupaciones eclesiásticas, que quizá nadie crea, salvo quien las haya experimentado. Por lo tanto, no arrojo sobre vosotros cargas pesadas ni abrumo vuestros hombros con pesos que yo me niegue a tocar con un solo dedo. Dios, que prueba los corazones, ve que, si estuviese en mi poder, salvo las exigencias de mi cargo, preferiría hacer lo que os aconsejo a vosotros antes que hacer lo que me veo obligado a realizar. Cierto es que para todos los que trabajan, para vosotros y para mí, según el cargo y profesión que desempeña cada cual, es áspero el camino, y lleno de trabajos y angustias. Sin embargo, para todos los que estamos animados por el gozo de la eterna esperanza, es suave el yugo y ligera la carga del Señor 124 que nos llamó al descanso, el cual se adelantó a atravesar este valle de lágrimas, en el que ni Él mismo se libró de tribulaciones. Por tanto, si sois hermanos o hijos nuestros, si unos y otros somos siervos de Cristo, si nosotros somos servidores vuestros en Cristo, prestad oídos a nuestro consejo, dad acogida a nuestros mandatos, asumid lo que os ordenamos. Aunque fuese yo un fariseo que impusiera cargas pesadas sobre vuestros hombros, haced lo que os digo, aunque condenéis lo que yo hago 125. Nada me importa ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano 126. Dios, a cuyo divino juicio presento mis acciones, conoce con qué fraterno amor me preocupo de vosotros. En fin, pensad de mí lo que queráis. Es el apóstol Pablo quien en el Señor os manda y aconseja que trabajando en silencio, es decir, en quietud y obediente disciplina, comáis vuestro pan 127. Pienso que a él no le atribuiréis mala intención, pues habéis creído en Aquel que habla por su boca.

CAPÍTULO XXX

Invitación a no dejarse contagiar por la indisciplina de los monjes ociosos

38. Aquí tienes, mi querido hermano Aurelio, merecedor de todo mi respeto, en las entrañas de Jesucristo, lo que sin demora me ha sido inspirado escribir, acerca del trabajo de los monjes, por Aquel que se valió de ti para mandármelo. He procurado ante todo que esos buenos hermanos, que acatan los preceptos apostólicos, no sean denostados como prevaricadores del Evangelio por los perezosos e indisciplinados. Por lo menos, para que los que no trabajan, no duden en juzgarse inferiores a los que trabajan. Por lo demás, ¿quién puede tolerar que los rebeldes, que con tenacidad resisten a los saludables consejos del Apóstol, sean ensalzados como más santos y no tolerados como más débiles? ¿Cómo puede admitirse que los monasterios fundados en la más sana doctrina se relajen por esa doble seducción: la disolución licenciosa de la holgazanería y el falso nombre de santidad? Sepan, pues, aquellos otros hermanos e hijos nuestros, que por ignorancia suelen favorecer a estas personas y defender su presunción, que han de cambiar de proceder para que ellos puedan corregirse, y no favorecerles para que empeoren. No les reprendemos por el hecho de suministrar a los siervos de Dios con diligencia y entusiasmo lo que necesitan; todo lo contrario, alabamos cordialmente esa acción. Decimos esto no sea que, por una mal entendida compasión, vayan a dañar más su vida futura que a mejorar su vida presente.

39. Menos se peca cuando no se alaba al pecador que sigue los deseos de su corazón que cuando se elogia al que practica la iniquidad 128.

CAPÍTULO XXXI

Contra los monjes melenudos y sus débiles razones

¿Hay perversión más grande que buscar ser obedecido por los inferiores y, a su vez, rehusar obedecer a los superiores? Al decir "superior" me refiero al Apóstol, no a mí, a quien no obedecen cuando se dejan crecer la cabellera. En ese punto, el Apóstol no admitió discusión alguna, pues dijo: si alguien quiere discutir, yo no tengo esa costumbre, y la Iglesia de Dios tampoco la tiene. Y lo que mando es esto 129. Es decir, aquí no importa el ingenio de quien diserta, sino la autoridad de quien ordena. Por lo que toca a la cabellera larga, ¿hay, por favor, algo más abiertamente contrario al precepto del Apóstol? ¿O hay que llevar la vagancia hasta el punto de llegar a quitar el trabajo a los peluqueros? Dicen que imitan a las aves del cielo. ¿Es que temen no poder volar si son depilados? No quiero extenderme sobre ese vicio por respeto a algunos hermanos de larga cabellera, cuya conducta admiro casi en todo, menos en eso. Cuanto más los amo en Cristo, con tanta mayor solicitud les amonesto. No temo que su humildad rechace esta amonestación mía, pues yo mismo deseo que ellos me reprendan en mis dudas o yerros. Reprendo, pues, a tan santos varones, para que no se dejen impresionar por los vanos argumentos de los necios y los imiten en esa aberración, ya que su conducta tanto dista de la de ellos en todo lo demás. Ellos pasean una hipocresía en busca de lucro, pues temen que una santidad rasurada se pague menos que una melenuda; pretenden que quien los vea, piense en Samuel y en todos aquellos antiguos personajes de quienes habla la Escritura, que no se tonsuraban 130. No ven la diferencia que existe entre el velo profético y el desvelamiento o revelación evangélica, de la que dice el Apóstol: cuando pases a Cristo, se alzará el velo 131. En aquel remoto tiempo, la cabellera de los santos simbolizaba lo mismo que el velo colocado entre el rostro de Moisés y la vista del pueblo de Israel 132. El mismo Apóstol dice que la larga cabellera representa al velo, y éste es la autoridad por la que estos (melenudos) se mueven. Ante la constatación de que el Apóstol claramente dice: es una ignominia para el varón el llevar cabellera 133, éstos replican: aceptamos la ignominia como castigo de nuestros pecados. Tienden el tenderete de una fingida humildad para, bajo su sombra, poner en venta su soberbia. Como si el Apóstol enseñase la soberbia cuando dice: todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza; y también: el varón no debe cubrir su cabeza, pues es imagen y gloria de Dios 134. ¿No sabrá acaso enseñar la humildad el que dice no debe? No obstante, si es por humildad por lo que aprecian esto que, en tiempos evangélicos, es una ignominia, y, en tiempos de la profecía, era un símbolo, rasúrense y velen su cabeza con un cilicio. Claro que en este caso su figura ya no será rentable, pues Sansón no se cubría con un cilicio, sino con su propia cabellera 135.

CAPÍTULO XXXII

Simbolismo del velo en la Sagrada Escritura

40. No es fácil expresar lo tristemente ridículo que es el otro argumento que se han inventado para defender sus largas cabelleras. El Apóstol, dicen, prohibió llevar cabellera a los varones. Pero los que a sí mismos se castraron por el reino de los cielos 136 ya no son varones. ¡Qué singular estupidez! Quien eso dice, sin duda se enfrenta con intención impía y perversa a los pronunciamientos más claros de la Sagrada Escritura, se adentra en un camino tortuoso y pretende introducir una doctrina pestilente; todo lo contrario de aquel de quien se dijo: bienaventurado el varón que no intervino en el consejo de los impíos y no entró por el camino de los pecadores ni se sentó en la cátedra de la pestilencia 137. Si meditasen en la ley del Señor día y noche, se enterarían de que el apóstol Pablo profesó la más perfecta castidad, pues dice: quisiera que todos los hombres fuesen como soy yo 138, y, no obstante, se presentó como varón íntegro no solo por la vida que llevaba, sino también por la doctrina que predicaba. Así, en efecto, se nos confesó: cuando era niño, hablaba como niño, sentía como niño, pensaba como niño; cuando me hice varón, abandoné las cosas de niño 139. No sé para qué cito al Apóstol, cuando esos que sostienen estas teorías no saben lo que piensan acerca de nuestro Señor Jesucristo, ya que de Él, y no de otro, se dice: hasta que lleguemos todos a la unidad de fe y conocimiento del Hijo de Dios, al varón perfecto en la medida de la edad de la plenitud de Cristo; para que no seamos ya niños lanzados y zarandeados por todo viento de doctrina, en ilusión de los hombres y en astucia para maquinar errores 140.

¡Con qué ilusión engañan éstos a los ignorantes, con qué astucia y diabólicas maquinaciones son ellos mismos zarandeados, arrastrando consigo, en sus vaivenes, a los débiles que se les adhieren, obligándoles en cierto modo a rodar hasta el punto de no saber, unos y otros, dónde están! Han oído y leído lo que está escrito: todos los que estáis bautizados en Cristo, estáis revestidos de Cristo, en el cual no hay judío ni griego, ni siervo ni libre, ni varón ni mujer 141. No entienden que esto se refiere a la concupiscencia de la sexualidad, puesto que en la interioridad del hombre, donde somos espiritualmente renovados 142, no existen funciones sexuales. No digan, pues, que no son varones porque se abstienen de la función carnal del varón. Los esposos cristianos, que ejercitan esa función, no son cristianos por la función que ejercitan, es decir, por lo que tienen en común con los no cristianos e incluso con los animales. Una cosa es lo que se concede a la fragilidad o a la función que se ejercita para la propagación de la especie mortal, y otra cosa es lo que, bajo el prisma de la fe, sirve de signo para conseguir la vida eterna e incorruptible. Por tanto, el precepto dado a los varones por el Apóstol de no cubrir la cabeza, hay que entenderlo como un símbolo en el cuerpo y una realidad en la mente, donde el hombre es imagen y gloria de Dios, como lo indican las mismas palabras: el varón no debe cubrir su cabeza, pues es imagen y gloria de Dios 143. Dónde está esa imagen, lo precisa el Apóstol cuando dice: no os engañéis recíprocamente; despojándoos del hombre viejo con sus actos, revestíos del nuevo, que se renueva en el conocimiento de Dios según la imagen del que le creó 144. ¿Quién puede dudar de que se trata de una renovación del espíritu? El que lo dude, escuche una expresión más explícita, en la que, para inculcar lo mismo, se nos dice: como la verdad está en Jesús, despojaos, en cuanto a vuestra conducta antigua, del hombre viejo, que se corrompe según las concupiscencias del error, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, revistiéndoos del hombre nuevo, creado según Dios 145. ¿Qué decir?, ¿acaso que las mujeres no tienen esa renovación del espíritu, en la que reside la imagen de Dios?, ¿quién tendrá la osadía de decir semejante cosa? En cambio, su sexo corporal no simboliza esta imagen de Dios; por eso se les manda cubrirse con el velo. La mujer, en cuanto mujer, simboliza más bien la parte que pudiéramos llamar concupiscencial, la parte sobre la que el espíritu ejerce el dominio, espíritu que, a su vez, cuando se lleva una vida sumamente recta y ordenada, está sometido a Dios. En un solo hombre distinguimos espíritu y concupiscencia. El primero gobierna y la segunda es gobernada; el primero domina y la segunda obedece. Esa doble realidad la expresamos simbólicamente mediante la figura del varón y de la mujer. De ese simbolismo habla el Apóstol cuando dice que el varón no debe cubrirse, mientras que sí debe hacerlo la mujer. Con tanta mayor gloria se eleva el espíritu a las cosas superiores con cuanta mayor diligencia es refrenada la concupiscencia de las cosas inferiores. Así, el hombre entero, a pesar de este cuerpo frágil y mortal, llegará a revestirse de incorrupción e inmortalidad cuando en la resurrección final la muerte quede devorada por la victoria 146.

CAPÍTULO XXXIII

Ruego a los melenudos de buena fe que se corten el pelo.
Despedida

41. En definitiva, los que no quieren obrar el bien, dejen por lo menos de enseñar el mal. Pero quedan otros, a quienes aquí reprendemos, que no tienen otro defecto, contra el precepto apostólico, que ese de los cabellos largos, con el que también ofenden y perturban a la Iglesia. Pues sucede que, mientras unos, resistiéndose a pensar mal de ellos, se ven obligados a interpretar erróneamente las palabras tan claras del Apóstol, otros prefieren mantener la interpretación correcta de las Escrituras antes que adular a los hombres, cualesquiera que éstos sean. Nacen, así, entre los hermanos más débiles y las más fuertes disputas amargas y harto peligrosas. Si los débiles lograran informarse bien, sin duda que se corregirían también en esto, pues, en el resto de su conducta, los admiramos y amamos. A ellos no les reprendo, sino que les ruego y suplico, por la divinidad y humanidad de Cristo y por la caridad del Espíritu Santo, que dejen de escandalizar a los débiles, por los que Cristo murió 147, y de colmar de dolor y angustia mi corazón. Digo de mi corazón, porque sé cuán fácilmente esta reprobable conducta puede ser imitada por los malvados con vistas a engañar a los hombres, si la ven encarnada en aquellos a quienes, por imperiosa obligación de caridad cristiana, ven que honramos por tantas otras cosas buenas. Si después de esta amonestación, o más bien súplica mía, creen que deben perseverar en su conducta, nada haré sino lamentarlo y penar. Me basta que lo sepan. Si son siervos de Dios, tendrán compasión de mí. Si no me compadecen, no quiero emitir sobre ellos un juicio más severo. Si apruebas esta exposición, en la que quizá me he extendido más de lo que permiten mis obligaciones y las tuyas, dala a conocer a nuestros hermanos e hijos, por los que te dignaste imponerme esta carga. Si crees que algo se debe abreviar o corregir, démelo a conocer su beatitud a través de una carta.