RÉPLICA A JULIANO (OBRA INACABADA)

LIBRO IV

La fe católica triunfa tanto de los pelagianos
como de los maniqueos

1. Juliano.- "Imagino que un lector atento pueda asombrarse cómo, después de haber dividido, según solemne costumbre de los autores, mi opúsculo en un cierto número de libros, trato en uno cuestiones que pertenecen a otro. Tal, por ejemplo, la interpretación que doy en el tercer volumen de estas palabras del Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo 1, sentencia que destruye la doctrina del pecado original, pues la nación judía desciende de uno solo, Abrahán 2. El lector al que ahora quiero dar satisfacción puede ser que piense que esta discusión tenía su lugar adecuado en el segundo libro. Pero sabe que esta manera de proceder, suplir en un libro lo que parecía omitido, no debilita el razonamiento ni procede de las prisas del escritor, pues es una exigencia de la naturaleza de las cosas y de la razón. El uso de este género dialéctico lo avalan multitud de eximios ingenios; pero sería torpe jactancia defender una cuestión tan sencilla invocando testimonios grandilocuentes de autores antiguos, pues esta táctica haría sospechoso un hecho bien establecido.

Con una discusión necesaria he puesto fin a mi libro segundo, dedicado a interpretar unas palabras del Apóstol y no me extendí en cuestiones marginales. Con todo, acabada la discusión, creí un deber salir al encuentro de ciertas cuestiones irrelevantes en atención a ciertos espíritus débiles a los que pueden turbar unas frías objeciones, y en mi tercer libro demostré en qué sentido se dice que muchos han nacido de uno solo. Es, pues, muy conveniente que el libro siguiente complete al anterior para que aparezca la gran armonía que existe entre los diversos libros, y así los lectores entren en deseos de leer la obra entera y comprendan que, si hay cuestiones que se aplazan, no se omiten. Dejada constancia de que el método conviene a la fe y disposición de la obra, entramos en discusión con los maniqueos acerca de la obra y de la ley de Dios; rechazamos de aquéllos la deformidad de un mal natural y la injusticia de los juicios funestos; enseñamos que la justicia nada ha perdido en los preceptos y que el diablo no ha inyectado en los niños mal alguno; por último, demostramos que la ley es digna de un Dios creador y muy digna de un Dios gobernador del mundo".

Agustín.- Los maniqueos encontrarían en vuestros ataques un potente aliado para escapar de nuestros golpes si la fe católica no triunfase de vosotros y de los maniqueos. Porque, en efecto, no pueden atribuir a una mezcla de dos naturalezas, por ellos inventada, la oposición que reina entre los deseos de la carne y los del espíritu, ni los males que afligen al género humano a los que todos los mortales están sujetos, empezando por el llanto y calamidades de los niños; males que la autoridad divina y la recta razón atribuyen a una naturaleza viciada por el pecado; naturaleza que Dios creó buena y no la priva del don de la fecundidad y de su buen oficio. Vosotros, al negarlo, os empeñáis en romper el arma que destruye a los maniqueos; pero es de tan buen acero, que, invencible, atraviesa a unos y otros, ya os hiera después que a ellos, ya vayan en vuestro seguimiento.

Obra de Dios y gracia sanante

2. Jul.- "Si creéis en estos dos principios, a saber, que las obras de Dios no son malas y que sus juicios son justos, queda destruido el dogma de la transmisión del pecado; por el contrario, si se acepta la impiedad de los traducianistas, se destruyen los dos principios, el de la bondad de Dios y su justicia, sin los cuales Dios es inimaginable".

Ag.- Ni son malas las obras de Dios, pues saca bien de los males y ayuda y sana con bondad suma a los niños que elige de entre una masa viciada por la prevaricación del primer hombre, ni sus juicios son inicuos cuando impone un duro yugo sobre los hijos de Adán desde el día de su nacimiento 3, pues sólo castiga el pecado. Si estas cosas se creen y se entienden, el error de maniqueos y pelagianos se evapora, porque estos males del género humano los atribuyen los maniqueos a no sé qué principio malo, coeterno a la eternidad de Dios; y el de los pelagianos, pues no quieren se impute a los niños un pecado.

Respuesta extensa de Agustín

3. Jul.- "Pesemos las razones que alega este destructor de la naturaleza. Mas para que pueda comprender el lector y juzgar las cosas que oscurecen la discusión, señalaré su estilo y manera de proceder. Declara impugnar mis escritos, que leyó en un breve extracto que le fue remitido; expone algunos fragmentos y censura palabras que no se encuentran en mi obra".

Ag.- Gracias a Dios, porque en seis libros he respondido a cuanto contienen tus cuatro libros, de los que aquel que me envió un breve extracto lo hizo como quiso. Pienso ahora que nos vas a decir lo que no se encuentra en tu obra; mas, aunque lo digas y pruebes, me siento feliz, porque no has dicho lo que no debías decir y ojalá que jamás hayas dicho ninguna de las palabras que son, con toda justicia, condenables.

¡Erudición asombrosa de Juliano!

4. Jul.- "Escribe a Valerio Agustín: "Examina cómo piensa justificar el título que nos da: Dios, después de formar a Adán del polvo de la tierra, hizo a Eva de una de sus costillas y dijo: 'Esta se llamará Vida, porque será la madre de todos los vivientes'. Estas no son palabras de la Escritura; pero ¿qué importa? La memoria olvida las palabras, pero basta retener el sentido. No impuso Dios el nombre de Vida a Eva; fue su marido. Así está escrito: Adán llamó a su esposa Vida, porque es madre de todos los vivientes" 4.

Erudición asombrosa la de este doctor, pues no permite separarnos ni un ápice de la palabra de la Escritura. Nos arguye de ignorancia, pero, generoso, se digna perdonarme el olvido que me llevó a decir que fue Dios el que impuso a la mujer el nombre de Vida; es una bella ocasión de mostrarse erudito y benévolo. Pero ni los esfuerzos para encontrar el nombre de la mujer son tan admirables y no es tolerable la impudencia de perdonar lo que en sus comentarios me achaca. En efecto, después de establecer el texto de la ley que pone en boca del Creador: No es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante a él 5, pregunta: '¿Qué significa: No es bueno que el hombre esté solo?' ¿Había, acaso, Dios creado alguna cosa que no fuese buena, él que había hecho todas las cosas no sólo buenas, sino muy buenas? ¿Cómo dice: No es bueno que el hombre esté solo? Esta manera de hablar no es un reproche al estado del hombre en su creación, pero muestra que el género humano podía anhelar una unión pecaminosa si el don de un sexo diferente no fuera fuente de un nuevo ser. Pues, aunque pudiera Adán esperar la inmortalidad si no pecara, sin embargo, no hubiera podido ser padre de no encontrar una mujer salida de su costado durante un sueño, y comprendió por su primer nombre su destino: Se llamará Vida, porque es madre de todos los vivientes 6. Estas palabras prueban que, en el futuro, nadie puede existir ni vivir sin haber recibido la vida mediante el beneficio de la generación.

Es evidente que en cosa tan baladí no he dicho nada que pueda ser, sin gran impudencia, rebatido; la acusación de impostura recaiga sobre el más indigente de todos; pues, al querer dar lo que uno no tiene, peca a un tiempo de injusticia y de jactancia por su aparente generosidad".

Ag.- Y, si no has puesto las palabras de los Libros santos como las encontré en el breve extracto, mi perdón no es para ti, sino para el autor del resumen, al que los dos hemos de perdonar. Y si piensas que no he leído esas palabras en dicho extracto, sino que las puse con mentira como si las hubiera encontrado para poderte atribuir un error, ahora, con toda sinceridad, te perdono por haber pensado tan mal y tan falsamente de mí.

Verborrea de Juliano

5. Jul.- "Después de censurar esto con tanta gravedad, prosigue y advierte a su protector preste atención a lo que sigue: 'Dios, dijo, creador del varón y de la mujer, los dotó con miembros aptos para la generación' 7. Y citadas sólo estas mis palabras, que toma del principio de mi libro, omite otras muchas líneas en las que insisto en que las nuevas almas nada deben a la carne ni a la generación; pero cita estas otras: 'Así, dispuso que los cuerpos vengan de los cuerpos; con todo, su mano poderosa se revela en esta su obra, pues gobierna cuanto su poder ha creado. Si, pues, el feto es obra de los órganos sexuales, y el sexo es obra del cuerpo, y el cuerpo obra de Dios, ¿quién puede dudar que la fecundidad es obra de Dios?'

Citadas mis palabras, confiesa están de acuerdo con la fe católica. ¿Quién no pensaría en un cambio en este hombre? Pero no se olvida de sí mismo, y juzga semejante condición efecto de un dogma perverso y del pudor, creyendo que la doctrina se pone de manifiesto en las caídas y el pudor se robustece por un uso constante. Aprueba mi doctrina en este pasaje de mi libro, pero clava, con este abrazo espontáneo, el hierro de sus prejuicios en su buena fe. Prosigue: 'Después de estas palabras, conformes a la verdad y a la fe católica y los escritos canónicos de los Libros divinos, que cita con mentalidad anticatólica, retorna a la herejía de Pelagio y Celestio'. Pon atención a lo que sigue. Y cita mis palabras por fin: '¿Qué es lo que el diablo reconoce como suyo en los órganos de reproducción para reclamar con derecho la propiedad del fruto? ¿La diferencia de sexos? Pero ésta existe en un cuerpo obra de Dios. ¿La unión carnal? Tiene el doble privilegio de la institución y bendición divinas. Y dijo Dios: Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne 8. Y voz de Dios es: Creced, multiplicaos y llenad la tierra 9. ¿Será, acaso, la fecundidad? Pero ¡si es la causa de la institución del matrimonio!'

Responde que ni la diversidad de sexos, ni la unión sexual, ni la procreación da al diablo derecho a reivindicar su propiedad; mas, concedido todo esto, encuentra algo que es imputable al diablo, y califica de timidez nuestro pudor por temer nombrar la concupiscencia de la carne al hablar de la función de los cuerpos y de los sexos. Y escribe contra mí a su protector: 'Mas no ha querido mencionar la concupiscencia de la carne, que no viene del Padre, sino del mundo 10, cuyo príncipe es el diablo; éste no pudo encontrar en el Señor esta concupiscencia, pues no vino al mundo por este camino. Dice el mismo Señor: Viene el príncipe de este mundo, y en mí no encontrará nada 11; ni el pecado de nacimiento ni los que se añaden en la vida. Él no ha querido nombrar la concupiscencia entre los bienes naturales, pues los esposos sienten sonrojo, mientras se glorían de todos los demás bienes. ¿Por qué los esposos se recatan y ocultan a la vista de sus hijos si no es porque no pueden, sin sonrojo, encontrar en esta unión algo bueno si no es la vergonzosa libido? De ella se avergonzaron también aquellos que primero cubrieron su desnudez 12; partes que antes no eran vergonzosas, sino que, como obras de Dios, dignas de elogio y alabanza' 13.

En los cuatro libros de mi primera obra traté, ¡oh beatísimo padre Floro!, cuestiones pertinentes al matrimonio, a las uniones, a los cuerpos, a los sexos, a la obra de Dios y, por último, a los sentimientos de Dios, pues él debe ser alabado por la bondad de sus obras o despreciado por sus defectos. Y en el curso de todos mis escritos, la verdad sin sombras ha probado que el diablo nada tiene añadido a los cuerpos ni a los sentidos; en consecuencia, la doctrina impura de la transmisión del pecado, es claro, proviene de la fuente turbia de Manés".

Ag.- Los que lean tus libros y los míos, fácilmente comprenderán cómo has hablado en tus cuatro volúmenes y cómo has sido refutado, de manera que está claro que nada has dicho. Y, aunque no lean tus libros, sino sólo los míos, se convencerán de que tu herético dogma queda desarbolado. Mas como respondes a un opúsculo mío con cuatro tuyos, sin alcanzar ni la tercera parte de mi obra y sin refutar ninguna, y tanto presumes de la obra que has escrito contra mí, sobre el mismo tema, en ocho libros, pensando aplastarme con el número de tus volúmenes, no por la fuerza de tus argumentos, como si comprendieras que en tus cuatro libros no habías dado un paso al frente, te pareció necesario añadir ahora otros ocho. Si tu verborrea se nutre con esta vianda, ¿a quién no aterrará, no la verdad, sino el número de tus libros, que ni puedo contar? Hombre dotado de admirable facundia, creíste necesario oponer a un breve opúsculo mío cuatro tuyos, y ahora ocho a otro mío; y no temerás oponer otros mil tuyos a los seis que yo he escrito. Y, si opones seis al primero y continúas doblando el número precedente, darás pruebas de hablar mucho, sin saber lo que dices.

Se avergüenza de nombrar la concupiscencia carnal

6. Jul.- "Aunque esta materia consta ha sido hasta la saciedad discutida, la quiero ahora brevemente repetir en la presente disputa. Dirijo mis palabras a aquel cuya erudición combato. Nos concede haber, con razón, establecido que, si el feto es efecto de la unión de los sexos, y el sexo es obra del cuerpo, y el cuerpo viene de Dios, es imposible dudar que la fecundidad sea obra de Dios; y entonces nada suyo puede reconocer el príncipe de las tinieblas en la unión de los sexos que le dé derecho sobre el fruto de estos órganos, pues la diversidad es esencial a estos miembros y el fruto de esta unión fecunda viene de Dios, creador de los padres y autor también de lo que engendran; nada, pues, obliga a adjudicar al diablo el fruto de esta unión.

¿Qué consuelo o ayuda piensas tú cosechar de la honestidad de mi lenguaje si rehúso hablar aquí de la concupiscencia de la carne? Aunque en toda mi obra hubiera evitado nombrarla, no habría inferido ultraje o injuria a esta cosa, que, por el contrario, sería designada con una expresión más decente e indicada de una manera más inteligible. Si te empeñas, te puedo conceder haya querido silenciar el nombre de una materia que tenemos cuidado de tapar con un velo. ¿Han sido por esto alteradas la verdad y la razón? ¿Sufriría quebranto la inteligencia, árbitro de las cosas, porque exista algo que, por decoro, no siempre es preciso presentar a la vista o hacerla perceptible al oído? Mas ¿qué deformidad existe en nombrar la concupiscencia de la carne cuando era necesario, y que tú, aunque sientas es indomable, con frecuencia mencionas?"

Ag.- Afirmo que es posible domar la carne por los que la combaten, no por los que la ensalzan.

Herejía pelagiana

7. Jul.- "Añades luego: '¿Por qué pertenecen al demonio los niños, si nacen de cuerpos creados por Dios y con bendición divina se unen? Estos cuerpos han recibido de Dios la fecundidad y el poder de multiplicarse y los niños han sido formados por Dios de una materia seminal. Si confiesas que la sustancia de los cuerpos es obra de Dios, y Dios el autor de los miembros genitales de los cuerpos, y Dios bendice la unión carnal, y él da la virtud germinativa, y de Dios viene toda forma que nace y vive, ¿por qué atribuyes al diablo las obras de Dios?' 14 Llamas herejía a una doctrina que en todas sus partes es razonable y católica".

Ag.- ¿No llamamos herejes a los novacianos, arrianos, eunomianos y otros muchos, aunque todos profesen el símbolo? Paso en silencio otros puntos de vuestra doctrina; pero ¿cómo quieres no os llame herejes, si negáis sean los niños arrancados del poder de las tinieblas cuando son transferidos a Cristo y en el momento de recibir el Espíritu Santo son librados del espíritu impuro mediante las insuflaciones y exorcismos, según antigua práctica de toda la Iglesia, que alaba el nombre del Señor desde que nace el sol hasta su ocaso?

El hombre, obra buena de Dios, nace con pecado

8. Jul.- "Después de verte obligado por Dios a confesar la legitimidad de nuestra conclusión, que no pudiste impugnar por ser su verdad evidente, y en este caso tus injurias caerían sobre ti mismo, diriges tus ataques contra sus consecuencias".

Ag.- Lo que llamas tú consecuencias es sólo una falsa conclusión y no lo comprendes. De las verdades que enseñas como católico no se deriva la causa por la que eres hereje. Como católico, enseñas que la prole viene de la unión de los sexos; que los órganos genitales vienen del cuerpo y que el cuerpo viene de Dios; luego, con todo derecho, la fecundidad se atribuye a Dios.

Pero de todo esto, ¿se sigue que el hombre nazca sin mancha de pecado, aunque sea de un día su vida sobre la tierra? No sois, pues, herejes diciendo verdades, sino negando la verdad. No es Dios autor de la locura; sin embargo, es autor del niño que nace memo. Comprende, si puedes, que el hombre nace con un pecado de origen, del cual Dios no es autor, aunque sea el creador del hombre. Recuerda que te has alejado también de tu dogma al negar cree Dios la voluntad en el espíritu del hombre. Voluntariamente, confieso ser tus palabras católicas y las alabo, aunque digas he sido forzado por Dios. Dios obra en nosotros el querer, verdad que soléis, contra el Apóstol, negar.

El bien y el mal en la generación

9. Jul.- "Si, pues, la procreación se efectúa por los órganos del cuerpo, y estos órganos están en el cuerpo, y el cuerpo viene de Dios, ¿quién duda que la fecundidad debe atribuirse a Dios? Esto es tan evidente, que te has visto obligado a reconocerlo con elogio. Después de alabar este pasaje, adviertes que la herejía se introduce solapada, aunque cuanto sigue sea sólo consecuencia de las premisas que anteceden".

Ag.- Acaso en lo que te concedo que has dicho verdad se encuentra esta pregunta: "¿Qué reconoce el diablo como suyo en los órganos sexuales?" 15 Principias ahora a sembrar tu herejía. ¡Como si el diablo no pudiera reivindicar como suyo algo en estos órganos, aunque como cuerpo vengan de Dios! Sabe muy bien el diablo distinguir en sí mismo lo bueno, que viene de Dios, y el mal, cuyo autor es el diablo; el bien es propio de la naturaleza; el mal, efecto de su maldad. En los órganos de reproducción reconoce lo que es obra de Dios, el sexo, el cuerpo y el espíritu; y lo que es suyo, la codicia de la carne contra el espíritu; los unos vienen del Creador, cuya venganza no puede él evitar; la otra viene de la herida que él nos infligió.

Autoridad de San Ambrosio

10. Jul.- "Pregunto, pues: ¿Qué hay en los órganos sexuales que dé al diablo derecho sobre sus frutos? ¿La diversidad? Pero ésta radica en los cuerpos, obra de Dios. ¿La unión marital? Es privilegio de la bendición divina y de su institución. ¿Quizás la misma fecundidad? ¡Pero si ella es la razón de ser del matrimonio! ¿Qué hay, pues, de opuesto a la conclusión precedente, que, a tu parecer, es reprehensible después de hacerla motivo de elogio? Nada en absoluto, si no es concluir que se trata de una veleidad censurable. Como no he introducido novedad alguna en mi discusión y tú has variado en la interpretación de mis palabras, tus intenciones son pérfidas y deficiente tu razonar".

Ag.- Te sorprende que elogie las obras de Dios y luego censure tu pregunta insidiosa. Preguntas y dices: "¿Qué puede reclamar el diablo como suyo en los órganos sexuales?" Quieres probar que nada suyo puede reclamar el diablo en los órganos sexuales; mencionas cosas que no pueden pertenecer al diablo, como la diversidad de sexos en el hombre y en la mujer; la unión de los dos sexos para que nazcan los hijos; la fecundidad, que da origen a los mismos hijos. Todos estos bienes hubiesen existido en el edén aunque el hombre no hubiera pecado; pero no hubiera existido aquella concupiscencia conflictiva que sintieron cuando taparon sus torpezas, porque antes de pecar estaban desnudos y no se avergonzaban.

¿Por qué no has mencionado esta concupiscencia, que hace a la carne rebelarse contra el espíritu y que todos traemos al nacer; lucha de la carne contra el espíritu que un doctor católico muy alabado por vuestro Pelagio enseña que ha pasado a nuestra naturaleza por la primera prevaricación? ¿Por qué, al preguntar qué es en los órganos sexuales lo que pertenece al diablo, citas cosas que no le pertenecen y silencias algo que sí es suyo? Censuro tu insidiosa pregunta y alabo la obra de Dios.

Sinceridad de la fe y evidencia del error

11. Jul.- "Las verdades que como católico alabas es fruto de tu temor, no de tu fe".

Ag.- Reconoce nuestra sinceridad en el elogio que rindo a la fe católica; por ella evidencio y combato vuestro error.

Crispación de Juliano

12. Jul.- "Censurar lo que alabas es indicio de locura, no de sano juicio".

Ag.- No censuro lo que alabo, elogio lo que dijiste de verdad; reprendo lo que insidiosamente preguntas cuando, al prever mi respuesta, guardas silencio como si no existiesen. Cuando se haya remansado tu cólera, verás si esto viene del buen juicio o del furor.

Jesús es también el Salvador de los niños

13. Jul.- "Nunca te verás libre de este furor si antes no rechazas tu dogma impuro; porque entre el pesar de la penitencia, digna siempre de un cristiano, y la inanidad de tus argumentos, vacilas como entre dos peligrosos escollos; es preciso que, oprimido por la sana doctrina, la abraces o la rechaces".

Ag.- No es buena doctrina, Juliano, negar que Cristo sea, para los niños, Jesús, o que este Jesús, el Salvador, lo es para los niños como lo es para toda criatura mortal, según las palabras del salmo: Salvarás, Señor, a hombres y animales 16. No es por esto por lo que, al venir en semejanza de carne de pecado, recibió este nombre: Le llamarás, dijo el ángel, Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados 17. No es, pues, buena doctrina separar de su pueblo a los niños y decir que Cristo es para ellos Jesús porque los sana de sus enfermedades, no de sus pecados. Por favor, arrepiéntete, pues pienso que tus padres no tenían estas creencias; y, con certeza, la Iglesia, en la que has renacido, no tiene esta fe.

Juliano habla dolosamente

14. Jul.- "Veamos cuál de mis sentencias calificas de errónea. Dices: 'Juliano no ha querido nombrar la concupiscencia de la carne, que no viene del Padre, sino del mundo, cuyo príncipe es el diablo; concupiscencia que no encontró en el Señor, porque el Señor, como hombre, no vino a este mundo con su ayuda' 18. Y afirmas haber introducido yo una herejía, pero no citas como prueba ni una palabra mía".

Ag.- Cito palabras tuyas que presentas en forma de pregunta. Dices: "¿Qué reivindica como suyo el diablo en los órganos sexuales?" Hablas con dolo, pues pensabas en esta concupiscencia de la carne, a la que deben los castos esposos oponer resistencia; pero callabas e insidiosamente me preguntas como si por mi parte no tuviera respuesta. Porque, de no tener a la vista esta concupiscencia, habrías introducido a ciegas vuestra herejía.

No dice lo que debe...

15. Jul.- "Afirmas que no he querido ni nombrar la concupiscencia de la carne. El que no la nombra, nada dice. Por consiguiente, si guardé silencio, nada reprensible he dicho. ¿Quién, si calla, puede ser acusado de error? ¡Oh nuevo crimen prodigioso, nunca hasta ahora oído! ¡Con mi silencio doy existencia a un dogma perverso!"

Ag.- No con tu silencio, sino, como demostré poco ha, con tu pregunta insidiosa, aunque también el silencio es reprensible cuando no se dice lo que se debe decir para no dejar ver que la respuesta es posible.

...ni quiere ver lo evidente

16. Jul.- "Juzgue en este punto la prudencia y sonría al ver la envidia que provoca acusar un silencio. Confiesa, pues que nada reprensible he dicho".

Ag.- Al contrario, con toda razón censuro tu pregunta. Para dar la sensación de que a tu cuestión no hay respuesta no has querido decir algo a lo que se podía responder. ¿Cómo, al menos, no censurar la ceguera, que impide tu visión?

Ni Manés condena ni Juliano alaba la concupiscencia

17. Jul.- "Al condenar mi silencio, asentaste un aserto sin posible justificación; pero hoy ya no se puede ocultar, pues conoce ya el público la carta de Manés, cuyas sentencias cité en el libro tercero".

Ag.- La verdad es que ni Manés condena la concupiscencia de la carne ni tú la alabas en realidad; él porque ignoró de dónde viene este mal, tú porque niegas el mal; él lo atribuye a una extraña sustancia mezclada a la nuestra, tú niegas pertenezca a una naturaleza viciada; él cree que por ella la corrupción alcanza a una parte de Dios, tú ensayas enlodar con ella la felicidad del edén.

Interpretación de la palabra "mundo"

18. Jul.- "Dices: 'No quiso (Juliano) nombrar la concupiscencia de la carne, que no viene del Padre, sino del mundo; mundo del que es príncipe el diablo, que no encontró en el Señor esta concupiscencia, porque el Señor no vino al mundo con su ayuda' 19. Con las mismas palabras que Manés declaras no venir la concupiscencia de la carne de Dios, sino del mundo, del que, como dices, es príncipe el diablo".

Ag.- ¿Llamo yo, acaso, al diablo príncipe de este mundo, y el Señor no? ¿Lo diría yo si no leyese que lo dijo el Señor? Y pues tú mismo lo puedes leer, ¿por qué me pones esta objeción? Con todo, no se sigue sea el diablo príncipe de cielos y tierra y de todas las criaturas que en ellos se contienen; está escrito: El mundo ha sido hecho por él 20. Pero el vocablo mundo también significa la multitud de hombres que llenan el universo, y por eso se dijo: Y el mundo no le conoció 21, y en este sentido se dice que el diablo es príncipe de este mundo 22, como se dice también: El mundo está bajo el Maligno 23; y en este sentido se dijo: Porque no sois del mundo, el mundo os odia 24, y otros innumerables.

Es, pues, necesario interpretar, a tenor de las Escrituras sagradas y según el contexto, la palabra mundo, ora en buen sentido, ora en sentido peyorativo. En buen sentido significa el cielo y la tierra y toda criatura de Dios que en ellos existe; en mal sentido, la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el amor del siglo, o la soberbia de la vida 25. Y como mundo se puede entender en buen o en mal sentido, intenta, si puedes, encontrar un texto en el que se tome en buen sentido la concupiscencia de la carne o la concupiscencia de los ojos; pero el tercer mal, es decir, la soberbia de la vida, sumado a los otros dos, nunca lo encontrarás en buen sentido.

Clases de concupiscencia

19. Jul.- "Dije te sirves de las mismas palabras de Manés, a pesar de las expresiones que se encuentran en la carta del apóstol San Juan; pero es cierto que este maestro de la Iglesia jamás ha entendido el término carne en el sentido de carne, o la concupiscencia de los esposos en el sentido que da Manés a estas expresiones; no he sido, pues, injusto al decir que tus palabras eran las de Manés, pues favorecen su sentido; los vocablos se juzgan por la intención, y así como en San Juan son dignas de reverencia apostólica por insinuar la verdad, no pueden en Manés ser consideradas sino como una sombra de verdad".

Ag.- ¿Por qué añades al vocablo concupiscencia estas palabras "de los esposos", si no es para vestir con un nombre honesto las torpezas de tu predilecta? Habla el apóstol Juan de la concupiscencia de la carne, no de la concupiscencia de los esposos; concupiscencia que pudo existir en el paraíso aunque el hombre no hubiera pecado, y consistiría en un deseo de fecundidad, no en una comezón de placer; o, al menos, ciertamente estaría sometida al espíritu, y sólo se excitaría cuando el alma quisiera, sin rebelarse nunca contra ella. A Dios no le agrada, en efecto, que en aquel lugar de suprema felicidad y en hombres tan dichosos y tranquilos exista discordia alguna entre la carne y el espíritu.

Vaciedades de Juliano

20. Jul.- "Queriendo Juan, el apóstol, elevar a los fieles a la cumbre de todas las virtudes y llevar su anhelo de santidad a las alturas de un diálogo con el Señor, resume con el nombre de mundo todo cuanto puede parecernos bueno y placentero. No améis, dice, al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida que no viene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa y su concupiscencia; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre 26. Si sólo se atiende a la superficie de las palabras, nos inducen al odio de todos los elementos y declaran que el mundo y cuanto en el mundo existe no viene del Padre y no puede ser amado".

Ag.- Dices vaciedades. No hay católico tan cateto que entienda en este pasaje mundo como si designara todos sus elementos. Cuando Juan habla de Cristo, el Señor, y escribe: Él es propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo 27, nadie hay tan sin sentido que crea se entienden aquí los pecados de todos los elementos. Cuando de una manera general se dice mundo, se entienden los hombres que están diseminados por todos los cuadrantes del mundo, es decir, el universo habitado. La misma vida humana que no se vive según Dios la llama el apóstol mundo en este pasaje. Por eso veta amar el mundo y dice: Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición del siglo o soberbia de la vida 28. Si puedes, muéstrame un solo pasaje de la Escritura santa en la que se tome en buen sentido la concupiscencia de la carne, y no quieras, con la calima de tu verborrea, oscurecer cosas tan evidentes.

La concupiscencia de la carne no viene del Padre

21. Jul.- "Es un apóstol el que habla, un apóstol distinguido por el amor del Señor; sin embargo, si su pensamiento no nos fuera conocido por el Evangelio que escribió o por la autoridad de sus cartas, las palabras que citamos, lejos de causar prejuicio a la verdad de los hechos, ceden en favor de todas las Escrituras, que nos obligan a creer en un Dios creador del mundo. El mismo Juan, en el exordio magnífico de su evangelio, lo confirma. Dios, dice, era la Palabra. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. Y luego añade: Era luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba y el mundo fue hecho por ella... Mas la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros 29.

En estos textos no queda oscuro nada de su pensamiento; prueba que conoce y considera a Dios como creador del mundo y de todo cuanto en el mundo existe y que nada favorable a su doctrina encuentran en estas palabras los maniqueos. El que declara que Dios es el creador de todas las cosas, puede, sin perjuicio alguno para la fe, tomar el nombre de una u otra sustancia para designar la concupiscencia desordenada".

Ag.- Pero tú no quieres comprender sea un mal la concupiscencia de la carne, ni siquiera cuando es inmoderada, sino un bien, y los incontinentes hacen mal uso de un bien. En consecuencia, si la concupiscencia de la carne es un bien, cuando es moderada es un bien mediocre y cuando es inmoderada es un gran bien. Dices: "Ceder a la concupiscencia moderada es usar bien de una cosa buena; ceder a una mala concupiscencia es hacer mal uso de una cosa buena. Un ejemplo: el vino es ciertamente una cosa buena, porque toda criatura de Dios es buena. El que bebe sobriamente vino, usa bien de un bien; el que usa del vino sin moderación, hace mal uso de un bien.

Pero nunca dice Juan que el vino no venga del Padre, pero sí dice que la concupiscencia de la carne no viene del Padre; para ti, si es inmoderada, es un bien, pero no es bueno el uso inmoderado de un bien; esto es, no hacer mal uso de un bien. ¿Por qué vacilas en decir breve y llanamente que lo que tú proclamas de una manera velada y con largos rodeos, es lo que Juan llama mentira, y tú verdad? Sería un error en el apóstol decir que la concupiscencia de la carne no viene del Padre si, como afirmas, la concupiscencia de la carne, incluso cuando uno usa sin moderación de ella, es un bien, aunque siempre sea malo hacer mal uso de un bien.

La bella preferida de Juliano

22. Jul.- "Manda el apóstol no amar el mundo ni las cosas que están en el mundo; y afirma que los amadores del siglo no pueden estar en comunión con Dios; pero, al inculcarles no amen el siglo, no quiere dar a entender tengan otro creador fuera del Dios verdadero; y para que sepan los fieles que ningún placer de la vida presente ha de ser preferido a las virtudes, ni el alma debe perder nada del vigor que le presta la filosofía cristiana afanándose por adquirir riquezas o placeres, dice: Porque todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida, que no viene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia, pero el que hace la voluntad de Dios permanece eternamente 30. Con el nombre de mundo designa las costumbres de los hombres que piensan que después de esta vida no hay nada y se entregan a las pompas y lujurias de los mortales".

Ag.- Luego si "con el nombre de mundo designa las costumbres de los hombres que piensan no existir nada después de esta vida y se entregan a las pompas y lujurias de los mortales", entre éstas se comprenden las cosas que están en el mundo y no vienen del Padre; entre ellas ocupa el primer puesto tu bella preferida, la concupiscencia de la carne. Tú verás si por las costumbres de los hombres que piensan no existir nada después de esta vida quiso el apóstol designar también la concupiscencia de los ojos, pues se adhieren a las cosas que ven y no quieren creer en las que no ven; y por pompa de los mortales, el amor del siglo y la soberbia de la vida; y por lujuria, la concupiscencia de la carne; de manera que tú pareces comprender las tres cosas nombradas por el apóstol Juan; como si pudiera existir la lujuria, que tú condenas, sin consentir uno en la concupiscencia de ]a carne, que no condenas, antes alabas como un bien.

Pero ¿qué hay más sin sentido que llamar a la lujuria un mal y a la concupiscencia de la carne un bien? Y pensar que el apóstol de Cristo, con el nombre de concupiscencia de la carne, no quiso designar la concupiscencia de la carne, sino la lujuria, que no existiría si uno no es solicitado, arrastrado, poseído por la concupiscencia carnal. Como si tan gran doctor nada en ella encontrase censurable y el lujurioso sólo debiera ser reprendido cuando obedece sus deseos. Deja de hablar tantas cosas sin razón. Nunca conseguirás, con la corriente caudalosa de tus palabras que te arrastran al abismo, hacer buena la lujuria; ni el codiciar, obra de la concupiscencia, dejará de ser un mal, aunque no se consienta en su pasional movimiento ni se cometa pecado.

La concupiscencia de la carne es un mal

23. Jul.- "En su evangelio había dicho: El mundo fue creado por él, y el mundo no le conoció 31; y no porque los elementos del mundo puedan conocer o negar a Cristo, pues están privados de razón; pero con el nombre de mundo indica una muchedumbre de infieles. En este mismo lugar muestra que todo lo que hay en el mundo, es decir, todos los hombres enviscados en los placeres, miden la bondad del alma racional por el brillo del poder o el valor de los tesoros, e, hinchados por el orgullo, que no viene de Dios, es decir, que no agrada a Dios, sino que viene del mundo, es parto de la perversa voluntad humana. Por eso nos avisa que no debe pervertirnos con su corrupción, porque el que cumple la voluntad de Dios se hace acreedor a la felicidad eterna, que no pasa rauda, como la fragilidad de las cosas presentes. Por esto Juan, el apóstol, nos manda odiar este mundo, y el Señor, en el Evangelio, nos exhorta no solamente a odiar el cuerpo, sino también la vida. El que no aborrece a su padre, o a su hermano, o a su propia vida no es digno de mí 32.

Es evidente que el alma fiel no puede aborrecerse a sí misma, pues se granjea la felicidad con el amor a sus sufrimientos y peligros. ¿Qué debemos concluir? Que Juan, el apóstol, conformando su lenguaje con el de las Escrituras, llama mundo a los vicios de la voluntad, no a la naturaleza de las cosas; y así, niega que la concupiscencia de la carne venga de Dios, como todo lo que hay en el mundo. Manés concluye no en el sentido del apóstol, sino según su perfidia, que ni la concupiscencia de la carne, ni la carne misma, ni toda esta mole del mundo es creación de Dios; tú le sigues, y afirmas que la concupiscencia de la carne es obra del diablo y no viene de Dios".

Ag.- Sostengo que esta concupiscencia de la carne es un mal, y, según Juan, no viene del Padre, y, según Ambrosio, fue inyectada en nuestra naturaleza por la prevaricación del primer hombre 33. Quiere Juan designar con ella a los hombres, y dice que viene del mundo. Manés enseña que la concupiscencia de la carne es un mal, pero ignora de dónde viene; tú dices que es un bien, y también ignoras de dónde viene; y, al negar que venga de donde dice Ambrosio, das a entender que tiene Manés razón cuando dice que procede de una naturaleza mala, inventada por él y coeterna a Dios. Para refutaros a Manés y a ti, expone el obispo Ambrosio las palabras de Juan, el apóstol. Lo que en la naturaleza del hombre es obra de una prevaricación, no puede ser un mal, eterno como Dios. Calle, pues, Manés; aunque la concupiscencia sea un mal, guarde, pues, silencio Juliano.

Hace viciosa a la persona

24. Jul.- "Está claro. San Juan no te dio ocasión de errar; has bebido tu doctrina en Manés. En seguro ya el honor del apóstol, abordemos con brevedad la cuestión. Según tu creencia, ¿qué quiere decir San Juan, según tú, cuando declara que ni la concupiscencia de la carne ni la concupiscencia de los ojos vienen del Padre? Habla de la concupiscencia en general, que se convierte en vicio no por un moderado uso, sino por un exceso; o bien habla del exceso de la concupiscencia, imputable a la voluntad, no a la naturaleza".

Ag.- Si la concupiscencia pasa a ser vicio, concede, al menos, que es un mal. ¿Por qué dices que es un bien y luego afirmas que es un mal usar sin moderación de un bien? Porque entonces no es viciosa la concupiscencia, sino la persona que hace mal uso de ella. ¿Ves cómo no sabes lo que dices, pues no eres consecuente con tu definición?

Juliano, hombre discutidor

25. Jul.- "Si dijeres que con el nombre de concupiscencia ha designado el apóstol la moderación en el placer natural, de manera que la concupiscencia de la carne es condenada de una manera absoluta, confiesa tú que el sentido de la vista, el mismo mundo y todo cuanto en el mundo existe es creación del diablo, pues se dice que todas estas cosas no vienen del Padre. Y, si esto aceptas, no te harás maniqueo, ya lo eres; pero nos das la prueba con tu ejemplo, como en otro tiempo con tus escritos. Y si temes dejar al desnudo tu error y dices que por concupiscencia de la carne o de los ojos y con el nombre de mundo no designa el apóstol cosas que, dentro de límites moderados, son inocentes y cuando caen en excesos ilícitos son reprensibles, es de evidencia, según en mi primer libro probé, que la concupiscencia natural se hace vicio no en general o en su especie ni con el uso moderado, sino únicamente en su exceso. En adelante evita con honradez este texto del apóstol, porque, si lo manchas con un leve recuerdo, das la sensación de no defender la verdad y puedes ser abiertamente acusado".

Ag.- Hombre discutidor, la medida que tú dices permitida, no se observa en la concupiscencia cuando se consiente o se cede a su impulso hasta llegar al exceso; y para no caer en exceso se resiste al mal. ¿Quién duda es un mal, si obedecerle es un mal, y un bien el resistir a sus encantos? El que quiera vivir honestamente, no ha de consentir en el mal que tú alabas, y el que quiera fielmente vivir, no ha de consentir en tu elogio del mal. En consecuencia, debes saber que la concupiscencia de la carne es un mal; y, si quiere evitaros a vosotros y a los maniqueos, ha de saber de dónde viene esta concupiscencia.

La concupiscencia de la carne, algo nuevo después del pecado

26. Jul.- "Expuse este texto en el libro segundo de mi primera obra, y probé que antes de pecar tenía el hombre esta concupiscencia de la carne, fuente del apetito sensual y de la concupiscencia de los ojos".

Ag.- A tu segundo libro contesté suficientemente en el cuarto mío. Lo mismo aquí que allí, graznas sólo vaciedades. No has probado de manera alguna que la concupiscencia de la carne en lucha contra el espíritu existiese ya antes del pecado; pero sea lo que sea, los primeros padres sintieron, después del pecado, algo nuevo en sus miembros, y el pudor les hizo tapar su desnudez 34, consecuencia, sin duda, de su culpa.

Discordia entre espíritu y carne

27. Jul.- "Me veo aquí obligado a preguntarte: ¿En qué sueño te ha sido revelado que por el vocablo concupiscencia es necesario entender los movimientos libidinosos de los que se unen? Porque, respetando los derechos de la verdad establecidos en una prolongada discusión, suponemos no ser aún evidente que los sentidos de la carne pertenezcan al mismo autor que la naturaleza de la carne".

Ag.- Una cosa son los sentidos de la carne, por los cuales, de una cierta manera, se anuncia al espíritu la presencia de los objetos corporales, y otra muy distinta los movimientos de la concupiscencia carnal, por los que la carne codicia contra el espíritu y lo arrastra a ilícitas y deshonestas acciones, si el espíritu, a su vez, no codicia contra la carne; esta discordia entre espíritu y carne no viene del creador de la carne o de los sentidos, sino de un espíritu seductor y maligno y del hombre prevaricador; por eso, la fe ortodoxa condena el error de pelagianos y maniqueos.

Se manifiesta en la codicia de los sentidos

28. Jul.- "Si imagino que esto no está claro, al instante te envolvería una densísima nube de tinieblas. Porque en las palabras concupiscencia de la carne ni indicio hay de que aluda a los órganos genitales. Diré que estas palabras martillean los oídos de los amadores del ritmo cadencioso; diré que ha querido San Juan acibarar el paladar de los glotones; diré que mortifica el olfato, que anda a caza de perfumes; todo, en fin, menos lo que tú piensas; la elección es libre cuando la palabra no la concreta.

O bien niega la existencia de esta concupiscencia que acabamos de nombrar, y rebélate, según tu costumbre, contra el sentir de todos los hombres; y, si la impudencia aún no te ha encallecido hasta el punto de resistir a estas palabras, reconoce que en este pasaje no se encuentra condena alguna del placer sexual".

Ag.- Hablas como si nosotros hubiéramos enseñado que la concupiscencia de la carne se cebase sólo en el placer de los órganos sexuales. Cierto que, por medio de cualquier sentido del cuerpo por el que la carne codicia contra el espíritu, se manifiesta la concupiscencia; y pues nos arrastra al mal si a sus codicias no opone otra más fuerte el espíritu, es manifiesto que es mala. Por su causa dice la Escritura: ¿Qué ha sido creado peor que el ojo? 35

Dios, creador de todas las cosas, de los cuerpos y de los sentidos, creó el ojo, no su maldad. Si no resistes a la verdad has de comprender bien que el mal es inherente a la naturaleza desde el momento mismo de la creación, aunque la naturaleza fue creada buena por un Dios bueno. Aprende de Ambrosio de dónde viene el mal, para que no prestes más ayuda a Manés, que enseña existe una naturaleza mala, a Dios coeterna.

Fuerza del sentir y vicio del codiciar

29. Jul.- "¿Qué apoyo puedes tú encontrar en que yo no haya querido infamar con el nombre de concupiscencia la fecundidad de los cuerpos ni la unión de los sexos, cuando ni Manés ni tú habéis podido probar su origen diabólico; y, por otra parte, en mi discusión precedente demostré que la unión de los cuerpos es obra del que ha creado los cuerpos e instituido el matrimonio?"

Ag.- Una cosa es la fuerza del sentido y otra el vicio de codiciar; distingue estas dos cosas y no yerres torpemente. Una cosa es, repito, la fuerza del sentir, otra el vicio de la concupiscencia. Lee el Evangelio: El que mira a una mujer para codiciarla, adultera ya con ella en su corazón 36. No dice "el que mira", puesto que esto es un acto del sentido que se llama vista", ha dicho: El que mira a una mujer para desearla, que es un mirar con mala intención. La vista es un sentido bueno del cuerpo; la concupiscencia de la carne es un movimiento malo. De este mal usa bien el casado, pero no lo hace bueno, mas le fuerza a servir a una obra buena. Si por si misma no hace el bien, sí lo hace por su medio; si aun en el matrimonio no hiciera nada por sí misma, no se lo perdonaría el Apóstol, en gracia al matrimonio, si no reconociera era pecado 37.

El santo Turbancio y el error de Juliano

30. Jul.-"Después de mi primera obra, dedicada a San Turbancio, no es conveniente disputar más sobre el pudor inseparable a la unión carnal, pues la cuestión ha sido tratada exhaustivamente; de modo que no puede surgir duda alguna, a no ser en los que han perdido la razón".

Ag.- Turbancio, quizás, sea un santo; pues, leída la obra que mencionas, abrazó la fe católica y reconoció que tú habías errado en esta causa.

Juliano no demuestra nada

31. Jul.- "Sin embargo, como el defensor de la transmisión del pecado no me permite, ni el negro de una uña, separarme del tema y fatiga mi pudor con su retórica elegancia, ¿por qué no tratar con diversos nombres esta materia de la unión íntima, como con brevedad conviene hacerlo en una cuestión ya ventilada? Digo en este u otros lugares que siguen: Por esto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne 38; para expresar, digo esta fe bordeó el profeta el peligro del pudor. Y aquí mi adversario gesticula, retoza y, como el cazador que abate una pieza, clama: '¡Esta paladina confesión ha sido arrancada por la fuerza de la verdad! Que se diga la causa por qué, al exponer las obras de Dios, bordeó el profeta el peligro del pudor. ¿Es que las obras del hombre no son nunca objeto de pudor, sino de gloria, y las obras de Dios nos hacen enrojecer? ¿O es que el relato y exposición de las obras de Dios, en vez del amor y devoción del profeta, ponen en peligro su pudor? ¿Qué pudo hacer Dios que se avergüence su predicador de expresar? Y lo que aún es más grave: ¿debe el hombre avergonzarse de lo que el hombre no hizo, sino Dios en el hombre? Todos los artistas, ¿no ponen sus sentidos y talentos en su obra, para no avergonzarse luego de ella? Pero lo que nos hace avergonzar es lo mismo que hizo enrojecer a nuestros primeros padres cuando taparon sus desnudeces. Y esto fue castigo del pecado, la peste que nos ha dejado, fogón de culpables deseos y de pecado; la ley de nuestros miembros, rebelde a la ley del espíritu. Esto es lo que con todo derecho nos llena de vergüenza. Si no fuera así, ¿qué ingratitud más grande, qué impiedad más enorme pudiéramos testimoniar que experimentar confusión por la obra de Dios, no a causa de nuestra degradación y castigo?' 39

He aquí su triunfo, no puede contener su alegría. Una de mis sentencias le permite probar que la concupiscencia natural es mala y obra del diablo; esta proposición que él dice nos arrancó la verdad y proclama que sería impío y abominable decir que es menester echar un velo sobre cosas que reconocemos vienen de Dios. Turbado por su alegría, no puede pesar lo que dice, y así, por una parte, afirma que nada hay en las obras de Dios que pueda hacernos enrojecer de vergüenza, pero que es necesario avergonzarse de los miembros sexuales, y, en consecuencia, no se pueden contar entre las obras de Dios; pero a renglón seguido confiesa que la concupiscencia no sólo es honesta, sino justa, porque Dios, con todo, la dio a nuestro cuerpo el día de la creación. En el tercer libro de mi obra primera demostré que el castigo no se puede identificar con la culpa" 40.

Ag.- No demostraste lo que en vano te jactas haber probado; en un lugar olvidas, incluso, lo que con anterioridad dijiste; has confesado que la culpa puede identificarse con el castigo del pecador. En mi respuesta anterior 41 te demostré con bastante claridad esta misma doctrina, apuntalada con un testimonio del Apóstol; en él prueba que unos pecados pueden ser castigos de otros pecados, después de decir que algunos han transferido la gloria debida al Dios incorruptible a imágenes de hombres corruptibles y a figura de aves, cuadrúpedos y reptiles; y demuestra a continuación que este pecado es castigado con otros pecados. Por lo cual, Dios los entregó a los deseos impuros de su corazón, de manera que deshonraron entre sí sus propios cuerpos 42, y lo restante que se lee en dicho pasaje. Y no se leería en el salmo: Pon iniquidad sobre su iniquidad y no entren en tu justicia 43, si, por justo juicio de Dios, los pecados anteriores no fueran castigados con nuevos pecados.

No hay contradicción

32. Jul.- "No hace falta, por consiguiente, extenderme más sobre este punto; señalo sólo la acritud de un dialéctico que persiste en atribuir a Dios lo que, según él, Dios no ha creado, pues declara que no rima con el poder de Dios, aunque sí con su justicia".

Ag.- Evidentemente, no comprendes en qué sentido se dice: Dios no es autor de la muerte 44; sin embargo, es sentencia de Dios: El que peca muere. Conviene a la justicia de Dios que muera el pecador, aunque la muerte no armoniza con la obra de Dios, porque Dios no es autor de la muerte. Justo es su juicio, cada uno debe morir por su pecado, y Dios no es autor del pecado, como no es autor de la muerte; con todo, da muerte al que juzga digno de morir. Por eso se lee: Dios no es autor de la muerte; y en otro lugar: Muerte y vida vienen del Señor Dios 45. No hay contradicción entre estos dos textos, si se distingue entre obras y juicios de Dios; si tú hubieras hecho esta distinción, no habrías dicho tantas vaciedades.

Juliano teme más el sonrojo que el error

33. Jul.- "En las obras de Dios nada hay que haga enrojecer. ¿Puede existir en sus sentencias suma ignominia? Porque es cierto que toda culpa merece castigo. Sin embargo, la confusión debida a la falta se convertirá en instrumento de la justicia divina. ¿De suerte que se puede, sin vergüenza, nombrar el pecado del hombre y no se puede, sin infamia, nombrar la justicia de Dios?"

Ag.- ¿Por qué confundes lo que ya está explicado e involucras lo que resuelto quedó, si no es para presumir ante los ignorantes -y entre los hombres hay muchos- de que dices algo, cuando no dices nada? Eres hombre que, más con la desvergüenza que con la elocuencia, intentas convencer que uno no debe sonrojarse, o, al menos, no mucho, de las apetencias que surgen en la carne contra el espíritu, al que debe estar sometida; y que no es justo juicio de Dios abandonar al pecador para que sufra en sí mismo el castigo después de haberse alejado de Dios, felicidad verdadera; o que el hombre debe, sí, avergonzarse de su pecado, no de su castigo; mientras que, en realidad, la mayor parte de los hombres no se avergüenzan de sus pecados si no sufren las consecuencias del castigo que les confunde, lo que no puede hacer la impunidad.

Pero contra cosas tan evidentes, ¿qué espíritu cultivado se puede rebelar de no haber sido abandonado por la verdad? Con toda libertad hablamos de ambas cosas: de lo que el hombre hace con plena libertad y de lo que sufre contra su querer; esto es, de la desobediencia del espíritu y de la rebelión de la carne contra el espíritu. Tú sentías sonrojo de nombrar una de estas dos cosas por temor a proporcionarnos una pista para descubrir tu error. Ahora, cuando nombras la concupiscencia de la carne y la libido, para no avergonzarte del nombre de tu protegida, temes más el sonrojo que el error.

Dios permite el engaño a los embusteros

34. Jul.- "Consta que nuestro acusador se revuelca en el lodo que quiere evitar. Supone que la pasión carnal es justo castigo y que este castigo viene de la justicia divina, y no niega ser obra de Dios la fulminación de esta sentencia, que él dice ser origen de la libido, causa de nuestro sonrojo; y así es preciso recaiga sobre la obra de Dios la vergüenza, cosa que antes había descartado"

Ag.- Ya te dije que Dios no es autor de la muerte; sin embargo, Dios pronunció esta sentencia: Morirás de muerte 46. Dios retribuye al pecador lo que hizo, pero no lo hizo Dios. Pero porque es el Dios de las venganzas 47, se dice que es creador de los males 48; y en el libro del Eclesiástico, algunas cosas se dicen creadas para venganza 49. Cuando un pecado es castigo de otro pecado, no es Dios el que lo comete con un acto indigno, pero con plena justicia decreta sea el pecado castigo del pecador.

¿Quién negará sea pecado creer a falsos profetas? Sin embargo, éste fue el castigo impuesto por la justicia divina al rey Ajab, según se narra en el libro de los Reyes 50. Nadie hay tan necio que piense sean dignas de elogio las mentiras de los seudoprofetas o haga a Dios autor de los embustes; pero cuando, por un justo juicio, permite a los fuleros engañar, es porque son los engañados dignos de serlo. Lee y comprende; deja de aturdirte con el estrépito de tus palabras para no comprender.

El pecado es castigo para los pecadores

35. Jul.- "Añade a esto, como corolario de especial impiedad, que el castigo infligido por Dios es una inclinación y propensión al pecado, ley irresistible en nuestros miembros en lucha contra la ley de nuestro espíritu, y con este género de castigo multiplicaría Dios los crímenes, sin vengarlos, y después de indignarse contra la voluntad perversa, causa del error, es necesario el pecado. Que vea un Manés insensato cuál sea este juicio; pero conste que este juez que finge Agustín tener horror al pecado, se muestra tan afecto a él, que no se puede encontrar padre nutricio más dinámico".

Ag.- Lee lo que está escrito: Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a una mente réproba para que hicieran lo que no conviene 51. Ves, pues, cómo los pecados son un castigo infligido a los pecadores. Si quieres comprender por qué Dios hace esto, relee lo que antes te dije del rey Ajab; su pecado consistió en dar fe a unos seudoprofetas; sin embargo, este pecado fue castigo por el que Dios se vengó del pecador. Reflexiona sobre este pasaje y no ladres contra la verdad para que en ti no se conozca este castigo.

Juliano, discutidor sutilísimo

36. Jul.- "¿Qué pretendes, pues, discutidor sutilísimo? ¿Crees que existe en las obras de Dios alguna torpeza sacrílega porque todo lo que Dios hizo, nos dio el poder de hacerlo nosotros, ante el temor de dar la impresión de acusar al creador? Luego se equivocó el apóstol Pablo cuando dice al describir las obras de Dios: A los miembros de nuestro cuerpo que nos parecen más dignos de respeto, los rodeó de mayor honor, y ha formado el cuerpo de manera que da más honor al que le falta, para que no haya división" 52.

Ag.- Consulta el manuscrito griego, lee con atención, y verás que el Apóstol llama deshonestos los miembros que tú llamas honestos; y si quieres saber el porqué son deshonestos ahora los miembros que antes eran honestos, pues los primeros padres estaban desnudos y no se avergonzaban, descubrirás, si no hay en ti obstinada animosidad que te ciegue, que fue consecuencia de un pecado, pues nada deshonesto hizo Dios en los hombres primeros, como tampoco es autor de la muerte, pero sólo él es creador del cuerpo, y, sin embargo, el cuerpo murió a causa del pecado 53, dice el Apóstol veraz.

El amor a la modestia

37. Jul.- "Se equivoca también la cautela de los honestos al echar un velo sobre ciertas cosas naturales. Tú mismo arrojas lejos de la vista del público los restos de la comida, aunque seguramente confiesas no tener nada que ver con la libido, y para dar a tu dogma la autoridad del ejemplo, haz en la iglesia todo aquello que dices depender de la voluntad, contento con ocultar sólo el acto de la unión sexual, de la que tu voluntad quizás te alejó en otro tiempo y hoy te aleja la vejez, y di que es un gran sacrilegio ocultar a las miradas de los hombres las obras de Dios.

Come, pues, en las plazas o en las asambleas en las que resuenan los ecos de tu elocuencia; y, cuando te asfixien los vestidos por un sol abrasador, tapa sólo las partes del cuerpo esclavas del diablo y camina desnudo, pues sería ingrato e impío cubrir algo hecho por Dios. Y si no lo haces -a no ser que con el progreso lo hagas-, prueba una de dos cosas: o atribuyes al diablo todo lo que no haces a vista del público, o tu dogma perece a golpes de la razón o del vientre".

Ag.- De lo que oculta el pudor, unas cosas son repugnantes; otras, apetecibles; se ocultan unas, como el acto de exonerar el vientre, para no causar repugnancia; otras, para no excitar la concupiscencia, como son los miembros que se llaman pudorosos, de pudor; o cuando se hace uso de ellos. Las partes más alejadas de estos miembros quedan al descubierto, y si se siente pudor es porque la concupiscencia se nutre por la vista. Por eso, aquellos impúdicos quisieron, según su poder, desnudar a la casta Susana 54.

Perfectamente se puede comprender haya Dios recomendado a nuestros primeros padres el amor a la modestia cuando les vistió con ceñidores de pieles para tapar las partes que ellos mismos, avergonzados de su desnudez, se habían cubierto; y eran de pieles estas túnicas 55, para simbolizar la unión de la muerte y los cuerpos, corruptibles. Comer en público lo prohíbe la costumbre, donde lo prohíbe; por eso da vergüenza, y con razón, comer en público, pero tú mismo has leído que los antiguos romanos comían y cenaban en lugares públicos.

¿Por qué te extiendes en vanas injurias y no en sensatos razonamientos? Mira a nuestros primeros padres: estaban desnudos y no se avergonzaban; considera lo que tapan y reconoce lo que experimentaron. De unos taparrabos se pasa a unas túnicas; así principia a evolucionar el vestido humano el día en que se cubren las partes pudorosas. El sentimiento del pudor crece cuando aumenta la resistencia del pudor. La criatura racional se ruboriza al sentir en su carne movimientos a los que es preciso resistir si uno no quiere verse deshonrado por la impureza, violar la santidad del matrimonio o enlodarse en la fornicación. Esta lucha entre carne y espíritu pudo estar ausente del paraíso sin el pecado; por otra parte, no es producto de una mezcla de nuestra naturaleza con otra naturaleza. ¿De dónde, pues, viene si no es de la prevaricación del primer hombre?

Es un castigo para el hombre la comparación y semejanza
con los animales irracionales

38. Jul.- "Estas cosas son necedades y nos causan más afrenta que trabajo, pero se deducen necesariamente de tu doctrina. Con todo, pido aún al lector atención. Intentas probar que en las obras de Dios nada hay deshonesto, pero, al no conseguirlo, te comprometes a reconocer que no se debe sentir sonrojo en los movimientos de la libido si se prueba es obra de Dios. Ya di la prueba en mi obra primera, y creo no te quedará ya duda alguna después de leerla; sin embargo, como lo evidencian tus citas, estas mis obras aún no han llegado a tus manos, y por eso no temo repetir aquí argumentos ya desarrollados.

¿Quién creó los animales irracionales, que en determinados tiempos sienten el fuego ardiente de la pasión hasta el punto de alcanzar una ferocidad extremada? Entonces es cruel el jabalí, y el tigre, feroz. Pero entre todos sobresale el calor de las yeguas 56. En primavera brotan las yemas y la savia rezuma abundante. En ciertos días, los animales realizan su acoplamiento. Sería inacabable enumerar uno por uno todos los animales que vuelan por el cielo o nadan en las aguas, que vagan a la ventura por el aire, mares o selvas, sin ser elevados por la razón ni deprimidos por una culpa y arden en deseos de unión sexual. Esta llama pasional, dime: ¿es obra de Dios o del diablo? 'De Dios', gritarás tú. Dios es quien atiza el fuego de la concupiscencia, verdad que Manés, de quien aprendiste a condenar la concupiscencia carnal, más consecuente que tú, no niega; mas él pesa bien sus palabras y continúa en la búsqueda de lo que había definido como obra diabólica, en la que Dios no tiene parte; por eso atribuye al diablo el nacimiento de los cuerpos humanos por medio de la concupiscencia, como el de todos los seres animados. Tú, morador de los campamentos de Manés, portador del gran dragón, insuflas mortal veneno en las almas con la doctrina de un mal moral y con tu infamia del matrimonio.

No quieres sean lanzados contra todas las criaturas animadas los dardos de tu maestro; y por simpatía con las bestias, para mejor atacar a los seres racionales, consientes en que Dios sea el creador de sus cuerpos, y el diablo el de los nuestros, si bien la pasión, según tú, es menos violenta en los hombres que en los animales. Ante la vista de un lector inteligente sentamos esta conclusión: no niegas sea en los animales la libido obra de Dios. Luego no es indigna de la obra de Dios esta pasión, más violenta en las criaturas que no la han recibido del diablo o de un débil querer.

Si es la concupiscencia en los animales inatacable y además se justifica por la dignidad de su creador, ni puede ser mala ni diabólica, pues es obra de Dios, creador de los cuerpos, cuya naturaleza está libre de pecado. Si admites esto, te pregunto: ¿Es, en tu opinión, esta libido que sienten los cuerpos humanos obra de Dios? Si afirmas, la discusión ha terminado, tú te has enmendado y queda Manés hecho polvo. Si, por el contrario, los cuerpos humanos no pueden ser obra de Dios, te respondo que consideres las apetencias de la libido como obra el hombre, no como obra de Dios. Porque, no hay duda, si declaras no se encuentra en el hombre lo que en todos los seres se encuentra, se sigue que privas a la concupiscencia de lo que le pertenece y concedes al cuerpo lo que no se le debe. ¡Ves la conclusión de tu impía secta!

Declaras indigno de una carne mortal lo que no es indigno de la obra del Creador. Y en este sentido no vituperas la libido, pero ensalzas al hombre que anhelabas acusar. Esta es la recompensa reservada a la constancia de los que combaten la verdad, alcanzar efectos contrarios a su intención. Por eso te ataco con tus mismas palabras, según las reglas del juego. ¿Por qué en los juicios que damos sobre las obras de Dios taponas los oídos a la voz de la razón y de la naturaleza? ¿Puede la locura del hombre imaginar sea una cosa contraria a su ser visceral cuando esta realidad se ve reproducida, por obra de Dios en seres que participan de su naturaleza? Ni el origen ni la naturaleza de nuestros cuerpos difieren de la de los modos animales".

Ag.- Di también que la resurrección y la inmortalidad no son privilegio de los cuerpos humanos, pues son formados de la tierra, como los cuerpos de los animales; di que su fin no puede ser diferente, siendo su origen el mismo; di todo esto, si te place; y, a impulsos de una vacía locuacidad, muéstranos, contra los escritos evangélicos, tus progresos en las letras profanas. Y, si no te atreves a hablar así, confiesa, con la fe cristiana, que es un castigo para el hombre ser comparado y asemejado a los animales irracionales 57. En el hombre es una verdadera miseria, en los animales no lo puede ser; la concupiscencia es, en el hombre, un castigo; en los animales, no, pues nunca en ellos puede la carne codiciar contra el espíritu.

¿O te agrada igualar todas las naturalezas, y decir que en los animales la carne codicia contra el espíritu? Si no lo haces para no dar la impresión de que no tienes entendimiento, como el caballo y el mulo 58, reconoce que esta libido, tal como la definimos -lucha de la carne contra el espíritu-, no pudo existir en el paraíso si nadie hubiera pecado. Esta concupiscencia no existe en los animales, cuyo testimonio invocas en favor de tu protegida, sin duda para poder hablar extensamente. Y así no hiciera la libido humana nacer en la carne deseos contrarios al espíritu, si esta libido obedeciese a la voluntad y sólo cuando fuere necesario se excitase y el tiempo restante permaneciese tranquila, sin sugerir malos deseos, contra los que la voluntad ha de combatir para tenerla a raya y embridarla; en este caso no podría reprocharte el haber plantado desdichadamente la concupiscencia en el edén, morada de suma felicidad.

La carne ahora no viene del Padre, sino del mundo,
y perecerá si no renace

39. Jul.- "Por el alma racional somos imagen de Dios y por la carne nos sentimos en comunión con los animales, aunque la forma es diversa, somos una misma sustancia por la materia de los elementos, y, según los méritos, el alma racional recibirá como recompensa una eternidad de penas o de gloria".

Ag.- Si por méritos del alma racional confiesas que la carne, terrestre y corruptible como la de los animales, tendrá en la eternidad un fin muy diferente, ¿por qué no creer que, por méritos de la imagen de Dios, no manchada aún por el pecado, la carne fue formada de la misma arcilla terrestre, pero en un estado tal que sin el pecado no hubiera perdido su eternidad ni su incorruptibilidad? ¿Ni sería el cuerpo un peso para el alma, imagen de Dios; por el contrario, estaría sometida hasta tal punto, que los órganos sexuales se moverían siempre a impulsos de la voluntad, para la generación de los hijos, o bien la concupiscencia no se alzaría contra el querer del alma, imagen de Dios; ni la intensidad del placer asfixiaría el pensamiento del alma?

Si fuera ahora así, no se hubiera dicho de ella que no viene del Padre, sino que viene del mundo 59, es decir, de los hombres, que por ella y con ella vienen al mundo; y, sin duda, perecerán si no renacen para Dios. Hay, pues, razón para creer que la materia corpórea, común con los animales, habría tenido antes del pecado, gracias a la imagen de Dios, un principio distinto, así como tiene, consumado el pecado, un fin diverso.

Masa viciada y maldita

40. Jul.- "¿Por qué motivo lo que no era indigno de ser por Dios creado sería indigno no de la imagen de Dios, porque alma y cuerpo son dos sustancias distintas, sino del esclavo en el tiempo de la imagen de Dios? En efecto, Dios es el creador de los cuerpos; Dios el que distingue los sexos, Dios el que formó los órganos sexuales, Dios el que infundió en los cuerpos esa fuerza que los arrastra a la unión, Dios el que otorga el germen vital, Dios el que actúa en lo íntimo de la naturaleza. Nada malo, nada culpable hace Dios".

Ag.- "Nada malo, nada culpable hace Dios"; verdad es esto en cuanto es obra de sus manos, no en cuanto lo hace de una masa viciada y maldita.

La libido es castigo en los hombres

41. Jul.- "Dios es autor de la libido en hombres y animales, pero deja los animales a la libre expresión de sus pasiones irreprimibles e impone al hombre, ser racional, moderación. La honestidad y la prudencia, que nos han sido dadas por Dios, nos obligan a cubrir nuestro cuerpo, pues no condena Dios ni el uso ni la naturaleza de la concupiscencia, pero sí condena Dios el exceso de aquel que, apoyándose en la audacia de su libre albedrío, condena no el estado de la naturaleza, sino el acto del hombre".

Ag.- ¿Por qué en el hombre resiste la libido al espíritu, y no en los animales, sino porque en los animales pertenece a la naturaleza y es castigo en los hombres, ora sea porque existe y no existiría, ora resista, pero hubiera estado sometida a la voluntad de no haber sido viciada por el pecado? Porque si "deja los animales a sus pasiones irreprimibles", confiesas que el hombre debe frenar dichos movimientos libidinosos, y esto no tendría razón de ser si no fueran movimientos culpable. Dios, afirmas, ha fijado un límite a la pasión carnal en el hombre. ¿Por qué no guarda esta medida y se desborda cuando no se la reprime? ¿Cómo llamar buena una pasión que incita y arrastra al hombre a cometer el mal si no se la resiste? Comprendes que tu noble patrocinada ha nacido en el hombre del pecado o ha sido por el pecado viciada, y por esta causa después del pecado, nuestros primeros padres taparon sus torpezas, cuando antes del pecado estaban desnudos y no se avergonzaban.

¿Por qué dices: "La honestidad y la prudencia, don de Dios, obligaron al hombre a vestirse?" ¿Eran, antes del pecado, necios y deshonestos, faltos de sabiduría y pudor, para no sentir sonrojo de su desnudez? Gracias, pues, al pecado, porque sin él estarían aún en cueros. Y si esto es absurdo de marca, luego la sabiduría y honestidad naturales cubrieron las partes deshonestas, pero antes del pecado no lo eran. Hay, cierto, un exceso de libido en el pecado, pero también un impulso en el vicio. De ese movimiento se sonrojaron aquellos que no quisieron dejar desnudos los miembros que atormentan a tu protegida contra su querer.

Placer natural y concupiscencia viciosa

42. Jul.- "Comprende ahora cuál es la conclusión de tu doctrina; a saber, no debemos tapar por pudor lo que en nuestro sentir es bueno; nosotros enseñamos que el placer natural de los órganos sexuales no puede ser tan malo cuando es obra de Dios. Por consiguiente, abandona o tu piedad o tu pudor. Mas ¿qué digo? Cuando el etíope mude su piel o el leopardo sus manchas, te purificarás de tu maniqueísmo".

Ag.- Más bien eres tú el que no cesas de ayudar a los maniqueos si no confiesas, con Ambrosio y todos los católicos, que tu protegida, mala para los maniqueos, se trasvasó a nuestra naturaleza por la prevaricación del primer hombre; no autorices a creer, como los infames herejes, a quienes, sin saberlo, prestas ayuda, que la concupiscencia, vicio manifiesto del hombre, sea un principio coeterno a Dios.

El ejemplo de los cínicos

43. Jul.- "En consecuencia, depón tu pudor y, permaneciendo en amistad con tu Maestro, confedérate con los cínicos, pues, como en sus Oficios narra Cicerón, las máximas de los estoicos se aproximan a las de los cínicos. "Critican, escribe. ideas comunes sobre la honestidad, la costumbre de usar vocablos obscenos para designar por su nombre lo que es deshonesto. El robo, el fraude, el adulterio, son cosas deshonrosas pero designadas en términos que nada tienen de obscenos; engendrar hijos es cosa honesta, pero se le da nombre inhonesto. Razonan de esta guisa contra el pudor: 'Nosotros obedecemos a la naturaleza y huimos de todo cuanto ofende a la vista o al oído'" 60.

Tú que rechazas este razonar natural verdadero de la honestidad, o di que el robo, el sacrilegio, el parricidio, actos todos en sí mismos deshonrosos en grado sumo y no en sus nombres, son menos odiosos y abominables que la procreación de los hijos a los que desean permanecer castos; o, si no te atreves a condenar el acto conyugal o preferirlo a esos crímenes, anima a los esposos a hablar de su unión con la misma libertad con la que hablamos del parricidio o del robo.

Por último, si, como sueles, añades el halago para oídos cristianos, que la unión de los cuerpos con finalidad procreativa está exenta de culpa y puede ser considerada como un bien, defiende la conducta de Crates, rico y noble tebano. Tan apasionado estaba con la secta de los cínicos, que abandona la herencia paterna, emigra a la ciudad de Atenas con su mujer Hiparquia, una cínica no menos fanática que él, y, según narra Cornelio Nepote, un día quiso realizar el acto conyugal en público, y, al resistirse su mujer y velar su cuerpo, la azota y le dice: 'No estás aún convencida de tu doctrina, pues no te atreves a realizar en público lo que sabes es legítimo'. Digna conducta de vuestro rebaño; si juzgáis buenos los órganos sexuales, obra de Dios para la multiplicación de los cuerpos, ¿por qué el pudor en su uso?

Dad gracias a los animales, pues con su ejemplo os enseñan, pese a las afirmaciones en contra de Manés, a reconocer que todos los sentidos del cuerpo no son obra del diablo; seguid el ejemplo de los cuadrúpedos e imitadles para dar testimonio con vuestras uniones de que son buenas. Conviene sean los animales maestros de vuestra conducta moral, pues son ya patronos de vuestra causa.

Repitamos lo dicho para su mejor comprensión: la libido, si es obra de Dios, afirmo que no debe ser velada por el pudor; nosotros tratamos ya ampliamente de esta cuestión en los cuatro libros de mi primera obra, apoyándonos en el ejemplo de los animales, creados por Dios. Hemos demostrado que la libido de los sexos es obra de Dios; sin embargo, confesamos que los hombres deben, por pudor, cubrir su desnudez. Tu dogma exige renueves, después de tanto tiempo, el descaro de los cínicos y descubras a los ojos de los ciudadanos los miembros naturales, porque son hechura de Dios.

Comprendes ahora tu ceguera al criticar mis palabras: "¿Ha bordeado el profeta el peligro al enunciar la fe sobre las obras de Dios?" Esta doctrina la critica tu maestro, consecuente con sus fábulas, pues niega que los cuerpos sean obra de Dios; pero tú te has permitido la misma crítica con marcada impudencia; pues, aunque con cierta timidez, confiesas que Dios ha creado los cuerpos, pero atribuyes al príncipe de las tinieblas la concupiscencia; mas esta afirmación no tiene valor ante el testimonio de la razón y de la fe, pues dice el evangelista: Todo fue creado por Dios y sin él nada ha sido hecho" 61.

Ag.- ¿Podrías comparar, en lo que a concupiscencia de la carne o libido se refiere, hombres y animales, si creyeras que los primeros padres del género humano, revestidos de cuerpos corruptibles, debían morir aunque no pecasen? Pero esto, primer error de vuestra herejía, lo condenó la Iglesia universal y lo condenó Pelagio, vuestro jefe, ante un tribunal de catorce obispos orientales, temiendo ser él anatematizado 62. Este juicio te alcanza a ti, pues enseñas que Adán fue creado mortal y, pecara o no, debía morir, contradiciendo así estas palabras del Apóstol: El cuerpo, a causa del pecado, está muerto 63.

Si antes del pecado no estaban los cuerpos sujetos a la muerte, tampoco serían corruptibles ni harían pesada el alma de los bienaventurados, porque está escrito: El cuerpo corruptible es lastre del alma 64. Por consiguiente, así como la muerte y la corrupción pudo no ser común a hombres y animales, aunque hayan sido formados de la misma arcilla terrosa, lo mismo podo no ser común la libido, medio de la procreación de los hijos; o bien no existiría en los hombres, y obedecerían los miembros genitales al imperio de la voluntad en la obra de la generación, como los restantes miembros del cuerpo obedecen en el cumplimiento de sus funciones; o bien no sería como la de los animales, sino sumisa, sin hacer descender al alma de las alturas de sus pensamientos ni en el momento del orgasmo. Ahora, por el pecado, la naturaleza humana se ha deteriorado, y esta pasión, que es natural en los animales, es, en los hombres, castigo; y este mal lleva a rebelarse la carne contra el espíritu y es causa de mayor pudor; pues, entre estos dos elementos de nuestra naturaleza, uno manda y el otro obedece y existe entre ellos una lucha dolorosa y deprimente en extremo. ¿De qué te sirvieron los ejemplos de los cínicos que no dan en el blanco, si los mismos animales, que comparas a los hombres, no pudieron detenerte en la pendiente del error y te han desviado del camino?

La desobediencia y la delicadeza del pudor

44. Jul.- "Es tiempo ya de pasar a otra cuestión; pero como es cierto que, fuera del argumento sacado del pudor de los órganos naturales, nada tienes que hacer resonar en los oídos de los ignorantes, condensaré, con la brevedad que me sea posible, lo que resta decir sobre esta materia. ¿Quién negará que el sentimiento de pudor que nos hace cubrir nuestras partes íntimas varía según las personas, lugares, oficios y costumbres? La desnudez es impudor en asambleas públicas, pero no lo es en los baños. En la alcoba, el vestido es somero y sencillo, rico y de buen corte en el foro. ¿Por qué en la intimidad nuestro exterior es descuidado, y nos gusta parecer bien vestidos ante un desconocido o un distinguido personaje? ¿Por qué, en marinos y artistas, la desnudez no es un crimen? Y para que no atribuyas esta sencillez a las personas antes que a las cosas, piensa que el apóstol Pedro, después de la resurrección del Señor, desnudo en la barca, se dedica a la pesca 65.

Dirige tu mirada a las operaciones de los cirujanos que aplican su arte a curar las partes vergonzosas. Y en los atletas la desnudez es hermosa. Y en ciertas naciones no sólo los adolescentes, en los que la pasión aún no se ha despertado, sino en los adultos de ambos sexos, la desnudez es absoluta, ni buscan un lugar secreto para sus mismas uniones. ¿Qué hay de asombroso que esto se practique en Escocia y entre los bárbaros, sus vecinos, si los filósofos arriba mencionados han pensado que tales actos son consecuencia de ciertos apotegmas sentados por los traducianistas? ¿Cómo medir el pudor, señalar sus límites, dar una norma exacta entre tantas distinciones?

Si es preciso tener en cuenta la necesidad y la costumbre, ¿quién podrá decir hasta qué punto aviva el diablo el ardor de la pasión sexual? Tu doctrina queda malherida por el hecho de que la honestidad cambia según los lugares, las costumbres, las profesiones y el carácter de los pueblos; además, es incuestionable, según probamos por la razón y la doctrina de Pablo, el apóstol, que todos los cuerpos, todos los miembros y todos los sentidos del cuerpo los creó Dios, autor del universo; y de tal manera los ordenó, que en ciertas circunstancias nos obliga el pudor a tapar algunos miembros de nuestro cuerpo; en otras, la buena crianza nos obliga a tenerlos descubiertos; y tan descortés sería descubrir unos como tapar otros".

Ag.- Eres tú el importuno al rociar con la culpa de la inoportunidad a aquellos de quienes dice la Escritura: Estaban desnudos y no se avergonzaban 66. Y con seguridad que eran entonces tan justos como cuando fueron creados; pues, según leemos, Dios hizo al hombre justo. ¿Acaso eran tan depravados como para enseñar sus partes íntimas de una manera impúdica, desvergonzada, deshonesta, inoportuna? Reconoce que dichos miembros no eran aún vergonzosos y ahora con toda propiedad lo son. No experimentaban aún en sus miembros una ley que luchaba contra la ley del espíritu, sin la que hoy nadie nace.

Por justo juicio de Dios, que abandona a su desertor, la desobediencia de la carne no era aún castigo de la desobediencia del hombre, porque la codicia de la carne contra el espíritu es desobediencia incluso en el caso en que la voluntad impida a la carne satisfacer sus deseos. Esta lucha no existía cuando estaban desnudos y no se avergonzaban. Por eso no necesitaban velar sus miembros naturales sin faltar a las conveniencias, pues no habían aún experimentado los inconvenientes de estos miembros.

¿Por qué amontonas vanas palabras como leves hojas, con las que tratas de tapar tu oposición carnal a la autoridad espiritual de la fe, como la carne cuando codicia contra el espíritu? ¿Por qué preguntar cuál ha de ser la regla para medir los grados y límites del pudor, pues varía según las necesidades, las artes, las opiniones, las costumbres buenas o depravadas? He aquí unos hombres que no pertenecen a una nación como los escoceses, sino que son padres de todos los pueblos; que no han sido corrompidos por doctrinas depravadas, como las de los cínicos y de todos aquellos que han perdido el sentido del pudor, sino que fueron creados por Dios en justicia y santidad; y que no les obligaba la necesidad a trabajar desnudos, como a Pedro, al que tú quieras ver cubierto, sino que vagaban libres en un paraíso de delicias. Contémplalos, antes del pecado, haciendo gala de su libertad, y, después del pecado, dando lecciones de pudor. Antes del pecado estaban desnudos y no se avergonzaban; después del pecado sintieron confusión de su desnudez. Antes del pecado no velaban sus partes sexuales, pues no eran aún órganos deshonestos; después del pecado taparon sus miembros, ahora vergonzosos. Estos son testimonios dignos de fe que confunden la tozudez y desvergüenza de los pelagianos, pues constatamos que primero nuestros padres llevan su desnudez sin sonrojo, luego sienten confusión.

Juliano no entiende que la concupiscencia natural
no existió en Cristo

45. Jul.- "Terminada, en cuanto ha sido posible, esta cuestión, paso a examinar lo que dijiste de Cristo; esto es, que no existió en él esta concupiscencia natural. Estas son tus palabras dirigidas a mí 'Este -yo- en todas estas cosas no ha querido nombrar la concupiscencia, que no viene del Padre, sino del mundo, cuyo príncipe se llama diablo. No encontró el diablo esta concupiscencia en el Señor, pues como hombre no vino a los hombres por ella' 23. Declaras que Cristo, hombre verdadero según la fe católica, no sintió en su carne la concupiscencia de la que habla Juan, el apóstol. Pero Juan, como lo manifiestan sus escritos, declara que no viene del Padre la concupiscencia de la carne ni la concupiscencia de los ojos y cuanto hay en el mundo 67; nosotros hemos demostrado ya cómo ha de interpretarse este texto".

Ag.- Lo demostraste, pero como lo entiendes tú, o mejor como no lo entiendes y no como debe ser entendido; a esto contesté conforme a la verdad, pues tú te pierdes en los meandros de una falsa e interminable discusión.

La confunde con el sentido

46. Jul.- "Aceptas el vocablo 'concupiscencia' y quieres que el cuerpo de Cristo carezca del sentido de la vista y de la concupiscencia".

Ag.- No dirías esto si tuvieras sano el sentido, no del cuerpo, sino del alma.

Juliano y los apolinaristas

47. Jul.- "Vuelvo a reclamar aquí toda su atención al lector, y verá cómo renuevas tú la herejía de los apolinaristas, añadiendo la salsa de Manés. Se dice que Apolinar explicaba la encarnación de Cristo diciendo que sólo su cuerpo parecía formado de la misma sustancia humana que los otros cuerpos; y que no tenía un alma, sino la divinidad, y así Cristo parecía haber asumido un cadáver humano, no un hombre.

Pronto la razón y el testimonio del Evangelio destruyeron estos asertos, pues sería necesario considerar como falsas las palabras de Cristo al definirse como hombre; de este Cristo que fue perseguido por los judíos por anunciar la verdad, si Cristo asumió sólo el cuerpo humano, porque el hombre está compuesto de cuerpo y alma; y él mismo dijo en el Evangelio: Tengo poder para dar mi alma y poder para volver a tomarla 68. ¿Cómo dar el alma, si no la había asumido? Vencido Apolinar por la razón y el peso de estos testimonios, imaginó otro fundamento para su herejía, que hasta hoy subsiste; y dijo que en Cristo existió, sí, un alma humana, pero que su cuerpo no tenía sentimientos, y lo declara impasible y sin pecado".

Ag.- Epifanio, de santa memoria, obispo de Chipre, en un opúsculo que escribió sobre las herejías 69, dice que ciertos apolinaristas atribuían a Jesucristo, el Señor, un cuerpo consustancial a la divinidad, otros negaban hubiera asumido el alma; otros, apoyándose en el texto: La Palabra se hizo carne 70, enseñaban que no había tomado carne de otra carne, es decir, de la carne de María, sino que la Palabra tomó carne, y luego dirán, no sé por qué, que el Hijo de Dios no había asumido un alma humana. Según tú, los apolinaristas hacían a Cristo insensible; sólo en tu libro he leído esto y a nadie lo he oído decir. Pero como veo eres un propagandista de hueras palabras, para que tu verborrea simule elocuencia, te respondo acto seguido: todo el que crea en lo que acabo de decir de los apolinaristas, que Cristo careció de sentimientos o que fue impasible, sea anatema. Y para que puedas reconocerte a ti mismo: todo el que crea que la carne de Cristo luchó con su espíritu sea anatema.

La concupiscencia de un vicio es vicio

48. Jul.- "No pudo Cristo evitar el pecado por la fuerza de su voluntad; pero su carne, felizmente insensible, no pudo sentir el fuego de la concupiscencia viciosa".

Ag.-Nosotros no decimos: "Cristo, felizmente privado de la facultad corporal de sentir, no pudo sentir la concupiscencia de los vicios"; pero sí decimos: como consecuencia de su virtud perfecta y de la formación de su cuerpo al margen de la concupiscencia, no pudo sentir las apetencias de los vicios. Una cosa es no sentir malas apetencias y otra no poder sentirlas; las sentiría de haberlas tenido, porque no estaba privado de sensibilidad; pero tuvo voluntad para no tenerlas. Y no te asombre que Cristo, hombre verdadero, bueno en todo, no quisiera tener una mala concupiscencia. ¿Quién, excepto vosotros, niega sea mala la concupiscencia que codicia el mal? ¿Quién, a no ser vosotros, puede sostener que la concupiscencia de un vicio no sea un vicio, y que no es un mal, aunque sea malo dejarse arrastrar por ella?

Cristo pudo haber sentido la concupiscencia, de haberla tenido, y la tendría de haberlo querido, pero no quiso. Con todo, de haber experimentado la concupiscencia viciosa, o, para servirme de tus palabras, "de los vicios", esto sería ya obra de su querer, pues no nació, como nosotros, con ella. Por esto, su virtud consistiría en no tener esta concupiscencia, y en nosotros, en no consentir en sus apetencias; en imitarlo, es decir, en no cometer pecado por consentimiento, como Cristo, que quiso y pudo carecer de sus estímulos; y nosotros, si queremos, podemos no estar sujetos a su imperio. Nos librará su gracia de este cuerpo de muerte; esto es, de la carne de pecado, pues vino a nosotros en semejanza de carne de pecado, no en carne de pecado.

Cristo tuvo fina sensibilidad sin concupiscencia desordenada

49. Jul.- "Lejos de ser estas cosas necesarias para la defensa de la fe, son un ultraje sacrílego. Con el pretexto de no envilecer el cuerpo de Cristo declarando que tuvo un cuerpo semejante al nuestro, Apolinar, al exaltarlo sobre todo cuerpo humano, lo priva de sensibilidad natural, sin ver la sinrazón que hace a la verdad bajo una forma adulatoria.

La indignación de los católicos le opuso este argumento de prescripción: por esta doctrina se infiere a la fe en los misterios un agravio mayor que el que le ocasionarían sus miembros. Dicen, en efecto, que Cristo nació de la estirpe de David 71, nacido de una mujer, nacido bajo la ley 72, para darnos ejemplo, y así poder nosotros seguir las huellas del que no cometió pecado ni en su boca se halló engaño 73; pero, por otra parte, no pudo ser ejemplo para nosotros ni observar los preceptos de la ley si no hubiera asumido todas las propiedades de nuestra naturaleza, o hubiera asumido un cuerpo sin alma, o si asumió al hombre sin la facultad de sentir dada a la naturaleza por Dios.

Despreciar el encanto de los sentidos, ¿qué mérito puede tener en el que es incapaz de sentirlos por privilegio de su naturaleza? ¿Qué hay de asombroso apartar la vista de la concupiscencia de la carne, si no se sienten sus apetencias? ¿Qué hay de heroico privar al olfato de excitantes aromas, cuando no se perciben? ¿Qué hay de extraordinario ser sobrio en la comida, si no se siente apetito? ¿Qué hay de arduo ayunar cuarenta días, si el hambre nada tiene de insoportable? ¿Qué hay de maravilloso en la disposición de los oídos para no abrirlos jamás si no es a honestos discursos, cuando se es sordo de nacimiento para las palabras deshonestas? ¿Qué gloria es ser casto cuando la falta de virilidad nos aleja más del placer que la voluntad y pensamos que la castidad es efecto de la impotencia, no de la voluntad?"

Ag.- Todas estas cosas se pueden decir no sólo contra Apolinar o algún apolinarista, de los que creo dijeron que la carne de Cristo estuvo privada de los sentidos corporales, sino contra todo aquel que enseñe esta doctrina. Nosotros decimos que percibió la belleza y la deformidad de las cosas por los ojos; que por el olfato percibió los aromas y los malos olores; por el oído, las melodías y disonancias; por el gusto, lo dulce y lo amargo; por el tacto, lo áspero y lo suave, lo duro y lo blando, lo frío y lo caliente; y cuanto por los sentidos del cuerpo se puede sentir o percibir, lo percibió y sintió él; y, si lo hubiera querido, no le faltaría el vigor de engendrar; sin embargo, su carne nunca codició contra el espíritu; y si es un gran bien, como opinas, evitar un delito cuando existen pasiones de las que se triunfa y no es un bien tan meritorio cuando no existen, tanto más laudable y meritorio será cuanto más ardiente fuere la pasión libidinosa.

En consecuencia, según vuestra horrenda y detestable perversidad, Cristo, el más virtuoso de todos los hombres, debió ser el más combatido por la libido en su carne. Si comprendes toda la impiedad de esta doctrina, no tardes en cambiar de sentir y distingue entre pasión y sentido existente en todos los que sienten; de otra suerte, uno sería de sentimientos más vivos cuanto más ardiente fuera la libido, y se podría creer que Cristo tuvo pasiones tanto más vivas cuanto más puros fueron sus sentimientos.

Nada hay de maniqueo ni de apolinarista en San Ambrosio
ni en la fe católica

50. Jul.- "Por último, ¿cómo recompensar la paciencia de aquel que, por tener taponado el camino de los sentidos, ni el dolor de las heridas ni el de los azotes puede atenazar el alma? ¿Qué ventajas ofrece la adulación de Apolinar? Toda la belleza de la virtud que Cristo hizo brillar en él, pierde fulgor con los elogios falaces tributados a su naturaleza y a la virtud desnudos del esplendor de la verdad, y el magisterio sagrado del Salvador se convierte en objeto de irrisión.

Aún más, no sólo perderían sus obras brillo por ser debidas a su nacimiento, no a su virtud, y se haría reo de fraude criminal, porque sería como decir a los hombres: 'Imitad la paciencia de un hombre impasible y, cargados con una cruz auténtica, imitad la virtud de uno que no sentía en su cuerpo el dolor'. O bien: 'Imitad la castidad de aquel que se mostró como hombre casto por su debilidad, triunfando vosotros de la rebelión de vuestra naturaleza'. En verdad que nada más impío y sacrílego puede uno imaginar.

No dijo Apolinar estas cosas; declaró solamente que Cristo hombre careció de estos sentimientos, que, dados por la naturaleza, son vicios no por el uso, sino por el abuso que de ellos se hace. Y recibió en silencio todas las objeciones que le hacían los católicos, en perjuicio de su opinión. Porque se construye la fe católica sobre todas estas máximas, cuya negación más o menos explícita lleva a condenar la herejía de los apolinaristas.

Dinos, pues, cómo se te ha de juzgar a ti, que condenas, como Manés, la unión de los sexos; con los maniqueos, distingues entre la carne de Cristo y la carne de los otros hombres; condenas con Manés, tu maestro, la concupiscencia de la carne; como los maniqueos y los apolinaristas, dices que el cuerpo de Cristo no experimentó la concupiscencia de los sentidos y no quieres te llamemos maniqueo o apolinarista. Te doy la mano y te hago este favor; no me arrepiento de esta generosidad; no consiento en ver en ti a un apolinarista; él es autor de una impiedad menor que la tuya, y no es lícito llamarte con otro nombre que el de maniqueo".

Ag.- No fue Ambrosio ni un apolinarista ni un maniqueo, sino un debelador de herejes, y enseñó que todos los que nacen de hombres, mediante tu protegida, no pueden estar sin pecado, y en este sentido, que es el verdadero, interpreta a Pablo. Tú, como he mil veces probado, con tanta mayor firmeza apoyas a los maniqueos cuanto más alejado te crees de ellos. Nuevo hereje pelagiano, eres en las disputas sumamente locuaz; en la controversia, calumniador sin límites; en tu profesión de fe, muy fulero. No teniendo nada que decir, hablas vaciedades, imputas un falso crimen a católicos y mientes al llamarte católico.

El pecado natural de Juliano

51. Jul.- "En el tercer libro de mi primera obra demostré de una manera irrefutable que era necesario admitir en Cristo reato de pecado, contraído, en el seno de María, si admitimos la existencia de un pecado natural; tú mismo lo sometes al poder del diablo, pues afirmas que toda la naturaleza humana, por derecho, pertenece al diablo".

Ag.- Lo que das como probado en tu tercer libro, demostré en mi libro quinto que nada habías demostrado.

Otra calumnia de Juliano

52. Jul.- "Pero, dejando ahora esto a un lado, te pregunto dónde has leído tú que Cristo fue por naturaleza eunuco".

Ag.- Y ¿dónde has leído tú que yo haya dicho esto? ¿No es una de tus acostumbradas calumnias? Una cosa es la posibilidad de engendrar hijos, posibilidad que admitimos en Cristo, no en los eunucos, y otra cosa es la pasión viciosa que tú quieres hacer creer existió en Cristo. ¡Y te precias de cristiano!

Poco antes dijiste: "Cristo sería acusado de fraude si dijese a los mortales: 'Imitad la paciencia de un hombre insensible'"; como si Cristo hubiera sido insensible a los dolores; y esto aunque puede y quiere no tener apetencias torcidas; o si, para servirme de tus palabras, dijese: "Imitad mi pureza triunfando de los malos deseos de vuestra naturaleza; y lo dice él, que por debilidad fue casto". Eres tan insigne amador de la castidad, que te parece más casto aquel que siente los embates de la pasión y resiste para no cometer pecado, que aquel que no siente el aguijón de la carne no por incapacidad de la carne, sino por la perfección de su virtud; y mejor, uno es casto, el otro lo parece, pero no lo es; porque, si fuera casto, según tú, apetecería por naturaleza estos males, pero la virtud del alma embridaría esta pasión natural. De todo esto se deduce esta horrible conclusión, como ya demostré: que la voluntad es tanto más pura cuanto más viva y fuerte es la pasión que reprime, y menos casta la voluntad que resiste a deseos menos ardientes; pues, siguiendo las máximas de tu sabiduría o, mejor, de tu locura, no es casto aquel que es incapaz de hacer lo que no está permitido. Esto es lo que te empeñas insensatamente en hacernos creer de Cristo, que por naturaleza fuera el ser más libidinoso para que pueda ser el más casto por la fuerza de su querer. Pretendes tanto mayor sea el espíritu de castidad cuanto mayor fuere la concupiscencia de la carne a reprimir. A este abismo te ha conducido tu protegida -la concupiscencia- muy amada.

Cristo, varón perfecto, no tuvo concupiscencia culpable,
que Juliano llama natural

53. Jul.- "Y aunque nació de una virgen, obra de un milagro, no por esto despreció la virilidad, sino que la asumió verdaderamente y en toda la integridad de sus miembros, cuerpo íntegro, hombre verdadero, varón perfecto, si damos fe a Pedro, el apóstol, al hablar en los Hechos sobre esto; insigne por su intacta pureza, vela sin desmayo sobre su alma y sus ojos; y todo esto es resultado de su virtud psíquica, no de la debilidad de su carne; la concupiscencia existió en todos los miembros de su cuerpo, porque de la realidad de sus miembros, perfectamente sanos, dan testimonio el sueño, el alimento, la barba, el sudor, el trabajo, la cruz y la lanza.

Tuvo, pues, todos los sentidos del cuerpo que él gobernó. Por esto triunfa la fe de los católicos de gentiles y maniqueos, porque la palabra de su cruz y de su carne es locura para los que perecen y fuerza de Dios para los elegidos. Esto encarece el amor de Dios para con nosotros, porque el Mediador tomó nuestros miembros, cosa que la impiedad de Manés niega. Nada me avergüenza en mi Señor, pues vino a salvarme; creo en la realidad de sus miembros y me apoyo en la roqueña solidez de su ejemplo".

Ag.- Una cosa es la realidad de los miembros, que todo cristiano reconoce en Cristo, y otra la concupiscencia culpable, que tú quieres atribuir a Cristo. Afirmas que es buena la concupiscencia de la carne, es decir, la libido, que tú prefieres llamar concupiscencia natural; condenas sus excesos, en el sentido de que comete pecado todo el que le permite rebasar sus límites haciendo mal uso de una cosa buena, y el que le concede sólo que le está permitido y hace buen uso de una cosa buena es digno de elogio. En consecuencia, como unos nacen con pasiones carnales muy violentas y menos violentas en otros, si los dos son castos y resisten, has de confesar forzosamente que unos usan bien de un bien mayor y otros de un bien menor. En este bien, según tú, será más rico cuanto más lujurioso y tanto más deberá sudar para combatir su desenfrenada pasión cuanto más grande sea este bien natural; por consiguiente, el que luche contra un bien mayor será más digno de alabanza que el que lucha contra un bien menor. Y pues Cristo, en su carne mortal fue, sin duda, el más casto de todos, tú le atribuyes una pasión natural arrolladora, pues no puedes encontrar otro más fuerte en reprimir esta pasión. Y así podrá decir a los suyos sin engaño: "Imitad mi pureza triunfando de los incentivos de vuestra naturaleza, movimientos buenos en sí, pero que deben ser reprimidos y superados, pues yo sentí, embridé y vencí otros mayores para que no me podáis decir: 'Venciste y viviste purísimo en tu carne mortal porque, por un beneficio de la naturaleza, tus pasiones fueron débiles y fáciles de vencer'. Sed castos, pues, para quitaros toda excusa y dispensaros de imitarme; yo he querido nacer con pasiones más violentas; sin embargo, nunca permití a la pasión franquear sus límites". Estas horribles monstruosidades parió vuestra herejía.

Santidad de Cristo

54. Jul.- "Sostengo que toda la santidad le venía del vigor de su alma, no de la debilidad de su carne. Así, la naturaleza se justifica en su condición y en el que la asumió, y la vida del hombre encuentra una senda a seguir en la imitación de sus virtudes. Una de estas dos cosas no puede, en verdad, ser alabada sin la otra; dignas de elogio son las obras de Cristo, en cuanto su cuerpo es real; no existe castidad en su carne, sino en cuanto su vida fue santa. Por el contrario, si una de estas dos cosas se vitupera, se censura la otra; en consecuencia, se resta de su virtud cuanto se resta de sus miembros; y, si algo se suprime de su sustancia, se destruye la belleza de sus costumbres, y así la injuria hecha a su nacimiento cae sobre sus sufrimientos; por último, si la sustancia de su carne se aminora de cualquier manera, desaparece la majestad de sus virtudes. Nada natural negaré a los miembros del Mediador, nacido de mujer; nada que sea natural. Observa cómo la enseñanza de la razón difiere de la del pudor; no se sonroja la fe cristiana de enseñar que Cristo estuvo adornado de los órganos sexuales; nosotros, sin embargo, tapamos estos miembros lo más honestamente que podemos".

Ag.- No siente sonrojo la fe de los cristianos en decir que Cristo tuvo órganos sexuales; mas tú debías enrojecer; mejor, temer, pues afirmas que Cristo sintió en su carne movimientos contrarios a su voluntad -no debió nunca sentirlos pues fue célibe-; y que la santidad de su cuerpo se vio turbada por movimientos contrarios a su santo querer. Cierto es que los santos todos han sentido esta concupiscencia que tú osas atribuir al Santo de los santos. Y si no te atreves a decir que los miembros naturales fueron en Cristo excitados contra su voluntad, ¿cómo tú, desgraciado, osas creer y decir que la naturaleza humana estaba en el Mediador sujeta a esta concupiscencia carnal, hasta el punto de hacer pensar a los hombres lo que no te atreves a decir?

Silencio calumnioso de Juliano

55. Jul.- "Así, la naturaleza prescribe que la razón y la fe traten ciertas cuestiones con piadoso recato y que el pudor y la decencia no permiten exponer a vista de ojos ciertas cosas. Atribuye el doctor de los gentiles realidad a la carne de Cristo y santidad a su alma. Gran misterio de amor, dice, que se manifestó en la carne, se justificó en el espíritu, se reveló en los ángeles, fue predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido en la gloria 74. Luego, sentada la necesidad de creer en este misterio, denuncia a los que al fin de los tiempos han de rebelarse contra él, y añade en seguida: Pero, en los últimos tiempos, algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y doctrinas de demonios, por la hipocresía de embaucadores que tienen marcada a fuego su conciencia, y prohibirán casarse y el uso de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias fueran comidos por los fieles, porque toda criatura de Dios es buena 75.

Esta doctrina, que tú, después de Manés, defiendes, contamina las iglesias; esta provocación de los que se apartan de la fe, y que consiste en enseñar la existencia de un mal natural y en condenar la unión conyugal, la previó y anatematizó, mostrando no sólo su doctrina, sino sus consecuencias".

Ag.- Tú, sin embargo, sólo puedes eructar calumnias y vomitar injurias, pero no te atreves a contradecir las palabras de un católico, hombre de Dios, al que no puedes tildar de maniqueo; él te asfixia al decir que nadie nacido de varón y mujer puede estar exento de pecado 76. Había citado yo estas palabras en mi primer libro a Valerio y en los cuatro que son un ensayo de refutación, palabras que has temido mencionar; y en este libro, al que ahora respondes, no silencié estas cosas 77, y ante las cuales permaneces mudo; pero, al silenciar su nombre por no osar oponerte abiertamente, diriges contra mí tus injurias.

Calumniador de los santos

56. Jul.- "Cuando dice que enseñaron a abstenerse de los alimentos, no censura la prudente parvedad de los cristianos ni indica puedan existir hombres que practiquen el ayuno; pero muestra que habían de surgir hombres que enseñarían que todos los animales creados por Dios para sustento de los mortales, al nacer de la concupiscencia y unión de los sexos, están manchados por un mal diabólico. En consecuencia, tú exceptúas los animales cuando afirmas que la unión de los cuerpos es una obra infame, para que así pueda subsistir el engaño.

Dices también que los hombres, creados a imagen de Dios, pertenecen por derecho al diablo por causa de la concupiscencia de los padres. Los dos, Manés y tú, aducís la misma causa para condenar y atribuir al diablo todos los seres animados; pero Manés, a causa de los efectos inherentes al acto natural, condena a todos los seres animados; tú no a todos, sino, lo que es más intolerable, únicamente a los mejores. Absuelves a cerdos, perros y asnos para dar la impresión de que no eres maniqueo; pero condenas, y por la misma razón que Manés, a todos los hombres, creados a imagen de Dios; y, al constituir el mal natural en una imagen de Dios, acusador de los santos y defensor de los asnos, hablas contra nosotros".

Ag.- ¿Qué dices tú, calumniador de los católicos y colaborador de los maniqueos? ¿Qué dices tú, que debías sentir sonrojo por tantas groserías, aunque tuvieras sólo el pudor de un borrico? ¿Acaso no merece recibir un hombre con boca como la tuya el calificativo de calumniador de los santos y defensor de los asnos cuando enseñas que la ignorancia de la verdad puede hacer infelices a los hombres, mientras los asnos no lo pueden ser aunque no conozcan la verdad? Con todo, diría una verdad.

Borrico, ¿cómo no comprendes que puede ser verdad que los hombres no puedan nacer inocentes de la unión del hombre y la mujer, y un burro sí? ¿Piensas poder escapar a los golpes de la autoridad y de la razón si en la misma sociedad concupiscente unces al carro de tu error hombres y asnos? No habla Ambrosio de animales, sino de hombres, cuando dice: "Es, pues, cierto que cuantos nacen de varón y hembra, por la unión de los cuerpos, nacen culpables".

¿Es este doctor de la Iglesia acusador de los santos y patrón de los asnos? Muy cierto, el cuerpo de los burros y de los hombres es corruptible; sin embargo, es el cuerpo del hombre, no el del asno, el que hace pesada el alma, pues del hombre habla la Escritura y dice: El cuerpo corruptible hace pesada el alma 78. Si no tienes un alma borriqueña, reconoce en la libido del animal la naturaleza, y en la del hombre, el castigo.

Cristo, cumplidor perfecto de la ley

57. Jul.- "Cristo es, igualmente, verdadero hombre y verdadero Dios; poseyó una naturaleza íntegra; era, pues, justo que, dando ejemplo de perfección, fuera eminente en todas las virtudes y que su castidad inviolable no fuese turbada por movimientos de la libido, permaneciendo digna morada de la santidad de su espíritu; y su grandeza de alma, triunfadora de sus sentidos y de sus dolores, fuese para todos los fieles modelo por su humanidad imitable y por su admirable excelsitud".

Ag.- Dices que la castidad de Cristo es sublime en su integridad; mas eres hombre, y para ti la grandeza y perfección de la castidad total no reside en el que por la fuerza de su voluntad y la vehemencia de su amor al bien no sólo no comete pecado, pero ni consiente en deseo culpable. Porque el que apetece el mal, aunque resista a la concupiscencia, cumple lo que está escrito: No vayas en pos de sus concupiscencias 79, pero no cumple lo que prescribe la ley: No codiciarás 80.

Cristo, cumplidor perfecto de la ley, nada ilícito codició, pues no conoció discordia alguna entre la carne y el espíritu; discordia que viene a la naturaleza humana de la prevaricación del primer hombre, y Cristo nació del Espíritu y de la Virgen, no por concupiscencia de la carne. En nosotros, la carne codicia contra el espíritu cosas ilícitas y hasta las realiza, a no ser que el espíritu luche contra la carne y triunfe. Dices que el alma de Cristo dominaba los sentidos; pero se domina lo que se resiste, y la carne de Cristo no era indómita ni se rebelaba nunca contra el espíritu para necesitar ser domada. Este modelo de perfección está propuesto para que cada uno lo imite, se esfuerce y desee no ceder a las apetencias de la carne, cosa que el Apóstol prohíbe 81. Y así, se puede, progresando cada día, aminorar su fuerza hasta hacerla desaparecer cuando se recobre la salud perfecta.

Cristo no conoció la concupiscencia de la carne
ni nació de la concupiscencia

58. Jul.- "Hablas, como en todas las cosas, de una manera sumamente impía, pues dices que la naturaleza humana no era en Cristo íntegra; opinión por cierto que no sacas del venero razonable de las Escrituras, sino que la bebes en la ciénaga de los maniqueos. Mas para dar luz a la verdad que defendemos, concedemos hayas soñado cuando afirmas que la concupiscencia de la carne no existió en Cristo; opinión condenada primero en Manés, luego en Apolinar, dos energúmenos. Pero todo esto, ¿qué puede servir a tu dogma, pues Cristo pudo no asumir un miembro humano, sin que sea por esto malo? Mientras los méritos de los buenos aumentan por grados, se puede decir que él se elevó a la perfección. Pero con la elección de los bienes más perfectos no se condenan los menos perfectos, como no se condena el matrimonio cuando se elige la castidad; y lo mismo, no se condenarían los movimientos pasionales de la carne si él hubiera querido no sentir estos movimientos en su naturaleza".

Ag.- Te he dicho ya antes que Cristo nunca hizo cosa ilícita ni la deseó, cumpliendo lo que dice la ley: No codiciarás. Esto brota ciertamente del manantial de las Escrituras y salta al corazón de los fieles, y no de la ciénaga de los maniqueos, y extingue así vuestro dogma herético. Dices que sueño cuando afirmo que Cristo no conoció la concupiscencia de la carne en lucha contra el espíritu; pero ni los mismos sueños de Cristo están al abrigo de tus ataques. Sabemos que Cristo durmió; y, si tu protegida estaba en él, podía alguna vez jugar con sus sentidos envelados y soñar con cercanías que le excitasen su concupiscencia hasta el orgasmo.

Y si tiemblas al pensar esto de la carne de Cristo -no creo seas tan roqueño que no tiembles, pues yo no he podido hablar de estas cosas para combatirlas sin íntimo temor-, si tiemblas, digo, has de confesar en verdad que no sólo no restamos nada a la integridad de la naturaleza de Cristo, sino que rendimos homenaje a la perfección de sus virtudes declarándola exenta de la concupiscencia carnal, reconociendo no estaba sujeta a esta libido a la que está sometida la carne de los demás hombres, santos incluidos.

Y si nos concedes que Cristo no quiso asumir esta parte integrante de la naturaleza humana, aunque en sí no sea un mal, lo mismo que no condenó el matrimonio, aunque él no quiso casarse, esto puede decirse de los animales, que no disfrutan del bien de la razón y su carne no puede luchar con su espíritu; pero, a pesar de tu incontenible verborrea, nunca podrás probar que se ha de considerar como un bien lo que se rebela contra el espíritu del hombre que desea obrar bien. Cristo no pecó ni tuvo deseo de pecado; no porque resistiese al deseo, sino porque nunca lo tuvo. Pudo, si hubiera querido sentir el deseo; pero este querer era indigno de él, porque la carne, su vestido de carne, no era una carne de pecado, y no le podía hacer sentir sus apetencias contra su voluntad.

Por consiguiente, aquel varón perfecto no nació de la concupiscencia, que indiferentemente codicia el bien y el mal, sino del Espíritu Santo y de la virgen María; todo lo que apeteció era lícito; y lo que no era lícito, ni lo deseó. Nacido en la carne por obra del Espíritu Santo, no podía experimentar lucha alguna entre la carne y el espíritu.

Cristo devuelve a ea naturaleza humana su integridad

59. Jul.- "Confirmemos con un ejemplo cosa tan clara. Mejor es tener razón que no tenerla; los hombres fueron creados racionales; los animales, privados de razón; con todo, si bien la naturaleza humana es superior a la de los cuadrúpedos, ésta no se considera mala ni obra del diablo. Imagina que Cristo, al formar sus propios miembros, no quisiera dar sentido a los órganos de la generación, de los que nunca había de hacer uso. ¿Haría una obra mala cuando, al formar los cuerpos de Isaac, Jacob y de todos los hombres, les da unos miembros con el instinto del sexo? ¿Necesitaba, al llevar a efecto esta obra, ayuda del diablo para depositar en estos miembros sed de placer? Como, con la ayuda de Dios, hemos demostrado en ésta y en mi primera obra, no has podido sacar de la persona de Cristo la menor objeción contra las obras de Dios, pues es evidencia que el cuerpo del Salvador poseyó la naturaleza humana en toda su integridad".

Ag.- Es aún más evidente que la naturaleza humana no posee hoy aquella integridad, rectitud y perfección en la que fue creada por Dios. Cristo vino a devolverle esta integridad, rectitud y perfección, quedando él exento de toda corrupción, de toda tendencia al mal, de todo deseo de pecado.

Cristo vino en semejanza de carne de pecado

60. Jul.- "Por eso en su naturaleza no pudo haber pecado, pues no se encontró iniquidad en aquel en el que subsiste esta naturaleza en su integridad".

Ag.- Blasfemas abominablemente, ¡oh Juliano!, al igualar la carne de Cristo con la carne de los demás hombres, y no reparas en que vino en semejanza de carne de pecado, no en carne de pecado. Y esto no sería en absoluto verdad si la carne de los demás hombres no fuera carne de pecado 82.

La concupiscencia de ea carne codicia contra el espíritu

61. Jul.- "Luego la concupiscencia de los sexos, haya existido o no en Cristo, no fue mala ni diabólica".

Ag.- Mala es la concupiscencia, aun cuando no nos arrastre al mal; ella es la que hace que la carne codicie contra el espíritu, aunque el espíritu, en lucha contra la carne, no le permita realizar sus apetencias, es decir, la obra mala.

La verdadera causa del pudor

62. Jul.- "Paso rápido a otras cuestiones, pero quedo más atónito que nunca. Como si no comprendieras las Escrituras, con tal furia embistes contra tu adversario, que no te permite pesar tus palabras. Arguyes siempre de manera que los dardos rebotan contra ti con mayor fuerza. Afirmas, en efecto, que la única causa del pudor es la concupiscencia de la carne, manifiesta en la excitación de los órganos genitales".

Ag.- No dije esto. Existen otras causas del pudor, ora nos impulsen a obrar como no conviene, ora nos sonroje el haberlo realizado. Pero cuando se inquiere la verdadera causa del pudor del que ahora hablamos, la encontramos en los miembros que llevan este nombre con toda propiedad y que antes no inspiraban ningún sonrojo, pues en el estado de rectitud y santidad no se avergonzaban los hombres de su desnudez. Si con sabiduría reflexionaras, no hubieras resistido con tanto descaro a verdad tan manifiesta.

El vestido de Cristo

63. Jul.- "Exceptuada esta concupiscencia carnal, ¿no es un sacrilegio creer haya hecho Dios algo vergonzoso? Pero Cristo no estuvo sujeto a esta concupiscencia carnal, objeto de pudor para todos los mortales. Esto dices, pero no te has dado cuenta que se te podía objetar que Cristo debió prescindir del vestido, al presentarse en público, sin sentir pudor alguno, so pena de cometer un sacrilegio, del que hablas aquí, al avergonzarse de su carne, exenta de todo movimiento concupiscente, pues era obra de su Padre y suya. Si en él no existió concupiscencia y sí sentido del pudor, reconoce irrefutablemente que el pudor se debe al cuerpo, no al calor de la pasión".

Ag.- Según tu razonar tan penetrante y sutil, hay que negar que el bautismo de Juan se confiriese para perdonar pecados, porque Cristo fue bautizado y no había cometido pecado alguno. Sin embargo, recibió el bautismo por motivo distinto del que se daba a los otros penitentes; esto es, no por la carne de pecado, de la que no estaba vestido, sino a causa de la semejanza de la carne de pecado, que asumió para librar la carne de pecado; y pudo cubrir sus miembros no por la misma razón que lo hacen los demás, sino para conformarse al uso general, aunque nada en su carne hubiere vergonzoso como quiso ser bautizado para ejemplo de los pecadores, aunque no tuviera mancha que lavar.

Era conveniente a la semejanza de la carne de pecado lo que era necesario a la carne de pecado. Además, la desnudez del cuerpo humano puede ofender la vista de aquellos que viven donde no existe costumbre de andar desnudos. Por esto, los ángeles, cuando se han aparecido a los hombres en forma humana, han querido aparecerse vestidos de amplios ropajes para conformarse al uso humano. Y si al origen de esta costumbre nos remontamos, con la primera causa que topamos es el pecado de aquellos hombres que antes de pecar andaban, con toda decencia y honestidad, desnudos en aquel paraíso de felicidad, sin sentir confusión en su carne, que se hizo desobediente para con los desobedientes y codició contra el espíritu. A ti, descarado defensor de la concupiscencia de la carne, de nada te sirve el vestido de Cristo.

El mal trae su origen de la prevaricación del primer hombre

64. Jul.- "Ves, pues, cómo en vano llamas pecado, aunque reconocemos la necesidad de velar algunas de las obras hechas por Dios; velo prescrito por nuestro Señor al formar al hombre, y del que hizo uso cuando asumió la naturaleza humana. Nos perdone la misericordia del Redentor si, para afianzar la verdad del misterio y destruir la abominable doctrina de los maniqueos, hemos hablado audazmente de su carne, a la que no osaríamos ni rozar con reverente modestia si no nos viéramos forzados para defensa de la fe".

Ag.- Hablas, por desgracia, con audacia de la carne de Cristo para decir cosas falsas, no verdaderas; no para destruir, como te jactas, la abominable doctrina de los maniqueos, sino para apuntalarla. Si quieres triunfar de Manés, no llames bueno a lo que es malo; sí di de dónde viene el mal, que no puedes probar que es bueno. No quieres confesar, con Ambrosio, que el mal trae su origen de la prevaricación del primer hombre, y así autorizas a Manés a ufanarse de su verdad cuando enseña que el mal viene de otra naturaleza.

Delicadeza del pudor

65. Jul.- "'Pero mi adversario, dices, no ha querido nombrar la concupiscencia de la carne. Calla por pudor; o mejor, por una maravillosa impudencia del pudor -si se puede decir así-, siente pudor de lo que no se avergüenza de elogiar' 83. Te desagrada sepamos, siguiendo al Apóstol, vestir con honestidad los miembros menos decorosos porque seguimos el diseño del Creador, que ha querido cubramos estos miembros con mayor decencia al colocarlos en una parte secreta del cuerpo".

Ag.- Dices cosas peregrinas. Adán y Eva se acoplarían al plan del Creador cuando quebrantaron su precepto para seguir el consejo del Engañador. Y antes de consumar este mal, siendo aún rectos y perfectos, ¿no seguirían el consejo del Creador al dejar al descubierto, y sin el más tenue velo, los miembros que el Creador situó en lo más secreto del cuerpo humano? Eres el hombre más desvergonzado, porque alabar lo que nuestros padres sintieron al avergonzarse, es peor que desnudarlos.

Sentido figurado de la Escritura

66. Jul.- "Sin embargo, estas diversas expresiones, que tú no sólo no imitas, sino que las recriminas, nos son de gran ayuda, aunque no se encuentran en todos los idiomas, sino sólo en las lenguas griega y latina. Las otras lenguas que se llaman primitivas por no ser cultivadas y son pobres en recursos e inelegantes, para designar los miembros del cuerpo se sirven de vocablos sencillos. Por eso, los hebreos, entre los que se conserva puro el texto de las Escrituras, todas las cosas se designan con sus nombres propios".

Ag.- Te equivocas de medio a medio si piensas que en la lengua hebrea no existen metáforas y muchas palabras se toman en sentido figurado y no propio. Pero sea como sea, ¿de qué te sirve? Leemos en el texto hebreo de las Sagradas Escrituras que hubo un tiempo en que nuestros padres estaban desnudos y no sentían sonrojo, pero luego sintieron vergüenza de su desnudez y taparon ciertos miembros de su cuerpo; y así sabemos qué sintieron y por qué se avergonzaron. Si en esta materia quieres cubrir tu confusión, enmudece.

Juliano defiende desvergonzadamente la concupiscencia natural

67. Jul.- "Los órganos genitales de uno y otro sexo se nombran con la misma naturalidad que los pies o las rodillas. A pesar de esta autoridad, nosotros hemos querido observar minuciosamente pudor en las expresiones; de otra suerte, se expone uno a justos reproches al descuidar, sin verse obligado por las circunstancias, la decencia que debe observarse en las palabras no menos que en las acciones, salvo las exigencias de la causa que se discute. Por consiguiente, como no puede considerarse la concupiscencia natural ofensa al pudor y, por otra parte, es justificada por la santidad del Creador, aunque no como un gran bien, pues es común a hombres y animales, sí como necesaria para la diversidad de sexos, esta concupiscencia, repito, no es obra del diablo, sino del Creador del mundo y de los cuerpos; y esto nadie lo contradice, a no ser Manés y su heredero traducianista, y así se evapora cuanto se pueda decir sobre el pecado natural, que no se puede afirmar sin acusar a la naturaleza".

Ag.- Hablas aún de la concupiscencia natural. Tratas de cubrir con el oropel de tus palabras equívocas a tu protegida para no dejar comprender lo que es. ¿Por qué no dices "concupiscencia de la carne" en lugar de decir "concupiscencia natural?" ¿No es también una concupiscencia natural el deseo de felicidad? ¿Por qué hablas de una manera equívoca? Llama por su nombre a tu protegida, cuya defensa asumes. ¿Qué temes? Turbado por la defensa de una mala causa, ¿te has olvidado de su nombre? Despierta tu memoria y habla de concupiscencia de la carne. Pero sabes que alabarla sería ofender a los que en las Sagradas Escrituras leen que con este nombre se designa una cosa mala. Tú, al servirte de la expresión "concupiscencia natural", la quieres situar entre las obras de aquel que, como dices con razón, creó el mundo y todos los cuerpos, mientras San Juan expresamente declara que no viene del Padre. Dios creó el mundo y todos los cuerpos, pero el cuerpo corruptible es lastre del alma y la carne codicia contra el espíritu; consecuencia no de la naturaleza humana en el momento de su creación, sino de su pecado y de su condenación.

"La concupiscencia, dices, nunca ha sido condenada, a no ser por Manés y su heredero traducianista". En este terreno, con gozo recibo la rociada de tus injurias en compañía de aquellos que tú no te atreves a culpar; me nombras a mí porque no osas pronunciar sus nombres venerables. ¿Acaso no condena a tu protegida el que afirma que la lucha de la carne contra el espíritu vició nuestra naturaleza al prevaricar el primer hombre? 84 Y ¿quién dijo esto? Aquel cuya fe, para servirme de las palabras de tu maestro Pelagio, ni los mismos enemigos pusieron en duda, ni la pura y sana inteligencia de las Escrituras. Defiende, pues, a tu protegida contra esta acusación. Insulta, mientras puedas, esta doctrina, cuyo discípulo me declaro, y a este otro doctor que tú tienes por maestro y elogia al mío. Prueba a tu protegida que tiene en ti un defensor valiente y leal para que la libido no abandone a su patrono por tímido, aunque le sería muy difícil encontrar otro que sienta menos sonrojo en defenderla.

A la desobediencia siguió la vergonzosa desobediencia de la carne

68. Jul.- "Esto me lleva necesariamente a preguntarte qué es lo que conoció como obra suya el diablo en los sexos, y poder así, con derecho, recoger su fruto, pues él no aglutinó su carne, ni formó sus miembros, ni puso distinción en los órganos sexuales, ni diferenció los sexos, ni instituyó el matrimonio, ni honró la fecundidad, ni sembró en la carne el placer".

Ag.- Ciertamente, nada de esto hizo el diablo, pero incitó al hombre a la desobediencia, y a la desobediencia siguió el castigo y la vergonzosa desobediencia en la carne, de donde viene el pecado original, y por él todo el que nace está sometido al poder del diablo, y con el diablo perecerá si no renace.

Sentido de la carne y concupiscencia de la carne

69. Jul.- "Te has esforzado en salir al encuentro de estas disquisiciones con la timidez del ciervo y la astucia del zorro, y así engañas a tu protector, al que escribes diciendo que el príncipe de las tinieblas ejerce su dominio sobre las obras de la imagen de Dios a causa del sentido natural del cuerpo, es decir, de la concupiscencia de la carne, porque, según tú, el sentido de la carne es necesariamente obra del mismo autor de la naturaleza de la carne".

Ag.- No sabes lo que dices. Una cosa es el sentido de la carne y otra la concupiscencia de la carne, cuyos efectos sentimos por los sentidos del alma y de la carne. Los dolores de la carne no son en sí un sentido; pero, si no existe el sentido no se sienten. Así, por el sentido de la carne llamado tacto percibimos efectos diferentes a tenor de la aspereza o suavidad de los objetos; pero la codicia de la carne apetece indiferentemente lo lícito y lo ilícito, diferencia que no podemos apreciar por la concupiscencia, sino sólo por la inteligencia; y no nos abstenemos de lo ilícito si no resistimos a la concupiscencia. Ni se pueden evitar las obras malas si no se frena la concupiscencia mala, que tú, con horrendo descaro, o, mejor, locura, llamas buena; ni sientes sonrojo ni te horrorizas de llegar a tal desvergüenza, que enseñas que nadie se ve libre de su mal a no ser que no consienta en lo que tú llamas bien. Por consiguiente, la concupiscencia de la carne, que nos lleva a codiciar lo prohibido, no viene del Padre.

En vano crees, o aparentas creer, que el apóstol Juan, cuando habla de la concupiscencia carnal, se refiere a la lujuria. En efecto, si la lujuria no viene del Padre, tampoco la concupiscencia viene del Padre, porque, si se consiente en ella, concibe y pare lujurias. ¿Cómo puede ser bueno lo que nos lleva al mal? ¿Cómo puede ser un bien nuestro lo que nos empuja al mal? Debemos, ¡oh Juliano!, invocar la bondad divina para que nos sane de este mal y no alabarlo por vanidad, iniquidad o impiedad humana.

La formación de los cuerpos es buena hasta en los malos

70. Jul.- "No parece hayas intentado en serio refutar mis objeciones, sí engañar miserablemente al protector, a quien escribes haciéndole creer que habías encontrado en mi obra cosas que merecían, con pleno derecho, tus mordeduras cuando, gracias a tus precedentes concesiones, habías alabado la creación de los cuerpos".

Ag.- Alabé, sí, la formación de los cuerpos, buena incluso en un hombre malo; pero no el mal, sin el cual nadie nace; y cuando renuncias a reconocer, con Ambrosio, cuál es el origen de este mal, autorizas a decir a Manés que viene de otra naturaleza.

Jesús es el salvador de los niños

71. Jul.- "Confieso, no obstante, que has pensado bien lo que ibas a decir; lo evidencia tu ingenio y tu estudio. Con gran habilidad has pesado todo cuanto podías hacer valer a favor de la transmisión del pecado; ningún otro podía escribir con más sutileza en favor del mal natural; ni tú mismo serías capaz de hablar con tanta elegancia si los comentarios de tu antiguo maestro no vinieran en ayuda de tu ingenio".

Ag.- Yo me glorío de tener por maestro, contra ti y contra Manés, a Jesús, que es, aunque tú lo niegues, el Jesús de los niños; porque pereció Adán, y en él todos hemos perecido 85, y nadie puede ser salvado de la perdición si no es por aquel que vino a buscar lo que estaba perdido.

Los Padres, la Iglesia católica y el pecado original

72. Jul.- "Has comprendido que a los niños, incapaces de merecer, no se les puede imputar falta alguna sino condenando sus cuerpos. Por eso recurres a Manés, que, al excluir la concupiscencia de la carne de las obras de Dios, atribuye al diablo el matrimonio y los cuerpos".

Ag.- No necesito ayuda alguna de Manés; al contrario, con la ayuda de Dios, lucho contra él y contra el apoyo que tú le prestas. Ayuda que me otorga también por medio de sus ilustres servidores; esto es, por sus profetas y apóstoles, cuyas palabras, en tu impiedad, tratas de corromper; y por medio de los doctores de su Iglesia más cercanos a nosotros: Ireneo, Cipriano, Hilario, Ambrosio, Gregorio, Basilio, Juan y otros muchos, todos íntegros en la fe, de penetrante ingenio, ricos en saberes, célebres por su fama; todos, sin menoscabo de la alabanza debida al matrimonio y a los cuerpos, han confesado la existencia del pecado original, sabiendo que Cristo es el Jesús de los niños, verdad que impíamente negáis vosotros. Él salvó a su pueblo, en el que existen niños, no de la fiebre y otras calamidades y accidentes, a los que, en su bondad infinita, sana, aunque no sean cristianos; pero a los cristianos los salva de sus pecados 86. A estos hijos, padres de la Iglesia católica, elevados a las más altas cimas de la gloria y del honor y que han enseñado lo que aprendieron en su seno, no temes tú llamarlos maniqueos; y, al atacarme abiertamente a mí, de refilón los atacas a ellos, y de una manera tanto más solapada y pérfida cuanto más criminal. Tus palabras te convencen de este crimen, pues me ultrajas con el nombre de maniqueo porque, acerca del pecado original, lo que ellos enseñaron, enseño.

Juliano, charlatán descarado

73. Jul.- "El que, como huidizo, te hayas alejado de la verdad, se debe a la mala causa que defiendes. Si, por lo demás, quisieras volver a los católicos, ¡con cuánta más seguridad, elegancia y plenitud sería defendida la verdad que nosotros enseñamos!"

Ag.- ¡Oh hablador descarado! ¡Oh ceguera de espíritu! ¿No son católicos aquellos a los que me uno en una misma comunión de fe y defiendo contra tus vanas palabras y calumnias? ¿No son católicos, omitiendo a otros muchos, te repetiré sus nombres: Ireneo, Cipriano, Hilario, Ambrosio, Gregorio, Basilio y Juan de Constantinopla? ¿Y son, acaso, católicos Pelagio, Celestio y Juliano? Si puedes, atrévete a decirlo. Y si no te atreves, ¿por qué no retornas a éstos, de los que yo no me alejo? ¿Por qué me animas a pasarme a los católicos? Estas son luminarias de la Iglesia católica; abre los ojos a su luz; pásate a estos a quienes calumnias, y pronto guardarás silencio y enmudecerás contra mí.

La naturaleza humana, deteriorada por el pecado original

74. Jul.- "No me atrevo a decir estés dotado de ingenio penetrante y sutil cuando te veo elegir una causa que sólo puede defender un tardo y defectuoso de juicio".

Ag.- Puesto que no quieres reconocer que, a consecuencia de un pecado, la naturaleza humana se deterioró y que de ese pecado vienen los males y vicios que pesan sobre los niños desde su nacimiento, dinos por qué algunos nacen obtusos de inteligencia, porque Adán no fue creado así.

Juliano se empeña en combatir contra los testimonios de las Escrituras

75. Jul.- "Si, salva la fe sanísima y siguiendo una costumbre de escuela, para demostrar la fuerza de tu raciocinio ensayas el ataque a verdades irrefutables y, terminado el acto, te aplaudiesen tus adversarios, rendiríamos homenaje al hombre de letras, y condenaríamos todo lo que fuera contrario a la religión. Pero como te obstinas, con torpísima tozudez, en defender una doctrina que no tiene ni la apariencia de verdad ni se apoya en testimonio alguno de la ley -nunca opuesta a la razón-, doctrina horrible por su impiedad, innoble por su absurdidez, rezumando obscenidad; doctrina que el pudor condena, así como la lógica y la ley sagrada, necesariamente se sigue una de estas tres alternativas: o se te debe considerar como hombre romo y tardo de espíritu, o bajo la influencia de maleficios propios de los misterios de los maniqueos, o bajo los efectos de estos dos males a la vez".

Ag.- Aunque, en nombre de la razón, combatas contra los testimonios de las Escrituras divinas que te oponemos, jamás podrás destruirlos. Y como te molestan, coceas contra el aguijón. Di, si no estás embrutecido por impuros pensamientos, ¿quién es el que te dice que nadie de los nacidos de la unión de los sexos está libre de pecado? Su nombre, Juliano, es Ambrosio. Te derrota uno que no puedes negar sea católico y al que nunca tildarás de maniqueo. Me reprochas tener una inteligencia roma, plomiza, o estar bajo la influencia de un maleficio maniqueo, o bajo los dos males a la vez. Sobre el maleficio maniqueo y a tus injurias, con frecuencia te he respondido, y quizá lo vuelva a hacer de una manera más convincente cuando lo juzgue necesario.

Ahora, hereje parlanchín, responde acerca de la inteligencia obtusa y plomiza. Nadie hay, si estuviera en poder del hombre, que no quisiera nacer dotado de vivo ingenio e inteligencia penetrante. ¿Quién ignora que los genios son raros? Y estos poquísimos, si se los pudiera comparar con el ingenio del primer hombre creado, se les juzgaría, más bien, de inteligencia plomiza. Porque entonces el cuerpo corruptible no haría, como ahora, pesada el alma 87. Entonces, o no sería el cuerpo corruptible, y Adán sería inmortal si no pecara, o si, como vosotros, herejes, decís, aunque no pecase, debía morir; sin embargo, en el momento de su creación se encontraría tal, que su alma no sentiría el peso del cuerpo, de haber conservado su inocencia primitiva.

¿Quién puede negar que esta pesadez es un castigo si no es el que sienta más sus efectos? Si pregunta Manés de dónde viene el mal de esta pesadez, no en los cuerpos, sino en las almas, donde radica la imagen de Dios; pesadez que gradualmente llega a un estado lamentable o, en lenguaje de la Escritura, hasta una deplorable necedad 88, respondemos que todos estos y otros males, de cuya existencia no cabe la negación o la duda, se han de atribuir a los pecados de aquellos dos primeros padres, porque atribuirlos a la voluntad de los niños es imposible.

En cuanto a los animales que nacen con los defectos inherentes a su especie, ¿es para asombrarse si los espíritus malignos se sirven de ellos, como sucedió con la piara de cerdos 89? Estos espíritus malignos pueden ejercer su influencia deletérea, al igual que los hombres sobre los miembros de animales irracionales, sobre los genes mismos de la generación. Pero ahora es cuestión de hombres, en los que la imagen de Dios no podría padecer justamente los males diferentes que vemos en los que nacen, si no fueran castigo de pecados precedentes de aquellos que un día les dieron la existencia. Pero vosotros, al negar esto, abandonáis la fe católica y favorecéis el dogma impío de Manés más allá de lo que podía esperar, y le ayudáis a creerse con toda verdad y seguro cuando afirma que no es el Dios verdadero el creador de los hombres y mezcla en esta obra la intervención del espíritu de las tinieblas.

El género humano estaba en Adán cuando cometió el pecado

76. Jul.- "Por nuestra parte, no creemos tener una inteligencia extraordinaria porque comprendemos no existe pecado sin voluntad; ni sin Dios existen los cuerpos; ni sin los cuerpos existen los sentidos corporales; ni el matrimonio sin la unión de los sexos; ni el nacimiento de los niños sin el poder creador de Dios; tenemos por indudable que nada injusto puede ser obra divina, ni lo divino puede ser injusto. Y tan injusto como cuanto acabamos de decir es imputar a unos los pecados de otros; pues, lejos de consentir en dichos pecados, ni siquiera existían cuando se cometieron.

Iluminados por la luz de estas verdades, despreciamos, con pleno derecho, la doctrina tenebrosa de los maniqueos, pues piensan que puede existir el pecado sin el consentimiento de la voluntad; que los hombres no han sido creados por Dios; que los sentidos corporales y los mismos cuerpos no son obra del único Autor. Despreciamos toda doctrina que enseñe la existencia de un Dios oprimido por crímenes y maldades; que se puede acusar de odiosa injusticia al que es eterno creador de todas las cosas; o que posee una sombra de justicia si hace responsable a uno desde su nacimiento del querer de otros. Por esto estimamos el mérito de cada uno según las obras, no según su ingenio".

Ag.- Ya te contesté a todos estos argumentos. Crees tener más razón si repites, sin pausa y con animosidad, las mismas objeciones contra mí. Di, si puedes: ¿de dónde vienen los vicios que los hombres en gran número traen consigo al nacer porque, estamos de acuerdo, el hombre es obra de un Dios justo, y vosotros negáis la existencia del pecado original? No dirías que imputamos a unos los pecados de otros, porque ni existieron cuando se cometieron, si recordaras lo que está escrito de Leví, pues existía ya en los lomos de Abrahán cuando pagó los diezmos a Melquisedec, sacerdote del Dios excelso 90. Si no te cegara la obstinación, verías que el género humano estaba ya en los lomos de Adán cuando cometió aquel enorme pecado.

Juliano se agazapa en ambigüedades

77. Jul.- "Pero volvamos a nuestra cuestión. Después de haber dicho que yo 'no quise nombrar la concupiscencia, porque no viene del Padre, sino del mundo, cuyo príncipe es el diablo; concupiscencia que en el Señor no encontró, porque el Señor, hecho hombre, no vino por su medio a los hombres' 91, se ha de notar aquí que, al hablar de una cosa natural, después de haber dicho que venía del mundo, añades que el diablo se debía considerar como príncipe de todo el mundo, y así proclamas al diablo autor no de los actos voluntarios, sino de las cosas naturales, esto es, de las naturalezas".

Ag.- Donde yo puse "concupiscencia de la carne", tú suprimes "la carne", que yo escribí; donde dije "de este mundo", cuyo príncipe es el diablo, tú añades "todo", es decir "de todo el mundo", cosa que yo no dije; pero haz lo que quieras, di lo que te plazca, díselo a quienes te agrade. Por lo que a mí se refiere, hablo de la concupiscencia de la carne que no viene, dice Juan, del Padre, sino del mundo; es decir, de los hombres que nacen en el mundo, condenados a perecer si no renacen en Cristo. Concupiscencia de la carne que no es lujuria cuando se la resiste, pero sí lo es cuando se cede a sus movimientos, esto es, cuando realiza lo que codicia. Por eso nos exhorta Pablo, el apóstol: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne 92. No dice: "No tengáis", porque sabía que esta virtud es posible se nos conceda un día, pero no en la vida presente.

Llamé al diablo "príncipe de este mundo", como lo llama la Escritura divina 93, pero no en el sentido que sospecha y calumnia tu vanidad. No dije que el diablo fuera autor de las naturalezas, sino príncipe del mundo, es decir, de los hombres que viven sobre la tierra y que, nacidos en el mundo, no han sido regenerados en Cristo. El príncipe de este mundo es arrojado fuera por los que renacen en Cristo; acción simbolizada en los misterios cuando son exorcizados y se les insufla al ser bautizados.

Si puedes, responde a esto. No pretendas con tu verborrea vacía entontecer al lector y desviar su atención de la causa que entre nosotros se debate; y di, si te atreves, que el codiciar el mal es un bien. Di que las obras malas no vienen del Padre, pero que el deseo de las obras malas sí viene del Padre. Di que el diablo no es llamado príncipe del mundo. Di que por mundo no se entienden los hombres que viven en el mundo. Di que por mundo, en sentido peyorativo, no se pueden entender los infieles extendidos por toda la tierra, y que con este mismo vocablo, tomado en buen sentido, no se designan los fieles, que, aunque menos numerosos, también se hallan diseminados por toda la tierra, porque la palabra mundo comprende a fieles e infieles; como no es un absurdo decir que un árbol está cubierto de frutos, aunque también se diga que está cubierto de hojas. Di que los niños, cuando son bautizados, no son arrancados del poder de las tinieblas y que se ha de considerar como una injuria hecha a Dios los exorcismos e insuflaciones, en uso en toda la Iglesia católica, sobre las imágenes de Dios; o di que el diablo las posee sin culpa de pecado. Si te atreves a decir todas estas cosas, revelarás en seguida quién eres; y, si no te atreves, ni aun así te podrás agazapar en las sombras.

Recta interpretación de la Escritura

78. Jul.- "Después de hablar así, añades: 'Por eso, el mismo Señor dice: He aquí que viene el príncipe de este mundo, y en mí no encuentra nada' 94. Luego añades de tu cosecha: 'Ningún pecado, ni el que se trae por nacimiento ni el que en vida se comete'. Prueba que el Señor ha dicho en el Evangelio que está exento del pecado 'que se contrae al nacer'".

Ag.- Prueba en qué lugar dice el Señor que está exento de toda mancha, sin la cual afirma Job que no hay niño alguno, aunque su vida sobre la tierra sea sólo de un día 95. Sin embargo, donde dice: He aquí que viene el príncipe de este mundo, y en mí no encuentra nada, si entendemos rectamente estas palabras, quiere decir que ni esta mancha contrajo. Porque si por lo que dice no hemos de entender lo que no dice, tampoco nombró al diablo, sí al "príncipe de este mundo": Y en mí no encontró nada; no dice: "Y en mí no encontró pecado". Sin embargo, nosotros decimos lo que él no dijo, pero apoyados en lo que dijo.

La Virgen concibió a Cristo sin concupiscencia de la carne
y sin mancha de pecado

79. Jul.- "¿Por qué envuelves con mentiras a las pobres almas y citas como evangélico lo que no es? Dijo el Señor en el Evangelio: He aquí que viene el príncipe de este mundo, y en mí no encuentra nada 96. Cierto que el diablo no encontró en Cristo pecado alguno; al contrario, fue vencido en todas las tentaciones a que le sometió, ora después de haber ayunado cuarenta días, ora cuando después de sus discursos azuza el diablo contra él el odio de sus perseguidores. Declara el Salvador no haber encontrado el diablo pecado en él. Ciertamente lo hubiera encontrado si el pecado fuera algo intrínseco a la naturaleza humana, porque él nació de una mujer, de la familia de David, de la estirpe de Adán".

Ag.- Pero la Virgen no lo había concebido por concupiscencia de la carne; por eso la propagación de la carne le fue transmitida sin mancha de pecado, y así su carne no es carne de pecado, sino carne a semejanza de la carne de pecado y salva la carne de pecado. Adán, antes del pecado, no tuvo carne de pecado ni a semejanza de carne de pecado, pues no hubiera muerto si no pecara; pero, después del pecado, su carne de pecado engendra carne de pecado, por ser fruto de la concupiscencia de la carne, que antes del pecado o no existía en él o no se rebelaba contra el espíritu, de manera que no sentía sonrojo de su desnudez.

Por el contrario, concebido Cristo sin la concupiscencia de la carne, nació sin pecado que trae toda carne de pecado, por no ser carne de pecado su carne, y por esto todos mueren; pero él también murió a causa de su carne a semejanza de carne de pecado. Si no hubiera muerto, no sólo no tendría carne de pecado -que no tenía-, pero ni carne a semejanza de carne de pecado, que él, para salvarnos, quiso tomar.

Tú que no puedes negar haya venido Cristo no en carne de pecado, pero sí en carne verdadera con apariencia de carne de pecado, debes decirnos en qué consiste la carne de pecado, porque, si no existe la carne de pecado, no existe una carne que se le asemeje.

Y si tuvo Cristo carne a semejanza de la carne de pecado, pero no carne de pecado, porque no nació de la unión de los sexos, ¿por qué no reconocer que la carne de pecado es la de todos los nacidos de esta unión y pertenecen a un mundo del que el diablo es el príncipe, y no pueden ser librados de este mal si no renacen en Cristo?

Cristo tiene verdadera naturaleza humana sin carne de pecado

80. Jul.- "De existir, el diablo habría encontrado en Cristo el pecado natural, y su cuerpo le estaría sometido si hubiera envenenado la fuente en el primer hombre o en su madre; e importaría poco que, por un esfuerzo de su querer tardío e ineficaz, se hubiera rebelado contra esta condición de su naturaleza corpórea. Al luchar contra la naturaleza, no lavaría la mancha de su nacimiento y exasperaría al tirano, amén de no existir una voluntad libre en una naturaleza cautiva.

Si, pues, el pecado mora en los sentidos, en la condición de la carne, y la misma naturaleza humana es propiedad del diablo, o Cristo nacería culpable o no sería hombre. Y si toda naturaleza humana se considera maldita, se ha de considerar sujeto a esta maldición aquel que se hizo carne y habitó entre nosotros o no fue hombre".

Ag.- No tuvo Cristo pecado, pues el príncipe del mundo no pudo encontrar pecado en él; pero no se le puede privar de su naturaleza humana, porque en él existió un alma y un cuerpo humanos; aunque no tuvo carne de pecado, pero sí tuvo carne a semejanza de la carne de pecado.

El pelagiano no distingue entre carne de pecado y carne
a semejanza de la carne de pecado

81. Jul.- "Ambas cosas enseñó Manés. Dice que en la carne existe un pecado natural y que en Cristo no existió carne humana para no tener que confesar en él iniquidad alguna".

Ag.- Niega el hereje que en Cristo exista carne humana; el hereje Pelagio identifica la carne de Cristo con la carne de pecado; para no blasfemar de la carne de Cristo, distingue el cristiano católico entre carne de pecado y carne a semejanza de la carne de pecado.

En Cristo no hay ni rastro de pecado

82. Jul.- "Ambas opiniones las tritura la fe católica, pues enseña que no existe en la carne un mal natural y que Cristo asumió la naturaleza humana en su plena integridad y estuvo libre de todo pecado. De ahí estas palabras, que son un grito de su conciencia: He aquí que vino el príncipe de este mundo, y en mí no encontró nada 97; nada de que acusarlo, porque no podía difamar la naturaleza de aquel cuya voluntad no pudo doblar al pecado".

Ag.- Di, más bien, que no encontró ni rastro de pecado; ni del que se contrae al nacer, pues fue concebido sin pecado, ni del pecado personal que comete todo ser viviente, pues nunca fue vencido por tentación alguna. Por una de estas dos cosas dijo el salmista: He sido concebido en iniquidad 98; por la otra rogamos: No nos dejes caer en tentación 99.

El diablo, autor de la culpa

83. Jul.- "Fue Cristo, para el diablo, objeto de tentación; trató de cautivarlo por medio de la persuasión, único recurso de su arte, porque a nadie puede malear creándolo".

Ag.- A nadie malea creándolo, porque a nadie crea; pero sí maleó seduciendo al que había sido creado bueno. Ni es autor de la naturaleza que por bondad Dios creó en el hombre, pero es autor de la culpa con la que todo hombre nace, transmitida por nuestros primeros padres. ¿Qué hay de extraordinario, si tentó al que no tenía carne de pecado, pues tampoco existía en aquellos a quienes tentando sedujo, y que por la concupiscencia de su carne, de la que sintieron vergüenza, se propaga la carne de pecado, y sólo puede sanar de su mal aquel que, revestido de carne a semejanza de la carne de pecado, no conoció pecado?

La divina concepción de Jesucristo

84. Jul.- "Reafirma la encarnación de Cristo la obra de su divinidad; viene a mí con mi naturaleza y su voluntad, y se me ofrece como modelo y regla; pues, al afirmar que el diablo no encuentra en él pecado alguno, demuestra que el pecado viene únicamente de la voluntad, no de la carne. Por último, en ningún lugar de la Escritura se lee que Cristo haya huido del pecado que sabe contraen los niños al nacer; y su testimonio enseña con claridad que la justicia del Salvador, considerado como hombre, viene de los actos de su querer, no de la dualidad de su naturaleza".

Ag.- "Jamás, dices, vemos escrito que Cristo haya rehuido el pecado que sabía se contrae al nacer". ¿Podía él evitar un pecado que no había contraído el que vino a salvar a los que lo contrajeron? ¿Cómo pudo escapar de un pecado que nadie puede evitar si no se refugia en él? Dices también: "Con toda claridad enseña la Escritura que la justicia del Salvador, considerado como hombre, no viene de la dualidad de su naturaleza, sino de un acto de su querer". ¿No existe entonces entre la naturaleza de Cristo y la nuestra otra diferencia sino porque, al nacer de una virgen, es, a la vez, Hijo de Dios e hijo del hombre? Esta divina concepción que hace una sola persona divino-humana, ¿no ha contribuido en este hombre a exaltar la justicia, fruto, según tú, de su querer? Cuando defiendes el libre albedrío contra la gracia de Dios, ¿no te ves obligado a afirmar que el mismo Mediador, por su voluntad sola, ha merecido ser el Hijo único de Dios, y declaras ser falso el dogma que con la Iglesia universal cree en Jesucristo Hijo único del Padre todopoderoso, nacido por obra del Espíritu Santo y de la Virgen María?

Según vosotros, el hombre no se unió al Hijo de Dios para nacer de una virgen, sino que, nacido de una virgen, mereció en seguida, por un acto de su voluntad, ser unido al Verbo de Dios; pero no que ese gran querer fuese consecuencia de la unión, a la que, por el contrario, llega por la fuerza de su voluntad; el Verbo no se encarnó en el seno de la Virgen, sino que esta encarnación se realizó por méritos del hombre y la dinámica de su voluntad humana.

Si creéis, pues, que el hombre se unió al Verbo de Dios por un acto de su querer, debéis creer también que muchos otros hombres pudieron participar de esta unión si hubieran querido, y aún hoy lo podrían si quisieran. En consecuencia, la pereza del querer humano hace que él sea el único, cuando pudieran ser, si quisieran, muchos. Si esto decís, ¿dónde está vuestra vergüenza? Y si no lo decís, ¿qué es de vuestra herejía?

Cristo no contrajo pecado alguno

85. Jul.- "Escribe Pedro, el apóstol: Cristo murió por nosotros, dejándoos su ejemplo para que sigáis sus pisadas 100. Rima ciertamente esta sentencia del apóstol con la palabra del Señor cuando dice: Vino el príncipe de este mundo, y no encontró nada en mí 101. Es también lo que proclama el magisterio de la Iglesia al decir que en Cristo no hubo ningún delito y nos indica la causa verdadera en la que se apoya para hablar así: Porque, dice, no cometió pecado. No dijo: 'Porque no tuvo pecado', sino: Porque no cometió pecado".

Ag.- Cierto, Cristo no contrajo pecado de origen ni tuvo pecado, porque no cometió ningún pecado; como el mismo Adán, exento de pecado original, no hubiese tenido pecado de no haberlo cometido.

Santidad de Cristo

86. Jul.- "Si en la naturaleza existiese pecado de origen, la sentencia petrina no sería exacta; porque, según él, para probar la santidad inmaculada de Cristo bastaría justificarlo de toda falta voluntaria, permitiendo creer no estaba libre del virus de un pecado de origen. Luego, si hubiera pensado en un pecado de naturaleza, se hubiera expresado de una manera más precisa y hubiera escrito: 'Cristo nos dejó un ejemplo a imitar, pues él no cometió pecado ni heredó el que nosotros al nacer contraemos', y así podía, con razón, concluir que ninguna palabra engañosa había salido de sus labios. Y, si esto pensaba, ya no le era posible hablar de un ejemplo dado por el mismo Señor. ¿Cómo, en efecto, podía proponer al mundo la imitación de un hombre al que hubiera atribuido una naturaleza diferente de la de los otros hombres, cuya diferencia argüiría censura a su magisterio?"

Ag.- Si tú no lo comprendes, otros sí entienden que no dices nada. Al proponer el apóstol Pedro el ejemplo de Cristo a la imitación de los hombres, ¿tenía, acaso, necesidad de hablar del pecado original, como si, imitando a Cristo, se pudiera evitar la suciedad del pecado al nacer? Al igual que no es posible, imitando a Cristo, nacer, como él, del Espíritu Santo y de la virgen María. Pero, para imitar a Cristo, nuestra voluntad ha de ser reformada y dirigida, y, para ser liberados del pecado original, la naturaleza humana necesita ser regenerada.

Incontinencia verbal de Juliano

87. Jul.- "Añádase que la teoría de un pecado natural apagaría todo estímulo de perfección y acusaría de falsedad el elogio tributado aquí al Salvador. ¿Cómo decir en serio y sin sonrojo que nunca hubo engaño en sus labios, si vino a nosotros en una condición somática diferente a la nuestra no sólo en sus enseñanzas, lo que sería, hasta cierto punto, excusable, sino naciendo, que es más grave, y esto sin poder ser acusado de dolo? ¿Acaso los hombres, al nacer bajo el imperio del diablo, estarían sujetos a un mal natural? Ciudadanos del diablo, ¿serían fatalmente arrastrados al pecado por esa pestilente contaminación natural o ley del pecado que reina en sus miembros desde su nacimiento? Y estos mismos hombres, bajo pena de un castigo eterno, ¿se verían forzados por Cristo a ser sus imitadores? ¿Podía imputar su justicia a hombres de esta naturaleza, aterrados por el estado corrupto de su carne? Que el que venía a brindar en su persona un modelo de virtud, ¿evitara la verdad de su naturaleza?

Con cuánta razón le podían decir todos los enfermos de pecado y los sujetos a coacción: 'Cuando gozamos de salud, todos damos sabios consejos a los enfermos; si tú te encontraras en nuestro estado, ¿no pensarías de otra manera?'

¿De qué os sirve vuestra impiedad? De dos cosas es necesario elegir una: si se cree que el pecado es inherente a nuestra naturaleza, Cristo, que tomó nuestro cuerpo, está sujeto a este mal, y, si no asumió nuestra carne, es entonces culpable no de su nacimiento, que en él parece ser falsa apariencia, pero sí de un pecado voluntario e indeleble de impostura. Cualquiera de estas dos hipótesis es un lodazal de sucias blasfemias, que apenas se pueden mencionar sin horror, incluso cuando se las quiera triturar. Con su ejemplo y sus obras y nuestra fe se justificó el Mediador a sí mismo al reconocer la verdad en sus palabras y en las de su apóstol, pues no cesa nunca de enseñar que Cristo es verdadero hombre que tomó carne en todo semejante a la nuestra en el seno de María, y que es hombre verdadero en todas las cosas, y que jamás conoció pecado, porque aquel que está exento de pecado no lo puede cometer. Ni una mentira salió de sus labios. Dio a sus hermanos ejemplo de santidad en todo lo que hizo.

En consecuencia, no existe pecado natural en el hombre, porque nada parecido existió en Cristo, pues, sin perder nada de su divinidad, se hizo hombre para que le podamos imitar".

Ag.- Hombre parlanchín y pobre en sabiduría, ¿qué pensarías si los hombres dijesen a Cristo: "Por qué se nos manda imitarte? ¿Acaso hemos nacido del Espíritu Santo y de María virgen? ¿Tenemos, por ventura, la fuerza que tú, a la vez Dios y hombre, coeterno al Padre todopoderoso y, como él, omnipotente?" ¿O es que no debió nacer así, es decir, unido a la persona del Verbo de Dios, para quitar toda excusa a los hombres que no quieren imitarlo? Pero él mismo nos manda imitar al Padre, aunque, por cierto, nunca se vistió de carne humana, y le puede imitar, sin que sufra menoscabo su divinidad todo el que, con su gracia, quiere y puede amar a su enemigo y hacer bien a los que le odian. Y no le dicen: "Tú puedes obrar así porque eres Dios, y en nada pueden perjudicarte tus enemigos; pero nosotros somos hombres débiles, y se nos manda amar a los que nos persiguen y causan tantos y tan grandes males".

Tampoco dicen sus imitadores a Cristo: "No podemos hacer lo que nos mandas y exhortas a practicar con tu ejemplo, pues tu poder está muy por encima de nuestra debilidad". Por esta razón, Cristo, nacido del Espíritu Santo y de la virgen María, no debió conocer la concupiscencia, porque le podía incitar al mal, aunque muy bien podía evitarla resistiendo a sus seducciones para quitar a los hombres el pretexto de poder decirle: "Siente en tu carne los malos deseos y vence, si puedes, para que podamos imitarte triunfando de los nuestros". Y ¿qué dices, Juliano, del que escribe: No hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco? 102 ¿De este hombre oprimido, decís vosotros, no por la concupiscencia, con la cual nació, sino a consecuencia de las malas costumbres que había contraído? ¿Acaso no dio Cristo ejemplo a estos hombres para que le imitaran? ¿O es que los abandona y no quiere imiten sus virtudes? Y si le dijesen: "¡No sabes lo que sobre nosotros pesa el hábito de nuestras malas costumbres! Hablas así porque no sabes que, cuando estamos sanos, todos damos sabios consejos a los enfermos" 103. ¿Te agradaría, Juliano, que Cristo sintiese el peso de esta costumbre para que fuese suprimido todo pretexto, y, triunfante, incitar con su ejemplo a imitarlo? ¿Te mofarás ahora de tus vaciedades y con tu silencio nos dejarás en paz?

Defensa de San Jerónimo y San Ambrosio

88. Jul.- "Discutida ya esta cuestión, te placerá, confiado en los escritos de Jerónimo, que alabas, decirme en qué te apoyas para afirmar que en Cristo no existió nunca pecado, cuando él, en aquel diálogo en el que hace admirablemente hablar a Ático y Cristóbulo, con elegancia y gracia dignas de la fe que profesa, invoca el testimonio de un quinto evangelio 104, que él mismo tradujo para demostrar que Cristo tuvo pecado voluntario y no sólo natural; por eso creyó un deber purificarse por el bautismo de Juan; y, además, invoca el testimonio del evangelista San Juan para acusar de mentiroso a Cristo. En la carta que enviaste a Alejandría te ufanas en declarar que, merced a esta obra de Jerónimo, quedó aplastado Pelagio por el peso de los textos de la Escritura y afirmas que no puede ya reivindicarse el libre albedrío. Pero Pelagio, atacado en su fe católica, combatió con éxito este escrito. Hice mención de esta obra únicamente para obligarte a confesar que estás en desacuerdo con las Sagradas Escrituras y con los mismos partidarios de tu doctrina".

Ag.- Si hubieras citado las palabras de Jerónimo, pudiera quizás demostrar cómo era posible entenderlas sin la blasfemia que te empeñas en atribuirle; y, si esto no fuera posible, no por eso creería yo poder rechazar la fe de este gran hombre, que comparte con los más ilustres doctores de la Iglesia católica, incluso aunque encontrase, si se encuentra, algo que no rime con su doctrina.

Lo que de Jerónimo me agrada, cualquiera que sea su pensamiento sobre el pecado original, es que éste te inspira tanta aversión, que, llamándome a mí maniqueo, no te atreves a calificarlo con dicho nombre. Es evidente que te engaña tu imprudencia, y al calumniarme obras contra tu prudencia. No hice yo mención de Jerónimo, sino de Ambrosio. Y me serví no de mis palabras, sino de las suyas, para declarar y oponerte su doctrina, pues da por sentado que Cristo no habría sido exceptuado, como tampoco lo están los demás hombres, si su concepción hubiera sido fruto de la unión del varón y de la mujer.

En consecuencia, si por esta doctrina soy maniqueo, ves que también Ambrosio debe serlo; pero como no lo es, al aceptar su doctrina, nadie se puede convertir en maniqueo ni en apariencia. Tengo, como ves, razón para decir lo que he dicho, y es imposible no verlo. Con todo, la causa que tú defiendes está tan alejada de la verdad, que me injurias con el mote de maniqueo no por imprudencia o ignorancia, sino con calculada malicia.

El ejemplo de Cristo y la vida santa

89. Jul.- "Cuando se trata de censurar a puercos y cabras, abandonas a los maniqueos, pero caminas en su compañía cuando acusas a la naturaleza humana. Con ellos, niegas en Cristo no que se haya vestido de humana apariencia, sino que haya dejado un ejemplo a seguir. De palabra, alejas de Cristo el pecado natural para no dar la impresión de que lo sometes al imperio del diablo, cosa que ni Manés osó hacer; pero tejes el elogio de Jerónimo, que no temió blasfemar del Salvador al afirmar que el crimen voluntario le fue familiar. Así, sin dejar de revolcarte entre las inmundicias con tus amigos y en sus necios comentarios, sólo tienes injurias para los católicos, porque dicen que no es Dios el autor del mal; que los hombres, creados por él, no son, por naturaleza, malos; que las leyes de Dios son justas; que sus imágenes pueden evitar el mal y hacer el bien; que Cristo ni en sus miembros, ni en sus preceptos, ni en sus juicios ha cometido pecado.

Si te avinagras porque decimos la verdad, esperamos, al menos, poder instruir e iluminar a los sabios, y poder así sanar ciertas almas heridas por tus mentiras".

Ag.- Más arriba te contesté sobre el ejemplo de Cristo. No podemos negar la grandeza de aquel que poseyó la naturaleza en toda su integridad, y nació del Espíritu Santo, y no fue fruto de una carne concupiscente, y llevó en la tierra una vida más santa que la de todos los justos; pero no hemos de servirnos de esta excelencia para excusarnos de imitar sus virtudes en la medida de nuestras posibilidades.

No pueden los fieles casados imitar su celibato; con todo, le imitan al abstenerse de todo adulterio y de todo comercio carnal ilícito. Los que más de cerca le imitan y llevan una vida santa en el celibato, tampoco pueden imitarlo en todos los aspectos, pues él estuvo exento de toda acción culpable y de todo deseo pecaminoso. Para vivir santamente en el celibato es preciso abstenerse de todo comercio carnal, que sólo el matrimonio justifica. ¿Por qué asombrarse que haya estado exento de todo mal el que nació del Espíritu Santo y de la Virgen? ¿Quién sino el encenagado en grandes males no puede considerar como un mal aquello que los santos piden al Señor aleje de ellos, según las enseñanzas del Señor? Cuando decimos: No nos dejes caer en tentación 105, pedimos ayuda a Dios contra nuestra concupiscencia. Como está escrito: Cada uno es tentado por su concupiscencia, que le atrae y seduce 106.

Que el Padre, a quien elevamos nuestras súplicas, nos libre de la osadía de afirmar que lo que constituye el objeto de la concupiscencia carnal no es un mal que no viene del Padre, porque, si viene del Padre la concupiscencia que atrae y si nos fuerza a decir que la concupiscencia es un mal, necesariamente se sigue que aquel que nació exento de todo mal no la tenía, y, en consecuencia, jamás conoció pecado ni tuvo el menor deseo de cometerlo. Por eso, cuando evitamos el pecado, somos sus imitadores no porque no tengamos tentación de cometerlo, sino porque no consentimos en la tentación. Y aunque, mediante una vida santa, imitemos al Santo de los santos, sin embargo, siempre hay algo por lo que en la oración dominical podemos decir: Perdónanos nuestras deudas 107. Yo no alabé a Jerónimo, mientras Pelagio elogió a San Ambrosio, al que ningún enemigo se atreve a reprender ni en su fe ni en su acabada exposición de las Escrituras. Y si algo me desagrada en los escritos del amigo o en los míos, lo censuro 108. Pero una cosa es un error accidental cometido por un católico y otra ser fundador o secuaz de una gran herejía.

Resumen de los libros de Juliano

90. Jul.- "Baste aquí lo dicho. Pasemos ahora a una cuestión entre nosotros de gran importancia, cuya fuerza el campeón de los maniqueos expone, aterrado, con documentos cuya fidelidad iguala a la elegancia en el decir de su ingenio. Después de aprobar y alabar mis palabras poco ha citadas, sin que haya introducido ninguna novedad, lleva la discusión a la parte que había yo prometido desarrollar y completar. Al preguntarme cómo era posible estuviesen bajo el poder del diablo las criaturas de Dios, respondí en su nombre: 'Por el pecado, no por la naturaleza'; y añadí por mi cuenta: 'Y tú asientes, pues así como un niño no puede ser concebido sin unión sexual, lo mismo el pecado no puede existir sin el consentimiento de la voluntad, pues sería menester decir que los niños, en el momento de su concepción, tienen ya voluntad, aun cuando apenas tengan alma, o que, al menos en el momento de su nacimiento, pueden ya hacer actos volitivos aun cuando no tengan uso de razón'".

Cuando llega a este pasaje de mi obra, cita sólo una parte de mis objeciones, esto es: 'Así como no existe feto sin unión de sexos, no hay, sin voluntad, delito'. 'Así es, en efecto. responde, y como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y así pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron 109. 'Todos pecaron por la mala voluntad de aquel hombre, porque todos éramos uno, del cual todos traen el pecado original, del que él fue voluntariamente culpable' 110.

Ruego al lector pondere con atención los términos de nuestra disputa. ¿De qué te sirve, ¡oh el más instruido de todos los bípedos!, truncar mi sentencia, si la parte de mi argumentación que has suprimido es explicación de la que antecede, pero la fuerza de mi réplica subsiste en las palabras que combates? Con entera fidelidad expuse tu reiterada respuesta, y que tú te has visto obligado a admitir. Después de preguntarte por qué los niños, criaturas de Dios, podían verse bajo el poder del diablo, yo, en tu nombre, había respondido: 'A causa del pecado contraído, no a causa de la naturaleza que recibieron'.

Constatas mi buena fe. Puse en labios del traducianista lo que defiende, aunque su lenguaje no sea conforme al dogma. Luego mi respuesta fue: 'Así como no puede ser concebido un feto sin la unión sexual, lo mismo el pecado no puede existir sin el libre consentimiento de la voluntad'. Y es precisamente aquí donde mutilas mi argumentación, con tanta impudencia como mala fe. Después de citar mis palabras, en las que declaro que el pecado no puede existir sin un acto de la voluntad, como el feto no puede existir sin la unión de los sexos, suprimiste lo que añadí referente a la voluntad de los bebés y respondes: 'Cierto, esto es así, y precisamente por eso dice el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo. Todos pecaron por el querer de uno solo'.

¿Es esto, en verdad, una respuesta? ¿Es esto discutir? ¿Es esto, finalmente, respetarte a ti mismo? Ríen los cultos las sutilezas del sofista, pues mediante ellas se busca, por afinidad nominal, engañar a un sencillo adversario. Tales sofismas, aunque desprovistos de verdad, tienen un barniz urbano, pero es una monstruosidad todo lo que carece de lo sólido de la verdad y ni tiene las apariencias del sofisma. Dije que no existe el pecado sin un acto libre de la voluntad. Tú, al admitir este principio, asestaste un golpe mortal al dogma que enseñas, pues piensas que, sin el concurso de la voluntad del reo existe en la naturaleza humana verdadero delito".

Ag.- De tu obra sólo había leído lo que contenía el extracto que me fue remitido. Pero después de leer tus libros, de los que no sé quién hizo un resumen, veo que respondí a todo. Nosotros también decimos que sin un acto de la voluntad libre no puede haber pecado; mas no por eso abjuramos, como dices, de nuestra doctrina, que afirma la existencia de un pecado original; porque a esta especie de pecado se llega no por un acto libre de la voluntad de la persona que nace, sino por un acto de la voluntad de aquel en el que originariamente estuvimos todos cuando vició voluntariamente la naturaleza común. Ni en el momento de su concepción ni de su nacimiento tienen los niños voluntad de pecar; pero el primer hombre, en el mismo instante de su prevaricación voluntaria, cometió un enorme pecado, y por él contrajo la naturaleza humana la mancha del pecado original; y esto es lo que hizo con toda verdad decir al salmista: He sido concebido en iniquidades 111. Y a un santo: ¿Quién está limpio de inmundicia? Ni el niño cuya vida sobre la tierra es de un día 112. Estas palabras de verdad curan la vanidad de tu verborrea.

Pecado original y voluntad

91. Jul.- "¡Qué descaro el tuyo, apruebas mis palabras y no abandonas tu doctrina! Nuestros puntos de vista son tan opuestos por ambos cabos, que no pueden los dos ser verdad. Si yo admito el pecado original, perdería el derecho a decir que no puede existir el pecado original sin el concurso de una voluntad libre. Y lo mismo tú, si convienes conmigo en que el pecado no existe sin un acto libre de la voluntad, debes renunciar a tu opinión y negar la existencia del pecado natural".

Ag.- Una cosa es afirmar que el pecado no puede existir sin el concurso de una voluntad libre, que es nuestra manera de pensar, porque el mismo pecado original no pudo existir sin la libre voluntad del primer hombre, y otra cosa es sostener, como lo haces tú, que el pecado reclame necesariamente el concurso de una voluntad personal, cosa que no podemos conceder. No radica el pecado original en la voluntad del que nace y ni siquiera en la misma voluntad del primer hombre, aunque sin ella no haya podido existir. Una cosa es que el pecado no pueda existir sin la voluntad, y otra, que el pecado no pueda existir sino en la voluntad. Tampoco, si hablamos correctamente, puede haber parto sin concepción; sin embargo, se dice con propiedad que no puede haber parto sino en la concepción. Y ambas cosas son distintas, porque ni hay parto en la concepción, ni puede haber concepción en el parto. No obstante, el pecado puede estar en la voluntad, como el del primer hombre; y puede no estar en la voluntad, como el pecado original de cualquiera que nace, que no está en la voluntad de nadie, y sin embargo no está sin la voluntad de aquel primer hombre. Tampoco aquel santo que dijo a Dios: Has sellado mis pecados en un saco, y has anotado si he admitido algo contra mi voluntad 113, tuvo en la voluntad el pecado, que ha cometido contra su voluntad. Y el que dice: ¿No hago el bien que quiero, y añade, pero hago el mal que no quiero 114, habrá que decir que tiene pecado en la voluntad, según vosotros mismos queréis entender que la fuerza de la costumbre obliga a pecar al que no quiere? Deja de agazaparte al borde del precipicio o de pasarte de raya: cuando decimos sin libre voluntad, tú nos quieres hacer afirmar que no puede haber pecado a no ser en la voluntad libre, como si dijéramos que no puede haber carbones sin fuego. Pero tú nos quieres hacer afirmar que no puede haber carbones a no ser en el fuego. Si lo ignorabas, confiesa que no has sido disputador inteligente. Y si lo sabías, has esperado que el lector no lo fuera.

Natural y voluntario

92. Jul.- "Lo natural, es evidente, no puede ser, al mismo tiempo, voluntario".

Ag.- Si es de evidencia que lo natural no puede ser voluntario, se sigue que el deseo que tenemos todos de ser felices y salvos no es natural. ¿Quién sino tú osará decir esto? Y ahora, avisado, quizás ni tú mismo.

Pecado no voluntario

93. Jul.- "Si es natural el pecado, no es voluntario, y, si es voluntario, no es innato en el hombre. Estas dos proposiciones son tan contradictorias entre sí como lo son la necesidad y lo voluntario, pues se afirman o niegan mutuamente, porque no existe voluntariedad si uno se ve forzado, y, a su vez, lo obligatorio no puede ser voluntario. Ambas afirmaciones no pueden subsistir juntas, porque su naturaleza es tal, que, si una pervive, la otra fenece".

Ag.- ¿Cómo no pones atención para ver que, de cualquier manera que se interpreten las palabras del Apóstol, existe, según él, un pecado no voluntario? Hago lo que no quiero; y no soy yo el que lo hago, sino el pecado que habita en mí 115. ¿No ves que existe también como una necesidad, por la que es forzado querer ser felices, y tú cierras los ojos para oponer una afirmación a otra, como si no pudiera existir un voluntario necesario y una necesidad voluntaria?

Juliano repite la misma objeción

94. Jul.- "Y este principio es tan sólido, que ningún razonamiento lo puede destruir. Elige lo que te plazca; afirma con inalterable firmeza nuestra sentencia o la tuya; imputa la culpa a la necesidad o a la voluntad. Y cuando digo "lo que te plazca", no quiero decir que tu opinión no sea manifiesta, pues aprendiste en la escuela de Manés a imputar a la naturaleza el pecado, sino que te aconsejo a poner en tus argumentos el orden de la verdad".

Ag.- Lo quieras o no, pues repites cien veces la misma objeción, me está permitido iterar la misma respuesta; no fue maniqueo el que dijo que la discordia entre carne y espíritu entró en la naturaleza por la prevaricación del primer hombre 116. Tú, al negar el origen de este mal con el que todos nacemos, y no lo puedes negar, autorizas a Manés a decir que existe en nosotros una mezcla de extraña naturaleza; y así, o él triunfa con tu ayuda o, derrotado contigo, desaparece.

De niños se trata

95. Jul.- "Que pese tu respuesta un oyente sensato y solícito. Tratamos sólo de los niños que no tienen aún uso de razón, y son incapaces de hacer un acto de propia voluntad; en relación con ellos, se trata de averiguar cómo estos niños, criaturas de Dios, pueden estar bajo el poder del diablo, si, como tú reconoces, no han cometido ningún mal personal.

En voz alta proclamas que pertenecen por derecho al diablo a causa del pecado, no de la naturaleza. A esto respondí: 'Así como no puede existir embarazo sin unión sexual, tampoco delito sin el consentimiento de la voluntad'. Replicas: 'En verdad así es; no puede existir delito sin el consentimiento de la voluntad'. Y cuando acabas de afirmar este principio incuestionable, ¿cómo tienes la osadía de añadir: 'Entró en el mundo el pecado por un hombre, es decir, por la voluntad de un solo hombre?'"

Ag.- Pues de niños se trata, ¿acaso porque hayas dicho verdad no es mi deber demostrar que en nada contraría mi doctrina, es decir, que el pecado sólo reside en la voluntad y que el pecado original viene de la voluntad de aquel de quien traemos nuestro origen? Aunque cuando esto decías, tu intención era contradecirme, te probé no estabas en desacuerdo conmigo; pues, luego de reconocer la verdad de tus palabras, te hice ver -cosa que tú no habías comprendido-cómo tu principio no estaba en contradicción con mi enseñanza. Tu intención, pudiste decir, era que el pecado no era posible sin el consentimiento de la voluntad del pecador; si esto hubieras dicho, yo no te lo aceptaría, porque el pecado original se contrae sin la voluntad del que nace. Con todo, estás en lo cierto al decir que no puede existir pecado sin un acto de la voluntad, porque el mismo pecado original es consecuencia de la voluntad del primer pecador, que vició la naturaleza humana hasta tal punto que todo el que nace es fruto de la con concupiscencia carnal que hizo enrojecer a los culpables, y no puede ser lavado de la inmundicia del pecado si no renace por la gracia del Espíritu.

Aclaración necesaria: ser y subsistir

96. Jul.- "¿Te interrogamos, acaso, sobre las obras de Adán o se trataba de saber si su pecado fue voluntario? Cuestión esta que luego te voy a proponer. Pase que te agrade engañar a otros, pero es una monstruosidad querer engañarte a ti mismo. No puedo convencerme cometas de buena fe tamaña ignominia, y no por dolo. En una misma frase afirmas no poder existir pecado sin el concurso de la voluntad y a renglón seguido declaras que hay un pecado que, como acabas de proclamar, no puede permanecer sin un acto de la voluntad y reina, sin este acto del querer personal, en todos los hombres".

Ag.- ¿Por qué sustituyes mis palabras por otras tuyas si no es para ocultar mi pensamiento al oyente o al lector? No dije: "El pecado no puede subsistir sin un acto libre de la voluntad", sino "que no puede existir". La diferencia entre estas dos expresiones te la voy a aclarar con palabras tuyas. Dijiste: "No puede existir el feto sin la unión sexual". Nadie puede contradecir esta verdad evidente, no puede existir el embarazo sin la unión sexual del hombre y la mujer. Por el contrario, si hubieras dicho: "No puede subsistir el feto en el seno materno sin la unión de los sexos", ¿quién iba a aceptar era verdad?

En efecto, subsiste el embrión en el seno materno sin acoplamiento sexual de los padres, sin el cual no pudo existir; son los padres causa de la existencia, no de la subsistencia. Lo mismo el pecado; no puede existir sin un acto de la voluntad, pero puede subsistir sin el concurso permanente de esta voluntad. Así, cuando hablamos del pecado de Adán, pecado original subsistente en los descendientes del primer hombre que sólo puede ser borrado por Jesucristo, este pecado repito, no puede existir en los niños sin un acto de la voluntad y me refiero a la voluntad del que lo cometió y dio existencia tal como hoy subsiste en el género humano; pero el subsistir no es ya obra de la voluntad que le dio existencia.

Si quieres identificar el ser y el subsistir, no discuto de palabras, pero te diré entonces que, si el ser tiene el mismo sentido que el subsistir, todo pecado puede existir sin un acto de la voluntad. Pero ¿quién hay que, si ha cometido involuntariamente un pecado, quiera que este pecado subsista en él? Sin embargo, el pecado permanece en el pecador contra su querer, aunque lo cometa porque quiso. Permanece hasta que se le perdona; y, si nunca se le perdona, eternamente permanece en él, pues no puede ser mentira esta palabra del Evangelio: Será reo de pecado eterno 117.

Argucia gramatical de Juliano

97. Jul.- "Hay gran diferencia en estas proposiciones. Dijiste: 'No hay delito sin un acto libre de la voluntad'; y respondes: 'Pero el pecado existe por la voluntad de un solo hombre'. Tu primera proposición, formulada por una preposición en ablativo, ¿en qué puede rimar con tu respuesta, expresada en acusativo? Se trata de saber si puede existir crimen sin un acto de la voluntad, y es cierto que no lo puede ser. Por toda respuesta añades: Por un hombre entró el pecado en el mundo; mas la cuestión consiste en saber no por quién había comenzado el pecado, sino si el pecado puede o no existir".

Ag.- Afirmé que no puede existir el pecado sin un acto de la voluntad, como decimos que no pueden existir las frutas o los cereales sin raíces. Y lo mismo podemos decir, sin ofender a los gramáticos, que sin raíces no pueden darse frutas o cereales. Ambas cosas son verdad, aunque la primera se formula por un ablativo, y por un acusativo la segunda. ¿Por qué tiendes asechanzas con las desinencias de un caso nominal, que, como tela de araña, es tanto más fácil de romper cuanto más sutil es? Buscas moscas moribundas para aprisionarlas en tus redecillas. Pero no eran moscas de esta ralea aquellos cuyas doctrinas seguimos para romper tus redes.

No considero tales al Apóstol, que dice: El cuerpo murió a causa del pecado 118. Ni a Hilario cuando dice: "Toda carne viene del pecado"; es decir, "toda carne tiene origen en el pecado de Adán, nuestro primer padre"; ni Ambrosio al decir que "todos nacemos en pecado y que nuestro origen está viciado" 119. ¡Ojalá te dejases prender fuerte y saludablemente en las mallas de estos pescadores de Cristo! Venido a buenos sentimientos, no necesitarías hablar de un acusativo, acusándote a ti mismo; ni de un ablativo, separado de la Iglesia. En cuanto a las proposiciones, si tienen para ti tanta importancia, ¿por qué no renuncias a tu orgullo y reconoces que la doctrina de estos doctores de la Iglesia ha de ser preferida y no pospuesta a la tuya?

El pecado original se contrae por contagio

98. Jul.- "Cierto es manifiesta tu abominable estratagema, castigada por la pena que de inmediato se sigue; es decir, antes de que llegara el contagio a tus oyentes, envuelve ya a su autor. Nadie niega haya cometido un pecado el primer hombre; pero ahora se trata de saber cómo este pecado se encuentra en los niños al nacer. Para describir en qué condiciones se cometió el primer pecado, dices: 'Fue una voluntad libre, porque no puede existir pecado sin el concurso de la voluntad'. En esto estoy de acuerdo contigo. Pero añades: 'Este pecado que no puede existir sin un acto de la voluntad, puede, sin embargo, estar en los niños sin ningún acto suyo voluntario'".

Ag.- Se contrae por contagio, no por un acto personal del libre albedrío.

Transmisión del pecado original

99. Jul.- "Luego es falso lo que habías concedido; esto es, sin voluntad no hay pecado, porque el pecado, si bien fue cometido por un acto de la voluntad, pudo, sin la voluntad pasar a otros".

Ag.- No es falso lo que concedí, pues sin la voluntad de aquel que es origen de los nacidos no existiría el pecado original; pudo, por contagio, transmitirse a otros sin el concurso de su querer, pero no pudo ser cometido por el primer hombre sin un acto de su voluntad. En consecuencia, sin la voluntad no pudo existir, pero en otros puede existir sin su voluntad. Lo mismo que los frutos, sin sus raíces no pueden existir; es necesario que existan, para en seguida poder transportarlos, sin raíces, a otro lugar.

Subsiste sin el acto de la voluntad

100. Jul.- "Tenemos, pues, un pecado sin el acto de la voluntad, dado que se encuentra en aquellos que niegas tener mala voluntad".

Ag.- Existe un pecado sin el acto de la voluntad; es decir, subsiste. Y no subsistiría si no existiera; pero como subsiste sin ningún acto de la voluntad, es necesario que haya sido voluntariamente cometido; y esto en el caso en que el pecado sea sólo pecado y no castigo de pecado, como el castigo puede existir sin quererlo. Así, son verdaderas estas dos proposiciones: sin voluntad no puede existir el pecado y puede existir sin que la voluntad intervenga. Como es verdad que el niño no puede existir en el seno materno sin la unión carnal de sus padres, pero puede continuar existiendo sin dicha unión.

Comparando el pecado al niño que nace, tienes razón en decir: "Lo mismo que el niño no puede existir sin previa unión sexual de sus padres, pues lo mismo el delito sin la voluntad".

En otros términos: comprendemos con facilidad que no pueda existir el niño en el seno de su madre sin la unión carnal de sus padres, porque sin ellos no puede venir a la existencia; pero puede subsistir sin ellos una vez formado. ¿Por qué no entendemos no pueda el pecado existir sin un acto de la voluntad, porque sin voluntad no tiene existencia, pero, una vez cometido, puede va subsistir sin el concurso de esta misma voluntad que le dio el ser?

Libre albedrío y pecado

101. Jul.- "¿Ves adónde te lleva tu sutil razonar? Tratas de convencernos de que una cosa no puede existir precisamente por lo que es causa de su existencia".

Ag.- Tú, gran defensor del libre albedrío contra la gracia de Dios, ¿acaso vas a negar que el libre albedrío sea causa de la no existencia del pecado, aunque este libre albedrío sea causa del pecado? Se peca, y la causa es el libre albedrío, pues peca el hombre porque quiere, y este mismo libre albedrío es causa de que no exista el pecado, pues, si no quiere, el hombre no peca. "He aquí una realidad sobre la cual precisamente disputamos: el pecado no existe por lo que puede existir; esto es, el libre albedrío". ¿Qué dices, obstinado? ¿A esto vienen a parar las sutilezas de mi razonamiento? Cuidado no te precipites; es mejor pesar tus palabras que buscar a quién contradecir.

Pecado y voluntad

102. Jul.- "Es decir, existe el pecado sin el concurso de la voluntad, porque no puede existir sin la voluntad".

Ag.- No es cierto; no he dicho que el pecado existe sin un acto de la voluntad, por el motivo de que no puede existir más que por la voluntad; sin embargo, ambas cosas pueden ser verdad, pero por diferentes motivos; porque no puede existir el pecado sin un acto de la voluntad, porque sin la voluntad no puede existir para que pueda subsistir; por otra parte, el pecado puede subsistir sin acto alguno de la voluntad, pues puede permanecer en la existencia sin la voluntad.

Necesidad y voluntad

103. Jul.- "Pierde, pues, el pecado la razón de su existencia por su misma condición, de manera que existe sin lo que por definición no puede existir. Esto es envenenar la cuestión. ¿Dijo Anaxágoras algo parecido cuando afirmaba que la nieve era negra? Los frutos, según tú, son la negación de la naturaleza de una cosa; pues necesidad y voluntad son dos cosas tan contradictorias, que, como lo hemos ya demostrado, mutuamente se destruyen; sin embargo, tú estableces entre estas dos proposiciones una alianza tan novedosa como imposible mediante una afinidad monstruosa y sometes una a la eficacia de la otra al decir que la necesidad nace de los frutos de la voluntad, de suerte que esta voluntad, al multiplicarse, se destruye a sí misma y cambia su naturaleza de condición a consecuencia de sus operaciones, o, para expresarlo en tus propios términos, la voluntad deja de existir en el instante en que principia a existir. Para pensar así, ¿no es necesario ser no sólo tonto, sino loco? Y puesto que estas dos cosas no pueden subsistir a un tiempo, es decir, la necesidad y la voluntad, debes tú confirmar lo que venimos diciendo, a saber, que no hay delito sin voluntad y que los niños, incapaces de un acto voluntario, confiesa, con la soga a la garganta, no son culpables de pecado alguno, porque no hay pecado -y tú lo admites- sin el concurso de la voluntad".

Ag.- Si supieras lo que dices, no afirmarías que no pueden coexistir necesidad y voluntad. La muerte es una necesidad. ¿Quién niega, sin embargo, que puede ser voluntaria? Deseo, dice el Apóstol, morir para estar con Cristo. La muerte es, pues, también una necesidad para el que quiere morir; en él coexisten necesidad y voluntad, verdad que, sin necesidad alguna, niegas por un acto de vanidad voluntaria.

Sólo un insensato puede negar que la voluntad nace con frecuencia de una necesidad contraria a la misma voluntad. Si un hombre quiere morir y se hiere mortalmente, aunque luego no quiera, muere. Y el que porque quiere comete un pecado, ha de soportar, aunque no quiera, su culpabilidad; queriendo, se hizo lascivo; sin querer es culpable; contra su querer permanece el pecado, que, de no quererlo, no existiría.

En consecuencia, no puede existir pecado alguno sin un acto de la voluntad, porque, si uno no quiere, no lo comete; y puede el pecado existir sin el concurso de la voluntad, porque, sin el querer, subsiste lo que voluntariamente hizo, y subsiste por necesidad sin la voluntad lo que cometió la voluntad sin la necesidad. Dice el Apóstol: No hago lo que quiero, y por cierto, según vosotros, forzado por la necesidad de una costumbre; y esta necesidad, para no veros obligados a negar el libre albedrío, pretendéis que el Apóstol se la haya creado libremente; sin embargo, no creéis haya sucedido algo parecido en la naturaleza humana; es decir, que por voluntad del primer hombre, del que trae su origen el género humano, nace la necesidad del pecado original en sus descendientes. Y así, lo que considerabas imposible, se hizo posible en virtud de una costumbre que algunos, no sin razón, llaman segunda naturaleza.

Nosotros, dijiste, empleamos un lenguaje más absurdo que aquel que sostenía que la nieve era negra porque afirmamos que el pecado pierde la razón de su existencia sin lo que fue condición de su ser. ¿Acaso no pierde el pecado la razón de su existencia cuantas veces la fuerza de la costumbre hace se cometa un pecado sin el concurso de la voluntad, aunque sea esta costumbre efecto de un querer? ¿No es cierto entonces que el fruto de una cosa puede ser negación de la naturaleza de esta misma realidad? Si la costumbre es fruto de la voluntad, nace de la misma voluntad; sin embargo, lo que hace no es un acto de la voluntad.

Y añades: "Necesidad y voluntad son dos realidades contradictorias y entre sí mutuamente se destruyen". Luego nos reprendes por someter una realidad a la eficacia de otra, porque decimos que la necesidad es fruto de la voluntad. Y, por último, te parece imposible que la voluntad no se destruya al multiplicarse y cambie la condición de su naturaleza con sus operaciones. Si, como pretendes, la necesidad destruye la voluntad, ¿no es cierto que, al multiplicarse los actos de la voluntad, se engendra la necesidad de una costumbre? Si, por el contrario, la necesidad no destruye el acto voluntario, se sigue que el hombre, bajo el peso de la costumbre, puede, a la vez, tener voluntad de practicar la justicia y estar sometido a la necesidad de cometer pecado. Por eso dice el Apóstol: El querer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo 120. Hace profesión el Apóstol de necesidad y de voluntad.

Tú, por el contrario, dices: "No pueden existir a un tiempo necesidad y voluntad", y las ves con frecuencia hermanadas, ya estén de acuerdo, ya se opongan la una a la otra. Y cuando me dices: "Es preciso ser no sólo tonto, sino loco para afirmar que la voluntad deja de existir al principiar a existir", ¿no te das cuenta de que tú mismo te pones en ridículo al negar esta posibilidad? Sucede esto cuantas veces el hombre, después de principiar a querer el mal, deja de querer este mal. No obstante, al decir tales cosas -uso tus palabras-, "con la soga a la garganta me obligas a confesar que los niños no son culpables de pecado alguno"; mientras tú ni siquiera con la soga a la garganta puedes romper ni un hilo de la verdad católica, porque serás estrangulado miserablemente si no consientes en someterte.

La culpa de uno fue muerte de todos

104. Jul.- "Continúas: Por un hombre entró el pecado en el mundo 121, pero ya hemos hecho ver que esta cita está fuera de lugar, y en el segundo libro de nuestra obra hemos explicado en qué sentido han de entenderse estas palabras. Mas, comentado lo suficiente todo lo que a esta cuestión se refiere, pláceme examinar de nuevo tu sutil razonamiento.

Dices: 'Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron 122. Por la mala voluntad de aquel uno, todos pecaron en él cuando todos fuimos uno; de él traemos el pecado original' 123. Hice notar ya que esto mismo habías escrito a Marcelino, lo que prueba con claridad que has recibido esta doctrina de la transmigración de las almas 124, de una manera especial, del maniqueísmo, cuyas sentencias inserté en el libro primero 125. Pero esto es tan vergonzoso, que, aunque transparentes tu sentir, no te atreves a confesarlo.

Dejemos a un lado ahora esta doctrina, condenada a morir yugulada por la misma obscenidad de su primer autor y tu temor a confesarla. Conviene, por el momento, destacar la turbación en tu espíritu y en tus discusiones. Dices: 'Por la mala voluntad de uno solo, todos pecaron en él cuando todos fuimos este uno'. Si todos fueron uno, ¿cómo, por la mala voluntad de uno, pudieron pecar en él por propio querer, si todos fueron, como dices, uno? O mejor, para devolverte el argumento, este hombre es el más desgraciado de todos, pues él solo carga con el odio de un pecado que, según tu dogma, todos han cometido en él.

Tuvieron los niños voluntad no sólo antes de nacer, sino incluso antes de ser engendrados sus antepasados, y usaron del libre albedrío antes de existir los genes de su existencia. ¿Por qué entonces temes afirmar que en el momento de su concepción poseen los niños libre querer, y por eso no contraen el pecado natural, sino que libremente lo cometen, pues crees que en el mismo momento de su concepción poseen, con siglos de antelación, sentimiento, juicio y eficacia volitiva? Y no dudaste enseñar esta doctrina en el libro que dedicaste a Marcelino, que sirve para demostrar a qué límites llegan los enemigos de Dios. En esa obra escribes: 'En Adán pecaron los niños luego de ser creados semejantes a él' 126.

¿Es posible decir algo más falso, más fuera de sentido, más infame? ¡Pecadores los niños antes de ser creados! Es decir, merecieron por esta acción cometer un crimen antes de existir. Semejantes fantasías dicen mejor en labios de sacerdotes o sacerdotisas de Baco que en un serio escritor. Basta esto para su refutación.

De aquí brota tu respuesta: 'Todos pecaron en Adán cuando todos fueron uno, del cual cada uno trae el pecado original'. No nos sería difícil demostrar que, siendo la voluntad algo personal, no puede existir antes que la persona a la que se le imputa el pecado; pero, sobre todo, lo que deseo hacer comprender es que ni en esta hipótesis puede existir el pecado original. En efecto, si todos existieron y pecaron en Adán, no han contraído mancha de pecado original, porque este pecado fue, por voluntad de todos, cometido. En consecuencia, la doctrina de la transmisión del pecado se ve desarbolada no sólo por la verdad católica, sino incluso por los mismos argumentos de su defensor. Es propiedad de la mentira no estar de acuerdo consigo misma; y, pródiga en vergüenzas, codiciosa de lo ajeno, se descubre en todas las cosas que usurpa".

Ag.- Por un hombre, dice el Apóstol y Ambrosio lo comprendió, entró el pecado en el mundo, y en él todos pecaron 127; pero Juliano interpreta en el sentido perverso de su doctrina estas palabras del Apóstol. ¿Por qué no le responde el mismo Ambrosio? Escucha, Juliano, lo que dice: "Todos murieron en Adán, porque por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó por todos los hombre a causa de aquel en quien todos pecaron. El pecado de uno fue la muerte de todos" 128. Escucha aún: "Existió Adán, y en él todos existimos; pereció Adán, y en él todos perecimos" 129.

Dile, si te atreves, a Ambrosio que tantas almas, sin tener voluntad propia, no pudieron perecer a causa del pecado cometido por uno solo en pleno disfrute de su voluntad. Acusa mi duda acerca del origen de las almas, porque no me atrevo a negar o a afirmar lo que ignoro. Pronúnciate como te plazca sobre esta cuestión de tan densa oscuridad; pero esta doctrina debe permanecer firme e inconmovible; a saber, que la culpa de uno fue la muerte de todos, y todos perecieron en ese uno; y por eso el nuevo Adán vino a buscar y salvar lo que había perecido 130.

Podía Ambrosio entender lo que tú no puedes. Sus palabras no se aplican al libre albedrío de cada uno, sino al origen seminal, común a todos los hombres futuros, y, según este origen, todos estaban en aquel uno y todos eran un solo hombre, porque en sí mismos aún no eran nada. Según este origen seminal, se dice que Leví estaba en los lomos de su padre Abrahán cuando éste pagó los diezmos a Melquisedec; y no por sí, sino por aquel en cuyos lomos estaba. Él ni quería ni no quería pagar los diezmos, porque no podía tener voluntad no teniendo aún existencia personal; sin embargo, según el origen seminal, se dijo, sin falsedad ni engaño, que existía en Abrahán y pagó diezmos. Por esta causa, de los hijos de Abrahán que en él existían cuando pagó el diezmo al sacerdote Melquisedec, sólo exceptúa al sacerdote del cual está escrito: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec 131.

Porque aunque, según la carne, sea descendiente de Abrahán, pues la Virgen María, de la que tomó carne, descendía de Abrahán, sin embargo, no estaba sujeto a la condición natural, y, al ser concebido sin concurso de varón, estaba exento de la concupiscencia de la carne.

Responde, pues, no a Ambrosio, como yo te invitaba, sino al que escribió a los hebreos y dijo: En cierto modo, hasta el mismo Leví, que recibe los diezmos, los pagó cuando se encontraba en las entrañas de su padre Abrahán y le salió al encuentro Melquisedec 132. Calumnia ahora con ciega locuacidad al que así habla y di, si te atreves: Cuando el patriarca Abrahán, por su libre voluntad, pagó los diezmos, ¿cómo por Leví, que no tenía aún voluntad, pues no existía, cómo, digo, pudo pagar el diezmo Abrahán?

Mediante un razonamiento parecido, o mejor, por error, nos dices: "Cuando el primer hombre pecó voluntariamente, ¿cómo es que todos los hombres, que no tenían aún voluntad, pues ni existían, pudieron pecar con él?" Cesa de gritar vaciedades. Todos los que no habían aún nacido y no podían por voluntad propia hacer el bien o el mal, pudieron pecar en aquel en quien existía un germen seminal en el momento que voluntariamente cometió un gran pecado, y vició, cambió, hirió en él nuestra naturaleza, excepción hecha de un hombre que, si bien nació de su estirpe, no fue concebido por vía seminal.

Entiéndelo, si puedes; cree, si no puedes.

Afirmaciones gratuitas de Juliano

105. Jul.- "Después de esta respuesta tratas de refutar los argumentos por mí aducidos. Una vez que hube disertado sobre el querer de los niños, yo mismo añadí: 'Pero tú niegas tengan los niños, en su nacimiento, voluntad propia de pecar; sin embargo, dices que están los niños bajo el poder del diablo y no disimulas la razón por la que piensas encontrarse bajo su dominio. Porque, dices, son fruto de una unión sexual, están bajo un poder enemigo'. Luego, según tus palabras explícitas, están los niños bajo el dominio del diablo porque fueron engendrados por la unión de ambos sexos. Ya hice ver que esto es atribuir al diablo el matrimonio, instituido por Dios, pues no puede existir sin la unión de los dos sexos".

Ag.- En ninguna razón has podido asentar tu doctrina aunque lo intentaste con grandes esfuerzos, como lo pueden constatar cuantos lean tus calumnias y mis impugnaciones.

Acepción de personas en Juliano

106. Jul.- "Intentas refutarme, y comienzas por mi pregunta: 'Los niños, dices, ¿están bajo el poder del diablo porque son fruto de la unión de los sexos?' Escuchemos su respuesta y calemos su intención. 'Digo, escribe, que a causa del pecado están bajo el poder del diablo; y no están exentos de pecado, porque han nacido de la unión, honesta en sí misma, que no puede realizarse sin la torpe libido. Ambrosio, de feliz memoria, lo ha dicho'. ¡Oh perversidad miserable del hombre! ¡Oh inconfesable intención! ¡Oh falsedad vergonzosa!"

Ag.- ¡Grita, grita con todas tus fuerzas: Ánimo! ¡Adelante! Hombre inocente, te haces violencia para no verte forzado a llamar maniqueo a Ambrosio. "¡Lejos de mí, dices, hacerlo!" ¿Por qué, te lo ruego? ¿Será, acaso, para demostrar la fuerza del libre albedrío que sufres gran violencia para decirlo y no lo dices? ¿Por qué soy para ti maniqueo y por qué no lo es Ambrosio, si ha tiempo enseñó lo que yo enseño la causa por la que me llamas maniqueo es la misma causa de Ambrosio? Como no encuentras salida airosa, finges una ira que no sientes y que es sólo prueba de tu turbación. Soy sin duda, miserable y perverso, porque soy partidario de la doctrina de Ambrosio; por el contrario, sería honesto y feliz si quisiera seguir la de Juliano.

Escucho también estas palabras: "¡Oh inconfesable intención!" ¿Es, en efecto, nuestra intención inconfesable porque a Juliano le oponemos Ambrosio? Y ¿qué significa tu tercera exclamación: "¡Oh falsedad vergonzosa!"? ¿Quieres decir que el pensamiento de Ambrosio es contrario a la verdad o que le atribuimos una falsedad, pues nunca dijo las palabras que ponemos en sus labios? ¿O crees, al no comprender su doctrina, que tenemos una falsa opinión de ella, mientras en sí es verdadera?

No osarás, seguro, ultrajar a Ambrosio ni atribuirle una vergonzosa falsedad, pero te atreves a decir que esta doctrina es de mi invención o que hemos mentido al atribuírsela, porque los escritos de este doctor son tan conocidos de todos, que temes precipitarte en un precipicio. Esta doctrina por Ambrosio expuesta es tan evidente, que no hace falta una inteligencia prócer para entenderla y es superflua su explicación.

Por último, para entender lo que digo, citaré aquí las palabras de este santo obispo católico. Habla del nacimiento del Señor, y dice este autor, cuya fe e interpretación de las Escrituras, en sentir de vuestro Pelagio, ningún enemigo jamás atacó: "Como hombre, sufrió el Señor toda suerte de tentaciones y, asemejado a nosotros, todo lo toleró. Pero, como nacido del Espíritu, no cometió pecado. Todo hombre es mentiroso y nadie está sin pecado, sino sólo Dios. Queda probado, añade que todo el que nace de varón y mujer, es decir, de la unión de los cuerpos, no está exento de pecado, y todo el que esté exento de pecado no fue concebido de esta manera".

Y como no puedes negar sean de Ambrosio estas palabras y su sentido comprendes que es claro y transparente, ¿por qué gritas: "¡Oh vergonzosa falsedad!"? ¿Sobre quién, por favor, recae esta vergüenza, sobre él o sobre mí? Si es sobre Ambrosio, medita a quién diriges tu injuria; si sobre mí, piensa que eres un calumniador. Dirás que enseño esta doctrina. Sí, la enseño porque es verdadera. Y si la crees falsa, dime ¿cómo, por una misma doctrina, soy yo maniqueo y no lo es Ambrosio? Con cuánta mayor justicia podíamos nosotros gritar: ¡Oh vergonzosa acepción de personas! Acepción que te haría enrojecer si tu caradura no corriese parejas con tus palabras.

El buen uso del mal

107. Jul.- "Se atreve a decir que no condena el matrimonio y con redomada maldad engaña a sus rudos oyentes, pues afirma que se apartó de la sociedad de los maniqueos y en mil ocasiones coloca en el reino del diablo la unión de los sexos, la institución del matrimonio, el afecto y sentimiento de paternidad; y a estas invenciones de Manés añade la ayuda de su ingenio sutil, y sentencia la unión de la carne como obra diabólica, aunque se realice por la carne y sea obra de los esposos. Adscribe también al reino del diablo a los inocentes, aunque absuelva a sus padres. Enemigo siempre de Dios, toma la defensa de los que, como él mismo dice, sirven al diablo al consentir en las apetencias de la libido".

Ag.- Yerras e induces a error a cuantos te siguen. No están bajo el imperio del diablo aquellos que ceden a los deseos de la carne y usan de esta unión carnal permitida para engendrar hijos que necesitan ser regenerados. Con esto, sin embargo, no defendemos el mal de la libido, pero sí defendemos a los que usan bien de este mal. Que existe un buen uso del mal, lo vemos en las santas Escrituras, pues Satán mismo sirve en el mundo de utilidad, y, aunque digno de execración, concurre al elogio del que usa bien de tamaño mal.

Juliano calumnia a San Ambrosio

108. Jul.- "Declaras que los niños son obra de Dios y los pones bajo el poder del Enemigo, y así no incriminas la obra del diablo, cuyos ministros absuelves de culpa; pero sí la obra de Dios, a la que no tiene acceso la voluptuosidad, que sirve a la obra del diablo. Eres un acusador de la obra de los cónyuges; justificas el desarreglo de las pasiones; atacas la inocencia; difamas la justicia divina y no temes escribir: 'Declaro terminantemente que los niños están bajo el poder del diablo por haber nacido de una unión carnal'. Y como no quieres dejar esta doctrina en su horrible desnudez, tratas de cubrirla con alguna autoridad; y, al no poder encontrarla en las Escrituras, nos dices que tal fue el sentir de Ambrosio. ¿No es para asombrarse ver que acusa a los muertos el que acusa a los inocentes?"

Ag.- Para cualquiera que te escuche, ¿qué significa la objeción que nos haces, si no es que la sentencia que citamos del bienaventurado Ambrosio no es suya, sino de nuestra invención y falsamente a él atribuida por nosotros? Al leer estas cosas, yo mismo las consideré baladíes; pero, cuando llegué a lo que tú añades y dices que tal es el pensamiento de Ambrosio, me di cuenta de que eres un infame calumniador de este ilustre doctor.

Cuanto dices contra mí porque sostengo que nadie concebido de varón y mujer está exento de pecado, lo afirmas también contra aquel que antes que yo lo enseñó y escribió. Por el contrario, para refutar y desarbolar tus vacíos pensamientos, declaro que los niños, por el pecado original, están sometidos al poder del diablo si no son regenerados por Cristo; y contra tus criminales acusaciones defiendo no sólo mi persona, sino también a Ambrosio, a todos cuantos abrazan su doctrina y la han enseñado, a la Iglesia universal de Cristo, que practica los exorcismos e insuflaciones sobre los niños en el momento de ser bautizados y testifica que es doctrina de la tradición conservada con toda fidelidad.

Manés, Ambrosio y Agustín

109. Jul.- "¿No podías, con más razón, haber dicho: 'Esto mismo enseñó Manés en su carta a Patricio; lo dijo en otra que escribió a su hija Menoc y en otros muchos escritos, fuente de tu inspiración?' Pero te empeñas en atraer a tu partido al obispo de Milán, y, puesto que no puedes tener su aval, quieres, al menos, consolarte".

Ag.- La doctrina de Ambrosio es completamente opuesta a la de Manés. Enseña Manés que a nuestra naturaleza se mezcla una naturaleza extraña; afirma Ambrosio que nuestra naturaleza fue, por la prevaricación del primer hombre, viciada. Y en nuestra cuestión defiende Ambrosio que el nacimiento de Cristo marca una diferencia radical entre su carne y la carne de pecado de todos los demás hombres, mientras Manés niega hasta la existencia de esta carne en Cristo. Lo que Ambrosio cree, lo creo yo; lo que dice Manés, ni lo cree Ambrosio ni lo creo yo. ¿Por qué tratas de separarme de Ambrosio y asociarme a Manés? Si enseña Manés que los niños en su nacimiento no contraen el pecado original por la mezcla con otra naturaleza, sino por la depravación de la nuestra, entonces es la doctrina de Ambrosio y la mía. ¿Por qué quieres asociarnos a los dos a Manés? Y si éste no es el dogma de Manés -y no lo es- y yo digo lo que Ambrosio dice, ¿por qué no te dignas asociarnos a los dos a Manés? ¿Por qué dices "que busco atraer a mi partido al obispo de Milán", cuando tú tratas, en vano, de separarme de él? ¿Será, según tú, porque si no puedo encontrar en él defensa, al menos busco consuelo?

Lo quieras o no, Ambrosio y yo tenemos a Cristo por apoyo inquebrantable; a Cristo tal como nos lo presenta la fe católica. Lo confieso: Ambrosio es mi consuelo, porque soy con él objeto de tus insultos; y en esta causa no sólo él es mi consuelo, sino también Cipriano, Hilario y otros tales, cuya fe católica en mí atacas. No mires con malos ojos si busco consuelo a tus insultos en Ambrosio, Cipriano e Hilario, pues tú, para consuelo de tu condena, puedes contar con Pelagio, Celestio y otros doctores del mismo pelaje. ¿Qué tienes contra mí? ¿Que puedo probar que Ambrosio combate el maniqueísmo en favor de la fe católica y que tú, al censurar doctrinas de Ambrosio, proporcionas ayuda a los partidarios de Manés o, al menos, consuelo en su derrota o, lo que es peor, estimulas su resistencia?

Existe, según los maniqueos, una sustancia o una naturaleza mala en su esencia, coeterna a la sustancia o naturaleza buena de Dios, porque es imposible, dicen, que el mal nazca del bien. Contra esta doctrina dice Ambrosio: "De los bienes macen los males, porque el mal es sólo privación de un bien y el mal hace resaltar el bien; luego la raíz del mal es la carencia del bien" 133.

Entre estas dos posiciones, tú, ¿cuál eliges? Afirmas que "la naturaleza de las cosas no permite que el mal venga del bien, ni la iniquidad de la justicia". Estas palabras tuyas están tomadas de aquella famosa obra tuya, en cuatro libros, en la que tratas de responder a un opúsculo mío, y por ellas te declaras contra Ambrosio y a favor de los maniqueos. Si fueras en esta causa juez, sin duda sería Ambrosio vencido por los maniqueos. ¿No sientes sonrojo en calumniar a los que abiertamente incriminas y en adular a los que de soslayo acusas? ¿No te da vergüenza reprochar a otros prestar ayuda a los que tú mismo socorres?

Juliano, enemigo acérrimo de la fe católica

110. Jul.- "¿Pueden, por ventura, perjudicar a la ley o a las obras de Dios los escritos de estos controversistas?"

Ag.- Empiezas ahora a confesar que no he atribuido falsamente esta doctrina al obispo Ambrosio, pues en verdad es suya; pero tratas de esquivar su autoridad, y dices: "¿Es que los escritos de estos comentadores prejuzgan a la ley o a las obras de Dios?" Continúa y di cuanto pueda servir para conocerte como el más acérrimo enemigo de la fe católica.

No tiene argumentos

111. Jul.- "Lo dicho basta y sobra para convencerme que en ningún lugar de las santas Escrituras has leído la doctrina que enseñas y crees y en causa tan importante te apegas únicamente a unas palabritas tomadas, dices, de un obispo. Si hubieras topado con una autoridad de más peso, la habrías, sin duda aducido".

Ag.- Juzguen los lectores si he citado o no testimonios divinos y si tú no has intentado, en vano, desnaturalizar los testimonios por mí citados.

La autoridad de Pelagio

112. Jul.- "Es, empero, un bien nos hayas aligerado del peso de tales personajes. En el libro que pergeñaste contra el libre albedrío dedicado a Timasio, cita San Pelagio los nombres de Ambrosio y Cipriano como varones venerables, defensores en sus escritos del libre albedrío. Tu respuesta fue que no te sentías oprimido por la autoridad de estos autores. Y añades que, mediante un progreso en la santidad, habían expiado lo que de reprensible hubiera en sus escritos. Si te recuerdo estas tus palabras, es para que te avergüences de excitar contra nosotros la antipatía con la cita de estos nombres. Además, las palabras de Ambrosio o de otros autores cuya fama tratas de ensuciar asociándolos a vuestros errores, con facilidad pueden ser interpretadas en un sentido más claro y favorable".

Ag.- ¿Quién puede creer en la gran ceguera de tu corazón sino el que esto lea? Dices que, si yo hubiera podido encontrar una autoridad de más peso, no me habría abstenido de aducir sus argumentos o, según tu expresión, sus palabritas; y añades que Pelagio, tú lo llamas santo, invocó, en defensa del libre albedrío, la autoridad de los venerables doctores Ambrosio y Cipriano; pero advierte, cuando esto dices, que estás acusando a tu maestro y que rechazas vuestra herejía. Si Pelagio, según tu sentir, hubiera encontrado autoridad de más peso en favor de su causa en los libros canónicos, hubiera dado de mano a todos los comentaristas. ¿Podrías hablar de esta manera si el nombre de Ambrosio no te causase tal turbación hasta el punto de oponerlo de inmediato como adversario de Pelagio?

"Fue el primero, dices, en levantaros el peso de dichos personajes, es decir, de Ambrosio y sus socios". El peso de esta autoridad te oprime hasta el punto de triturarte y convertirte en polvo que arrebata el viento de la superficie de la tierra. Estos obispos de Dios, tan numerosos, venerables, santos e ilustres, después de ser hijos de la Iglesia católica y estudiar sus doctrinas, fueron Padres por sus enseñanzas, y han hablado del pecado del primer hombre y de la transmisión del pecado a todos los mortales, sin jamás tener un lenguaje diferente los unos de los otros o contradecirse entre sí. Tal fue la unanimidad y constancia de sus sentimientos, que todo el que no lea sus escritos con prejuicios heréticos queda convencido de que la Sagrada Escritura ha de ser interpretada en este sentido sobre esta materia, así como entendida la fe católica como ellos la interpretaron y entendieron; tú te sientes, empero, tan oprimido bajo el peso de su autoridad, que te tomas el trabajo de salir en defensa suya e interpretas sus palabras de una manera clara y benévola cuando estás en contradicción con sus doctrinas.

Escuchemos tu clara y benévola exégesis. Si tu interpretación justifica sus palabras, ¿por qué me haces objeto de tus maldiciones? La doctrina que en mí detestas y rechazas es la misma que tratas de justificar en ellos. Y si, lejos de justificarlos, astutamente los acusas so pretexto de excusarlos, tu interpretación no será, a nuestros ojos, convincente y benévola, sino una irrisoria adulación, como máscara defensiva por temor a levantar contra ti a todos los católicos que veneran a estos insignes varones.

Juliano es un charlatán empedernido

113. Jul.- "Se puede, por ejemplo, decir que, con extremada sencillez y atentos a otras cuestiones, no tenían necesidad de prevenir dificultades marginales que podían surgir de sus expresiones. Con frecuencia alaban el matrimonio y nunca soñaron en considerar las inclinaciones de la carne obra del diablo; ni someter las obras de Dios, es decir, los miembros de la naturaleza, al imperio del diablo; consideran el matrimonio como una institución divina bendecida por el Señor, y cuantas veces se les presenta ocasión proclaman la existencia del libre albedrío. Sería absurdo considerarlos como partidarios de vuestra criminal doctrina si en sus escritos se encuentran páginas de dudosa ortodoxia o expresiones descuidadas.

Como tampoco sufren ningún desdoro las Escrituras porque todos los herejes traten de encubrir sus doctrinas con alguno de sus testimonios. Del mismo modo, no sufrimos mengua porque se atente a la fama de algunos varones católicos a causa de algunas expresiones poco limadas. Es, pues, cierto que nunca tuvieron intención de condenar el matrimonio, ni de negar la existencia del libre albedrío o herir a inocentes, y, de haber existido, no confirmarían vuestro dogma, pero sí habrían deshonrado su ministerio".

Ag.- ¡Límpida y benévola defensa! Se expresó Ambrosio, dices, con extremada sencillez cuando dijo: "Todo lo que nace de la unión del hombre y de la mujer no está sin pecado"; preocupado por algo más esencial, no soñó con las dificultades que podían surgir incidentalmente, o por inadvertencia o descuido se ha podido filtrar en sus escritos y discusiones el virus, como dices, del maniqueísmo. ¡Eres un empedernido charlatán! Temes a los hombres y perdonas al hombre, pues no justificas sus palabras. Si de verdad las defendieras, defenderías la verdad en su pureza, de la que ellas son expresión; y, si así es, tenemos razón para afirmar que existe el pecado original, dogma que pulveriza vuestra doctrina.

Por el contrario, si no defiendes sinceramente esta doctrina, la interpretación que das a estas palabras no es clara ni benévola; no es una defensa, sino un engaño.

"Con frecuencia, dices, tejió Ambrosio el elogio del matrimonio". También nosotros. "Nunca consideró al diablo autor de las inclinaciones carnales". Si las inclinaciones son buenas, tampoco nosotros; si son malas, soy del parecer de Ambrosio. "Jamás somete al imperio del diablo las obras de Dios; esto es, los miembros que la naturaleza da al hombre". Pero los miembros de los adúlteros son obra de Dios al ser miembros de la naturaleza; sin embargo, están sujetos al vicio, y, en consecuencia, al diablo. "Estos insignes varones, afirmas, consideran el matrimonio como institución divina, bendecida por Dios; y cuantas veces tienen oportunidad proclaman la existencia del libre albedrío". Es lo mismo que profesamos nosotros. "No sería, dices, humano considerarlos partidarios de vuestra criminal doctrina". Pero sería más insensato juzgarlos partidarios de vuestra criminal herejía.

"Las agradas Escrituras, dices, no padecen detrimento cuando todos los herejes buscan apoyo en algunos de sus pasajes; y lo mismo quieres suceda con algunas expresiones que por inadvertencia se escapan a sus autores; no deben, pues, perjudicar a los controversistas católicos". ¿No equivale esto a decir que las mismas palabras que leemos en las Escrituras, en las que se amparan los herejes para justificar sus errores, son palabras poco meditadas, no la expresión de la verdad? ¿Puede darse lenguaje más odioso y criminal? Y si me respondes que estas palabras son la expresión de la verdad, pero que los herejes no las entendieron en su sentido verdadero, entonces no hay semejanza entre los términos de tu comparación. Y si nos concedes que las palabras que os oponemos están tomadas de Ambrosio, Cipriano o algunos otros autores católicos, son expresión de la verdad, afirmas ya la existencia del pecado original.

Y si nosotros estamos con estos doctores de acuerdo, alabamos el matrimonio, reconocemos el libre albedrío, defendemos a los inocentes, tú has de confesar, con ellos, que no están los niños exentos de pecado; de otra suerte, nosotros estaríamos al lado de ellos, tú en la oposición; y no defiendes, como habías prometido, su doctrina, sino que la impugnas. Forzado, pues, por tu dogma a inculparlos y acusarlos de falsedad, no te está permitido invocar su autoridad y defenderlos según tu promesa. Al adularlos con tus excusas, te manifiestas, en la adulación, su acusador.

El paraíso de Juliano

114. Jul.- "Conjeturo y declaro con plena libertad que, si alguno de estos doctores viviese en nuestros días y viese la belleza de la doctrina cristiana tan apagada, ocioso el libre albedrío en todos los hombres e imputar al sino lo que libremente hacen; y las obras de Dios sometidas a crítica despectiva; predicada a los pueblos la destrucción de su santa ley por la gracia ineficaz, se les revolvería la bilis contra vosotros al constatar que no es posible distinguir vuestra doctrina sobre el pecado natural de la impía enseñanza de Manés, y, corregido y condenado vuestro error, tomarían la defensa de la fe católica en términos más precisos y con mayor cautela".

Ag.- ¿Por qué corriges nuestros errores y no los vuestros? ¿Dónde queda tu promesa de criticar y condenar con toda libertad el error? No es libre tu vanidad y es falsa tu libertad. Temiste decir que, si Ambrosio viviese en nuestros días y os escuchase, corregiría primero sus enseñanzas, luego nuestros errores; pero tú, hombre libre, ocultas tu pensar, aunque lo dejas entrever. He aquí dónde nos encontramos hoy. Si Ambrosio viviese, comprendería que fue maniqueo; y, después de oír a Juliano, a Celestio o al mismo Pelagio, caería en la cuenta que no le es lícito permanecer más tiempo en la senda en la que nos encontramos nosotros, sino separarse de nuestro impío y pestilente dogma y someterse, para una cura de urgencia, a vuestras saludables prescripciones.

¡Qué espectáculo más fascinante se ofrecería a la imaginación! Ver en pie a Ambrosio, o, si se le permite, sentado ante Pelagio, aprendiendo que existe un nuevo paraíso, repleto de todas las calamidades de este siglo que vemos padecen los niños; paraíso en el que, aunque nadie hubiera pecado, la carne codiciaría contra el espíritu; y para que no nos arrastrara a actos ilícitos y criminales debería el espíritu luchar contra la carne; Ambrosio afirma que en la naturaleza humana esta lucha procede de la prevaricación del primer hombre; pero, bajo vuestro magisterio, ya no osaría afirmarlo.

En un paraíso de esta especie palidecerían necesariamente las embarazadas y deberían soportar penosas languideces y gritar de dolor al parir; los hombres nacerían sujetos a múltiples enfermedades en el cuerpo y en el alma. Algunos superdotados, con mayor o menor esfuerzo, aprenderían letras; los más lerdos, con fatiga y lentamente, según la medida de su inteligencia y gracias a los palmetazos de sus maestros, si no quieren permanecer analfabetos. Los necios serían objeto de piedad o irrisión, sin ser confiados a los maestros. Y los niños, antes de querer o poder obrar bien o mal, estarían sujetos a enfermedades, aquejados por achaques, curados mediante insufribles dolores, atormentados por los demonios y condenados a morir entre estertores horribles.

Y si, horrorizado, Ambrosio rehusara creer en estas cosas y fuera su respuesta que, si nadie hubiera pecado, en aquel lugar de delicias no existirían estos males incluso después de consumado el pecado por la gran prevaricación, fuente de estos males, y ser arrojados del edén; y si añade que por esta prevaricación vino a los mortales toda clase de miserias, miserias que no existirían si no viciara la naturaleza el gravísimo pecado del primer hombre, transmitiendo tantas y tan grandes calamidades, a las que nadie puede sustraerse si no es abandonando esta vida los que han participado de la redención y han recibido ya el premio de la vida eterna. Si esto respondiera Ambrosio, pronto lo reducirías al silencio con tus brillantes silogismos para que no pudiera condenar la concupiscencia de la carne, ni admitir la existencia del pecado original, ni condenar el matrimonio, ni negar el libre albedrío, ni vituperar las obras de Dios y, bajo el pretexto de tutelar la eficacia de la gracia, destruir la ley.

Cierto, esto no puede ser como dices. Sentid sonrojo y pavor de tales pensamientos. De vivir aún este varón, os rechazaría con más fuerza que nosotros en defensa de la fe católica y de la equidad de la gracia divina. Os demostraría que vuestras deducciones carecen de lógica, porque no se puede llevar una vida honesta cuando se niega o alaba la concupiscencia, sino cuando se le hace tascar el freno. Os probaría también que no se culpa al autor de la naturaleza cuando se demuestra cómo puede ser sanada por él, y viciada, no creada por el Enemigo. No se condena el matrimonio, que permite usar bien de la torpe libido; ni se suprime el libre albedrío cuando se nos hace ver de dónde viene el poder obrar bien. Por último, la gracia no destruye la ley, la plenifica. Todo esto os demostraría este ilustre doctor, y en presencia vuestra rompería el marco, que acabamos de esbozar, de vuestro paraíso, consecuencia lógica de vuestro error, objeto de pasmo y de risa para todos los hombres, que lo consideran como parto de una imaginación desbocada y delirante.

El bien del matrimonio

115. Jul.- "Nadie, en efecto, tiene derecho a aceptar unas premisas y negar su consecuencia. El que sostiene que los niños están sometidos al poder del diablo porque son fruto de la unión de los sexos, condena, sin duda, lo que constituye la naturaleza humana, es decir, la unión de los sexos, en sí obra de la misma naturaleza".

Ag.- Esto te lo parece a ti, pero que no es así lo vio Ambrosio; tú no lo ves. Sentencia él que cuantos nacen de hombre y mujer, es decir, de la unión de los cuerpos, no están exentos de pecado; pero no condena la unión sexual en sí, pues es obra de la naturaleza. La unión íntima de los esposos con el fin de procrear es un bien del matrimonio. Con todo, ciertas obras buenas no se realizan sin mezcla de algún mal, lo mismo que las obras malas no se ejecutan sin el concurso de miembros buenos. Por enormes que sean los que enlodan la naturaleza humana, su esencia siempre es buena; buena es la naturaleza de un cuerpo, aunque nazca enfermo; buena la naturaleza del alma, aun cuando alguien nazca deficiente mental; lo mismo, buena es la naturaleza del hombre, aunque nazca con la tara del pecado original.

Silogismos de Juliano

116. Jul.- "O se aceptan a un tiempo mis dos proposiciones o se rechazan las dos; también se puede rechazar una u otra; pero a nadie le es permitido elegir una y rechazar la otra, y menos atacar la unión sexual ilícita agravada por una mala voluntad; porque es más sencillo atacarla defendiendo los frutos que produce, que justificarla después de acusar estos mismos frutos. Flotas entre el temor y la impiedad, pero no puedes establecer nuevas reglas lógicas, ni arrogarte el derecho de elegir entre dos proposiciones inseparables, de suerte que aceptes una y excluyas la otra que le es conexa. Antes se verían pastar ágiles corzos en el aire que negar la consecuencia de una premisa establecida 134.

En esta línea se apoya Pablo, el apóstol, cuando dice: Si los muertos no resucitan, ni Cristo resucitó. Si Cristo no resucitó, vana es vuestra esperanza 135. Pero Cristo resucitó; luego es cierto que un día resucitarán los muertos. Y para confirmar esta verdad con un ejemplo y grabarla en el ánimo del lector, pongamos en el telar la duda: si el ser justo es un bien, pregunto si concedes que todo lo justo es honesto. Si me lo concedes, pregunto aún: '¿Crees que todo lo honesto es bueno?' Si de nuevo lo concedes, quieras o no, concluyo: 'Si todo lo justo es honesto y todo lo honesto bueno, luego todo lo justo es bueno'. Aquel que acepte las dos premisas y rechace la consecuencia, no destruye el edificio de la razón, pero se expone a ser objeto de mofa. Traigo este ejemplo a nuestro terreno y queremos saber si existe pecado en la naturaleza. Te pregunté si existía pecado sin un acto de la voluntad. 'No', me contestaste, como lo atestiguan tus palabras. Luego añadí: '¿Crees que en los niños hay voluntad?' Y lo negaste. ¿Cuál es entonces la consecuencia, si no hay pecado sin voluntad? Es tan evidente, que ni un académico lo pone en duda, aunque es su divisa no tener certeza alguna. Tú concedes las dos premisas y niegas la consecuencia, en la que están en esencia las dos. Cierto que no conseguirás destruir los fundamentos de la razón, pero sí das pruebas de tu locura".

Ag.- ¿Tan mentecato eres para creer que no hay pecado en la naturaleza, cuando el pecado sólo puede existir en una naturaleza? Porque el pecado existe en el ángel o en el hombre, que, sin duda, son naturalezas; si, pues, no existiese el pecado en ninguna de estas naturalezas, no existiría. Cuando propones la cuestión y quieres saber si el pecado existe en la naturaleza, pretendes enseñar que el pecado no existe en la naturaleza; mas, si la vanidad no te ciega, comprenderás que es vano tu empeño y vana la cuestión que propones. Destruye los fundamentos de tu razón, por ser una falsa razón; y, sin sacar a luz mi locura, pruebas tu error.

Concedo tus dos proposiciones y niego la conclusión, pues no es, contra lo que tú piensas, consecuencia de las dos premisas. Concedo también que el pecado no puede existir sin un acto de la voluntad, porque sin querer pecar no se peca; pero, en otro plano, el pecado existe sin el querer de la voluntad, pues mientras no sea perdonado subsiste, aunque la voluntad deje de tener en él su influjo. Concedo además que el pecado no puede existir sin un acto de la voluntad, en el sentido de saber que el pecado original fue cometido por la voluntad de aquel del que trae su origen. Al conceder que en el niño no hay voluntad de pecado, y, en consecuencia, no puede cometer pecado, no se sigue necesariamente que estas dos concesiones tengan por conclusión la inexistencia del pecado original en los niños. Legítima sería la conclusión si, como concedo no existe sin voluntad el pecado, concediera que no hay pecado sin voluntad personal de pecar. En consecuencia, el niño no tiene voluntad personal de pecar; pero para que estuviera exento de todo pecado sería preciso no hubiera contraído inmundicia alguna de aquel que pecó por propia voluntad.

Un razonamiento paralelo se puede establecer acerca del nacimiento del hombre. Si, por ejemplo, dijeres: "Nadie nace sin un acto de la voluntad", con toda razón te lo concedo. Pero si dijeses: "Nadie nace si no es por un acto de la propia voluntad", te lo negaría. Lo mismo aquí; si se trata del pecado de los niños, este pecado de origen no tuvo existencia sin un acto de la voluntad, pero no del niño.

Juliano evita la verdadera cuestión

117. Jul.- "Si estos sacerdotes cuyas palabras acabamos de interpretar oyesen poner en duda la bondad de la unión conyugal o si se les preguntase si los cuerpos han sido formados por Dios, ellos confesarían. Esto concedido, les preguntaría de nuevo si el matrimonio ha sido instituido por él. Concedido también, les preguntaría otra vez si la unión sexual es necesaria para la concepción del feto. Obtenida respuesta afirmativa, se impone atribuir al mismo autor de los cuerpos la unión de los cuerpos y el fruto de dicha unión".

Ag.- ¿Se trata, acaso, entre nosotros de saber si la unión conyugal es en sí buena? Los dos afirmamos su bondad. ¿Por qué piensas tan mal de aquellos sacerdotes cuyas sentencias no explicas, como con toda falsedad aseguras, sino que las vicias, hasta querer convencerlos de que han dudado de cosas de las que, como nosotros, están convencidos? Buena es la unión conyugal, que tiene por fin la procreación. Cuando dice Ambrosio que ninguno de los nacidos de la unión de los dos sexos está exento de pecado, no condena la unión conyugal, pero ve el mal, del que, si se hace buen uso, ningún católico duda sea un bien.

Dices, pues, vaciedades y pierdes el tiempo en cuestiones superfluas. Difieres tratar la verdadera cuestión y, de lo que no se duda, te empeñas en probarlo como si se pusiera en duda o se negara. ¿Qué hay de extraordinario publiques libros tan voluminosos como faltos de contenido?

Juliano, herido, no contrito

118. Jul.- "No hay duda, estos varones tan sabios, estos sacerdotes católicos, aceptaron esta conclusión, pues reconocen que los sentidos del cuerpo, la concepción del feto, son obra de un Dios verdadero. Nada malo hizo Dios, el mal es obra de una mala voluntad, que, sin coacción natural alguna, comete pecado; y estos sacerdotes declararían que maniqueos y traducianistas quedan fulminados por los rayos luminosos de la verdad católica".

Ag.- ¿Por qué, sin pudor alguno, mientes y afirmas interpretar y defender la doctrina de los que llamas sabios varones y sacerdotes católicos? Si, por el contrario, defiendes e interpretas su doctrina en toda su integridad, ¿no eres tú el fulminado por la verdad? Cuando Ambrosio sentencia que nadie concebido por unión sexual está libre de pecado, o dice mentira o verdad. Si dices que es falsa su doctrina, no la defiendes, la atacas, aunque son palabras de varones que llamas sabios y sacerdotes católicos. Si, por el contrario, defiendes e interpretas con sinceridad sus sentencias, concedes que son verdaderas, y entonces quedas fulminado por las palabras de estos obispos católicos.

¿Por qué te ufanas y dices que si estos bienaventurados y muy doctos varones hubieran oído tus silogismos, hubieran declarado que nosotros, a quienes tildas de maniqueos y traducianistas, "quedaríamos fulminados por los rayos luminosos de la verdad católica?" Ellos se pronunciarían contra sí mismos, y quedarían, por tus argumentos, triturados, juntamente con nosotros. ¿Por qué, de una manera explícita, no te atreves a decir lo que implícitamente afirmas?

Confieso, con Ambrosio, la existencia del pecado original. ¿Cómo, si lanzas tus rayos con tanta fuerza por esta verdad común a los dos, yo quedo aniquilado y él justificado? ¡Qué vacío estás! Al no hacer distinción entre él y nosotros, a los dos nos acusas; no obstante, imposible atacarle, si no quieres invalidar el testimonio de tu doctor Pelagio, pues declara que ningún enemigo osó reprender la pureza de su fe ni su interpretación de las Escrituras. En consecuencia, aunque seas enemigo de su fe y discrepes de su interpretación escriturística, directamente no te atreves a impugnarlo, pero confías que, al atacarme a mí, haces ver lo que hay de error en sus palabras.

Hombre herido, no contrito; una fuerza superior te obliga a desvelar tus oscuras falacias. En vano finges tener el poder de un rayo cuando aspiras el humo de un cuerpo quemado. Estas son las razones por las que te afanas en convencer a Ambrosio y a los doctos partidarios de su doctrina de la inexistencia del pecado original. "Dios, dices, formó los cuerpos e instituyó el matrimonio, y sin la unión de los cuerpos no es posible la concepción". Concedemos esto, y concedemos también lo que añades, a saber: "Tanto el feto como la unión pertenecen al autor de los cuerpos", siempre que por "unión" quieras dar a entender la unión conyugal. Porque reconocemos que es en sí verdad, pero no se sigue de tu razonamiento. Pues de otra suerte se podría decir: "Si el cuerpo ha sido formado por Dios, y la unión carnal sólo por el cuerpo puede realizarse, se sigue que la unión de la carne ha de atribuirse al creador del cuerpo". Otro pudiera también decir: "Si sólo Dios es autor del cuerpo, y por el cuerpo se realiza el adulterio, éste ha de atribuirse al autor del cuerpo".

Este lenguaje, lo admites, es injurioso para Dios y a este extremo conducen tus silogismos. Así pues, como no es consecuente atribuir a Dios el adulterio, aunque se realice por el cuerpo, obra de Dios, tampoco se sigue que la "unión" ha de atribuirse a Dios, aunque no se realice si no es por el cuerpo, obra de Dios. Hemos, sin embargo, concedido que sólo la unión conyugal, que tiene por finalidad la procreación, se ha de atribuir al Dios creador; no porque esta verdad sea consecuencia de tus premisas, sino porque, vista desde otro ángulo visual, se constata ser verdadera. Y lo que tú tratas de que Dios sea creador de los cuerpos, no porque Dios haya instituido el matrimonio, fuente de los niños, y sea Dios el que directamente crea el feto animado no es lógica tu consecuencia: "Sólo Dios verdadero, dices, actúa en los entresijos de la carne y en el embrión, fruto de la unión de los sexos". Dime: ¿dónde deposita el germen del mal el demonio, culpable con nuestros primeros padres, si no es en los sentidos de la carne? Sentidos que fueron viciados cuando, obediente al pérfido consejo del diablo, cometieron, al consentir, el pecado. ¿Dónde deposita la semilla del mal que transmite a todo el género humano si no es en el fruto de la unión sexual, es decir, en los hijos de los hombres? ¿Cómo puedes decir "que nada malo es obra de Dios"? ¿No es un mal para los réprobos el fuego del infierno?

Si alguien da fe a tus palabras: "El mal es sólo voluntad de pecar sin coacción alguna natural", sin hablar de los innumerables males que sufren los ángeles malos y los hombres contra su querer, no se debiera temer el eterno suplicio, el mayor de los males, pues no es mala voluntad, sino castigo de una mala voluntad. Estos tus razonamientos piensas son rayos, cuando tu corazón es ceniza.

Hipocresía y falsedad

119. Jul.- "Deja de acusar a varones de recto juicio, obispos de las iglesias. No los sometas a juicio por expresiones suyas poco cuidadas. No es una vacilación momentánea, sí una intención pertinaz, la que merece reprensión airada. Imitemos su celo en edificar, exhortar, suplicar, corregir a su pueblo; cosa que no hubieran hecho si hubieran, como vosotros creído en pecados no voluntarios, sí naturales".

Ag.- También nosotros, en la medida de nuestra pobreza, edificamos a nuestro pueblo con nuestras exhortaciones, plegarias, correcciones, como hizo Ambrosio; y, con todo, creemos y enseñamos acerca del pecado original lo que Ambrosio creyó y predicó; y con él, otros insignes colegas a quienes llamas "obispos de las iglesias, varones de sano juicio". Pero tú ¿de qué juicio estás dotado para sañudamente atacar lo que con pleno consenso aprendieron y enseñaron? Con hipocresía sales en su defensa y me combates como si fuera yo su acusador, cuando te consta los defiendo de tus solapadas acusaciones. "No se debe, dices, someterlos a juicio por ciertas expresiones poco cuidadas". ¿Es así como defiendes y justificas sus palabras? Con el pretexto de un descuido, no los repruebas ni condenas; pero, sin duda, acusas y condenas, como contrarias a la verdad, palabras poco meditadas.

Por favor, si declaras falsas las palabras que defiendes, declara verdaderas las que impugnas. "Una vacilación momentánea, dices, no merece reproche, sí la intención pertinaz en el error". ¡Como si pudieras probar que estos varones, no digo después de un breve tiempo, sino tras un largo caminar hasta el fin de sus días, modificaran su sentir acerca del pecado original! Tus palabras son vanas, sin sentido, ponzoñosas, contrarias a tu salvación. Calla, por favor. ¿De qué te sirve hablar tanto?

Dialéctica engañosa de Juliano

120. Jul.- "Veamos el resto. De nada sirve atribuyas al diablo los crímenes, no los cuerpos. Mientes en redondo, con la intención única de evitar el odioso nombre de maniqueo, cuyo veneno insuflas. Pues atribuyes al príncipe de las tinieblas los cuerpos, y proclamas obra diabólica la unión carnal y condenas sus movimientos y sus frutos. Al igual que tu primer maestro, condenas los miembros, no los vicios. A ejemplo de Manés, como probé por sus escritos, llamas satánicos los movimientos que Manés, indignado, ve manifestarse con violencia en el sexo. Por último, para compendiar en breve sentencia todos los argumentos y pueda el lector retenerlos en su memoria, te digo: 'Prueba que en los niños existe voluntad personal o declara están libres de pecado'.

Si no lo haces y te contentas con afirmar que los niños están sometidos al diablo por ser fruto de la unión carnal, demostrarás que atribuyes al poder del Enemigo no los pecados, que no pueden existir sin un acto de la voluntad, sino los cuerpos y la libido, común a hombres y animales, que es como efecto natural, obra de Dios; y la pasión que turba tu espíritu y aflora en diferentes pasajes de tu discusión, de ahí que te encuentres entre varios y contrarios dogmas, es una pasión que sólo la locura y la impiedad puede concebir. No es ningún insulto para Ambrosio separarlo de vuestro rebaño ni lo podemos llamar, como pides, maniqueo".

Ag.- Has trabajado en vano; después de largos y tortuosos, engañosos y fugaces rodeos, sientas esta conclusión: "No insultamos a Ambrosio al separarlo de vuestro rebaño, ni le llamo, como pides, maniqueo". Bien; si no lo llamas maniqueo, no me lo llames a mí; y si me lo llamas a mí, te ves obligado a llamárselo a él y a todos los grandes e ilustres doctores de la Iglesia que acerca del pecado original -motivo por el que me llamas maniqueo- con toda claridad y sin ninguna ambigüedad lo han enseñado, como lo probé con toda evidencia en los libros primero y segundo de los seis que escribí contra cuatro tuyos.

Si en nuestros días aún viviese Ambrosio, vencido por tu dialéctica, reconocería el error de sus primeros sentimientos, dada la falsedad de las consecuencias que se derivan, y ya no osaría decir que los niños, nacidos de la unión sexual, no estaban exentos de pecado ni los sometería al poder del diablo; bajo tu magisterio dejaría de ser maniqueo. ¡Lo que se perdió Ambrosio por no poder escucharte!

En tu sentir, yo soy maniqueo, porque enseño una doctrina que Ambrosio nunca dejó de enseñar; luego ha muerto maniqueo. No debes, pues, defenderlo, es un imposible; pero sí has de lamentar el no poder enseñarle tu doctrina. Con todo si lo pudieras hacer, corregido y adoctrinado por maestro tan insigne, sin duda prohibiría, en la iglesia que él gobernaba, los exorcismos e insuflaciones sobre los niños que iban a ser bautizados. Temería ultrajar gravemente a Dios en la persona de estas inocentes criaturas, imágenes de Dios que, bajo ninguna razón, están, dices, sometidas al poder del diablo. Sin embargo, de haber prohibido esto, Ambrosio hubiera sido excluido, con vosotros, de la Iglesia católica.

Lejos de mí pensar que se hubiera sometido a esta reforma o, mejor, engaño. Lejos de mí creer que este insigne varón se hubiera levantado con vosotros contra su madre la Iglesia católica. Invicto se le hubiera visto luchar por defenderla contra vosotros. ¿Por qué en esta causa piensas separarme de él? Como él enseño que nadie nacido de la unión del hombre y la mujer está exento del pecado original, ni él ni yo atribuimos al diablo la formación de los cuerpos; los dos condenamos el vicio de la naturaleza; ambos veneramos al autor de esta misma naturaleza. Si por afirmar que la concupiscencia, por la que codicia la carne contra el espíritu, vició la naturaleza humana a consecuencia de la prevaricación del primer hombre, "yo culpo los miembros, no los vicios", Ambrosio y yo somos culpables.

Por el contrario, los dos decimos que uno es el origen de los vicios, otro el de los miembros; luego ni él ni yo hacemos caer nuestra condena sobre los miembros. Ni Ambrosio ni yo decimos que los niños tengan voluntad propia, pero sí decimos Ambrosio y yo que por la voluntad prevaricadora del primer hombre nació el vicio de la concupiscencia, de donde se sigue que todos los nacidos de la unión de los sexos contraen el pecado original. Los dos decimos que todos los renacidos, antes de renacer, están sometidos a un poder enemigo; no a causa de la naturaleza, obra de Dios, sino a causa del pecado, que entró en el mundo por el pecado de uno solo, y cuyo autor es el diablo, y así pasó por todos los hombres.

¿Cómo puedes mentir con tan gran descaro y afirmar que defiendes y justificas las palabras de Ambrosio y de sus partidarios? ¿Quién es tan ciego que no vea que yo las defiendo y tú las condenas, que yo las explico y tú las oscureces? Estas son palabras de Ambrosio acerca de Cristo: "Como hombre, sufrió toda suerte de tentaciones. Por su semejanza con los hombres, todo lo soportó; pero, como concebido del Espíritu Santo, no tuvo pecado; todo hombre es mentiroso y nadie está sin pecado, sino sólo Dios. Es sabido -añade- que todo nacido de hombre y mujer, de la unión de los sexos, debe ser considerado culpable de pecado, y el que esté exento de culpa no ha sido concebido de esta manera" 136.

Tú declaras falsas estas palabras en conformidad con el dogma abominable de Manés. Y, en consecuencia, acusas y condenas la doctrina de Ambrosio. Yo, por el contrario, las declaro muy en armonía con la verdad y desfavorables y opuestas por completo al maniqueísmo. Por consiguiente, yo soy defensor de las palabras de Ambrosio y las justifico contra tus criminales acusaciones. Ve ahora si está con vosotros o con nosotros; pero como temes a los hombres que le admiran, tratas, con hipocresía, de excusarlo, cuando en verdad le combates con tus atroces invectivas.

Elogio de las criaturas

121. Jul.- "Cuando dices que Joviniano hizo este ultraje a Ambrosio, creo mientes; mas supongamos que tu acusación es verdadera y que Joviniano llamó maniqueo a San Ambrosio; esto probaría sólo la insensatez de Joviniano, porque no es posible dar el nombre de maniqueo a un varón que enseña que la naturaleza es buena; los pecados, voluntarios; el matrimonio, instituido por Dios, y los niños, creados por él. Si pensó Joviniano que la preferencia dada a la virginidad era una abierta condenación del matrimonio, no supo lo que se dijo. Una cosa es ser contraria y otra ser mejor. La loa de un bien es un grado hacia lo mejor; acusar la naturaleza es caminar hacia el maniqueísmo.

No condenó Ambrosio el matrimonio, ni consideró la unión de los esposos obra del diablo, ni afirmó ser una necesidad el pecado; en consecuencia, se equivocó Joviniano al compararlo con un maniqueo y confundió al acusador del matrimonio con el defensor de la virginidad. Porque Ambrosio, a propósito de los fetos, fruto de la unión de los cuerpos, legítima en sí e instituida por Dios, dice que, desde que empiezan a tener uso de razón, son, a imitación de sus antepasados, mentirosos; pero en esta unión no ve una necesidad de mentir, sino un indicio de universalidad.

Al decir: 'Los nacidos de padres son mentirosos', es como si hubiera dicho: 'No hay hombre que, dueño de su voluntad, no haya alguna vez mentido'. Sabía muy bien que, a excepción de Cristo, todo hombre es fruto de la unión de los padres. Luego este varón sabio y prudente quiso indicar en la unión de los sexos no un pecado, sí la universalidad; y declaró que Cristo, por su nacimiento milagroso, no dijo mentira, y se rebeló contra Jerónimo, cuyo seguidor eres tú, porque quiso atribuir a Cristo una mentira positiva (cf. n. 88). No mereció pues, el calificativo de maniqueo, si es que así fue llamado el que, contra vuestro error, no cesó de ensalzar las criaturas".

Ag.- Frecuente es en mis labios el elogio de las criaturas. ¿Por qué dices que Ambrosio lo hace contra nuestro error, cuando lo hace conforme a nuestra fe? Referente a las palabras que te objeté, y que tú temiste reproducir por miedo de que su brillante resplandor hiciera patentes las oscuridades que entenebrecen tu espíritu, Ambrosio ha demostrado de una manera palmaria en otros pasajes de sus escritos que no está permitido creer, como dices, que por descuido o inadvertencia se le hayan escapado, sino que el pecado original es, para él, un dogma, por ser un dogma católico.

¿Quieres saber cómo y en qué sentido dice: "Todo el que nace de hombre y mujer, es decir, de la unión de los cuerpos, no está libre de pecado; y si alguno hay exento de pecado, ha sido concebido de otra manera"? Para convencerte de que con estas palabras no ha querido designar los pecados que el hombre comete desde que empieza a tener uso de razón, como tú fantaseas, sino el pecado original, pon atención a las palabras que en otro lugar leemos: El Jordán retrocedió, estas palabras significan los futuros misterios del baño de salvación, por los cuales los niños, si son bautizados, quedan libres del mal de su naturaleza primera. Dime, Juliano: ¿de qué mal se ven libres, si no contraen el pecado original? 137

Escucha aún otro testimonio: "No violó la aproximación del varón la virginidad de María, sino que el Espíritu Santo infundió un germen inmaculado en el seno inviolado de María" 138. Porque sólo, entre los nacidos de mujer, el Señor Jesús, gracias a su misteriosa concepción, no conoció el contagio de la corrupción terrena y la rechazó por su condición divina. Responde, Juliano: ¿cuál es esta corrupción terrestre, que sólo, entre los nacidos de mujer, el Señor Jesús no sintió, gracias a la misteriosa concepción de su nacimiento?

Escucha una vez más: "Antes de nacer somos manchados por el pecado" 139.Y poco después: "Si el niño, en el primer día de su existencia, no está exento de pecado, con mayor razón no puede estar sin pecado en el seno de su madre" 140. Aún te puedo citar muchos más testimonios de este varón que tú mismo encuentras de sano juicio; pero, si éstos no son suficientes, ¿lo serán otros? Al menos que éstos te hagan comprender que no está permitido -lo has intentado ya- interpretar en otro sentido, pervirtiéndolo, lo que Ambrosio afirma de los nacidos de la unión de los cuerpos, sin condenar la obra de Dios, pero sí afirmando la existencia del pecado original.

¿Por qué citas a Jerónimo y me declaras su imitador servil, si en este momento no se trata de palabras de este autor? Con todo, si hubieras citado sus palabras, te habría demostrado que nada tenían de reprensible o las dejaría para inteligencias más despiertas, o bien, si fueran contrarias a la verdad, las rechazaría con plena libertad. Pero vengamos a Ambrosio. Pues, si rehúsas declarar a Ambrosio partidario y discípulo de Manés, por esta sola razón que enseñó que la naturaleza es buena en sí, que los pecados son siempre actos de la voluntad, que el matrimonio fue instituido por Dios y que los niños son obra suya, deberías rehusar darme este calificativo de maniqueo, pues enseño fielmente esta misma doctrina.

Si, por el contrario, me llamas maniqueo porque enseño la existencia del pecado original, también él la enseñó. ¿Por qué no nos llamas a los dos maniqueos? Pero en alta voz dices de mí lo que en voz queda dices de él; y esto no tanto por respeto a la verdad como por defecto de sinceridad y libertad. No te atreves a decir de él lo que te atreves a pensar; y si de él no lo piensas, tampoco debes pensarlo de mí, porque, si nos crees en el error a uno y otro, fácil te será ver que no somos maniqueos, pues no atribuimos el pecado a una sustancia mala, de la que Dios no puede ser creador, sino que afirmamos que el pecado original ha sido propagado mediante la corrupción voluntaria de la naturaleza, creada por el Dios bueno. Tan fácil te es ver esto como reconocer que somos verdaderamente enemigos de los maniqueos. Por adulación, te abstienes de dar este nombre a Ambrosio, y a mí me lo cuelgas por pura calumnia.

Elogio sobre la Virgen María

122. Jul.- "Si es Joviniano culpable por ser enemigo de Ambrosio, comparándolo con vosotros, merece perdón. ¿Qué censor prudente te va a conceder la inteligencia suficiente para compararte a Joviniano? Dice él que existe fatalidad para el bien; tú para el mal; dice él que los hombres santificados por los misterios están al abrigo del error, pero, según tú, ni la gracia los puede liberar; niega él la virginidad de María en su alumbramiento; tú adscribes a María al poder del diablo por la condición misma de su nacimiento; iguala él lo bueno con lo mejor, el matrimonio y la virginidad; tú llamas mórbida la acción conyugal e infravaloras la virtud de la castidad al compararla con algo muy repugnante; no estableces gradación alguna entre todas estas cosas y las confundes al dar preferencia a la virginidad; pero no en el bien, sino en el mal.

Es vileza extrema no poder agradar si no es en comparación de algo muy horrible; jamás injurió Joviniano a Dios como tú. No quiso él separar el rigor en la justicia de su bondad; tú al reconocer sólo la maldad; dice él que, ante el Señor, buenos y óptimos recibirán igual recompensa; según tú los buenos y los impíos, es decir, los inocentes y el diablo serán condenados al mismo suplicio; quiere Joviniano resaltar la misericordia de Dios; tú, la iniquidad; dice él que los santificados por los misterios no pueden ya pecar; sostienes tú que Dios carece de poder en sus misterios, de moderación en sus preceptos y es cruel en sus juicios.

Existe una diferencia abisal entre ti y Joviniano, como profunda es tu unión con Manés; en consecuencia, Joviniano, en comparación tuya, es más tolerable, y más horrible es la doctrina de Manés comparada con la de Joviniano".

Ag.- ¡Muy amable al compararme a Joviniano con la intención de probar que soy peor! Me encanta recibir, en compañía de Ambrosio, tu calumnioso ultraje; pero ¡me entristece verte enloquecer! Soy peor que Joviniano, porque soy maniqueo. ¿Qué significa esto? Que, con Ambrosio, confieso la existencia del pecado original, que tú, con Pelagio, niegas. Con Ambrosio, yo soy, según tú, maniqueo, peor que Joviniano, y cuanto os plazca echar por esa boca proterva, mentirosa y maldiciente. Nos dice el Señor: Alegraos y regocijaos cuando os maldigan y calumnien sin verdad por la verdad.

Nunca dije que los hombres sean malos por una fatalidad, porque Ambrosio tampoco lo dice; pero sí afirmo con él que los niños pueden ser purificados de la inmundicia que en ellos hay, sin admitir por esto la fatalidad para el mal; puede Dios curar el mal que hemos contraído al nacer, y con mayor razón el que nuestra mala voluntad añade. No digo que los hombres no puedan ser liberados del mal sin la gracia, y Dios quiera que Ambrosio no lo haya dicho jamás; pero sí decimos lo que tú no quieres reconocer; esto es, que los hombres sólo por la gracia pueden ser liberados, perdonados sus pecados y les impide caer en la tentación.

Y no atribuimos al diablo poder alguno sobre María en virtud de su nacimiento, pero sólo porque la gracia del renacimiento vino a deshacer la condición de su nacimiento.

Ni al matrimonio preferimos la virginidad, como se prefiere un bien al mal, sino como una cosa óptima a una cosa buena. Ni enseñamos, como falsamente nos acusas, que buenos y malos sufran el mismo suplicio, porque los buenos estarán al abrigo de todo sufrimiento, y los impíos, como enseñamos, han de ser atormentados no con un mismo suplicio, sino con diversas torturas, según la diversidad y el grado de su maldad. Ni enseño que Dios peque por impotencia en sus misterios, por falta de moderación en sus preceptos, por crueldad en sus juicios; al contrario, digo que sus misterios son muy útiles a los regenerados por la gracia, saludables sus preceptos a los santificados por gracia y que sus juicios son, para malos y buenos, según justicia.

He aquí, pues, rebatidos los argumentos en los que dices soy peor que Joviniano. Impugna tú, si puedes, las razones por las cuales probaré que sois vosotros peores que Joviniano. Enseñó él que los hombres, por una fatalidad, obran bien; vosotros decís que hasta el deseo del mal es un bien; dice él que los hombres, una vez purificados por los misterios, no pueden ya caer en el error; enseñáis vosotros que el mismo deseo de entrar por el camino recto no es inspiración de Dios, sino impulso del libre albedrío; niega él la virginidad de María en el parto; vosotros igualáis la carne santa nacida de la Virgen a la carne de los demás hombres, sin hacer ninguna distinción entre la carne de pecado y la carne a semejanza de pecado. Pone él al mismo nivel lo bueno y lo óptimo, esto es, el matrimonio y la virginidad; vosotros ponéis en la misma línea el bien y el mal porque la discordia entre carne y espíritu es tan buena para vosotros como la armonía en el matrimonio.

Dice él que los buenos y los óptimos, ante Dios, tendrán igual gloria; según vosotros, algunos de entre los buenos no sólo no tendrán gloria alguna en el reino de los cielos, pero ni vislumbrarán siquiera ese reino. Dice él que los hombres, una vez santificados por los misterios, no podrán ya pecar; según vosotros, la gracia de Dios únicamente nos sirve para evitar con mayor facilidad el pecado, pero que los hombres pueden sin la gracia, sólo con la fuerza del libre albedrío, evitar el pecado. Rebelión monstruosa contra Dios, que, al hablar de los frutos buenos, dice: Sin mí, nada podéis hacer.

Y así, vosotros caéis en errores peores que los de Joviniano, y, no obstante, nos declaras peores que él al igualarnos con Manés; os creéis fuertes como autores de una nueva herejía; y, al querer refutar vuestra doctrina, la verdad, no encontramos herejes a quienes poder compararos. En esta causa acerca del pecado original, aunque te parezca hombre detestable y digno de ser comparado con Manés, lo quieras o no, estoy con Ambrosio, al que Joviniano tildaba, como tú, de maniqueo; pero él lo hacía de una manera abierta, tú solapadamente. Por último, Joviniano es vencido una sola vez cuando se demuestra que Ambrosio no es maniqueo, pero tú, por tu doblez querida, sufres doble derrota. Acusas de maniqueo a Ambrosio; he probado que no lo es. Niegas haberle acusado, probé lo contrario. Ambas cosas las puede claramente reconocer todo el que lea lo dicho con anterioridad.

El hombre por el pecado original es juguete del diablo

123. Jul.- "Examinemos lo que sigue. Creo esté el lector abundantemente instruido sobre lo que hasta el momento hemos tratado y puede juzgar de la fuerza de sus argumentos al impugnar mi doctrina o defender su opinión; por consiguiente no es necesario repetir cuanto hemos escrito. Elige mi adversario algunas frases aisladas de mi libro; con frecuencia teje su elogio y a veces con fina ironía las acardenala; sin embargo lo que critica no ha sido dicho por mí con la intención que é] sospecha. Por lo tanto, remito al lector a mi obra, y seguro que encontrará mis asertos conformes con la verdad. Se lamenta mi adversario haberle reprochado el condenar la naturaleza y sus semillas, pero no ha tenido paciencia para disimular hasta el fin, y, después de disponer a su favor con falacias el oído de su patrono, asoma, como la tortuga, su cabeza.

Primero dice que, si Adán no hubiera pecado, los hombres podían engendrar como podemos mover nuestras articulaciones o cortar nuestras uñas, pero añade en seguida: 'Si la semilla humana no sufre maldición alguna, ¿qué significado tiene lo que en el libro de la Sabiduría está escrito: No ignoráis que su nación es perversa, y su maldad natural, y que jamás cambiará su manera de pensar, su semilla era maldita desde el comienzo?' 141 Después de citar este testimonio, prosigue su argumentación y dice: 'Habla el autor, no importa del pueblo que sea, pero cierto que habla de hombres' 142. ¡Aquí tienes al que había abandonado el maniqueísmo! Con ocasión de una frase que no comprende, declara maldita la raza; la maldad, natural; incorregible la perversidad de los malos. Dice la fama que el estruendo producido por las aguas impetuosas de las cataratas del Nilo ensordece a los habitantes del entorno. Cierto es una ficción que magnifica las cosas grandes.

Sin embargo, puede servirnos este ejemplo para confundir la sordera de todos los insensatos, causada por el fragor de un mutuo terror, y, como áspides sordos, no oyen el estruendo de las cosas. Grita Agustín: 'Maldita es la raza humana, natural su maldad, inmutable para siempre su manera de pensar, maldito el germen desde su origen'. ¿Existirán hombres que se nieguen a ver en él un sello maniqueo? Interróguese hoy a cuantos en público profesan esta doctrina abominable y si dicen otra cosa, me resigno a pasar por mentiroso.

Si la maldad es innata en el hombre, ¿por qué finges no haber declarado que la naturaleza es mala? Si es maldita la descendencia desde un principio, ¿cómo dices que no acusas la raza, sino el vicio y la corrupción de la voluntad? Si la maldad es en los hombres incorregible, ¿cómo puedes jurar que defiendes el libre albedrío? A no ser que los judíos Sirach o Filón, que, según una teoría no probada, son los autores del libro de la Sabiduría, quieras sean maniqueos".

Ag.- Sea el que sea autor de este libro, es suficiente no rechazar su autoridad para que podamos aducir contra vosotros sus testimonios. Porque Pelagio, vuestro doctor, en su libro Los testimonios o De los capítulos, tomó de este libro cuanto creía convenir a su intención. No siendo el autor de este libro maniqueo, ha podido decir lo mismo que otros que nada tienen de común con el maniqueísmo, y cuyas obras merecieron ser leídas y han sido recibidas en la Iglesia de Cristo; pudo repito, hablar de una maldad natural, sin por eso atacar a la naturaleza ni a las obras de Dios, creador sapientísimo y bondadoso de todas las naturalezas.

En este sentido se han de entender estas palabras del Apóstol: Fuimos en otro tiempo, por naturaleza, hijos de ira como los otros 143. Ciertos escritores, atendiendo al espíritu, no a la letra, interpretan así estas palabras del Apóstol: "En otro tiempo fuimos, nosotros también, por naturaleza, hijos de ira". Pero al añadir: como los otros, ha querido dar a entender que todos los hombres son, por naturaleza, hijos de ira; a excepción de algunos que por gracia de Dios han sido separados de la masa de perdición. Pero, al hablar de los que son extraños a esta gracia, dice el apóstol Pedro: Estos, como mudos animales, nacidos, por naturaleza, para la esclavitud y la muerte 144. Estos no se despojaron del hombre viejo. Y, si todos los hombres no nacieran envejecidos, ningún niño, al renacer, sería renovado.

Lejos de nosotros hacer injuria al Creador diciendo que todos los hombres son, por naturaleza, hijos de ira; pero, sin injuria, se puede decir que uno es, por naturaleza, sordo, o por naturaleza ciego, o por naturaleza enfermizo; o también que otro es, por naturaleza, tonto, o por naturaleza olvidadizo, o por naturaleza iracundo, y así otros innumerables males físicos; o, lo que es más grave, de las almas, creadas por Dios, y, sin embargo, se encuentran enfermas por un juicio secreto y justísimo de este mismo Dios. Este Dios es el creador de todo el hombre; con todo, aunque sea digno de alabanza por la naturaleza que le ha sido dada, no se pueden reprochar a Dios los males que se encuentran en esta naturaleza.

Sabemos que Dios es creador de la naturaleza, no de los males; pero de dónde vienen, es preciso lo diga todo el que quiera oponerse a Manés. Y si se trata de males en las criaturas, que confesamos ser creadas por Dios, pero, por disposición de su sabiduría suprema, están sometidas a los ángeles, buenos o malos, es muy fácil contestar qué semillas pudieron ser viciadas por las mismas potencias a las cuales están sometidas, y que no sólo se hacen viciosas, sino que incluso lo sean antes de su concepción y nacimiento. Mas como se trata del hombre, ser dotado de alma racional, imagen de Dios, diremos que por un justo castigo de Dios, a causa del pecado original, es por lo que la naturaleza humana viene a ser juguete del diablo, al que con razón consideramos autor del pecado.

Por último, vosotros mismos, pienso yo, a pesar de ser un absurdo horrendo de vuestra doctrina, no os atrevéis a decir que, en el paraíso, los hombres hubieran sufrido tantos y tan graves males físicos si nadie hubiera pecado y hubiera la naturaleza permanecido en la felicidad en que fue creada. Al negar vosotros la existencia del pecado original, introducís en la naturaleza, creada por Dios, otra naturaleza no creada por él y que es fuente de todos los males con los que nacen los hombres. ¡Oh, perversos herejes!, nos motejáis de maniqueísmo, y vosotros sois sus defensores, mientras los católicos, con voz unánime, enseñan, contra vosotros, las mismas verdades; pero vosotros acusáis a unos y aduláis a otros.

Dios ama a los hombres en cuanto hombres
y los condena en cuanto pecadores

124. Jul.- "Es posible quiera saber el lector en qué sentido se ha de entender este pasaje. No se trata, ciertamente, de la transmisión de un pecado ni de la teoría de los maniqueos. El mismo que invoca su autoridad, lo prueba al decir: 'No importa de quién hable el autor; lo que sí es cierto es que se refiere a los hombres'. Bien, pues si se quisiera referir a un pecado natural, no hubiera hablado de algunos, sino de todos los hombres. La opinión de los maniqueos difama, en general, la naturaleza de todos los mortales, mientras la sentencia que examinamos, según testimonio del mismo plagiador, prueba tratarse de algunos, no de todos los hombres.

De donde se sigue que no habla el autor de la transmisión del pecado, dado que sus palabras se refieren a muchos, no a todos. Y, probado ya que nada tienen que ver estas palabras con vuestra impía doctrina, veamos con claridad cuál es el pensamiento del autor. Se dirige a Dios y dice: Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas cuanto existe y nada de cuanto has hecho aborreces. ¿Cómo podría subsistir algo si tú no quisieras? Perdonas a todos, porque son tuyos Señor, amador de las almas. Tu espíritu bueno está en todas las cosas, por eso corriges a los que yerran y a los que pecan los amonestas, para que, libres de su maldad, crean en ti Señor" 145.

Ag.- ¿Cómo Dios se compadece de todos, si otra escritura dice: No perdona a todos los obradores de maldad 146, si no es porque en esta palabra del salmista todos significa la universalidad de los hombres? Dios perdona tan sólo a algunos, como se dice en otro lugar: Vosotros pagáis el diezmo de toda hortaliza 147. Toda significa toda clase de verduras. Pero ¿de qué te sirve que el autor de la Sabiduría no hable de todos los hombres, cuando afirma que su maldad es natural? Porque en este pasaje se habla de algunos hombres en particular y no de todos, no se sigue haya querido el autor dar a entender que no existían otros hombres semejantes a éstos, pues dice también el Apóstol: Fuimos en otro tiempo, por naturaleza hijos de ira, como los otros 148.

Si en aquel tiempo no todos los israelitas sino sólo los piadosos, de los que se dice que la maldad les era natural 149, entonces no es la naturaleza la que les separa de los otros, sino la gracia, que los eleva a hijos de Dios. Es también de ponderar cuál es el sentido de esta frase: Amas todo cuanto existe 150, pues existen malos, y de ellos está escrito en otro lugar: Odias a todos los obradores de iniquidad 151. Dios ama a los hombres en cuanto hombres, los odia en cuanto malvados. Los condena en cuanto pecadores, los hace subsistir en cuanto hombres, pues dice el libro de la Sabiduría: No odias nada de cuanto existe 152. Dios ama, pues, a los pecadores en cuanto hombres, aunque los odie en cuanto malvados. Así, los malos que Dios odia subsisten en cuanto hombres, porque Dios ama su obra, y son desgraciados, porque Dios ama la justicia.

Liberalidad de la gracia de Dios

125. Jul.- "¿Ves cuán hostil es a vuestra doctrina la acción del que agrada a Dios? Dice que Dios ama a las almas que ha creado; vosotros lo negáis al jurar que las almas de los inocentes están sometidas al diablo y son odiosas a Dios, aunque en ellas no exista si no es lo que les cupo en suerte de su autor".

Ag.- Luego, según tú, el que nace necio, recibe su insensatez de Dios, su creador, y el necio, testigo es la Escritura sagrada, es más digno de llorar que los muertos 153. Pero ama Dios de una manera especial las almas de estos infelices por el hecho de existir, vivir y sentir, y, aunque sea su inteligencia obtusa, son superiores a los animales. Pero muy otro es el amor del que está escrito: Dios a nadie ama, sino al que mora con la sabiduría 154. Mas decid: ¿por qué ama Dios con preferencia las almas de los niños, que en su providencia prepara al bautismo de la regeneración para hacerlos, sin dilación, entrar en su reino, y no concede a otros este mismo beneficio sin que haya entre ellos méritos propios de su voluntad personal ni acepción de personas en él, como neciamente soléis objetarnos vosotros?

Y aunque en dicho pasaje se dice: Amas las almas, no se dice: "Todas las almas", y así no hay cuestión. Quizás se haya expresado el autor así para dar a entender que Dios es el creador de todas las almas; pero no las ama a todas, sino sólo a las separadas de las otras no por sus méritos, sino por pura liberalidad de su gracia, con el fin de hacer morar en ellas la sabiduría; porque Dios no ama a nadie, si no mora con la sabiduría; y: El Señor es el que da la sabiduría 155.

El arrepentimiento es don de dios

126. Jul.- "La penitencia, don de Dios según la Sabiduría, no es aceptada por vuestro dogma, porque el mal natural y la perversidad del hombre no admiten cambio".

Ag.- Contra vosotros más bien, somos nosotros los que enseñamos que es un don de Dios el arrepentimiento; porque, aunque sea la penitencia un acto de la voluntad de cada uno, Dios es el que prepara este querer 156; y, como canta el salmo sagrado, es un cambio de la diestra del Altísimo 157, porque lloró Pedro cuando lo miró el Señor 158; y como dice su coapóstol: Por si Dios les concede el arrepentimiento 159. Y cuanto se dice que la maldad es inmutable, lo es para el hombre, que no la puede mudar, pero no para el Dios todopoderoso.

Lo natural y lo congénito

127. Jul.- "Cuando declara el autor de la Sabiduría que amonesta Dios a los pecadores para que, abandonada su maldad, crean en él, está destruyendo la teoría de un mal natural, porque lo connatural no se puede abandonar".

Ag.- Puede despojarse el hombre, pero sólo cuando interviene en él la acción del Omnipotente, de lo que le es congénito; así, la corrupción es natural al cuerpo; sin embargo, un día será incorruptible.

Pecado original y maldad voluntaria

128. Jul.- "Después de alabar la paciencia de Dios y su bondadosa misericordia, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, persiste en probar con ejemplos cuanto había dicho, y hace mención de aquellos que arrastraban una vida pésima en la tierra de Canaán, y encendían contra ellos la ira del Todopoderoso, que, por justa venganza, los entregó a las armas triunfantes de los israelitas, que vivían ya bajo la ley. Aborrecía Dios a los primitivos habitantes de la tierra santa porque practicaban ritos de magia detestables y sacrificios impíos, pues asesinaban sin piedad a sus hijos. A ésos los quisiste perder por manos de nuestros padres, para que la tierra de ti muy apreciada recibiera una colonia de hijos muy digna 160.

Esta tierra de promisión fue dada a los israelitas después de ser arrasados una gran parte de los siete pueblos que la habitaban. Y para no dar la sensación de que Dios es aceptador de personas entre hombres de una misma naturaleza, nos dice el autor sagrado por qué merecieron su exterminio los cananeos. Señor, dice, aborreciste a los primitivos habitantes de tu tierra santa 161. ¿Por qué razón? Según tú, debió añadir: 'Porque fueron fruto de una diabólica unión, eran posesión del príncipe de las tinieblas y porque Adán corrompió a todos los descendientes de su linaje'. Pero de todo esto, ni una palabra.

¿Cuál fue el motivo de su aborrecimiento? Las malas obras hechas por su libre querer. Los aborreciste, dice, porque practicaban obras detestables a tus ojos 162. Y para no dejarnos en la ignorancia de cuáles eran estas causas, que tú calificarías de obras de la concupiscencia carnal de estos pueblos, las concreta hasta en su ínfima especie: magia, sacrificios impíos, asesinatos sin piedad de hijos; esto es, se entregaban a maleficios y sacrificios injustos, pues ofrecían, con desprecio de Dios, su creador, sacrificios a sus ídolos.

Y en estos ritos sacrílegos no perdonaban a sus familiares, tratando de aplacar a los demonios incluso con la atrocidad de un parricidio. Ves que no se preocupa del crimen, invento de Manés; es decir, del pecado inherente a la naturaleza de los mortales; pues el crimen más horrendo por el cual dice que los cananeos ofendieron a Dios es el no abstenerse de sacrificar a sus hijos. Muerte que no atraería el odio de Dios sobre sus crímenes si, por un mismo pecado, parricidas e hijos ya eran, ante Dios, aborrecibles".

Ag.- Hablas en este momento como si todos los hombres fueran castigados por una sola especie de pecado o como si dijéramos nosotros que los adultos sólo a causa del pecado original se convierten en hijos de ira. El que no cree en el Hijo, dice el Hijo mismo, no tendrá vida, sino que la ira de Dios permanecerá sobre él 163. Pero hay unos peores que otros, sobre los que la cólera de Dios es mayor; sin embargo, todos serán aniquilados y destruidos como estos de quienes se trata, amos de la tierra que fue dada a los israelitas. ¿Por qué me dices: "Repara en que no se habla del crimen invención de Manés?" Aludes, sin duda, al pecado original, que no inventó Manés, sino que, contra Manés y contra vosotros, lo enseñó Ambrosio y otros doctores católicos, y de ninguna manera es producto de la unión de una naturaleza extraña con nuestra naturaleza, como Manés fingió, sino que fue introducido por el pecado, que entró en el mundo por un hombre, y que pasó a todos. Verdad que, contra la fe católica, vosotros negáis. ¿Tan ciego estás para no ver que, si el pecado original no existe, porque no se hace mención de él en ese texto, no se deben tener como pecados todos los crímenes más o menos graves que el autor del libro de la Sabiduría no menciona? ¿Acaso no fueron arrasados los sodomitas, porque no se dice que practicaran la magia y ofrecieran en sacrificio a sus hijos? ¿O que los cananeos no fueron aniquilados porque la Escritura no les atribuye la práctica de la homosexualidad? Con todo, no silencia su maldad natural, como, en mayor o menor escala, lo es en todos los hombres. Lo mismo digamos de los cuerpos; todos son corruptibles, pero hacen pesada el alma en diversa medida, según los insondables, pero justos juicios de Dios.

No es, pues, de admirar que el hagiógrafo, al enunciar los motivos que habían provocado en esos pueblos tan terrible venganza, no enumere sólo la maldad voluntaria, sino también su estado natural, al que, amén del contagio común a todo el género humano, hay que sumar la maldición del profeta. ¿No maldijo el justo Noé a su hijo menor Canaán y a sus descendientes los cananeos 164; y en ello no hay injusticia? Esto se ve claro en los hijos entregados al anatema, sin excepción alguna de edad, con sus padres, y por orden expresa de Dios, cuando sus antepasados irritaron sumamente a Dios por libar la sangre de sus hijos a los demonios. Y no mandó el Señor perdonar a los niños, antes ordenó no perdonarles. Ahora puedes comprender por qué su linaje es maldito desde su origen. Espero no oses acusar de injusticia al que dio esta orden. Y si hubieses todo esto recordado, no distanciarías la inocencia de los niños de la maldad de sus padres con el pretexto de que "eran éstos los que sumamente ofendieron a Dios, pues ni perdonaban la sangre de sus hijos, cuya muerte, dices, no hubiera sido causa suficiente para atraer sobre ellos el odio de Dios si, por un solo e idéntico pecado, parricidas e hijos fueran, ante Dios, abominables".

Tú no ves que el odio de Dios contra los asesinos de sus hijos no le impidió ordenar fueran éstos exterminados con sus padres. Porque, con horrenda impiedad, inmolasen sus hijos a los demonios no se sigue que los hijos vivos no debieran perecer, como en efecto perecieron; y no por un crimen humano sino por un juicio divino justo y secreto, pues también ellos eran "linaje maldito desde su origen". Tú, arrebatado por una elocuencia vacía de saberes, no pones atención a este pasaje, y, arrastrado por una riada de vanidad, te ves abandonado por la luz de la verdad.

El libro de la Sabiduría, mal interpretado por Juliano

129. Jul.- "Pero aun a éstos, por ser hombres, los perdonaste y les enviaste avispas como precursoras de tu ejército; no porque fueras impotente para someter por las armas a los impíos a manos de los justos, sino para darles tiempo para arrepentirse castigándolos poco a poco 165.

Con las picaduras de estos insectos estimulabas a estos impíos sacrílegos, y así, forzados por el dolor, reconociesen el poder del que los castigaba. Con todo, probado el designio de Dios con el género de castigo que se les infligía a los pecadores voluntarios, y cuyo arrepentimiento se esperaba y se exigía, se alza, con indignación, la cólera del escritor contra el endurecimiento e impiedad de estos pecadores y declara que están tan familiarizados con los crímenes, que, en cierto sentido, les eran naturales. No ignoraba, dice, que su linaje era perverso, y su maldad innata, y que jamás cambiaría su manera de pensar, por ser desde el principio una raza maldita; y no era por temor el perdonar sus pecados 166.

Con paciencia y bondad les concediste tiempo para que se arrepintieran, y poner así al abrigo de toda sospecha de crueldad o reproche tu justicia y tu misericordia. Les advertiste por medio de saludables picaduras; no obstante, despreciaron tus avisos, como antes habían despreciado tus beneficios, como queriendo probar que eran raza de Canaán, maldecida por el justo Noé en castigo por haberse burlado de su desnudez el hijo menor. No es de admirar si el escritor sagrado, para castigar la obstinación de sus descendientes en imitar a sus antepasados, haya recordado el caso de uno de los últimos, que por exceso, en su imprudencia, había merecido el rigor de una maldición, pues la misma Escritura cita nombres particulares de algunos descendientes de sus antepasados protervos.

En el Evangelio dice el mismo Señor a los judíos: Vosotros sois de vuestro padre el diablo 167. Y, en un arranque de ira contra dos puercos ancianos descendientes del linaje de Israel, dice Daniel: Raza de Canaán, no de Judá 168. Increpa al pueblo de Jerusalén el profeta Ezequiel y grita: Tu madre era una hitita, y tu padre, un amorreo 169. Es corriente en la Escritura achacar la deshonra de una raza a los crímenes cometidos voluntariamente por sus antepasados. Y marcarla con el sello de la infamia para hacerla a sus descendientes odiosa. Este mismo estilo observa la Escritura respecto a los buenos; así, cuando alguien parece ser bueno, se dice que florece en las virtudes de sus antepasados. Afirma Job haber mamado con la leche el remediar a los indigentes incluso desde el seno materno. A las cosas evidentes en sí, ninguna semejanza, hipérbole o ambigüedad causa prejuicio. Y así como es cierto no se puede pedir a los mortales cambien lo que es parte de su naturaleza y Dios manda a los hombres abstenerse del mal, es verdad inconcusa que no puede existir el pecado natural".

Ag.- Crees haber explicado las palabras del libro de la Sabiduría, y no has podido evitar la insensatez en tus palabras. Nada más evidente y manifiesto que el sentido en que se llama perversa a una nación que es de una maldad innata y maldita desde el comienzo. Si, como piensas, Dios con sus reproches ha querido castigar a unos hombres porque imitaron a sus antepasados, Cam fue justamente maldecido por su padre Noé; y cuando, con toda justicia, pronuncia Dios maldición contra este pueblo, habría recomendado perdonar a los niños, pues no habían merecido ser castigados por el hecho de imitar a sus mayores; y no sólo no mandó tener con ellos misericordia, sino que ordenó infligirles los mismos suplicios que a sus padres, y sabemos que nada injusto puede Dios mandar; luego es evidente que el escritor sagrado no ha querido usar un lenguaje hiperbólico, ni atribuir el castigo de estos niños a una emulación de sus padres, sino exclusivamente a su maldad innata, por generación contraída, y así resulta verdad que su semilla es maldita desde su comienzo.

En efecto, toda la fuerza de la imprecación del profeta contra vuestro error perdura en los descendientes de esta raza. Maldijo el justo Noé a los cananeos en su hijo menor culpable para que entendamos que los hijos quedan atados por los deméritos de sus padres, a no ser que esta atadura heredada por generación sea desatada por la regeneración. De Canaán descienden los cananeos, semilla maldita desde sus comienzos, cuyos hijos fueron, por mandato de Dios, exterminados con sus padres, pero ellos mismos eran raza maldita desde su origen.

Quiso el profeta Daniel darnos a entender que los dos viejos verdes eran semejantes a los cananeos, y dice: Raza de Canaán, no de Judá. Como si dijese: "Semejantes a los hijos de Canaán, no a los hijos de Judá". Raza de víboras 170 fueron llamados los judíos a causa de su parecido con la astucia viperina. Pero cuando dice el Señor: Vosotros sois de vuestro padre el diablo, quiere dar a entender que habla de la imitación, no de la generación; pero ni entonces dice: "Vosotros sois raza del diablo". Y cuando leemos: Tu padre es un amorreo, y tu madre, una hitita 171, significa que han imitado a aquellos a quienes se aplican estas palabras. No se dice: "Raza de amorreos e hititas". No es consiguiente, como has dicho: "A causa del obstinado apego de ciertos hombres al querer criminal de sus antepasados es por lo que padecen suplicio". ¡Lejos de nosotros pensar que la Escritura santa lance invectivas inmerecidas contra seres inocentes, como lo haces tú contra los hombres!

Recuerdas que el santo Job afirma haber salido del vientre de su madre con sentimientos de compasión, y piensas que esto lo dijo no porque fuera así, sino para encarecer su sentimiento de misericordia. Entonces, ¿por qué razón, te lo ruego, no reconocer que existen hombres compasivos por naturaleza, si vemos a otros por naturaleza ayunos de inteligencia? Hay, en efecto, sentimientos innatos que empiezan a manifestarse cuando se despierta la razón, y lo mismo ocurre con la inteligencia. Por eso se dan preceptos de bien vivir a los hombres, que por naturaleza son hijos de ira; pero reciben la gracia para que el que manda ayude, y así triunfen no sólo de los males que fueron fruto de una voluntad mala, sino incluso de los que con nosotros nacieron. Cosa ciertamente imposible para los hombres, pero fácil para Dios. Y a los que no se les concede esta gracia, y por eso se dijo: ¿Quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no la hayas recibido? 172, se hacen, al recibir la ley, prevaricadores, no justos. Aquéllos viven para utilidad de los hijos de misericordia, para que los que ven entiendan que lo que se les otorga no es fruto de sus méritos, sino don gratuito, y no se ufanen, porque el que se gloria, gloríese en el Señor 173.

Juliano llama pecado natural al pecado original

130. Jul.- "Continúa el libro de la Sabiduría: ¿Quién te acusará por arruinar a naciones por ti creadas, si no hay otro Dios más que tú, que cuidas de todo? Eres justo, y todo lo dispones con justicia; consideras indigno de tu poder condenar a quien no merece ser castigado; tu fuerza es el principio de tu justicia 174. Lenguaje éste que rima con el sentido común de los hombres prudentes, pues el poder de Dios se manifiesta principalmente en la justicia, verdad que con obstinación niegan Manés y los traducianistas".

Ag.- En injuriar, ¿a quién te compararé sino a ti mismo? Si reconocieras la justicia de Dios, no atribuirías los defectos congénitos de los hombres a su justicia, ya sean defectos del cuerpo o del alma; ni puedes negar la existencia del pecado original o, como tú lo llamas, pecado natural.

La presciencia divina

131. Jul.- "Por último, poco después continúa: Al castigarlos das a tus hijos buena esperanza, porque al juzgar das tiempo en el pecado al arrepentimiento. Pues a los enemigos de tus siervos, reos de muerte, con tanto miramiento e indulgencia los castigas, que les das tiempo y lugar para que se arrepientan de su maldad, ¿con qué diligente bondad no juzgarás a tus hijos, cuyos padres recibieron de ti juramento de alianza de buena promesa? Para lección nuestra, flagelas a nuestros enemigos con tormentos moderados, para que conozcamos la clemencia en el juicio" 175.

Ag.- En su presciencia, Dios conoce las cosas futuras: no obstante, concede tiempo y lugar para que puedan arrepentirse de su maldad pecadores que jamás cambiarán de pensamiento; y esto lo hace para abrir a la esperanza el corazón de sus hijos, porque al juzgar da tiempo al pecador para que se arrepienta. Tiempo y lugar de penitencia lo da Dios también a los hijos de ira, reos de muerte, que sabe que nunca se arrepentirán, pero que entre ellos hay hijos de misericordia, a los que les es de utilidad lo que a los hijos de ira no aprovecha. Pero la paciencia de Dios con los hijos de perdición no es vana ni infructuosa, sino que es necesariamente útil a los separados de la masa de perdición; no por méritos del hombre, sino por la gracia de Dios; y al dar gracias por esta bondad divina, que los separó de los hijos de perdición, por una disposición del todo divina hace hijos de elección a los que nacen de padres destinados a la perdición.

Adopción graciosa de Dios

132. Jul.- "Ves cómo hasta las palabras de la Sabiduría en su superficie establecen una diferencia radical entre la naturaleza de estos dos pueblos. A los israelitas los llama hijos de Dios; a los cananeos, raza maldita. Si se toman como suenan las palabras y se aplican a la generación y al nacimiento, debiera decir: 'Una es la raza de los piadosos, otra la de los impíos'".

Ag.- Cuando oímos decir "hijos de Dios", ¿no entendemos que se trata de la gracia, y si oímos hablar de "los hijos de los hombres", no debemos reconocer y confesar se trata de la naturaleza? ¿Qué significa lo que hablas, sin saber lo que dices, hombre discutidor? ¡Conoce la verdad, abre tus ojos a la luz! Raza maldita se llama a los cananeos por su inmensa perversidad; por eso, Dios, justo en sus castigos, ordena no perdonar a los hijos de esta raza, aunque no puedan imitar, por propia voluntad, la maldad de sus padres. Por el contrario, los israelitas son hijos de Dios no por filiación natural, sino por una adopción graciosa. Pero ora se llamen hijo e hijos, ora raza y raza, ¿de qué te sirve la asonancia de palabras si existe diferencia tan enorme en las cosas?

Para Cristo, ningún bien es imposible, ningún mal insanable

133. Jul.- "Sin embargo, aunque así fuera, hipótesis inverosímil, la transmisión del primer pecado no es posible una vez interrumpida, como lo prueba la propagación de pueblos tan diferentes".

Ag.- Una cosa es el semen de aquel hombre único, en el que estamos todos, y otra muy distinta la semilla de pueblos diversos, que no pueden interrumpir la propagación, porque todos descienden de uno solo; ni en su variedad hacen que el pecado del primer hombre, que introdujo tan gran cambio en la naturaleza humana, sea inofensivo a los descendientes más lejanos, sino que sólo lo puede hacer más o menos nocivo. Porque algunos agravan el pecado original, otros lo hacen más liviano; pero nadie lo quita, si no es aquel del que se dijo: He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo 176. Para Cristo, ningún bien es imposible, ningún mal insanable.

Juliano, ¡perito en ciencias físicas!

134. Jul.- "En consecuencia, así como el elogio que teje de los judíos no es base para que cada uno se crea que brilla en santidad innata, tampoco lo que dice de la maldad natural se ha de interpretar de un germen viciado, sino que, sin prejuicio de la naturaleza, inalterable en su esencia, puesto que cuanto tiene le cupo en suerte de Dios, su creador, esta variedad de expresiones se han de considerar o como explosión de un sentimiento de ira o como un laudable deber".

Ag.- Si ningún hombre jamás brilló en santidad natural, ¿qué significado tienen estas palabras dirigidas a Jeremías: Antes que nacieses te santifiqué? 177 ¿O estas que se dirigen a Juan Bautista: Estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre? El cumplimiento de esta profecía lo revelaron los saltos de gozo en el mismo momento en que María, virgen-madre, saluda a Isabel, esposa embarazada 178. ¿Fueron estas palabras inspiradas por un deseo de alabanza o responden a la verdad? ¡Adelante! ¡Desaparece! Digna solución de tu locura. ¿Por qué oponer a tu descarada osadía el ejemplo de Jeremías o el de Juan el Bautizador, si eres incapaz de discernir la carne de Cristo de la carne de pecado cuando afirmas que no existe carne con el pecado original y, al igualarla a los demás, te ves obligado a negar la santidad al que fue concebido del Espíritu Santo y de la virgen María, y, por ende, estaba exento por el solo hecho de ser concebido sin la unión de los dos sexos?

Jeremías y Juan, aunque santificados en el seno de sus madres, contrajeron el pecado original. De otra suerte, ¿cómo merecer el exterminio de sus vidas si no eran circuncidados al octavo día, es decir, si no fueran partícipes de la gracia de Cristo, prefigurada en esta circuncisión de la carne, antes de resucitar para nuestra justificación al octavo día, es decir, el día que sigue al séptimo de la semana? Eran, pues, también ellos hijos de ira desde el seno de sus madres, y, desde el seno de sus madres, hijos de misericordia; no habían llegado aún a la santidad que, llegado el momento, había de librarlos de la inmundicia heredada y que a su debido tiempo había de ser eliminada; sin embargo, estaban ya revestidos de aquella santidad que los sellaba como heraldos de Cristo desde el seno de sus madres.

Pero tú, nuevo hereje, quieres sentar plaza de religioso y perito en ciencias físicas y dices: "Las expresiones 'malicia natural' y 'raza maldita' se pueden emplear sin prejuicio para la naturaleza, cuya esencia no puede ser alterada, pues le viene de Dios, su autor". Y al menos los tontos de nacimiento, ¿no te avisan seas razonable? Ya ves, ni estos tontos acusan a Dios de ser autor de su memez. Ni es fruto de la mezcla con una naturaleza extraña, como necea Manés, sino vicio de una depravación. Por eso, todos los sanos en la fe no buscan fuera del pecado original la causa de este vicio y de todos los otros males naturales.

Interpretación de la profecía de Isaías

135. Jul.- "Además, así como aquí leemos 'raza maldita', leemos en otro libro, de más autoridad, la expresión 'raza bendita'. De los israelitas habla el profeta Isaías y dice: Construirán casas, y las habitarán; plantarán viñas, y comerán de su fruto. No edificarán para que otro habite, no plantarán para que otro coma, porque los días de mi pueblo igualarán a los días del árbol de la vida. Mis elegidos no trabajarán en vano; sus obras permanecerán; ni engendrarán hijos malditos, porque será raza bendita de Dios" 179.

Ag.- Si entendieses esta profecía de Isaías, no tratarías de oponerla a nosotros para escapar de nuestros argumentos, sino que te la opondrías a ti mismo para corregirte. Y verías que existe una raza no mortal, sino inmortal; no carnal, sino espiritual, como la veía Juan, el evangelista, cuando dice: Todo el que es nacido de Dios no peca, porque el germen de Dios permanece en él 180. Mientras este germen permanezca en él no puede pecar; porque si, como hombre, peca, hay otro germen en él según el cual no puede pecar, porque es nacido de Dios. Los hijos nacidos de este germen no son engendrados para la maldición.

Si hubieras meditado en estas palabras del profeta, habrías advertido que si al pueblo de Dios se le hace una gran promesa, es porque los hijos que pertenecen a otra raza, es decir, a Adán, son engendrados en la maldad; pero no son engendrados para la maldición, porque tienen otro germen, bendecido desde el comienzo. Y este germen es Cristo, Sabiduría de Dios, de la que se dice: Árbol de vida para quien la abraza 181. De ahí las palabras del profeta, o, mejor, de Dios por el profeta: Los días de mi pueblo igualarán a los días del árbol de la vida.

En estas palabras se promete a los israelitas espirituales no carnales, la vida eterna e inmortal. En ella, las viñas y las casas espirituales son plantadas y construidas por ellos, sin que nunca les sean arrebatadas por la muerte, ni pueden pasar a dueños extranjeros, pues serán posesión de los que vivan esta vida sin ocasos. Luego debes reconocer existen dos razas, una la de los nacidos, otra la de los renacidos, y no seas incrédulo, sino creyente.

El pecado original en los doctores de la Iglesia

136. Jul.- "Pueden los muchachitos entretenerse en estas contradicciones opuestas del lenguaje, incapaces de ver en las palabras otra cosa que no sea el sonido, y así ejercitar, como en un juego de vasos, su destreza; pero no cree la fe católica que la ley de Dios esté en oposición con ella misma, ni admite autoridad alguna que destruya la razón, ni escucha opinión adulatoria que atente contra la justicia de Dios; y no sólo cree en la existencia de Dios, sino que lo reconoce como creador de todas las naturalezas, y, en consecuencia, imputa el pecado a un libre querer, no a ninguna otra causa; y no hay duda, la doctrina de los traducianistas es falsa".

Ag.- Al contrario, no duda la fe católica de la existencia del pecado original; fe que hasta el día de su muerte defendieron no los muchachitos, sino graves y constantes varones, doctores en la Iglesia. Pero vosotros, según tus propias palabras, no creéis que la ley de Dios pueda estar en contradicción con ella misma; sin embargo, con ciega impiedad o impía ceguera lucháis contra ella; os jactáis de no admitir autoridad alguna que destruya la razón con el fin de poder, con vuestra manera de razonar -no con razones, sino con falacias-, soterrar toda autoridad divina, no explicarla. Nadie hay tan privado de razón que se deje engañar por el razonamiento de Pelagio, que, con pretexto de exponer la doctrina del Apóstol, escribe: "Se dice el cuerpo muerto por el pecado; esto significa que el cuerpo muere al pecado cuando cesa de cometerlo".

Contra esta ligereza no conviene disputar, sino leer lo que dice el Apóstol: Si, pues, Cristo está en vosotros, el cuerpo muerto está por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia; y si el espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, vivificará vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros. ¿Hay algo más claro? ¿Algo más evidente? ¿Quién, por favor, contra verdad tan manifiesta, puede negar la existencia del pecado original si no es vuestra demencia herética? Por este pecado está aún muerto el cuerpo, pero el espíritu vive por la justicia. Pero Dios, dice, resucitará vuestros cuerpos mortales. ¿Quién ladra contra esta verdad, a no ser la rabia de un vanidoso que se jacta de no escuchar opinión adulatoria alguna que atente contra la divina justicia, cuando, por el contrario se ve obligado a negar esta divina justicia todo el que se deje engañar por vosotros? Rehúsas ver en un pecado la causa de tantos males, tanto físicos como morales, con los que los hombres vienen al mundo, y esto es negar la justicia de Dios en sus juicios. Por esta razón, si vosotros imputáis todos los pecados a una voluntad personal y no queréis imputar el pecado original a la voluntad del primer hombre, os veis forzados a imputar los males todos que los niños contraen o sufren desde su nacimiento a un injusto juicio de Dios.