LA INMORTALIDAD DEL ALMA

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

El ánimo, por ser sujeto de la razón, es inmortal

I 1. Si la disciplina no puede subsistir sino en un sujeto, y éste ha de ser vivo; si ella siempre es, y no puede dejar de ser aunque esté en un sujeto, el sujeto en que reside la disciplina tiene que vivir siempre. Si, pues, los que razonamos somos nosotros, esto es, nuestro ánimo, y no podemos razonar rectamente sin la disciplina; si el ánimo no puede ser ánimo sin la disciplina, aunque pueda darse un ánimo sin disciplina, la disciplina tiene que residir en el ánimo del hombre. Tiene que residir en un sujeto, puesto que existe, y lo que existe ha de residir en alguna parte. Asimismo, la disciplina tiene que darse en un sujeto vivo; en efecto, un sujeto inerte no aprende, y la disciplina no puede darse en un sujeto que nada aprende. Por su parte, la disciplina siempre es; en efecto, lo que es y es inalterable tiene que ser siempre y por necesidad, y nadie niega que la disciplina es. Por ejemplo, es necesario que un diámetro, que corta la circunferencia por el medio, sea la línea más larga que se pueda trazar dentro de la circunferencia. Quien así lo confiesa y concede que es imposición de una disciplina, reconoce que tal disciplina es inalterable. Pues bien: un sujeto, en el que se asienta algo que siempre es, no puede dejar de ser. Si siempre es, no cabe que le sustraigan el sujeto, en el que siempre es. Pues bien: nuestro razonamiento es obra del ánimo, y éste no podría realizarlo si no fuera un ser inteligente. Por el contrario, ni el cuerpo es inteligente ni el ánimo es inteligente gracias al cuerpo; precisamente, cuando el ánimo quiere comprender, se sustrae al cuerpo. Lo que entendemos es siempre inmutable y nada hay en el cuerpo que sea inmutable; por ende, el cuerpo no puede ayudar al ánimo a comprender; y ya es bastante si no lo impide. Del mismo modo, nadie puede razonar rectamente sin la disciplina: raciocinio recto es el pensamiento que partiendo de algo cierto trata de llegar a reconocer lo incierto. En un sujeto, nada es cierto si lo ignora: todo lo que el ánimo sabe lo lleva dentro. Y todo lo que abarca la ciencia pertenece a alguna disciplina: llamamos disciplina a la ciencia de cualquiera zona de objetos. En conclusión, el ánimo humano vive siempre.

El ánimo es el sujeto de una razón inalterable

II 2. O bien la razón es el ánimo mismo, o bien está en el ánimo. Mejor es nuestra razón que nuestro cuerpo, y nuestro cuerpo es ya una sustancia. Y si es mejor ser una sustancia que ser nada, nuestra razón tiene que ser algo. ¿Será el ánimo la armonía del mismo cuerpo? La armonía ha de estar necesaria e inseparablemente ligada al cuerpo como a su sujeto: es increíble que haya en tal armonía algo que no esté necesariamente en el sujeto corporal, en que esa armonía se da inseparablemente. Pero el cuerpo humano es mudable, mientras que la razón es inmutable. Mudable es lo que no mantiene siempre el mismo modo. En cambio, una proporción, por ejemplo, «dos y cuatro son seis», retiene siempre el mismo modo; la proporción «cuatro es igual a dos más dos» no sólo es, sino que es siempre del mismo modo; en sentido contrario, el número dos no contiene la proporción «dos más dos», luego dos no son cuatro. La proporción es, pues, inalterable y por eso es razón. Ahora bien: es imposible que, al modificarse un sujeto, no se modifique lo que va inseparablemente ligado a él. Luego el ánimo no puede ser una armonía del cuerpo. Luego la muerte no puede sobrevenir a las realidades inalterables. En conclusión, el ánimo vive siempre, ya sea él mismo la razón, ya vaya inseparablemente ligado a la razón.

No hay consecuencia de la mutabilidad al aniquilamiento del ánimo

III 3. La constancia tiene su propia energía; toda constancia es inalterable, y toda energía puede producir algo y su potencia se mantiene aunque de hecho no lo produzca. Por su parte, toda acción o mueve o es movida; pues bien: o no todo lo que es movido es mudable, o bien no todo lo que mueve es mudable con mayor razón. Sólo es mortal aquello que es movido por otro y no se mueve a sí mismo, y todo lo que es mortal es mudable. Así, con certidumbre y sin alternativa, se concluye que no todo lo que mueve es mudable. Asimismo, no hay movimiento sin sustancia, y toda sustancia es viva o inerte. Pues bien: todo lo que no vive es exánime, y sin animación no hay movimiento; luego lo que mueve y no es movido tiene que ser sustancia viva. Esta es la que, según diversos grados, mueve los cuerpos. Por consiguiente, no todo lo que mueve los cuerpos es mudable. Los cuerpos no son movidos sino en el tiempo, y así hablamos de movimientos rápidos o lentos: luego hay algo que se mueve en el tiempo, pero sin sufrir modificación. Lo que mueve los cuerpos según la ley temporal, aunque hacia la unidad de fin, no puede producirlo todo a la vez y va necesariamente al pluralismo. Por eso, aunque el cuerpo sea movido por la energía una, no puede lograr la unidad perfecta, pues se divide en partes. No hay cuerpo sin partes ni tiempo sin intervalos e instantes, ni siquiera puede pronunciarse una sílaba tan rápida que no se oiga el fin cuando ya ha pasado el principio; es, pues, necesaria la expectación hasta que todo pase y es necesaria la memoria para abarcar el todo. Hay expectación de lo venidero y memoria de lo pasado. Y en cuanto al presente, se da la atención activa. Por este presente el futuro va hacia el pasado, y gracias a la memoria expresa el fin de un movimiento corporal ya iniciado. ¿Cómo podríamos esperar que se termine aquello cuyo comienzo hemos olvidado? ¿O cómo podemos seguir su continuación? Tal atención activa en el presente no puede darse sin la expectación del fin que ha de llegar. Pues bien: lo que todavía no es o lo que ya no es, en realidad no es. Por eso, al obrar, puede darse algo que pertenece a cosas que aún no han llegado. Puede darse, pues, en el agente una pluralidad simultánea, aunque las cosas ejecutadas no puedan darse simultáneamente. Puede darse en el motor esa pluralidad, aunque no pueda darse en las cosas movidas. Así, son necesariamente mudables todas esas cosas, que no se dan juntas en el tiempo, sino que van pasando del futuro al pasado.

4. Colegimos que puede haber una energía que mueve las cosas mudables sin sufrir alteración y sin modificar su atención: lleva al término deseado al cuerpo al que mueve. Y aunque ese cuerpo en el que se realiza algo con dicho movimiento se vaya cambiando, y aunque mueva los miembros del artista que trabaja la piedra o la madera, es manifiesto que la atención se mantiene inalterada. ¿Quién duda, pues, de la consecuencia de lo que llevamos dicho? Entonces, cuando el movimiento de" los cuerpos es causado por la energía del ánimo, aunque atienda al movimiento, no se sigue que la atención del ánimo sufra modificación. Por lo mismo, no se sigue que pueda perecer. Además hemos dicho que tal atención implica memoria del pasado y expectación del futuro, y eso no puede darse sin la vida. ¿Acaso podrá producirse el aniquilamiento sin mutación, o mutación sin movimiento? Aparte de que no toda mutación lleva al aniquilamiento ni todo movimiento produce mutación. Por ejemplo, nuestro cuerpo es mil veces movido por agentes externos y desde luego por la edad; sin embargo, no ha sido anonadado, esto es, no ha sido privado de la vida. Podemos pensar, pues, que no hay necesidad alguna de que el ánimo sea privado de la vida, aunque quizá en virtud del movimiento se produzca en él alguna modificación.

El arte y la razón son inmutables e inseparables del ánimo vivo

IV 5. Si hay en el ánimo algo inalterable, y eso no puede darse sin la vida, la vida del ánimo ha de ser necesariamente eterna. Si se da lo primero, se sigue lo segundo. Ahora bien: lo primero se da. Por ejemplo, dando de lado a otras cosas, ¿quién osará decir que la proporción de los números es mudable? ¿O que el arte no se funda en esa razón? ¿O que el arte no reside en el artista, aunque no la ejerza? ¿O que reside en él, pero no en el ánimo? ¿O que puede darse donde no hay vida? ¿O que puede desaparecer lo que es inalterable? ¿O, finalmente, que una cosa es el arte y otra la razón? A veces decimos que el arte es un conjunto de muchas razones, pero entendemos que todas ellas pueden reducirse a una sola. Pero ya desdoblemos las razones, ya las reduzcamos a una sola, concluimos de todos modos que el arte es inmutable. El arte está en el ánimo del artista, y es evidente que no puede residir en otra parte y que esa unión es inseparable. En efecto, si el arte se separase del ánimo, o se daría fuera del ánimo, o no se daría en absoluto: pasaría continuamente de un ánimo a otro. Pero así como el arte no puede darse fuera de la vida, así tampoco se da la vida racional sino en un alma. Lo que existe necesita su propio lugar, y lo que es inalterable no puede perder su ser. Si el arte tuviese que vagar de un ánimo a otro, abandonando a un sujeto para entrar en otro, quien enseña a otro un arte tendría que perderlo: el discípulo aprendería a costa del olvido o de la desaparición del que le enseñe. Y si eso es totalmente absurdo y falso, como lo es, el ánimo humano es inmortal.

6. Aunque el arte a veces se da y a veces no se da en el ánimo, como consta en el olvido y en la ignorancia, tal alternativa nada prueba contra su inmortalidad, a no ser que.se niegue el antecedente de este modo: en el ánimo late algo que no aparece en el pensamiento; en el ánimo del músico no hay arte musical cuando piensa en la Geometría. Y puesto que esta segunda parte es falsa, la primera es verdadera. El ánimo no siente la presencia de algo sino cuando aparece ante su pensamiento; puede, pues, latir en el ánimo algo que el mismo ánimo no siente. Y aquí no interesa el problema del tiempo que eso dure, si bien, cuando el ánimo se ocupa en otros asuntos durante largo tiempo y no renueva su atención a su arte habitual, hablamos de olvido e ignorancia. Ahora bien: cuando vamos razonando dentro de nosotros mismos, o bien cuando otro nos va haciendo preguntas bien dirigidas acerca de las artes liberales, las respuestas que vamos descubriendo no las descubrimos sino dentro de nosotros mismos. Porque una cosa es descubrir y otra producir o engendrar. En otro caso, el ánimo iría descubriendo objetos eternos en su proceso temporal de exploración. En efecto, es un hecho que descubre realidades eternas. Por ejemplo, ¿hay algo más eterno que la definición de círculo o realidades semejantes dentro de estas artes? No podemos imaginar que antes no existieran o que algún día dejaran de existir. Luego manifiestamente el ánimo humano es inmortal. Todas las razones verdaderas se guardan en sus archivos, aunque por la ignorancia y el olvido parezca que no están presentes o que se han desvanecido.

El ánimo es mudable, pero no puede dejar de ser ánimo

V 7. Veamos ahora cómo han de entenderse las modificaciones del ánimo. Si es un sujeto y el arte reside en ese sujeto, cuando el sujeto se modifica tiene que modificarse la realidad que reside en dicho sujeto. Pues ¿cómo podremos decir que el arte y la razón son inalterables si es mudable este ánimo en que residen, según hemos visto? ¿Qué mayor cambio que el que se produce de un extremo a otro? ¿Y quién negará que a veces el ánimo es necio y a veces es sabio, para dejar a un lado otros extremos? Veamos, pues, ante todo de cuántos modos puede verificarse esa que llamamos modificación del alma. A mi juicio, son dos los modos más evidentes y claros que se dan en cuanto al género y múltiples en cuanto a la especie. Así, decimos que el alma sufre alteración, ya por las pasiones del cuerpo, ya por las suyas propias. Por las pasiones corporales, por ejemplo, por la edad, enfermedad, dolor, trabajo, molestia y placer; por las suyas propias, como por el deseo, alegría, temor, irritación, preocupación o aprendizaje.

8. Si tales alteraciones no prueban necesariamente que el alma sea mortal, no debemos temerlas en sí mismas una por una. Pero ¿acaso en conjunto se oponen a la razón que dimos antes, a saber: que la modificación de un sujeto implica necesariamente la mutación de todo lo que contiene ese sujeto? En realidad no hay oposición. Porque la razón dicha se refería a una mutación tal que cambia inevitablemente el nombre del sujeto. Si, por ejemplo, un pedazo de cera cambia el color blanco por el negro, no deja de ser cera; si pierde su forma cuadrada y adopta la redonda, si era blando y se va endureciendo, si era caliente y se va enfriando, el sujeto sigue siendo cera, aunque se produzcan en él tales alteraciones. Se pueden producir, pues, tales modificaciones en los accidentes del sujeto sin que éste deje de ser lo que es y sin que pierda su nombre. Pero podría producirse una tal modificación que el sujeto ya no puede conservar su nombre: si la cera, por ejemplo, se volatiliza en el aire por el calor del fuego, entendemos con razón que ese cambio nos ha cambiado al sujeto: era cera, pero ya no lo es. En cuyo caso ya no tenemos base para pensar que queden en el sujeto aquellos accidentes que antes había, cuando había sujeto.

9. Concluimos, pues: si el alma es un sujeto, en el que la razón reside inseparablemente, y con la misma necesidad con que los accidentes residen en el sujeto; si el alma no puede ser sino alma viva; si la razón no puede residir en ella sino con esa vida; finalmente, si la razón es inmortal: se concluye que el alma es inmortal. En efecto, la razón no podría permanecer inalterable al desaparecer su propio sujeto, el alma; la razón quedaría modificada si en el alma se produjese una tal modificación, que el alma perdiese su ser, es decir, que muriese. Pues bien: ninguna de las alteraciones que aquejan al alma, ya mediante el cuerpo, ya en ella misma, obligan al alma a dejar de ser alma. Aparte de que no es pequeño problema averiguar si alguna de tales alteraciones se produce real y directamente en ella, es decir, siendo ella misma la causa. Por ende, tales modificaciones ni son de temer en sí mismas ni se oponen a nuestro razonamiento.

La razón es inalterable e inseparable del alma

VI 10. Veo que todo nuestro empeño racional ha de concentrarse en definir qué es la razón y cuántas clases admite para que, según todas esas clases, conste la inmortalidad del alma. Razón es la mirada del ánimo con la que por sí mismo, y no mediante el cuerpo, contempla lo verdadero; o también es la contemplación inmediata de lo verdadero; o también es lo verdadero que el ánimo contempla directamente. En la primera forma, nadie duda de que se da en el ánimo. En la segunda y tercera cabe la discusión. Pero la segunda forma no puede producirse sin el ánimo. Sobre la tercera hay un grave problema: ¿Subsiste en sí mismo lo verdadero, que el ánimo contempla directamente y no mediante el instrumento corporal? ¿No reside en un ánimo? ¿O puede darse sin un ánimo? Sea de esto lo que sea, el ánimo no podría contemplarlo si no se pusiera en contacto con ello. En efecto, todo lo que contemplamos tenemos que captarlo con la mente y lo contemplamos ya con el sentido, ya con el intelecto. Cuando captamos con el sentido, sentimos al mismo tiempo que el objeto está fuera de nosotros y que ocupa un determinado espacio, y por eso afirmamos que no puede ser percibido. En cambio, cuando entendemos, entendemos también que los objetos no están colocados fuera, sino dentro del sujeto: al entenderlos, entendemos también que no ocupan espacio alguno.

11. ¿Cómo explicar la unión del ánimo que contempla y del objeto contemplado? O bien el ánimo es el sujeto y lo verdadero es el objeto que reside en él; o bien, finalmente, ambos son sustancias. En la primera hipótesis, tan inmortal es el ánimo como la razón objetiva, según hemos discutido antes: lo verdadero no puede residir en un sujeto si éste no está vivo. La misma necesidad se produce en la segunda hipótesis: en efecto, si lo verdadero, que llamamos razón objetiva, nada tiene de mudable, como parece, no podrá tampoco modificarse lo que reside en él como en su sujeto. Sólo cabe, pues, discutir la tercera hipótesis: si el ánimo es una sustancia y se une a la razón objetiva, que es otra sustancia, podríamos pensar en la posibilidad de que esa razón objetiva continúe subsistiendo, mientras el ánimo deja de existir. Pero es manifiesto que mientras no se separen, y el ánimo siga unido a la razón objetiva, tiene que subsistir y vivir necesariamente. Pero ¿qué fuerza podría separarlos? ¿Acaso una energía corpórea, que es más débil por su potencia, inferior por su origen y de orden diferente? De ningún modo. ¿O acaso una energía animal? Pero ¿en qué modo? ¿Sería un espíritu más potente, que no puede contemplar a la razón si no separa de ella al otro ánimo? No: la razón no defrauda a ningún contemplador, aunque todos la contemplen a la vez. Además, nada hay más poderoso ni más inmutable que la razón; por lo mismo, un ánimo que aún no estuviera unido a ella, nunca sería más poderoso que el que ya está unido a ella. Sólo nos quedaría, pues, una alternativa: o bien la razón misma se separa del ánimo, o bien el ánimo se separa espontáneamente de ella. En el primer caso, no podemos desconfiar de la naturaleza de la razón, como si se negase a dejarse gozar por el ánimo; además, cuanto más ser tiene, más ser otorga al sujeto que se une a ella, y cabalmente el perecer se opone al ser. En el segundo caso no sería menos absurdo afirmar que el ánimo se separa voluntariamente de la razón: no puede haber separación entre cosas que no están en el espacio. Este argumento vale contra todas las suposiciones refutadas anteriormente. ¿Qué nos queda? ¿Podemos ya concluir que el ánimo es inmortal? ¿O podrá quizá extinguirse, aunque no se separe de la razón? Vemos que es la energía de la razón la que mantiene el ánimo por su unión con él; lo mantiene como ánimo, y no puede dejarse de mantenerlo, puesto que le da el ser. Ella posee el supremo ser, pues posee la máxima inmutabilidad, y por eso todo lo que es afectado por ella es en cierto modo obligado a ser lo que es. En conclusión, el ánimo no puede extinguirse si no se separa de la razón; y no puede separarse, como antes hemos demostrado; luego no puede perecer.

Tampoco puede llegar el ánimo al aniquilamiento, aunque se menoscabe

VII 12. Si el ánimo se aparta de la razón, como acontece en la estulticia, tal separación implica defecto en el ánimo. Cuando se vuelve hacia la razón y se une a ella, es más: porque se une a una realidad inmutable, que es la verdad, y ésta posee el ser supremo y originario. Por ende, al separarse de la razón, es menos, y eso es padecer menoscabo. Pues bien, todo menoscabo tiende a la nada: no podemos concebir mayor aniquilamiento que cuando aquello que era algo se convierte en nada, pues tender a la nada es tender al aniquilamiento. Eso podría aplicarse al ánimo, si en él se da menoscabo. Todo esto puede aplicarse al ánimo, pero se niega que por tender a la nada pueda llegar al aniquilamiento. Eso puede advertirse incluso en los cuerpos. Todo cuerpo es parte del mundo sensible; por lo mismo, cuanto mayor es ese cuerpo y mayor lugar ocupa, más se acerca al universo, y cuanto mayor acercamiento logra, tanto más ser posee. El todo tiene más ser que cada una de sus partes. Si ahora el cuerpo disminuye, necesariamente pierde ser, y al disminuir padece menoscabo; disminuye siempre que se le recorta y se le sustrae una parte, y con esa sustracción tendería a la nada. Pero ninguna sustracción le llevará al aniquilamiento: la parte que queda es un cuerpo, y como tal sigue ocupando un lugar en el espacio; eso no podría ser si no constara de partes, que todavía admiten ulterior división; puede, pues, dividirse indefinidamente y disminuir indefinidamente, padecer menoscabo y tender a la nada, pero nunca podrá llegar a ella. Eso puede decirse y entenderse del mismo espacio y de cualquiera intervalo: podemos sustraer la mitad, y de lo que resta podemos de nuevo sustraer la mitad, disminuyendo el intervalo: así caminamos hacia un término, pero ese término nunca se puede alcanzar en modo alguno. Pues mucho menos habremos de temer ese aniquilamiento en el ánimo: sin duda es mejor y más vivo que el cuerpo, pues le da el ser y la vida.

No puede faltar al ser el principio per el que es lo que es

VIII 13. Supongamos que lo que constituye los cuerpos no es la cuantidad, sino la forma. Aprobamos esa tesis con una razón irrefutable. En efecto, un cuerpo posee tanto más ser cuanto más perfecto y mejor formado es, y tanto posee menos ser cuanto más imperfecto y deforme es. El defecto se produce no por sustracción de la cantidad, de la que ya hemos hablado bastante, sino por privación de la forma. Aquí hay que atender y discutir con diligencia, pues alguien podría afirmar que el ánimo, por el mencionado menoscabo, puede llegar al aniquilamiento: al hacerse ignorante, quedando privado de parte de su forma, podríamos pensar que la privación puede ser tan radical que el ánimo pierda totalmente su forma; así se produciría un aniquilamiento del ánimo, la reducción a la nada. Tratemos, pues, de demostrar que ni siquiera al cuerpo le puede ocurrir el ser privado de la forma por la que es tal cuerpo; así tendremos mayor razón al afirmar que no se puede privar al ánimo de aquello por lo que es tal ánimo. Quien se ve a sí mismo correctamente habrá de confesar que cualquier ánimo ha de anteponerse a todos los cuerpos.

14. Para comenzar nuestro raciocinio digamos que ninguna realidad se hace o se engendra a sí misma; tendría que existir antes de ser. Si lo segundo es falso, lo primero es verdadero. Del mismo modo, lo que no ha sido hecho ni originado, y sin embargo es, ha de ser necesariamente eterno. Si alguien otorga al cuerpo una tal condición, yerra lamentablemente. Mas no vale la pena discutirlo. En todo caso, habría que otorgársela al ánimo: si hubiese un cuerpo eterno, no habría ánimo alguno que no lo fuera, pues cualquier ánimo es preferible a todos los cuerpos, y lo eterno es preferible a lo no eterno. Si con razón decimos que el cuerpo ha sido hecho, alguien lo ha hecho que es superior a él. No hubiera podido de otro modo dar la corporeidad al cuerpo que hacía, sea el que sea, con tal de que tenga un ser. Tampoco el hacedor podría ser igual al cuerpo; es necesario que el hacedor tenga para obrar algo mejor que el cuerpo que está haciendo. Cuando se trata de generación, se dice sin inconveniente que el que engendra tiene la misma condición que el engendrado. De aquí se sigue que el universo corpóreo ha sido hecho por una energía o naturaleza más potente y mejor que el cuerpo y que no era corpórea. Porque si quien hizo el cuerpo era también un cuerpo, el Universo no pudo ser hecho. Ya establecimos al principio de nuestro razonamiento y con evidencia que ninguna realidad puede hacerse a sí misma. Ahora bien: esta energía o naturaleza incorpórea que hizo los cuerpos mantiene el universo con su presencia enérgica. No lo fabricó y se ausentó, olvidando su obra. Esa sustancia, que no es corpórea, que no se mueve localmente, por decirlo así, no puede ya separarse de la sustancia que ocupa lugar; tampoco puede cesar de mantener lo que ha producido ni puede permitir que su obra sea privada de la forma, por la que es en cuanto es. En efecto, lo que no es por sí mismo, ha de dejar de ser si es abandonado por el principio que le da el ser. Y no podemos afirmar que el cuerpo, al ser hecho, haya recibido el poder de bastarse a sí mismo, aunque sea abandonado por su hacedor.

15. Siendo esto así, el ánimo posee mucho más de lo que presta al cuerpo y nosotros comprobamos. Pasamos, pues, a demostrar que el ánimo es inmortal si es por sí mismo. Pues lo que es por sí mismo es necesariamente incorruptible: no puede perecer, porque no se separa de sí mismo. La mutabilidad de los cuerpos salta a la vista, como aparece en el movimiento del universo corpóreo. Los que con diligencia observan lo que nos permite la condición de este universo, descubren que los cuerpos se mueven dentro de una mutabilidad ordenada. En cambio, lo que es por sí mismo no tiene necesidad de movimiento alguno, pues en todo se basta ya a sí mismo: moverse es buscar algo de que carece lo que se mueve. El universo corpóreo tiene, pues, una forma, porque otra naturaleza superior se la confiere y mantiene lo que hizo. Por eso la mutabilidad no retira al cuerpo la corporeidad, sino que lo hace pasar de una forma a otra con un movimiento perfectamente ordenado. Ninguna de sus partes es degradada hasta llegar al aniquilamiento; todo lo mantiene esa energía productora que no se fatiga ni desmaya, que da el ser a todo lo que gracias a ella tiene ser y en cuanto tiene ser. Estará loco quien pierda la certidumbre de que el ánimo es mejor que el cuerpo, o quien conceda eso, pero crea que, mientras el cuerpo no puede llegar al aniquilamiento total, puede el ánimo llegar a no ser ánimo. Y pues eso es imposible, el ánimo no puede ser ánimo sin ser vivo y, por ende, es inmortal.

Si el ánimo es vida, nunca podrá perderla

IX 16. Quizás alguno afirme que el ánimo nada puede temer de esa destrucción, que consiste en dejar de ser, pero ha de temer esa otra destrucción por la que llamamos muerto a lo que carece de vida. Pero ha de advertir que ninguna realidad carece de sí misma. El ánimo es ya una cierta vida. Ahora bien: todo lo que es animado vive, y todo lo que es inanimado, pero admite animación, se llama muerto; esto es, privado de la vida. Luego el ánimo no puede morir, ya que, si pudiera carecer de vida, no sería un ánimo, sino un objeto animado. Si eso es absurdo, no hemos de temer que sobrevenga al ánimo esa destrucción, que no puede sobrevenir a la vida. El ánimo moriría si fuera abandonado por esa vida. Pero, entonces, esa vida que abandona al ánimo sería mucho mejor; un objeto que es abandonado por la vida ya no sería ánimo: el ánimo es la vida que abandona al objeto. Si llamamos muerto a lo que es abandonado por la vida, el ánimo sería abandonado por esa vida. Pero esa vida, que abandona a las cosas que mueren, es el ánimo, y no puede huir de sí mismo: no muere, pues, el ánimo.

¿Es el ánimo armonía del cuerpo?

X 17. ¿Debemos quizá creer que la vida es el temple del cuerpo, como algunos han opinado? Nunca hubiesen abrigado tal opinión si con ese mismo ánimo, liberado y purificado de la costumbre de los cuerpos, hubiesen alcanzado a ver las realidades que verdaderamente son y permanecen inalterables. Quien se estudia bien a sí mismo lo experimenta: con tanta mayor claridad entiende algo cuanto mejor puede sustraer la atención de la mente a los sentidos corporales. Esto no ocurriría si el ánimo fuese el temple del cuerpo. Si una realidad no tiene su propia naturaleza, si no es sustancia, sino que reside en el cuerpo como en su propio sujeto inseparablemente, a la manera del color o de la figura, no podría en modo alguno intentar separarse del cuerpo para percibir los inteligibles. ¿Cómo percibiría mejor cuanto más se emancipase, y cómo con esa percepción se haría más noble y más perfecta? La figura, el color, o ese mismo temple del cuerpo, que es mezcla de los cuatro elementos de que consta el cuerpo, no pueden separarse del sujeto en que inseparablemente están. Ahora bien: esas realidades que el ánimo entiende, cuando se sustrae al cuerpo, no son corporales; y, sin embargo, son, y poseen el supremo ser, pues siempre se mantienen en el mismo modo. No cabe mayor absurdo que otorgar el ser a lo que vemos con los ojos y negárselo a lo que contemplamos con la inteligencia. Sólo un loco dudaría de que la inteligencia ha de anteponerse incomparablemente a los ojos. Pues bien: cuando el ánimo contempla esas realidades inteligibles e inalterables, muestra bien que está unido a ellas de un modo extraordinario e incorpóreo, esto es, no local. Diremos entonces que, o bien los inteligibles están en el ánimo, o éste está en ellos. Y en ambos casos, o bien una realidad está en la otra como en su sujeto propio, o bien ambas son sustancias independientes. En el primer caso, el ánimo no puede estar en el cuerpo como en su sujeto propio, a la manera del color o de la figura: porque, o bien es ya una sustancia, o bien está unido a otra sustancia incorpórea, que es su propio sujeto. En el segundo caso tampoco está el ánimo en el cuerpo como en su propio sujeto, como el color, pues es ya una sustancia independiente. Ahora bien: el temple del cuerpo está en éste como en su sujeto propio, al modo del color. Luego el ánimo no es el temple del cuerpo, sino que es vida. Ninguna realidad huye de sí misma, y sólo muere aquello que es abandonado por la vida. En suma, el ánimo no puede morir.

La verdad sustenta el ánimo, pero éste no perece por la falsedad,
aunque contraría a la verdad

XI 18. Insistamos. ¿Hemos de temer que el ánimo perezca al irse menoscabando, es decir, al irse quedando privado de la forma que le da el ser? Hemos hablado bastante, mostrando con un argumento seguro que eso no puede ocurrir. Volvamos ahora a considerar la única causa de ese temor: hay que confesar que el ánimo llega a ser necio por deficiencia o sabio por certidumbre y plenitud. Y nadie duda de que el ánimo es sapientísimo cuando contempla la verdad, la cual es siempre del mismo modo, de que el ánimo se mantiene inmóvil cuando está unido a ella con amor divino, de que ella es el ser supremo y máximo de todo lo que de algún modo es, y de que de ella procede el ánimo, ya en cuanto es ánimo, ya en cuanto por sí mismo es. Porque, si el ánimo es por sí mismo, siendo causa de su existencia y no pudiendo huir de sí mismo, no puede perecer, como antes hemos discutido. Y si procede de la verdad, habrá que averiguar con diligencia qué realidad, contraria a la verdad, puede haber que arrebate al ánimo lo que ella le da. ¿Cuál podría ser? ¿Acaso la falsedad? Es manifiesto y salta a la vista cuánto puede dañar al ánimo la falsedad. Pero ¿puede hacer otra cosa que engañar? Pues bien: nadie se engaña si no vive. Luego la falsedad no puede destruir al ánimo. Y si la falsedad, siendo contraria a la verdad, no quita al ánimo el ser que le da la verdad, pues así lo hemos visto con evidencia, ¿qué otra cosa se hallará que arrebate al ánimo el ser ánimo? Nada en absoluto: nada hay que sea más poderoso que su contrario, de modo que quite lo que ese contrario funda.

La verdad, que da el ser al ánimo, no tiene contrario

XII 19. Busquemos un contrario a la verdad, no en cuanto es la verdad, sino en cuanto posee el supremo y máximo ser; si bien, en realidad, en tanto es inmutable en cuanto es la verdad. En efecto, llamamos verdad al valor por el que todas las cosas son verdaderas en su ser y en tanto son en cuanto son verdaderas. Mas no pienso renunciar a un argumento que me es favorable. Si ninguna existencia, en cuanto existencia, tiene un contrario, mucho menos admitirá contrario aquella primera existencia que se llama Verdad en cuanto es existencia. El antecedente es verdadero: en efecto, una existencia es existencia porque existe; en este sentido, nada hay contrario al ser sino el no ser; luego nada existe contrario a la existencia. Por ende, es imposible hallar una realidad que sea contraria a la sustancia, que posee el ser máximo y originario. El ánimo recibe de ella su ser: no lo tiene de sí mismo y ha de recibirlo de una realidad superior, y no puede recibirlo de otra parte; luego no hay cosa alguna que arrebate al ánimo el ser, pues ninguna cosa es contraria a la verdad que otorga ese ser. Luego el ánimo nunca dejará de ser. Y pues obtiene la sabiduría por conversión hacia el principio de su ser, puede perderlo por aversión, ya que conversión y aversión se oponen. Luego el ser que el ánimo recibe de un principio, que no admite realidad contraria, no puede ser arrebatado por causa alguna. Por ende, el ánimo no puede perecer.

El ánimo no puede convertirse en un cuerpo

XIII 20. Quizá surja aquí un problema: si el ánimo no perece, quizá puede convertirse en un ser inferior. Eso podría opinar alguien sin hacernos injuria: si con nuestro razonamiento hemos hecho ver que el ánimo no puede llegar a su aniquilamiento, quizá pueda convertirse en un cuerpo. Si lo que antes era ánimo ahora es cuerpo, no hay aniquilamiento. Pero eso sólo podría ocurrir, o bien por la propia voluntad del ánimo, o bien por violencia ajena. En ninguno de los dos casos se sigue inmediatamente una degradación corpórea. Si se diese el hecho, aceptaríamos la alternativa, pues la conversión corporal se debería a la espontaneidad del ánimo o a la violencia ajena. Pero, en principio, ni de la espontaneidad ni de la violencia se sigue la degradación. El ánimo nunca aceptará espontáneamente ese cambio: todo su apetito en relación con el cuerpo es, o bien para poseerlo, o bien para vivificarlo, o bien para construirlo, o bien para gobernarlo de algún modo. Nada de eso sería posible si el ánimo no fuese mejor que el cuerpo. Pero si fuese cuerpo, ya no sería mejor que el cuerpo. Luego nunca querrá ser cuerpo. Sobre este punto no hay mejor argumento que el del mismo ánimo, cuando se interroga a sí mismo: en efecto, comprueba con facilidad que su apetito se dirige a actuar, saber, sentir o simplemente vivir, en cuanto eso le es posible.

21. Si fuese otro quien le obliga a ser cuerpo, ¿quién podría obligarle? Sin duda sería alguien superior. Por ende, no puede ser el mismo cuerpo. No hay cuerpo alguno que sea más poderoso que un ánimo cualquiera. Pero un ánimo, aunque sea más potente, sólo tiene poder en cuanto lo permiten las apetencias del ánimo subordinado. Y ya hemos visto que la apetencia no llega a obligar al ánimo a convertirse en cuerpo. También es manifiesto que, si pierde toda apetencia, no logrará satisfacción alguna de sus apetencias, y las pierde si se convierte en cuerpo. Así, un ánimo superior no puede violentar al inferior para que sea un cuerpo, pues no tiene poder coercitivo sino mediante las apetencias del sujeto. Además, si un ánimo tuviera bajo su poder otro ánimo, sin duda preferirá dominar un ánimo a dominar un cuerpo, ya sea para mirar por su bien, ya sea para esclavizarlo con su malicia. No querrá, pues, convertirlo en un cuerpo.

22. En fin, ese ánimo superior, o bien es animal, o bien carece de cuerpo. Si carece de cuerpo, no está en este mundo. Será entonces sumamente bueno, y no puede querer para otro tan torpe degradación. Y si es un animal, el ánimo dominado será también animal o no lo será. Si no lo es, ningún otro ánimo podrá forzarlo, pues poseerá el sumo grado de ser y no tendrá por encima otro ánimo más poderoso. Si es animal, sólo mediante el cuerpo podrá ser forzado al cambio por otro ánimo superior, el cual también estará en un cuerpo. ¿Y quién duda de que es imposible producir mediante el cuerpo un cambio tan radical en un ánimo? Sólo podría realizarse el cambio si el cuerpo fuese más potente que él. En todo caso, sea el que sea el cambio al que un cuerpo puede forzar a un ánimo, el cambio no se realizaría mediante el cuerpo, sino mediante las apetencias del mismo, de las cuales ya hemos hablado bastante. Ahora bien: por consentimiento universal, sólo Dios es mejor que el alma racional. Y Dios mira por el bien del alma, no puede forzarla a convertirse en un cuerpo.

La potencia del ánimo no disminuye por el sueño
o por otra afección semejante

XIV 23. Si el ánimo no puede padecer tal degradación, ni espontáneamente ni por violencia ajena, ¿cómo podría padecerlo? Con frecuencia nos domina el sueño contra nuestra voluntad. ¿No podría el ánimo, por una debilidad semejante, convertirse en un cuerpo? Pero ¿acaso el ánimo se debilita en el sueño, cuando nuestros miembros se relajan? El ánimo deja simplemente de sentir lo sensible, ya que, sea la que sea la causa del sueño, procede del cuerpo y se realiza en el cuerpo: enerva y obstruye los sentidos corporales y por esa modificación del cuerpo cede el alma con gusto. La modificación repara al cuerpo de su fatiga y corresponde a la naturaleza, pero no quita al ánimo capacidad de sentir o de atender. Se le presentan las imágenes de las cosas sensibles con tal viveza de expresión y de semejanza, que de momento no pueden distinguirse de las cosas reales que representan; y si el ánimo entiende algo, tan verdadero es eso para el dormido como para el despierto. Si, por ejemplo, durante el sueño cree estar disputando, y siguiendo un razonamiento verdadero descubre algo, al despertar esas razones permanecen inalterables, y eso aunque todo lo demás sea falso, por ejemplo, el lugar, la misma discusión, la persona con quien discutía, los mismos términos con que se discutía, que pertenecen al sonido, y otras circunstancias semejantes. Los despiertos sienten también y son agitados por esas mismas cosas mediante los sentidos, pero las cosas pasan y en ningún aspecto logran la eterna presencia de las razones verdaderas. De donde se desprende que con una modificación tal como la que se produce en el sueño puede disminuir para el alma el uso del mismo cuerpo, pero no la potencia propia.

Insiste en el mismo tema

XV 24. El alma no se une localmente al cuerpo, aunque éste ocupe lugar. Por eso, el alma es afectada antes que el cuerpo por aquellas supremas y eternas razones, que permanecen inalterables y no ocupan lugar alguno. Y no sólo es afectada antes, sino también con mayor intensidad: antes, porque las razones están más cercanas, y más intensamente, por la misma razón y porque el ánimo es superior al cuerpo. Esa proximidad no es espacial, pero sí natural. Según el orden natural, el Ser Supremo da la forma al cuerpo por medio del alma, y por esa forma el cuerpo es lo que es. Por ende, el cuerpo subsiste por el alma: en tanto es en cuanto es animado, ya universalmente como el mundo, ya particularmente como los animales dentro del mundo'. Es lógico que si el alma se convierte en cuerpo, tendría que ser mediante el alma, pues de otro modo sería imposible. Pero tampoco eso ocurre. En efecto, mientras el alma se mantenga en su ser de alma, el cuerpo subsiste por ella, pues le da y no le quita la forma. Pero entonces no puede el alma convertirse en cuerpo: si no da al cuerpo la forma que recibe del Sumo Bien, no se forma en absoluto o el cuerpo recibe la forma inmediatamente, como el alma. Pero el cuerpo es un cuerpo, y si recibiese la forma inmediatamente, sería lo mismo que el alma. Por esa diferencia, el alma es mejor que el cuerpo, porque es más próxima, y la proximidad sería la misma si no hubiese mediación del alma para el cuerpo. No vemos que haya nada entre la Suma Vida (que es la Sabiduría y Verdad inmutables) y ese último peldaño de la vivificación (que es el cuerpo) sino el alma vivificante. Si, pues, el alma da al cuerpo la forma, para que sea el cuerpo que es, no le quita la forma al dársela. Se la quitaría si convirtiese un alma en un cuerpo. Luego el alma no se convierte en cuerpo por sí misma; mediante ella, recibe su ser el cuerpo, pero ella permanece alma; ni tampoco es degradada por otra alma, ya que el cuerpo recibe del alma el ser al recibir la forma. Si el alma se convirtiese en cuerpo, sería perdiendo su forma.

El alma racional no puede convertirse en irracional
está en todo el cuerpo y en cada parte de él

XVI 25. Esto puede aplicarse también a la vida irracional, pues tampoco puede convertirse en ella el alma racional. También aquélla recibiría la forma inmediatamente para ser lo que es si no estuviese mediatizada por el alma racional, ya que es de orden inferior. Los seres superiores toman la forma, que reciben de la Suprema Hermosura, y la transmiten a los inferiores, según el orden natural. Y al transmitirla no la sustraen. Los seres inferiores en tanto son en cuanto reciben de los superiores la forma por la que son. Así, los seres son más eficaces porque son mejores. Eso es propio de su condición; no son más eficaces por su mole que los de volumen menor: sin volumen alguno de magnitud local, por su misma forma, son tanto más eficaces cuanto son mejores. Por razón del orden, el alma es mejor y más eficaz que el cuerpo: si el cuerpo subsiste por ella, como hemos dicho, ella no puede en modo alguno convertirse en cuerpo. Ningún cuerpo se organiza sino recibiendo la forma por medio del alma. Por eso, para que un alma se convirtiera en cuerpo, tendría que perder su forma, no recibirla; pero eso no puede ocurrir, a no ser que el alma ocupase espacio y se uniera al cuerpo espacialmente. Si así fuese, quizá un volumen mayor y mejor formado pudiera convertirla a su forma inferior, como un aire fuerte puede transformar un pequeño fuego. Pero eso no se da. En efecto, un volumen ocupa lugar y no está todo en cada parte, sino en el conjunto. Una parte ocupa un lugar y otra otro lugar diferente. En cambio, el alma no sólo está en todo el volumen de su cuerpo, sino que está entera en cada partícula del mismo. Toda entera siente un dolor en una determinada parte del cuerpo y no en todo el cuerpo: si nos produce dolor algo en un pie, lo examina el ojo, lo publica la lengua, lo retira la mano. Eso no ocurriría si el alma no sintiera en el pie, cumpliendo su función en cada parte. Y no sentiría lo que ocurre si estuviese ausente. No se trata de creer a un mensajero que le cuenta lo que ha sucedido sin que ella lo haya sentido. ¿Diríamos que la pasión sufrida corre a lo largo de la extensión, despertando la consciencia de otras partes del alma, que ocupan otro lugar? No: en realidad, toda el alma siente lo ocurrido en la partícula del pie y sólo lo siente allí donde se produce. Toda ella está, pues, presente en cada parte al mismo tiempo, pues toda ella siente al mismo tiempo en cada parte. Y no está allí toda ella, a la manera que la blancura u otras cualidades semejantes, que se dan en cada parte del cuerpo. Porque en este caso, el cuerpo padece la modificación de la blancura en una parte, pero puede no darse la blancura en otra parte distinta. Vemos, pues, que la blancura se diferencia según los sectores o extensiones, que están distantes entre sí. Que esto no ocurre en el alma lo demuestra esa sensación, de la que hemos hablado.