SALMO 118 (SERMONES 1-10)

Traductor: Balbino Martín Pérez, OSA

[Excelencias de la ley de Dios]

PRÓLOGO

Expuse con el auxilio de Dios y conforme pude, parte predicando al pueblo y parte redactando, todos los salmos que contiene el libro que llamamos Salterio atendiendo a la costumbre de la Iglesia. Con todo, difería el salmo 118, no tanto por su conocida extensión cuanto por la profundidad que encierra, la cual es conocida de pocos. Como mis hermanos llevasen a mal que faltase en mis escritos sólo la exposición de este salmo para completar toda la del Salterio y me urgiesen insistentemente a que pagase esta deuda, no accedí por mucho tiempo a sus ruegos y súplicas, porque cuantas veces intenté pensar en ello, otras tantas advertí que excedía a mis deseos y fuerzas. Pues cuanto más sencillo parece, tanto más profundo me suele parecer a mí; hasta tal punto, que no puedo declarar su profundidad. Por el contrario, otros salmos que difícilmente se entienden, aunque oculten el sentido debido a la oscuridad, sin embargo, se hace patente esta misma oscuridad; en éste no se percibe, porque presenta tal aspecto o apariencia, que se piensa que sólo necesita un lector u oyente y no un expositor. Aun ahora que comienzo su exposición, ignoro en absoluto lo que pueda declarar sobre él. Sin embargo, pido y confío que Dios me ayude para que pueda hacer algo, pues así lo hice en todas las cosas que he declarado con amplitud cuando me parecían difíciles o casi imposibles de explicar o de entender. Determiné hacer la exposición de este salmo por medio de sermones que se prediquen al pueblo, a los cuales llaman "homilías" los griegos, pues me parece muy justo que los fieles que concurren a la iglesia no sean defraudados en el conocimiento de este salmo, con cuyo cántico suelen deleitarse como con los demás. Pero dejémonos ya de prólogos y hablemos del salmo, sobre el cual me pareció conveniente hacer este preámbulo.

SERMÓN 1

1 [v.l]. Este gran salmo, hermanos míos, desde su comienzo nos exhorta a la bienaventuranza, que nadie desprecia. ¿Quién puede, pudo o podrá jamás encontrar a alguno que no quiera ser feliz? Si el que exhorta no hace más que mover la voluntad de aquel a quien persuade para que vaya en pos de lo que le sugiere, ¿qué necesidad tiene de exhortación el alma humana a la felicidad, que ansia por naturaleza? Luego ¿por qué se nos incita a que queramos lo que no podemos menos de querer si no es porque, deseando todos la felicidad, muchos ignoran el modo de llegar a ella? Esto, pues, es lo que enseña el que dice: Bienaventurados los que están sin mancilla en el camino, los que andan en la ley del Señor. Esto es como si dijese: Sé lo que quieres: buscas la bienaventuranza. Si quieres ser feliz, sé inmaculado. Todos quieren la felicidad, pero pocos los que quieren ser inmaculados, sin lo cual no se llega a conseguir lo que todos quieren. Pero ¿en dónde llegará a ser inmaculado el hombre si no es en el camino? ¿En qué camino? En el del Señor. Por esto se nos exhorta y no en vano se nos dice: Bienaventurados los que están sin mancilla en el camino, los que andan en la ley del Señor. Qué clase de bien sea, para el cual se muestran muchos perezosos, caminar sin mancilla por el camino, que es la ley de Dios, se da a conocer cuando se indica que son felices los que hacen esto; de suerte que ha de hacerse lo que rechazan muchos para conseguir lo que todos quieren. Efectivamente, el ser feliz es un bien tan grande, que lo quieren los buenos y los malos. Y no es de maravillar que los buenos sean buenos por llegar a conseguirlo, pero sí que los malos sean malos por querer ser bienaventurados, puesto que cualquiera que se entrega a la lujuria y se corrompe con la sensualidad y el estupro, busca en este mal la bienaventuranza, y se considera desgraciado cuando no consigue el placer y el deleite de sus anhelos, y no duda tenerse por feliz cuando los logra. Asimismo, el que se abrasa en deseos de avaricia, reúne de cualquier modo riquezas a fin de ser feliz: y todo el que desea derramar la sangre de los enemigos, y el que apetece dominar, y el que alimenta su crueldad con las calamidades ajenas, busca en todos estos crímenes la felicidad. Pues bien, a todos estos descarriados, que buscan con la verdadera miseria la falsa felicidad, llama al camino, si es oída, esta voz divina: Bienaventurados los que están sin mancilla en el camino, los que andan en la ley del Señor. Esto es como si les dijera: ¿Adónde vais? Os perdéis y lo ignoráis. No se va por donde camináis a donde queréis llegar, pues ciertamente deseáis ser felices; pero los caminos por los que corréis son deplorables y conducen a mayor desgracia. No busquéis bien tan grande por tan mal camino. Si queréis llegar a él, venid acá, caminad por esta senda. Abandonad la malignidad del mal camino los que no podéis desprenderos del querer de la felicidad. Os fatigáis en vano caminando a donde, una vez que lleguéis, os mancilláis. Pues los que, contaminados con el error, caminan por la perversidad del siglo no son bienaventurados, sino los que están sin mancilla en el camino, los que andan en la ley del Señor.

2 [2.3]. Oíd, además, lo que sigue: Bienaventurados los que escudriñan sus testimonios, los que de todo corazón le buscan. Me parece que por estas palabras no se conmemora otro género de bienaventurados fuera de aquel del que antes habló. Porque escudriñar los testimonios o preceptos del Señor y buscarle de todo corazón, es ser inmaculado en el camino y andar en la ley del Señor. A continuación prosigue y dice: pues no anduvieron en sus caminos los que obran la iniquidad. Luego si los que andan en el camino, esto es, en la ley del Señor, son los que escudriñan sus preceptos y los que le buscan de todo corazón, sin duda los que obran iniquidad no investigan sus testimonios. No obstante, vemos que los ejecutores de la maldad se entregan a investigar los testimonios del Señor con el fin de ser más bien doctos que justos También observamos que otros escudriñan los preceptos del Señor, no porque vivan ya rectamente, sino para saber cómo deban vivir. Estos aún no caminan sin mancilla en la ley del Señor, y, por lo tanto, todavía no son felices. Luego ¿cómo ha de entenderse: Bienaventurados los que escudriñan sus testimonios, siendo así que vemos a hombres que escudriñan sus testimonios y no son felices, porque no son inmaculados? Los escribas y fariseos, que se sentaban sobre la cátedra de Moisés, y de quienes dijo el Señor: Haced lo que dicen, no hagáis lo que hacen, pues dicen y no hacen1, sin duda escudriñaban los preceptos del Señor para saber lo bueno que decían, aunque hiciesen ellos lo malo. Pero dejemos a éstos a un lado, ya que se nos declarará que éstos no investigaban los preceptos del Señor, pues no buscaban estos preceptos, sino otra cosa por medio de ellos, esto es, el ser alabados por los hombres o el enriquecerse. No es escudriñar los preceptos del Señor no amar lo que enseñan y no querer llegar a donde nos llevan, esto es, a Dios. Además, si estos mismos escudriñan los preceptos del Señor para conseguir y alcanzar por ellos no a Dios, sino cosa distinta, sin duda no le buscan de todo corazón, lo cual vemos que no se añadió aquí en vano. Conociendo el Espíritu, que dijo estas cosas, que muchos investigarían sus preceptos por un fin distinto del establecido, no sólo dijo: Bienaventurados los que escudriñan sus testimonios, sino que añadió: los que le buscan de todo corazón, como enseñando de qué modo o por qué deben ser escudriñados los preceptos del Señor. En fin, la misma Sabiduría, hablando en el libro de la Sabiduría, dice: Me buscan los malos, y no me encuentran, porque odian la Sabiduría2. Y esto, ¿qué es sino que me odian a mí? Me buscan, dice, y no me encuentran, porque me odian. Y ¿por qué se dirá que buscan lo que aborrecen si no es porque no buscan la Sabiduría, sino otra cosa en ella? No pretenden ser sabios para gloria de Dios, sino que intentan aparecer como sabios atendiendo a la gloria de los hombres. ¿Cómo no aborrecerán la Sabiduría, que manda y enseña que ha de ser despreciado lo que aman? Por tanto, bienaventurados los que están sin mancilla en el camino, los que andan en la ley del Señor. Bienaventurados los que escudriñan sus testimonios, los que de todo corazón le buscan. Así, pues, diremos que andan sin mancilla en la ley del Señor los que, escudriñando sus testimonios, de tal modo le buscan, que le buscan de todo corazón. ¿Por ventura no escudriñaba sus testimonios ni le buscaba el que decía: Maestro bueno, ¿qué bien he de hacer para conseguir la vida eterna? Pero ¿cómo le buscaba de todo corazón, siendo así que prefirió sus riquezas al consejo que le dio el Señor sobre el abandono de ellas, y, por lo mismo, se apartó lleno de tristeza?3 Luego ciertamente no se busca de este modo a Cristo, puesto que Isaías dice: Buscad al Señor, y, cuando lo encontréis, abandone el impío su camino, y el varón perverso sus malos pensamientos4.

3. Los impíos y malvados buscan a Dios de tal suerte, que hallándole dejan de ser impíos y perversos. Pero ¿cómo son ya bienaventurados aquellos que todavía escudriñan sus testimonios y le buscan, si esto pueden hacerlo los impíos y malvados? ¿Qué hombre dirá, por impío y malvado que sea, que son bienaventurados los impíos y los malvados? Luego son bienaventurados en esperanza, como lo son los que padecen persecución por la justicia; no por lo presente, al padecer los males, sino por lo que se avecina, puesto que de ellos es el reino de los cielos; no porque tengan hambre y sed, sino por lo que sigue: y ellos serán saturados. Igualmente son bienaventurados los que lloran; no por el llanto, sino por lo que a continuación se sigue: porque reirán5. Por tanto, serán bienaventurados los que escudriñan sus preceptos, los que le buscan de todo corazón, no porque escudriñen y busquen, sino porque han de encontrar lo que buscan, ya que no buscan negligentemente, sino con todo el corazón. Si son felices en esperanza, tal vez sólo en esperanza serán inmaculados. Pues en esta vida, aunque caminemos en la ley del Señor, aunque escudriñemos sus preceptos y le busquemos de todo corazón, si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros16. Esto ha de investigarse con el mayor cuidado atendiendo a lo que sigue: no anduvieron en sus caminos los que obran la maldad. Pues podrá parecer que quienes andan en el camino del Señor, esto es, en la ley de Dios, escudriñando sus preceptos y buscándole de todo corazón, puedan ser ya inmaculados, No anduvieron en sus caminos los que obran la iniquidad. Y San Juan escribe: El que peca obra iniquidad; y añade: El pecado es iniquidad7. Pero ya ha de darse fin a este sermón para que cuestión tan grande no quede encerrada en límites estrechos.

SERMÓN 2

1 [v.3]. Se escribió en este salmo y se lee, y es verdad, que no anduvieron en sus caminos los que obran la iniquidad. Pero hemos de esforzarnos con el auxilio de Dios, de quien dependen nuestras palabras y nosotros mismos8, para que no turbe al lector o al oyente entendiendo mal lo que está bien dicho. Ha de evitarse el pensar que todos los santos, de quienes procede esta voz: Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros, no andan por los caminos del Señor, porque el pecado es iniquidad9, y los que lo cometen, ciertamente que no anduvieron en sus caminos. Y también, por el contrario, que se crea, lo que a todas luces es falso, que no tienen pecado, porque es cierto que ellos andan en el camino del Señor. N o se escribió: Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, con el fin de evitar la arrogancia y la soberbia, pues de otro modo no se añadiría: y la verdad no está en nosotros, sino que se diría: la humildad no está en nosotros; y, sobre todo, aclarando este sentido y quitando toda duda lo que sigue, puesto que, después de haber dicho San Juan lo que se refirió anteriormente, añade: Mas, si confesamos nuestros delitos, fiel y justo es Dios para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda iniquidad10. ¿Qué dice ante esto? ¿Qué opone a esto la altivez de la impiedad detestable? Sí por evitar la arrogancia, mas no por confesar la verdad, dicen los santos que tienen pecados, ¿qué es lo que confiesan en orden a conseguir el perdón y ser purificados? ¿O es que también alguien se confiesa para evitar la arrogancia? Entonces ¿cómo se impetrará el perdón de los pecados con una falsa confesión? Enmudezca y se consuma la débil altivez de los soberbios, que se engaña a sí misma al decir a los oídos del hombre, con fingida humildad, que es pecadora, y diciendo en su corazón, con perversa altivez, que no tiene pecado. Los que dicen esto, a sí mismos se engañan y en ellos no está la verdad. Cuando susurran esto a los oídos del hombre, se engañan no sólo a sí mismos, sino también engañan a otros con la perversidad de la pérfida doctrina. Pero, cuando lo dicen en su corazón, allí se engañan a sí mismos, allí no hay verdad; y, por tanto, se engañan a sí mismos en su corazón y desaparece de él la luz de la verdad. Exclame, pues, la santa familia de Cristo, que crece y fructifica en todo el mundo humildemente veraz y verazmente humilde; exclame, diré, con estas palabras: Si dijésemos que no tenemos pecados, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros; pero, si confesásemos nuestros delitos (Dios) es justo y fiel para perdonarnos nuestros delitos y limpiarnos de toda iniquidad. Del modo que esto se dice, se sienta. Pues habrá verdadera humildad si no se ostenta únicamente de palabra, sino que, conforme dice el Apóstol, no somos altivos de pensamiento, sino que sentimos con los humildes11. Y no dice "hablamos", sino sentimos, lo cual se ejecuta con el corazón, no con la boca. Hipócrita, si dices que tienes pecado creyendo que careces de él, exteriormente finges humildad e interiormente abrazas la vanidad. Luego te falta en la boca y en el corazón la verdad. ¿De qué te aprovecha aparentar a los hombres que eres humilde, pues así se lo dices, si Dios ve que eres altivo, conforme lo sientes? Aun cuando el divino oráculo te dijera; "No hables con altivez", sin embargo, con razón se te condenaría si hablases con humildad ante los hombres, y altivamente en el corazón delante de Dios. Pero diciéndote: No pienses altivamente, sino teme12, pues no dice: "No hables", sino: No pienses, ¿por qué no crees humilde dentro, en donde piensas? ¿O es que la mente ha de inflamarse de altivez para que la lengua finja humildad? Lees u oyes: No pienses altivamente, sino teme, y tú de tal modo te engríes, que llegas a creer que no tienes pecado; y, por lo mismo, por no querer temer, no te queda más que reventar de orgullo.

2. ¿Por qué, dirás, se escribió: Los que obran iniquidad no anduvieron en sus caminos? ¿Acaso los santos del Señor no andan en los caminos del Señor? Pues, si andan, dice, no obran iniquidad; y, si no obran iniquidad, carecen de pecado, porque el pecado es iniquidad. Ven en mi ayuda, ¡Oh Señor Jesús!, y protégeme contra el soberbio hereje por medio del Apóstol, que confiesa. Ea, ¿en dónde está aquel hombre todo tuyo que se anonada a sí mismo para llenarse de ti? Oigámosle, hermanos míos; le interroguemos si le agrada. ¿Qué digo si le agrada? Porque le agrada, le preguntemos. Dinos, ¡oh bienaventurado Pablo!, si anduviste en los caminos del Señor cuando vivías en la carne. Y responderá: ¿Por qué decía yo: Caminemos en aquello a lo que nos encaminamos?13 ¿Por qué decía yo: Por ventura os engañó Tito? ¿Acaso no hemos caminado con el mismo espíritu y con los mismos pasos?14 ¿Por qué decía yo: Mientras estamos avecindados en el cuerpo, peregrinamos hacia Dios, puesto que caminamos por la je y no por la visión?15 ¿Qué camino del Señor es más seguro que la fe, por la que vive el justo?16 ¿Por qué otra senda caminaba a la bienaventuranza cuando exclamaba: Diré una sola cosa: que, olvidándome de lo de atrás y extendiéndome a lo de adelante, sigo, según mi propósito, corriendo hacia la corona de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús?17 En fin, ¿por qué otro camino había corrido cuando dije: Luché el buen combate, he terminado mi carrera?18 Nos sean suficientes estas respuestas, por las que aprendimos que el apóstol San Pablo anduvo por los caminos del Señor. Pero le preguntemos otra cosa. Di, te ruego, ¡oh Apóstol!, si, cuando vivías en la carne y caminabas por las sendas del Señor, tenías pecado o carecías de él. Oigamos si se engaña a sí mismo o siente lo que su coapóstol San Juan, porque en ellos está la verdad. En cuanto a esto, responde: ¿"No habéis leído lo que confieso diciendo: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero"? Lo hemos oído. Por eso mismo te preguntamos: ¿Cómo andabas los caminos del Señor, si ejecutabas el mal que no querías hacer, siendo así que el salmo vibra, diciendo: No anduvieron los caminos del Señor los que obran la iniquidad? Óyele a continuación responder por medio de la sentencia siguiente: Si yo hago lo que no quiero, yo ya no obro esto, sino el pecado que habita en mí19. Ved cómo no cometen pecado los que andan en los caminos del Señor, y, sin embargo, tampoco se hallan sin pecado, porque ya no lo cometen ellos, sino el pecado que habita en ellos.

3. Aquí dirá alguno: "¿Cómo ejecutaba el mal que no quería y cómo no lo perpetraba él, sino el pecado que habitaba en él? Mientras dilucidamos esta cuestión, quede asentado que se probó por la autoridad de la Escritura canónica que puede suceder que quienes andan en los caminos del Señor, aunque no estén sin pecado, con todo, no lo cometen ellos. Porque los que obran la iniquidad, esto es, el pecado, puesto que el pecado es iniquidad, no anduvieron en sus caminos. Luego para explicar de qué modo pueda entenderse que él obra por el cuerpo de esta muerte, en el cual habita la ley del pecado, y que no comete él el pecado, puesto que anda en los caminos del Señor, es necesario otro sermón, pues éste ha de concluirse aquí.

SERMÓN 3

1 [v.3]. Siendo el pecado iniquidad20, según dice San Juan, se suscitó por aquello que se consignó en este salmo: No anduvieron en sus caminos los que obran iniquidad, una cuestión difícil, a saber: cómo no hayan podido los santos estar en esta vida sin pecado, puesto que es verdadero lo que se consignó: Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros21, y, con todo, anduvieron los caminos del Señor, los cuales no andan los que obran iniquidad. Esta cuestión se resolvió por lo que dijo San Pablo: Yo ya no lo obro, sino el pecado que habita en mí. ¿Cómo se halla sin pecado aquel en quien habita el pecado? Sin embargo, anda los caminos del Señor, que no andan los que lo hacen, porque ya no lo comete él, sino el pecado que habita en él. Se resolvió esta cuestión; sin embargo, de ella se suscita otra aún más difícil, a saber: ¿Cómo obra el hombre lo que él no obra, pues se dijeron ambas cosas: Hago lo que no quiero; y también: No yo, sino el pecado que habita en mí?22 Por esto, debemos entender que, cuando el pecado que habita en nosotros obra en nosotros, si nuestra voluntad no consiente en él y refrena los miembros del cuerpo para que no obedezcan a sus malos deseos, entonces no obramos nosotros. Pues ¿qué obra el pecado no queriendo nosotros? Únicamente el movimiento de los deseos ilícitos. Pero, si la voluntad no presta su asentimiento, ciertamente que se excitan no pocos afectos, pero no se les permite acto alguno. Esto es lo que ordenó el mismo Apóstol allí en donde dijo: No reine el pecado en nuestro cuerpo mortal, de suerte que obedezca a sus apetitos; ni prestéis vuestros miembros como armas de iniquidad al pecado23. Luego el Apóstol nos prohibió obedecer a los deseos del pecado. El pecado, ciertamente, obra estos deseos; si le obedecemos, también obramos nosotros. Por el contrario, si, obedeciendo al Apóstol, no les obedecemos a ellos, no obramos nosotros, sino el pecado que habita en nosotros. Si careciésemos de todo movimiento desordenado, ni nosotros ni el pecado obraría en nosotros mal alguno. Con todo, se dice que ejecutamos el movimiento del deseo ilícito, que no obedeciéndolo no obramos nosotros, porque no es incentivo de naturaleza ajena, sino enfermedad de la nuestra. De esta enfermedad nos veremos libres en absoluto cuando seamos inmortales en cuerpo y en alma. Por tanto, como andamos en los caminos del Señor, no obedecemos a los deseos del pecado; y como, por otra parte, no estamos sin pecado, poseemos los deseos del pecado. Por lo mismo, no los obramos nosotros al no obedecerlos, sino el pecado, que habita en nosotros conmoviéndolos, pues los que obran la iniquidad, es decir, los que obedecen a los deseos del pecado, no anduvieron en los caminos del Señor.

2. Pero aún ha de preguntarse qué cosas pedimos que nos sean perdonadas cuando decimos a Dios Perdónanos nuestras deudas: si las que nosotros obramos cuando obedecemos a los deseos del pecado, o si queremos que nos perdone los mismos deseos, que no obramos nosotros, sino el pecado que habita en nosotros. En cuanto alcanzo a vislumbrar, todo el reato de aquella enfermedad y flaqueza de la que proceden los deseos ilícitos, a la cual llama el Apóstol pecado24, se destruyó junto con todo lo que obedeciéndolo habíamos hecho, dicho y pensado, por el sacramento del bautismo, de suerte que en adelante esta flaqueza o enfermedad no nos ha de dañar, aunque radique en nosotros, si no obedecemos jamás a ningún movimiento desordenado de ella, ya sea por pensamiento, por palabra o por obra, hasta que llegue a sanar por completo cuando se cumpla lo que aquí pedimos diciendo: Venga tu reino; o también: Líbranos de mal25. Pero como la vida del hombre sobre la tierra26 es una continua tentación, aunque estemos lejos de cometer delitos, no faltan, sin embargo, ocasiones en las que obedecemos a los deseos del pecado, ya por pensamiento, por palabra o por obra, cuando, vigilando contra los pecados más graves, se introducen a hurtadillas, por no estar prevenidos, algunos pequeños; que, si todos se mancomunan contra nosotros, aun cuando cada uno de por sí no nos destruya con su gravedad, todos juntos, sin embargo, nos sofocan con su muchedumbre. Por éstos dicen también los que andan en los caminos del Señor: Perdónanos nuestras deudas; porque, aun cuando los pecados no pertenecen a los caminos del Señor, la oración y la confesión, sin embargo, se refieren a ellos.

3. Así, pues, en los caminos del Señor, los cuales todos ellos se hallan comprendidos en la fe, por la que se cree en Aquel que justifica al impío27 y que también dijo: Yo soy el camino28, nadie comete pecado; únicamente confiesa. Pues cuando el hombre peca, se aparta del camino; y, por tanto, el pecado cometido, por el que abandonó el camino, no se atribuye al camino, y, por lo mismo, no se cuentan por pecadores en el camino de la fe aquellos a quienes no se les imputa el pecado. Recomendando el apóstol San Pablo la justicia de la fe, demostró que de éstos se escribió en el Salmo: Bienaventurados aquellos a quienes se les remitieron sus iniquidades y encubrieron sus pecados; bienaventurado el varón a quien el Señor no le imputó el pecado29. Esto reportan los caminos del Señor, y como el justo vive de la fe30, aparta de estos caminos la iniquidad, que es infidelidad. Cualquiera que anda por este camino, es decir, por la fe piadosa, o no comete pecado, o, si comete alguno al apartarse, no se le imputa, en atención al camino por el que anda, y se considera como si no lo hubiese cometido. Por tanto, de tal modo se entiende rectamente no anduvieron en los caminos del Señor los que obran la iniquidad, que en esto indicó aquella iniquidad que aparta de la fe o no acerca a ella. En este sentido dijo el Señor de los judíos: Si yo no hubiera venido, no tendrían pecado31. Y no dijo esto porque no tuvieran pecado antes de venir Cristo en carne y comenzaran a tenerlo desde que vino, sino que se refería a determinado pecado, al de la infidelidad, puesto que no creyeron en Él. Así, pues, los que obran la iniquidad, no cualquiera, sino la de la infidelidad, no anduvieron en los caminos del Señor, porque todos los caminos del Señor son misericordia y verdad32, y una y otra se hallan en Cristo, y fuera de El en ninguna parte se encuentran. El apóstol San Pablo dice: Digo, pues, que Cristo fue ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, a fin de afianzar las promesas de los Padres; y que vosotros los gentiles, por la misericordia, glorificáis a Dios33. La misericordia estriba en que nos redimió, y la verdad, en que cumplió lo prometido y cumplirá lo que aún no se ha cumplido y promete. Los que obran la iniquidad, es decir, infidelidad, no anduvieron en los caminos, porque no creyeron en Cristo. Se conviertan y crean piadosamente en Aquel que justifica al impío y en El encontrarán la misericordia al perdonarles sus pecados, y la verdad al cumplirles las promesas; esto es, encontrarán los caminos del Señor. Y, andando en ellos, no obrarán iniquidad, porque no poseerán la infidelidad, sino la fe, que obra por el amor34, y a la cual no se le imputa pecado.

SERMÓN 4

1 [v.4]. ¿Quién es este, carísimos, que dice al Señor: Tú ordenaste que tus mandamientos sean guardados demasiadamente. ¡Ojalá que sean enderezados mis caminos para guardar tus justificaciones! Entonces no seré confundido al mirar todos tus mandamientos. ¿Quién dice esto sino cada uno de los miembros de Cristo, o, mejor dicho, todo el Cuerpo de Cristo? ¿Y qué significa: Tú ordenaste guardar con demasía tus mandamientos? ¿Por ventura quiere decir que mandaste con demasía o que deben guardarse con demasía? De cualquiera de estos dos modos que entendamos, parece contrario a aquella memorable y famosa sentencia: Nada con demasía, que los griegos achacan a sus sabios y los latinos la aplauden. Si es verdad que nada se debe hacer con demasía, ¿cómo lo será también lo que aquí se dice: Tú ordenaste que tus mandamientos sean guardados demasiadamente, siendo así que Dios mandaría algo con exceso; o querría que fuese guardado con demasía, si todo lo excesivo fuese digno de reprensión? ¿O acaso diremos que en nada debe ser tenida la autoridad de los griegos teniendo presente lo que escribió? ¿Por ventura no hizo Dios necia la sabiduría del mundo?35 Y, por tanto, ¿más bien creemos que es falsa la sentencia por la que se dijo: Nada con demasía, que la divina palabra que hemos leído y cantado: Tú ordenaste que tus mandamientos fuesen guardados con demasía, a no ser que la recta razón, y no la altivez de los griegos, nos impida decirlo? Se dice que es demasiado todo lo que es más de lo que conviene. Poco y demasiado son dos palabras contrarias entre sí. Poco es menos de lo que conviene y demasiado es más de lo que conviene; en medio de estos extremos hay un término, que se llama bastante o suficiente. Siendo, pues, útil en la vida y costumbres que no hagamos en absoluto nada más de lo que conviene, debemos confesar más bien que negar que es verdadera la sentencia nada con demasía. Algunas veces en la lengua latina se abusa de esta palabra nimis, de suerte que nimis, con demasía, se emplea por valde, mucho, y en este sentido la encontramos usada en los libros sagrados y en nuestras conversaciones. Pues aquí, tú ordenaste que tus mandamientos se guardasen con demasía debe entenderse, si ha de darse un buen sentido, por mucho. También, al decir a un gran amigo: Con demasía te amo, no queremos dar a entender que le amamos más de lo que conviene, sino mucho. En fin, aquella sentencia griega no emplea la palabra que se lee aquí en el salmo; allí en la sentencia se lee agan, que significa nimis, con demasía; y aquí en el salmo se lee esfodra, que significa valde, mucho. Pero algunas veces, como dijimos, el nimis, con demasía, se emplea por valde, mucho, en la Escritura y en la conversación. De aquí que muchos códices aun latinos no escriben: Tú ordenaste que tus mandamientos se custodiasen "nimis", con demasía, sino valde, mucho. Así, pues, Dios nos mandó mucho esto, y mucho conviene guardar los mandamientos de Dios.

2 [v.5}. Pero atended a lo que añade la humilde piedad o la piadosa humildad y la fe, que recuerda la justicia. ¡Ojalá —dice— que sean enderezados mis caminos para guardar tus justificaciones! Ciertamente que tú mandaste, pero ojalá que se cumpla en mí lo que tú ordenaste. Al oír ojalá, reconoce la voz del que anhela; y, conocida esta voz, despójate de la soberbia presuntuosa. ¿Quién dirá que desea lo que de tal modo se halla a su alcance, que puede hacerlo sin que nadie le ayude? Luego, si el hombre desea tener lo que Dios le manda, ha de rogar a Dios que le dé lo que él manda. ¿Y de quién ha de desearse sino de Aquel por el cual, como Padre de las luces, desciende toda dádiva buena y todo don perfecto36, conforme lo atestigua la Escritura? En atención a aquellos que piensan que Dios únicamente nos ayuda para obrar la justicia haciéndonos conocer sus preceptos, para que conocidos, ya sin ayuda alguna de la gracia de Dios, los cumplamos con sólo las fuerzas de nuestro querer, no manifiesta éste aquí su deseo de enderezar sus caminos para guardar las justificaciones de Dios, sino después de haber recibido los mandamientos ordenándolo El. A esto, pues, pertenece lo que anteriormente dijo: Tú ordenaste que tus mandamientos fuesen guardados con demasía. Esto es como si dijese: Ya he recibido la ley; ya la conozco, porque tú ordenaste que fuesen guardados con demasía tus mandamientos, y tus preceptos son santos, justos y buenos; pero el pecado, por lo bueno (por la ley y el mandato), obra en mí la muerte37, a no ser que me ayude tu gracia. ¡Ojalá, pues, que sean enderezados mis caminos para guardar tus justificaciones!

3 [v.6]. Entonces no seré confundido al mirar todos tus mandamientos. Debe mirarse a los mandamientos de Dios, cuando se leen o se retienen en la memoria, como a un espejo, atendiendo a lo que dice el apóstol Santiago: Si alguno oye la palabra de Dios y no la cumple, ése ha de ser comparado al varón que contempla su cara nativa en un espejo; el cual mira y se aleja, y al instante se olvidó cómo era. Pero el que se pone a mirar en la ley perfecta de la libertad y persevera, no siendo oyente olvidadizo, sino ejecutor de la obra, será bienaventurado en su obrar38. Tal quiere ser éste, es decir, quiere contemplar como en espejo los mandamientos de Dios para no ser confundido, porque no quiere ser sólo oyente de ellos, sino cumplidor. Por lo mismo, anhela enderezar sus caminos para guardar las justificaciones de Dios. ¿Y cómo ha de enderezarlos si no es con la gracia de Dios? De otro modo, tendrá ciertamente la ley de Dios, pero no se regocijará en ella, sino que será confundido, puesto que quiso contemplar los mandamientos que no pone por obra.

4 [v.7]. Te condesaré, Señor, con rectitud de corazón por haber aprendido los juicios de tu justicia. Esta no es confesión de pecados, sido de alabanza; al modo que dijo Aquel que no tenía pecado; Te confesaré, ¡oh Padre, Señor del cielo y de la tierra!39; y como se escribió en el Eclesiástico: Esto diréis en confesión: que todas las obras del Señor son sobremanera buenas40. Te confesaré —dice— con rectitud de corazón. Es decir, si se enderezan mis caminos, te confesaré, porque tú lo hiciste; y esta gloria es tuya, no mía. Entonces confesaré por haber aprendido los juicios de tu justicia, cuando tuviere enderezado el corazón, esto es, mis caminos, para guardar tus justificaciones. Porque ¿de qué me serviría haberlas aprendido, si con un corazón malvado camino por sendas depravadas? Entonces no me alegraría con vuestros juicios, sino que sería acusado por ellos.

5 [v.8]. A. continuación añade. Guardaré tus justificaciones. Todo esto se entrelaza desde lo que dice. ¡Ojalá sean enderezados mis caminos para guardar tus justificaciones; entonces no seré confundido al mirar todos tus mandamientos y te confesaré con rectitud de corazón y guardaré tus justificaciones. Pero ¿cómo prosigue? No me abandones mucho, o como escriben otros códices, hasta con demasía, en lugar de mucho, pues también se escribe en el texto griego esfodra, como si quisiera que Dios le desamparase, pero no mucho. Sin embargo, no hay tal cosa. Sino que, como Dios había desamparado al mundo a causa de los pecados, le hubiera abandonado mucho si no le hubiera aprovechado tan gran medicina; es decir, la gracia de Dios ofrecida por nuestro Señor Jesucristo. Pero ahora no le abandona mucho atendiendo a la oración del Cuerpo de Cristo, porque Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo41. También puede entenderse de otro modo: que estas palabras sean de Aquel que dijo en su abundancia, como confiando en sus fuerzas: No seré conmovido eternamente. Y para demostrarle Dios que por su voluntad, no por mérito personal del hombre, le había dado vigor a su hermosura, apartó de él su rostro y se conturbó42. Y por esto, reconociéndose a sí mismo y no presumiendo ya de sí, exclama: No me desampares mucho. Si me abandonaste, para que se vea lo débil que soy yo sin tu ayuda, que no sea mucho, de modo que perezca. Tú ordenaste que tus mandamientos fuesen guardados con demasía. Ya no me puedo excusar con la ignorancia; pero como soy flaco, ¡ojalá sean enderezados mis caminos para guardar tus justificaciones. Entonces no seré confundido al mirar todos tus mandamientos, entonces confesaré con rectitud de corazón por haber aprendido los juicios de tu justicia, entonces guardaré tus justificaciones; y, si me desamparaste para que no me gloriase en mí, que no sea mucho, y así justificado por ti, me gloriaré en ti.

SERMÓN 5

1 [v.9]. Consideremos, hermanos míos, los versillos de este salmo y, conforme nos vaya concediendo el Señor, examinemos los sagrados escritos. ¿Cómo corrige el joven su camino? Guardando tus palabras. A sí mismo se pregunta y se responde. La pregunta es ésta: ¿Cómo corrige el joven su camino?; la respuesta: Guardando tus palabras. Ha de entenderse aquí por la guarda de las palabras de Dios la ejecución de sus preceptos, pues en vano se guardan en la memoria si no se guardan en la vida práctica. Hay ciertos individuos que aprenden de memoria los preceptos del Señor para que no se les olviden, pero no los ponen en práctica en la vida para corregirse. El salmista no dice: ¿Cómo ejercita el jovencito su memoria?, sino: ¿Cómo corrige el joven su camino? A lo cual responde: Guardando tus palabras. De ningún modo ha de decirse que se corrigió el camino mientras permanezca la vida perversa.

2. Pero este jovencito, ¿qué intenta? Pudo decir; "¿Cómo corrige el hombre su camino?" o: "¿Cómo corrige el varón su camino?", palabra que con frecuencia suele emplear la Escritura para designar la humanidad por el sexo más noble según el modo de hablar en el que se da a conocer el todo por la parte, pues también es feliz la mujer que no se halla en el consejo de los impíos, aun cuando se diga en el Salmo: Bienaventurado el varón43. Aquí no se dijo "el hombre" o "el varón", sino el joven. ¿Por ventura ha de desesperanzarse el anciano o ha de corregir su camino por medio distinto que guardando las palabras de Dios? ¿O es que quizás es una amonestación que principalmente deba hacerse a la edad juvenil, conforme se escribió en otro lugar: Hijo, recibe la doctrina desde la juventud, y encontrarás sabiduría hasta la senectud?44 Esto puede entenderse de otra manera: que aquí se dé a conocer al hijo menor del Evangelio, el cual, habiéndose apartado del padre y marchado a una región lejana, disipó su heredad viviendo licenciosamente con rameras, y, habiendo soportado hambre y miseria, después de haber guardado puercos, volviendo en sí mismo dijo: Me levantaré e iré a mi padre. ¿Cómo, pues, corrigió sus caminos? Custodiando las palabras de Dios, que, hambriento, deseó como pan de su padre. El hermano mayor no tenía por qué corregir su camino, puesto que dijo a su padre: Ve: tantos años ha que te sirvo, y nunca jamás traspasé tu mandato. El joven corrigió su camino, pues de tal modo confesó que lo había depravado y pervertido, que llegó a decir a su Padre; Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo45. Se me ocurre un tercer modo de entender este pasaje, el cual yo, según mis cortos alcances, lo prefiero a los dos anteriores. A saber, que por el anciano se entienda el hombre viejo, y por el joven, el nuevo; que el anciano represente la imagen del hombre terreno, y el joven, la del celeste, porque no es primero lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual46. Luego, aunque alguno sea, en cuanto a la edad del cuerpo, tan decrépito que se halle cargado de años, con todo, será un joven al convertirse a Dios y recibir la novedad de la gracia. Por tanto, este nuevo joven corrige su camino guardando las palabras de Dios. Y la palabra de la fe que predicamos47, dice el Apóstol, ella misma es la fe, que obra por el amor48.

3 [v.10]. Pero atended a lo que añade este joven pueblo, hijo de la gracia, hombre nuevo, cantor del cántico nuevo, heredero del Nuevo Testamento; este joven Abel, no Caín; Isaac, no Ismael; Israel, no Esaú; Efraín, no Manases; Samuel, no Helí; David, no Saúl. Con todo mi corazón —dice— te busqué; no me apartes de tus mandamientos. Ahora ruega ser ayudado para guardar las palabras de Dios, que es con las que había dicho que el joven corrige su camino, ya que esto significa no me apartes de tus mandamientos. Pues ¿qué es ser apartado de Dios sino no ser ayudado? La flaqueza humana no se acopla a sus mandamientos rectos y arduos si la caridad de Dios no le ayuda de antemano. A los que no ayuda, dícese con razón que los rechaza, como prohibiendo a los indignos con espada de fuego que extiendan la mano al árbol de la vida49. Pero ¿quién es digno, desde el momento que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron en él?50 Pero con la misericordia de Dios, que no se nos debía, sana nuestra debida miseria. Porque este que habla y dice: Con todo mi corazón te busqué, ¿cómo hubiera podido decirlo, hallándose apartado, si no le convirtiera a sí Aquel a quien se dice: ¡Oh Dios!, tú, volviendo, nos vivificarás51; si no le buscase, hallándose perdido, y le volviese a Él, estando errante, aquel que dice: Buscaré lo perdido y volveré al camino lo descarriado?52

4 [v.11—12]. De aquí es que éste corrige su camino guardando las palabras de Dios, pero gobernándole y obrando Dios en él; porque no pudiera hacerlo por sí mismo, según lo confiesa y atestigua Jeremías: Sé, Señor, que no está en manos del hombre su camino, ni es del varón el andar y corregir su senda53. También éste deseó anteriormente esto del Señor cuando dijo: ¡Ojalá sean enderezados mis caminos, Pero, añadiendo ahora: En Tu corazón escondí tus palabras para no pecar contra ti, al instante recabó el divino auxilio para no esconder, sin fruto en su corazón, las palabras de Dios por no seguir las obras de justicia. Pues, habiendo dicho lo que acabé de consignar, añadió: Bendito eres, Señor; enséñame tus 'justificaciones. Dijo enséñame al estilo de como las aprenden los que las practican, no como aquellos que las aprenden y se acuerdan de ellas para tener materia de conversación. Ya había dicho: En mi corazón escondí tus palabras para no pecar contra ti. ¿Para qué, pues, intenta ahora aprender las cosas que ya guarda escondidas en su corazón, siendo así que no las hubiera escondido si no las hubiese aprendido? ¿Por qué, pues, añade y dice: Enséñame tus justificaciones, si no es porque quiere aprenderlas para ponerlas por obra y no para retenerlas en la memoria y tener materia de charla? Luego como en otro salmo se lee: El que dio la ley dará la bendición54, así dice en éste: Bendito eres, Señor; enséñame tus justificaciones. Por tanto, como diste la ley y escondí en mi corazón tus palabras para no pecar contra ti, da también la bendición de la gracia para que obrando aprenda lo que ordenaste con palabras. Baste lo dicho para que vuestras mentes se alimenten sin hastío. Las cosas que siguen exigen otro sermón.

SERMÓN 6

1 [v.13]. El comienzo de este sermón sobre el salmo del que venimos tratando será desde el versillo siguiente: Con mis labios anuncié todos los juicios de tu boca. ¿Qué es esto, hermanos? ¿Qué es esto? ¿Quién podrá anunciar todos los juicios de Dios, siendo así que no puede investigarlos? ¿O, por ventura, dudamos exclamar con el Apóstol: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios, cuan inescrutables son sus juicios e investigables sus caminos?55 El Señor dice también: Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no sois capaces de entenderlas. Y aun cuando a continuación les hubiere prometido conocer toda la verdad por medio del Espíritu Santo56, el apóstol San Pablo, sin embargo, exclama: En parte conocemos. Por esto debemos entender que si bien el Espíritu Santo, de quien recibimos la prenda, nos conduce al conocimiento de toda verdad, se conseguirá cuando hubiéremos llegado a la otra vida, después de haber pasado ésta de espejo y sombra y veamos cara a cara57. ¿Cómo dice éste: Con mis labios anuncié todos los juicios de tu boca, siendo así que poco antes, esto es, en el versillo anterior, había dicho: Enséñame tus justificaciones? ¿En virtud de qué anunció todos los juicios de la boca de Dios el que quiere aún aprender sus justificaciones? ¿Acaso conocía ya todos sus juicios y deseaba ya aprender las justificaciones? Pero es más de admirar que conociera ya las cosas inescrutables e ignorase las que ordenó hacer a los hombres. Pues las justificaciones no son dichos, sino actos de justicia, es decir, obras de justos que Dios manda; y se llaman de Dios aun cuando las hagamos nosotros porque no las haríamos si Él no las concediese. Los juicios de Dios son aquellos veredictos con los cuales juzga ahora al mundo y le ha de juzgar al fin de los siglos. Conteniéndose en las palabras de Dios ambas cosas, a saber, las justificaciones y los juicios, ¿por qué desea aún aprender las justificaciones el que dice haber escondido en su corazón las palabras de Dios? Pues dice: En mi corazón escondí tus palabras para no pecar contra ti; y a continuación añadió. Bendito eres, Señor; enséñame tus justificaciones; y a seguido dice: Con mis labios anuncié todos los juicios de tu boca. Ciertamente que no parece se opongan entre sí estos dos pensamientos. ¿Qué digo? Más bien son afines e inseparables, porque es razonable que quien escondió en su corazón las palabras de Dios, anuncie con sus labios sus juicios, pues con el corazón se cree para justicia y con la boca se confiesa para salud58. Pero cómo convenga al hombre que tiene en su corazón las palabras de Dios y que con sus labios anunció todos los juicios de Dios lo que consignó en medio de estos dos pensamientos: Bendito eres, Señor; enséñame tus justificaciones, queriendo, por tanto, aprender todavía las justificaciones de Dios, no aparece tan claro, a no ser que se entienda que quiso aprenderlas para obrar, no para retenerlas en la memoria y hablar; pues esto es lo que declaró que debíamos pedir a Dios, sin el cual nada podemos hacer. Pero esto ya lo hemos tratado antes de éste en otro sermón. Ahora, pues, emprendimos hablar, ayudándonos Dios, de qué modo dijo que anunció con sus labios todos los juicios (salidos) de la boca de Dios, siendo así que se llaman inescrutables y que de su profundidad se escribió en otro lugar: Tus juicios son un profundísimo abismo59.

2. Ved lo que entendemos aquí. ¿Por ventura la Iglesia desconoce los juicios de Dios? Los conoce sin duda. Porque sabe a quiénes ha de decir el juez de vivos y muertos: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino, y a quiénes dirá: Id al fuego eterno60. Diré además que sabe que los fornicadores, los adoradores de ídolos y todos aquellos que enumera el Apóstol en su carta a los Corintios no han de poseer el reino de los cielos61. Sabe también que ha de dar ira, indignación, tribulación y angustias a toda alma del hombre que obra lo malo, del judío primero y después del griego62; y asimismo sabe que ha de dar gloria, y honor, y paz a todo el que obra el bien; primero al judío y después al griego. Estos y otros semejantes juicios de Dios que se expresaron con claridad los conoce la Iglesia. Pero éstos no son todos, puesto que hay algunos inescrutables, profundos y ocultos, como inmensos abismos. Mas estos juicios, ¿no serán conocidos por algunos miembros, los más excelentes de este hombre que con su cabeza, el Salvador, es el Cristo total? Quizás se denominaron inescrutables al hombre porque no puede con sus propias fuerzas investigarlos. Pero ¿por qué no podrá, con el don del Espíritu Santo, investigarlos aquel a quien el Señor se digne concedérselo? Pues también se dijo: Dios habita en luz inaccesible63; y, no obstante, oímos también: Acercaos a Él y seréis iluminados64. Así, pues, esta cuestión se dilucida diciendo que, aunque es inescrutable a nuestras fuerzas, nos llegamos a Él por sus dones. Y, aunque no se haya concedido a ninguno de los santos, mientras el cuerpo corruptible apesga al alma65, conocer en absoluto todos los juicios de Dios, porque, a la verdad, es demasiado para el hombre, cuando ciertamente todos (y, por decir algo, aduciré un ejemplo, por el cual pueda conjeturarse la inmensidad de los juicios de Dios), sin el juicio de Dios, somos de reducida inteligencia o ciegos corporales; con todo, la Iglesia, es decir, el pueblo de adquisición, tiene suficiente motivo para decir, y con verdad: Con mis labios anuncié todos los juicios de tu boca, esto es, no callé ninguno de tus juicios que me hiciste conocer por tus palabras, sino que todos ellos los anuncié por completo con mis labios. Esto me parece a mí que pretendió significar al no decir "todos tus juicios", sino todos los juicios de tu boca, es decir, que me has manifestado. De suerte que por su boca entendamos las palabras que nos dirigió en muchas revelaciones hechas a los santos y en los dos Testamentos. Todos estos juicios no cesa la Iglesia de anunciarlos en todo tiempo con sus labios.

3 [v.14]. A continuación añade y dice: En el camino de tus testimonios me regocije como con todas las riquezas. Ninguna cosa más pronta, más breve, más grande, entendemos por el camino de los testimonios de Dios que Cristo, en el cual se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios66. De aquí que dice éste que se regocijó o se deleitó en este camino como con todas las riquezas. Los testimonios de Dios son aquellos con los cuales se digna probar cuánto nos ama. Y Dios acredita su caridad para con nosotros, porque, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros67. Luego al decir El mismo: Yo soy el camino68, y siendo la humildad de su carnal nacimiento y su pasión evidentísimos testimonios del amor divino que tiene para con nosotros, sin duda Cristo es el camino de los testimonios de Dios. Por estos testimonios que vemos cumplidos en El, esperamos que han de cumplirse para con nosotros los futuros y eternos que se nos prometieron. Porque el que no perdonó a su propio Hijo, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?69

4 [v.15—16}. Prosigue y dice: Hablaré de tus mandamientos y consideraré tus caminos. Lo que consigna el texto griego (adolesjeso), unos intérpretes latinos lo tradujeron por garriam (hablaré), otros por exercebor (me ejercitaré). Estos dos conceptos parecen oponerse entre sí. Pero si esto se entiende como un ejercicio de ingenio con cierto sabor de disputa, ambos concuerdan. Y de los dos se compone una sentencia, de suerte que no es ajena de este ejercicio la garrulería. Suelen llamarse garrulos los locuaces. De este modo se ejercita la Iglesia en los mandamientos; del Señor contra todos los enemigos de la fe católica y cristiana, parlera por las profusas disputas de los doctores, las cuales serán útiles a los que disputan cuando en ellas se consideren únicamente los caminos del Señor, que son, conforme está escrito, la misericordia y la verdad70, las cuales se hallan en Cristo en toda su perfección. Debido a este ejercicio agradable, se ejecuta lo que sigue: Meditaré en tus justificaciones, no olvidaré tus palabras. Ciertamente meditaré para no olvidar. Por esto es bienaventurado aquel varón del salmo primero que dice: Meditaré en la ley del Señor día y noche71.

5. En todo esto que traté como pude, carísimos hermanos, recordemos que aquel que escondió en su corazón las palabras del Señor, y que anuncia con sus labios todos los juicios de su boca, y se deleita en el camino de sus testimonios, como con todas las riquezas, y que, hablando o ejercitándose en sus mandamientos, considera sus caminos y medita en sus justificaciones para no olvidarse de sus palabras, manifestando por todo esto estar instruido en la ley del Señor y su doctrina, con todo, ora y dice: Bendito eres, Señor; enséñame tus justificaciones. En lo cual se entiende que pide únicamente auxilio de la gracia para aprender de obra lo que ya conoce de palabra.

SERMÓN 7

1 [v.17]. Si recordáis, carísimos, las cosas expuestas anteriormente sobre este salmo nos ayudarán para entender las siguientes. En efecto, los miembros que hablan aquí como en persona de un hombre son de Cristo y pertenecen a Él como Cabeza, formando un solo Cuerpo. Este anteriormente dijo: ¿Cómo corrige el joven su camino? Guardando tus palabras. Pues bien, ahora para ejecutarlo pide más claramente auxilio. Retribuye a tu siervo —dice—; viviré y guardaré tus palabras. Si pidió aquí la retribución de un bien por otro bien, entonces diremos que ya había guardado las palabras de Dios. Pero no dijo: "Retribuye a tu siervo, porque guardé tus palabras", como si exigiese una merecida recompensa por el bien de la obediencia, sino que dijo: Retribuye .a tu siervo (y así) viviré y guardaré tus palabras. ¿Y esto qué es sino decir que los muertos no pueden guardarlas, es decir, los infieles, de los cuales se dice: Dejad a los muertos que entierren a los muertos?72 Por tanto, si entendemos por muertos los infieles, y por vivos los fieles, porque el justo vive de la fe73, y sin ella, que obra por el amor74, no pueden ser guardadas las palabras de Dios, entonces ésta es la que pide para sí el que dice: Retribuye a tu siervo; viviré y guardaré tus palabras. Pero como antes de la fe sólo se le deben al hombre males por males, y Dios retribuye por la gracia, que a nadie se debe, bienes por males, esta retribución es la que pide el que dice: Retribuye a tu siervo, (y así) viviré y guardaré tus palabras. Cuatro son los géneros de retribuciones: o se retribuyen males por males, como Dios retribuirá a los impíos con el fuego eterno; o bienes por bienes, como ha de retribuir a los justos con el reino eterno; también se retribuyen bienes por males, así como Cristo por Gracia justifica al impío; o males por bienes, como Judas y los judíos persiguieron a Cristo por perfidia. De estas cuatro clases de retribuciones, las dos primeras, esto es, el retribuir males por males y bienes por bienes, pertenecen a la justicia; la tercera, por la que se dan bienes por males, a la misericordia; la cuarta es en absoluto ajena de Dios, pues jamás da a nadie mal por bien. La que nombré en tercer lugar es la que primeramente se necesita, pues si Dios nos diera bienes por males, no habría en absoluto nadie a quien retribuir bienes por bienes.

2. Contempla a aquel Saulo y después a Pablo: No en virtud de las obras de justicia —dice— que hicimos, sino por su misericordia, nos salvó mediante el lavatorio de la regeneración75; y también: Yo, el que antes fui blasfemo, y perseguidor, y ultrajador, alcancé misericordia, porque, ignorando, lo hice en la incredulidad76; y asimismo: Doy un consejo como quien alcancé misericordia del Señor para ser fiel77, esto es, para vivir, porque el justo vive de la je. Luego estaba muerto por su injusticia antes de que viviera por la gracia de Dios. En efecto, así confiesa él su misma muerte: Llegado el precepto, revivió el pecado, pues yo morí, y se halló que el mandato que se dio para vida fue para muerte78. Luego Dios le retribuyó bien por mal, es decir, vida por muerte. Esta es la retribución que se pide aquí cuando se dice: Retribuye a tu siervo (y así) viviré y guardaré tus palabras. Por ella vivió y guardó sus palabras, y comenzó a pertenecer a otra retribución, en la que se retribuyen bienes por bienes. Con relación a ésta dice: Peleé el buen combate, terminé la carrera, conservé la je; por lo demás, se me guardó la corona de justicia, que me dará en galardón en aquel día el Señor, justo juez79. Ciertamente que es justo retribuyendo bienes por bienes, pero porque primeramente fue misericordioso dando bienes por males. Aunque también la misma justicia con la que se retribuyen bienes por bienes no está desprovista de misericordia, porque también se escribió: Él te corona por conmiseración y misericordia80. Porque ¿cuándo hubiera vencido el que dijo: Peleé el buen combate, si no le hubiera concedido Aquel de quien el mismo Apóstol dice: Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo?81 Y el que terminó la carrera, ¿cómo hubiera corrido, cómo hubiera llegado a la meta, si no le hubiera ayudado Aquel de quien dice: No es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que se compadece?82 Y el que conservó la fe, ¿cómo hubiera podido hacer esto si, como él dice, no hubiera conseguido misericordia para ser fiel?

3. Jamás se engría la humana soberbia, puesto que Dios premia con sus bienes sus propios dones. Pero este que ora ya y dice: Retribuye a tu siervo (y así) viviré, si estuviese muerto del todo, no oraría; pero, con todo, recibió el comienzo del buen deseo de Aquel a quien pide la vida de obediencia. Quienes decían: Señor, acreciéntanos la fe83, esto es, los apóstoles, tenían ciertamente alguna fe, lo mismo que aquel que confesaba su incredulidad y no negaba su fe, ya que, al ser preguntado si creía, contesta: Creo, Señor; ayuda a mi incredulidad84. Por tanto, habiendo comenzado a vivir, pide vida al que creyendo pide obediencia; no premio por haberla cumplido, sino ayuda para cumplirla, ya que, acrecentándosele la vida, va vivificándose en todo tiempo el que se renueva de día en día85.

4 [v.18}. Sabiendo también que las palabras de Dios no pueden guardarse por la obediencia, a no ser que se vean con la inteligencia, añade esto también a su oración, y dice: Retira el velo de mis ojos y consideraré las maravillas de tu ley. Igualmente pertenece a esto lo que añade a continuación: Inquilino soy en la tierra; o como algunos códices dicen: Morador soy en la tierra; no me escondas tus mandamientos. Lo que anteriormente dice: Retira el velo de mis ojos, lo dijo también después al decir: No me escondas tus mandamientos. Y lo que consignó allí: Las maravillas de tu ley, lo repite aquí de otro modo, diciendo: tus mandamientos. Nada hay más admirable en los mandamientos de Dios que amad a vuestros enemigos86, y esto es dar bienes por males. Pero sobre este inquilinato o moramiento no ha de abreviarse el discurso; por lo tanto, no pudiendo ser éste más largo, habrá de esperarse a otro, ayudándonos Dios, en el que se hable de Él como conviene.

SERMÓN 8

1 [v.19]. He de pagar al ansia de vuestra caridad el sermón que debo de lo restante de este gran salmo comenzando por el versillo que dice: Morador soy en la tierra; no me escondas tus mandamientos; o como escriben muchos códices: Inquilino soy en la tierra. Lo que en griego se escribe paroicos, algunos intérpretes latinos lo tradujeron por inquilinus, inquilino; otros, por incola, morador de la tierra; y otros por advena, advenedizo o forastero. Son inquilinos los que no tienen casa propia y habitan en la ajena; los moradores y advenedizos son los extranjeros que vienen de fuera. De aquí se suscita una gran cuestión acerca del alma, puesto que, por lo que se refiere al cuerpo, parece que no puede decirse morador, advenedizo o inquilino soy en la tierra, ya que el cuerpo trae su origen de la tierra. Pero sobre esta cuestión no me atrevo a definir cosa alguna. Pues ya se hubiera podido decir con razón del alma, la cual de ninguna manera debemos pensar que se origina de la tierra, inquilino, morador o advenedizo soy en la tierra; ya se dijere de todo el hombre, porque en algún tiempo fue ciudadano del paraíso, en donde no estaba el que decía estas cosas; o ya se dijere no de todo hombre, lo que está más exento de controversia, sino de aquel a quien se le prometió la eterna patria en los cielos, lo cierto es que la vida humana sobre la tierra es una continua tentación87 y que los hijos de Adán tienen un pesado yugo sobre sí88. A mí me agrada más tratar este asunto conforme al dictamen que entiende que nos llamamos inquilinos o moradores en la tierra porque hemos hallado una patria superior, de la que hemos recibido fianza, y a la que, en llegando, jamás nos apartaremos de ella. Porque aquel que dice en otro salmo: Inquilino soy delante de ti, y peregrino, como todos mis padres89, no dice "como todos los hombres". Por tanto, al decir como todos mis padres, sin duda quiere dar a entender que se trata de los justos que le precedieron en el tiempo y suspiraron en esta peregrinación por la patria eterna con piadoso gemido; de los cuales se escribió en la epístola a los Hebreos: Todos éstos murieron en la je, sin haber recibido las promesas, sino que, viéndolas y saludándolas de lejos, condesaron que son huéspedes y peregrinos sobre la tierra. Los que dicen tal cosa declaran que buscan la patria, pues, si se hubieran acordado de aquellas que habían abandonado, hubieran tenido tiempo de regresar; pero ahora apetecen una mejor, esto es, la celeste, y por esto Dios no se avergüenza de ser y de llamarse Dios de ellos, pues les preparó ciudad90. También aquello que leemos: Mientras estamos avecindados en el cuerpo, somos forasteros del Señor, puede entenderse que no se dice de todos, sino de los fieles. Porque la fe no es de todos91. Además, observamos lo que añade el Apóstol a estas palabras, ya que, habiendo dicho: Mientras estamos avecindados en el cuerpo, somos forasteros del Señor, escribe a continuación: como que caminamos por la je, no por la visión92, para que entendiésemos que esta peregrinación es de aquellos que caminan por la fe. Los infieles que Dios no previo ni predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo93 no pueden llamarse en realidad de verdad peregrinos en la tierra, ya que, estando allí en donde nacieron según la carne, no tienen ciudad en otra parte, y, por tanto, no están en la tierra como peregrinos, sino como hijos de ella. De aquí que dice la Escritura acerca de uno de ellos: Puso en la muerte su casa, y en los infiernos sus quicios con los hijos de la tierra94. Con todo, también son estos mismos peregrinos e inquilinos, mas no tocante a esta tierra, sino al pueblo de Dios, del que son extraños. De aquí que el apóstol San Pablo dice a los creyentes y a los que comienzan a participar de la santa ciudad, que no es de este mundo: Ya no sois peregrinos e inquilinos, sino que sois conciudadanos de los santos y domésticos de Dios95. Luego son ciudadanos de la tierra los que son peregrinos del pueblo de Dios; pero los que son ciudadanos del pueblo de Dios son peregrinos en la tierra, porque todo este pueblo, mientras está avecindado en el cuerpo, peregrina hacia Dios. Diga, pues: Peregrino soy en la tierra; no me escondas tus mandamientos.

2. Pero ¿quiénes son aquellos a quienes oculta Dios sus mandamientos? ¿Por ventura no quiso Dios que se predicasen en todas partes? ¡Ojalá que, siendo tan evidentes a muchos, sean igualmente amados por muchos! Pues ¿qué cosa más clara que amarás al Señor, Dios tuyo, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y amarás a tu prójimo como a ti mismo, en cuyos dos mandamientos se basa la ley y los profetas?96 ¿A quién son desconocidos estos mandamientos? Todos los fieles y muchos infieles los conocen. ¿Por qué, pues, pide el fiel que no se le oculte a él lo que ve que no se le oculta al infiel? ¿Acaso será porque difícilmente se conoce a Dios, y, por consiguiente, es razonable que asimismo se entienda con dificultad amarás al Señor, Dios tuyo, puesto que puede amarse una cosa por otra? El conocimiento del prójimo es, sin duda, más fácil, ya que todo hombre es prójimo del hombre, y no debe pensarse en ninguna especie lejana en donde la naturaleza es común. Aun cuando no conocía al prójimo el que dijo al Señor: Quién es mi prójimo, sin embargo, cuando se le propuso a cierto hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó y que cayó en manos de los ladrones, el mismo hombre que había preguntado97, al ver que únicamente se comportó como prójimo aquel que ejecutó la misericordia con él, descubrió que quien ama al prójimo, a ninguno debe considerar extraño para obrar misericordia con él. Pero muchos ni a sí mismos se conocen, puesto que el conocerse a sí mismo, conforme debe conocerse el hombre, no es de todos los hombres; es cosa de pocos. Luego ¿cómo amará al prójimo como a sí mismo el que se desconoce a sí mismo? El hijo menor que marchó a una región lejana, en la que disipó toda su hacienda viviendo libertinamente, no en vano primero volvió sobre sí mismo, diciendo: Me levantaré e iré a mi padre, puesto que marchó tan lejos, que se había apartado de sí mismo98. Sin embargo, no hubiera vuelto a sí si en absoluto se desconociera; ni hubiera dicho: Me levantaré e iré a mi padre, si por completo desconociera a Dios. De aquí que estas cosas se conocen hasta cierto punto; pero para conocerlas más y más, con razón se pide conocimiento. Por tanto, para que sepamos amar a Dios, ha de conocérsele; y para que el hombre sepa amar al prójimo como a sí mismo, debe primeramente, amando a Dios, amarse a sí mismo. ¿Y cómo podrá hacer esto si desconoce a Dios, si se ignora a sí mismo? Con razón se dice a Dios: Morador soy en la tierra; no me ocultes tus mandamientos. Justamente se ocultan estos mandamientos a los que no son moradores en la tierra, porque, aun cuando los oigan, no los entienden, ya que sólo perciben las cosas terrenas. Sin embargo, aquellos que tienen puesto su trato en el cielo99, sin duda peregrinan en tanto en cuanto habitan en la tierra. Pidan, pues, que no se les escondan los mandamientos de Dios, por los cuales se libren de este inquilinato amando a Dios, con quien vivirán eternamente, y amando al prójimo, para que esté allí en donde ellos han de estar.

3 [v.20]. ¿Qué cosa se ama amando si no se ama el amor? De aquí que con toda razón este morador en la tierra, habiendo pedido que no se le ocultasen los mandamientos de Dios, en los cuales sólo o principalmente se prescribe el amor, publica a voz en cuello que quiere tener amor al amor, diciendo: Mi alma deseó codiciar tus justificaciones en todo tiempo. Esta codicia es laudable, no vituperable. Pues no se dijo de ella no codiciarás100, sino de aquella por la que codicia la carne contra el espíritu101. Busca algún testimonio en el que se consigne esta codicia buena, con la cual codicie el espíritu contra la carne, y lo hallarás en donde se dice: La codicia de la sabiduría conduce al reino102; y no hallarás sólo éste, sino otros muchos que confirmen la excelencia de esta buena codicia. Pero interesa saber que, cuando se conmemora la buena codicia, se expresa lo codiciado; mas, cuando no se indica lo codiciado, sino que se consigna únicamente la codicia, entonces se entiende la mala. Si en el testimonio aducido: La codicia de la sabiduría conduce al reino, no se hubiera añadido de la sabiduría, de ninguna manera hubiera dicho: La codicia conduce al reino. Por el contrario, cuando el Apóstol escribió: Yo no conocería la codicia si la ley no dijese no codicies103, al no consignar la cosa codiciada o lo que no debes codiciar, sólo entendió la mala codicia al hablar de este modo. Luego ¿qué codició el alma de éste? Desear —dice— tus justificaciones en todo tiempo. Pienso que aún no las deseaba, ya que codició desearlas. Las justificaciones son los hechos justos, es decir, las obras de justicia. Por tanto, si aún no las posee el que las desea, ¡cuán apartado estaba de ellas el que aún codiciaba desearlas!, ¡y cuánto más distantes se hallan de ellas quienes ni aun esto codician!

4. Es admirable que se codicie el deseo y que no esté en nosotros cuando ya está en nosotros la codicia de él. El deseo no es un cuerpo hermoso, como el oro; o una mujer bella, que el hombre puede codiciar y no poseer, porque no se halla al alcance del hombre. ¿Quién ignora que la codicia y el deseo están en el hombre? Entonces ¿por qué se apetece tenerlo, como si viniere de fuera? ¿O cómo puede tenerse codicia de él sin tenerlo, siendo así que él no es más que codicia? Pues desear sin duda es codiciar. ¿Qué enfermedad tan admirable e inexplicable es ésta? Y, sin embargo, existe. El enfermo que padece fastidio y quiere echar de sí este mal, codicia o apetece desear el alimento cuando codicia no tener fastidio; pero este fastidio es enfermedad del cuerpo. La codicia por la que codicia desear el alimento es carecer de fastidio, y se halla en el alma, no en el cuerpo; y la posee no el deleite de la garganta y de las fauces, que se aminora con el fastidio, sino el incentivo de la recuperación de la salud, con el cual se provee a apartar el fastidio del alimento. Por esto no es de admirar que apetezca el ánimo para que apetezca el cuerpo cuando apetece el alma y no apetece el cuerpo. Pero cuando ambos apetitos se hallan en el alma y entrambos son codicia, ¿por qué codició el deseo de las justificaciones de Dios? ¿Cómo tengo en una y la misma alma la codicia de este deseo y no tengo el mismo deseo? ¿O cómo estas cosas son dos y no una sola? ¿Por qué codició desear las justificaciones y no codició más bien las justificaciones que el deseo de ellas? ¿O por qué razón pudo codiciar el deseo de las justificaciones y no codiciar las mismas justificaciones, siendo así que codició el deseo de ellas, porque deseó tenerlas? Si esto es así, ya las codició. ¿Qué necesidad hay de codiciar el deseo de ellas, cuando ya lo tengo y percibo que lo tengo? Pues no podría codiciar el deseo de justicia si no es codiciando la justicia. ¿Será, por ventura, esto lo que dije anteriormente, que debe ser amado el amor con el cual se ama lo que conviene amarse, así como ha de aborrecerse el amor con el que se ama lo que no es lícito amar? Efectivamente, aborrecemos a la codicia con la que la carne codicia contra el espíritu; pues ¿qué es esta codicia sino un mal amor? Sin embargo, amamos la codicia con la que el espíritu codicia contra la carne, porque ¿qué es esta codicia sino un amor bueno? Cuando se dice que debe ser amada, ¿qué otra cosa se dice sino que debe ser codiciada? Por tanto, como rectamente se codician las justificaciones de Dios, rectamente también se codicia la codicia de las mismas justificaciones de Dios, rectamente se ama el amor de estas justificaciones. ¿O, por ventura, codiciar es cosa distinta de desear? Mas no porque el deseo no sea codiciar, sino porque no toda codicia es deseo. Pues se codician las cosas que se tienen y las que no se tienen, y, codiciando, goza el hombre de las cosas que posee; pero, deseando, codicia las que le faltan. Luego ¿qué es el deseo? Una codicia de las cosas que faltan. Pero las justificaciones de Dios, ¿cuándo pueden faltar o hallarse ausentes si no es cuando se ignoran? ¿O es que también han de reputarse ausentes cuando se conocen y no se practican? Las justificaciones no son palabras, sino obras buenas; por tanto, pueden no desearse debido a la enfermedad del alma, y, no obstante, por la mente, en la que se ve cuan útiles y saludables son, puede codiciarse el deseo de ellas. Con frecuencia vemos qué se debe hacer y no obramos, porque no nos deleita el obrar, aunque deseamos que deleite. El entendimiento se anticipa volando, pero el humano y débil afecto se mueve con lentitud y algunas veces no se mueve. Por esto codiciaba desear lo que discernía que era bueno, deseando tener el amor de las cosas de las que pudo ver su conveniencia.

5. No dice "codicia", sino codició mi alma desear tus justificaciones. Quizás este morador en la tierra era tal, que ya hubiera llegado a conseguir lo que había codiciado, y, por tanto, deseaba las justificaciones, cuyo deseo codició en otro tiempo, según conmemora. Pero si las deseaba, ¿por qué no las tenía? Pues nada impide, en verdad, tener las justificaciones de Dios si no es el no desearlas cuando brilla su amor y falta el amor hacia ellas. Pero ¿acaso las tenía y las cumplía, ya que dice poco después: Tu siervo se ejercitaba en tus justificaciones, y, por tanto, sólo declara los grados por los que se llega a ellas? Primero es necesario saber cuan útiles y decorosas son; después, que se codicie su deseo; y, por fin, que, aumentando la luz y la sanidad, deleite el ejercicio de aquellas cosas de las que se deleitaba el solo conocimiento de ellas. Las cosas que siguen, como este sermón ya es largo, se tratarán más oportunamente en otro, ayudándonos el Señor.

SERMÓN 9

1 [v.21]. Las cosas que siguen y han de tratarse en este salmo nos aconsejan que recordemos la causa de nuestra miseria. Efectivamente, después de decir: Mi alma codició desear en todo tiempo tus justificaciones, tanto en los acontecimientos prósperos como en los adversos, porque la justicia debe deleitarnos también en los trabajos y en los sufrimientos, y no la debemos amar únicamente en la bonanza y abandonarla en la adversidad, sino que en todo tiempo debe ser abrazada, a continuación añade: Increpaste a los soberbios; malditos los que se desvían de tus mandamientos. Los soberbios se alejan de los mandamientos de Dios. Una cosa es no cumplir los mandamientos de Dios por flaqueza o ignorancia, y otra apartarse de ellos por soberbia, como lo hicieron los que nos engendraron mortalmente para estos males. Pues les deleitó el seréis como dioses, y así por la soberbia se desviaron del precepto de Dios, que no ignoraban habérselo puesto el Señor, y que facilísimamente podrían haberlo cumplido sin debilidad alguna disuadente, impediente o retardante. He aquí cómo toda esta pesada e infeliz desgracia de los mortales viene a ser, en cierto modo, una hereditaria increpación de los soberbios. Cuando Dios dijo a Adán: ¿En dónde estás?104, no ignoraba en dónde estaba, sino que como a soberbio le increpaba; y no anhelaba saber en dónde se hallaba entonces, es decir, a qué miseria vino a parar, sino que, increpándole con la pregunta, se la hacía ver. Observa cómo, habiendo dicho: Increpaste a los soberbios, no añadió: Malditos los que se apartaron de tus preceptos, como si se acordase únicamente de aquel solo pecado de los primeros hombres, sino que dice: Malditos los que se apartan. Convenía, pues, que todos se atemorizasen con aquel ejemplo para que no se apartasen del cumplimiento de los preceptos divinos, y así, amando la justicia en todo tiempo, recibiésemos, en medio de los sufrimientos de este mundo, lo que perdimos en las delicias del paraíso.

2[v.22]. Pero como los soberbios ni aun con tan gran increpación doblegan la cerviz; es más, hallándose abatidos con el suplicio de los sufrimientos y de la muerte, se engríen con la hinchazón de la soberbia, imitando la altivez de los que caen y burlándose de la humildad de los que se levantan, ruega por ellos el cuerpo de Cristo cuando dice: Aparta de mí el oprobio y el menosprecio, porque inquirí tus testimonios. En griego, los testimonios se denominan martirios. En latín se usa ya esta palabra. Por esto, quienes fueron humillados con diversos sufrimientos por el testimonio de Cristo y pelearon por la verdad hasta la muerte, no son llamados testes (testigos), como pudiéramos hacerlo en latín, sino mártires en lengua griega. Como oís esta palabra griega más familiarmente y con más gusto, tomemos las palabras anteriores como si se dijera: Aparte de mí el oprobio y el menosprecio, porque inquirí tus martirios. Al decir esto el Cuerpo de Cristo, ¿por ventura reputará como pena oír el oprobio y el desprecio infligido por los soberbios e impíos, siendo así que más bien por ellos llega a recibir la corona? ¿Por qué, pues, pide que le sea quitado como algo grave e intolerable? Porque, como dije, ruega por sus enemigos, para quienes ve que es dañoso que echen en cara a los cristianos como oprobio el nombre de Cristo, y su cruz, que fue despreciada por los judíos y que es la universal medicina de la humanidad cristiana, por la cual únicamente se sana de aquella hinchazón, por la que, soberbios, caímos, y, caídos, nos entumecimos aún más, persistiendo y acrecentándose la misma soberbia tenida en poco. Diga, pues, el Cuerpo de Cristo, puesto que ya aprendió a amar a sus enemigos; diga a su Señor Dios: Aparta de mí el oprobio y el menosprecio, porque inquirí tus martirios; es decir, aparta de mí el oprobio que oigo y el desprecio con que soy vilipendiado, porque busqué tus martirios; pues mis enemigos, a quienes me mandas amar, que mueren y perecen más y más cada día despreciando y recriminando tus martirios en mí, sin duda revivirán y encontrarán el camino si veneran tus martirios en mí. Así sucedió y lo comprobamos. Ved que el martirio de Cristo no sólo ya no es oprobio entre los hombres en este mundo, sino que es un gran distintivo. Ved que ya no sólo ante el Señor, sino también ante los hombres, es preciosa la muerte de sus santos105. Ved que no sólo ya no son despreciados sus mártires, sino que son venerados con grandes honores. Ved a aquel hijo joven, que por los puercos que apacentaba, es decir, por los demonios que adoraba, iba, en pos de su precedente partecilla de persecución, contra los pocos cristianos, cómo revive después de haber muerto y es encontrado después de haber perecido, y se halla ya predicando con gran fervor en muchos y grandes pueblos de gentiles, ensalzando con las más encarecidas alabanzas a los mártires a quienes en otro tiempo infirió el oprobio y desprecio106. El Cuerpo de Cristo, por este tan inmenso fruto de corrección, de conversión y de redención de sus enemigos, dijo a Dios: Aparta de mí el oprobio y el desprecio; y como si se le preguntase por qué se le infería el oprobio y el desprecio, añade: porque busqué tus martirios.

3 [v.23—24]. ¿En dónde se halla ahora aquel oprobio, en dónde aquel menosprecio? Se alejaron y pasaron; y porque fueron encontrados los que habían perecido, perecieron también el oprobio y el menosprecio. Mas, cuando la Iglesia hacía estas plegarias, los sufría, pues los príncipes—dice—se sentaron y hablaron contra mí. De aquí que era grave la persecución, puesto que los príncipes la declaraban sentados, es decir, dotados de eminente potestad judiciaria. Aplica esto a la Cabeza, y verás que los príncipes de los judíos se sentaron buscando un motivo para perder a Cristo107. Aplícalo a su Cuerpo, es decir, a la Iglesia, y hallarás que los reyes de la tierra discurrieron y decretaron el modo de acabar con los cristianos. Efectivamente, los príncipes se sentaron y hablaron contra mí; pero tu siervo se ejercitaba en tus justificaciones. Si deseas conocer cuál fue este ejercicio, atiende a lo que sigue:

Porque mi meditación son tus testimonios, y mi designio tus justificaciones. Recuerda lo que anteriormente consigné: que los testimonios son los martirios. Acuérdate también que, entre las justificaciones del Señor, ninguna hay más difícil y admirable como amar cada hombre a sus propios enemigos. Con todo, el Cuerpo de Cristo de tal modo se ejercitaba en esto, que meditaba en sus martirios y amaba a los que le perseguían con oprobios y desprecios por sus mismos martirios. Pues no oraba por sí, como ya recordé, sino más bien por ellos al decir: Aparta de mí el oprobio y el desprecio, pues los príncipes hablaban contra mí; pero tu siervo se ejercitaba en tus justificaciones. ¿De qué modo? Siendo mi meditación tus testimonios, tus martirios, tus justificaciones mi designio. Designio que se opone a otro designio. El designio de los príncipes que se sentaron fue perder a los encontrados testigos, a los mártires; el designio de los pacientes mártires fue ganar a los perdidos enemigos. Aquéllos devolvían males por bienes; éstos, bienes por males. ¿Por qué nos admiramos de que aquéllos matando se acabasen y éstos muriendo viviesen? ¿De qué nos admiramos de que los mártires recibiesen con paciencia la muerte temporal al encruelecerse los gentiles, y los gentiles, orando los mártires, pudieron alcanzar la vida eterna, siendo así que el Cuerpo de Cristo se ejercita meditando los martirios y pidiendo bienes para los perversos perseguidores de los mártires?

SERMÓN 10

1 [v.25]. Se prosigue considerando, conforme nos concede el Señor, lo que debemos tratar en este gran salmo. Se pegó al suelo mi alma; vivifícame según tu palabra. ¿Qué significa se pegó al suelo mi alma? Al añadir y decir: vivifícame según tu palabra, expresa por qué pide que sea vivificada su alma: mi alma se pegó al suelo. Luego, si pide ser vivificado porque se pegó al suelo su alma, no es de extrañar que quiera se entienda aquí algo malo. Efectivamente, toda esta sentencia viene a decir: Estoy muerto; vivifícame. ¿Qué es el suelo? Si consideramos el mundo como una gran casa, tendremos que el cielo es su techo, y la tierra su suelo. Así, pues, por lo que dijo, pretendió separarse de lo terreno y decir con el Apóstol: Nuestro trato está en el cielo108. Por tanto, estar pegado a las cosas terrenas es la muerte del alma; y como remedio efectivo para este mal se pide la vida cuando se dice: vivifícame.

2. Pero ha de examinarse si convienen estas palabras al que anteriormente había dicho otras por las que parece se pegó más a Dios que al suelo, puesto que su trato no se hallaba en tierra, sino en el cielo. Porque ¿cómo puede entenderse que se pegó a las cosas terrenas el que poco antes dice: Tu siervo se ejercitaba en tus justificaciones, porque tus testimonios son mi meditación, y tus justificaciones mi designio? Estas son, ciertamente, sus palabras antecedentes, a las cuales siguen: Mi alma se pegó al suelo. ¿Acaso debemos entender por esto que por mucho que alguno adelante en las justificaciones del Señor, con todo, no ha de carecer de la inclinación de la carne mortal hacia las cosas terrenas, en medio de las cuales la vida humana es una continua tentación sobre la tierra109; y que, si adelanta continuamente, revive todos los días de esta muerte, vivificándole Aquel con cuya gracia se renueva nuestro hombre interior de día en día?110 Cuando el Apóstol decía: Mientras estamos avecindados en el cuerpo, peregrinamos hacia el Señor111, y deseaba morir y estar con Cristo112, tenía pegada su alma al suelo. Por tanto, rectamente puede entenderse por suelo el mismo cuerpo, ya que procede de la tierra; en el cual, por ser aún corruptible y entorpecer al alma113, se gime y se dice a Dios: Mi alma se pegó al suelo; vivifícame según tu palabra. Con todo, ha de llegar algún tiempo en que estemos con nuestros cuerpos siempre con Dios114. Pero entonces, como ya no serán corruptibles, si lo consideramos con diligencia, ni agravarán al alma, ni estaremos pegados nosotros a ellos, sino más bien ellos estarán pegados a nosotros, y nosotros a Dios. De aquí que se dice en otro salmo: Es un bien para mí adherirme a Dios115. Así, pues, los cuerpos vivan por nosotros, estando unidos a nosotros; y nosotros vivamos por Dios, porque nos es un bien estar unidos a Él. A mí me parece que esta unión, de la que se dice se pegó al suelo mi alma, no significa la unión del cuerpo y el alma, aunque algunos la entendieron así; sino más bien el afecto carnal del alma, por el cual la carne codicia contra el espíritu116. Si esto es así, sin duda el que dice: Se pegó al suelo mi alma; vivifícame según tu palabra, no pide ser libertado del cuerpo de esta muerte por la muerte del cuerpo, lo cual tendrá lugar el último día de esta vida, que, por ser breve, no puede estar muy distante, sino que disminuya cuanto sea posible la codicia por la que se codicia contra el espíritu y aumente cada vez más la codicia que codicia contra la carne, hasta que aquélla queda aniquilada en nosotros y ésta se perfeccione por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.

3 [v.26]. No dijo, y con razón: Vivifícame según mi mérito, sino según tu palabra. Y esto, ¿qué es sino "según tu promesa"? Quiere ser hijo de la promesa, no de la soberbia, para que por la gracia sea firme la promesa a toda la descendencia. Pues ésta es la palabra de promisión: En Isaac te será bendecido el linaje. Esto es, no son los hijos de la carne hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son los contados por descendencia117. Así, pues, confiesa lo que él era por sí mismo en lo que sigue: Te manifesté "mis" caminos, y me oíste. Muchos códices escriben "tus" caminos; pero otros muchos, y principalmente los griegos, "mis" caminos, es decir, los malos. A mí me parece que dice: "Confesé mis pecados, y me oíste", es decir, y me los perdonaste. Enséñame tus justificaciones. Confesé mis caminos; los destruiste; enséñame los tuyos. Enséñame de suerte que obre, no que aprenda únicamente lo que debo hacer. Así como se dijo del Señor que no conocía el pecado118, y se entendía que no lo había cometido, así ha de decirse que conoce verdaderamente la justicia aquel que la practica. Esta es oración del que aprovecha. Porque, si ciertamente en modo alguno la hubiese practicado, sin duda no diría lo anterior: Tu siervo se ejercitaba en tus justificaciones. Luego no quiere aprender del Señor las justificaciones en las cuales se ejercitaba, sino que desea, aprovechando y creciendo, pasar de éstas a otras.

4 [v.27—28]. A continuación añade y dice: Insinúame el camino de tus justicias; o como no pocos códices escriben: Instrúyeme; lo cual, traducido del griego, se dice con más precisión: Hazme entender. Y me ejercitaré en tus maravillas. Llama maravillas de Dios a las justificaciones más grandes que anhela aprender aprovechando. Hay justificaciones de Dios tan maravillosas, que quienes no las experimentan piensan que no puede llegar a ellas la flaqueza humana. De aquí que éste, trabajando y fatigado en cierto modo por esta dificultad, añade: Mi alma se adormeció por el hastío; fortifícame con tus palabras. ¿Qué quiere decir se adormeció? Se entibió en la esperanza, por la que creía que las había de conseguir. Pero fortifícame —dice— con tus palabras para que no pierda, adormitándome, aquellas que percibo haber adquirido. Fortifícame con tus palabras en las que ya tengo y práctico para que pueda, aprovechando, pasar de éstas a otras.

5 [v.29]. ¿Y qué es lo que en el camino de las justificaciones de Dios entorpece progresar, de tal modo que el hombre pueda llegar a otras maravillas? ¿Qué ha de ser sino lo que pide en el siguiente versillo que le sea apartado de él, diciendo: Aparta de mí el camino de la iniquidad? Y como la ley de los hechos se introdujo, de suerte que abundó el delito119, prosigue y dice: Por tu ley compadécete de mí. ¿Por qué ley? Por la ley de la fe. Oye al Apóstol: ¿En dónde está, pues, el gloriarse? Excluido ha sido. ¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? No por cierto, sino por la de la fe120. La ley de la fe es aquella por la que pedimos y creemos que nos ha de ser dado por la gracia que hagamos lo que no podemos ejecutar por nosotros; no suceda que, desconociendo la justicia de Dios, queriendo establecer la nuestra, no nos sometamos a la justicia de Dios. De este modo, en la ley de los hechos se halla la justicia de Dios, que manda; y en la ley de la fe, la misericordia de Dios, que socorre.

6 [v.30—32]. Después de haber dicho: Y por tu ley compadécete de mí, determina o señala en cierta manera, si así puede decirse, los beneficios que ya consiguió, a fin de impetrar otros que aún no ha conseguido, pues dice: Elegí el camino de la verdad. No me olvidé de tus juicios. Me uní a tus testimonios, Señor; no me confundas. Es decir, elegí el camino de la verdad en donde correr; no me olvidé de tus juicios para correr; me uní a tus testimonios para que siga por donde corro y llegue a donde intento, porque no depende esto del que quiere ni del que corre sino de Dios, que se compadece121. Después prosigue, diciendo: Corrí el camino de tus mandamientos al ensanchar tú mi corazón. No hubiera corrido si no hubieses dilatado tú mi corazón. Sin duda, en este versillo expone la razón de haber dicho: Elegí el camino de la verdad; no me olvidé de tus juicios; me uní a tus testimonios. Este camino es el de los mandamientos de Dios. Pero como más bien expone al Señor sus beneficios que sus propios méritos, como si se le preguntase: ¿Cómo corriste el camino? ¿Eligiendo, no olvidando los juicios de Dios, y uniéndote a sus testimonios? ¿Acaso pudiste hacer por ti mismo estas cosas? Responde: "No". Entonces ¿cómo? Corrí —dice— el camino de tus mandamientos cuando dilataste mi corazón. Es decir, no lo hice por mi propio querer, como si no necesitase de ningún auxilio tuyo, sino que lo ejecuté cuando ensanchaste mi corazón. El ensanchamiento del corazón es el deleite de la justicia; y éste es un don que Dios nos concede para que no nos encojamos en sus preceptos por el temor de la pena, sino que nos ensanchemos con el amor y la complacencia de la justicia. Este ensanchamiento de él nos lo promete cuando dice: Habitaré en ellos y andaré en medio de ellos122. ¡Qué ancho es el lugar en donde Dios pasea! En esta anchura se difunde la caridad en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado123. De aquí que se dijo: Corran tus aguas por tus plazas124. La palabra latina platea, plaza, se deriva del griego plati, que significa anchura. Estas son las aguas de las que el Señor exclama: El que tenga sed, que venga a mí. El que cree en mí, ríos de agua viva manarán de su vientre. Declarando esta sentencia el evangelista, dice: Y esto lo decía del Espíritu, que habían de recibir los que habían de creer en El125. Muchas cosas se pudieran decir sobre esta anchura del corazón, pero se opone a ello la extensión de este sermón.