SALMO 90 II

Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero, OSA

Sermón al pueblo 2

Hipona. Cuaresma del 412

1. No me cabe duda, queridos hermanos, de que todos los que habéis asistido ayer a mi sermón, recordaréis que, por falta de tiempo, no pude terminar el salmo que había comenzado a comentar, por lo cual postergué para hoy una parte del salmo. Los que estabais lo recordáis, y quienes estuvisteis ausentes, sabedlo. Por este motivo hemos leído hoy el mismo pasaje del Evangelio que ayer, donde se narra que el Señor fue tentado con las mismas palabras del salmo que acabáis ahora de escuchar. Cristo fue tentado para que no fuera vencido el cristiano por el tentador. Él, el Maestro, quiso ser tentado en todos los aspectos en que nosotros somos tentados; como también quiso morir porque nosotros morimos; y quiso resucitar porque nosotros hemos de resucitar. Todo lo que mostró en su humanidad quien se hizo hombre por nosotros; al ser Dios, por quien hemos sido creados, lo realizó por nosotros, para darnos ejemplo. Esto ya lo he repetido a vuestra Caridad varias veces, y no me disgusta hacerlo ahora una vez más. Porque muchos de vosotros, que no lo podéis leer, sea por falta de tiempo, o porque no lo sabéis hacer, al oírlo con frecuencia, no olvidéis la doctrina de vuestra fe salvífica. Es verdad que algunos, al repetirlo, pueden sentirse molestos; pero no me preocupo, con tal de fortalecer a otros en la fe. Sé que muchos gozan de una buena memoria, y que conocen lo que voy a decir, por haber dedicado tiempo a la divina lectura, y que esperan de mí que diga cosas que ignoran; pero si son más veloces, más ligeros, recuerden que su camino es en compañía de otros, más lentos. Y cuando dos compañeros van por el mismo camino, y uno es más veloz y el otro más lento, está en poder del más veloz el hacer que los dos vayan juntos, cosa que no puede lograr el más lento, ya que no será capaz de seguir al ritmo del más veloz. Luego debe el más ligero frenar su marcha para no dejar sin compañía al más lento. Es lo que os he dicho y repetido muchas veces, y ahora lo vuelvo a decir, como dice el Apóstol: Repetiros lo ya dicho otras veces, a mí no me cuesta nada, y a vosotros os da seguridad1. El Señor Jesucristo, hombre perfecto en su totalidad, es cabeza y cuerpo. Reconocemos la Cabeza en aquel hombre que nació de María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue sepultado, resucitó, ascendió al cielo, está sentado a la derecha del Padre, desde donde lo esperamos que venga como juez de vivos y muertos; éste es la Cabeza de la Iglesia2. El cuerpo de esta cabeza es la Iglesia; no sólo la que reside en este lugar, sino la que está extendida por toda la tierra, ni sólo la que existe en este tiempo, sino la que ya existía desde los tiempos de Abel, hasta los que han de nacer y creer hasta el fin del mundo; es decir la Iglesia es todo el pueblo de los santos que pertenecen a la única y misma ciudad. Esta ciudad es el Cuerpo de Cristo, y su Cabeza es Cristo. También forman parte de ella los ángeles, nuestros conciudadanos; con una diferencia, y es que mientras nosotros estamos peregrinando, exiliados y sufriendo, ellos están ya en la ciudad y esperan nuestra llegada. De aquella ciudad, a la que nosotros peregrinamos exiliados, nos han llegado unas cartas: son las santas Escrituras, que nos exhortan a vivir bien. Pero ¿qué digo? ¿Qué nos llegado unas cartas? El mismo rey ha descendido y se nos ha hecho para nosotros camino este destierro; de manera que caminando en él, no nos equivoquemos ni desfallezcamos, ni caigamos en manos de los ladrones, ni nos dejemos atrapar por las trampas colocadas al borde del camino. Debemos, pues, conocer a este Cristo: el Cristo total y universal, junto con la Iglesia; a él solo, el nacido de la Virgen María, y que es cabeza de la Iglesia, es decir, mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús3; mediador para que los apartados de Dios, en él se reconciliaran. El mediador se halla únicamente entre las dos partes. Nos habíamos apartado de la majestad de Dios, y le habíamos ofendido con nuestros pecados. Fue enviado el Hijo como mediador, a fin de que pagase, con su sangre, la deuda de nuestros pecados, que nos tenían alejados de Dios. Y así, colocándose él en medio, nos acercase y reconciliara con aquel de quien estábamos alejados por nuestros pecados y delitos. Él es nuestra Cabeza, él es Dios igual al Padre; él es la Palabra de Dios, por la cual fueron hechas todas las cosas4. Es Dios para crear, y hombre para restaurar; Dios para formar, y hombre para reformar. Mirándolo así a él, escuchemos el salmo. Ponga atención vuestra Caridad. La enseñanza y la doctrina de esta lección es tal, que os debe servir para comprender no sólo un salmo, sino muchos, si os atenéis a esta regla. A veces el salmo, pero no sólo el salmo, sino también cualquier profecía, hablan de Cristo, proponiéndolo sólo como cabeza; y otras veces van de la cabeza al cuerpo, es decir, a la Iglesia, sin dar la impresión de que cambian de persona, puesto que se separa la cabeza del cuerpo, hablando de un solo individuo. Fíjese vuestra Caridad en lo que digo. Es evidente para todos cuando el salmo habla de la pasión del Señor, por ejemplo, cuando Dice: Han perforado mis manos y mis pies; han contado todos mis huesos; se repartieron mi ropa, y mi túnica la echaron a suerte. Los judíos, cuando oyen esto, se avergüenzan, porque es evidente que esta profecía se refiere a la pasión de nuestro Señor Jesucristo. Él, bien lo sabemos, no tenía pecado alguno, y sin embargo, el salmo comienza diciendo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Lejos de mi salvación está la voz de mis delitos5. Ya veis lo que se dice en persona de la cabeza, y qué en la persona del cuerpo. Los delitos pertenecen a nosotros; la pasión, sufrida por nosotros, pertenece a la cabeza; pero gracias a su pasión, sufrida por nosotros, fue pagada la deuda de nuestros delitos. Así sucede también en este salmo.

2. [vv.1-8]. Ya os expliqué ayer estos versículos. Recordémoslos brevemente. El que habita al amparo del Altísimo, tendrá su morada bajo la protección del Dios del cielo. Al comentar estos versículos, recomendé a vuestra Caridad que nadie ponga en sí mismo su esperanza, sino que la ponga enteramente en aquel en quien residen nuestras fuerzas: nuestra victoria nos viene por su ayuda, no por nuestra presunción. El Dios del cielo nos protegerá, si decimos al Señor lo que sigue: Él dirá al Señor: tú eres mi protector y mi refugio, Dios mío; en él esperaré, porque él me librará de la trampa de los cazadores, y de la palabra dura. Dije que muchos, por temor a la palabra dura, caen en la trampa de los cazadores. Por ejemplo, se le insulta a uno por ser cristiano, y se ruboriza por haberse hecho cristiano: ya cayó en la trampa del diablo por la palabra dura. Se le insulta también a otro por vivir mejor que muchos otros cristianos, entre los cuales vive; y por miedo a esos ásperos insultos, cae en los lazos del diablo, renunciando a ser trigo limpio en la era, para ser paja. Pero el que pone en Dios su esperanza, se libera de la trampa de los cazadores y de las duras palabras. ¿Y cómo te protege Dios? entre sus espaldas te cubrirá con su sombra; es decir, te pondrá ante su pecho, para protegerte bajo sus alas; si es que ahora reconoces tu fragilidad, y como un débil polluelo, corres a ponerte bajo las alas de la madre, para no ser arrebatado por el milano. Son milanos las potestades aéreas, el diablo y sus ángeles, que buscan arruinar nuestra fragilidad. Corramos a refugiarnos bajo las alas maternas de la Sabiduría, puesto que la Sabiduría misma se ha hecho débil por nosotros, puesto que el Verbo se hizo carne6. Y así como la gallina se enferma con sus polluelos, para protegerlos con sus alas7, así también nuestro Señor Jesucristo, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; para debilitarse con nosotros, y protegernos bajo sus alas, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y asumió la semejanza humana, pareciendo en su porte como un hombre cualquiera8. Y esperarás bajo sus alas. Como con un escudo te rodeará su verdad; no temerás el espanto nocturno. Las tentaciones que nos vienen por la ignorancia son el terror nocturno; los pecados a sabiendas son la flecha que vuela de día: la noche se entiende como la ignorancia, y de día viene la clarificación. Hay quienes pecan por ignorancia, y quienes lo hacen dándose cuenta: los que pecan por ignorancia, son derribados por el terror nocturno; y los que pecan conscientemente, son heridos por la flecha que vuela de día. Pero cuando todo esto sucede en las más graves persecuciones, es como si se llegase al mediodía, y todo el que caiga por aquel calor, equivale a caer por el demonio meridiano. Y muchos han caído por este ardor, como os expliqué ayer a vuestra Caridad; porque cuando se desencadenó la furiosa persecución, se decretó así: sean torturados los cristianos hasta que nieguen que lo son. Antes eran matados, apenas confesaban serlo; después se los torturaba para que lo negasen. Y así como todo reo era atormentado mientras negara su culpa, a los cristianos se los atormentaba hasta que negasen que lo eran, y con ello quedaban libres. Era, pues, pues horrible la furia de los perseguidores. Los que caían en aquella tentación, cayeron como en manos del demonio meridiano. ¡Y cuántos cayeron! Muchos que esperaban sentarse con el Señor a juzgar, cayeron a su lado; y otros muchos que esperaban ser colocados a la derecha del Señor con el pueblo santo, ciudadanos que suministran víveres a los soldados, y a quienes ha de decirse: Tuve hambre y me disteis de comer, (y serán muchos los de la derecha), también de los que esto esperaban, cayeron, y cayeron muchos, porque son menos los que han de juzgar con el Señor, que los que han de estar ante él. Pero el estado de estos últimos no será igual, ya que unos estarán a la derecha y otros a su izquierda; unos para reinar, y otros para ser castigados; unos para oír: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino; y otros para oír: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles9. Luego los que caigan por la ruina y el demonio meridiano, serán mil a su lado, y diez mil a su derecha. Pero a ti no se te acercará: ¿Quién? El demonio meridiano no, te derribará. Nada tiene de extraño que no derribe a la Cabeza. Pero tampoco hará caer a los que se han unido a la Cabeza, según dice el apóstol: El Señor conoce a los suyos10. Efectivamente, hay algunos de tal modo predestinados, que el Señor sabe que forman parte de su Cuerpo. A ellos no se les acerca la tentación hasta derribarlos, se hallan comprendidos en lo que está escrito: Pero a ti no se te acercará. Y para que pongan su atención algunos débiles en los pecadores, a quienes se les permitió atormentar a los cristianos con tanta ferocidad, y lleguen a decir: ¿Por qué quiso Dios permitir que los impíos y malvados se ensañasen de esta manera tan feroz contra los siervos de Dios? Mira un poco con tus ojos, con los ojos de la fe, y verás la recompensa que se da finalmente a los pecadores, a quienes ahora se les permiten tantas cosas para probarte. Así continúa el salmo: No obstante tú mirarás con tus ojos y verás la paga de los malvados.

3. [vv.9-12]. Porque tú, Señor, eres mi esperanza, has colocado tu refugio en las alturas. No se acercarán a ti las maldades. Dice al Señor: Porque tú eres, Señor, mi esperanza; y has puesto muy alto tu refugio. No se acercarán a ti los males, ni las desgracias se aproximarán a tu tabernáculo. Vienen después las palabras del diablo que habéis oído: Porque él ha dado órdenes a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos. Te tomarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en la piedra. ¿A quién dice esto? A quien había dicho: Porque tú eres, Señor, mi esperanza. No creo que haga falta explicar a los cristianos quién es el Señor. Si por él entienden a Dios padre, ¿cómo lo van a tomar los ángeles en sus manos para que no tropiece su pie en una piedra? Ya veis cómo nuestro Señor Jesucristo, estando hablando del Cuerpo, de pronto se pone a hablar de la Cabeza. Se refiere, pues, a la Cabeza cuando dice el salmo: Porque tú eres, Señor, mi refugio; y has puesto tu refugio en las alturas. Entonces, la expresión has puesto tu refugio en las alturas, porque tú eres, Señor, mi esperanza ¿Qué quiere esto decir? Ponga atención vuestra Caridad: Porque tú eres, Señor, mi esperanza; y has puesto altísimo tu refugio. Después de esto, nada os puede extrañar. Por eso continúa diciendo: No se te acercarán a ti las maldades, porque has puesto muy alto tu refugio, ni el flagelo se aproximará a tu tienda, porque has puesto bien alto tu refugio. No leemos en el Evangelioque los ángeles hayan llevado alguna vez al Señor, para que no tropezara en una piedra; y sin embargo esto lo entendemos. Es algo ya pasado, y se profetizó, por algún motivo, ya que debía cumplirse. No podemos decir que Cristo vendrá más tarde para no lastimar su pie contra la piedra, puesto que ha de venir a juzgar. ¿Cuándo, pues, se cumplió esto? Ponga atención vuestra Caridad.

4. Escuchad primero estos versículos: Tú, Señor eres mi esperanza, y has colocado en lo alto tu refugio. El género humano conocía la muerte del hombre, pero desconocía su resurrección. Tenía, por tanto, motivo para temer, pero no tenía motivo de esperanza. Por eso el que infundió para nuestra enseñanza, el temor de la muerte, resucitó el primero de todos, dándonos la esperanza de la resurrección, como premio de la futura vida eterna, Jesucristo Señor nuestro. Murió después de muchos, pero resucitó el primero de todos. Muriendo, padeció lo que ya muchos habían padecido, y resucitando, realizó lo que nadie había hecho anteriormente. Y la Iglesia ¿cuándo disfrutará este triunfo, sino al final? Se anticipó en la cabeza lo que esperan los miembros. Ya conoce vuestra Caridad cómo se comunican ambos entre sí. Que diga, entonces, la Iglesia a su Señor Jesucristo; que hable el cuerpo a su cabeza: Tú, Señor, eres mi esperanza; y has colocado altísimo tu refugio; es decir, resucitaste de entre los muertos y subiste al cielo, para que subiendo colocases alto tu refugio, y te hicieras esperanza para mí, que desconfiaba en la tierra, y no creía que yo había de resucitar. Ahora lo creo, porque subió al cielo mi cabeza, y adonde fue mi cabeza, irán también los miembros. Creo que ya están claras las palabras del salmo: Porque tú eres, Señor, mi esperanza; y has colocado tu refugio en las alturas. Voy a explicarlo todavía más claramente. Para que tuviera yo más firme mi esperanza en la resurrección, de lo que antes la tenía, por eso precisamente tú resucitaste primero, y así yo confiaría en que te había de seguir adonde tú habías ido. Esta es la voz de la Iglesia a su Señor, es la voz del cuerpo a su cabeza.

5. No te extrañes de que se diga: No se te acercará la maldad, ni el azote se aproximará a tu tienda. La tienda y el tabernáculo del Señor es la carne. El Verbo habitó en la carne, y la carne se hizo la morada de Dios. En ella nuestro capitán luchó por nosotros, y en esta tienda fue tentado por el enemigo, para que no se rindiera el soldado. Pero como manifestó a nuestros ojos su carne, puesto que se deleitan y gozan con esta luz material y visible; puesto que puso a la vista su carne, para que todos la vieran, por eso dice otro salmo: Ha puesto su tienda al sol. ¿Qué es al sol? Abierto a la luz terrena, de manifiesto, es decir, a la luz que desde el cielo inunda toda la tierra; allí ha puesto su tabernáculo. Pero ¿cómo habría podido hacerlo, si no hubiera salido, como el esposo de su alcoba? Esto es precisamente lo que se añade: Puso su tienda al sol; y, como si le preguntasen ¿y cómo? Dice a continuación: Él sale como el esposo de su alcoba; contento como un gigante a recorrer su camino11. Lo que es la tienda, el tabernáculo, eso es la esposa. El verbo es el esposo, la carne la esposa, y el tabernáculo el vientre de la Virgen. ¿Qué dice el Apóstol? Serán dos en una sola carne. Gran misterio es éste; y yo lo digo refiriéndome a Cristo y a la Iglesia12. Y el Señor ¿qué dice en el Evangelio? Así que ya no son dos, sino una sola carne13. Eran dos y se hacen uno el Verbo y la carne, un solo hombre—Dios. Este tabernáculo soportó azotes en la tierra. Bien sabemos que el Señor fue azotado14. ¿Pero lo fue, acaso, en el cielo? No. ¿Por qué? Porque colocó su refugio muy alto para ser nuestra esperanza, y a él no se le acercarán los males, ni el azote se aproximará a su tabernáculo. Está más allá de todos los cielos, pero tiene los pies en la tierra. Su Cabeza se halla en el cielo; su Cuerpo en la tierra. Cuando sus pies fueron pisoteados y azotados por Saulo, gritó la Cabeza: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?15 Fijaos cómo nadie persigue a la Cabeza, pues ella está en el cielo. Dado que Cristo resucitado de entre los muertos ya no muere más, y la muerte no tiene dominio sobre él16, No se te acercarán los males, y el azote no se aproximará a tu tienda. Pero para que no pensemos que la Cabeza está separada del cuerpo, pues los separa el lugar, aunque los une el afecto, ella misma gritó desde el cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Lo hizo caer con su voz represora, pero lo levantó con su diestra misericordiosa. El que perseguía el cuerpo de Cristo se convierte en miembro de Cristo, para que él padeciese lo mismo que él estaba tramando.

6. ¿Qué se dijo, hermanos; qué se dijo de nuestra Cabeza? Tú eres, Señor, mi esperanza; en lo alto colocaste tu refugio. A ti no se te acercarán los males, y el azote no es aproximará a tu tabernáculo. Esto es lo que se ha dicho aquí. Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden den todos tus caminos. Y hace un momento, cuando se leía el Evangelio17, habéis oído: (¡poned atención!): El Señor, después de ser bautizado, ayunó. ¿Por qué se hizo bautizar? Para que nosotros no dejáramos de bautizarnos. De hecho, cuando San Juan le dijo a Jesús: ¿Vienes tú a mí para ser bautizado? Soy yo el que debe ser bautizado por ti. Y le contestó el Señor: Déjalo ahora; conviene que nosotros cumplamos todo lo que Dios quiere18. Quiso practicar la humildad bautizándose, como para purificarse de manchas que en absoluto tenía. ¿Y esto por qué? Para salir al paso de la soberbia de los hombres futuros. Hay a veces algún catecúmeno que supera en doctrina y con su conducta a muchos fieles; ve que muchos, ya bautizados, son unos ignorantes, y que otros viven con menos continencia y castidad que él, que ni siquiera anda buscando esposa, y se encuentra, a veces, con algún fiel que, sin estar metido en la fornicación, usa de su mujer sin límite alguno de templanza; entonces, puede levantar la cerviz con soberbia y decir: ¿Qué necesidad tengo ya de ser bautizado, para conseguir lo que éste tiene, a quien aventajo en doctrina y buena conducta? El Señor le podría decir a este ensoberbecido: ¿En cuánto lo has aventajado; en cuánto lo adelantaste? ¿Acaso tanto como yo a ti? No es el siervo más que su señor, ni el discípulo más que su maestro; le basta al siervo ser como su señor, y al discípulo como su maestro19. No te enaltezcas hasta no buscar el bautismo. Busca el bautismo del Señor; yo he buscado el bautismo del siervo. Ahora bien, el Señor fue bautizado, y después del bautismo fue tentado, ayunó cuarenta días, para cumplir un misterio que varias veces os he recordado. No se puede decir todo a la vez, para no gastar en detalles el tiempo necesario. Después de cuarenta días tuvo hambre. Bien podía él no haber sentido jamás hambre; pero ¿cómo iba a ser tentado? Y si él no hubiera vencido al tentador, ¿cómo habrías tú aprendido a luchar contra él? Sintió hambre, y enseguida viene el tentador: Si eres el Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan. ¿Qué tenía de extraordinario para el Señor Jesucristo hacer pan de las piedras, él, que con cinco panes sació a tantos miles de personas?20 De la nada creó el pan. ¿De dónde procedió tanto alimento para saturar a todos aquellos millares de personas? El manantial del pan estaba en las manos del Señor. No tiene esto nada de extraño, ya que el mismo que de cinco panes multiplicó cantidades de panes, saciando a millares, hace germinar todos los días de pocos granos cuantiosas mieses. Estos son también milagros del Señor; pero nosotros no lo tomamos como un milagro, ya que es algo permanente y normal en nuestra vida. ¿Acaso, hermanos, le era imposible hacer pan de las piedras? Hizo hombres de las piedras, según el testimonio de San Juan Bautista: Poderoso es el Dios para suscitar de estas piedras hijos de Abrahán21. ¿Por qué no hizo el milagro en esa ocasión? Para enseñarte a ti a dar la respuesta al tentador. Si por ejemplo te encontraras en algún apuro, y te sugiriera el tentador lo siguiente: siendo tú cristiano, y perteneciendo a Cristo, ¿cómo es que ahora te tiene abandonado? ¿No tendría que haberte enviado algún auxilio? Piensa en el médico: en un momento preciso saja, y por ello parece que te abandona; pero no, no te abandona. Como le sucedió a Pablo: no lo escuchó, precisamente porque debía ser escuchado. Pues dice el mismo Pablo que no fue escuchado en cuanto a quitarle el aguijón de su carne, un ángel de Satanás que lo abofeteaba; y dice: Por eso, tres veces rogué al Señor que lo apartara de mí, y me respondió: Te basta mi gracia, puesto que la virtud sed perfecciona en la flaqueza22. Es como si uno le dijera al médico que le aplicó una cataplasma en su herida: Este emplasto me molesta, quítamelo, por favor. Y el médico le responde: No; es necesario que lo tengas ahí por más tiempo; de lo contrario, no te podrás sanar. No le hace caso el médico a su ruego, precisamente porque atiende a su voluntad de cuidar la salud. ¡Sed fuertes, por tanto, hermanos! Y si llega el caso de ser tentados por alguna necesidad o desgracia, castigándoos, y al mismo tiempo instruyéndoos Dios, que os prepara y reserva la eterna heredad, no le hagáis caso a las sugerencias del diablo, que puede deciros: Si fueras justo, ¿no te enviaría pan el Señor por un cuervo, como se lo envió a Elías?23 ¿Es que no has leído: Nunca he visto a un justo abandonado, ni a su linaje mendigando el pan?24 Tú responde al diablo: Es cierto lo que dice la escritura: Nunca he visto a un justo abandonado, ni a su linaje mendigando el pan, porque tengo un pan que tú desconoces. ¿Qué pan? Escucha al Señor: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale da la boca de Dios25. ¿O no crees que es pan la palabra de Dios? Si no fuera pan la Palabra de Dios, por la que fueron hechas todas las cosas, no habría dicho: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo26. Has aprendido ya lo que debes responder al tentador cuando estés atacado por el hambre.

7. ¿Y cómo le responderás, si te tienta diciéndote: Si fueras cristiano, harías milagros, como los han hecho otros muchos cristianos? Engañado por esta errónea sugestión, podrías tentar al Señor tu Dios, diciéndole a nuestro Dios y Señor: Si soy cristiano, y estoy delante de tus ojos, y me cuentas en el número de los tuyos, concédeme que yo también haga alguna de las muchas cosas que hicieron tus santos. Ya tentaste a Dios, al pensar que no eres cristiano si no haces estas cosas. Muchos, al desear hacer esto, se arruinaron. Así sucedió con aquel Simón el Mago, que anheló de los Apóstoles realizar cosas semejantes, y quiso comprar con dinero el Espíritu Santo27. Se entusiasmó con el poder de hacer milagros, y no amó imitarlos en su humildad. Por esto mismo un cierto discípulo, o uno del gentío, ensoberbecido, viendo el Señor que no buscaba el camino de la humildad, sino la vanagloria del poder, le dijo: Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza28. Las zorras tienen en ti su guarida, y las aves del cielo tienen nidos en ti; las zorras significan el engaño, y las aves del cielo, la soberbia. Lo mismo que las aves buscan las alturas, así pasa con los soberbios; y como las zorras tienen sus madrigueras escondidas, así pasa con la gente insidiosa y falsa. ¿Qué fue lo que respondió el Señor? Puede en ti habitar la soberbia y el engaño; Cristo no tiene en ti dónde hospedarse, dónde reclinar la cabeza. Porque la reclinación de la cabeza es la humildad de Cristo. Si Cristo no hubiera reclinado su cabeza, tú no habrías sido justificado. También algunos discípulos, con este deseo, y suspirando ya por tener un trono en el reino, antes de seguir el camino de la humildad, cuando la madre de esos dos discípulos le insinuó al Señor, diciéndole: Di que uno se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda; estaban deseando el poder; pero no se llega al poder del reino si no es por la humildad y el sufrimiento. Entonces le dijo el Señor: ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?29 ¿Cómo es que buscáis la sublimidad del reino, y no imitáis mi humildad? ¿Qué debes, entonces, responder tú para no tentar a Dios, si el diablo te tienta, invitándote a hacer milagros? Lo mismo que le respondió el Señor. Le dijo el diablo: arrójate de aquí abajo, porque está escrito: Ha mandado a sus ángeles que te tomen en sus manos, para que tu pie no tropiece en la piedra. Si te tiras, los ángeles te recibirán. No hay duda, hermanos, de que si se hubiera arrojado, los ángeles habrían recibido con respeto y devoción el cuerpo del Señor; pero ¿qué le dijo él? También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios30. Tú crees que soy un hombre; pues el diablo se acercó a tentarle para probar si era el Hijo de Dios; él veía sólo la carne, pero su majestad se demostraba en sus obras. Los ángeles habían dado testimonio de él. El diablo veía la mortalidad para tentarle, pero la tentación de Cristo fue un valioso testimonio para el cristiano. ¿Qué fue lo que se escribió? No tentarás al Señor tu Dios. Así pues, no tentemos al Señor, diciéndole: Si te pertenecemos, concédenos hacer milagros.

8. Volvamos de nuevo a las palabras del salmo: A sus ángeles ha dado órdenes sobre ti, para que te protejan en todos tus caminos. Te tomarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en la piedra. Cristo fue llevado en manos de los ángeles, cuando fue elevado al cielo; no porque si no lo hubieran llevado los ángeles, caería a la tierra, sino porque al llevarlo rendían un homenaje al Rey. Y no vayáis a decir que son mejores los que lo transportan, que el transportado. ¿Son, acaso, mejores los caballos que los hombres que los montan? No debería poneros esta comparación, ya que los jumentos llevan la debilidad del hombre, y si le sustraen el caballo, el jinete que va sentado se cae. ¿Qué deberé deciros, entonces? Porque también de Dios se ha dicho: El cielo es mi trono31. Luego, como el cielo lo sostiene, y Dios se sienta en él, ¿vamos a decir por eso que es mejor el cielo? El tal servicio de los ángeles, expresado en este salmo lo podemos entender no como referido a la flaqueza humana del Señor, sino como un honor para ellos al prestar este servicio. Se dice que nuestro Señor Jesucristo resucitó. ¿Y por qué? Escuchad al Apóstol: Murió por nuestros delitos, y resucitó para nuestra justificación32. Oíd también lo que dice sobre el Espíritu Santo el Evangelio: Aún no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado33. ¿En qué consiste la glorificación de Jesús? En resucitar y ascender a los cielos. Glorificado por Dios con la ascensión al cielo, envió su Santo Espíritu el día de Pentecostés. En la Ley, en el libro de Moisés, llamado Éxodo, se cuentan cincuenta días desde el sacrificio y la comida del cordero, y la ley fue dada en tablas de piedra, fue escrita por el dedo de Dios34. El dedo de Dios nos explica el Evangelio que es el Espíritu Santo. ¿Cómo lo probamos? Al responder el Señor a los que le decían que arrojaba los demonios en nombre de Belcebub, dice: Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios35, otro evangelista, narrando el mismo episodio, dice: Si yo expulso los demonios con el dedo de Dios...36 Luego lo que un Evangelista dice claramente, otro lo dice de forma velada. Ignorabas lo que sería el dedo de Dios, y te lo declara otro Evangelista, diciendo que es el Espíritu de Dios. Luego con el dedo de Dios fue escrita la ley, dada en el quincuagésimo día después del sacrificio del cordero pascual; y el Espíritu Santo descendió el quincuagésimo día después de la muerte de nuestro Señor Jesucristo37. Fue muerto el cordero, y se celebró la Pascua, y a los cincuenta días, fue dada la Ley. Sólo que aquella ley fue una ley de temor, no de amor. Y para que el temor se convirtiera en amor, tuvo que ser ajusticiado el verdadero Justo; del cual era figura el cordero que sacrificaban los judíos. El Justo resucitó; y a partir de la Pascua del Señor, lo mismo que de la Pascua del cordero sacrificado, se contaron cincuenta días, y descendió el Espíritu Santo con la plenitud del amor, no con el castigo del temor. ¿Por qué he dicho esto? Para hacer ver que el Señor resucitado y glorificado, envió el Espíritu Santo. Ya había dicho antes que la Cabeza está en el cielo y los pies en la tierra. Si esto es así, ¿quiénes son los pies del Señor, que están en la tierra, sino los santos del Señor que viven en la tierra? ¿Cuáles son los pies del Señor? Los Apóstoles, enviados por todo el orbe de la tierra. ¿Quiénes son los pies del Señor? Los Evangelistas, por medio de los cuales recorre el Señor todas las naciones. Era de temer que los Evangelistas tropezasen contra la piedra, ya que hallándose la Cabeza en el cielo, los pies en la tierra sufren, y pueden tropezar en la piedra. ¿En qué piedra? En la Ley escrita en las tablas. Y para no hacerse reos de la Ley quienes no habían recibido la gracia, y así, como reos, quedasen sujetos a la Ley, puesto que el mismo tropiezo, o sea, la transgresión, es un delito; a los que la Ley tenía sujetos como reos, los absolvió el Señor, liberándolos, para que ya no tropezaran más en la Ley. Así pues, para que los pies de la Cabeza no incurrieran más en la culpa contra la Ley, fue enviado el Espíritu Santo para infundir el amor y liberar del temor. El temor no cumplía la Ley; la cumplió el amor. ¿Cómo es que en el temor no cumplieron, y sí en el amor? Temían los hombres, y robaban las cosas ajenas; amaron, y dieron las propias. Luego no es de extrañar que el Señor subiese al cielo en las manos de los ángeles, no fuera que su pie tropezara en la piedra. Y para que los miembros de su cuerpo, que sufrían recorriendo todo el orbe de la tierra, no se hicieran reos de la Ley, apartó de ellos el temor, y los colmó de amor. Pedro negó tres veces por temor38; aún no había recibido el Espíritu Santo; pero apenas lo recibió, comenzó a predicar con valentía. Y el que a la voz de una sirvienta, negó por tres veces, habiendo recibido el Espíritu Santo, entre los azotes de los príncipes confesó al que había negado39. Con razón el triple temor de Pedro el Señor lo resarció con un triple amor. Ya resucitado el Señor, le dice a Pedro: Pedro, ¿me amas? No le dijo: ¿me temes? Porque si aún siguiera temiendo, su pie tropezaría contra la piedra. ¿Me amas?, le dice; y él contesta: Te amo. Bastaría con habérselo dicho una vez. A mí, que no veo el corazón, me bastaría. ¡Cuánto más al Señor, que veía con qué entrañable amor decía Pedro: ¡Te amo! Pero no se contenta el Señor con que le conteste una sola vez. Le pregunta de nuevo, y Pedro respondió de nuevo: Te amo. Por tercera vez lo interrogó, y Pedro, entristeciéndose, como si el Señor dudase de su amor, le contesta: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo40. Así obró el Señor, como diciéndole: Por temor me negaste tres veces; amándome, me has de confesar otras tantas. Con este amor y con esta caridad llenó a sus discípulos. ¿Por qué? Porque colocó altísimo su refugio; porque glorificado, envió al Espíritu Santo, y libró a los creyentes de ser reos de laLey, para que sus pies no tropezasen contra la piedra.

9. [v.13]. Lo que resta del salmo, hermanos, está claro para vosotros, ya que se ha tratado varias veces. Caminarás sobre áspides y víboras; pisotearás leones y dragones. Sabéis quién es la serpiente, y cómo la pisotea la Iglesia, al no ser vencida por ella, ya que se guarda de todas sus astucias. Creo que también conoce vuestra Caridad cómo es el león y el dragón. El león ataca a las claras, y el dragón insidia ocultamente. El diablo posee el poder y la fuerza de ambos. Cuando los mártires eran matados, aparecía el león furioso; cuando los herejes insidian, aparece el dragón solapado. Venciste al león; vence también al dragón. No de doblegó el león; que no te engañe el dragón. Probemos que el demonio era león, cuando se ensañaba a las claras. San Pedro, exhortando a los mártires, dice: ¿No sabéis que vuestro enemigo, el diablo, anda a vuestro alrededor, como león rugiente, buscando a quién devorar? Como león furioso que era, buscaba a la luz del día a quién devorar. ¿Y cómo acecha el dragón? Por los herejes. S. Pablo, por temor a que éstos no corrompiesen la integridad de la fe, que la Iglesia lleva en su corazón, dice: Os he desposado con un solo varón, para presentaros a Cristo como virgen santa; pero temo que lo mismo que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así también se depraven vuestras mentes de la castidad para con Cristo41. La virginidad corporal la tienen pocas mujeres en la Iglesia, pero la del corazón la conservan todos los fieles. San Pablo temía que el diablo violase la virginidad del corazón en lo que se refiere a la fe, porque quienes la pierden, la virginidad corporal no tiene ninguna ventaja. Corrompida la del corazón, ¿de qué sirve la del cuerpo? Por eso es más perfecta la mujer casada y católica, que la virgen hereje. La casada católica deja de ser virgen corporalmente; la virgen hereje ha violado el corazón, pero su marido no es Dios, sino la serpiente. Y la Iglesia ¿qué hace? Caminarás sobre áspides y víboras. El rey de las serpientes es la víbora,como el diablo es el rey de los demonios. Y pisotearás leones y dragones.

10. [v.14]. Ahora vienen las palabras de Dios a la Iglesia: Porque ha esperado en mí, lo libraré. No sólo a la Cabeza, que ahora tiene su trono en el cielo, ya que puso altísimo su refugio, al que no se le acercarán los males, ni se le aproximará el azote a su tienda, sino también a nosotros, que sufrimos en la tierra, y vivimos aún en medio de tentaciones, con temor de que nuestros pies caigan en el lazo.

11. [v.15]. Me invocó y lo escucharé; con él estoy en la tribulación. No temas ser atribulado, como si Dios no estuviese contigo. Ten fe y Dios estará contigo en la tribulación. Se trata de las olas del mar, que hacen turbar a tu navecilla, porque Cristo duerme. Cristo dormía en la nave; los hombres estaban a punto de perecer42. Si tu fe se halla dormida en tu corazón, entonces parece que Cristo está dormido en tu nave, puesto que Cristo habita en ti por la fe. Cuando comiences a ser perturbado, despierta tu fe, despierta a Cristo que duerme, y conocerás que no te abandona. Tú crees que te abandona, porque no te libra cuando tú quieres. Él libró a los tres jóvenes del fuego43. El que libró a los tres jóvenes del fuego, ¿abandonó a los Macabeos?44 No, de ninguna manera. Libró a unos y a otros; a los primeros corporalmente, para confundir a los infieles; y a los segundos espiritualmente, para que lo imitasen los fieles. Estoy con él en la tribulación; lo libraré y lo glorificaré.

12. [v.16]. Lo saciaré de largos días. ¿Qué son los largos días? La vida eterna. No penséis, hermanos, que se trata de los días más largos, como los del verano, que son mayores que los del invierno. ¿Nos ha de dar esos días? No; la longitud de tales días es aquella que no tiene fin, es la vida eterna, que nos promete en esos largos días. Y porque ella basta, por eso dice. Lo saciaré. A nosotros no nos basta lo que es largo en el tiempo, por mucho que lo sea, pero que tiene fin; y por ello no puede llamarse largo. Si somos avaros, seámoslo de la vida eterna. Desead la vida que no tiene fin. Entréguese a esto plenamente vuestra codicia. ¿Deseas tesoros sin límites? Codicia la vida sin fin. ¿No quieres que tu capital se agote jamás? Busca la vida eterna. Lo saciaré de largos días.

13. Y le haré ver mi salvación. No debemos, hermanos, pasar por estas palabras de corridas. Le mostraré mi salvación, es decir mi Cristo. ¿Y cómo se lo mostraré? ¿No fue ya visto en la tierra? ¿Qué realidad mayor nos va a mostrar? Fue visto, es verdad, pero no con la visión con que lo hemos de ver. Fue visto con el aspecto con que lo vieron los que lo crucificaron; Mirad que los que lo vieron lo crucificaron; nosotros no lo vimos y creímos. Ellos tenían ojos. ¿Nosotros no? Por el contrario, nosotros tenemos los ojos del corazón; pero todavía vemos sólo por la fe, no a las claras ¿Cuándo lo veremos así? Cuando lo veamos, como dice el Apóstol cara a cara45. Esto es lo que Dios nos promete como premio de todos nuestros trabajos. Todo cuanto haces, lo haces para ver. No sé qué puede haber mayor que lo que veremos, cuando toda nuestra recompensa es lo que hemos de ver, y la gran visión es esto: Jesucristo nuestro Señor. Aquel que fue visto humilde, será visto excelso, y nos regocijará al verlo, como ven ahora los ángeles al Verbo, que era en el principio, y estaba con Dios, y era Dios46. Oíd al mismo Señor que prometió estas cosas, decir en el Evangelio: Quien me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré. Y como si se le preguntase: ¿Y qué has de dar al que te ama?, añade: Y me manifestaré a él47. Deseemos y amemos, inflamémonos en su amor, si es que somos su esposa. El esposo está ausente; tengamos paciencia; llegará el que esperamos. Dio una tan gran prenda, que no puede temer la esposa ser abandonada por el esposo; no abandona su fianza. ¿Qué arras dio? Derramó su sangre. ¿Qué aval puso? Envió el Espíritu Santo. ¿No hará caso de tales prendas el esposo? Si no hubiera amado a la esposa, no habría dado tales fianzas. La ama. ¡Oh si lo amáramos nosotros como él nos ama! No hay mayor amor que dar la vida por los que amamos48. Pero nosotros ¿cómo podemos dar la vida por él? ¿Y de qué le sirve, habiendo puesto tan alto su refugio, y no acercándosele el azote a su tabernáculo? ¿Qué dice San Juan? Como Cristo dio su vida por nosotros, así debemos nosotros dar la vida por los hermanos49. Cualquiera que dé la vida por su hermano, la da por Cristo; así como el que alimenta al hermano, alimenta a Cristo. Lo que hicisteis a uno de mis más pequeños, conmigo lo hicisteis50. Amemos e imitemos; corramos tras el perfume de sus ungüentos, como se dice en el Cantar de los Cantares: Correremos tras el olor de sus ungüentos51. Vendrá y despedirá fragancia, y su perfume llenará toda la tierra. ¿De dónde procede el perfume? Del cielo. Síguele al cielo, si no contestas falsamente cuando te dice: ¡El corazón en alto, en alto la mente, el amor, la esperanza; para que no se corrompan en la tierra! No te expones a colocar el trigo en lugar húmedo, para que no se pudra, ya que lo cultivaste lo regaste, lo trillaste y lo bieldaste. Buscas el lugar apropiado para depositar el trigo; ¿y no lo buscas para tu corazón, no lo buscas para tu tesoro? Haz cuanto puedas en la tierra: da a los pobres; no lo perderás, lo atesorarás. ¿Y quién te lo guarda? Cristo. El que te guarda a ti, ¿no sabrá guardar tu tesoro? ¿Por qué desea que cambies de lugar tu tesoro? Para que cambies de lugar tu corazón. Todos tienen puestos los ojos en su tesoro. ¡Cuántos de los que ahora me están oyendo aquí, tienen puesto su corazón en las bolsas de dinero! Hermanos, estáis en la tierra, porque en la tierra está lo que amáis. Enviadlo al cielo, y allí estará vuestro corazón; porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón52.