MANUAL DE LA FE, DE LA ESPERANZA Y DE LA CARIDAD
(ENQUIRIDON)
A Lorenzo

 

Traductor: P. Andrés Centeno, OSA

 

Desea para Lorenzo el don de la verdadera sabiduría

I. 1. No puedo explicar, amadísimo hijo Lorenzo, cuánto me agrada tu erudición, y qué deseo tan grande tengo de que seas sabio; no del número de aquellos de quienes está. escrito: ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el disputador de las cosas de este mundo? ¿No ha hecho Dios necedad la sabiduría de este mundo? 1, sino del número de aquellos de quienes se dice: Los muchos sabios son la salud del mundo 2; y de la manera que desea el Apóstol que sean aquellos a quienes escribe: Deseo que seáis prudentes para el bien, sencillos para el mal 3. Pues como ninguno puede existir por sí mismo, del mismo modo ninguno tampoco puede ser sabio si no lo ilumina aquel de quien se dice: Toda sabiduría. viene del Señor 4.

La sabiduría del hombre es la piedad

2. La sabiduría del hombre es la piedad; así se halla escrito en el libro de Job, donde se dice que la misma sabiduría dijo al hombre: La piedad, ésa es la sabiduría 5. Pero si deseas saber de qué piedad se trata en este lugar, más claramente lo encontrarás en el texto griego, donde se lee θεοσέβειαν, es decir, culto de Dios. Del mismo modo, la piedad se expresa. en griego por a palabra εύσέβεια, con cuyo nombre quiere significarse el culto debido, si bien esto se refiere principalmente a la adoración de Dios. Pero nada hay más apropiado que aquel nombre, con el cual se significó evidentemente el culto divino, al declarar en qué consistía la sabiduría para el hombre.

¿Deseas aún algo más breve, al decirme que exponga brevemente cosas grandes? ¿O es que pretendes que te explique sucintamente esto mismo y que reúna en un pequeño libro de qué modo debe ser Dios adorado?

Dios debe ser adorado por la fe, por la esperanza y por la caridad

3. Si te respondiese que Dios debe ser adorado por la fe, esperanza y caridad, sin duda replicarías que esto es más breve de lo que tú deseas, y pedirías que te explicara en pocas palabras lo que se relaciona con cada una de estas tres virtudes; es decir: qué se debe creer, qué se debe esperar y qué se debe amar. Una vez hecho esto, se encontrarán ya allí todas las cuestiones que en tu carta me propusiste; y si conservas en tu poder algún ejemplar de la misma, fácilmente podrás releerla; mas si no la conservases, fácilmente la recordarás con esta indicación mía.

Soluciones de Agustín a las preguntas formuladas por Lorenzo

4. Deseas, según escribes, te dedique un tratado manual que no se aparte nunca de tus manos y que contenga las cuestiones siguientes: 1ª, qué es lo que principalmente debemos profesar, y qué, a causa de las herejías, especialmente evitar; 2ª, hasta dónde puede llegar la razón en defensa de la religión, y en qué asuntos, que superan la razón, hemos de guiamos sólo por la fe; 3ª, cuál es el principio y el complemento de la vida cristiana y cuál la síntesis de toda su perfección, y 4ª, cuál es el fundamento evidente y característico de la fe católica.

Todas estas cosas que preguntas las sabrás, sin duda alguna, cuando conozcas con precisión qué se debe creer, esperar y amar. He aquí las cosas que principalmente, o por mejor decir, las únicas que en la religión se han de abrazar. Quien las contradice o es en absoluto ajeno a Cristo es un hereje. Las verdades basadas en la experiencia de los sentidos o halladas por la inteligencia del alma han de ser defendidas por la razón; mas en aquellas otras que sobrepasan la experiencia de los sentidos y que la inteligencia no ha podido ni puede alcanzar, en éstas, sin ningún género de duda, debemos creer a los testigos que redactaron aquella Escritura que ha merecido llamarse divina, quienes pudieron ver o tener conocimiento de estas cosas, bien por su espíritu, bien por los sentidos, ayudados por el Espíritu Santo.

Respuesta a la tercera y cuarta preguntas

5. Cuando la mente está penetrada por los principios de la fe que obra por el amor, tiende, viviendo bien, llegar hasta la visión, donde se halla la inefable belleza, conocida por los santos y perfectos corazones, cuya plena visión constituye la suprema felicidad. Esto es, sin duda, lo que preguntas cuando escribes "cuál es el principio y el complemento de la vida cristiana: se incoa por la fe y se perfecciona por la visión. Este es también el compendio de toda su perfección.

El fundamento evidente y característico de la fe católica es Cristo, como escribió San Pablo a los Corintios: Nadie puede poner otro fundamento sino el que está puesto, que esJesucristo 6. Ni se debe negar que éste es el propio fundamento de la fe católica, porque pudiera creerse ser El común a nosotros y a algunos herejes; pues si se considera diligentemente lo que con Cristo se relaciona, solamente su nombre se encuentra entre algunos herejes. que quieren llamarse cristianos, Pero que, en realidad, no está Cristo entre ellos. El demostrar esto seria en extremo prolijo, ya que sería necesario recorrer todas las herejías que existieron, existen o pudieran existir bajo el nombre de cristianos y probar cuán cierto es para cada una que Cristo no está entre ellos. Esta investigación sería asunto de tantos volúmenes, que resultaría interminable.

Materia que comprenderá este manual

6. Deseas un tratado que "pueda abarcarse con las manos, y no que llene los estantes". Volviendo, pues, a las tres cosas, por medio de las cuales dije que debía ser Dios adorado -la fe, la esperanza y la caridad-, es fácil decir lo que se debe creer, esperar y amar. Mas cómo se ha de defender de las calumnias de quienes propugnan doctrinas diversas, es asunto mucho más 'laborioso y de más copiosa doctrina; y para adquirir ésta, no es suficiente un breve compendio en la mano; sino más bien que el corazón esté inflamado de gran afecto.

El Símbolo y la Oración dominical, incluyen la fe, esperanza y caridad

II. 7. He aquí el Símbolo y la Oración dominical. ¿Qué cosa se oye o se lee más breve que ésta? ¿Qué cosa se puede grabar en la memoria más fácilmente? Hallándose el género humano oprimido por el gran mal del pecado y necesitado de la divina misericordia, el profeta Joel predijo el tiempo de la gracia de Dios con estas palabras: Y será que todo aquel que invocare el nombre de Dios será salvo 7; de aquí la necesidad de la oración. Por otra parte, habiendo recordado el Apóstol este testimonio profético para hacer más estimable la gracia misma, añadió a continuación: Pero ¿cómo pueden invocar a aquel en quien no han creído? 8; de aquí la necesidad del Símbolo. En estas dos cosas, Oración dominical y Símbolo, puedes ver aquellas tres virtudes: la fe cree, la esperanza y la caridad oran; mas estas dos últimas no puedenexistir sin la fe; de donde se sigue que la fe también ora. Esta es la razón de que se haya dicho: ¿Cómo pueden invocar a aquel en quien no han creído?

Explicación general de la fe, esperanza y caridad y de su mutua conexión

8 ¿Puede alguno esperar lo que no cree? No obstante, se puede creer algo que no se espera. Pues ¿qué fiel no cree en las penas de los impíos?, y, sin embargo, no las espera, y quien cree que se ciernen sobre él y trata de evitarlas por un espontáneo movimiento del alma, más bien se dice temerlas que esperarlas. Intentando distinguir estas dos cosas, escribió un poeta: "Sea lícito esperar a quien teme." 9 Otro poeta, aunque más elegante, dijo con menos propiedad: "Si yo pude esperar dolor tan grande." 10 Y algunos gramáticas usan también de este ejemplo para indicar la impropiedad del lenguaje, asegurando que escribió "esperar" en lugar de "temer".

Hay, por tanto, fe de cosas buenas y malas, ya que las buenas y las malas son de igual modo creídas, y esto con fe buena, no mala. Existe también la fe sobre cosas pasadas, presentes y futuras; y así creemos que Cristo murió -que pertenece al pasado-, creemos que está sentado a la diestra del Padre-que es presente-y creemos que vendrá a juzgar-cosa futura- Asimismo hay fe acerca de cosas propias y ajenas. En efecto, todos creemos que hemos empezado a existir en algún momento, y que no hemos existido siempre, y lo mismo de los demás hombres, y así creemos otras muchas cosas; del mismo modo, no sólo creemos acerca de los hombres muchas cosas que se refieren a la religión, sino también acerca de los ángeles.

La esperanza no versa sino sobre cosas buenas y futuras y que se refieren a aquel de quien se afirma que posee la esperanza de ellas. Siendo esto así, del mismo modo que la fe y la esperanza se distinguen por su término, así también, por estas causas, debe mediar entre ellas una distinción racional. La fe y la esperanza coinciden en que tanto el objeto de la una como el de la otra es invisible. Por esto, en la epístola a los Hebreos -de la cual han usado como testigo ilustres defensores de la doctrina católica-se denomina la- fe convicción de lo que no vemos 11. Con todo, cuando alguno dice que no creyó, esto es, que no dio crédito ni a las palabras, ni a los testigos, ni, finalmente, a ninguna clase de argumento, sino a la misma evidencia de las cosas presentes, no parece esto de tal modo absurdo que pueda ser reprendido justamente por sus palabras y pueda decírsele: Viste, luego no creíste; no se sigue de aquí, por tanto, que todo lo que se ve, no sea posible creerlo. No obstante, más bien llamamos fe la que nos enseñan las Escrituras divinas, es decir, la de las cosas que no se ven. Acerca de la esperanza dice también el Apóstol: La esperanza que se ve, ya no es esperanza Porque lo que uno ve, ¿cómo esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, en paciencia esperamos 12. Luego cuando alguno cree que ha de poseer bienes futuros, no hace otra cosa que esperarlos.

Y viniendo ahora al amor, sin el cual nada aprovecha la fe, ¿qué he de decir? La esperanza no puede existir sin el amor; pues, como dice el apóstol Santiago, también los demonios creen y tiemblan 13, y, no obstante, ni esperan ni aman; sino más bien, lo que nosotros por la fe esperamos y amamos, ellos temen que se realice: Por esto mismo, el Apóstol aprueba y recomienda la fe que obra por la caridad 14, la cual no puede existir sin la esperanza. Por consiguiente, ni el amor existe sin la esperanza, ni la esperanza sin el amor, y ninguna de las dos sin la fe.

Lo que se debe creer según el orden del Símbolo. Es innecesaria la curiosa investigación de los fenómenos naturales. Bástele al cristiano creer que todas las cosas han sido creadas por la bondad infinita de la Trinidad y que son buenas.

III. 9.Cuando se investiga lo que se ha de creer, en lo que se refiere a la religión, no es, necesario escudriñar la naturaleza de las cosas, del modo que lo hacían aquellos a quienes los griegos llamaban físicos; ni es para inquietarse el que un cristiano ignore algo referente a la esencia y número de los elementos, al movimiento, orden y eclipse de los astros, a la configuración del cielo, a los géneros y especies de. los animales, árboles, piedras, fuentes, ríos y montes; a las medidas de los lugares y. tiempos; que ignore los próximos indicios manifestativos de las tempestades y otras mil cosas acerca de lo que aquellos descubrieron o creen haber descubierto; porque ni aun ellos mismos, no obstante estar dotados de tan grande ingenio, de ser tan amantes del estudio, de disfrutar de tanto reposo para dedicarse a tales elucubraciones, indagando unas cosas por humana conjetura, otras mediante la experiencia del pasado, a pesar de todo eso, digo que en estas mismas cosas, que se glorían haber descubierto, opinan más bien que conocen. Basta al cristiano creer que la causa de todas las cosas creadas, celestes o terrenas, visibles o invisibles, no es otra que la bondad del Creador, Dios único y verdadero; y que no existe substancia alguna que no sea El mismo o creada por El, y que es también trino: el, Padre, el Hijo, engendrado por el Padre, y el Espíritu Santo, que procede de los dos, pero único y el mismo Espíritu del Padre y del Hijo.

Del origen del mal, contra los maniqueos

10. Todas las cosas fueron creadas por esta sumamente buena, subsistente e inmutable Trinidad, y aunque tales cosas no son ni suma, ni constante, ni inmutablemente buenas, lo son, no obstante: en particular, y muy buenas consideradas en su conjunto 15, ya que de ellas resulta la admirable belleza del universo.

11. Por qué Dios permite el mal. El mal no es otra cosa que privación del bien

Aun lo que llamamos mal en el mundo, bien ordenado y colocado en su lugar. hace resaltar más eminentemente .el bien, de tal modo. que agrada más y es más digno de alabanza si lo comparamos con las cosas malas. Pues Dios omnipotente, como confiesan los mismos infieles, "universal Señor de todas las cosas" 16, siendo sumamente bueno, no permitiría en modo alguno que existiese algún mal en sus criaturas si no fuera de tal modo bueno y poderoso que pudiese sacar bien del mismo mal.

Pues ¿qué otra cosa es el mal, sino la privación del bien? Del mismo modo que, en los cuerpos de los animales, el estar enfermos o heridos no es otra cosa que estar privado de la salud.-y por esto, al aplicarles un remedio, no se intenta que los males existentes en aquellos cuerpos, es decir, las enfermedades y heridas, se trasladen a otra parte, sino destruirlas, ya que ellas no son substancia, sino alteraciones de la carne, que, siendo substancia, y, por tanto, algo bueno, recibe estos males, esto es, privaciones del bien que llamamos salud-, así también todos los defectos de las almas son privaciones de bienes naturales, y estos defectos, cuando son curados, no se trasladan a otros lugares, sino que, no pudiendo subsistir con aquella salud, desaparecen en absoluto.

Todas las criaturas son buenas, pero no sumamente buenas, y, por tanto, corruptibles.

IV. 12 Siendo el Creador de todas las substancias sumamente bueno, todas ellas son buenas; mas porque no son absoluta e inalterablemente buenas, como lo es su Creador, en ellas el bien puede admitir aumento y disminución. Mas cualquier menoscabo del bien ya es un mal, si bien, por mucho que disminuya, es necesario que permanezca siempre algo, porque, si dejara de ser substancia, no existiría ya en modo alguno; pues una substancia, cualquiera que sea, no puede perder el bien por el cual es substancia sin que ella misma deje de existir. Con razón es alabada la naturaleza incorrupta, y si es, además, incorruptible, es, sin duda, mucho más digna de alabanza. Cuando una substancia se corrompe, esta corrupción es un mal, porque la priva de algún bien; pues si esto no fuese así, no la dañaría; es así que la daña, luego la despoja de algún bien.

Mientras una substancia se corrompe, hay en ella algún bien de que pueda ser privada; mas si, subsistiendo algo del ser, ya no pudiera corromperse, sería por esto naturaleza corruptible, y habría alcanzado este gran bien por medio de la corrupción; pero si no cesa de corromperse, no está despojada de todo bien, del cual la pueda privar la corrupción Mas si la corrompiere totalmente, no encerraría ya en sí algún bien, por que ella misma habría dejado de existir. De donde se sigue que la corrupción no puede destruir todo el bien, si no es aniquilando toda la substancia. Luego toda substancia es un bien: grande, si no puede corromperse; menor si se corrompe. Pero nadie podrá negar que es un bien, si no es el necio y en absoluto ignorante de esta cuestión; y ni la misma corrupción subsistirá una vez destruida la substancia, ya que sin ella no puede existir.

Ningún mal existiría sin el bien

13. Sin el bien no podría existir el mal. El bien que carece de todo mal, es el bien absoluto; por el contrario, aquel al que está adherido el mal, es un bien corrupto o corruptible; y donde no existe el bien, no es posible mal alguno. De aquí se deduce una extraña conclusión: que, siendo toda substancia en cuanto tal, un bien, parece que, cuando a la substancia corrompida se la denomina mala, se afirma que el mal es lo mismo que el bien, y que el mal no existe sino en cuanto existe el bien; pues toda naturaleza es un bien, y no exigiría cosa mala alguna si esa misma cosa que es mala no fuese substancia. De donde se sigue que no se da el mal sin el bien Y aunque esto 'parezca absurdo, sin embargo, la trabazón de este razonamiento exige necesariamente esta conclusión.

Debemos evitar que recaiga sobre nosotros aquella sentencia profética: ¡Ay de los que al mal llaman bien, y al bien mal; que de la luz hacen tinieblas y de las tinieblas luz, y dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! 17 Y, sin embargo, el Señor dice: El mal hombre de su mal tesoro saca cosas malas 18. Y, siendo una substancia el hombre, ¿qué otra cosa es el “hombre malo”, sino mala naturaleza? Finalmente, si el hombre es algún bien, ya que es substancia, ¿qué es el hombre malo sino un bien malo? Distinguiendo, sin embargo, estas dos cosas, vemos que no es malo porque es hombre, ni bueno porque es perverso, sino bueno porque es hombre y malo por perverso. Quien dijere, pues, que es un mal el ser hombre, y un bien el ser perverso, incurre en aquella sentencia profética: ¡Ay de los que al mal llaman bien, y al bien mal!, pues vitupera la obra de Dios, que es el hombre, y alaba la culpa del hombre, que es la iniquidad. En conclusión, toda substancia, por más que sea viciosa, en cuanto substancia, es buena; en cuanto defectuosa, mala.

El bien y el mal, aunque son cosas contrarias, pueden existir al mismo tiempo en una misma cosa. El mal procede del bien.

14. Según lo expuesto hasta aquí, no se cumple aquella regla de los dialécticos: No pueden darse cualidades contrarias en una misma cosa y al mismo tiempo; pues vemos que los bienes y los males coexisten. El aire no puede ser a la vez obscuro y transparente; ninguna comida o bebida es a la vez dulce y amarga; del mismo modo, un cuerpo no puede ser al mismo tiempo y en el mismo lugar negro y blanco, ni hermoso donde deforme; lo propio sucede en muchas, por no decir en todas las cosas contrarias. Todos admiten que el bien y el mal son contrarios, y, no obstante, ambos pueden existir simultáneamente en el mismo ser; aún más, el mal no puede existir en modo alguno sin el bien y fuera de él, aunque el bien puede existir sin el mal.

El hombre o el ángel pueden no ser injustos, pero la injusticia no puede existir sino en el hombre o en el ángel; y el hombre y el ángel son buenos en cuanto tales, pero malos en cuanto injustos. Estas dos cosas contrarias de tal modo andan juntas, que de ningún modo podría existir mal alguno sin el bien, al cual puede estar adherido; pues no sólo no entraría donde fijarse la corrupción, mas ni aun siquiera de donde proceder, si no hubiese algo que sea sujeto de corrupción; y si no fuese un bien, no podría corromperse, dado que la corrupción no es otra cosa que la expulsión del bien. Por consiguiente, los males han tenido su origen en los bienes, y, si no es en algún bien, no existen, pues, la naturaleza del mal no tendría de donde originarse. Dado caso que existiera en cuanto naturaleza, sería necesariamente buena: incorruptible, gran bien, o corruptible, menor bien, a cual, deteriorando la corrupción, pudiera perjudicarle.

Explicación del texto de San Mateo

15. Cuando decimos que los males proceden de los bienes, no se ha de pensar que esto se opone a la sentencia del Señor: No puede el árbol bueno producir malos frutos. No se puede, ciertamente, como asegura la Verdad, recoger uvas de los espinos 19, porque las uvas no pueden nacer de los espinos; mas de una tierra buena nacen las vides y los espinos. Del mismo, así como el árbol malo no puede producir buenos frutos, así tampoco 'la mala voluntad obras buenas; pero de la naturaleza buena del hombre pueden nacer la buena y mala voluntad; pues no hubo en absoluto otro principio de donde pudiese proceder la mala voluntad, sino de la naturaleza buena del ángel y del hombre. Lo que con toda claridad nos enseña el Señor donde nos habla del árbol y de los frutos; dice así: Siplantáis un árbol bueno, su fruto será bueno; pero si plantáis un árbol malo, su fruto será malo 20; dando a entender con claridad que de un árbol bueno no se pueden recoger malos frutos, o de uno malo, buenos; pero de la misma tierra, a quien se dirige, pueden nacer uno y otro árbol.

Si constituye la felicidad el conocer las causas naturales

V. 16. Siendo esto así, aun cuando nos agrada aquel famoso verso de Virgilio: “Dichoso aquel que pudo conocer las causas de las cosas” 21, no creemos, sin embargo, que el conocer las causas de los grandiosos movimientos de los cuerpos, que se ocultan en los remotísimos senos de la naturaleza, importen para conseguir la felicidad: “De dónde el temblor viene a las tierras; con qué fuerza, rotas sus vallas, los profundos mares se entumecen y después se recogen en sí mismos” 22, y otras cosas del mismo género. Lo que nos importa conocer son las causas de las cosas buenas y malas, y esto en la medida que le es dado al hombre conocerlas en esta vida, llena de errores y calamidades, para que pueda librarse más fácilmente de ellos; pues hemos de esforzarnos por conseguir aquella felicidad donde ningún infortunio nos ha de afligir y ninguna alucinación engañar. Si tuviésemos que conocer las causas de los movimientos de los cuerpos, con mayor razón tendríamos que conocer las de nuestra salud. Si, pues, por ignorar estas causas, nos vemos precisados a dirigirnos a los médicos, ¿quién hay que no se dé cuenta con cuánta resignación hemos de ignorar los muchos secretos del cielo y de la tierra que se nos ocultan?

¿Qué es el error? No todo error es perjudicial. Feliz error de San Agustín en una encrucijada

17. Aunque debemos precavernos de todo error con sumo cuidado, no sólo en los asuntos más importantes, sino también en otros de menor cuantía, y aunque no se pueda errar sino por ignorancia de las cosas, sin embargo, no se sigue de aquí que yerre al punto todo aquel que ignore algo, sino aquel que juzga saber lo que ignora, ya que aprueba lo falso como verdadero, lo que constituye la nota característica del error. No obstante, conviene tener presente sobre lo que versa el error; porque, en una misma cosa, la recta razón prefiere el que sabe al que ignora, el que no yerra al que yerra; mas en cosas diversas, esto es, cuando uno, conoce ciertas cosas y otro cosas inútiles y aun nocivas, ¿quién no estimará mas al ignorante que al conocedor de tales cosas?; pues hay ciertos asuntos que vale más ignorarlos que conocerlos; y para algunos fue útil el error, no digo en el camino de las costumbres, sino en el de un viaje.

A mí mismo me ha sucedido equivocarme en una bifurcación de caminos, y no pasar por donde se había ocultado un grupo de donatistas armados, que esperaban mi paso; y así sucedió que llegase a donde me dirigía tras un largo rodeo. Conocidas después sus asechanzas, me regocijé de haberme equivocado, dando gracias a Dios. ¿ Quién dudará anteponer un viajero que yerra de este modo a un salteador que de este modo no se equivoca? Y por esta razón, quizá, aquel sumo poeta dice de un desgraciado amante: “Cuando te vi, ¡cómo me perdí! ¡Cómo en pos de sí me llevó preso un falso engaño!” 23; porque hay también error bueno, que no sólo no perjudica en nada al que lo comete, sino que, por el contrario. en algo le es útil Pero, considerada más diligentemente la verdad, no siendo el error otra cosa que juzgar lo falso como verdadero y lo verdadero como falso, o tomar lo cierto por incierto, y esto como cierto, ya sea, falso o verdadero; y siendo esto tan vergonzoso e indecoroso para el alma como hermoso y conveniente es, lo mismo en el hablar como en el pensar, si, si; no, no 24, por esto mismo es miserable esta. vida en que vivimos, ya que en algunas ocasiones es necesario el error para conservarla. Muy lejos de mí el creer que tal sea aquella vida donde la verdad misma es vida de nuestra alma, donde nadie engaña ni es engañado. Mas en esta vida los hombres engañan y son engañados; y más desgraciados son cuando engañan mintiendo que cuando son engañados creyendo a quienes los engañan. Sin embargo, hasta tal punto llega la naturaleza humana a rehuir la falsedad y se esfuerza en evitar el error, que aun aquellos a quienes agrada engañar no quieren ser engañados; pues se cree libre de todo error el que miente, pensando que induce a error a quien le cree Ciertamente que no se engaña en aquello que ocultó con mentira, si él conoce la verdad; pero se engaña figurándose que no le daña su mentira; siendo así que todo pecado perjudica más al que lo ejecuta que al que lo sufre.

Toda mentira es pecado, pero unas más graves que otras. No miente quien por ignorancia dice algo falso, sino más bien el que dice algo verdadero que cree ser falso.

VI. 18. Surge aquí una intrincadísima y muy difícil cuestión, acerca; de la cual ya escribí, cuando surgió la necesidad. un extenso tratado: Si es deber del justo mentir en alguna ocasión. Se atreven algunos a afirmar que, en ciertas circunstancias, hasta es bueno y piadoso perjurar y mentir acerca de cosas que se refieren al culto y a la misma naturaleza de Dios. En cuanto a mi modo de ver, me parece que toda mentira es pecado, mas importa: mucho considerar la intención y materia de la mentira. Porque no peca del mismo modo el que miente con intención de beneficiar que quien obra así con intención de dañar; ni quien dolosamente encamina a un viajero por falso camino le perjudica tanto como el que corrompe su camino hacia la vida eterna. engañándole con mentira. No se ha de tener ciertamente por mentiroso al que dice algo falso creyendo que es verdadero; porque en cuanto de él depende, más bien que engaña, es engañado. Del mismo modo, no se ha de argüir de mentira, sino de demasiada credulidad, a aquel que tiene por verdaderas cosas falsas, creídas demasiado incautamente; más bien, por el contrario, miente, cuanto de él depende, quien afirmauna verdad creyendo que es falso lo que afirma, pues en su intención, por no decir lo que siente, no dice verdad aunque después se ponga de manifiesto ser verdad lo que dice. Y, por tanto, en modo alguno está exento de mentira el que sin darse cuenta dice verdad con la boca, pero que intencionadamente trata de engañar. Considerada aisladamente la intención del que habla, prescindiendo de la materia, es mejor aquel que sin saber dice algo falso, juzgándolo verdadero, que el que conscientemente tiene ánimo de mentir, ignorando que es verdad lo que afirma. El primero concuerda su palabra con el pensamiento; mas en el segundo, cualquiera que sea el resultado de su afirmación, no coincide lo que descubre su lengua con lo que se oculta en su pecho, que es lo característico del mentiroso.

Atendiendo solamente a las cosas sobre que versa la mentira, ante todo interesa considerar en qué cosa uno es engañado o pretende engañar; porque, aunque es mal menor ser engañado que engañar, por lo que respecta al la voluntad del hombre, sin embargo, es mucho más tolerable mentir en aquellas cosas que no se relacionan con la religión que ser engañado en aquellas otras sin cuya fe o conocimiento Dios no puede ser honrado. Y para ilustrar lo que acabamos de exponer, propongamos un ejemplo: alguno afirma que cierto hombre muerto vive; otro, engañado, llega a creer que Cristo después de un lapso de tiempo, deberá sufrir de nuevo la muerte ¿No es incomparablemente preferible mentir del primer modo que ser engañado de este otro? ¿Y no es mucho menor mal inducir a alguno en aquel error que caer él en este segundo?

Unos errores son más perjudiciales que otros, pero siempre son un mal

19. En algunas ocasiones nos engañamos con grave perjuicio, en otras con perjuicio menor, en otras con levísimo y aun a veces con algún provecho. Nos engañamos con grave perjuicio cuando no creemos lo que nos conduce a la vida eterna, o, por el contrario, creemos lo que nos lleva por el camino de la perdición. Con menor perjuicio se engaña el que, aprobando lo falso por verdadero, le sobrevienen algunas desgracias temporales, que, sin embargo; la resignación cristiana convierte en utilidad propia; así sucede cuando alguno, teniendo por hombre de bien al malo, se aprovechase éste de su buena reputación para ocasionarle algún perjuicio; mas quien juzga bueno al que es malo y ningún mal recibe de él; no se engaña ni cae sobre él aquella maldición profética: ¡Ay de los que al, mal llaman bien! Esta sentencia se ha de entender como proferida no sobre los hombres, sino sobre las cosas por las cuales los hombres se hacen malos. Por esto, quien llama al adulterio cosa buena, con razón es convencido de error por aquella sentencia profética; mas el que llama bueno a un hombre a quien cree casto, no sabiendo que es adúltero, no se engaña acerca del bien y del mal sino acerca de los secretos de las costumbres humanas llamando hombre bueno a quien juzga poseedor de lo que está convencido que es bueno; mas tiene por malo al adúltero y bueno al casto; pero al primero llama bueno por ignorar su adulterio.

Finalmente, si por un error escapa de la muerte, como anteriormente dejé indicado me había acontecido a mí, el error puede ser ocasión de alguna utilidad para el hombre. Mas cuando afirmo que alguno se engaña sin ningún perjuicio y a veces aun con utilidad, no quiero decir que el error en sí mismo no sea un mal, o que sea un bien en alguna ocasión, sino que me refiero al mal que se evita o al bien que se obtiene con el error, esto es, qué es lo que se sigue o no de ese error; porque el error por sí mismo siempre es un mal, grande en cosas grandes y ligero en cosas de menor importancia, sin embargo, siempre es un mal. Pues ¿quién, si no por error, dirá que no es un mal aprobar lo falso por verdadero o reprobar lo verdadero como falso? Mas una cosa es tener a un hombre por bueno, siendo malo, lo que es propio del error, y otra, que de este mal no tenga que sufrir algún perjuicio, si en nada perjudica el hombre malo que es tenido por bueno. Del mismo modo, una cosa es tener por verdadero un camino equivocado, y otra, de este mal del error conseguir algún bien, como es poderse librar de las asechanzas de los malos.

No todo error es pecado. Reputación de los académicos

VII. 20. No sé, en verdad, si deben considerarse pecados errores de este género: cuando un hombre piensa bien de otro malo por ignorar si es bueno o malo, o cuando se nos presentan cosas materiales recibidas por los sentidos, juzgándolas como espirituales y recibidas por el espíritu, o viceversa; como sucedió a San Pedro cuando, al ser libertado por el ángel de las cadenas y la cárcel, juzgaba ser una visión 25. Esto mismo sucede en las cosas corpóreas, cuando se cree suave lo que es áspero, dulce lo amargo, o que, huele bien lo fétido, o que truena cuando pasa un carro, o cuando hay dos personas parecidas y creemos que es uno siendo el otro, como sucede frecuentemente en los gemelos; por lo que dijo el poeta: “Yerro de los padres muy dulce 26”, y otras cosas semejantes. Tampoco me he propuesto resolver la intrincadísima cuestión que atormentó a los académicos, hombres agudísimos. de si el sabio debe afirmar algo para no caer en error, al aprobar lo falso como verdadero, siendo todas las cosas, según ellos sostienen, ocultas o inciertas. Sobre esta cuestión escribí, en los preliminares de mi conversión, tres libros para que no me sirviesen de obstáculos las cosas que en los mismos umbrales se me ofrecían. Me era necesario, en verdad, refutar sus argumentaciones, con las que pretendían robustecer la desesperación de encontrar la verdad. Aseguran que todo error es pecado, y sostienen que no se puede evitar si no se suspende todo asentimiento. Afirman, pues, que yerra todo aquel que asiente a lo incierto, y discuten, con disputas ciertamente agudísimas, aunque muy atrevidas, que nada hay cierto en las percepciones de los nombres, por la inseparable semejanza con lo falso, aunque lo que se ve sea cierto.

Nosotros decimos que el justo vive de la fe 27, mas sin asentimiento no hay fe, porque sin asentimiento no se puede creer nada. Sin embargo, son verdaderas aquellas cosas que, aunque invisibles, ha de creer quien deseare llegar a la vida feliz, esto es, a 'la vida eterna. Pero no sé si debo discutir con quienes ignoran no sólo que han de vivir eternamente, sino también si viven al presente; más aún, dicen que ignoran lo que no pueden ignorar, pues nadie puede ignorar que vive; puesto que, si no vive, es incapaz, aun de ignorar, ya que no sólo el saber, más aun el ignorar es propio del que vive. Dudando de su existencia, creen de este modo evitar el error; no obstante, aun errando, son convencidos de que viven, porque no puede errar quien no vive. Luego así como no sólo es verdad que vivimos, sino absolutamente cierto, del mismo modo existen otras muchas cosas que son verdaderas y ciertas, y el no asentir a ellas más bien se ha de llamar insensatez que sabiduría.

El error no siempre es pecado, pero es siempre un mal.

21. Aquellas cosas que nada interesan para la conquista del reino de Dios que se crean o no, que sean, o se consideren verdaderas o falsas, errar en estas cosas, esto es, tener una cosa por otra, no se ha de considerar como pecado, y si lo es, es levísimo. Por último, de cualquiera clase, y por grande que sea, no pertenece a aquel camino que nos conduce a Dios, que es la fe en Cristo, que obra por la caridad 28. No se apartaba de este camino “aquel gustosísimo error de los padres” a propósito de los hijos gemelos; ni el apóstol San Pedro cuando, creyendo ver una visión, de tal modo tenía una cosa por otra, que no distinguía los verdaderos cuerpos, entre quienes se hallaba, de las apariencias de ellos, entre quienes creía encontrarse, hasta tanto que no se apartó de él el ángel por quien había sido puesto en libertad; ni el patriarca Jacob cuando creía devorado de una bestia al hijo que aun vivía 29.

En estos y similares errores, quedando incólume la fe que tenemos en Dios, nos engañamos y erramos sin abandonar el camino que a El nos conduce. Estos errores, aunque no sean pecados, han de ser contados, sin embargo, entre las calamidades de esta vida, que está sujeta de tal modo a la vanidad, que se aprueba lo falso como verdadero y se rechaza lo verdadero como falso, y se consideran las cosas inciertas como ciertas. Pues por más que estos errores sean por completo ajenos a la fe, por medio de la cual, verdadero y cierto camino, nos dirigimos a la eterna bienaventuranza, sin embargo, no lo son a esta vida miserable en que aun vivimos; porque de ningún modo nos engañaríamos con algún sentido del cuerpo o del alma si ya gozásemos de aquella verdadera y perfecta felicidad.

Toda mentira es pacado

22. Toda mentira es pecado, ya que el hombre, no sólo cuando conoce lo que es verdadero, sino también cuando yerra como hombre, debe decir lo que siente, bien sea eso verdad, bien lo juzgue como tal no siéndolo. Todo el que miente habla con voluntad de engañar, pues dice lo que no siente. Y ciertamente, las palabras han sido formadas para que, por medio de ellas, nuestros pensamientos puedan llegar a conocimiento de los demás, no para engañarnos mutuamente; por tanto, el no usar de las palabras para lo que fueron instituidas, sino para la mentira, es lo que constituye el pecado. Ni se ha de pensar que no es pecado la mentira si ésta puede redundar en provecho de alguno.

Podemos también alguna vez aprovechar robando, si el pobre a quien públicamente socorremos con lo robado recibe utilidad, y el rico a quien ocultamente se le quita, no recibe molestia alguna; no obstante, nadie se atreverá a afirmar que tal hurto no es pecado. Del mismo modo pudiera parecer esto mismo cometiendo adulterio, si una mujer, de no acceder a sus deseos, apareciera a punto de morir a causa de su amor, y que, viviendo, habría de purificarse por el arrepentimiento; y nadie afirmará que tal adulterio no es pecado. Si, pues, con razón nos agrada la castidad, ¿en qué nos desagrada la verdad, para que aun con utilidad ajena creamos que aquélla no se ha de violar por el adulterio, y sí ésta por la mentira?

No se ha de negar que mucho han adelantado los hombres que sólo mienten por la utilidad de otro hombre; mas en tal provecho con razón es alabada la benevolencia, y aun temporalmente remunerada, pero no el engaño, al cual harto se le concede con que se le disculpe, mas de ningún modo el que se le alabe, principalmente tratándose de los herederos del Nuevo Testamento, a quienes se dice: Sea vuestra palabra: sí, sí; no, no; todo lo que pasa de esto, del mal procede 30. Y como este mal no cesa de deslizarse en la vida humana, aun los mismos coherederos de Cristo se ven obligados a decir: Perdónanos nuestras deudas 31

Las cosas buenas son efecto de la bondad de Dios; las malas, de la deficiencia dela voluntad del hombre o del ángel

VIII. 23. Expuestas estas cosas según nos ha permitido la brevedad de este tratado, y puesto que nos es necesario conocer las causas de las cosas buenas y malas, cuanto nos interesa saber para el camino que nos conduce al cielo, donde se halla la vida sin muerte, la verdad sin error, la felicidad sin alteración, decimos que la causa de las cosas buenas, que a nosotros se refieren, no es otra que la bondad de Dios; y la de las malas, la voluntad del bien mudable, que se aparta del inmutable bien, primero la del ángel, la del hombre después.

Las causas secundarias de los males son la ignorancia yla concupiscencia

24. He aquí, pues, la primera causa del mal en la criatura racional, esto es, de la primera privación del bien; en segundo término se introdujo, contra su voluntad, la ignorancia de las cosas que debía practicar y el deseo de las que debía evitar, cuyas cosas llevan consigo, como compañeros inseparables, el error y el dolor; y cuando estos dos males se perciben como inminentes, el movimiento del ánimo que trata de evitarlos se denomina miedo. Una vez que el alma alcanza lo que desea, aunque sea pernicioso y vano, al no darse cuenta de ello, debido al error, es vencida por el mal sano deleite o también excitada por la vana alegría. De esta especie de fuentes de enfermedades, no precisamente fuentes de abundancia, sino de indigencia, nacen todas las miserias de la naturaleza racional.

Penas impuestas al pecado

25. Sin embargo, la naturaleza racional no perdió a causa de estos males el apetito de la felicidad. Estos males son comunes a los hombres y a los ángeles condenados por la justicia del Señor, a causa de su malicia; pero, además, al hombre se le infligió un castigo propio, que es la muerte del cuerpo, pues Dios le había conminado con la muerte si pecaba; le dotó del libre albedrío, mas en tal forma que permaneciese bajo su imperio y le pudiera infundir temor con la muerte; y lo colocó, como en figura de la vida eterna, en la felicidad del paraíso terrenal, de donde, habiendo observado la justicia, subiese a mejor estado 32.

La pena del pecado de Adán se transmite a toda su descendencia. Contra los pelagianos.

26. Desterrado del paraíso después del pecado, ligó con la pena de muerte y condenación también a su descendencia, que había viciado, al pecar, en sí mismo, como en raíz; de tal modo que todo descendiente que naciese por. Concupiscencia carnal de él y de su mujer, juntamente condenada y por quien había pecado, y en cuya concupiscencia había sido fijada igual pena de desobediencia, contrajese el pecado original, que le había de conducir por diversos errores y dolores al eterno suplicio, juntamente con los ángeles desertores, corruptores y compañeros. suyos. Así, por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y de este modo pasó a todos los hombres, pues todos en él habían pecado 33. Llamó en este lugar el Apóstol mundo a todo el género humano.

Estado del hombre después del pecado de Adán. Su reparación es obra de la exclusiva misericordia de Dios.

27. Esta era, pues, su situación: toda la masa condenada del género humano yacía sumida en toda suerte de males, o, por mejor decir, anegada, y se precipitaba de mal en mal, y unida a los ángeles rebeldes, expiaba su impía deserción con justísimas penas. Todo lo que los malos hacen con gusto, arrastrados por la ciega e indómita concupiscencia, debe atribuirse a la justa indignación de Dios, y del mismo modo, todo aquello que, mal de su grado, sufren ya por los ocultos y manifiestos castigos de Dios. Con todo, la bondad del Creador no cesa de vivificar y dar fuerza constantemente a los ángeles perversos, pues, si de este concurso se les privara perecerían. En cuanto a los hombres, aunque nacen de linaje viciado y condenado, no cesa tampoco de crear' los gérmenes, de animar y ordenar sus miembros, de dar vigor a los sentidos a través de los diversos tiempos y espacios y proporcionarles alimentos adecuados. Pues juzgó más conveniente sacar bienes de los males que impedir todos los males

Y si Dios hubiese preferido que no existiera absolutamente reparación alguna para los hombres, como no la hubo para los ángeles, ¿acaso no sería justo que la naturaleza que se había alejado de Dios que había conculcado y traspasado, usando mal de su poder, el precepto de su Creador -que habría podido guardar facilísimamente-; que, obstinadamente apartada de la luz de su Creador, había profanado en sí misma la imagen divina; que se había substraído a la saludable servidumbre de sus leyes por el mal uso del libre albedrío, no sería justo, digo, que toda ella fuese abandonada por El para siempre y, según su merecido, sufriese castigo eterno? Ciertamente hubiese obrado de este modo si atendiese sólo a su justicia, prescindiendo de la misericordia, y no mostrase con mayor evidencia su gratuita misericordia en la liberación de los indignos.

Arrojados al abismo los Ángeles desertores, los demás son confirmados en la bienaventuranza

IX. 28. Habiendo, pues, abandonado a Dios algunos de los ángeles por impía soberbia, y habiendo sido arrojados de la celeste mansión a la más profunda obscuridad de esta atmósfera, los demás permanecieron con Dios en eterna bienaventuranza y santidad. La razón de esto es que los ángeles no procedían, como los hombres, unos de otros, para que; uno caído y condenado, hiciese incurrir a los demás, como sucede por el pecado original, en las cadenas de la descendencia culpable, y arrastrase a todos a sufrir los justos castigos; sino que, ensoberbecido con los compañeros de la impiedad aquel a quien llamamos diablo y derribado justamente con ellos por esa misma soberbia, los demás, con piadosa obediencia, permanecieron unidos al Señor, recibiendo además, cosa que no tuvieron aquellos, conocimiento cierto, con el cual estuviesen seguros de su eterna estabilidad .

Los hombres redimidos pasan a ocupar el lugar de los Ángeles rebeldes

29. Plugo a Dios, Creador y soberano moderador del universo, que, habiendo perecido una gran multitud de ángeles, apartándose de El, permaneciese en perpetua condenación; mas la que había perseverado fiel, al abandonarlo aquélla, gozase segura de su ciertísima felicidad eterna. Y como la criatura racional, constituida por los hombres, toda ella había perecido por los pecados, tanto original como personales, Dios la reparó en aquella parte en que la sociedad angélica había quedado disminuida por la ruina diabólica, para suplir a los ángeles caídos; esto nos da a entender la promesa del Señor en la que afirma que los santos resucitados serán iguales a los ángeles de Dios 34. De este modo, la celestial Jerusalén, madre nuestra, ciudad de Dios, no será defraudada en la innumerable muchedumbre de sus ciudadanos y aun quizá florecerá con una multitud más copiosa .Aunque ciertamente desconocemos el número de los santos y el de los inmundos demonios, cuyo lugar han venido a ocupar los hijos de la santa madre la Iglesia, que aparecía estéril en la tierra, y que permanecerán eternamente en aquella felicidad de la cual aquellos cayeron. Por tanto, el número de ciudadanos de que consta y constará la celestial Jerusalén está en la mente de aquel soberano artífice que llama las cosas que son como a las que no son 35, y que las dispone todas con medida, número y peso 36.

La reparación del hombre no es debida a sus méritos o al libre albedrío, sino a la gracia

30. Esta porción del género humano a quien Dios prometió la liberación y el reino eterno, ¿acaso podrá ser reparada por los méritos de sus propias obras? De ningún modo. Pues ¿ qué bien puede realizar quien está perdido, a no ser que sea libertado de la perdición? ¿Acaso por el libre albedrío de su voluntad? Tampoco esto es posible, ya que, usando mal el hombre del libre albedrío. se perdió a sí mismo y también su libre albedrío; Pues del mismo modo que quien se suicida se mata cuando aun vive, y al quitarse la vida deja de existir, y después de muerto no puede darse a sí mismo la vida, así también, pecando por el libre albedrío, lo perdió por el triunfo del pecado, puesto que cada cual esclavo de quien triunfó de él 37. Esta sentencia es del apóstol Pedro, y, siendo verdadera, pregunto: ¿qué libertad puede tener un esclavo del pecado. si no es cuando le deleita el pecar? Pues solamente sirve de grado quien con gusto ejecuta la voluntad de su señor, y, según esto, quien es esclavo pecado, es libre para pecar. De donde se sigue que no será libre para obrar justamente, a no ser que. libertado del pecado, comenzare a ser siervo de la justicia.

La verdadera libertad consiste en la alegría del bien obrar, y es también piadosa servidumbre por la obediencia a la ley. Pero ¿de dónde le vendrá al hombre, enajenado y vendido, esta libertad, sino por el rescate de aquel que dijo: SielHijo os librare, seréis verdaderamente libres? 38 Y antes de esto empiece a realizarse en el hombre, ¿quién se podrá gloriar del libre albedrío en obra alguna buena, si todavía no es libre para el bien obrar, a no ser que se enorgullezca, hinchado por la soberbia? Y el Apóstol la reprime cuando dice: De gracia habéis sido salvados por la fe.

La fe y las buenas obras son don de Dios

31. Y para que nadie se atribuya a sí mismo aun la misma fe de modo que no entienda haberle sido donada por disposición divina, el mismo Apóstol dice en otro lugar que él para ser fiel, había alcanzado misericordia 39; prosigue diciendo: Y esto no os viene de vosotros, es don de Dios. No viene de las obras, para que nadie se gloríe. Y para que nadie pensase que a los fieles habían de faltarles buenas obras, añade: Hechura suya somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que Díos de antemano preparó para que en ellas anduviésemos 40. Llegamos, pues, a ser verdaderamente libres cuando Dios nos modela, esto es, forma y crea, no para que seamos hombres, lo cual ya hiciera antes, sino para que seamos hombres buenos, lo cual verifica en el tiempo. presente con su gracia: Para que seamos nueva criatura en Cristo Jesús 41, según está escrito: Crea en mí ¡oh Dios!, un corazón limpio 42. Pues su corazón, como miembro del cuerpo humano, ya lo había creado Dios.

La buena voluntad proviene de Dios

32. Asimismo, para que nadie se gloríe, no ya de las obras, pero ni aun siquiera del libre albedrío, como si procediese de él el mérito, al cual, como premio debido, se le restituyera la libertad misma del bien obrar, oiga al mismo pregonero de la gracia, que dice: Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito 43. Y del mismo modo en otro lugar: Por consiguiente, no es del que quiere nidel que corre, sino de Dios, que tiene misericordia 44. Es cierto que el hombre, si es de tal edad que ya usa de la razón, no puede creer, ni esperar, ni amar, si no quisiere, ni llegar al premio de la celestial vocación de Dios, si no concurre con su voluntad 45. ¿Cómo, pues, no es del que quiere, ni del que corre sino de Dios, que tiene misericordia, a no ser porque la voluntad misma, como está escrito, es preparada por Dios?46 Por el contrario, si se ha dicho: No es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia, porqueesto depende de las dos, a saber, de la voluntad del hombre y de la misericordia divina, de tal modo que entendamos este dicho: No es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia, como si se dijese que no basta la sola voluntad del hombre, si no la acompaña la misericordia de Dios; luego tampoco sería suficiente la misericordia de Dios si no la acompañara la voluntad del hombre. Y si, porque la voluntad humana sola no es suficiente, se dijo rectamente: No del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia, para indicar que no es suficiente la sola voluntad del hombre, ¿por qué, por el contrario, no se dijo rectamente no de Dios, que se compadece, sino del hombre que quiere, puesto que tampoco es obra exclusiva de la misericordia de Dios? Finalmente, si ningún cristiano se atrevería a decir: no de Dios, que se compadece, sino del hombre que quiere, para no contradecir abiertamente al Apóstol, sólo. resta entender rectamente la sentencia: No es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia, de tal modo que se atribuya todo a Dios, que prepara la buena voluntad ayudándola y la ayuda una vez preparada.

La buena voluntad del hombre precede a muchos de los dones de Dios, pero no a todos; y entre aquellos a los que no precede se encuentra ella misma. Ambas cosas se leen en las sagradas Escrituras: Me prevendrá con su misericordia 47; y su misericordia me acompaña 48. Al que no quiere, previene para que quiera; y al que quiere, acompaña para que no quiera en vano. Pues ¿por qué se nos manda rogar por nuestros enemigos 49, que en verdad no quieren vivir piadosamente, sino para que Dios obre en ellos el querer mismo? Y del mismo modo, ¿por qué se nos manda pedir para que recibamos 50, sino para que haga, lo que pedimos, aquel que ha hecho que pidamos? Luego rogamos por nuestros enemigos para que la misericordia de Dios les preceda, como nos precedió a nosotros también; y rogamos por nosotros para que su misericordia nos acompañe.

Todos los hombres, que nacieron hijos de ira, necesitan del mediador Cristo. En qué consiste la ira de Dios

X. 33.. Todo el género humano estaba encadenado por justa condenación y todos eran hijos de ira, acerca de la cual está escrito: Por eso todos nuestros días se han desvanecido, y nosotros venimos a fenecer por tu ira. Como una tela de araña serán reputados nuestros años 51; y también Job: El hombre nacido de mujer vive corto tiempo y está lleno de ira 52; y finalmente, dice Jesucristo: Quien cree en el Hijo de Dios, tiene vida eterna; pero quien no da crédito al Hijo no tiene vida, sino que, al contrario, la ira de Dios permanece sobre él 53; no dice que vendrá, sino que permanece puesto que todo hombre nace con esta ira; y por esto dice el Apóstol: Fuimos también nosotros por origen hijos de ira, no menos que todos los demás 54. Viviendo en esta ira los hombres por el pecado original, tanto más grave y perniciosamente cuanto mayores y más numerosos eran los pecados personales que habían cometido, les era necesario un mediador, esto es, reconciliador, que aplacase esta ira con la oblación de un sacrificio singular, del cual eran sombra y figura todos los sacrificios de 'la Ley y de los Profetas. Por lo cual dice el Apóstol: Si cuando éramos enemigos de Dio fuimos reconciliados con El por la muerte de su Hijo, mucho más, estando ya reconciliados, nos salvaremos por Él de la ira de Dios 55.

En cuanto a la ira de Dios, no queremos significar perturbación en él, como sucede en el ánimo del hombre airado, sino que la venganza de Dios, siempre justa, recibió, por metáfora, el nombre de ira de las excitaciones del corazón humano. Por tanto, el que seamos reconciliados con Dios y recibamos el Espíritu Santo, de modo que de enemigos lleguemos a ser hijos de Dios, pues todos los que se rigen por el Espíritu de Dios son hijos de Dios 56, ésta es gracia de Dios por Jesucristo, Señor nuestro.

Cristo, mediador por la inefable encarnación del Verbo, nacido de María. Contra los apolinaristas

34. Largo sería decir de este Mediador tantas cosas como merece, por más que el hombre no pueda engrandecerlas dignamente, Porque ¿quién podrá explicar con palabras convenientes que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros 57, de modo que creamos en el que es único Hijo de Dios omnipotente, nacido del Espíritu Santo y de María Virgen? Pues el Verbo se hizo carne, habiendo tomado carne la Divinidad. pero no transformándose en carne la Divinidad. Además, aquí por carne debemos entender todo el hombre, significándose en esta expresión el todo por la parte; como también se dice: Ninguna carne será justificada por las obras de la ley 58, esto es, ningún hombre.

No es lícito decir que faltase algo a la naturaleza humana en aquella encarnación, pero sí que tomó la naturaleza, libre en absoluto de toda sujeción a pecado; no como nace de ambos sexos por la concupiscencia de la carne, con obligación de contraer el pecado, cuyo reato se borra por la regeneración; sino de una virgen, cual convenía que naciese aquel a quien había concebido no la concupiscencia, sino la fe de su madre; puesto que si, al nacer Él, se hubiese violado su integridad, ya no habría nacido de una virgen, y entonces sería falso -muy lejos de nosotros tal blasfemia- que El hubiese nacido de María Virgen, como confiesa toda la Iglesia, quien a imitación de la madre de Cristo, siendo virgen, engendra cada día nuevos miembros de Cristo. Puedes leer, si te place, acerca de la virginidad de María, mi carta a Volusiano, varón ilustre, a quien nombro con estima y amor 59.

Cristo es a la vez Dios y hombre. Contra el error de Leporio, que después aceptaron los nestorianos.

35. Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y hombre juntamente. Dios antes de todo tiempo, hombre en el tiempo. Es Dios, porque es Verbo de Dios, pues el Verbo era Dios 60; hombre, porque, en unidad de persona, el Verbo unió a sí un alma racional y un cuerpo. Por lo cual, en cuanto es Dios, El y el Padre son una sola cosa 61; mas, en cuanto hombre, el Padre es mayor que Él, Siendo, pues, único Hijo de Dios, no por gracia, sino por naturaleza, para ser también lleno de gracia se hizo hijo del hombre, y de estas dos naturalezas se formó la persona única de Cristo. Porque el temer la naturaleza de Dios no fue por usurpación, porque lo era por naturaleza, esto, es, el ser igual a Dios. No obstante, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo 62, no perdiendo o menoscabando la forma de Dios. Y por esto llegó a ser menor, y siguió siendo igual, y las dos naturalezas formaron una sola persona, como está dicho; pero una cosa en cuanto Verbo, otra en cuanto hombre: en cuanto Verbo, es igual al Padre; en cuanto hombre, menor. Pero es un solo Hijo de Dios, y al mismo tiempo hijo del hombre; un solo hijo del hombre, y juntamente Hijo de Dios; no dos Hijos de Dios, Dios y hombre, sino uno solo: Dios sin principio, hombre en un determinado tiempo, que es nuestro Señor Jesucristo.

La gracia se hace más estimable al ser elevado Cristo hombre a la dignidad de Hijo de Dios sin ningún mérito suyo

XI. 36.En este misterio resplandece en grado sumo la gracia de Dios. Pues ¿ qué mereció la naturaleza humana de Cristo hombre, para que fuese elevada de modo tan singular a la unidad de persona del único Hijo de Dios? ¿Qué buena voluntad, qué buenas intenciones, qué obras buenas precedieron, por las que una las cuales mereciese este hombre llegar a ser una sola persona con Dios? ¿Acaso existió antes, y le fue concedido este singular beneficio porque singularmente tenía obligado a Dios? Es evidente que, desde que empezó a ser hombre, el hombre no empezó a ser otra cosa que Hijo de Dios; y uno solo, y por el Verbo, que se hizo carne al incorporar a sí a aquel hombre, llegó a ser en realidad Dios; de suerte que, del mismo modo que el hombre, compuesto de alma racional y cuerpo, es una sola persona, así también Cristo compuesto del Verbo y del hombre, es una sola persona.

¿De dónde viene tan grande gloria a la naturaleza humana, gratuita, sin duda, por no haber precedido mérito alguno, sino porque aquí es donde resplandece la inestimable y exclusiva gracia de Dios a los que consideran esto cristiana y juiciosamente, para que entiendan los hombres que ellos son justificados de sus pecados por la misma gracia. Por la cual Cristo no pudo tener pecado? Por esto mismo el ángel saludó a María, su madre, cuando le anunció que había de verificarse su alumbramiento, diciéndole: Dios te guarde, llena de gracia; y un poco después: Encontraste gracia delante de Dios 63. Y estar llena de gracia y haber encontrado gracia delante de Dios se dice de ella por ser madre de su Señor, o mejor, del Señor de todos. Y del mismo Jesucristo dice el evangelista San Juan que el Verbo se hizo carney habitó entre nosotros; y continúa: y hemos visto su gloria, gloría como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Las palabras el Verbo se hizo carne corresponden a lleno de gracia; y estas otras: gloría del Unigénito del Padre, a lleno de verdad. Porque la Verdad misma-Unigénito Hijo de Dios, no por gracia, sino por naturaleza asumió por gracia al hombre en una tan estrecha unidad de persona, que Él mismo es al propio tiempo Hijo del hombre.

El nacimiento de Cristo, por ser obra del Espíritu Santo, pone de manifiesto la gracia

37. El mismo unigénito Hijo de Dios, Jesucristo, único Señor nuestro, nació del Espíritu Santo y de María Virgen. El Espíritu Santo es don de Dios y don igual al que lo da; y por esto es también Dios el Espíritu Santo y no menor que el Padre y el Hijo. Luego ¿ qué otra cosa indica la intervención del Espíritu Santo en el nacimiento de Jesucristo, sino la gracia? Pues habiendo preguntado la Virgen al ángel cómo sucedería lo que le anunciaba, puesto que ella no conocería varón, le respondió el ángel: El Espíritu Santo vendrá sobre ti,yla virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado por ti será santo, será llamado Hijo de Dios 64. La misma respuesta recibió San José cuando intentaba repudiar como adúltera a la que veía embarazada, habiéndola él respetado, con estas palabras: No temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo 65; esto es, lo que sospechas ser de otro hombre es obra del Espíritu Santo.

Cristo nació del Espíritu Santo no como padre, pero si de María como madre

XII. 38. ¿Acaso vamos a decir por esto que el Espíritu Santo es padre de Cristo hombre, y del mismo modo, que el Padre engendró al Verbo, el Espíritu Santo habría engendrado al hombre, que, compuesto de estas dos naturalezas, es un solo Cristo, Hijo de Dios Padre, en cuanto Verbo, y del Espíritu Santo, en cuanto hombre, por haberlo engendrado de la Virgen el Espíritu Santo como padre? Mas ¿quién se atreverá a sostener esto? Ni es necesario demostrar cuántos otros absurdos se seguirían, siendo ya esto de tal modo absurdo, que ningún oído cristiano puede soportarlo. Así, pues, según creemos, nuestro Señor Jesucristo, que es Dios, como hombre nació del Espíritu Santo y de María Virgen, en ambas naturalezas, divina y humana, es el único Hijo de Dios Padre omnipotente, de quien procede el Espíritu Santo.

¿Cómo, pues, decimos que Jesucristo nació del Espíritu Santo, no habiéndolo engendrado? ¿Acaso porque lo creó? Porque, si es cierto que nuestro Señor Jesucristo, en cuanto Dios, creó todas las cosas 66, mas, en cuanto hombre, El mismo fue creado, como dice el Apóstol: Nacido de la descendencia de David según la carne 67. Pero habiendo tomado parte toda la Trinidad, -ya que son inseparables las obras de la Trinidad- en la formación de aquella criatura que la Virgen engendró y dio a luz, por más que sólo se refiera a la persona del Hijo, ¿por qué en su creación sólo se nombra al Espíritu Santo? ¿Es acaso porque, cuando se nombra a una de las tres personas a propósito de alguna obra, se debe entender que coopera toda la Trinidad? Así es, en verdad, y podría demostrarse con ejemplos; mas no hay por qué detenernos por más tiempo en esto. Pero nos trae inquietos cómo es que se ha dicho que Jesucristo ha nacido del Espíritu Santo, no siendo en modo alguno hijo suyo. Como tampoco es licito decir que el mundo, por el hecho de haber sido creado por Dios, es hijo suyo o ha nacido de El, sino que ha sido hecho, creado. producido o formado por El, o de cualquier otro modo con el que rectamente podamos expresar esto mismo. Mas aquí, cuando se afirma que nació del Espíritu Santo y de la Virgen María, no siendo hijo del Espíritu Santo y sí de la Virgen, habiendo nacido del uno y de la otra, es difícil explicarlo No obstante, podemos afirmar, sin ningún género de duda, que nació del Espíritu Santo, no como de padre mas sí de la Virgen como madre.

No todo lo que nace de alguno se ha de llamar hijo suyo

39. No se debe conceder que todo lo que procede de alguna cosa nos veamos al punto en la precisión de admitir que es hijo suyo. Pasando en silencio que de un modo nace del hombre su hijo, de otro modo el cabello, el piojo, la lombriz: pasando en silencio, digo, todo esto -puesto que sería hacer una injuria con estas comparaciones a un asunto de tanta excelencia-, nadie, indudablemente, se atreverá a llamar hijo del agua a los fieles que nacen del agua y del Espíritu Santo, sino que son llamados con verdad hijos de Dios, como Padre, y de la Iglesia, como madre. De este mismo modo, Cristo, nacido del Espíritu Santo, es Hijo de Dios Padre, no del Espíritu Santo. Lo arriba expuesto acerca del caballo y de las demás cosas sólo sirve para damos a entender que no todo lo que procede de otra cosa se ha de llamar hijo suyo. Como tampoco se sigue que todos aquellos que llamamos hijos de alguien, necesariamente han debido nacer de él, como sucede con los hijos adoptivos. También se llama hijos del infierno a los malos, no porque hayan nacido de él, sino por estar a él destinados, como se denomina hijos del reino a los que están destinados a él.

El modo de nacer Cristo del Espíritu Santo da a conocer la gracia dela unión hipostática.

40. Pudiendo nacer un ser de otro, sin necesidad de ser hijo suyo, y pudiendo también ser llamado hijo sin haber nacido de aquel de quien es llamado hijo, sin duda que el modo como nació Cristo del Espíritu Santo, sin ser su hijo, y de la Virgen María, como hijo, nos da a conocer la gracia de Dios, por la cual el hombre sin mérito alguno precedente, en el principio mismo de su existencia, fue unido al Verbo en una tan estrecha unidad de persona, que el mismo que era hijo del hombre fuese a la vez Hijo de Dios, y el mismo que era Hijo de Dios fuese también hijo del hombre; y de esta suerte llegase a ser natural, en cierto modo, para aquel hombre, por la asunción de la naturaleza humana, la gracia misma, por la cual no pudiese cometer ningún pecado. Y esta gracia había de ser significada por el Espíritu Santo, porque El mismo. siendo con toda propiedad Dios, es llamado también don de Dios 68. Muy larga disertación sería necesaria para hablar suficientemente (si de ello fuéramos capaces) sobre este asunto.

Cristo libre de todo pecado, fue hecho pecado

XIII. 41. No habiendo sido engendrado Cristo y concebido por ningún deleite de concupiscencia carnal, y, por tanto, no habiendo contraído originalmente ningún pecado; unido por gracia también de Dios, íntimamente en unidad de persona, por modo maravilloso e inefable, al Verbo unigénito del Padre, Hijo no por gracia, sino por naturaleza; y, por consiguiente, no siendo El capaz de pecado, sin embargo, por la semejanza de la carne pecadora en que había nacido 69, El. Mismo fue llamado pecado, que había de sacrificarse para borrar los pecados.

En la antigua Ley; los sacrificios por los pecados eran llamados pecados 70; verdadero sacrificio fue hecho Cristo, de quien eran figura aquellos antiguos. De aquí que habiendo dicho el Apóstol: Por Cristo os rogamos que os reconciliéis con Dios, añade a continuación: A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que en El fuéramos justicia de Dios 71. No dice, como en algunos códices mendosos se lee: “aquel que no había conocido pecado, cometió pecado por nosotros”, como si Jesucristo mismo hubiese pecado por nosotros, sino que dice: A aquel que no conocía pecado, esto, a Cristo, por nosotros lo hizo pecado Dios, con quien debíamos de ser reconciliados; es decir, lo hizo sacrificio por los pecados, por medio del cual pudiésemos ser reconciliados con Dios. Así que El mismo fue hecho pecado para que nosotros fuésemos justicia, no nuestra, sino de Dios; y no en nosotros, sino en El; así como El mostró haber sido hecho pecado, no suyo, sino nuestro; No en sí, sino en nosotros, por la semejanza de la carne pecadora, en que fue crucificado para que, libre de toda culpa, de algún modo muriese al pecado, muriendo a 'la carne, en 'la que había semejanza de pecado; y no habiendo Él nunca vivido según la antigua costumbre del pecado, significó con su resurrección nuestra nueva vida, que renacía de la antigua muerte, por la cual estábamos sumergidos en el pecado.

El bautismo es dado para que muramos y renazcamos

42. Esto mismo es lo que ejecuta en nosotros el gran sacramento del bautismo: que todos los que reciben esta gracia mueran al pecado, como se dice de El que murió al pecado porque murió a la carne, esto es, a la semejanza del pecado; y que renazcan a la nueva vida del bautismo, como El resucitó del sepulcro, cualquiera que sea la edad del que le recibiere.

Todos mueren al pecado en el bautismo, tanto los párvulos como los adultos

43.Todos los hombres, desde los párvulos acabados de nacer hasta el anciano decrépito, así como a ninguno se ha de apartar del bautismo, así también ninguno hay que no muera en el bautismo al pecado; mas 'los párvulos sólo mueren al pecado original, los adultos también a todos aquellos que, viviendo mal, añadieron a aquel que contrajeron al nacer.

Figura por la cual se toma un número por otro

44. También se dice frecuentemente que se muere al pecado, siendo así que, sin duda, se muere no a uno solo, sino a muchos y aun a todos los que por si mismos cometieron por pensamiento, por palabra u obra; pues también el número plural se suele significar por el singular, como dijo el célebre poeta: “Y llenan su vientre de toda suerte de soldado armado” 72, por más que debieron hacerlo de muchos soldados. Y en nuestra Escrituras también se lee: Ruega, pues, al Señor que aleje de nosotros la serpiente 73, no dice las serpientes, de que era víctima el pueblo, queriendo significar esto mismo; y otros muchos pasajes semejantes. Mas también el pecado original se indica por el número plural, cuando decimos que los niños son bautizados en remisión de los pecados, pues no decimos en remisión del pecado; hay, por el contrario, aquella otra figura por la cual se significa el número singular por el plural. Como en el Evangelio, muerto Herodes, se dijo: Son muertos los que atentaban contra la vida del niño 74; y en el Éxodo: Se hicieron dioses áureos, habiendo hecho un solo becerro, al cual aclamaban: Estos son tus dioses ¡oh Israel!, que te han sacado de la tierra de Egipto 75, usando también aquí el plural por el singular.

En el primer pecado del hombre hay muchas especies de pecado

45. En aquel único pecado, que entró por un solo hombre en el mundo y pasó a todos los hombres 76, por el cual aun los párvulos deben ser bautizados, se pueden entender muchos pecados, si ese único lo descomponemos como en cada una de sus partes. Porque allí está la soberbia, puesto que el hombre gustó más de ser dueño de sí mismo que estar bajo el dominio de Dios; el sacrilegio, ya que no creyó a Dios; el homicidio, porque se precipitó en la muerte; la fornicación espiritual, porque la integridad de la mente humana fue violada por la persuasión de la serpiente; el hurto, porque se apropió un alimento que le estaba prohibido; la avaricia porque apeteció más de lo necesario, y cualquiera otro desorden den que con diligente examen puede descubrirse en este único pecado cometido.

Es probable que los hijos no estén sujetos sólo a los pecados de los primeros padres

46. No sin fundamento se dice que los niños están sujetos también a los pecados, no sólo de los de nuestros primeros padres, sino también a los de aquellos de quienes han nacido. Pues aquel divino decreto: Castigaré en los hijos los pecados de los padres 77, comprende ciertamente a los niños antes de que empiecen a pertenecer por la regeneración al Nuevo Testamento. Y este Testamento era anunciado cuando se decía por el profeta Ezequiel que los hijos no habían de cargar sobre sí los pecados de los padres, y que en lo sucesivo sería desmentido en Israel aquel dicho: Los padres comieron el agraz y los hijos sufren la dentera 78.

Para esto se renace, para que sean borrados todos los pecados con que uno nace. Pues los pecados que, obrando mal, se cometen después, pueden ser reparados por la penitencia, como vemos que se realiza después del bautismo. Y no por otra cosa se ha establecido la regeneración, sino por ser defectuosa la generación; hasta tal punto, que aun el nacido de matrimonio legítimo se ve obligado a decir: Fui concebido en iniquidades, y en pecados me alimentó en su seno mi madre 79. Y no dijo en iniquidad o en pecado, aunque también pudiera haber dicho esto rectamente; pero prefirió decir iniquidades y pecados. Porque en aquel solo pecado que se trasmitió a todos los hombres, y que es tan grande que alteró por completo la naturaleza humana, convirtiéndola en necesidad de muerte, se encuentran, como dijimos arriba, muchos pecados. Los otros pecados de los antepasados, aunque no pueden alterar de este modo la naturaleza, sujetan, sin embargo, a los hijos a sus consecuencias, a no ser que la inmerecida gracia y misericordia divina vengan en su auxilio.

No se ha de fijar temerariamente hasta qué generación se propagan los pecados de los padres en los hijos

47. Acerca de las culpas de los demás antepasados de quienes uno desciende, desde el mismo Adán hasta su padre inmediato, con razón puede discutirse si el que nace se ve envuelto por los malos actos y multiplicados delitos originales de todos, de tal suerte que, cuanto más tarde nace un hombre, tanto peor es; o si Dios amenaza a los descendientes con los pecados de sus antecesores dentro de la tercera o cuarta generación, porque no extiende su ira más allá por la templanza de su compasión en cuanto a las culpas de sus progenitores, a fin de que aquellos a quienes no se les concede la gracia de la regeneración no se vean oprimidos por la demasiada carga en su eterna condenación, si hubieren de contraer originalmente los pecados de todos sus progenitores, desde el principio del género humano, y pagar las penas merecidas por ellos; o si es que alguna otra cosa puede o no puede encontrarse acerca de asunto tan importante, después de examinar con más diligencia las sagradas Escrituras, no me atrevo a afirmarlo temerariamente.

El pecado original no es borrado sino por Cristo

XIV. 48. En cuanto a aquel pecado que se cometió en lugar y estado de tanta felicidad, y que es tan grande que todo el género humano fue condenado originalmente y, por decirlo así en su raíz, no se expía ni se borra sino por el hombre Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres 80, porque sólo El pudo de tal modo nacer, que no tuvo necesidad de renacer.

El bautismo de Juan no causaba la regeneración. Por qué Cristo quiso ser bautizado por Juan

49. En efecto, los que eran bautizados con el bautismo de Juan 81, por quien el mismo Cristo fue bautizado, no renacían a la vida, sino que por el ministerio del Precursor, que decía: Preparad el camino del Señor 82, se disponían solamente para aquel en el que únicamente podían renacer. Pues el bautismo de Cristo no consiste sólo en el agua, como el de Juan, sino también en el Espíritu Santo 83, a fin de que todo aquel que cree en Jesucristo sea renovado por aquel mismo Espíritu por quien El, habiendo sido engendrado, no tuvo necesidad de regeneración. De aquí que aquella voz del Padre: Hoy te he engendrado 84, no indica el día del tiempo en que Cristo fue bautizado, sino el día de la inmutable eternidad; para dar a entender que aquel hombre estaba unido a la persona del Unigénito. Pues el día que no empieza con el fin del ayer y no termina con el comienzo del mañana, es siempre hoy.

Cristo, pues, quiso ser bautizado en agua por Juan, no para borrar alguna iniquidad suya, sino para dar un gran ejemplo de humildad. El bautismo nada encontró en El que borrar, como la muerte nada que castigar; de suerte que el diablo, oprimido y vencido por la verdad de la justicia, no por la fuerza del poder, puesto que le había dado muerte injustísimamente sin ninguna culpa, por eso mismo justísimamente perdiese a los que tenía sometidos por la culpa. Así, pues, aceptó lo uno y lo otro, es a saber, el bautismo y la muerte, por sabia administración de la economía divina, no por lastimosa necesidad, sino más bien por compasiva voluntad; para que del mismo modo que un solo hombre había introducido el pecado en el mundo, esto es, en todo el género humano, así también uno solo lo destruyese.

Cristo borró no sólo el pecado original, sino también todos los personales

50. Mas esto no fue del mismo modo, puesto que el primer hombre introdujo un solo pecado en el mundo; mas este segundo no solamente borró aquel pecado, sino todos los que a este habían sido añadidos. Por lo cual dice el Apóstol: Y no fue del don lo que fue la obra de un sólo pecador, pues por el pecado de uno no solo vino el juicio en la condenación, mas el don, después de muchas transgresiones, acabó en la justificación. Porque, en efecto, aquel solo pecado que se contrae por el nacimiento, aunque es uno solo, hace culpables de condenación; mas la gracia de muchos pecados justifica al hombre, que añadió otros muchos propios a aquel que hereda por nacimiento y que es común a todos los hombres

Nadie se libra de la condenación de Adán si no renaciere en Cristo

51. El Apóstol, añadiendo poco después: Como por la transgresión de uno solo llegó la condenación a todos, así también por la justicia de uno solo llega a todos la justificación de vida 85, indica claramente que todo aquel que nace de Adán está sujeto a condenación, y nadie se ve libre de ella si no renaciere en Jesucristo.

El bautismo es imagen de la muerte y resurrección de Cristo, tanto en los párvulos como en los adultos

52. Después de haber hablado de esta pena, introducida por un solo hombre, y de la gracia conquistada por otro, cuanto creyó suficientepara el plan de su epístola, a continuación ensalzó el gran misterio del sagrado bautismo en la cruz de Cristo, a fin de que entendamos que el bautismo en Cristo no es otra cosa que una representación de su muerte, y que su muerte en la cruz no es más que una figura de la remisión del pecado, y que así como en El hubo verdadera muerte, así también en nosotros verdadera remisión de pecados, y como en El verdadera resurrección, así en nosotros verdadera justificación. Y así dice: ¿Qué diremos, pues? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia? Había dicho algo antes: Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia 86. Habíase propuesto a sí mismo la cuestión de si para conseguir abundancia de gracia se había de permanecer en el pecado. Pero responde: Lejos de eso. Y añadió: Los que hemos muerto al pecado, ¿ cómo podremos vivir todavía en él?

Después, para mostrar que nosotros estamos muertos al pecado, dice: ¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Pues si de aquí se nos demuestra que estamos muertos al pecado porque hemos sido bautizados en su muerte, se sigue que también los niños, que son bautizados en Cristo, mueren al pecado, por ser bautizados en la muerte del mismo. Sin exceptuar a ninguno, se dijo: Cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte. Esto se dijo para demostrar que estamos muertos al pecado; mas ¿a qué pecado mueren los párvulos al renacer, sino al que contrajeron al nacer? También a ellos alcanza lo que a continuación dice: Con El hemos sido sepultados por el bautismo, para morir con Él, para que, como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque, si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección. Pues sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado paro que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado. En efecto, el que muere queda absuelto del pecado; si hemos muerto con Cristo, debemos creer que también viviremos con El; pues sabemos que Cristo resucitado de entre los muertos ya no muere; la muerte no tiene ya dominio sobre El. Porque muriendo murió alpecado una vez para siempre, pero viviendo vive para Dios. Así también vosotros debéis consideraras como muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús 87.

El Apóstol había empezado a probar que no debemos seguir en el pecado, para que abunde la gracia; y había dicho: Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo podremos vivir todavía en él?; Y para mostrar que estamos muertos al pecado había añadido: ¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados 'en su muerte?; y del mismo modo como empezó, concluyó este pasaje. Y esto nos lo representa tan al vivo con la muerte. de Cristo, que llegó a decir que El mismo había muerto al pecado. Mas ¿a qué pecado, sino a la carne, en la cual se hallaba no el pecado sino la semejanza del pecado, y por esta razón se le da el nombre de pecado? Por tanto, a todos los bautizados en la muerte de Cristo, en quien son bautizados no sólo los adultos, sino también los párvulos, se les dice: Así también vosotros, esto es, del mismo modo que Cristo, así también vosotros debéis consideraros como muertos al pecado y que vivís sólo para Dios en Jesucristo.

La cruz, la sepultura, la resurrección de Cristo, son imágenes de la vida cristiana

53. Cuanto se realizó en la cruz de Jesucristo, en su sepultura, en su resurrección al tercer día, en su ascensión al cielo, donde se sentó a 'la diestra del Padre; todo esto se realizó para que la vida cristiana, que aquí se vive, se conformase con estos acontecimientos, no sólo místicamente figurados, sino también realizados. Con motivo de su cruz se dijo: Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con las pasiones y concupiscencias 88. Con motivo de la sepultura: Hemos sido sepultados con Cristo por el bautismo, para morir con Él. Sobre la resurrección: Para que, .como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. En cuanto a su ascensión al cielo y sesión a la diestra del Padre: Si,pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; gustad las cosas de arriba, no las de la tierra; porque vosotros estáis muertos, yvuestra vida está escondida con Cristo en Dios.

El juicio final se refiere a las cosas que han de realizarse al fin del mundo

54. En cuanto a lo que confesamos como venidero acerca de Cristo, puesto que descenderá del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos, no tiene correspondencia con la vida que aquí vivimos, porque no se halla entre los sucesos por El realizados, sino entre los que han de realizarse al fin del mundo. A esto se refiere lo que el Apóstol a continuación añadió: Cuando apareciere Cristo, vuestra vida, entonces también apareceréis vosotros con El en gloria 89.

De dos modos puede entenderse el juzgar a los vivos y a los muertos

55. De dos maneras puede entenderse que Cristo juzgará a vivos y a los muertos. Podemos entender por vivos aquellos a quienes en su venida encontrará aquí, aún no muertos, sino que viven en este cuerpo; y por muertos, los que han dejado o dejarán de existir antes que venga al juicio. También podemos entender por vivos los justos, y por muertos, los pecadores, puesto que también los justos han de ser juzgados. El juicio de Dios puede computarse unas veces entre las cosas desagradables, como cuando se dice: mas los que han obrado mal -saldrán de sus sepulcros,- para la resurrección del juicio 90; otras, entre las buenas o agradables, según está escrito: Sálvame, ¡oh Dios!, por el honor de tu nombre, y júzgame en tu poder 91. Por el juicio de Dios se hace, en efecto, la separación entre los buenos y los malos, para que los que se han de librar del mal, los que no han de perecer con los perversos, los buenos, queden separados a la derecha 92. Por eso el Salmista exclama: Júzgame, ¡oh Dios!; y como explicando lo que ha dicho, añade: y sepárame de esta turba impía 93.

Rectamente se habla, en cuanto al orden, en el Símbolo del Espíritu Santo y de la Iglesia. La Iglesia celeste ayuda a la terrena

XV. 56. Después que hemos confesado a Jesucristo, Hijo de Dios y único Señor nuestro, según corresponde a la brevedad del símbolo, añadimos que creemos también en el Espíritu Santo, para que se complete aquella Trinidad, que es Dios; a continuación se menciona la santa Iglesia. Por donde se da entender que la criatura racional, que pertenece a la Jerusalén libre 94, había de colocarse después de haber mencionado al Creador, esto es, la suma Trinidad. Porque cuanto se ha dicho de Cristo hombre corresponde a la unidad de persona del Unigénito. Por tanto, el recto orden de nuestra Confesión exigía que la Iglesia apareciese unida a la Trinidad; como al inquilino su casa, como a Dios su templo y como al fundador su ciudad. Aquí la Iglesia ha de entenderse en toda su universalidad, no sólo aquella que peregrina en la tierra, alabando el nombre de Dios desde la salida del sol hasta su ocaso 95 y cantando un cántico nuevo después de la antigua cautividad, sino también aquella otra que siempre ha estado unida a Dios en los cielos desde que fue fundada, y que no experimentó el mal de su caída, manteniéndose inmutablemente feliz en los santos ángeles, y que ayuda. Como conviene, a la parte que aun peregrina; porque ambas serán una sola Iglesia por la participación de la eternidad, como ya lo son ahora por el vinculo de la caridad, la cual fue toda ella ordenada para adorar al único Dios. De aquí que ni toda ella ni parte alguna de la misma quiere ser honrada: en lugar de Dios, ni quiere tampoco adorar como Dios a cosa ninguna que pertenezca al templo de Dios, formado de dioses que crea el Dios in creado.

Por tanto, si el Espíritu Santo fuese criatura y no creador, sin duda sería criatura racional, por ser ésta la más excelente; y siendo así, en la Regla de fe no se colocaría antes de la Iglesia, ya que El mismo pertenecería a aquella parte de la Iglesia que está en los cielos. Y no tendría templo, sino que El' mismo sería también templo. Pero El posee el templo, acerca del cual dice el Apóstol: ¿No sabéis que vuestros cuerpos san templos del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios? De los cuales dice en otro lugar: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? 96 ¿Cómo, pues, podrá no ser Dios quien tiene templo, o cómo puede ser menor que Cristo, a cuyos miembros tiene por templo? Y no es uno su templo y otro el templo de Dios diciendo el mismo Apóstol: ¿No sabéis que sois templos de Dios? Y para probarlo añadió: ¿Y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? 97 Por tanto, Dios habita en su templo, no sólo' el Espíritu Santo, sino también el Padre y el Hijo, el cual afirmó también de su cuerpo, constituido cabeza de la Iglesia que está en este mundo, para que El mismo tenga la primacía. sobre todas las cosas 98: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré 99. Así, pues, es templo de Dios, es decir, de toda la suma Trinidad, la santa Iglesia, es a saber, toda la Iglesia, la del cielo y la de la tierra.

Estabilidad de la iglesia celeste

57. Mas ¿qué podríamos afirmar de aquella que está en el cielo, sino que no hay en ella ninguno que sea malo, y que ninguno cayó ni caerá de allí desde el día en que, como escribe el Apóstol San Pedro, Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitados en el tártaro, los entregó a las prisiones tenebrosas, reservándolos para el juicio? 100

Categorías de los ángeles. Es incierto que las estrellas sean ángeles

58. ¿De qué modo está constituida aquella beatísima y celestial sociedad? ¿ Qué diferentes categorías hay allí? Porque, aun cuando a todos con nombre general se les llama Ángeles (pues eso se nos quiso indicar en la epístola a los Hebreos, donde leemos: ¿ A cuál de los ángeles dijo alguna vez: Siéntate a mi diestra? 101), no obstante, sabemos que allí hay también arcángeles. ¿Acaso a estos mismos arcángeles se les llama virtudes, y por eso se dijo: Alabadle vosotros, ángeles todos, alabadle vosotras, todas sus virtudes? 102 Como si dijera: Alabadle vosotros, sus ángeles todos; alabadle vosotros, todos sus arcángeles. ¿Qué diferencia hay entre aquellos cuatro nombres, en los cuales parece que el Apóstol quiso comprender toda aquella sociedad, cuando dice: los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades? 103 Díganlo quienes pudieren, con tal que puedan probar lo que dicen; yo confieso que lo ignoro. Como también ignoro si pertenecen a aquella misma sociedad el sol y la luna y todas las estrellas, por más que a algunos les parezca que tienen cuerpos luminosos, pero sin sentido ni inteligencia.

Difícilmente pueden explicarse de qué naturaleza eran los cuerpos de los ángeles bajo los cuales se aparecieron a los hombres

59. Asimismo, ¿ quién podrá explicar con qué cuerpos se aparecieron los ángeles a los hombres, para que no sólo pudieran ser vistos, sino también tocados? Y, por el contrario, ¿cómo presentan no con substancia sólida, sino por potencia espiritual, ciertas representaciones, no a los ojos corporales, sino a los del espíritu, o cómo hacen entender no por el oído exterior, sino interiormente en el ánimo del hombre, estando ellos allí mismo presentes, según está escrito en el libro de los Profetas: Y el ángel que hablaba dentro de mí? 104 Pues no dijo el ángel que me hablaba, sino que hablaba dentro de mí. ¿No aparecen también en los sueños y hablan como suele acontecer en ellos? Y así leemos en el Evangelio: He aquí que se apareció en sueños un ángel del Señor y le habló 105.

Estos modos de obrar parecen indicar que los ángeles no tienen cuerpos que se puedan tocar, dando lugar con esto a una dificilísima cuestión, es a saber, cómo entonces los patriarcas les lavaron los pies 106 y cómo Jacob luchó con el ángel tan real y estrechamente enlazado 107. Cuando se investigan estas cosas, conjeturando cada uno como puede, no se ejercitan inútilmente los ingenios, si se hace uso de moderada discusión y no cae en el error de creer saber lo que se ignora. Pues ¿qué necesidad hay de afirmar, negar o definir estas y otras cosas semejantes con peligro, cuando se puede ignorar sin culpa?

Es más útil distinguir las artes de satanás, que se transfigura como ángel de luz

XVI. 60. Mucho más importante es conocer y distinguir los artificios de Satanás cuando se transfigura en ángel de luz 108, para que no suceda que, engañándonos, nos seduzca a alguna cosa perniciosa. Porque aun cuando a los sentidos del cuerpo engañe, pero no haciendo vacilar a la mente del recto juicio, por el cual se lleva una vida cristiana, no hay ningún peligro en cuanto a la religión. Lo mismo sucede cuando, fingiéndose bueno, hace o dice aquello que harían o dirían los ángeles buenos; pues aun cuando entonces se le tenga por ángel bueno, no es error peligroso o perjudicial para la fe cristiana. Mas cuando, por estas cosas ajenas a su índole, empieza a inducir a sus fines, entonces gran diligencia es necesaria para reconocerle y no ir tras él. Pero ¡qué pocos hombres son capaces de evitar todas sus mortíferas astucias sin la ayuda y protección divina! Y esta misma dificultad es útil, para que nadie tenga confianza en sí mismo o en otro hombre, sino que sólo en Dios la tengan todos los suyos. Ningún hombre piadoso dudará. en modo alguno, que esto es lo más útil para nosotros.

La Iglesia entre los ángeles y entre los hombres. Cristo no murió por los ángeles. Cómo afecta a los ángeles la redención de los hombres

61. Esta Iglesia de Dios que está formada por los santos ángeles y virtudes, se nos dará a conocer tal cual es cuando estemos al fin unidos a ella, para poseer juntamente la eterna felicidad. Mas la que peregrina en la tierra nos es más conocida, porque estamos en ella y porque está formada de hombres como nosotros. Sólo ésta fue rescatada de todo pecado por la sangre del Mediador, que no tuvo pecado alguno, y así, confiada, exclama: Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El cual no perdonó a su propio Hijo, sino que le entregó por todos nosotros 109. Porque Cristo no murió por los ángeles. Sin embargo. por esto hace relación también a los ángeles todo aquello que contribuye a que los hombres sean rescatados y librados del mal, porque de algún modo los reconcilia con aquellos, después de las enemistades que los pecados originaron entre los hombres y los santos ángeles, y porque, además. los daños de aquella caída angélica son reparados por esta misma redención de los hombres.

Cómo son restauradas y pacificadas todas las cosas en Cristo

62. Los santos ángeles, instruidos por Dios, por cuya contemplación son eternamente felices, conocen el número suplementario de los hombres que necesita aquella ciudad celestial para su integridad. Por esto dice el Apóstol: Restaurando todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra, en El 110. Son restauradas las cosas que están en los cielos, ya que lo que pereció allí, entre' los ángeles, es suplido de entre los hombres; y las de la tierra, porque los hombres que son predestinados a la vida eterna son regenerados de la antigua corrupción. Y de este modo, por aquel único sacrificio en el cual el Mediador fue inmolado y al cual figuraban las muchas víctimas en la antigua Ley, fueron reconciliadas las cosas celestiales con las terrenas y éstas con aquellas. Porque, como dice el mismo Apóstol, y plugo al Padre que en El habitase toda plenitud y por El reconciliar consigo, pacificando por la sangre de su cruz todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo 111.

De qué modo la paz del reino celeste sobrepuja a todo entendimiento

63.Esta paz supera, como está escrito, a todo entendimiento 112, y no podemos conocerla sino cuando hayamos llegado a ella. Pues ¿cómo son pacificadas las cosas celestiales si no es con nosotros, es decir, restableciendo la paz con nosotros? Porque allí hay paz perpetua, ya de todas las criaturas racionales entre sí, ya con su Creador. La cual paz supera, como está dicho, a todo entendimiento, ciertamente al nuestro, pero no al de aquellos que ven continuamente el rostro del Padre. Mas nosotros, por grande que sea nuestra inteligencia, ahora sólo conocemos en parte y vemos como por un espejo y obscuramente; mas cuando seamos iguales a los ángeles de Dios 113, entonces, del mismo modo que ellos, veremos cara a cara; y tendremos tanta paz para con ellos como ellos para con nosotros, porque los amaremos del mismo modo que ellos nos aman 114.

Entonces nos será conocida su paz, porque tal y tan grande será la nuestra; ya no superará nuestro entendimiento. Pero la paz que Dios tiene allí con ellos, sin ningún género de duda, lo superará, como también el de aquellos. Pues toda criatura racional que llega a ser feliz, de El obtiene la felicidad, no El de aquélla. Y así se entiende mejor lo que está escrito: La paz de Dios sobrepuja todo entendimiento; de modo que, al decir todo, no quede exceptuado el mismo entendimiento de los santos ángeles, sino sólo el de Dios, ya que su paz no sobrepuja a su entendimiento.

La remisión de los pecados está expresada en el Símbolo. Los santos pueden vivir sin crimen, pero no sin pecado

XVI. 64. Pero aun ahora los ángeles están en paz con nosotros, cuando nos son perdonados nuestros pecados. Por esto, después de mencionar la santa Iglesia, se sigue en el orden del Símbolo la remisión de los pecados, ya que por ella subsiste la Iglesia que se encuentra en la tierra; por ella no perece lo que se había perdido y fue encontrado 115. Pues a excepción del don del bautismo, que fue concedido para que borrase por la regeneración lo que se había contraído por nacimiento, borra también todos los pecados personales que se hubieren cometido por pensamiento, palabra y obra. Exceptuado, pues, este gran don, por donde empieza la renovación del hombre, y en el cual queda abolido todo reato de culpa heredado o añadido, aun en el resto de la vida, estando ya el hombre en uso de la razón, por mucho que pueda por la virtud y fecundidad de la justicia, no puede vivir sin la remisión de los pecados; porque los hijos de Dios, mientras viven en este mundo, luchan contra la muerte.

Aunque se haya dicho de ellos con toda razón: Los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios 116, sin embargo de tal suerte son excitados por su divino Espíritu y como hijos de Dios caminan hacia Él, que también son arrastrados por su propio espíritu, principalmente por elcuerpo corruptible, que agrava al alma 117, y como hijos de los hombres se vuelven a sí mismos por ciertos impulsos humanos, y por eso pecan. Se ha de tener muy en cuenta la gravedad del pecado; pues no porque todo crimen es pecado se ha de concluir que todo pecado es crimen. Y así decimos que podemos encontrar la vida de los santos, mientras viven en este mundo, sin crimen; mas, si dijéramos que no tenemos pecado, como dice el gran apóstol San Juan, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros 118.

Cualquier crimen puede ser perdonado en la Iglesia por medio de la penitencia. Fuera de la Iglesia no hay remisión de pecados.

65. No han de desesperar de la misericordia de Dios los que hacen penitencia según la proporción de cada uno de los pecados, ni aun de la remisión de los mismos crímenes, por enormes que sean. Mas cuando se cometiere tal crimen que quien lo cometió merezca, además, ser separado del cuerpo de Cristo, no se ha de mirar tanto en la penitencia 'la medida del tiempo como la intensidad del dolor, porque Dios no desdeña un corazón contrito y humillado 119.

Mas estando, por lo general, el dolor del corazón oculto para los demás hombres, y no llegando a conocimiento de los otros por las palabras ni por cualesquiera otras señales, ya que sólo es manifiesto para aquel a quien se dice: Mis gemidos no te son ocultos 120, sabiamente han sido fijados por los pastores de las Iglesias los tiempos de penitencia para que satisfagan a la Iglesia, en la cual son perdonados los pecados, pues fuera de ella no existe este perdón. Porque ella recibió en prenda el Espíritu Santo 121, sin el cual no se perdona ningún pecado, de suerte que a quienes les son perdonados consigan la vida eterna.

La remisión de los pecados tiene por fin prevenir el juicio futuro

66. La remisión de los pecados se hace más bien en atención al juicio futuro. Pues en esta vida hasta tal punto prevalece aquel dicho de la Escritura: Un pesado yugo oprime a los hijos de Adán desde el día que salen del seno de su madre hasta el día de su sepultura en el seno de la madre de todos 122, que aun los niños. después del baño de la regeneración, vemos que son atormentados por los dolores de diversas desgracias; para que entendamos que todo cuanto obran los saludables sacramentos, más tienen por fin la esperanza de los bienes futuros que la conservación o logro de los presentes.

También vemos que aquí son tolerados muchos crímenes que no son castigados con ningún suplicio, sino que más bien sus castigos son reservados para el futuro. Porque no en vano se llama día del juicio a aquel en que vendrá el Juez de vivos y muertos. Como, por el contrario, son castigadas aquí algunas culpas que, no obstante, si son perdonadas, no dañarán en verdad en el siglo futuro. Por eso dice el Apóstol acerca de algunas penas temporales que se imponen en esta vida a los pecadores, a aquellos cuyos pecados son remitidos, a fin de que no queden reservados para el futuro: Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados por el señor; mas cuando somos juzgados el Señor nos castiga a fin de que no seamos condenados con este mundo 123.

Reputación de aquellos que creían que todos los fieles, por más impíamente que hubieran vivido, se habían de salvar a través del fuego

XVIII. 67. Creen algunos que aun aquellos que no abandonan el nombre de Cristo, habiendo sido bautizados en la Iglesia, sin haberse separado de ella por algún cisma o herejía, y que viven sumidos en crímenes enormes, que no reparan por la penitencia ni los redimen con limosnas, sino que perseveran en ellos pertinacísimamente hasta el fin de su vida, se han de salvar a través del fuego; y aun cuando hayan de ser castigados, según la magnitud de sus acciones. Vergonzosas y enormes crímenes, con un fuego de larga duración, mas no será con un fuego eterno. Pero los que, siendo católicos, admiten esto, a mi modo de ver, se engañan, dejándose llevar por cierta benevolencia humana, ya que, consultada la divina Escritura, responde muy de otro modo. Sobre esta cuestión ya escribí un libro titulado De la fe y de las obras. En él demostré, en cuanto fui capaz con la gracia de Dios, que, según las santas Escrituras, aquella fe salva que con toda claridad declara el Apóstol, cuando dice: Pues en Cristo Jesús, ni la circuncisión vale algo ni el prepucio, sino la fe que obrapor la caridad 124. Pero si no sólo no abra bien, sino que hasta obra mal, sin ningún género de duda, según el apóstol Santiago, está muerta en si misma. Y en otro lugar añade: Si alguno dijere que tiene fe, mas no tiene obras, ¿por ventura podrá salvarle la fe? 125

Por otra parte, si el hombre malvado se salvare por la sola fe, pasando por el fuego, y es necesario interpretar de este modo aquel dicho de San Pablo: El, sin embargo, se salvará, pero como quien pasa por el fuego, en este caso podría la fe salvar sin las obras y, por tanto, sería falso lo que asegura su coapóstol Santiago. Aún más, sería falso lo que afirma el mismo San Pablo: No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que se apoderan de los bienes de otro poseerán el reino de Dios 126. Si, pues, aun perseverando en estos crímenes, han de salvarse por la sola fe en Cristo, ¿cómo es que no poseerán el reino de Dios?

Interpretación del texto del Apóstol “de los que se han de salvar a través del fuego”. El fuego purificador de esta vida

68. No pudiendo ser falsos estos tan manifiestos y clarísimos testimonios apostólicos, aquel otro del Apóstol que aparece un poco obscuro: los que edifican sobre el fundamento, que es Cristo, no oro, plata o piedras preciosas, sino maderas, heno o paja, se ha de entender de tal modo que no esté en contradicción con aquellos tan claros y evidentes; pues se dijo que se salvarán a través del fuego porque gracias al fundamento no perecerán. Las maderas, el heno la paja, no sin motivo, pueden entenderse de los deseos de las cosas temporales, que, aunque lícitamente concedidas, no pueden perderse sin dolor del alma. Mas, cuando este dolor abrasa o purifica, si Cristo de tal modo es el fundamento en el corazón, que ninguna cosa se le anteponga, y prefiere el hombre carecer de las cosas que así ama antes que de Cristo, entonces se salva pasando por el fuego. Por el contrario, si en el tiempo de la tentación prefiere poseer tales cosas temporales y mundanas más que a Cristo, no le tiene como fundamento, ya que prefiere estas cosas en su lugar, siendo así que en el edificio nada hay más importante que el fundamento. Así, pues, el fuego de que habla el Apóstol debe entenderse que es de tal naturaleza que ambos pasen por él, conviene a saber, tanto el queedifica sobre este fundamento oro, plata y piedras preciosas, como el que edifica maderas, heno y paja; porque, después de haber dicho esto, añadió: El fuego probará cuáles la cualidad de la obra de cada uno. Aquel cuya obra subsista, recibirá, recompensa; mas, si la obra es consumida, perderá su trabajo; él, sin embargo, se salvará, pero como pasando por el fuego 127. Por consiguiente, no probará el fuego la obra de uno solo, sino la de los dos.

La tentación de la tribulación es un cierto fuego, del cual claramente en otro lugar está escrito: El horno prueba los vasos del alfarero; la tentación de la tribulación, a los hombres justos 128. Por esta tribulación se verifica a veces en esta vida lo que dijo el Apóstol, como sucede, por ejemplo, en dos fieles, de los cuales uno piensa en las cosas que son de Dios, cómo agradará a Dios, esto es, edifica sobre el fundamento, que es Cristo, oro, plata, piedras preciosas; mas el otro piensa en las cosas del mundo, cómo agradará a su mujer 129, es a saber, edifica sobre el mismo fundamento maderas, heno, paja. La obra de aquél no es consumida, porque no ama esos bienes, cuya pérdida puede atormentarle; mas la de éste es purificada, porque no se pierden sin dolor las cosas poseídas con amor. Al cual, si se le hubiese presentado la alternativa, preferiría más bien carecer de las cosas terrenas que de Cristo, y ni por el temor de perderlas le abandonaría, aunque sufra al perderlas. Este tal ciertamente se salvará, si bien como quien pasa por el fuego; porque le purifica el sentimiento de las cosas perdidas que había amado, mas no le trastorna ni consume, por estar defendido por la firmeza e incorrupción del fundamento.

El fuego purificador después de esta vida

69. No es increíble que algo semejante suceda después de esta vida, y puede investigarse si es manifiesto o no que algunos fieles se salven a través de un cierto fuego purificador, tanto más tarde o más pronto cuanto más o menos amaron las cosas perecederas; siempre que, sin embargo; no sean de aquellos de quienes está escrito que no poseerán el reino de Dios, a no ser que, convenientemente arrepentidos, les fueren perdonados sus crímenes. He dicho convenientemente para que no sean estériles en limosnas, a las cuales otorga tal gracia la divina Escritura, que el Señor predice que sólo éstas tomará en cuenta a los que están a la derecha, y la falta de ellas a los que están a la izquierda; porque a aquellos les dirá: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino; y a éstos: Id al fuego eterno 130.

Los crímenes no se perdonan por las limosnas si no se cambia de vida

XIX. 70. Prudentemente se ha de evitar que nadie crea que aquellos horribles crímenes que apartan al que los comete de poseer el reino de Dios, diariamente se pueden cometer y también diariamente redimir por la limosna. Es necesario, pues, mejorar de vida y aplacar a Dios de los pecados pasados por medio de limosnas, no como queriéndolo comprar con el fin de poder cometerlos siempre impunemente. Pues a ninguno da permiso para pecar 131, aunque por su compasión perdona los pecados ya cometidos, si no se descuida la proporcionada satisfacción.

Los pecados leves se pueden expiar por la Oración dominical

71. Por los pecados cuotidianos insignificantes y leves, sin los cuales no se puede vivir esta vida mortal, satisface la diaria oración de los fieles. Propio es de aquellos que han sido reengendrados para un tan buen Padre por el agua y el Espíritu 132 decir: Padre nuestro, que estás en los cielos. Esta oración borra completamente las faltas levísimas y cuotidianas; también borra aquellas otras que se cometieron viviendo impíamente y de las cuales, cambiando a mejor vida, se aparta por el arrepentimiento; con tal que así como sinceramente dice el hombre: Perdónanos nuestras deudas, ya que siempre está necesitado de este perdón, así también con la misma sinceridad diga: Como nosotros perdonamos a nuestros deudores 133; esto es, si se hace lo que se dice, porque también es limosna conceder el perdón a quien lo pide.

Muchas son las clases de limosnas

72. Por esto, a todo lo que se hace por útil misericordia se refiere lo que dice el Señor: Dad limosna, y todo será puro para vosotros 134. Pues no sólo da limosna el que da comida al hambriento, bebida al sediento, vestido al desnudo, posada al peregrino, refugio al que huye; el que visita al enfermo o al encarcelado, el que redime al cautivo, el que ayuda al lisiado. el que guía al ciego, el que consuela al triste, el que cura al enfermo, el que encamina al extraviado, el que da consejo al que pregunta y todo aquello que necesita el indigente, sino también quien perdona al que peca, el que corrige con el azote a aquel sobre quien le ha sido concedido poder, o refrena por medio de una severa educación, pero, sin embargo, perdona de corazón el pecado con el cual fue lastimado y ofendido; o pide que se le perdone, no sólo en aquello que él perdona y pide, sino también en aquello que reprende y castiga con alguna pena medicinal, da limosna, porque concede misericordia. Pues muchos bienes son concedidos a los hombres aun contra su voluntad, cuando se atiende a su provecho más que a su gusto; porque son enemigos de sí mismos, siendo más bien amigos suyos aquellos a quienes tienen por enemigos; y responden por error con males a los beneficios, siendo así que un cristiano no debe devolver males ni aun por los mismos males. Así, pues, muchas son las especies de limosna que, cuando las hacemos, nos ayudan para que sean perdonados nuestros pecados.

El más importante género de limosna es perdonar a los enemigos

73. Nada hay mejor que aquella limosna por la que perdonamos de corazón al que contra nosotros pecó. No es un signo de elevados sentimientos ser benévolo y liberal para con aquel que no nos ha hecho ningún daño; pero lo es muy grande y propio de una admirable bondad amar aún al mismo enemigo, y a aquel que quiere perjudicarnos y lo hace si puede, querer siempre favorecerle y hacerlo cuando pudiéremos, obedeciendo a Dios, que dice: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os persiguen 135.

Mas, siendo estas cosas propias de los hijos perfectos de Dios, adonde ciertamente debe aspirar todo fiel y elevar su ánimo, pidiéndoselo al Señor, reflexionando y luchando consigo mismo, sin embargo, por no ser éste tan excelente bien propio de tan grande muchedumbre, como creemos que es oída cuando dice en la oración: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, sin duda que las palabras de esta estipulación tienen cumplimiento si el hombre que aun no ha progresado hasta amar a su enemigo, al menos cuando es rogado por: el que pecó contra él, le perdone de corazón; porque también él mismo, indudablemente, quiere que se le perdone, cuando ora y dice: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; esto es, perdónanos nuestras deudas a nosotros, que te lo pedimos. así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, que nos lo piden.

Dios no perdona los pecados de aquellos que no perdonan

74. A aquel que pide perdón a quien ofendió, si es movido por su propio pecado a pedírselo, no le ha de tener ya como enemigo. de tal suerte que le sea difícil amarle, como lo era cuando conservaba et rencor. Mas quien no perdona de corazón al que se lo pide con verdadero arrepentimiento de, su pecado. en modo alguno crea que Dios le perdonará sus culpas, puesto que la verdad no puede mentir; y ¿a quién que oiga o lea el santo Evangelio se le puede ocultar quién fue el que dijo: Yosoy la verdad? 136 El cual, después que hubo enseñado la Oración dominical, muy encarecidamente recomendó esta sentencia, que ya se contiene en ella, diciendo: Porque si vosotros perdonareis a los hombres sus faltas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial. Pero si no perdonareis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados 137. El que a tan gran trueno no se despierta, no duerme, sino que está muerto; sin embargo, poderoso es Dios aun para resucitar a los muertos.

La limosna no purifica a los malvados y a los infieles si no se enmiendan

XX. 75. Los que viven impiísimamente y no procuran enmendar tan mala vida y costumbres, y entre sus mismos crímenes e infamias no cesan de hacer frecuentes limosnas, en vano se lisonjean con aquellas palabras del Señor: Dad limosna, y todo será puro para vosotros. Pues no entienden el profundo significado de esta sentencia. Mas para que lo entiendan, piensen a quiénes se las dirigió. Leemos en el Evangelio: Estando hablando, le rogó cierto fariseo que fuese a comer a su casa; y habiendo entrado, se puso a la mesa. El fariseo, pensando para sí, comenzó a preguntarse por qué Jesús no se lavaba antes de la comida. Y el Señor le dijo: Vosotros los fariseos limpiáis por fuera la copa y el plato, pero vuestro interior está lleno de rapiña e iniquidad. Insensatos, el que ha hecho lo de fuera, ¿ no ha hecho también lo de dentro? Sin embargo, dad limosna de lo que os sobra, y todo será puro para vosotros 138. ¿Acaso hemos de entender esto de tal modo que todas las cosas fueren limpias para los fariseos, que no tenían la fe en Cristo, aunque no creyeran en El, ni renacieran por el agua y el Espíritu, sólo porque dieran limosnas del modo que éstos creen que se deben dar?; pues son inmundos todos aquellos a quienes no purifica la fe en Cristo. Que, como está escrito, purifica los corazones 139, y dice el Apóstol: Para los impuros y para los infieles nada hay puro, pues su mente y conciencia está manchada 140. ¿Cómo, pues, habrían de ser limpias todas las cosas para los fariseos, con tal de dar limosna, si no tenían fe? O ¿ cómo habrían de ser fieles, si no habían querido creer en Cristo ni renacer en su gracia? Y, sin embargo, es verdad lo que oyeron: Dad limosna y todo será puro para vosotros.

La limosna más excelente es compadecerse el pecador de su alma y vivir rectamente

76. El que quiere ordenadamente dar limosna, debe empezar por dársela a sí mismo. Pues la limosna es una obra de misericordia; y con toda verdad se dijo: Apiádate de tu alma, procurando agradar a Dios 141. Para esto renacemos, para agradar a Dios, a quien con razón desagrada el pecado que contrajimos al nacer. Esta es la más excelente limosna que nos hemos dado a nosotros: reconocer que, por la misericordia de Dios compasivo, nos hemos encontrado infelices, al confesar su justo juicio, por el cual hemos sido hechos desgraciados, pues dice el Apóstol: Por uno solo vino el juicio en la condenación; y dar gracias a su caridad infinita, de la: cual el predicador mismo de la gracia afirma: Dios ha hecho brillar hacia nosotros su amor, en que, siendo aún pecadores, murió Cristo por nosotros 142, para que nosotros, juzgando con sinceridad de nuestra miseria y amando a Dios con la caridad que Él mismo nos concedió, vivamos piadosa y rectamente.

Habiendo olvidado los fariseos este juicio y caridad de Dios, pagaban el diezmo, aun de los menores de sus frutos, por las limosnas que hacían; mas, como no empezaban a darla compadeciéndose de sí mismos primero, en realidad no daban limosna. Por este orden, de la caridad se dijo: Amarás al prójimo cama a timismo 143. Habiéndoles después echado en cara que se lavaban por fuera, y por dentro estaban llenos de rapiña e iniquidad, amonestándoles que purificasen su interior con una limosna, que el hombre debe darse en primer lugar a sí mismo, dijo: Sin embargo, dad de limosna lo que os sobra, y todo será puro para vosotros. Después, para explicar lo que les había aconsejado, lo cual ellos no cuidaban de hacer, para que no juzgasen que ignoraba sus limosnas, añadió: Pero ¡ay de vosotros, fariseos!; como si dijese: yo ciertamente os amonesté a dar aquella limosna, que puede hacer que todas las cosas sean limpias para vosotros; porque ¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, y de la ruda, y de todas las legumbres!; conozco estas vuestras limosnas, y no creáis que yo ahora os amonesto de ellas; mas descuidáis la justicia y el amor de Dios, con cuya limosna os podríais limpiar de toda mancha interior. de modo que tuvieseis limpios también los cuerpos que laváis; ,pues esto quiere decir la palabra todo, a saber, lo interior y lo exterior; como en otra parte se lee: Limpiad las cosas de dentro, y lo de fuera entonces estará limpio 144. Pero para que no pareciese que desaprobaba estas limosnas que se hacen con los frutos de la tierra, dijo: Estas cosas debieron hacerse, esto es, el juicio y la caridad de Dios; y noomitir aquellas 145, es a saber, las limosnas de los frutos terrenos.

Para que aprovechen las limosnas es preciso abandonar la iniquidad

77. No se engañen los que con copiosísimas limosnas, ya de sus frutos terrenos, ya de dinero, creen. comprar la impunidad de permanecer en la enormidad de sus crímenes y en la perversidad de sus infamias; pues no sólo cometen el crimen, sino que lo aman de tal modo, que escogerían permanecer siempre en él con tal que lo pudiesen impunemente. Mas el que ama la iniquidad, odia su alma 146; y quien odia su alma!, no es para con ella misericordioso, sino cruel; porque amándola según el mundo, la odia según Dios. Pues si alguno quisiera darle la limosna, por la cual todo sería limpio para él, la odiaría según el mundo y la amaría según Dios. Mas nadie da limosna alguna si no recibe de aquel que nada necesita, de donde poder darla; por eso se dijo: Su misericordia me previno 147

Hay ciertos pecados que a juicio humano no lo serían

XXI. 78. Qué pecados son graves y cuáles leves, no se ha de pesar según el juicio humano, sino según el divino: Pues vemos que los mismos apóstoles concedieron algunas cosas por tolerancia, cual es aquello que el venerable San Pablo dice, dirigiéndose a los cónyuges: No os defraudéis uno al otro, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para entregaras a la oración y de nuevo volved. al mismo género de vida, a fin de que no os tiente Satanás de incontinencia; porque pudiera creerse que no es pecado el uso del matrimonio, no por la procreación de los hijos, que es su fin. sino por el placer carnal, para que la debilidad de los incontinentes evite el mal mortífero de la fornicación, del adulterio o de cualquiera otra inmundicia, que es torpe aun nombrarla. adonde puede arrastrar la lujuria. excitada por Satanás. Pudiera, pues. como dije, creerse que esto no es pecado, si no hubiera añadido: Mas esto lo digo condescendiendo, no mandando 148. Mas ¿quién podrá decir que no es pecado, cuando confiesa conceder indulgencia con autoridad apostólica a los que lo hacen?

Cosa parecida es lo que dice en otro lugar: ¿Osa alguno de vosotros, que tiene un litigio con otro acudir en juicio ante los injustos y no ante los santos? Y poco después añade: Si tuviereis, pues, pleitos sobre negocios de este mundo, poned por jueces a los más despreciables de la Iglesia. Para vuestra confusión os lo digo: ¿no hay entre vosotros alguno inteligente que pueda juzgar entre su hermano? Sino que se ve al hermano pleitear con el hermano, ¡y esto ante los infieles! Porque aquí también se pudiera creer que tener juicio contra otro no es pecado, a no ser solamente cuando se desea que esto sea juzgado fuera de la Iglesia. si a continuación no añadiera: Ya es una falta el que tengáis pleitos unos con otros 149. Y para que nadie se disculpare diciendo que su asunto es justo, pero que es víctima de la injusticia, de la cual querría librarse por sentencia de los jueces, al punto sale al paso a tales pensamientos o pretextos, y dice: ¿Por qué no toleráis antes el agravio? ¿Por qué antes no sufrís el fraude? Para de este modo volver a aquello que dice el Señor: Al que quiera litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también la capa 150; y en otro lugar: Al que te robare tus cosas, no se las reclames 151. Así, pues, prohibió a los suyos litigar acerca de las cosas mundanas con otros hombres; y en conformidad con esta doctrina, el Apóstol asegura que es pecado. Sin embargo, como permite que se ponga fin a tales juicios entre los hermanos, poniendo por jueces a hermanos. y lo prohíbe rigurosamente fuera de la Iglesia, es manifiesto también aquí que se concede por condescendencia.

Por estos y semejantes pecados, y aun por otros más leves que estos, que se cometen por ofensas de palabra o de pensamiento, confesando y diciendo el apóstol Santiago: Todos pecamos en muchas cosas 152, es necesario que cada día y frecuentemente oremos al Señor y le digamos: Perdónanos nuestras deudas; y que no mintamos en lo que sigue: así como nosotros perdonamos a nuestros deudores 153.

Pecados que parecen leves son a veces gravísimos

79. Algunos pecados se tendrían por levísimos si en las santas Escrituras no se encontrasen como más graves de lo que se cree. Pues ¿quién tendría como reo del infierno al que llama a su hermano loco si no lo dijera la Verdad misma? Sin embargo, puso a continuación la medicina, añadiendo el precepto de la reconciliación fraterna; pues a continuación añadió: Si vas, pues, a presentar tu ofrenda ante el altar y allí te acuerdas que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda 154. O ¿quién apreciaría cuán gran pecado es guardar los días, meses, años y tiempos, como los guardan los que en ciertos días, meses o año quieren o no empezar algo, porque, según las vanas enseñanza de los hombres, consideran los tiempos propicios o funestos, si no pesáramos la magnitud de este mal por el temor que inspira el Apóstol, que dice a los tales: Temo que hagáis vanos tantos trabajos como entre vosotros pasé? 155

Pecados horrendos que por la costumbre parecen leves

80. A esto se añade que los pecados, aunque grandes y horrendos, cuando llegan a ser costumbre, son tenidos por pequeños y aun se cree que no son pecados; hasta tal punto, que nosólo parece que no deben ser ocultados, sino que aun deben celebrarse y publicarse, cuando, como está escrito, el pecador se jacta en los deseos de su alma, y el que obra el mal es celebrado 156. Tal iniquidad en los divinos libros es llamada clamor, como se lee en Isaías, hablando de la viña mala: Yo esperaba que hiciese juicio, pero no ha hecho más que iniquidad, no ha hecho justicia, sino clamor 157; y también en el Génesis: El clamor de Sodoma y Gomorra ha crecido mucho 158. Porque no sólo no se castigaban ya entre ellos aquellas torpezas, sino que se celebraban públicamente como por ley.

En nuestros tiempos, muchos males, aunque no tan grandes, han venido ya a parar en tan manifiesta costumbre, que por ellos no sólo no nos atrevemos a excomulgar a ningún Laico, pero ni siquiera a degradar a un clérigo. De ahí que, exponiendo hace algunos años la epístola a los Gálatas, en el lugar donde dice el Apóstol: Temo que hagáis vanos tantos trabajos como entre vosotros pasé, me vi forzado a exclamar: “¡Ay de los pecados de los hombres, que nos llenan de horror únicamente cuando son desacostumbrados; mas los ordinarios,para borrar los cuales fue derramada la sangre del Hijo de Dios, aunque sean tan grandes que cierren el reino de los cielos a quienes los cometen, nos vemos forzados muchas veces, presenciándolos, a tolerados y, tolerándolos muchas veces, a cometer algunos! ¡Y ojalá, oh Dios, que no cometamos todos aquellos que no podamos impedir!” 159 Mas quizá el inmoderado dolor me impulsó a decir algo inconsideradamente.

Dos son las causas del pecado: la ignorancia yla flaqueza, las cuales nadie puede vencer si no es ayudado del cielo

XXII. 81. Ahora diré lo que ya he dicho muchas veces en otros lugares de mis opúsculos. Por dos causas pecamos: por desconocer aun lo que debemos hacer o por no hacer lo que ya sabemos que debemos ejecutar; el primero de estos males es propio de la ignorancia; el otro, de la debilidad. Contra estos males. ciertamente, nos conviene luchar; pero con toda seguridad seremos vencidos si no somos ayudados por Dios, para que no sólo conozcamos lo que debemos hacer, sino que también, restablecida nuestra salud, el deleite de la justicia venza en nosotros a los deleites de aquellas cosas que nos hacen pecar a sabiendas, o por el deseo de poseerlas, o por el temor de perderlas; y entonces ya no sólo somos pecadores, como ya lo éramos cuando pecábamos por ignorancia, sino también prevaricadores de la ley, puesto que no hacemos lo que sabemos que se debe hacer o hacemos lo que sabemos que deberíamos evitar. Por lo cual, no sólo hemos de pedir que nos perdone, si hemos pecado, y por esto decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, sino también que nos guíe parra que no pequemos, y asimismo decimos: onos pongas en tentación 160; pues para eso hemos de rogar, digo, a aquel a quien llama el Salmista mi luz y mi salud 161, para que la caridad expulse a la ignorancia, la salud a la debilidad.

La penitencia es don de Dios

82. La penitencia misma, cuando, según la costumbre de la Iglesia, hay motivo suficiente para que se haga, no siempre se hace debido a la flaqueza; porque el pudor es también temor de desagradar, al deleitarnos más la estima de los hombres que la justicia, por la cual se humilla uno a sí mismo mediante el arrepentimiento. De donde no sólo cuando se hace penitencia, sino también para que se haga, es necesaria la misericordia de Dios. De lo contrario no diría el Apóstol: Porsi Dios les concede el arrepentimiento 162. Y para que Pedro llorase amargamente, puso inmediatamente antes el evangelista: El Señor le miró 163.

El pecado contra el Espíritu Santo

83. Todo aquel que, no creyendo que en la Iglesia son perdonados los pecados, desprecia una tan grande liberalidad divina y acaba sus días en esta obstinación de su mente, es reo de aquel irremisible pecado contra el Espíritu Santo, en quien Cristo perdona los pecados. Mas acerca de esta difícil cuestión traté. lo más claramente que pude, en un opúsculo compuesto con este fin.

De la resurrección dela carne

XXIII. 84. Acerca de la resurrección de la carne, no de aquella según la cual algunos resucitaron y de nuevo murieron, sino de la resurrección para la vida eterna, como la del cuerpo de Cristo. no encuentro modo de tratar brevemente, respondiendo a todas las cuestiones que sobre esta materia se suelen promover. Pero el cristiano en modo alguno puede dudar que ha de resucitar la carne de todos los que han nacido y nacerán y han muerto y morirán.

¿Resucitarán los fetos abortivos?

85. Aquí, en primer lugar, se ofrece la cuestión acerca de los abortos, que ya de algún modo han nacido en los senos de sus madres, pero aún no de tal modo que pudiesen renacer. Si dijéremos que todos han de resucitar', podría tolerarse esta aserción refiriéndonos a los ya formados; pero a los aun no formados, ¿ quién no se sentirá más inclinado a creer que perecerán, como gérmenes que no fueron fecundados?' Pero ¿quién se atreverá a negar, por más que no se atreva tampoco a afirmar, que 'la resurrección hará que se complete lo que faltó a su disposición corporal? Y de este modo no se echará de menos la perfección, que el embrión habría obtenido con el tiempo, como tampoco tendrá los defectos que le hubiera acarreado el tiempo; de modo que ningún individuo se verá defraudado en aquello conveniente y proporcionado que habría adquirido con la edad; ni tampoco afeado en lo que de adverso y contrario la edad le hubiese ocasionado; sino que se dará estado perfecto a lo que aun no lo era, del mismo modo que será restaurado lo que se había viciado.

Tiempo en que empieza a vivir el feto en el seno materno

86. Podía investigarse y disputarse con toda escrupulosidad entre los doctos, y no sé si podrá descubrirse, cuándo empieza el hombre a vivir en el seno materno, y si hay una vida imperceptible que aun no se manifiesta por la actividad del ser vivo. Porque decir que aun no han vivido los partos cortados y extraídos en trozos del útero materno para que las madres no mueran, si, una vez muertos, no se les saca, parece demasiado atrevimiento. Desde que empieza el hombre a vivir, desde ese mismo momento ya. puede morir; mas el muerto, en cualquier lugar y tiempo en que le haya sobrevenido la muerte, no puedo alcanzar por qué no ha de pertenecer a la resurrección de los muertos.

De qué modo resucitarán los fetos monstruosos

87. De ningún modo se podrá decir de los monstruos que nacen y viven, aunque mueran muy pronto, o que han de resucitar o que han de resucitar con la misma forma, y no más bien reformados y más perfectos. Pues no quiera Dios que aquel monstruo de dos cuerpos que hace poco tiempo nació en Oriente, del cual nos han informado veracísimos testigos que lo vieron, y de quien el presbítero Jerónimo, de santa memoria, escribió; lejos de nosotros, digo, el creer que resucitará tal monstruo con dos cuerpos, y no más bien dos hombres, como sucedería si hubieran nacido gemelos. y del mismo modo, los demás partos que, por tener algo de más o de menos, o por cierta demasiada fealdad, son llamados monstruos, serán hermoseados con la figura humana por la resurrección; de tal suerte que cada alma posea un solo cuerpo, sin tener ninguna cosa superflua de aquellas cosas con que han nacido, sino que separadamente tendrá cada uno sus propios miembros, con que se complete la integridad del cuerpo humano.

Restitución de la carne de cualquier modo que hubiere perecido

88. No perece para Dios la materia terrestre, de la cual es formada la carne de los hombres, sino que, ya se deshaga en cualquier polvo o ceniza, ya se desvanezca en hálito o vapor, ya se convierta en substancia de otros cuerpos, ya vuelva a los mismos elementos constitutivos o llegue a ser también alimento de cualquier clase de animales y aun de los hombres, transformándose en carne, volverá en un instante a aquella alma humana que la animó en primer lugar, para que fuese hombre, viviese y se desarrollase.

Las cosas superfluas cómo volverán al cuerpo

89. La materia terrena, que, una vez separada de ella el alma, se convierte en cadáver, no será reconstruida por la resurrección de modo que sea necesario que las partes que desaparecen y se transforman en diversas formas y figuras de otras cosas, tornen a ocupar las mismas partes donde hubieran estado, aunque vuelvan al mismo cuerpo de donde desaparecieron. De otro modo, si vuelve a los cabellos lo que de ellos tan frecuentemente se cortó, si a las uñas lo que tantas veces cortándolas se desechó, grande e indecorosa fealdad se ofrecería a la imaginación de los que esto consideran, y por esta razón no creen en la resurrección de la carne. Sino que así como una estatua de metal, que se pudiese fundir por el fuego, o se desmenuzase en polvo. o se convirtiese en una masa informe, si quisiese un artífice restaurarla con la misma materia, nada importaría para su integridad qué parte ocupaba este o aquel miembro de la estatua, con tal que todo aquello de que había estado formada tornase a la estatua restablecida, del mismo modo, Dios, admirable e inefable artista, del todo de que haya estado formada nuestra carne, la reconstruirá con admirable e inefable prontitud, y no importará a su restauración el que los cabellos vuelvan a ser cabellos, y las uñas, uñas; o que todo lo que de ellos se haya perdido, se trasforme en carne y vaya a parar a otras partes del cuerpo, vigilando el Artífice supremo de que no resulte un cuerpo disforme.

En cuanto a la estatura y figura del cuerpo, nada habrá que sea indecoroso

90. No se sigue que sea diversa la estatura de cada uno de los resucitados por el hecho de haber sido diversa cuando vivían, o que resuciten los delgados con su misma flaqueza. o los gruesos con su misma robustez. Pero, si está en el plan del Creador que la cualidad característica de cada uno y la distinguible semejanza se conserven en su figura, y en cuanto a los demás bienes del cuerpo sean todos iguales, aquella materia se modificará en cada uno de tal suerte que. por una parte, no perezca nada de ella, y por otra, lo que a alguno faltare lo supla aquel que aun de la nada pudo crear lo que quiso. Mas, si en los cuerpos resucitados ha de haber una razonable desigualdad, como la que existe en las voces que forman la armonía de un canto, esto le resultará a cada uno de la materia de su propio cuerpo, lo cual hará digno al hombre de habitar entre los coros angélicos, y nada indecoroso imprimirá en sus sentidos. Nada, ciertamente, habrá allí discordante, sino que todo estará bien, porque, si no fuera conveniente, ni siquiera existiría.

Los cuerpos de los buenos resucitarán en cuanto a la substancia dela carne, pero sin ningún defecto

91. Así, pues, los cuerpos de los santos resucitarán sin ningún defecto, sin ninguna fealdad, así como también sin ninguna corrupción, ni pesadez, ni impedimento; y será en ellos. tanta su agilidad, cuanta su felicidad. Por esta razón han sido llamados cuerpos espirituales, aunque, sin duda alguna, han de ser cuerpos, no espíritus. Pues así como ahora se dice que un cuerpo es animado a pesar de ser cuerpo y no alma, así entonces será un cuerpo espiritual. Aunque sea cuerpo y no espíritu. Por tanto, por lo que se refiere a la corrupción, que ahora hace pesada al alma 164 y a los vicios, por los cuales la carne apetece contra el espíritu 165, entonces no será carne, sino cuerpo, porque también se dice que hay cuerpos celestiales.

Por lo cual ha sido dicho: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios; y después, como explicando esto. añadió: Ni la corrupción poseerá la incorrupción 166. Lo que en primer lugar llamó carne y sangre, lo llamó después corrupción; y lo que primeramente reino de Dios, después incorrupción. Mas por lo que se refiere a la substancia corpórea en sí misma, también entonces será carne. Y por ésta razón, aun después de la resurrección, al cuerpo de Cristo se le llamó carne 167. No obstante, el Apóstol dijo también: Se siembra cuerpo animal y resucitará espiritual 168; porque habrá entonces tanta concordia entre la carne y el espíritu, que éste dará vida a la carne sujeta sin necesidad de algún sustento, de modo que no se oponga ninguna cosa de nosotros mismos, sino que, así dentro como fuera de nosotros, no tendremos que soportar nada que nos sea enemigo.

Estado en que resucitarán los cuerpos de los condenados

92. Todos aquellos que no son librados por el solo Mediador entre Dios y los hombres de aquella masa de perdición producida por el primer hombre, resucitarán también, cada uno un su propia carne; pero sólo para ser castigados con el diablo y sus ángeles. Mas ¿qué necesidad tenemos de esforzarnos en investigar si han de resucitar con los vicios y fealdades de sus cuerpos y cualesquiera miembros defectuosos y deformes que tuvieron en vida? Pues no nos debe fatigar la incierta configuración o belleza de aquellos cuya condenación será cierta y segura. Ni nos inquiete de qué modo será su cuerpo incorruptible, pudiendo sufrir; o cómo corruptible, no pudiendo morir. Porque no hay verdadera vida si no es donde se vive felizmente, ni verdadera incorrupción sino donde la salud no es destruida por ningún dolor; mas allí donde al infeliz no se le permite morir, la muerte, por decirlo así, no muere, y en donde el eterno dolor no mata, sino que atormenta, la corrupción misma no termina. Esto es lo que en la sagrada Escritura se llama segunda muerte 169.

Qué condenados sufrirán el castigo más benigno

93. Sin embargo, ni la primera muerte, que fuerza al alma a abandonar su cuerpo, ni la segunda, que la obliga a permanecer en él, destinado al suplicio, habrían sobrevenido. al hombre si ninguno hubiera pecado. La pena más suave será, sin duda, la de aquellos que, fuera del pecado original, ningún otro cometieron; tratándose de aquellos que cometieron otros pecados, la condenación de cada uno será allí tanto más tolerable cuanto fue aquí menor su iniquidad.

En la vida eterna, los santos conocerán más cumplidamente los bienes que les proporcionó la gracia

XXIV. 94. Cuando. los ángeles y los hombres réprobos queden abandonados en eterna; condenación, entonces los santos conocerán cuántos bienes les proporcionó la gracia. Entonces se mostrará, por la evidencia de los hechos, lo que en el salmo. está escrito: Cantaré, Señor, tu misericordia y tu justicia 170; porque nadie se salva a no. ser por la inmerecida misericordia, y nadie es condenado sino por merecido. juicio.

Entonces serán revelados los ocultos juicios de Dios en la predestinación de los hombres. Voluntad eficacísima de Dios.

95. Entonces no. estará oculto lo que ahora está, como sucede, por ejemplo, de dos niños el uno. debe ser elegido. por la misericordia, el otro abandonado por el juicio; en cuyo hecho el elegido conocerá lo. que a él se le debía por juicio si no hubiera, venido. en su ayuda la misericordia; entonces, digo, conocerá por qué aquél más bien que éste fue elegido, teniendo ambos una misma causa; por qué ante algunos hombres no se hicieron los milagros, que, si se hubiesen hecho habrían hecho penitencia, y fueron realizados ante los otros, que no habían de creer. Pues clarísimamente nos asegura el Señor esto cuando dice: ¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida!, porque, si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros hechos en vosotras, mucha ha que en cilicio y ceniza hubieran hecho penitencia 171. Y no se ha de creer que Dios injustamente no los quiso salvar, habiendo podido salvarse si quisieran.

 Entonces se verá en la clarísima luz de la divina Sabiduría lo que ahora comprende sólo la fe de los fieles, antes de que se pueda saber con claro conocimiento cuán cierta, inmutable y eficacísima es la voluntad de Dios; cuántas cosas podría hacer y no quiere, aunque nada quiere que no pueda; y cuán cierto es lo que se canta en el salmo: Nuestro Dios está en la altura del cielo; en el cielo y en la tierra hace todo lo que quiere 172. Y esto no sería verdad si Dios ha querido algo y no lo ha hecho; y lo que sería aún más vergonzoso, si no lo ha hecho porque la voluntad del hombre impidió al Todopoderoso hacer lo que quería. Por consiguiente, nada sucede que no quiera el Omnipotente, o permitiendo que se haga o ejecutándolo El mismo.

Dios obra bien aun permitiendo que se obre mal

96. No se ha dudar que Dios obra bien aun al permitir que se haga todo aquello que se hace mal, pues no lo permite sin justo designio, y bueno es, en efecto, todo lo que es justo. Así, pues, aunque el mal, en cuanto mal, no contiene ningún bien, sin embargo, el que existan no solamente los bienes, sino aun los mismos males, es un bien, ya que, si no fuese un bien el que hubiese también males, de ningún modo el Bien omnipotente permitiría que existieran; pues así como le es fácil hacer lo que quiere, así también el no permitir lo que no quiere. Si no creemos esto, está en peligro el comienzo de nuestro Símbolo, en el cual confesamos creer en Dios Padre omnipotente; pues no se llama omnipotente por otro motivo sino porque, por una parte, puede todo lo que quiere, y por otra, ninguna voluntad de la criatura puede impedir la realización de su voluntad omnipotente.

¿Puede la voluntad del hombre ser un obstáculo para la voluntad de Dios cuando quiere salvar?

97. Según esto, veamos cómo se ha podido decir de Dios lo que con toda verdad dijo el Apóstol: El cual quiere que todos los hombres sean salvos 173. Pues no salvándose todos, sino que al contrario, siendo muchos más los que no se salvan, parece, en efecto, que no se hace todo lo que Dios quiere que se haga, por estorbar la voluntad humana: a la divina. Y así. cuando se pregunta la causa por qué no todos se salvan se suele responder que porque ellos no quieren. Y esto no puede decirse en verdad de los niños, que no son aún capaces de querer o no querer. Porque si hubiese que atribuir a la voluntad los movimientos infantiles que hacen cuando se les bautiza, resistiéndose cuanto pueden, nos veríamos forzados a decir que los salvamos contra su voluntad. Pero aun más claramente se expresó el Señor en el Evangelio, al recriminar a la ciudad impía, pues leemos: Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina a sus pollos, y no quisiste 174!; como si la voluntad de Dios hubiese sido vencida por la de los hombres y el Todopoderoso no hubiese podido hacer lo que quería, por impedírselo los debilísimos hombres no queriendo.

¿Dónde está aquella omnipotencia con la que en el cielo y en la tierra hace todo lo que quiere, si quiso reunir los hijos de Jerusalén y no lo hizo? ¿O es que más bien ella, en verdad, no quiso que sus hijos fuesen reunidos por El, pero, a pesar de ella, El reunió de sus hijos los que quiso? Porque en el cielo y en la tierra no sucede que quiere unas cosas y las hace, mas otras quiere y no las hace, sino que hace todo lo que quiere.

Dios, aunque puede convertir a los que quisiere, sin embargo, no obra injustamente convirtiendo a unos y a otros no

XXV. 98. ¿Quién, por otra parte, tan impíamente delirará, que diga que Dios no puede convertir al bien las malas voluntades de los hombres que quisiere, cuando quisiere y donde quisiere? Pero, cuando lo hace, por su misericordia lo hace; cuando no, por juicio no lo hace. Puesto que tiene misericordia de quien quiere, y a quien quiere endurece. Al decir esto el Apóstol, ensalzaba la gracia de Dios; y para este mismo fin ya antes había hablado de aquellos dos mellizos en el útero de Rebeca, que, no habiendo aún nacido, ni habían hecho aún bien ni mal, para que el propósito de Dios, conforme a la elección, no por las obras, sino por el que llama, permaneciese, le fue dicho a ella: El mayor servirá al menor. Para esto tomó también otro testimonio profético: Amé a Jacob y odié a Esaú. Mas dándose cuenta de cómo estas palabras podrían intranquilizar a aquellos que no pueden penetrar con su inteligencia la sublimidad de la gracia, dijo: ¿Qué diremos, pues? ¿Que hay injusticia en Dios? De ningún modo. Pues parece injusto que, sin mérito alguno de buenas o malas obras, ame Dios a uno y odie al otro. Y si en esto quisiera significar las obras futuras, buenas de aquél o malas de éste, que Dios ciertamente conocía de antemano, de ningún modo diría no por las obras, sino por sus obras futuras; y del mismo modo resolvería la cuestión, o mejor, no propondría cuestión alguna que fuese necesario resolver. Pero, habiendo respondido de ningún modo, esto es, que de ningún modo hay injusticia en Dios, inmediatamente, para demostrar que esto se hacía sin injusticia de parte de Dios, añade: Pues a Moisés le dijo: Tendré misericordia de quien tuviere misericordia, y compasión, de quien tuviere compasión.

Pues ¿quién sino un necio tendrá como injusto a Dios, ora castigue justamente al que lo merece, ora conceda misericordia al que no la merece? Finalmente, deduce esta consecuencia: Por consiguiente, no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia. Así, pues, los dos gemelos, por naturaleza, nacían hijos de ira 175, no ciertamente por sus obras propias, sino envueltos originalmente por Adán en el vínculo de la condenación. Pero el que dijo: Tendré misericordia de quien tuviere misericordia, amó a Jacob por gratuita bondad, mas odió a Esaú por merecido juicio. Y estando los dos sujetos al mismo juicio, el uno conoció en el otro que no podía gloriarse de sus diversos méritos, de que, estando en la misma causa, no incurriese en el mismo suplicio, sino que debía gloriarse de la liberalidad de la divina gracia, porque no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia. Así, por altísimo y saludabilísimo misterio, todo el exterior y, por decirlo así, la fisonomía de las sagradas Escrituras amonesta, a los que bien lo consideran, que el que se gloríe, gloríese en el Señor 176.

Así como Dios por infinita bondad se compadece, así también con ninguna injusticia endurece. Origen de la rebelión contra Dios.

99. Habiendo ensalzado el Apóstol la misericordia de Dios en aquella sentencia: Por consiguiente, no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia, después, para ensalzar también la justicia (porque con quien no se hace misericordia, no se hace injusticia, sino juicio, pues no hay injusticia en Dios), a continuación añadió: Porque dice la Escritura al Faraón: Precisamente para eso te he levantado, para mostrar en ti mi poder y para dar a conocer mi nombre en toda la tierra. Y dicho esto, refiriéndose a ambas cosas, esto es, a la misericordia y al juicio, concluyó diciendo: Así que tiene misericordia de quien quiere, y a quien quiere le endurece. Se compadece, pues, por su gran misericordia y endurece sin ninguna injusticia, para que ni el que es libertado se gloríe de sus méritos ni el que es condenado se queje sino de los suyos. Solamente la gracia separa a los elegidos de los condenados, a quienes una misma causa, el pecado original, había confundido en una sola masa de perdición.

Mas quien al oír esto se dice: Entonces, ¿de qué se queja? Porque ¿quién puede resistir a su voluntad?, como creyendo que el malo no debe ser culpado, porque Dios tiene misericordia de quien quiere, y a quien quiere endurece, no nos avergonzaremos de responderle lo que vemos respondió el Apóstol: ¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para litigar con Dios? Acaso dice el vaso al alfarero: Por qué me has hecho así? ¿Acaso no puede el alfarero hacer del mismo barro un vaso de honor y otro de ignominia? 177 Algunos insensatos piensan que el Apóstol en este pasaje no encontró respuesta concluyente, y que por falta de razones reprimió la audacia del contradictor. Pero es de gran fuerza esta respuesta: ¡Oh hombre! ¿Quién eres tú? y en tan difíciles cuestiones invita al hombre a la consideración de su capacidad con sentencia ciertamente breve, pero que, en realidad, es respuesta concluyente. Porque si el hombre no comprende estas cosas, ¿Quién es él para responder a Dios? Mas si las comprende, con más razón no encontrará qué responder. Pues ve, si lo comprende, condenado a todo el género humano en su misma rebelde raíz por tan justo juicio divino, que, aunque de allí ninguno fuese libertado, nadie podría vituperar la justicia de Dios; y ve también que los que son libertados, de tal modo convino que lo fuesen para que, por el mayor número de los no libertados y abandonados en su condenación, se viese qué había merecido todo el género humano y a dónde conducía aún a éstos, a los libertados, el justo juicio de Dios, si no los hubiese socorrido su gratuita misericordia, a fin de que enmudezca toda boca 178 de aquellos que quieran gloriarse de sus méritos, y para que el que se gloríe, gloríese en el Señor.

Nada sucede fuera de la voluntad de Dios, aun cuando vaya contra su voluntad

XXVI. 100. Estas son las grandes obras del Señor, siempre apropiadas a sus fines 179, y tan sabiamente elegidas, que, habiendo pecado la angélica y humana criatura, esto es, habiendo obrado, no lo que El quiso, sino lo que ella quiso, Dios ejecutó su designio por medio de la Voluntad misma de la criatura por la cual hizo lo que a El no le agradó; usando bien aun de los males, como sumamente bueno, para condenación de aquellos que predestinó justamente al castigo y para la salvación de los que bondadosamente predestinó a la gracia. Pues cuanto ha dependido de ellos, ejecutaron lo que Dios no quiso; mas por lo que atañe a la omnipotencia de Dios, en modo alguno pudieron conseguirlo. y por esto mismo que obraron contra su voluntad, se cumplió en ellos su divina voluntad. Porque grandes son la sobras el Señor, siempre apropiadas a sus fines; de suerte que por admirable e inefable modo no se realiza fuera de su Voluntad aun lo que se realiza contra ella misma; porque no se ejecutaría si no lo permitiera, y lo permite queriendo, no queriendo; y siendo bueno, no permitiría que se obrase el, mal si su omnipotencia no pudiese aun del mal hacer bien.

La buena voluntad de Dios siempre se cumple por las buenas voluntades de los hombres igualmente que por las malas

 101. Hay ocasiones en que el hombre, con buena voluntad quiere algo que Dios, con voluntad mucho más excelente y establemente buena, no quiere, ya que la voluntad de Dios nunca puede ser mala. Como cuando un buen hijo quiere que su padre viva, y Dios, con buena voluntad, quiere que muera. Y al contrario, puede suceder que el hombre quiera con mala intención lo mismo que Dios quiere con intención buena; como cuando un mal hijo quiere que su padre muera, y también Dios quiere esto mismo. Es evidente que aquél quiere lo que no quiere Dios, mas éste quiere lo mismo que Dios; y, sin embargo, la piedad de aquél está más en conformidad con la buena voluntad de Dios, aunque desea cosa distinta, que la impiedad de éste; por más que quiera lo mismo que Dios quiere.

Tanto importa considerar qué es lo que conviene al hombre querer y qué a Dios, y a qué fin dirige cada cual su voluntad, para que se deba aprobar o desaprobar. Porque Dios lleva a la práctica algunos designios suyos, ciertamente buenos, valiéndose de las malas voluntades de los impíos; como por medio de la mala voluntad de los judíos la buena voluntad del Padre sacrificó a Cristo por nosotros; y este hecho es de tal modo bueno, que el apóstol San Pedro, porque no quería que se realizase, fue llamado Satanás por el mismo que había venido a ser sacrificado 180. ¡Cuán buenas aparecían las voluntades de los fieles que no querían que el apóstol San Pablo prosiguiese su camino a Jerusalén, para que no sufriese allí los males que le había predicho el profeta Agabo! 181, y, sin embargo, Dios quería que él sufriese estas cosas en defensa de la predicación de la fe de Cristo, para ejercitar al mártir o testigo de esta misma fe. Y esta su buena voluntad no la cumplió por las buenas voluntades de los cristianos, sino por las malas de los judíos; y en más consideración tenía a los que no querían lo que él quería que a aquellos por quienes fue hecha con gusto su voluntad; porque en realidad hicieron lo mismo, pero él, por medio de ellos, con buena voluntad, mas ellos con voluntad perversa.

La voluntad de Dios es siempre invicta y nunca mala. Ya se compadezca, ya endurezca

102. Por poderosas que sean las voluntades de los ángeles y de los hombres, de los buenos como de los malos, ya quieran lo mismo que Dios, ya cosa distinta, la voluntad del Omnipotente es siempre invencible y nunca puede ser mala; porque aun cuando inflige males, es justa, y siendo justa, no puede ser mala. Así, pues, Dios omnipotente, ya se compadezca por su misericordia de quien quisiere, ya por su justicia endurezca a quien quisiere, no obra injustamente y no hace sino lo que quiere y obra todo cuanto quiere.

Discútese el pasaje de San Pablo (1 Tim. 2, 4) “Dios quiere que todos los hombres sean salvos”

XXVII. 103 . Por esto, cuando oímos o leemos en las sagradas letras que Dios quiere que todos los hombres sean salvos, aunque estamos ciertos de que no todos se salvan, sin embargo, no por eso hemos de menoscabar en algo su voluntad omnipotente, sino entender de tal modo la sentencia del Apóstol: Dios quiere que todos los hombres sean salvos, como si dijera que ningún hombre llega a ser salvo sino a quien El quiere salvar; no en el sentido de que no haya ningún hombre más que al que quisiere salvar, sino que ninguno se salva, excepto aquel a quien El quisiere; y por eso hemos de pedirle que quiera, porque es necesario que se cumpla, si quiere. Pues de la oración a Dios trataba el, Apóstol al decir esto. De este mismo modo entendemos también lo que está escrito en el Evangelio: El es el que ilumina a todo hombre que viene a este mundo 182; no en el sentido de que no haya ningún hombre que no sea iluminado, sino porque ninguno es iluminado a no ser por El. También puede entenderse el dicho del Apóstol: Dios quiere que todos los hombres sean salvos, no en el sentido de que no haya ningún hombre a quien El no quisiere salvar, puesto que no quiso hacer prodigios entre aquellos de quienes dice que habrían' hecho penitencia, si los hubiera hecho; sino que entendamos por todos hombres todo el género humano distribuido por todos los estados: reyes, particulares, nobles, plebeyos, elevados humildes, doctos, indoctos, sanos, enfermos, de mucho talento, tardos, fatuos, ricos, pobres, medianos, hombres, mujeres, recién nacidos, niños, jóvenes, hombres maduros, ancianos; repartidos en todas las lenguas, en todas las costumbres en todas las artes, en todos los oficios, en la innumerable variedad de voluntades y de conciencias y en cualquiera otra clase de diferencias que puede haber entre los hombres; pues ¿qué clase hay, de todas éstas, de donde Dios no quiera salvar por medio de Jesucristo, su Unigénito, Señor nuestro, a hombres de todos los pueblos y lo haga, ya que, siendo omnipotente, no puede querer en vano cualquiera cosa que quisiere?

Había ordenado el Apóstol que se orase por todos los hombres, y particularmente había añadido: por los reyes y por los constituidos en dignidad, a quienes se podía considerar que sentían aversión a la humildad cristiana a causa del fausto y soberbia del mundo. Y así, después de decir: Pues esto es bueno ante Dios nuestro Salvador, esto es, el que se ruegue por los tales hombres, a continuación, para quitar todo motivo de desesperación, añadió: El cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad 183. Dios, en efecto, tuvo por bien dignarse conceder la salvación de los poderosos por las oraciones de los humildes, como ya lo vemos cumplido. De este mismo modo de hablar usó el Señor en el Evangelio, donde dice a los fariseos: Pagáis el diezmo de la menta y de la ruda y de toda legumbre 184. Y los fariseos no pagaban el diezmo ni de las legumbres de los otros ni el de todas las que había por todas las tierras extrañas. Por consiguiente, del mismo modo que aquí toda legumbre significa todo género de legumbres, así también allí todos los hombres podemos entenderlo por toda clase de hombres. Y de cualquier otro modo puede entenderse, con tal que, sin embargo, no se nos fuerce a creer que Dios todopoderoso quiso hacer algo y no lo hizo; el cual, sin ningún género de duda, si en el cielo y en la tierra, como canta el Salmista, hizo todo lo que quiso 185, por tanto, no quiso hacer todo lo que no ha hecho.

Voluntad de Dios sobre Adán al preverle pecador

XXVIII. 104 . Dios habría querido conservar al primer hombre en aquella felicidad en que le había creado y trasladarle, después que hubiese engendrado hijos, a bienes más excelentes en tiempo oportuno, sin interposición de la muerte, donde ya no sólo no pudiera cometer pecado, pero ni aun tener voluntad de pecar, si hubiese previsto que había de tener constante voluntad de permanecer sin pecado, como había sido creado. Mas como preveía que había de usar mal del libre albedrío, es decir, que había de pecar, dirigió más bien su voluntad a hacer bien aun del que obraba mal, y así no quedase anulada la voluntad del Omnipotente por la mala voluntad del hombre, sino que, a pesar de todo, se cumpliese aquella.

La voluntad del hombre, respecto al bien y al mal, es libre de distinto modo en el primero y en el último estado

105. Convenía que el hombre fuese creado al principio de tal modo que pudiera querer el bien y el mal; y no. en balde, si obraba bien; ni impunemente, si mal. Mas después será de tal suerte que no podrá querer el mal; pero no por eso carecerá del libre albedrío, sino que éste será mucho más perfecto, cuando no pudiere en absoluto servir al pecado. Y no se ha de inculpar a la voluntad o de que no existe o de que no sea libre, porque de tal modo querremos ser felices, que no sólo no querremos ser desgraciados, sino que de ningún modo podremos quererlo. Pues así como ahora nuestra alma no puede querer la infelicidad, así entonces no podrá querer a iniquidad. Mas debía seguirse el orden por el que quiso Dios mostrar cuán bueno es el animal racional, que puede no pecar, aunque sea mejor el que no puede pecar; del mismo modo, grande bien fue el de la inmortalidad, en la cual podía el hombre no morir, aunque menor que la futura inmortalidad, en la cual no podrá morir.

La gracia de Dios es necesaria tanto en el primero como en el segundo estado

106. La. naturaleza humana Perdió aquella primera inmortalidad por el libre albedrío; mas esta segunda, que habría recibido por mérito si no hubiera pecado, la recibirá por gracia, aunque sin la gracia ni aun en el primer estado habría podido existir mérito alguno. Porque, aunque el pecado dependía solamente del libre albedrío, sin embargo, para conservar la gracia no era suficiente el libre albedrío, si no se le prestaba ayuda por la participación del bien inmutable. Pues así como el morir está en la potestad del hombre, siempre que quiere, pues no hay nadie que no pueda matarse así mismo, por ejemplo, por no decir otra cosa, no comiendo; mas para conservar la vida no basta la voluntad, si faltaren los socorros de los alimentos o de cualesquiera otras defensas; del mismo modo, el hombre en el paraíso podía matarse. por su propia voluntad, abandonando la justicia; pero, en cambio, para conservar la vida de la gracia, de poco le valía querer si no le ayudaba aquel que le había creado. Mas después de aquella caída es mayor la misericordia de Dios, puesto que el mismo libre albedrío, sobre quien reina el pecado juntamente con la muerte, ha de ser libertado de la servidumbre. Y de ningún modo puede libertarse por sí mismo, sino sólo por la gracia de Dios, depositada en la fe de Cristo; de suerte que la voluntad misma, como está escrito, sea preparada por el Señor 186, para que, así dispuesta, reciba los demás dones de Dios y por ellos llegue a la vida eterna.

La vida eterna es salario y, sin embargo, es gracia. Cumplimiento de la voluntad de Dios en el hombre pecador

107. A la vida eterna, que ciertamente es recompensa de las buenas obras, la llama también el Apóstol gracia de Dios cuando dice: Pues la soldada del pecado es la muerte; pero la gracia de Dios es la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo 187. Se paga la soldada, que ha merecido el soldado, no se regala; por eso se llamó soldada del pecado a la muerte; para demostrar que la muerte no le fue impuesta inmerecidamente, sino que le fue debida. Mas la gracia, si no es gratuita, no es gracia. Y así es preciso entender que aun los mismos buenos méritos del hombre son dones de Dios, y cuando por ellos se concede la vida eterna, ¿qué otra cosa es sino conceder una gracia por otra gracia? 188 Pues el hombre fue creado de tal modo justo, que sin el auxilio divino no podía mantenerse en aquella justicia, pero sí con su albedrío convertirse en perverso.

Cualquiera de las dos cosas que hubiera elegido el hombre, se cumpliría la voluntad de Dios, o por él o en él. Mas, como prefirió hacer su voluntad antes que la de Dios, se cumplió en él la voluntad divina, que de la misma masa de perdición que surgió del linaje de aquél, hizo ya un vaso de honor, ya un vaso de ignominia 189: de honor, por su misericordia; de ignominia, por su justicia, para que nadie tenga motivo de gloriarse en el hombre y, por lo tanto, en sí mismo.

Nuestra salud viene de Dios, de tal modo que ni aun por Cristo seríamos libertados si no fuera Dios

108. Ciertamente no fuéramos libertados por el único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús 190, si al mismo tiempo que hombre no fuera también Dios. Cuando fue creado Adán, en el estado de justicia, no era necesario el Mediador. Mas cuando los pecados apartaron al género humano lejos de Dios, convino que fuésemos reconciliados con El por un Mediador, el único que nació, vivió y fue muerto sin pecado, hasta resucitar nuestra carne a la vida eterna, para que así la soberbia humana fuese convencida de error y sanada por la humildad divina, y pudiera ver el hombre cuánto se había alejado de su Dios, al ser llamado de nuevo a El por el misterio de un Dios encarnado, dando de este modo el Hombre Dios ejemplo de obediencia al hombre contumaz; para que, al tomar el Unigénito la forma de siervo, sin haber merecido ésta de antemano gracia alguna, se convirtiese en fuente de gracia; para que la resurrección del Redentor fuese una garantía anticipada de la resurrección prometida a los redimidos, y fuese vencido el demonio por la misma naturaleza a la que él se gloriaba de haber engañado; para que, pesar de esto, no se gloriase el hombre, haciendo rehacer en sí de nuevo la soberbia, y para la manifestación, en fin, de cualquiera otra gracia que acerca del gran misterio del Mediador pueda ser descubierta y expresada por los hombres perfectos, o solamente presentida, aunque no pueda ser expresada.

Mansión de las almas antes de la resurrección

XXIX. 109. Durante el tiempo que media entre la muerte del hombre y la final resurrección, las almas se hallan retenidas en ocultos lugares, según que cada una es digna de reposo o castigo, conforme a la elección que hubiese hecho mientras vivía en la carne.

Hasta qué punto y a quienes aprovechan el sacrificio del altar y las limosnas que se hacen por los difuntos

 110. No se puede negar que las almas de los difuntos son aliviadas por la piedad de sus parientes vivos, cuando se ofrece por ellas el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia. Pero estas cosas aprovechan a aquellos que; cuando vivían, merecieron que les pudiesen aprovechar después. Pues hay un cierto modo de vivir, ni tan bueno que no eche de menos estas cosas después de la muerte, ni tan malo que no le aprovechen; mas hay tal grado en el bien, que el que lo posee no las echa de menos, y, al contrario, lo hay tal en el mal, que no puede ser ayudado con ellas cuando pasare de esta vida. Por lo tanto, aquí se adquiere el hombre todo el mérito con que pueda ser aliviado u oprimido después de la muerte. Ninguno espere merecer delante de Dios, cuando hubiere muerto, lo que durante la vida despreció.

Estas cosas, que tan frecuentemente practica la Iglesia para socorrer a sus difuntos, no se oponen a aquella sentencia apostólica en que se dice: Pues todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para. que cada. uno reciba el pago debido a las buenas o malas acciones que hubiere hecho mientras ha estado revestido de su cuerpo 191. Porque también cada uno, mientras vivía en su cuerpo, se granjeó el mérito de que estas cosas le pudiesen aprovechar. Pero no a todos son útiles, y ¿ por qué no lo son a todos, sino por la diversidad de vida que cada uno tuvo mientras vivía? Así, pues, los sacrificios, ya el del altar, ya el de cualquiera clase de limosnas, que se ofrecen por todos los bautizados difuntos, por los muy buenos, son acciones de gracias; por los no muy malos, tienen por objeto aplacar la justicia divina; por los muy malos, aunque no sean de ningún provecho para los difuntos, son de alguna consolación para los vivos. Mas a quienes aprovechan, o les aprovechan para la remisión plena o, por lo menos, para que la condenación se les haga más tolerable.

Después del juicio existirán dos ciudades, la una en eterna bienaventuranza, la otra en eterna miseria

111. Después de la resurrección, ejecutado y acabado ya el juicio, existirán separadas dos ciudades: la de Cristo y la del demonio; una, la de los buenos; otra, la de los malos; una y otra, sin embargo, estarán formadas de ángeles y de hombres. Aquellos, los buenos, no podrán tener voluntad de pecar; a los malos les faltará la posibilidad de pecar y toda coyuntura de morir; aquellos vivirán verdadera y felizmente en vida eterna, éstos infelizmente en eterna muerte, sin posibilidad de morir, ya que la existencia de unos y otros será sin fin. Pero aquellos, en la bienaventuranza, vivirán unos más excelentemente que otros, y éstos, en la condenación, unos más tolerablemente que otros.

El castigo de los condenados a de ser eterno

112. En vano algunos, o por mejor decir, muchísimos, llevados de cierta compasión humana, se conmueven ante la consideración de las penas y de las torturas que sin interrupción y perpetuamente sufrirán los condenados, y creen que no han de ser eternas; no ciertamente porque intenten contradecir a las divinas Escrituras, sino tratando de suavizar por impulso propio las afirmaciones inflexibles e inclinándose a opiniones menos rigurosas, pues creen que han sido formuladas con el fin de atemorizar más bien que con el de decir la verdad. Pues Dios, dicen, no ha de olvidar su misericordia, y no pondrá, en su cólera, límite a su piedad 192. Ciertamente que en el salmo se lee esto. pero, sin duda alguna se entiende de aquellos que son llamados vasos de misericordia: porque aun esos mismos son sacados de la miseria, no por sus méritos, sino por la misericordia de Dios. Por el contrario, si creen que esto se refiere a todos, aun con eso no es necesario que opinen que ha de tener fin la condenación de quienes se dijo: Y estos irán al suplicio eterno; para que de igual modo no se crea que ha de tener fin alguna vez también la felicidad de aquellos de quienes, por el contrario, se dijo: Mas los justos irán a la vida eterna 193.

Opinen, si les agrada, que las penas de los condenados han de ser mitigadas, hasta cierto punto, después de ciertos intervalos de tiempo; pues aun así puede entenderse que permanece sobre ellos la ira de Dios 194, esto es, la condenación misma (pues esto quiere decir ira de Dios, no perturbación del ánimo divino), de suerte que en su cólera, es a saber, permaneciendo en su ira, sin embargo, no pone límites a sus piedades; no dando fin al eterno suplicio, sino proporcionando o entremezclando entre los tormentos algún descanso. Porque no dice el salmo que pondrá término a su. ira o después de ponerle fin, sino permaneciendo en su ira. Pues sólo conque allí hubiese la más pequeña pena que se puede imaginar: el perder el reino de Dios, el vivir desterrado de su ciudad, el estar privado de su vida, el carecer de la gran abundancia de dulzura que Dios tiene reservada para los que le temen 195, es tan inmensa pena, que, durando eternamente, no se puede comparar con ella ningún otro sufrimiento de los que conocemos, aunque fuesen durables por muchos siglos.

La muerte de los impíos, del mismo modo que la vida de los santos, será eterna

113. Aquella perpetua muerte de los condenados, esto es, el ser privados de la vida de Dios, permanecerá sin fin, y será común a todos, cualesquiera que sean las opiniones que los hombres imaginen según sus afectos humanos, ya acerca de la variedad de las penas, ya acerca del alivio o de la interrupción de los dolores; de la misma manera que será común la vida eterna de todos los santos y brillará armoniosamente, cualquiera que sea la diversidad de los premios.

Después de haber expuesto la fe, trata de la esperanza; en la Oración dominical se contienen las cosas que se han de esperar

XXX. 114. De esta confesión de fe, que se contiene brevemente en el Símbolo, y que, considerada materialmente, es alimento de los párvulos, mas, contemplada y tratada espiritualmente, es alimento de los fuertes, nace la buena esperanza de los fieles, a quien acompaña la santa caridad. Mas de todas las cosas que fielmente han de ser creídas, sólo aquellas que se contienen en la Oración dominical pertenecen a la esperanza. Pues es maldito, como dice la divina Escritura, todo aquel que en el hombre pone su esperanza 196 y según esto, el que la pone en sí mismo, queda sujeto por las cadenas de esta maldición. Por consiguiente, sólo a Dios debemos pedir todo aquello que esperamos para obrar bien y para conseguir el fruto de las buenas obras.

Siete son las peticiones de la Oración dominical, según San Mateo

115.La Oración dominical, según la fórmula de San Mateo, parece que contiene siete peticiones: en las tres primeras se piden los bienes eternos; en las cuatro restantes, los temporales que son necesarios para conseguir los eternos. Porque todo lo que pedimos en estas tres primeras peticiones: Santificado sea el tu nombre, venga a nos el tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo (que algunos, no fuera de propósito, han entendido en el cuerpo y en el espíritu), todas estas cosas han de ser conservadas, sin duda, por toda la eternidad; las cuales, empezadas aquí, se van desarrollando en nosotros tanto cuanto vamos adelantando en el bien; pero una vez alcanzadas perfectamente, lo cual se ha de esperar conseguir en la otra vida, siempre se poseerán.

Mas en cuanto a lo que decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdonamos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos pongas en tentación, mas líbranos de mal 197, ¿quién hay que no entienda que todas estas otras cosas se refieren a las necesidades de la vida presente? Y así, en aquella vida eterna donde esperamos vivir por siempre, la santificación del nombre de Dios, su reino y voluntad santísima permanecerán perfecta y eternamente en nuestro espíritu y en nuestro cuerpo. Pero el pan ha sido llamado cotidiano porque aquí es necesario, pues ha de ser concedido al alma y a la carne, ya lo entendamos espiritualmente, ya materialmente, ya de uno y otro modo. Aquí, donde se verifica la perpetración de los pecados, se halla también la remisión, que pedimos, de. los mismos; aquí están las tentaciones, que nos solicitan o nos inducen a pecar, y, finalmente, el mal del que queremos ser librados; mas allí, en la vida eterna, no existirá ninguna de estas cosas.

En San Lucas sólo se contienen cinco peticiones; es concordado con San Mateo

116. Mas el evangelista San Lucas en la Oración dominical expresó no siete peticiones, sino cinco; pero no discrepa, ciertamente, de aquél, sino que con su misma brevedad nos advierte de qué modo se han de entender aquellas siete. Pues el nombre de Dios es santificado en el espíritu, y su reino vendrá en la resurrección de la carne. Y así, queriendo indicar San Lucas que la tercera petición es, en cierto modo, repetición de las dos anteriores, omitiéndola lo da a entender más claramente. Después añade otras tres, la del pan cotidiano, la del perdón de los pecados y la de la huida de la tentación 198. Pero la que aquel puso en último lugar: Mas líbranos de mal, éste la omitió también, para que entendiésemos que se debía referir a la anterior, en que se habla de la tentación. Por eso dijo: Mas líbranos del mal, y no “y líbranos”, como indicando que todo ello era una sola petición (como es una sola afirmación decir no quieras esto, sino esto otro), para que todos conozcan que son librados del mal en que no son puestos en la tentación.

La caridad debe hallarse al lado de la fe yla esperanza

XXXI. 117 Y vamos a tratar, finalmente, de la caridad, de la cual dijo el Apóstol 199 que era mayor que estas dos, a saber, la fe y la esperanza, y cuanto mayor es en alguno, tanto mejor es aquel en quien se halla. Pues cuando se pregunta si algún hombre es bueno, no se inquiere qué cree o espera, sino qué ama. Porque quien rectamente ama, sin duda alguna rectamente también cree y espera; pero el que no ama, en vano cree, aunque sea verdad lo que cree; en vano espera, aunque sea cierto que lo que espera pertenece a la verdadera felicidad, a no ser que crea y espere también que el amor le puede ser concedido por la plegaria.

Pues aunque sin amor no se puede esperar, puede, sin embargo, suceder que no se ame aquello sin lo cual no se puede llegar a lo que se espera. Es como quien espera la vida eterna (y ¿quién no la ama?) y no ama la justicia, sin la cual nadie consigue aquella. Esta es, pues, la fe de Cristo, que encarece el Apóstol, que obra animada por la caridad 200; y lo que aun no ama lo pide para recibirlo. lo busca para encontrarlo y llama para que se le abra 201. Porque la fe obtiene lo que la ley manda. Porque sin el don de Dios, esto es, sin el Espíritu Santo, por quien la caridad es derramada en nuestros corazones 202, la ley podrá mandar, mas no socorrer, y, además, podrá hacer prevaricador a aquel que no se puede disculpar de ignorancia; se enseñorea, pues, la concupiscencia carnal allí donde no hay caridad de Dios.

Los cuatro estados o edades del hombre son: antes de la ley, en la gracia y en la paz perfecta

118. Cuando se vive según la carne en las profundas tinieblas de la ignorancia, no oponiendo ninguna resistencia la razón, entonces el hombre está en el primer estado. Después cuando por medio de la ley se ha: hecho conocimiento del pecado, si aun no socorre el divino Espíritu, aquel que quiere vivir según la ley vencido y peca a sabiendas y, esclavo, sirve al pecado, pues quien de otro es vencido, queda esclavo del que le venció 203; haciendo el conocimiento del precepto que el pecado produzca toda concupiscencia, poniendo el coronamiento de la prevaricación, para que se cumpla lo que dice el Apóstol: Sobrevino la ley para que abundase el pecado 204. Este es el segundo estado del hombre. Mas, si Dios proveyere que se crea que El ayuda a cumplir lo que manda, empezando a ser conducido el hombre por el Espíritu de Dios, entonces se apetece contra la carne con mayor fuerza de caridad 205; de tal modo que, aunque todavía haya algo en el hombre que se oponga: en su interior, por no estar aún completamente sanada su enfermedad, sin embargo, vive en justicia por la fe 206, en cuanto que no se somete a la mala concupiscencia, saliendo vencedora la delectación de la justicia, Esta es la tercera época, de la buena esperanza del hombre, en la cual, si con piadosa perseverancia progresa en la virtud, sólo le resta la paz suprema, que después de esta vida se cumplirá en el descanso del espíritu y se perfeccionará después de la resurrección de la carne. De estos cuatro estados, el primero es anterior a la ley; el segundo, bajo la ley; el tercero, bajo la gracia, y el cuarto, en la paz cumplida y perfecta.

Estas son las vicisitudes por las que ha pasado el pueblo de Dios a través de los períodos del tiempo, como plugo a su divina Sabiduría, qué dispone todo con medida, número y peso 207. Porque existió al principio antes de la ley; a continuación bajo la ley, que fue dada por medio de Moisés; después bajo la gracia, que fue revelada a la, primera venida del Mediador 208. Pero de esta gracia no carecieron, ciertamente, aquellos a quienes convino ser hechos participantes, aunque por una administración velada y encubierta. Pues ninguno de los antiguos pudo alcanzar la salvación sin la fe de Cristo, y tampoco El, si no hubiera sido conocido por ellos, hubiese podido sernos profetizado por su medio, unas veces manifiestamente y otras de un modo más oculto.

La regeneración borra todos los pecados en cualquiera edad. La servidumbre dela ley es desconocida para muchos

119. En cualquiera de estas cuatro a modo de edades en que encontrare al hombre la gracia de la regeneración, en esa misma edad le son perdonados todos los pecados; y aquel reato que se contrajo naciendo, es anulado renaciendo. Y tiene tal fuerza lo que dice el Señor: que el Espíritu sopla donde quiere 209, que algunos no han conocido aquella segunda servidumbre de la ley, mas con el precepto empiezan a tener el auxilio divino.

Los bautizados que mueren antes del uso de la razón no perecen

120. Antes que el hombre sea capaz de precepto, es necesario que viva en la carne; mas si ya ha sido lavado por el sacramento de la regeneración, en nada le perjudicará el emigrar entonces de esta vida. Porque por esto murió Cristo y resucitó, para reinar sobre los vivos y los muertos 210; y el reino de la muerte no dominará a aquel por quien murió el que es llamado libre entre los muertos 211.

La caridad es el fin es el fin de todos los preceptos

XXXII. 121. Todos los preceptos divinos se dirigen a la caridad, de la cual dice el Apóstol: El fin del precepto es la caridad, que nace de un corazón puro de una conciencia buena y de una fe sincera 212. Así, pues, el fin de todo precepto es la caridad, esto es, todo precepto se refiere a la caridad. Mas aquello que por temor del castigo o por alguna intención carnal se hace de modo que no se refiera a aquella caridad que derrama el Espíritu Santo en nuestros corazones 213, aun no se cumple como conviene, por más que parezca que se hace. Esta caridad es el amor de Dios y del prójimo, y en verdad que en estos dos preceptos está contenida toda la Ley y los Profetas 214; y puede añadirse también el Evangelio y los Apóstoles, pues no de otra parte es esta sentencia: El fin del precepto es la caridad, y esta otra: Dios es caridad 215. Así, pues, todo lo que prescribe Dios, como es, por ejemplo, no fornicarás 216; y aquello que no manda, sino que recomienda sólo como consejo saludable, como es: bueno es al hombre no tocar mujer 217, entonces se cumplen rectamente cuando se refieren al amor de Dios y del prójimo por Dios, tanto en este siglo como en el venidero; ahora se dirigen al amor de Dios por la fe, después por la visión; y al del prójimo, aun ahora por la fe.

Los hombres en este mundo no conocen los corazones de los demás, mas entonces el Señor iluminará los escondrijos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los secretos de los corazones, y cada uno recibirá de Dios la alabanza que merece 218; porque el hombre alabará y amará en el prójimo aquello que no estará oculto, porque lo iluminará Dios mismo. La ambición disminuye al aumentar la caridad, hasta que llegue aquí a tal grado de excelencia, que no pueda ser mayor; nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos 219. Mas ¿quién podrá explicar cuán grande caridad habrá allí, donde no existirá ninguna codicia, a la cual todavía haya que vencer refrenándola?, puesto que habrá perfecta salud, cuando no hubiese necesidad de luchar con la muerte.

Conclusión del libro

XXXIII. 122. Pero concluya, por fin, este libro; a tu juicio queda si se le puede dar el nombre de Enquiridión. Yo, sin embargo, juzgando que no debía desatender tus buenos deseos en el conocimiento de Cristo, confiando y esperando de ti buenas obras, con la ayuda de nuestro Redentor, y amándote especialísimamente, como a uno de sus miembros, te he dirigido este libro Acerca de la te, de la esperanza y de la caridad, el cual ojalá, ya que en escribirlo, he puesto todas mis fuerzas, te sea tan útil como ha resultado prolijo.