SERMON 159 B (=Dolbeau 21)

Traductores: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

Sermón del bienaventurado Agustín sobre las palabras del Apóstol «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios!?, y acerca del salmo cincuenta y nueve: «Dios, nos has rechazado y nos has destruido, te has airado, mas has tenido misericordia de nosotros?, y acerca del salmo ciento dieciocho: «Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones»

1. Las lecturas divinas, que nos alimentan espiritualmente, aconsejan que a vosotros, expectantes y atentos, distribuya y de la despensa del Señor —por así llamarla —, de la que soy administrador, os de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus designios e irrastreables sus caminos! ¿Quién, en efecto, ha conocido la mente del Señor, o quién ha sido consejero suyo, o quién le ha dado primero y se le dará a cambio? Porque de él y por él y en él existe todo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos! Amén1.

Ahora bien, para que el sirva algo a [vosotros] hambrientos. La lectura apostólica que Vuestra Santidad recuerda conmigo nos ha sido expresada con estas palabras: ¡Oh profundidad de las riquezas Apóstol exclamase y, espantado por cierto abismo —llamémoslo así— de los designios de Dios, dijera «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios!», antes había dicho: A todos ha encerrado en el pecado Dios, para tener misericordia de todos2. Tras esta frase, pues, donde asevera «A todos ha encerrado bajo el pecado Dios, para tener misericordia de todos» —que, en verdad, no sé qué abismo es que los hombres, para poder él acudir a auxiliarlos cuando confiesan, primero [los] haya hecho reos en lo manifiesto de su conciencia—, ha exclamado: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¿En qué consiste la profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios? En que a todos ha encerrado en el pecado Dios, para tener misericordia de todos. ¿En qué pecado? En el de incredulidad. Efectivamente, esta palabra ha usado. Afirma: A todos ha encerrado en la incredulidad Dios, para tener misericordia de todos.

Así, pues, asístame el Señor Dios nuestro en persona, al loar cuyas riquezas exclama el Apóstol, y de esas ocultas e ilimitadas riquezas suyas dígnese concederme algo, para que, lo que percibo ser inexplicable, de algún modo lo diga yo, no de manera que explique lo inexplicable, sino de manera que lo encarezca. De hecho, parece como si el Apóstol, por cierta debilidad humana, hubiese fallado en explicar aquello de que se alegró en contemplándolo. Vio no sé qué, que con la lengua no podría explicar; con el corazón divisó algo respecto a lo cual fue menos capaz de palabras, y no halló cómo hacernos atentos a lo que vio, si no exclamase e irguiera nuestros corazones, al decir «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios!», para que nuestros erguidos corazones se dirijan hacia ese, a la vista de cuyas riquezas exclamó aquel, no hacia la boca del administrador débil que no podía explicarlas. Así, pues, ojalá lo haga yo según mi capacidad, y logre atraer la atención de vuestros corazones hacia ese a quien todos pertenecemos y bajo el cual, único Maestro, todos somos condiscípulos en esta escuela en que están las riquezas de Dios, donde está la profundidad de las riquezas, y donde sus inescrutables designios y sus irrastreables caminos están, porque a todos ha encerrado en la incredulidad, para tener misericordia de todos.

2. Quien a todos ha encerrado en la incredulidad parece airarse, pero quien de todos tiene misericordia es tranquilo. Por consiguiente, el pasaje del apóstol está de acuerdo con el salmo: Dios, nos has rechazado y nos has destruido, te has airado, mas has tenido misericordia de nosotros3.Oye [tú] que se airó y tuvo misericordia: A todos ha encerrado en la incredulidad Dios, para tener misericordia de todos4. ¿Qué ha querido hacer el Señor Dios nuestro? Primero, airarse, rechazar, humillar, y después, acudir a auxiliar, llamar a quien le ha vuelto la espalda, escuchar al que se ha puesto de cara a él, ayudar al escuchado, cambiar al ayudado, coronar al cambiado.

Une [tú] otros testimonios de las Escrituras. Asevera la voz misma de cierto único hombre que trabaja en esta tierra, esto es, la de Adán mismo, el género humano —género humano al que, sin embargo, el hombre segundo, el del cielo, no ha abandonado, para que quienes primeramente eran terrestres después fueran hechos celestes5. Sin duda, terrestres precisamente por haber sido humillados, terrestres precisamente por haber sido derrocados, terrestres precisamente por haber sido rechazados; pero celestes precisamente porque ha tenido misericordia de nosotros quien ha rechazado, derrocado y humillado—; oigamos, pues, la voz de ese hombre, el cual dice en otra parte: Antes de ser yo humillado, he delinquido6. Mientras gime en su humildad, ha reconocido su pecado: atribuye a sí la iniquidad; la justicia, a Dios.

De hecho, ¿qué asevera? Afirma: «Antes de ser yo humillado —que es el castigo que Dios ha infligido—, he delinquido. Para que no parezca injusto Dios, que me ha humillado, ha ido delante mi delito, ha seguido mi humillación; justo juez es, por tanto, el Señor7 mi Dios, pues a esta humillación no hubiera yo venido si antes no hubiese delinquido». Y porque esa humillación suya parece sonar a la ira, sí del juez Dios, pero tiene que ver con su misericordia, oye [tú] en otra parte la voz del mismo sujeto. Afirma: Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones8. Escuche Vuestra Caridad qué dice: Antes de ser yo humillado, he delinquido. Parece gemir en el castigo, suspirar en el cepo, en esta condición mortal y flaqueza terrena buscar mediante su confesión el auxilio de ese a quien había ofendido, al delinquir. En efecto, estas palabras «Antes de ser yo humillado he delinquido» suenan a esto, o sea: No te imputo mi humillación, Dios mío; yo he hecho lo que es maligno, tú has hecho lo que es justo9.

3. A estas palabras se ajustan las palabras que hemos cantado. De hecho, quien dice «Dios, nos has rechazado y nos has destruido»10, ese mismo dice: Antes de ser yo humillado, he delinquido11. Sin duda, has oído que Dios ha rechazado, has oído que Dios ha derrocado, esto es, desde la altura ha arrojado a tierra; lo has oído. Busca la causa por la que Dios habrá hecho esto: Antes de ser yo humillado, afirma, he delinquido. Has oído tu delito previo y la consiguiente justicia de Dios; oye que precisamente la justicia de Dios, la cual te ha humillado, indica no sólo la severidad del justo juez, sino también la clemencia del [juez] misericordioso, pues asevera lo que poco antes he dicho: Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones12.

¿Qué, pues, hermanos míos? Cuando Dios humillaba ¿se airaba, o tenía misericordia? Que la humillación no nos haya aprovechado nada, acháquese a exagerada severidad de Dios: aunque esta existiera en verdad, no podríamos quejarnos de injusticia de él. Pague, en efecto, su merecido el pecador; no se haga ilusiones el soberbio e inicuo; primeramente encuentre de qué es digno, para que así comprenda qué le ha proporcionado aquel. ¿Es posible que el corazón de cualquier hombre pecador ose hacerse saber a sí mismo [algo] a no ser el suplicio, hacerse saber [algo] a no ser el castigo más que justo? O si el suplicio hubiera seguido a la iniquidad de un individuo, ¿puede decirse al justo juez: «Has hecho mal en condenar al que ha pecado»? Hagámonos, pues, saber esto a nosotros cuando pecamos; en medio de los castigos confesemos así tanto nuestros delitos como la justicia de nuestro Dios, pues así mereceremos encontrar en nuestro castigo mismo la misericordia de Dios. Nadie encuentra esto, hermanos carísimos, sino quien antes se haya humillado. Y porque he de hablar como puedo, supongo que lo que voy a decir ninguno de vosotros va a entenderlo si primeramente no hubiere refrenado el humo de la soberbia, el cual entenebrece los ojos de la mente, de modo que en medio de la pena misma no pueda entenderse la misericordia de Dios.

4. Pero para que se nos muestre que puede infligirse misericordiosamente una pena, primero, con algunas comparaciones, ved esto en la vida cotidiana misma, precisamente en la conducta de los hombres, pues luego podréis tener modo de entender que la misericordia de Dios no ha desamparado la mortal condición de ellos. ¿Qué diré? Das una reprensión a tu esclavo y, generalmente, al dar la reprensión, en el hecho mismo de parecer que castigas, tienes misericordia. Pero no me referiré al esclavo: quizá te aíras contra el esclavo hasta odiarlo. Ciertamente no debes [airarte] así si eres cristiano; no debes [airarte] así si consideras que eres un ser humano; no debes [airarte] así si consideras que los nombres «esclavo» y «dueño» son diversos, sí, pero que no son diversos «hombre» y «hombre». No debes perseguir así, con odio, al esclavo que comete una falta. Pero porque la gente suele [actuar] así, rechacemos esa comparación, supongamos un hijo. Nadie puede sino amar a los hijos; de hecho, no es de loar el hombre que ama a su hijo. Pues si queréis a los que os quieren, ¿qué paga tendréis?, asevera el Señor, ¿acaso no hacen esto los publicanos?13 ¡Cuánto más a los hijos, engendrados por los hombres para sucesores suyos! Precisamente según derecho de la naturaleza, nadie puede en modo alguno odiar al engendrado por él. Tampoco es de loar el hombre por eso que se encuentra en la bestia. Nadie loa a un hombre que ama a sus hijos. Encuentras esto no sólo en los animales mansos: la fiereza de los leones se amansa en el trato con sus hijos, los tigres aman a sus hijos, las serpientes incuban huevos y nutren las crías. Si, pues, los que en la creación parecen ser crueles y feroces no conservan la ferocidad y crueldad para con los que ellos engendran, ¿qué hace de grande uno, al amar a su hijo? Pero he dicho esto, hermanos, para que por el ejemplo de los hijos, por esa realidad a la que nadie puede odiar, veáis que puede haber una pena [infligida por] quien tiene misericordia.

Alguien, pues, ve a su hijo ensoberbecerse, alzarse contra su padre, apropiarse de algo que no le corresponde, querer degradarse en bagatelas deliciosas, querer dilapidar lo que aún no posee: cuando él hace esto, está contento, sonriente, alegre, exultante; aquel, en cambio, reprime con reproches, castigos y azotes, quita la risa, provoca el llanto; parece haberse llevado el bien y haber traído el mal —mira qué se ha llevado: la alegría; mira qué ha traído: el gemido— y sin embargo, si hubiese dejado impune la alegría, sería cruel; por haber forzado a llorar, resulta ser misericordioso. Si, pues, el padre que fuerza a llorar resulta ser misericordioso, ¿por qué no entendemos que también nuestro Creador ha podido hacer lo que hemos cantado: Dios, nos has rechazado y nos has derrocado? Pero ¿por qué esto? ¿Acaso para aniquilar, acaso para arruinar? Escucha lo que sigue: Te has airado, mas has tenido misericordia de nosotros14. ¿Por qué se aíra justamente contra ti? Añade tú, porque he dicho: Antes de ser yo humillado, he delinquido15. ¿Qué te aprovecha haber sido rechazado y derrocado? Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones16.

5. Ahora prestemos de nuevo atención al dicho apostólico: A todos ha encerrado en la incredulidad Dios, para tener misericordia de todos17. El primer pecado del hombre fue la soberbia; así [lo] leemos en el Génesis, así [lo] hallamos en otra Escritura18. En el Génesis ¿qué leemos? Que el hombre creado y formado en el paraíso fue puesto bajo cierta ley, bajo cierto mandato19; el mandato que le fue impuesto le mostraba esto: había sido hecho grande, de forma que sobre sí tenía a uno mayor. Dios, pues, al hombre a él sometido le mandó que siempre había de mantener la humildad, o sea, que se conservara la humildad del hombre constituido bajo el dominio de Dios. Ciertamente, a imagen de Dios ha sido hecho el hombre20 y, como en otro lugar está escrito, le ha dado fuerza para dominar todo21: todo estaba bajo su dominio, pero sobre él estaba quien ha hecho todo. El hombre, pues, debió atender a lo que estaba debajo de sí, de forma que atendiera más al que estaba por encima de él, pues si se adhería al superior poseería con gran seguridad lo inferior; en cambio, si se apartaba del superior estaría bajo el dominio de lo inferior.

Como si suponemos tres hombres: uno, que tiene un empleado y tiene también un jefe, como frecuentemente sucede que empleados con posibles tengan empleados. Fijaos; tiene un empleado, tiene un jefe; está sometido a uno, está al frente del otro; es superior al empleado, inferior a su jefe. En tercer lugar hemos supuesto el empleado de un empleado; en el primero, en cambio, el jefe de un jefe; pero en el medio, un empleado y jefe: jefe de su empleado y empleado de su jefe. El tercero no es sino empleado, el primero no es sino jefe, el del medio es, por una parte, empleado, por otra, jefe. Ahora bien, libre de cuidados posee a su empleado, si no ofende a su jefe. He mencionado, sí, tres hombres: todos son de idéntico género, todos existen en virtud de idéntica sustancia y naturaleza. Aquellos tres, Dios, el hombre y la criatura inferior al hombre, no son así, pues fundador y fundación, hacedor y hechura, artífice y obra, creador y criatura son de género distinto y no de idéntica sustancia.

Pero, sin duda, a las cosas que han sido creadas, a todas ciertamente se las nomina, en general, creadas, pero difieren en naturaleza, jerarquía, méritos y puestos, pues primero son las espirituales y luego las carnales, precisamente esas que ha creado Dios, que ha hecho Dios. Tienen las espirituales el puesto primero, tienen el último las corporales. Pues bien, algo espiritual es la mente humana, donde se imprime la semejanza e imagen de Dios; corporales son, en cambio, todas las realidades que, como percibimos, están a disposición de los sentidos del cuerpo: son conocidas para todos, se ven, se oyen, se huelen, tienen sabor, se tocan; duras y blandas, calientes y frías, ásperas y suaves, a todas ellas se las nomina corporales, son inferiores. Sobre todas ellas ha sido colocado el hombre22, pero según el alma, según la mente, según lo que en él ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios23. Por cierto, Dios no está circunscrito ni encerrado por forma corporal, de modo que a un lado tenga espaldas, a otro, ojos, sino que es cierta luz, mas no cual la que vemos con los ojos, ni aunque ampliándola mediante la fantasía de tus imaginaciones agrandes esta que vemos con los ojos y, revoloteando por las vaciedades de tus imaginaciones, formes campos de luz y montes de luz y árboles de luz. ¿Quieres entender la luz espiritual? Investiga a partir de [esa] que entiendes.

6. Entiende, digo, esta luz misma gracias a la cual entiendes. ¿A qué me refiero? Con los ojos corpóreos ves objetos blancos y negros, por fuera te ayuda la luz bien del sol, bien de la luna, bien de un candil, bien de algún pequeño resplandor; más aún, si esa luz no ayudase por fuera a tus ojos, en vano estarían abiertos tus luceros y sin motivo se llamarían luceros. Ahora bien, conoces y diferencias qué está en ti abierto y sano, a saber, el ojo, y qué se acerca como ayuda por fuera, a saber, la luz, y qué es aquello a cuya visión se te ayuda, a saber, colores y formas. Esto he dicho de los ojos. Oyes sonidos, sabes por medio de qué los oyes. Los ojos no oyen, pero tampoco los oídos ven. Falta algo a los ojos para que perciban los sonidos y falta algo a los oídos para percibir los colores; a ti, en cambio, nada de esto te falta, porque por los ojos ves, por los oídos oyes. Conoces, pues, lo que emite olor y sabes qué miembro acercar para percibir el olor. En efecto, para sentir la suavidad del olor no acercas el oído, sino que aplicas lo que para oler te ha creado Dios; y cuando quieres saborear un guisado, no te lo llevas a los oídos ni al ojo: sabes que no está ahí el sentido que distingue los sabores. ¿Y quieres sentir si algo es duro o blando, frío o cálido? Sabes que con todo tu cuerpo puedes sentir el contacto. Esto sabes. Bien.

Atended a lo de dentro. ¿Quién está aquí adentro, al cual todos estos sentidos informan de lo que sienten los hombres? Esos son, en efecto, como instrumentos; están, por así decirlo, sometidos a servidumbre: un sentido interior, no sé cuál, es emperador al que estos mensajeros informan de cualquier cosa que hallan fuera. Ahora bien, este sentido interior que discierne todo esto es, en verdad, de rango mayor que todo esto. El ojo, pues, tiene qué ver, el oído, qué oír, la nariz, qué oler, la boca, qué saborear, las manos, qué tocar, ¿y la mente no tendrá algo que poder ver por sí misma? Precisamente ella siente, sí, blancura y negrura, pero porque le informan los ojos; ella siente en los sonidos lo melodioso y lo áspero, pero porque le informan los oídos; siente en los olores lo agradable y lo hediondo, pero porque le informa la nariz; siente dulzor y amargor, pero porque le informa la boca; siente dureza y blandura, pero una vez que le haya informado la palpadora mano. Informada por el cuerpo, puede, pues, sentir esto tan abundante y vario; ¿es que no será capaz de sentir algo por sí misma, sin que le informe miembro alguno del cuerpo?

Investiga, pues, qué siente por sí misma, y encontrarás dónde está la imagen de Dios. Lo blanco y lo negro lo sentía mediante los ojos, de lo armonioso y de lo desafinado le informaban los oídos y, para no recorrer de nuevo cada una de estas cosas adyacentes al cuerpo, le informaban los miembros del cuerpo. ¿Es que de lo justo y lo injusto le informan los ojos? La mente discierne lo justo y lo injusto y dice: «Esto es justo, esto es injusto». Investiga tú quién habrá podido informar: si la justicia es color, los ojos han informado; si la justicia es sonido, los oídos han informado; si es olor, la nariz ha informado; si es sabor, la boca ha informado; si es dureza o blandura, la mano ha informado. Si no es nada de esto, ¿quién ha informado sino la luz interior?

Esta naturaleza, pues, esta sustancia que veis excelente —si quisiera hablar de ella más copiosamente, no basta el tiempo—: algo interior, algo divino en nosotros ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios24, sobre todo lo corpóreo está y había sido hecho de forma que toda criatura corpórea le sirviera sumisa. Pero en todo caso, la mente misma no es Dios. Efectivamente, si fuese Dios ¿habría acaso pecado? Por cierto, Dios es inmutable; nuestra mente, en cambio, por haber sido creada, por haber sido hecha, no es lo que Dios: es mudable. Precisamente ahora vemos sus mutaciones: es juiciosa, piensa tonterías; recuerda, olvida; quiere, no quiere; encuentra deleite, se apesadumbra. Estas inconstancias no acaecen a Dios, que está sobre la mente y es el creador de la mente.

7. Pero en todo caso, todo esto acerca de lo cual he hablado está entero sobre el cuerpo, debajo de Dios está, debajo del Señor y sobre el esclavo. Esas son las tres cosas de las que poco antes hablaba yo. Si, pues, tres hombres, aun siendo todos hombres, mediante cierta condición de esta vida están ordenados de forma que uno de ellos es sólo jefe, otro es sólo empleado, otro, en cambio, empleado de un jefe y jefe de un empleado, ¿cómo, a vuestro parecer, toda la creación está ordenada más fácil y más claramente? La naturaleza y sustancia de la mente, puestas debajo de Dios; la naturaleza de todo cuerpo, puesta debajo de la mente. Pero igual que, según decía yo, «Libre de cuidados posee» uno «a su empleado, sólo si no ofende a su jefe» (§ 5), así, si la mente no hubiera ofendido a su Señor por cierta soberbia con que ha querido ser autónoma, siempre se le hubiese sometido como esclavo toda la naturaleza corporal; pero, porque mediante la soberbia ha ofendido al Señor, la criatura corporal, que se le había dado para su servicio, se le ha convertido en tormento punitivo, en tormento vindicatorio, pues mediante la dificultad corporal es atormentada ahora la mente, aunque dominase antes a toda la naturaleza corporal.

Como si el hombre aquel —sin duda, una comparación más clara la recibís de aquí mejor, porque este mismo [hecho] de que entendamos con dificultad tiene que ver con el castigo con que somos humillados: [tomados] de lo ordinario pongo algunos ejemplos—... Coloca ante tus ojos de nuevo a aquellos tres empleados, porque apenas entiendes esto, pese a ser bastante claro; más claras son, en efecto, estas realidades, cuanto [son] diversas, pues Dios es muy otra cosa que la mente, y la mente muy otra cosa que el cuerpo. En cambio, en aquellas tres hay en realidad un hombre y otro y otro. La naturaleza no es diversa, sino que la condición establece un orden; sin embargo, porque aquellas nos son familiares, las entendemos más fácilmente que las que son más claras. Ahora, pues, entiende tú lo que digo.

Supón que el del medio —porque es empleado, siendo también jefe y es jefe, siendo también empleado: empleado del superior, jefe del inferior—, supón, pues, que ha ofendido a su jefe. ¿Cómo lo ha ofendido? Por cierta soberbia, pues consideró que también él tenía un empleado y osó alzarse contra su jefe por el hecho mismo de que parecía tener sometido a su empleado. Se irguió contra su jefe, su jefe mandó que un empleado [del ofensor] le golpease, pues el jefe del jefe era jefe de ambos, ya que el empleado no tenía tan sometido a su empleado, cuanto a ambos el jefe de ambos. Por cierto, ¿cuándo [el empleado del insumiso] podría despreciar al jefe aquel, empleado de nadie, hasta el punto de no golpear a su jefe, aunque se lo mandase el superior jefe de ambos?

Nuestro Dios, pues, ha mandado, porque lo hemos ofendido, que nuestro cuerpo nos sea fuente de torturas: por una parte, nuestro cuerpo se ha hecho mortal; por otra, hemos comenzado a sufrir castigos, venidos de donde osamos ensoberbecernos contra el Señor. Nos golpea, pues, nuestro esclavo. Nos vemos torturados con los tormentos de nuestra carne; nos ha infligido el Señor la humillación de que el esclavo nos vapulee.

8. Ahora bien ¿por qué nos ha humillado a ser vapuleados por el esclavo? Porque antes hemos delinquido: Antes de ser yo humillado, he delinquido25. Colocado, pues, bajo el azote de tu esclavo, grita al Señor tu Dios y dile: Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones26. ¿Qué justificaciones tuyas? Que, como tengo de esclavo al cuerpo, así me tienes de esclavo a mí y, como yo busco que el cuerpo me haga caso, así he debido hacerte caso a ti. He aprendido, pues, tus justificaciones gracias a esto, a que, por así decirlo, de arriba me habla mi Señor y me dice: «Oh, siervo perverso27, al menos ahora que estás puesto en esta humillación, reconoce a quién has ofendido y a quién has estado sometido. Ciertamente, tu esclavo te atormenta: tienes cuerpo y quieres que en todo te haga caso, quieres que, cuando levantas la mano, la mano siga; cuando levantas el pie, el pie siga; y, aunque he querido que tu esclavo te golpee, aún te sirve tu siervo». En efecto, cuando queremos andar y cambiar de sitio el cuerpo, mandamos a los pies y hacen caso; mandamos al ojo que vea, cuando queremos mirar algo: no nos contradice, se gira, nos informa. Aplicamos el oído a los sonidos, en seguida informa de qué suena; levantamos la mano para palpar un objeto, no opone resistencia. Sin duda, el cuerpo, porque nos sirve, indica que somos sus señores; pero, porque nos opone resistencia, indica que tenemos un señor.

Pero veamos en qué no te hace caso tu cuerpo. Verbigracia, puedes caminar diez mil pasos; quieres veinte mil: no hace caso. Puedes andar cincuenta mil, quieres sesenta mil: no hace caso. Quieres estar despierto dos noches: hace caso en cuanto a una parte, en cuanto a la otra parte no hace caso. Quieres mover la mano para alzar algo: alzas algo; intentas [moverla] para [alzar] algún otro objeto: no hace caso. Añade tú tantas mortificantes dificultades de la debilidad y corrupción suyas, que no pueden numerarse, y mira cómo el cuerpo que se corrompe embota el alma28. Porque, pues, te sirve, [él] muestra que eres su señor; en cambio, porque te opone resistencia, te estimula a servir a tu Señor.

Di, pues, a tu Señor: Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones29. ¿Cómo aprendes sus justificaciones? De forma que, como quieres que te sirva tu cuerpo, así no desdeñes servir ya a tu Señor. Por una parte, empiezas ya a servir a tu Señor; por otra, aún no te sirve tu cuerpo como quieres. En efecto, [tú], que eras infiel, crees, sigues los preceptos de tu Señor, andas el camino, pero aún no es perfecta en ti la justicia: por eso, aún no es perfecta en tu esclavo la obediencia; aún queda algo de amargura, para que este mundo no te resulte dulce y no dejes de echar de menos a tu Señor, que ha hecho el mundo.

9. Desde los confines de la tierra exclama hacia él, oh Iglesia difundida por el disco de la tierra; di en el salmo: Desde los confines de la tierra he clamado a ti, cuando se angustiaba mi corazón. En el salmo está escrito esto: En una roca me has levantado, me has conducido porque te has hecho mi esperanza30. Sin duda, nos ha levantado Dios en una roca. ¿En qué roca? Ahora bien, la Roca era Cristo31, dice el Apóstol. Y ¿cómo se ha producido ahí nuestra esperanza? Porque nuestro Señor Jesucristo, mediante el cual hemos sido hechos, él es en persona la Palabra de Dios mediante la cual ha sido hecho todo32. Tomó carne de la pasta de nuestra condición mortal; tomó él incluso la muerte, que tenía que ver con el castigo del pecado, no el pecado, pero por misericordia de librar del pecado entregó a la muerte su carne misma.

Por cierto, no fue entregado a la fuerza; no lo habrían crucificado si no se hubiese entregado a sí mismo, porque, precisamente en cuanto a que Judas lo entregó, entregó un voluntario. Sin embargo, se imputa a Judas no el mérito de la decisión de Cristo, sino el mérito de su codicia ya que, cuando entregaba al Señor, tuvo en cuenta no nuestra salvación, sino su avaricia y su perfidia. En realidad, entregó Judas, entregó Cristo, entregó el Padre de Cristo. Todos parecen haber hecho una sola cosa. Una sola cosa han hecho, pero no con una sola intención. Entregó el Padre al Hijo por misericordia, se entregó el Hijo por esa misma misericordia, entregó Judas al maestro por perfidia. Parece no haber diferencia entre entrega y entrega, pero entre misericordia y perfidia hay grandísima diferencia. ¿Cómo ha entregado el Padre? Oye al Apóstol: El cual no ha tenido miramiento hacia el hijo propio, sino que por todos nosotros lo ha entregado33. ¿Cómo ha entregado el Hijo? Idéntico apóstol dice del Señor en persona: El cual me ha amado y se ha entregado por mí34.

Entregó, pues, esta carne para que la mataran, a fin de que nada temieras respecto a tu carne. Ha mostrado en su resurrección tras un triduo lo que debes esperar al final del mundo. Te conduce, pues, porque se ha hecho esperanza tuya35. Ahora caminas apoyado en la esperanza de la resurrección; pero si primeramente no hubiera resucitado nuestra cabeza, los demás miembros no hallarían qué esperar.

10. ¿Qué, pues, hermanos míos? Aunque también antes que el Señor padeciera, el cuerpo le servía como a señor, pues no estaba atado al cuerpo como por reivindicación, como por castigo, de forma que el esclavo lo golpease como a nosotros, sin embargo, si ha querido padecer algo en su cuerpo, ha padecido por voluntad y potestad, no por necesidad e insuficiencia, como él dijo: Tengo potestad de deponer mi vida y tengo potestad de tomarla de nuevo; nadie me la quita, sino que yo mismo la depondré por decisión propia36. ¡Gran potestad, pues, en él! Sin embargo, en el hecho de haber querido padecer en su carne ha mostrado que padeces merecidamente. Él ha padecido inmerecidamente, tú padeces merecidamente; pero, para que soportes lo que merecidamente padeces, te consuela quien ha padecido inmerecidamente. Soporta, pues, lo que padeces, hasta que pase tu condición mortal. Tu reino, pues, viene según determinadas mediciones de tiempo. Lo que aquel ha prometido lo lleva a cabo porque en sí mismo ha llevado a cabo el haber resucitado. Ha resucitado, en efecto, después de un triduo; ha querido resucitar el primero y mostrarnos qué debemos esperar en el final.

Pensábamos que la carne iba a perecer; por eso, ha querido tomar carne de donde también nosotros tenemos carne, no de otra parte. Efectivamente, si la hubiese tomado de otra parte, diríamos: «Ha podido resucitar la carne que ha sido tomada de otra parte». ¿Es que ha sido tomada precisamente de donde nosotros la hemos tomado? Ciertamente, no ha permitido en su madre participación masculina, porque era el Hijo único de Dios. Porque arriba tenía Padre, en la tierra no ha buscado sino madre. Nos muestra que lo que ha creado no es malo: ha creado macho y hembra37, a ambos ha creado él mismo. Pero, porque mediante la mujer había sido seducido el hombre, podrían las mujeres desesperar de sí, si ese sexo no recibiera honores mediante la Virgen María. Ha elegido nacer de mujer; convenía tomar la condición masculina, nacer varón. Pero no sólo al varón lo había creado Dios; él había creado también a la mujer. Podían, como he dicho, desesperar de sí las mujeres y decir que no le importaban a la misericordia de Dios, porque mediante la mujer fue engañado el varón. Se ha dignado nacer de mujer, asumida la condición masculina, y ha honrado el sexo: se ha mostrado creador de ambos sexos y después libertador [de ellos]. En efecto, porque mediante la mujer preparó la serpiente para el varón la muerte38, precisamente a los varones les ha sido anunciada mediante las mujeres la vida. Efectivamente, las mujeres fueron las primeras en ver al Señor, cuando resucitó, y lo comunicaron a los varones, los apóstoles39. Nos muestra, pues, en su carne nuestro señor Jesucristo qué debemos esperar al final (cf. § 9). Nos ha humillado, pues, para que aprendiéramos sus justificaciones40.

11. Ahora, ya humillados, regresemos quienes, soberbios, fuimos derribados. De hecho, la entera causa de nuestra condición mortal, la entera causa de nuestra debilidad, la entera causa de todas nuestras aflicciones, de todas las dificultades, de todas las tribulaciones que en este mundo sufre el género humano no es sino la soberbia. Conoces el pasaje que dice: Inicio de todo pecado, la soberbia. Y ¿qué dice asimismo? Inicio de la soberbia del hombre, apostatar de Dios41. Si la soberbia os parece mal pequeño, temed siquiera apostatar de Dios; aún más, si teméis apostatar de Dios, derribad la causa de apostatar, pues la soberbia hizo al hombre apostatar de Dios. Porque ella es, pues, la principal de todas nuestras enfermedades, enfermamos, de hecho, en esta vida.

Un médico experto, cuando ha visto a una persona enferma de enfermedades diversas, no atiende a las causas próximas y descuida el origen de todas las causas. Sin duda, si, dejada intacta la fuente de las enfermedades, trata las causas próximas, regresan las derivaciones de la calamidad, y de momento parece poner remedio, mas no sana hasta el fondo. En cambio, resulta ser médico de primera el que calcula bien todas las causas de todas las enfermedades, y la que él ha descubierto que es la principal causa, a la que todas las otras parecen deber su existencia como ramas, la corta en cuanto raíz, y queda talada la entera selva de dolores. Así el Señor Jesucristo ha hecho todo esto y, porque en la soberbia veía la causa de todas nuestras enfermedades, con su humildad nos ha sanado. Por eso se le llama Salvador. Y quien ha dicho «No necesitan médico los sanos, sino quienes se encuentran mal»42 ha venido a los enfermos, porque los enfermos no podían venir a él; ha buscado a quienes no le buscaban, se ha dirigido a los débiles, ha padecido muchas cosas, ha tolerado ser asesinado por ciegos, para con su misma muerte sanar los ojos de ellos.

12. No te burles, pues, de la humildad de Cristo. De hecho, muchos paganos se burlan de que Cristo haya venido en baja condición —y ¡ojalá solos los paganos!— y muchos herejes que se dicen cristianos. Despreciable les es que Cristo haya nacido de mujer; despreciable les es que haya sido clavado en cruz y herido, y verdaderas eran las heridas que recibió, y verdaderos los clavos que fueron clavados; les es despreciable y dicen: «Todo eso lo simuló, lo fingió y no pasó por ello». ¿De mentira, pues, te ha librado la Verdad? ¿De mentira estabas pasándolo mal y de mentira has sido sanado? ¿Cómo es posible? Pero cualesquiera que dicen estas cosas, muestran qué clase de maestros son ellos precisamente. En efecto, si el Señor resucitó y, ante su dubitante discípulo que dijo «No creeré si no meto mi dedos en su costado»43, puso las manos para que las tocase y las cicatrices para que las palpara, se mostró no solo a los ojos para ser visto, sino también a las manos para ser palpado. Aquel, por su parte, después de palpar las cicatrices, encontró tangible la verdad y exclamó: Señor mío y Dios mío44. Si, pues, Cristo ha engañado ¿tú vas a decir la verdad?

Dime cómo he de escucharte. ¿Quieres que te escuche como a maestro? «Como a maestro», me responde. ¿Qué me dices, qué me enseñas? «Te enseño», afirma, «que Cristo no nació de mujer y no tuvo verdadera carne y no fue verdadera aquella muerte ni verdaderas las heridas y, si no [fueron] verdaderas las heridas, tampoco [fueron] verdaderas las cicatrices». Y yo, al contrario, del evangelio he aprendido al señor Jesucristo, el cual, cuando el discípulo dudaba, le presentó sus cicatrices. Pudo, sí, resucitar sin cicatrices quien pudo curar los ojos del nacido ciego. Pero ¿por qué quiso aducir el testimonio de las cicatrices? Porque el testimonio de las cicatrices del cuerpo era medicina de las heridas de la mente. ¿Qué vas a enseñarme, pues? ¿Que eso era falso y que Cristo simuló todo esto, y que, engañado por una falsedad, exclamó el discípulo: Señor mío y Dios mío? Si, pues, él quiso ponerlo sano mediante una falsedad, ¿cómo sabré si me dices la verdad o me mientes? De hecho, no consideras una mala acción mentir, cuando intentas replicarme haciendo de Cristo autor de una mentira. Sin duda, he de decirte «¡Mientes!», y tú a mí: «Nada de que miento». ¡Mientes enteramente! «Lejos de mí mentir»: vas a decirme esto, para que te crea. Efectivamente, dime «Miento»: quiero saber si te creeré algo. En cambio, para que te crea algo, vas a decirme: «Lejos de mí mentir». ¿Por qué has dicho «Lejos de mí mentir», si no consideras una acción mala mentir cuando enseñas? ¿Asignas, pues, a Cristo lo que consideras una acción mala? Retrocedan, pues, las falacias humanas: como está escrito en el evangelio, así ha venido Cristo. No te sea despreciable la humildad de Cristo, esa humildad es despreciable para la soberbia. No seas soberbio, y no [te] será despreciable el Cristo de baja condición.

13. Asevera el Apóstol: Todo [es] limpio para los limpios. En cambio, para los inmundos e infieles nada es limpio, sino que su mente y [su] conciencia están sucias45. Con corazón casto di: «Una mujer concibió, virgen concibió». Por fe concibió, virgen concibió, virgen parió, virgen permaneció. Cree todo esto y no te parezcan inmundas aquellas entrañas, porque, aunque esa carne fuese realmente inmunda, Cristo, al venir a la carne, limpiaría a la inmunda, la inmunda no lo haría inmundo. Mira la humildad de tu Señor: si te horroriza, eres soberbio. La humildad horroriza al soberbio. Del mismo modo que eres soberbio, igualmente oblígate a que no te horrorice el bebedizo [en contra] de tu hinchazón. De hecho, cuando eres soberbio, estás hinchado, no eres grande; si estás hinchado, bebe el bebedizo, para que tus vísceras se deshinchen, a fin de que puedas estar sano. El médico te ha preparado este bebedizo, para que bebas. El médico en persona te ha preparado la copa: bebe la copa amarga, si quieres estar sano. ¿No ves que estás hinchado, no ves que no están sanas tus vísceras? Te crees grande, mas estás hinchado: esto es no tamaño grande, sino enfermedad. ¿Quieres carecer de enfermedad, quieres carecer de hinchazón? Bebe la copa de la humildad. Te la ha preparado quien a ti ha venido en baja condición. Y, para que no dudases en beber, el médico ha bebido el primero, no porque al médico le fue necesario, sino para quitar dudas al enfermo. No desprecies, pues, la humildad con que quedas sanado.

Cabeza de todas las enfermedades es la soberbia. A sanar la cabeza de todas las enfermedades vino quien se ha dignado hacerse cabeza de la Iglesia46. Retirada la cabeza de todas las enfermedades, quedarás sano. Abájate y quedarás sano y dirás con gran seguridad: Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones47. En efecto, te sublevaste y has sido humillado. Abájate y te erguirán, porque Dios resiste a los soberbios y, en cambio, a los humildes da gracia48. Por eso, pues, a todos ha encerrado en la incredulidad Dios, para tener misericordia de todos49.

14. Se apartó de Dios el hombre, siguió sus concupiscencias50, aflojó las riendas: errando, vagando llegó hasta el culto a los ídolos. Se había ensoberbecido incluso la nación judía misma, la cual adoraba al Dios único; se había ensoberbecido y se había pasado a la iniquidad. Dios, al querer mostrarles que están enfermos, al querer mostrarles que yacen bajo la fragilidad de su carne porque aún permanecía en ellos el ansia desordenada, que se había derivado de la descendencia de los padres, les dio la ley y mandatos justos, buenos y santos, como dice el Apóstol: Así, pues, la ley [es] ciertamente santa y el mandato, justo, santo y bueno. Lo que, pues, es bueno, pregunta, ¿se me ha convertido en muerte? ¡Ni hablar! Sino que el pecado, para aparecer [como] pecado, mediante un bien me ha fabricado muerte51. Ve cómo ha denominado «bien» a la ley misma que había sido dada a los judíos. «Bien» la ha denominado, porque Dios la había dado. Y, verdaderamente, en el decálogo había preceptuado todo bueno. ¿O acaso era algo malo «No robes, no mates, no forniques, no digas testimonio falso», etcétera, «no codicies cosa de tu prójimo»?52. Por cierto, aunque no [te la] hayas llevado, sino tan sólo [la] hayas codiciado, en el foro no te obligan las leyes, pero en el juicio te tiene Dios en su poder.

Así, pues, atended, hermanos: ha sido dada la ley a los judíos, enfermos pero soberbios. Comenzaron a intentar cumplir los preceptos legales y a ser derribados por sus apetencias, y resultaron reos quienes antes eran inicuos pero no reos de la ley, no eran prevaricadores. Por eso dice el Apóstol: Pues donde no hay ley, tampoco prevaricación53. Cuando se da una ley, el que contra la ley actúa, aunque haga lo que hacía, sin embargo, cuando lo hacía sin ley, era pecador, no era prevaricador; en cambio, cuando lo hace recibida ya la ley, es no sólo pecador sino también prevaricador. Porque, pues, es no sólo pecador sino también prevaricador, se cumple lo que asevera el Apóstol: Por su parte, la ley ha penetrado subrepticiamente para que abundase el delito54. Ahora bien, ¿por qué ha abundado el delito? Sin duda, esto significan [las palabras]: Dios, nos has rechazado y nos has derrocado55 . Ahora bien, sigue y dice: Pero donde ha abundado el delito, ha sobreabundado la gracia56. Porque, pues, ha abundado el delito, decimos con razón: Dios, nos has rechazado y nos has derrocado, te has airado. Pero, porque ha sobreabundado la gracia, añadimos con razón: Mas has tenido misericordia de nosotros57. No digan, pues, los judíos «Nosotros somos algo», pues a todos ha encerrado en la incredulidad Dios, para tener misericordia de todos58.

15. Reconozcamos, hermanos carísimos, como vida nuestra a nuestro señor Jesucristo; mantengamos como medicina de nuestra soberbia la humildad de nuestro señor Jesucristo. Creamos en él, esperemos todo de la misericordia del que al hijo propio no ha perdonado, sino que por todos nosotros lo ha entregado59. Y cuando quizá avanzamos en sus prescripciones, no nos ensoberbezcamos ni despreciemos a los demás, sino que en el itinerario de la justicia fijémonos no en cuánto hemos dejado atrás, sino en cuánto nos queda por terminar de hacer, y gimamos por doquier y mientras somos peregrinos gimamos, porque nuestro gozo no existirá sino en la patria, cuando hayamos sido igualados a los ángeles60.

Mientras estamos en el cuerpo viajamos lejos del Señor. ¿Por qué viajamos lejos del Señor? Porque andamos por fe, afirma, no por visión61. Fe es creer lo que no ves, visión es ver lo que habías creído. Cuando, pues, haya llegado la visión, será más ardiente la llama aquella de la caridad, porque abrazarás, cuando se haga presente, lo que, mientras estaba ausente, deseabas; ves presente lo que creías, mientras estaba ausente. Y, si creído, es dulce Dios, visto ¿qué será? Cuando, pues, se haya acabado todo esto que ahora nos tortura a causa de los restos de nuestros pecados, entonces habrá plenitud de justicia; entonces, agrupados con los ángeles, cantaremos como himno sempiterno «Aleluya»: sin interrupción tendremos la loa a Dios, de la cual no nos alejará el hambre, porque no siente hambre un cuerpo, sino el que se corrompe y embota al alma62; tampoco tendremos sed ni nos enfermaremos ni envejeceremos ni nos echaremos a dormir ni nos molestará lasitud alguna, sino que, cuales son los cuerpos de los ángeles, tales serán nuestras carnes en la resurrección de los muertos63.

No te sorprendas de que, en la resurrección de los muertos, estas carnes sean cuerpos celestes. Pensad que antes de existir éramos nada, y a partir de ahí creed la condición de la cual seremos cuando hayamos resucitado. Cada uno piense en sí mismo: antes de nacer ¿qué era, dónde estaba, dónde se escondía? Toda esta diferenciación del cuerpo —oídos, ojos, rostro, espíritu vivificador de la entera mole del cuerpo—, ¿dónde estaba todo esto? Ciertamente en lo secreto de la naturaleza, ciertamente donde nadie lo veía. Salió de allí, Dios te ha formado a ti, el que no existías. Para Dios, que del limo ha hecho al hombre64, ¿qué dificultad hay en hacer de un hombre un ángel? ¿Qué eras? Y con todo, eres hombre; eres hombre y ¿no serás ángel? De un hombre resulta un ángel por vecindad mayor que [esa por la que] de lo que eras resulta un hombre. Ha hecho en ti lo que es más sorprendente; ¿no va a hacer lo que falta?

16. Es preciso que creas, y que tu fe no abandone a Cristo, no abandone el Evangelio, no abandone sus promesas. Has de entender que casi todo lo que está escrito se ha realizado, poco es lo que falta. Esta Iglesia, que veis difundida por el orbe entero, hace poco tiempo no existía. Vosotros hace pocos años erais paganos, ahora sois cristianos; vuestros antepasados servían a los demonios, los templos estaban antes llenos de quienes ofrecían incienso a los ídolos, ahora la iglesia está llena de loadores de Dios. ¡Cómo ha cambiado Dios súbitamente las cosas humanas! Antes de que existiese todo esto, nuestros mayores lo leían escrito, lo creían y no lo veían; ahora vemos lo que leían. Si, pues, esto tan numeroso se ha cumplido, lo poco que queda ¿no va a suceder? Creed fuertemente que va a suceder, hermanos, porque, precisamente todo eso que ya ha sucedido, ha sucedido de modo no diferente de como estaba escrito y prenunciado antes de suceder.

Hace muchos miles de años, cuando se dijo a Abraham «En tu semilla serán bendecidas todas las naciones», se decía a un solo individuo: En tu semilla serán bendecidas todas las naciones. Pensaba en sí mismo, uno solo, en esta semilla y en la esposa ya vieja y agotada ella misma por la vejez, y se le decía no solamente ?De ti saldrá descendencia? —si se le dijera esto solo, ¿qué habría de más maravilloso?—; poco era decirle a uno ya agotado por la vejez: ?Tendrás un hijo?. En tu semilla, dice, serán bendecidas todas las naciones65: maravillas decía Dios, de imposibles hablaba, pero para él fáciles66. Ese [que era] uno solo creyó lo que no veía y nosotros vemos; lo que él creyó se nos ha hecho patente o, mejor dicho, a él se le ha satisfecho lo que se ha efectuado en nosotros, pues de la semilla de Abraham, Isaac; de Isaac, Jacob; de Jacob, el pueblo judío; del pueblo judío, David; de la descendencia de David, la Virgen María; y de la Virgen María, el Señor Jesucristo. En la semilla de Abraham, pues, serán bendecidas todas las naciones, porque todas las naciones son bendecidas en Cristo. He ahí que ahora se nos ha hecho patente lo que le fue prometido. Dios, pues, omnipotente y leal, ha efectuado lo que prometió a un solo individuo: ¿no efectuará lo que ha prometido a todos? Hermanos míos, que vuestra fe se edifique, vuestra esperanza se robustezca: a [quien era] uno solo no le ha engañado, ¿podrá engañar al orbe de la tierra? A [quien era] uno solo le mostró lleno de cristianos el orbe de la tierra; mostrará que el orbe de la tierra vive para siempre con Cristo, su Hijo.

17. Sabedores de esto, hermanos, entended que la Iglesia no está en la facción, sino que está en la totalidad. Cristo ha comprado la totalidad, derramó su sangre por la totalidad: el orbe entero de la tierra tiene cristianos, la unidad de Cristo es la Iglesia. Sin motivo litigan con la Iglesia de Cristo los herejes: poco es haber ellos querido ser desheredados; encima calumnian a los herederos. En la unidad [atraedlos] a la totalidad; que ellos no os atraigan a la facción. Si los seguís, iréis a la facción; si ellos os escuchan, vendrán a la totalidad: para provecho suyo se los vence. De hecho, Cristo ha comprado la totalidad cuando colgó en la cruz, hermanos míos: negocios de Cristo, la pasión de Cristo; nos compró precisamente donde fue crucificado, pues derramó su sangre, nuestro precio, precisamente donde en los salmos está predicho que aún va a ocurrir.

Ved cuántos años antes está predicho: Perforaron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos. Ellos verdaderamente me miraron y me observaron, se dividieron mi ropa y echaron la suerte sobre mi vestido67. Apenas se puede discernir si todo esto se escucha en el salmo, o si se recita tomándolo del evangelio. ¿Acaso como se canta en el salmo no se lee en el evangelio: Perforaron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos?68 Cristo nos ha comprado precisamente donde fueron contados todos sus huesos; donde sus manos y sus pies fueron perforados por clavos, ahí nos ha comprado, pues ahí ha derramado su sangre, que es nuestro precio.

Precisamente en ese salmo se da a entender qué compró. ¿Queréis saberlo? Qué compró Cristo, clavado en el leño, preguntadlo al salmo mismo, pues pocos versillos después dice: Se acordarán y se tornarán al Señor todos los confines de la tierra, y adorarán en su presencia todas las familias de las naciones. ¿Por qué adorarán? Porque de él es el reino, y él dominará las naciones69. Como si se respondiera [a las preguntas] «Quién es este al que han de volverse todos los confines de la tierra, y en cuya presencia adorarán todas las familias de las naciones», [y] «Por qué» [hacen esto], afirma: Porque de él es el reino, y él dominará las naciones. ¿Por qué es de él? Porque él mismo lo ha comprado.

18. Ahora irrumpe como propietario un enemigo, y esto bajo el nombre de Cristo. Puede dividir algunos vestidos de Cristo; nadie dividirá esa túnica que está tejida desde arriba70. Se dividieron mi ropa y echaron la suerte sobre mi vestimenta71. Y dice el evangelista: Había allí cierta túnica tejida desde arriba, y se dijeron unos a otros quienes crucificaron al Señor: No la dividamos, sino sobre ella echemos la suerte72. No entró en el reparto, fuera del reparto se quedó aquella túnica. ¿Por qué se quedó fuera del reparto aquella túnica? Porque estaba tejida desde arriba. Se ha dado a entender por qué, tejida desde arriba, no mereció ser repartida. ¿Qué es lo que se teje desde arriba? Eso por mor de lo cual se nos dice: «¡Arriba el corazón!». Así, pues, quien tiene arriba el corazón no puede ser troceado porque pertenecerá a la túnica que no puede ser dividida.

Esta túnica, pues, hermanos míos, le tocó en suerte a nuestro señor Jesucristo en persona, porque su suerte es su heredad y, aunque era heredad suya, la compró. En cambio, quienes están divididos pueden pertenecer a otros vestidos de Cristo, porque de todos está vestido él. De todos los que creen en él está vestido él de alguna forma. Pero cualesquiera que buscan honores terrenales, ventajas temporales, fantasías corporales, no están tejidos desde arriba porque desean realidades mundanas; en consecuencia, esos pueden dividirse. En cambio, la túnica que está tejida desde arriba, no puede venir a dar en división.

Alegraos de pertenecer a ella, quienes sois retoños de la Católica. Preguntad a vuestro corazón [para saber] si a Cristo no le pedís sino el reino de los cielos: no frivolidades, no cosas temporales, no imágenes corpóreas, no lo que agrada en esta época y en esta tierra. Cuando os hayáis interrogado, vuestra conciencia os responderá que tengáis «arriba el corazón». Y, si tenéis «arriba el corazón», estáis tejidos desde arriba; si desde arriba estáis tejidos, no podéis dividiros.