SERMÓN 283 Aum. (= Dolbeau 15)

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

En el natalicio delos santos mártires maxulitanos

1. Admiremos la fortaleza de los santos mártires en su pasión, de forma que pregonemos la gracia de Dios, pues tampoco ellos quieren ser loados en ellos mismos, sino en aquel a quien se dice: En el Señor será loada mi alma1. Quienes entienden esto no se ensoberbecen: con temblor piden, con gozo reciben; perseveran, no pierden [lo recibido]. De hecho, porque no se ensoberbecen, son apacibles. Y por eso, tras haber dicho «En el Señor será loada mi alma», ha añadido: Oigan los apacibles y alégrense2. ¿Qué es la débil carne, qué es, sino gusanos y podredumbre? ¿O qué sería ella en cualquier lugar, si no fuese verdad lo que hemos cantado: A Dios se someterá mi alma, porque de él [viene] mi paciencia?3 En verdad, la fortaleza de los mártires para soportar todo por la fe se nomina paciencia. De hecho, dos son las cosas que o seducen o impelen a los hombres a los pecados: placer y dolor. El placer seduce, el dolor impele. Frente a los placeres, es necesaria la continencia; frente a los dolores, la paciencia. De hecho, se sugiere de este modo a la mente humana pecar. A veces se le dice: «Haz [aquello], y tendrás esto»; otras, en cambio: «Haz [aquello], para no padecer esto». Al placer precede la promesa, al dolor la amenaza. Pecan, pues, los hombres para tener placeres, o para no padecer dolor. Y por eso, Dios, frente a estas dos cosas, una de las cuales consiste en la blanda promesa, otra en la terrible amenaza, se ha dignado, por una parte, hacer promesas, por otra, aterrorizar con los suplicios de los infiernos. Dulce es el placer, pero más dulce Dios. Malo es el dolor temporal, pero peor es el fuego eterno. Tienes lo que ames en vez de los amores del mundo, o mejor, en vez de amores inmundos; tienes lo que temas en vez de los terrores del mundo.

2. Pero, si no consigues que se te ayude, poco es que se te recuerde lo que se refiere a la amenaza. Frente a todos los placeres te grita la Ley: No codiciarás4. Lo has oído, es oráculo divino, Dios lo ha dicho. Ninguno de los fieles ha dudado que aquel ha preceptuado bien y ha avisado verazmente. Pero ve qué asevera el apóstol: Ha venido la Ley y el pecado ha revivido5. En efecto, antes que se te dijese «No codiciarás», suponías que pecabas lícitamente, y no se suponía el pecado cuando no estaba prohibido. Por haber sido prohibido el pecado, ha sido conocido. Conocido, pues, evítese, si buscabas el auxilio de la Ley. Has oído —¿qué más deseas de la Ley?—: No codiciarás. Se ha pegado en tu ánimo la letra de la Ley, tienes con quién luchar, pero serás vencido si no tienes ayuda. Ayuda ¿de dónde? De la gracia, pues la caridad ha sido derramada en nuestros corazones no gracias a nosotros mismos, sino gracias al Espíritu Santo, que nos ha sido dado6. Retira tú esta gracia, remueve esta ayuda: La letra mata. En primer lugar, el mundo te tenía a su disposición a ti en cuanto pecador; al sumarse la letra sin [sumarse la] ayuda, también te tendrá en cuanto transgresor. La letra, pues, mata; en cambio, el Espíritu vivifica7, porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones gracias al Espíritu Santo, que nos ha sido dado. La Ley aterroriza para esto: para compeler a solicitar ayuda. La Ley, como asevera el apóstol mismo, es cual un ayo8. El ayo no instruye, sino que lleva hasta el maestro. El instruido y fortificado por el maestro ya no estará bajo el ayo. De hecho, a ti, a quien ayuda la gracia, no te aterrorizará ya más la letra.

3. He dicho esto, a causa de lo que está escrito: No codiciarás9. En efecto, parece que este precepto ha sido propuesto contra los pecados que se cometen por el atractivo del placer, y que el apóstol ha puesto esto general, como si la única palabra de la Ley fuese precisamente: No codiciarás»10. Este precepto ¿vale algo también contra los temores del dolor? Acaso valga. ¿Qué, pues? [Alguien] no quiere sentir dolor, codicia la salud. Quien teme morir codicia la vida. Frente a esta codicia depravada de una salud corporal en la que no haya necesidad ni de la muerte corporal, que, velis nolis, ha de venir, amplía tú el precepto «No codiciarás», y con el profeta di: Y el día de los hombres no he codiciado; tú lo sabes11. Esta sentencia estuvo en los mártires: no codiciaron el día de los hombres para no dejar de llegar al día de Dios; no codiciaron el día con breve final, para llegar al día sin final. ¿Qué despreciaron y qué recibieron? [Lo pregunto], pues en modo alguno han de compararse con esos lucros las pérdidas temporales: se trabaja una sola hora y se adquiere la eternidad.

4. Considerad, hermanos, el día del mártir: es bueno ocuparnos en la exhortación de su paciencia. Considerad los trabajos de los militares, que llevan armas, qué peligros afrontan, qué penalidades y dificultes toleran con fríos, con calores, hambre, sed, heridas, muertes. Cotidianamente se hallan en peligros, mientras ante los ojos se proponen no la fatiga del soldado, sino el retiro del veterano. Afirman: «He ahí que se acaba la fatiga, tras pocos años seguirá el retiro, nos irá bien, no faltarán gastos, tendremos inmunidad, no se nos llamará a ninguna función de las ciudades, nadie nos impondrá su carga tras la de la milicia». Propuesto este premio, uno se fatiga para el azar. En efecto, quien, mientras sirve en el ejército, dice «La fatiga se acaba», ¿cómo sabe que él no se acabará antes de acabarse la fatiga? Acaso, incluso muera inmediatamente después de acabada la fatiga, logrado ya el retiro, y a quien en atención al retiro se le había propuesto trabajar algún tiempo más, no se le permita disfrutar más tiempo de ese retiro al que llega mediante el trabajo. Se trabaja con estas incertidumbres; sin embargo, incluso por un retiro incierto se asume una fatiga cierta.

Despertad, corazones cristianos; combatid para Dios, junto al cual no puede ser inútil el trabajo, junto al cual no puede ser infructuoso el peligro ya que, en la lucha, el soldado del mundo perderá mediante la muerte el premio, el soldado de Cristo mediante la muerte encuentra el premio. Finalmente, tras un trabajo de poco tiempo, se recibe un descanso no de largo tiempo, sino de ningún tiempo, pues descansaremos no allí donde el tiempo será largo, sino donde absolutamente no habrá tiempo, pues nuestra edad será la eternidad, donde no se crece ni se envejece ni vendrá día [alguno], porque [ningún] día se irá. Si, pues, se te dijera «Trabaja veinte años para que descanses cuarenta», ¿quién no querría recibir por un único trabajo doble descanso? Sin embargo, difícilmente sucede a algún veterano, aun si llega a viejo, disfrutar del retiro tanto tiempo cuanto ha trabajado. En cambio, de nosotros ¿qué está dicho? Y nuestro emperador, que va a pagarnos premio eterno, no estipendio cotidiano, ¿cómo nos exhorta mediante el apóstol? Afirma: Pues lo que es [el peso] temporal, leve de nuestra tribulación, según un modo increíble nos produce un cargamento de gloria eterno12 .

5. ¡Qué palabras, hermanos! ¡Cómo ha quitado importancia a lo que padecemos, cómo ha encomiado lo que esperamos! Afirma: Lo que es [el peso] temporal, leve de nuestra tribulación, según un modo increíble13. Por cierto, ojo no ha visto ni oído ha oído el modo increíble, ni a corazón de hombre ha subido lo que Dios ha preparado para quienes le aman14. A los fieles, pues, dice: Según un modo increíble, un cargamento de gloria eterno nos produce una tribulación leve y temporal. A los fieles dice: «Según un modo increíble se manda creer lo que es increíble». Soldado fiel, cree [el modo] increíble, porque para Dios nada hay imposible15. Por otra parte, ha llamado peso a lo que te hace [ser] de peso para que no seas tornadizo. En un pueblo de peso, afirma, te loaré16. Peso ha dicho: que te consolide la gravedad del amor, no que te arrastre el viento de la tentación. Considera la era, ama la gravedad y teme la levedad. Allí hay paja, allí trigo; a uno y otro sacude el bieldo, pero no a uno y otro arrebata el viento: uno permanece por la gravedad, otro vuela por la levedad.

6. Sucederá, pues, en nosotros esto, cuando en pro de la fe y la justicia, no, evidentemente, en pro de un descanso cualquiera, toleramos cualquier adversidad. Dichosos, afirma —lo hemos oído—, quienes han padecido persecución a causa de la justicia17. Con este aditamento nos ha separado de adúlteros, ladrones, homicidas, parricidas, sacrílegos, hechiceros, herejes. También ellos padecen persecución, pero no a causa de la justicia. Si quieres salir airoso de la tentación, mira la separación. Elige la causa, para no horrorizarte de la pena. Elige la causa, para no sufrir inútilmente la pena. Y, cuando hayas elegido la causa, encomiéndala a Dios y dile: Júzgame, Dios, y de gente no santa discierne mi causa18. Discierne tu causa ese de quien procede tu paciencia19, pues regala la paciencia auténtica. En realidad, en pro de causa mala hay dureza, no paciencia. Cualquier cosa que, perdida la sensibilidad, se endurece en el cuerpo, muy difícilmente se sana. De hecho, todas las loables virtudes tienen vicios semejantes que engañan a los incautos; tienen también [vicios] contrarios. Es fácil que el hombre [los] advierta, de forma que no se precipite en [el vicio] contrario; que evite [el vicio] semejante es difícil, pues la semejanza de los vicios tiene cierta especie y sombra de virtudes. Lo diré, proponiendo algunos ejemplos. Una vez mencionados, dejaré que se entienda lo demás.

7. He ahí que estoy hablando de la paciencia; a esta virtud es contraria la impaciencia. La paciencia es la tolerancia de las desdichas en pro de la justicia, la impaciencia es la intolerancia de las desdichas [sufridas] por cualquier causa. Esta tolerancia es contraria a la intolerancia. La persistencia en el vicio es dureza, pues la dureza imita a la paciencia, pero no es paciencia. Ve, pues, no te engañe quizá por semejanza [la dureza], no seas duro quizá y te parezca que eres paciente. En efecto, como es mejor que los demás uno a quien ni aun el mal fuerza al mal, así es peor que los demás uno a quien ni aun el mal disuade del mal. Un mal es el dolor, un mal es la iniquidad. Se [te] ha prometido un premio, para que hagas una iniquidad; no consientes: has vencido el ansia de premios. Se te daban argumentos por el otro lado, dolores pondrán ante tu vista: vence también el mordisco de los dolores tú que has vencido el placer de los premios. Quien para llevarte a la iniquidad te promete un premio, con un bien te seduce al mal, por así decirlo. Quien para compelerte a la iniquidad te amenaza con un mal, con un mal te urge al mal, pero con un mal pequeño a un mal grande. Ahora bien, no serás grande si desprecias a quien te hace promesas; mayor serás si desprecias a quien te aterra, si vences a quien se ensaña. Por eso he dicho: «Como es mejor que los demás uno a quien ni aun el mal fuerza al mal, así es peor que los demás uno a quien ni aun el mal disuade del mal». Has aconsejado a un hombre no ser adúltero, ha despreciado tus consejos, mediante el bien no ha sido disuadido del mal. Pero, si comienzas a amenazarle con dolores, a asestarle azotes, a infligirle ciertas molestias, si ni entonces se cohíbe del mal, cuánto peor es ese a quien ni el mal ha podido disuadir del mal. He ahí a qué calamidad está sometida la dureza, semejante a la paciencia. En efecto, la dureza está en los corazones de los impíos, para que de los hechos malos no los disuada ni la propuesta de penas ni su aplicación. Eres peor [por jactarte] de lo que te jactabas. «He tolerado», dirás, «he vencido, no he sucumbido, no me he doblegado». Loaría yo esto, si reconociera la paciencia. Ahora, en cambio, detesto la dureza,.<la paciencia> de la dureza: «No interrogues a mis palabras, sino a mi causa. Respóndate la causa».

Uno es ladrón: por su latrocinio soporta las penas. Lo torturan, mas no confiesa lo que en su conciencia sabe que es verdad. ¿Qué diremos: «Gran paciencia»? Más bien digamos: «Detestable dureza». Pero, si él [ha soportado] esto por un delito, ¿tú qué [soportarás] por la fe? En él parece admirable no confesar, a ti te parece glorioso confesar. De hecho, él padece por el delito que tiene intención de negar, tú por Cristo, al que has de confesar. Por otra parte, a veces la dureza es tanta que confiesa el mal y a cambio de la confesión de esa iniquidad padece males para no caerse o apartarse de las maldades. Está preparado a que lo torturen por Donato y no oculta esto negándolo, sino que lo confiesa y no se ruboriza: se jacta de la iniquidad. ¡Ojalá él se ocultase mientras él es lo que aparece! Osas incluso desnudar la herida que no quieres que sea sanada. No es esto salud con sentido, sino dureza sin sentido.

8. Amemos la paciencia, aferremos la paciencia y, si aún no la tenemos, pidámosla, pues nuestra paciencia viene de ese mismo, de quien viene la continencia. De él viene nuestra continencia frente a los placeres, de él viene la paciencia frente a los dolores. Pero el salmo presente que hemos cantado nos ha enseñado que de ese mismo viene nuestra paciencia, frente a los dolores, sí. ¿Cómo hallamos que de ese mismo viene también nuestra continencia, que es necesaria frente a los placeres? Tenemos un evidentísimo testimonio: Y, cuando supe, afirma, que nadie puede ser continente, a no ser que Dios se lo dé, aun esto mismo, saber de quién es este don, era de la sabiduría20. Si, pues, de Dios tienes algo y desconoces de quién lo tienes, no serás remunerado, porque permaneces ingrato. Si desconoces de quién lo tienes, no das gracias; por no dar gracias, perderás hasta lo que tienes, pues a quien tiene le será dado. ¿Qué es tener plenamente? Saber de dónde tienes. En cambio, a quien no tiene, esto es, desconoce de dónde lo tiene, hasta lo que tiene le será quitado21. Finalmente, como ese asevera «Esto mismo, saber de quién era este don, era de la sabiduría», así también el apóstol Pablo, cuando [inspirado] por el Espíritu Santo nos encomiaba la gracia de Dios, asevera: Nosotros hemos recibido no el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que de Dios viene. Y, como si se le dijese «¿Cómo distingues?», asevera a continuación: Para que sepamos las cosas que nos han sido regaladas por Dios22. El Espíritu de Dios, pues, es espíritu de caridad, el espíritu de este mundo es espíritu de arrogancia. Quienes tienen el espíritu de este mundo, son soberbios, son ingratos a Dios. Muchos dones suyos tienen, pero no adoran a ese de quien los tienen; por eso son infelices. A veces un hombre tiene dones mayores, otro los tiene menores, verbigracia, inteligencia, memoria. Dones de Dios son. Encontrarás alguna vez a un hombre agudísimo de ingenio, de memoria buena hasta [suscitar] admiración increíble; en cambio, encontrarás a otro de entendimiento pequeño, de memoria no tenaz, dotado de uno y otro, pero pequeños. Ahora bien, aquel, soberbio, este, humilde; este, que por las cosas pequeñas da gracias a Dios; aquel, que se atribuye lo mayor. Quien por lo pequeño da gracias a Dios es incomparablemente mejor que quien de lo grande se enaltece. De hecho, a quien por lo pequeño da gracias, alguna vez lo admite [Dios] a cosas grandes.; en cambio, quien por las cosas grandes no da [gracias], pierde incluso lo que tiene, pues quien...